CAPÍTULO 20

Aquel día Sett y Elda llegaron a casa por separado y ninguno de los dos probó bocado, cosa que preocupó a la madre. Al día siguiente continuaron sin dirigirse la palabra incluso al estar en la misma habitación. De vez en cuando Elda salía de allí y se daba largos paseos para estirar las piernas y aclarar la mente, y Sett no preguntaba al respecto cuando volvía. Comieron en el más incómodo y absoluto silencio, interrumpido únicamente por el sonido de los cubiertos al golpear el fondo de la fiambrera de madera.

Fue tal la presión en el ambiente, que Sett no pudo más.

— ¿Vas a seguir así mucho más tiempo? –espetó. Elda ni siquiera se dignó a mirarlo—. Por el amor de los dioses... ¡Es un asesino!

— Es inocente, Sett. Va en busca de la persona responsable del crimen del que se le acusa.

— Mató a su hermano a sangre fría en el momento en que intentó detenerlo. ¿También me vas a negármelo?

La chica tragó saliva.

— ¿Cómo sabes eso?

— La gente habla, las noticias vuelan. –le explicó—. Y yo tengo la obligación de escuchar.

— ¿Es que tú no has matado a nadie aquí? –inquirió—. ¿Crees que difiere de su historia?

— Lo que dices es muy diferente. Esto es un coliseo, o matas o te matan, no hay elección.

— ¿Crees que él la tuvo? ¿Hay alguien que le haya dado siquiera una oportunidad de enmendar sus errores? ¡Todo el mundo la merece!

Sett se recostó en el sillón, frunciendo el ceño.

— ¿Por qué lo tomas tan personal? –dijo, bajando la voz.

Elda se dio cuenta de que estaba de pie, gritando histérica sobre un tema incierto de una persona incierta. Tenía razón, lo estaba llevando a otro nivel.

— No lo sé. –se sentó, mirando el suelo—. Puede que porque su pasado y el mío tienen puntos en común. O quizá sea su presente el que me recuerda a mí, qué se yo.

— ¿Te gusta? –susurró Sett, serio.

La muchacha parpadeó, confusa.

— ¿Qué?

— Que si te gusta Yasuo.

Elda se lo pensó. El hombre no estaba mal: musculoso, mayor y más experimentado. Su voz era suave y no hablaba más de lo necesario, pero escuchaba cualquier cosa que tuviera que decir ella. Se dio prisa en contestar al ver que la expresión de Sett se oscurecía por momentos.

— Si hablamos de un asunto blanco o negro sin medias tintas, de gustar o no gustar... Supongo que sí, me gusta. Aun así, no de manera sentimental. Me parece un buen hombre que estaba en el lugar y el momento equivocados. –recordó las palabras de Yasuo y sonrió.

— Ya... —musitó. Elda le escrutó el rostro, divertida.

— ¿Estás celoso? –se rió, haciendo que Sett se pusiera de peor humor.

— Cierra el pico, anda. –gruñó, molesto—. ¿No puedo estar nervioso de que otro hombre te ronde?

— Oh, dioses, ¡estás celoso de verdad! –puso las manos encima de la mesa y se inclinó—. ¿Cómo es posible que con Kayn o Ezreal no te sintieras así?

— Porque estamos hablando de un hombre adulto curtido, no de nenazas imberbes de hormonas revolucionadas y sueños imposibles.

Elda estalló en carcajadas. ¿En serio creía que podía enamorarse tan fácilmente de alguien?

— Ay, Sett. –dijo, sacudendo la cabeza—. ¿Alguna vez te he dicho lo adorable que eres?

— ¿Solo adorable? ¿Qué hay de sexy, guapo, u otro adjetivo que realze más mis virtudes masculinas?

— ¡No te pases!

El ambiente se relajó mientras seguían comiendo. Elda dejó los cubiertos en el interior del plato vacío y suspiró.

— ¿Qué será de Yasuo?

Sett puso los ojos en blanco pero se rindió.

— ¿Tan segura estás de que no supone una amenaza?

— Segurísima. –se le iluminaron los ojos, provocando un repentino cambio de pensamiento en el hombre. Se levantó de la silla lentamente ante la mirada inquisitoria de la muchacha.

— Bueno. –dijo—. Voy a caminar un rato para bajar la comida. Quédate aquí y proteje la llave de la celda de Yasuo que tengo guardada en el cajón, justo al fondo a la derecha. Quién sabe, alguien podría cogerla y liberar al viejo vagabundo.

Lo que insinuaba Sett tan directamente implicaba desafiar las leyes, pero al parecer estaba dispuesto a pasarlo por alto. La brillante sonrisa de Elda fue compensación suficiente para el vastaya.

— Te quiero. –le soltó con un hilo de voz. Sett resopló e hizo un vago gesto de despedida.

El plan era simple: liberarlo sin que nadie lo viera o se meterían en problemas.

O.o.O.o.O

El dichoso plan resultó mucho más complicado de lo previsto. Yasuo estaba siendo custodiado por los guardias que se lo habían llevado, muy a su pesar, y ello le dificultaba el acercarse. Pero de pronto, se le ocurrió una idea que podría funcionar de actuar bien. Y seamos sinceros: Elda se sentía toda una experta en la actuación. Fue hasta la cocina, donde rescató media hogaza de pan del día anterior, una pechuga de pollo reseca, un puñado de arroz blanco pasado y los restos del té que se tomaron. Sonrió. Funcionaría.

Llevó la bandeja de plata a través de pasillos y escaleras, algo perdida porque tampoco frecuentaba la zona del sótano. Al fin llegó a su destino y carraspeó para llamar la atención de los guardias apostados frente a la entrada.

— Sett me envía a alimentar al prisionero.

Se miraron.

— No se nos ha comunicado nada. –dijo uno de ellos, desconfiado.

— Trato especial. El Jefe lo necesita fuerte en el interrogatorio.

— Acaba de comer. –informó el otro.

Elda estaba preparada. Sacó un trozo rancio de pan y lo sacudió delante de los guardias.

— ¿Es esto lo que ha comido? –los guardias asintieron—. Decidme, ¿sobreviviríais así varios días? ¿Verdad que no? Pues apartad vuestros perfumados traseros de aquí si no queréis que Sett ponga el grito en el cielo y os arranque la cabeza de un puñetazo.

Los dos hombres, visiblemente afectados por sus palabras, abandonaron el puesto y la dejaron pasar. La chica reprimió un gesto de superioridad y entró. Lo que vio dentro la asqueó tanto como la mismísima arena: El olor a orín y a suciedad la golpeó igual que una maza y la obligó a arrugar la nariz, asqueada. No había más prisioneros en el sitio más que Yasuo, quien se encontraba en la celda más alejada. Unos pocos rayos de sol se colaban por entre los barrotes, alumbrándole levemente las facciones. Sus ojos, apagados, coincidieron con los de ella y recuperaron el color.

— ¿Elda? –dijo, confuso.

La muchacha se llevó un dedo a la boca, instándolo a callar. Abrió la celda y depositó la bandeja delante de él.

— Mira, no tengo mucho tiempo. He engañado a los guardias para que me dejaran entrar y no sé si se lo han acabado de tragar. Tengo la llave. –se la enseñó—. Aprovéchalo y vete de aquí.

— Pero... ¿Y Sett?

Elda dio un rápido vistazo a la puerta y bajó la cabeza.

— ¿Crees que estaría aquí si no me lo hubiera permitido? Las reglas deben romperse en algún momento.

Yasuo hizo ademán de levantarse, mas la joven lo detuvo.

— Un segundo. Has comido poco y esto es lo que he logrado conseguir, haz buen uso de ello ahora. Necesitarás fuerzas.

Lógico en realidad. El samurái se tragó los alimentos con avidez, sin tener en cuenta la pobre calidad del manjar. Cuando acabó, se levantó y paseó la vista por la estancia.

— ¿Buscas tu espada? –interpretó ella—. La encontrarás en la habitación contigua, encima de la mesa del inspector. Se usa como cuartillo de objetos perdidos pero nunca se le devuelve nada al público porque no quieren acercarse a esta parte de la fosa.

— Me imagino por qué. –Yasuo la observó, reconociendo su valor—. Gracias.

— La justicia no siempre es justa. –se encogió de hombros—. Intento cambiarlo.

El hombre le puso una mano encima de la cabeza de forma afectuosa.

— Tienes un corazón hermoso, Elda. –le dijo—. Y eso puede ser tu salvación o tu perdición. El resultado dependerá enteramente de ti.

Se dirigió a la salida no sin antes volverse.

— Esta no será la última vez que nos veamos. Estoy en deuda contigo.

— Venga ya, si necesitara un favor recurriría a la casa de apuestas, que le deben varios a Sett. Vamos, fingiré que me has atacado.

— ¿Reforzando el aspecto violento del que se me acusa? –ladeó la cabeza—. Buen punto.

Elda alzó la bandeja y la dejó caer al suelo, haciendo un ruido molestísimo y muy sonoro que no pasaría desapercibido por nadie a varios pasillos de distancia. En efecto, los guardias entraron y la vieron en el suelo, medio escondida y con cara de falso horror. Pero lo que pasaron por alto fueron las manos de Yasuo que se movieron rápidas como el rayo y, con un golpe seco en la nuca, los noqueó a ambos. El revuelo y la anarquía se instauraron al otro lado, donde aparecieron más y más guardias... un pelín tarde, puesto que el samurái había conseguido escapar una vez encontrada su arma.

La chica apenas fue interrogada por lo ocurrido. Lloriqueó un rato, se deshizo en halagos hacia los incompetentes centinelas que lo recibieron de buena gana pese al golpe y pudo irse al despacho de Sett. Dentro de lo que cabe, había sido fácil. Con cuidado de que nadie la siguiera, cerró la puerta tras de sí y soltó una risita traviesa. No se percató de que no era la única en el lugar.

— Buenas tardes, Elda. –habló Mareen. La chica se tensó. Durante un buen tiempo, se había olvidado de ella.

— Mareen. –hizo una reverencia a modo de saludo—. ¿Qué tal todo? ¿Qué haces aquí?

— Mi trabajo. –se sentó encima del escritorio—. Lo que me pregunto es, ¿qué haces tú aquí?

— Parece mentira que no me conozcas—

— No. –la cortó—. No te conozco, niña, y lo que vi en el mercado me ha hecho sospechar de ti más de lo previsto, créeme. Empiezo a creer que tus intenciones son perversas.

La mercenaria iba al grano.

— Lo eran. –confesó Elda—. Al principio lo eran, pero ahora es distinto. Voy a intentar solucionar las cosas, te lo suplico, no hagas nada hasta entonces.

— Tú...

Sett abrió la puerta y entró. Parecía mosqueado.

— Menudo revuelo has causado ahí abajo.

— ¿Qué revuelo? –sonrió, fingiendo sorpresa.

Sett le revolvió el cabello con fuerza antes de girarse hacia Mareen.

— ¿Hay noticias? –inquirió.

— Sí. Seguí a los piratas del mercado, pero me despistaron en la costa. Se esperaban que alguien los pudiera seguir, están bien entrenados.

Yo no diría tanto, pensó Elda, Han tenido suerte esos dos cabezas huecas.

— Bien, significa que no han abandonado Jonia. ¿Qué tramarán? ¿A qué están esperando?

— Eso digo yo. –Mareen miró a la muchacha significativamente—. ¿Qué hacen aquí?

Elda tragó saliva y desvió la vista. La mercenaria podría pedirle lo imposible a fin de seguir callada y ella no se negaría. Estaba atada de manos.

— En fin. –dijo Sett—. Puedes retirarte, ya pensaremos en algo en otro momento.

La mujer asintió y se fue. Solo quedaron ellos dos, y el vastaya se sentó en su trono como de costumbre.

— Ven aquí. –le pidió a la chica.

Esta rodeó el escritorio y se acomodó en el regazo de su compañero. Sett sonrió.

— Te noto más obediente que de costumbre.

— Obedecer es de esclavos, yo sigo mi propia voluntad. –replicó—. Aprende la diferencia.

— Oh, en ese caso no te importará que te aparte, ¿verdad?

—¡No! –se abrazó a su cuello—. Déjame estar a tu lado.

El tono de alarma de su voz le preocupó.

— Criatura, ¿estás bien?

Elda no contestó de inmediato.

— Solo estoy cansada.

Y fue la única verdad que le pudo contar.


¡Siento la tardanza! ¡Espero que os guste!