Cambios
Inuyasha:
Es sorprendente todo el descaro de esta gentuza, que aplauden, ante la presentación que se llevó a cabo sobre el escenario. Y no estoy diciendo que lo sucedido no se merezca el mérito. Me refiero, a que a simple vista es perceptible todo el desgano de cada uno de los habitantes por el acto anterior. No sé que intentan aparentar con ello. No obstante, no me interesa. Tan solo admiro un poco más a la mujer que abandona las telas, deslizándose suavemente hasta que la punta de sus pies alcanzan a tocar el áspero suelo. Una sonrisa maligna surca mis labios por ello. Y me levanto rápidamente. No estoy dispuesto a seguir perdiendo el tiempo en este lugar.
—¡Señor Taisho!—Koga se levanta también al ser testigo de mi acción desmesurada. Me sostiene del brazo para retenerme. Algo asustado por mi reciente actitud, e impactado, por la manera en la que lo fulmino como si él tuviera la culpa de todo mi mal humor. En parte sí la tiene. E intento no reírme por su pendejismo, porque tal parece que va a llamar a emergencias debido a la expresión de terror en su cara «Menudo Marica»—¿Qué le sucede? ¿Está todo bien?
Lo miro fríamente. En clara advertencia, de que no debe tomarse ese tipo de atrevimientos conmigo.
—Apártate—Demando, con la voz más oscurecida que de costumbre—Ya ví suficiente—Era verdad. Mis intenciones nunca fueron permanecer aquí por toda la noche. Me zafo de su agarre. Sin dar esperanzas a ridículas respuestas, ni tampoco a intentos de detención. Koga parece algo ido sin entender que es lo que me pasa. Y sinceramente no es mi problema el como se haya tomado mi mal genio. Justo ahora, tengo un asunto mucho más importante que saber como se siente el estúpido de mi secretario. Algo que me urge descubrir desde hace muchísimos años.
Me dirijo al centro de todo a paso veloz. Decidiendo ignorar a las tontas exclamaciones y comentarios sobre mi persona. Y si antes mi ánimo no se prestaba para eso, ahora soy capaz de mandar al demonio a todo aquel que se me cruce por el camino; A la gente comenzaba a acumularse, en busca de las acróbatas que abandonaban el escenario. No me contengo. Pasando por encima de todos a base de empujones y codazos. «¡Maldición!» Protesto. Lo peor que quería precisamente ahora, era a un montón de viejos imbéciles entorpeciéndome el camino. ¡¿De dónde coño salieron tantas personas en este pueblito fantasma?! Resulta demasiado frustrante. Tanto para mí, como para la querida amiga castaña de la mujer que persigo. Parece estallar en cualquier momento después de tener a tantas personas a su alrededor.
Prácticamente ni me fijé en ella. Pero al parecer consiguió llamar bastante la atención y no creo que se sienta muy a gusto con eso. Más bien, intenta escaparse. Seguramente, tratando de llegar hasta ella. Una idea macabra surca por mi mente. Si voy a hacerme notar es mejor ahorrarnos las presentaciones. Y paso justamente por su lado, chocando contra su hombro en el proceso. Lo hice a propósito, quería que me mirara, para que abriera los grandes ojos castaños con la ira irradiando de ellos. Le sonrió descaradamente. Me es tan divertido molestarla, para que me dedique sus típicas miradas asesinas mientras anda echando humo. Sé cuanto me odia por lo que le hice a su amiga. Eso no es secreto para nadie. Además, de alguna manera necesitaba vengarme por la tremenda bofetada que me dió en su momento.
La siento gruñir, y tratar de quitarse al tipo que hasta ahora la tenía retenida—¡Espera Inuyasha!—No le hago caso en cuanto me llama por mi nombre. Solo alzo mi mano, sacándole el dedo corazón para demostrarle lo mucho la extrañé, y lo mucho que me importan sus problemas—¡Maldito!—Me grita con más rabia. Y levanto la mirada, dirigiéndome directamente a la parte de atrás del escenario, rumbo a mi verdadero objetivo.
Casi no hay nadie por los pasillos. El lugar me resulta bastante estrecho, incómodo, y desordenado. De hecho, esquivo algunas prendas de vestuarios, máscaras, y utensilios de decoración, desparramados por lo largo de todo el piso de madera. Es un tanto oscuro y sin iluminación. Parece el sitio ideal para la gente ruin; Aquellas personas que solo se inclinan por unos míseros centavos. Me resulta peculiar que la mujer que estoy persiguiendo forme parte de ese elenco. Es irónico, debido al tipo de vida en la que había crecido. Y no lo entiendo ¿Qué necesidad tenía ella como para caer en este tipo de lugares? ¿Cómo para rodearse con este tipo de personas? Mi ceño se frunce aún más. Seguramente, mi furia ya sea perceptible para los demás. Sobretodo cuando no entiendo un carajo de hacia donde me dirijo. Camino sin rumbo por un pasillo aparentemente sin final. Abriendo algunas puertas, y topándome con mujeres encueradas que emiten gritillos al ser descubiertas. Ni siquiera me molesto en observarlas. Definitivamente no me interesan. La ira que poseo ahora mismo, puede mucho más que yo.
—Disculpa señorita—Me tomo el atrevimiento de detener a una joven, que caminaba cabizbaja y entretenida por el pasillo sujetando algunas cajas que sobre sus manos. La miro de pies a cabeza. Tiene el cabello oscuro hasta la altura de su cuello, y supongo que debe de cursar los primeros años universitarios. Se acerca hacia mí con un pequeño rubor. Parece ser una mujer algo torpe, asintiendo frenéticamente en cuanto me ve. Encarno una ceja; Tiene pinta de ser colegiala estudiosa.
—¿S-si? ¿Se... se le ofrece algo, señor?—Tartamudea un poco, y alzo débilmente las comisuras de mis labios. ¡Maldito sea este efecto que tengo en las mujeres! Aunque, viéndola más de cerca es bastante bonita. Con un aura de inocencia que acostumbran a desprender las de su clase.
—La verdad—Mi voz se torna mucho más ronca y atrevida, cuando me tomo el trabajo de arrinconar a la muchacha en una de las paredes. Sé que esto la intimida un poco. Profundiza, en el débil sonrojo que comienza a recubrir toda la piel blanquecina de sus mejillas. La miro algo seductor. Acariciando con total confianza su corto cabello azabache. No se aparta, ni parece que le repugne. Más bien, me mira como si fuera una especie de deidad en medio de todo este pasillo desierto—Estoy buscando a alguien—Relamo mis labios al perderme en el rojo de los suyos. Ella suspira agitada, estremeciéndose por completo en cuanto meto un mechón de su pelo justo hacia atrás de su oreja.
—Y... ¿Cómo... puedo ayudarlo yo?—Inquirió. Cerrando por momentos sus ojos rojo vino, al mostrarse nerviosa de estar frente a mi. A lo mejor y no acostumbra a participar de este tipo de situaciones. Me detengo a observarla y analizarla con más profundidad. Su pecho se hincha y deshincha cada vez con más ahínco. Incómoda, pero de ese tipo de incomodidad, que surge, al no saber como es que se corresponde en estos momentos.
Frunzo la mirada.
—¿Cómo te llamas?—Le pregunté de repente. Alzando más su mentón para obligarla a levantarme la vista. Ella da un respingo al no esperarse la pregunta. Tintando de rojo la piel de su nariz, sus orejas, y su cuello.
—Mi... mi nombre es... es Yura—Susurró. Desviando sus ojos hacia otra parte, a pesar de no poder bajar el rostro puesto que no se lo permito—Yura Sakasagami—Al fin me miró. Con sus dos cuencas carmines, sin gota alguna de maldad. Suspiro. Y la ráfaga de aire logra remover algunos de sus cabellos, en lo que me inclino más hacia el rostro de ella.
—Pues... Yura—Nombro con confianza. Necesitaba llamar la atención de la mujer—Estaría muy agradecido, si me dices la ubicación de una de las acróbatas que salieron a escenario hace un momento—Suelto sin titubeos. Ahora mismo, ando con bastante prisa—La pelinegra—Especifico. Y si no menciono su nombre, es porque realmente no lo siento necesario.
La joven abre los ojos con la sorpresa instalada en ellos. Más no me cuestiona en lo absoluto. Y solo levanta su mano, algo temblorosa, señalando a la puerta que hay justo detrás de mi.
—Es... está ahí. La ví entrando hace un momento—Señala. Observándome como si estuviera poseída en el iris ámbar de mis ojos claros—Es su camerino—Añade. Y con esto, acabo de confirmar su ingenuidad. Podría ser un asesino en serie ahora mismo, que esta chiquilla me ha entregado a mi víctima en bandeja de plata. Me vuelvo lentamente, hasta quedar en el mismo sentido de la pared frente a mi. Suelto una maldición, efectivamente hay una puerta, sin embargo quién soy yo como para adivinar lo obvio. Me morfo «No puede ser»
—Vaya. Creí que sería más difícil de encontrar—El aire de decepción en mí, resulta bastante evidente para la chica. Ella me sigue observando algo atónita, y me giro para mirarla hecha una gelatina a mis espaldas. No obstante, parece tomar gran valor, antes de hacer el ademán de hablar. Lo que me es inevitable no sentir el interés en ello.
—Usted... no debería de entrar ahí—Advierte. Algo que me hace fruncir el ceño ante esa limitación, que está más que claro que voy a ignorar—A la señorita Kagome no le gusta que la molesten—Sonrío. Ella no sabe que no me importa en lo absoluto, lo que le moleste a la "señorita".
—Gracias linda. Pero no deberías de preocuparte por lo que suceda allá dentro—Respondo severo. Sin poder contener el tinte maligno de mi voz, que logra removerla ante la sensación de vergüenza. Le sonrió descaradamente antes de posar mis labios contra los suyos en un casto beso. Beso que no me apasiona, pero que logra sonrojarla, al punto de ni siquiera corresponderme por el impacto que recibió. De hecho, las cajas que sostenía se le resbalaron de las manos, y cayeron al suelo desparramando todo tipo de accesorios de peluquería. Seguramente en la vida había besado a alguien, y creo que ahora mismo le he hecho un gran favor. Mi lengua se adentra en su boca en el momento en que se separa para tomar algo de aire. La controlo, y la muevo justo hasta que sus piernas se derritan como lo están haciendo ahora. Y si no fuera por esta falda espantosa, le hubiese metido la mano para comprobar su humedad. Tal vez si echo un polvo con ella, se me quite este agrio malestar que tiene el nombre de cierta pelinegra que no abandona mi cabeza. Me separo al instante «¡Joder!» No puedo dejarme llevar por estos tontos impulsos.
Siento un ligero temblor y palpitar frente a mi. La chica ni siquiera a abierto los ojos, como si se encontrara anonadada por este pequeño desliz de mi parte. Frunzo el ceño «¿Por qué le da tan fuerte a la chica? Era solo un beso» De repente ella me causa bastante repugnancia. Y ni siquiera me despido cuando me alejo de su persona. Situándome justo en la puerta que aguarda en la pared opuesta a nosotros.
—¡Por Kami...!—Sonrío. Viendo como exclama la joven sonrojada, que se lleva una mano hacia sus labios al momento de recoger las cajas caídas y todo su contenido con algo de torpeza. Posteriormente, huye por el resto del pasillo como si le quemara mi presencia «Esa ya cayó» Me dije, sin perder el tono engreído en la afirmación.
Ahora. Que mi actitud se manifieste algo relajada, no significa que lo esté. De hecho, estoy furioso. Me siento impotente. Me siento burlado. Porque ella; La mujer que desapareció misteriosamente por un tonto berrinche juvenil, hizo que me planteara durante bastantes años la verdadera razón de su huída. Me conocía perfectamente como para actuar de esa manera, por eso aún no lo consiento. Sin embargo, no voy a dejar las cosas así. Ella pagará, aunque sea a mi modo. Y no me interesa el hecho de que hayan transcurrido mucho más de diez años. Respiro profundo. Mi rostro se mantiene cerrado al momento de tirar de la perilla de la puerta. La abro lentamente. Dejando que la luz tenue me ilumine.
La habitación que se muestra es bastante simple. Con increíble contraste en comparación a el pasillo oscuro, debido al toque femenino tan característico de las mujeres. Habían lámparas incandescentes iluminando el pequeño cuarto. Y en su centro, reinaba un sofá acolchonado colmado de ropa y otro montón de objetos, que supongo, no caben en la mesita abarrotada con cosas de maquillaje, y otras cosas a las que ni siquiera les puse atención. Un aroma sutil acarició mi nariz al momento de introducirme. Recalcando la dolorosa erección que nuevamente logra ser visible en mi pantalones. Cierro la puerta que me permite quedarme a solas con mi objetivo. No deseaba que nadie más nos interrumpiera en esta conversación pendiente, que llevo esperando durante años.
—Sango, déjame sola—Suelta de repente. Con una voz demasiado fría, que por momentos me hizo dudar si me había equivocado de azabache. Ignoré el hecho de que me hubiese confundido con esa arpía que tiene como amiga. Esperaba que fuera de ese tipo de amistades que con el paso de los años le hacen mierdas a los demás. Por desgracia, esa mujer resultó ser más fiel de lo que me esperaba. De hecho, se convirtió en su cómplice «¡Esa perra...!». Voltee la mirada, centrando mis pensamientos en lo que realmente era importante. En aquella mujer con rizos oscuros que relucía en medio de todo ese desorden. Sofocada, y tal vez hasta algo asustada. No tengo idea. Pero probablemente se deba a esa interesante conversación que mantiene por teléfono. Donde ni siquiera se mueve, o emite algún otro sonido. Y puede que haya recibido alguna noticia poco agradable. Sonrío.
—Mira que eres escurridiza—Su cuerpo se tensa al momento de haber soltado esas palabras. Es una magnífica señal. Porque incluso, puedo saborear el asombro entremezclado con el miedo evidente de sus respiraciones desenfrenadas—Te confieso que este lugar es horrible—Me paseo por la pequeña habitación. Rodeándola lentamente para disfrutar a plenitud este pequeño momento de satisfacción. Ella tan solo expulsa el aire retenido en su pecho. Y la mano que sostenía su móvil comienza a tener un tic nervioso, temblando débilmente—Fuiste muy inteligente en esconderte en este sitio. Me conoces mejor de lo que pensaba.
Me tomo el atrevimiento de observarla bajo la luz amarillenta. Su cabello se ha tornado más espeso y sedoso. Más fuerte y largo. Tal cual soga resistente. Con un brillo natural, que me hace querer sentirlo enroscado en la palma de mis manos. Tirando. Apretando. Jaloneando. Aquel baile frenético tan salvaje, que logra acoplarse perfectamente con el ritmo que marcan las embestidas.
—Aunque. Sabes perfectamente, que tú jamás podrás escapar de mi Kagome—Me ubico tras su espalda. Tras ese cuerpo diminuto, que no había adquirido mayor tamaño en todos el tiempo en que la perdí de vista. Se estremece completamente en cuanto mis manos logran acariciarle los hombros desnudos. Sintiendo el pequeño éxtasis que me recorre, y me incita a rasgarle la ropa, para tomarla como quiero justo en ese lugar. «Calma» Me digo. Encantado de verla tan sumisa frente a mi. Tan dócil. Tan pequeña. Tan apacible. Sé que la mitad de sus reacciones se deben al shock del momento. Mi visita no supone nada grato para ella, y la verdad, no me interesa como es que pueda estarse sintiendo respecto a eso.
Me lo confirma aquel estruendo que resonó en el suelo. Su teléfono había caído. Rompiéndose como algo viejo. Como algo inservible y de cristal. Eso me hizo alzar la vista con ambas cejas encarnadas por su acción. Porque al parecer, aquella mujer al fin había decidido dejar de lado a su cobardía.
—Inuyasha—Pronunció débilmente. Con aquel timbre fino de su voz, que se quebraba para tornarse más recio al conectar con mis ojos. Intentaba estúpidamente aparentar indiferencia frente a mí. No obstante, sus reacciones me delatan todo su miedo; Un ligero sonrojo que se tiñe sobre sus mejillas cuando mis orbes la detallan. Tan brillantes como el oro. Convirtiéndola en su centro de atención. La conozco bien. Y me encanta que no haya abandonado la dulce costumbre que la toma, al ser atacada con este tipo de reacciones fuertes. Haciendo de su cara en un mar de expresiones rojizas. Me acerco a ella con más seguridad. Sin dejarla de repasar con tal de que mi cabeza no se olvidara de recrear su imagen.
—¿Qué sucede? Tal parece que hubieses visto a un fantasma—La pincho. Logrando que se remueva algo incómoda por mi presencia. Luego suspira. Desviando la mirada a otra parte con tal de escapar de mí.
—No esperaba verte—Se recompone enseguida, y frunzo la mirada. Me observa directamente, para encontrar dentro de sus ojos una gran seriedad, que antes no se percibía en el iris oscuro. Confirmando que ha perdido la inocencia, que solía tener aquella chica universitaria. Se aleja de mi. Intentando buscar su propio aire.
—Yo tampoco esperaba encontrarte aquí—Lanzo. Sin dejar pasar cada gesto, y cada acción de su persona. Sin evitar que el sarcasmo abandone mis labios, en cuanto aparta otra vez mirada—Linda presentación, por cierto—Esbocé una sonrisa ladina. Tomándome el atrevimiento de tocar su cabello, que desde hace bastante rato estaba llamándome la atención. Agarrando un buen puñado, que me tentaba a tirar con fuerza para tenerla a mi merced.
—Inuyasha ¿Qué haces aquí?—Me suelta de repente. Haciendo a un lado la mano que acariciaba las hebras de su pelo como si la enfermara. Como predije, no parece muy feliz de verme. Su ceño se encuentra igual de fruncido que el mío. Tal vez, hasta algo molesto. Y me resulta curioso que me dé este tipo de miradas cuando no se caracteriza por ser de esa manera. Me morfo.
—¡Keh! ¿Por qué esa cara? ¿Acaso no te alegra verme?—Otra vez está presente el tono sarcástico de mi voz. Y a pesar de sonreírle, le hago saber que estoy muy enfadado. Se relame los labios inconscientemente. Carnosos y rosáceos. Que hacen que me sienta mucho más ansioso por hacerle pagar.
—¿Qué quieres?—Fue directa al punto. Provocando que una de mis cejas se alzara ante tal severidad por su parte. Me encojo de hombros.
—Creo que tenemos mucho de lo que hablar—La miro directamente. No es tonta. Sabe muy bien a que tipo de conversación me estoy refiriendo. Eso pronuncia más el enfadado en sus ojos. Dedicándome una mirada, digna de haber cometido una tonta imprudencia.
—Pues yo no tengo nada para decirte—Me empieza a molestar esa sequedad en su trato. Me enfurece. Me hace querer estamparla contra el suelo, para hacerla mía todas las veces que se me vengan en gana. Para enseñarle su lugar. No obstante, mis fantasías con toques de agresión mueren con su próximo gesto. Levantando aquella mirada achocolatada, hasta colocarse justo a mi altura—Y ya que no hay temas pendientes, por favor, te pido que te retires.
Asiento. Completamente encabronado con esta maldita mezquina «Con que ahora me sale con esas»
—Ya veo ¿La niña al fin ha madurado, verdad?—Me morfo. Haciendo que las palabras me brotaran solas y sin recato alguno—Kagome. No te hagas la dura conmigo. Tú y yo bien sabemos lo que ocurrió entre ambos—Mi mandíbula se tensa. Sintiendo el instante como algo que se va llenando en mi interior, en busca de encontrar el estallido. La pelinegra solo suspira frente a mi. Sin perder la compostura que sorprendentemente mantiene, en vez de su explosivo comportamiento.
—Las cosas han cambiado—Mencionó ella. Con un tono de voz totalmente frío, como si hubiese absorbido a un témpano de hielo—De hecho ¿Cómo me encontraste?—Interroga. Uniendo ambas cejas en aquel gesto tan hostil, que me hace fulminarla con la mirada.
—Mira que hay que ser descarada como para hablar así, cuando te marchaste por una tonta exageración—No dejo de mirarla con seriedad. Necesito que sienta todo el coraje que tengo acumulado desde adentro. Pasa una mano por su cabeza. Incómoda, por mi tono de voz amargo e hiriente.
—No voy a darte explicaciones de mis actos, si es lo que viniste a buscar. No vayas a actuar como un idiota ahora, cuando ya estamos bastante mayorcitos los dos como para eso—Pincha. Mirándome fijamente—Tú bien sabes lo que hiciste. Así que es mejor que te vayas, y te regreses a Tokio, o a cualquier parte del mundo de donde sea que hayas venido—Me da la espalda, quedando de pie frente al tocador. La veo quitarse los pendientes con asombrosa agilidad, y sutileza a la vez. Camino hasta ella. Logrando tensarla cuando me sitúo justo detrás. Para que sus ojos se encuentren con mi maligna sonrisa, a través del cristal en el espejo.
—Entonces, sí sabes que vengo a buscar respuestas—Afirmo. Logrando que se remueva y apresurara la tarea de "desarreglarase", que tenía para disimular hace un momento—¿Qué diablos escondes Kagome?—Decido hablarle claramente. Pegadito a ella. Para que no tenga más ninguna otra opción que no sea la de contestarme. Claro, si no termino haciéndole otras cosas en esta misma posición. De todas formas, mi reciente incógnita logra inquietarla un poco más de lo que había hecho hasta ahora.
—¡Yo no estoy escondiendo nada!—Se vuelve hacia mí. Viéndome como si me culpara por todas sus desgracias—Me fui porque estaba harta de tí. Eso es todo—Me fulmina. Antes de empujarme lejos de ella, y romper a gritarme como si fuera el único modo de escapar de todas las sensaciones que la dominan—No quiero saber de tí. ¡No quiero tu maldita toxicidad alrededor de mi! ¡Por tu culpa, mi vida se convirtió en una porquería! Y no vas a destruir lo poco que he conseguido en todo este tiempo. No voy a ser la misma niñita estúpida de antes. No ahora—Me mira con rabia. Y hago una pequeña mueca de repulsión con sus palabras. Las cuales escupe con total desagrado. Me señala—Si viniste hasta aquí para convertirme en tu maldito entretenimiento, pues lamento decirte que no estoy interesada. Y no sé cómo diablos me encontraste ¡Pero no estoy dispuesta a seguirle la rima a tus tontos juegos!
«Ah no. Si cree que esto va a terminar aquí, pues se equivoca» Si cree que puede gritarme, y pensar que voy a quedarme callado también se equivoca. El tono carmín que la colma se ha oscurecido gracias a su enfadado. Respira como toro en medio de la arena. Agitada, con los puños de sus manos, apretados a cada lado de sus laterales. Y la mandíbula tensa, para hacer notar esa pequeña arruguita entre sus cejas y su nariz, que siempre se le forma cada que se encuentra en este estado. Asiento para mí. A punto de lanzarle mis propias dagas.
—Las casualidades existen. Y si estoy aquí, no significa presisamente que te estuviese buscando. Sino, porque para tu desgracia, soy el maldito que dirige a los ejecutivos que tanto quieren en este horrible lugar—Le sonrío. Siendo el mayor testigo de su rostro de incredulidad. Luce como si fuera a morirse en estos instantes. Sus ojos cafés se abren tanto, que tal parece que van a salirse de sus orbitas.
—No—Me niega. Como si no le creyera a mis palabras que vuelven a tomarla por sorpresa—¡No es cierto!—Por momentos su rostro insufrible decae, y miro como vuelve a respirar con dificultad otra vez ¿Como es posible que actúe así, después de todo lo que pasó entre ambos? ¿Tanto me odia? ¿Tan malo fue aquello, como para mostrarme esta indiferencia?. Bueno. Puede que se me haya pasado un poco la mano. Pero aún así, no puedo evitar contraer más el rostro, y sentirme irritado en cantidades mayores. Estoy decepcionado, y muy ofendido. Porque no lo entiendo. No sé que tanto pudo haberla afectado como para afirmar con todas sus letras que le arruiné completamente la vida.
—¡Mamá!—La puerta se abre. Y soy nuevamente empujado, cuando un pequeño cuerpo impacta contra Kagome. Se lanza a abrazarla de tal modo, que casi caen al suelo. No obstante, sus palabras me detienen. Me dejan totalmente petrificado en mi lugar. Y solo entonces, vuelvo a ubicar el rostro de la mujer con una expresión mucho más diferente. De repente ella me mira como si hubiese cometido un horrible error. Como si su porte sereno y aparentemente tranquilo se hubiese desvanecido en ese mismo momento. Sus pupilas titilaban de un lado a otro con rapidez. Y el impacto era tan grande, que incluso las manos le temblaban cuando intentaban corresponder a el abrazo de la adolescente. Logrando que ahora, me sienta un completo imbécil. Porque sabía que las vidas de ambos estaban transcurriendo de manera independiente. Pero jamás pensé. Jamás pude creer, que Kagome sería... madre.
«Madre» Poso mis ojos en la jovencita. La escaneo con lentitud; Bajita, desaliñada, y mal educada. Que ni siquiera se fijó en mí, al momento de ingresar en el camerino. Además, no paraba de felicitar a Kagome por su presentación. Teniendo una sonrisa demasiado viva, que reflejaba en su mirada todo su brillo y su energía. «Esa mirada» Contraigo más el rostro. Sin evitar fijarme en ella, y notar algo, que hace resonar desde mi pecho un gran latido electrificante. Desvaneciendo toda mi actitud sarcástica y maligna. Y reduciéndome, a una tonta expresión de idiota. Porque sus ojos, esas dos orbes infinitas; Eran tan doradas como las mías.
—¡Apartese!—Recuerdo. Empuñando mis manos con este reciente enojo. Ella es la chica que ví en la tarde. Aquella que desapareció como un rayo, tras el tremendo empujón que me dió.
—¡Mamá lo hiciste de maravilla!—La joven azabache comienza a relatar. Su madre la miraba algo inquieta. Intentando desviar su enfoque hacia otra parte—¡Towa y Setsuna intentaron pararme porque iba a gritar tu nombre por todo lo alto!—No dejaba de sonreírle abiertamente. Más yo no podía hacer otra cosa que no fuera repasarla. Despacio. Para luego posar mi vista, en la mujer que temblaba con cierta nerviosidad. Que me miraba con sorpresa. Ignorando todo el discurso alentador de su hija, y concentrada solamente en mi expresión. Es posible, que deba estar leyendo con lucidez cada pensamiento crudo que se atraviesa por mi mente.
«¡Ella...! ¡Maldición, no lo quiero ni pensar!» La miro furioso. Notando el temor dentro de sí, mientras que mis ojos no la abandonan.
—¿Mamá, estás bien?—Pregunta la joven que seguramente ronde los catorce, o los quince años de edad. De repente parece algo extrañada por la reacción de la mujer, que no deja de mirarme sin siquiera pestañear. Provoca que ella también frunza su rostro, en una completa expresión de duda. Y luego, se voltea hacia mí con asombrosa seriedad. Contrastando perfectamente con su entusiasmo de hace un momento—¿Quién diablos es él?—Inquiere con brusquedad. Haciendo que mire a su hija, que me demuestra tremendo aire de orgullosa y altanera. Observándome como si yo fuera porquería—¡Oye! ¿Acaso no sabes que no puedes entrar aquí?—Señala de muy mala manera. Parece una chiquilla bastante desconfiada. No obstante, me sorprende un poco esa actitud «Esta chica tiene carácter».
—Moroha—Kagome interviene con un débil susurro. Es perceptible el regaño en su tono de voz—Él es uno de los ejecutivos—Evita mirarme a los ojos «¿Pero qué mierdas sucede aquí?» Ni siquiera puede mirar a su hija. Algo que me deja mucho de qué pensar.
—Mmh... Pues no lo parece—Recalca la chica con cierto tono de recelo. Mirándome de pies a cabeza con total desagrado. Voltea nuevamente su cara como si yo no estuviera presente. Sin el menor rastro de respeto alguno «¡Pedazo de mocosa!» Doy un gruñido por su osadía. Viéndola analizar la actitud desconcertada de su mamá. Debe estar tan extrañada como mismo lo estoy yo. Entonces. La puerta nuevamente vuelve a abrirse. Dando un fuerte portazo, que milagrosamente no la rompe.
—¡Moroha no...!—Sango hace su aparición con un grito de alarma. Nos mira a todos detenidamente, y luego suspira. Dejando que una gota azul se resbale por su cabeza—Oh mierda. Ya valió madre esto—Se muerde su labio cuando Kagome le alza la mirada. Y observo a la castaña algo fruncido también. Armando las piezas del puzzle que poco a poco van encajando en mi cabeza. Sin embargo, decido mantener mi anterior postura.
—Sango. Es bueno verte otra vez—Le sonrío. Haciendo hincapié en nuestro encuentro anterior. Sé cuanto le molesta que la pinche. Más me divierte verla con la mirada endurecida. Tan hostil, como siempre acostumbra a tratarme.
—Inuyasha—Me dice ella secamente. Sin quitarme la mirada llena de cólera, antes de volverse hacia su amiga con total preocupación. «Son tan evidentes»
—Esperen... ¿Ustedes ya se conocían?—Señala la adolescente completamente confusa. De hecho, es la única de nosotros que no siente toda la tensión acumulada.
—Moroha nosotros...—Kagome se dirige a ella. Atreviéndose a hablar alzándole su rostro. No parece saber que contestar con seguridad. Cosa que esta niña tampoco deja pasar por alto.
—Somos viejos conocidos—Decido interrumpirla. Sin perder el tono sarcástico que es digno de la frase—De la universidad ¿Cierto?—Le sonrío. Para que me mire con ese odio que es perceptible en sus orbes de chocolate.
—Si. Hace mucho tiempo que no lo veía—Finalmente me sigue la rima. Con la voz hecha casi un susurro, y la cabeza inclinada levemente hasta sus pies. Sonrío en mi interior. No creo que intente contradecirme, ya que no debe tener argumentos creíbles para aportar. La joven nos ve con algo de desconfianza. Sus ojos se muestran entrecerrados. Posando primeramente su mirada en Kagome, antes de que vuelva a enfocarse otra vez en mí. No puedo evitar hacerle lo mismo. Observándola directamente a sus cuencas de oro. A ese color tan brillante que posee, y que resulta demasiado llamativo para mí. Remueve una sensación en mi pecho, que no sé muy bien como identificar.
—Entiendo. Eso explica porqué no lo conocía. Mi madre no suele tener demasiadas amistades—Añade. Un dato que me resulta bastante interesante, y peculiar en Kagome.
—Ya veo—Asiento. Esta vez, sin perder de vista las acciones de su madre. Que se pone mucho más rígida e incómoda con mi mirada sobre ella. Tampoco dejo de analizar a la chica. Muy detenidamente. Y me es bastante notable el parentesco mutuo entre las dos. No obstante, hay ciertos rasgos en su rostro que me inquietan. Me inquietan bastante.
—Moroha ¿Podrías salir un momento?—De repente Kagome le pide. Viéndome, como si nosotros tuviésemos que entablar otro tipo de conversación. No sé muy bien que quiere darme a pensar con eso. Sin embargo, yo también siento que hay algo pendiente que solucionar. Me sorprende enormemente que fuera ella quien tomara la iniciativa. Más su hija contrae sus facciones. Se nota por su expresión, de que no le agradó para nada lo que acaba de escuchar.
—¿Y por qué?—Le reclama. Con una seguridad que sin duda cala hondo en mi pecho «¿Pero qué me pasa?» Me regaño. No puedo sentir empatía por las acciones de esta niña. Decido volver a centrarme en la azabache. En aquella que se siente acorralada, y que observa a su amiga castaña como si se estuvieran hablando por telepatía.
—¡Solo no molestes a tu madre y vámonos!—Sango toma a la mocosa del brazo. Y Kagome suelta una gran ráfaga de aire, cuando ambas están a punto de retirarse de la habitación—¡Maldición! ¡Te advertí que no vinieras!—Regaña la morena. A punto de perder los estribos con la pequeña azabache.
—¡¿Pero, qué tiene de malo?!—Inquiere ella con algo de molestia e inconformidad—¡Oye suéltame!—Maldice. Escuchándose otro montón de quejas por parte de la chiquilla, justo cuando la puerta se cierra. Y finalmente, vuelvo a quedarme a solas con la mujer que mira hacia algún punto perdido en la habitación. Me da la sensación de que ha sido descubierta. Que he visto a su mayor secreto postrado frente a mí hace unos pocos minutos. Más enfurezco «¿Por qué? ¿Cuál es tanto su misterio?» Necesito dejarla hablar. Ya que, si resulta ser lo que me estoy imaginando ahora mismo, entonces voy a explotar. Y no de una buena manera.
—Así que... eres madre—Solté. Rompiendo el silencio hostigador y sepulcral que nos rodea. Ella suspira algo tensa en cuanto entiende que aún permanezco con ella. Tratando de buscar alguna especie de explicación, sobre esto que acabo de presenciar en mis propias narices.
—La tuve tiempo después de haberme ido de Tokio—Pasó una mano sobre su cabeza, respirando profundamente—Fue un estúpido ligue que no resultó, y el bastardo terminó yéndose. Dejándome sola y embarazada—La observo volver a desviar la mirada. No sé si creerme o no sus palabras, debido a que me huelo el deje de la mentira en su voz. Me inclino más por ello. Se oye desesperada. Y siento que me dice lo primero que se le ocurre.
—Ya—Eso es todo lo que digo en cuanto a su mediocre relato.
—¿Ahora entiendes por qué no te quiero otra vez en mi vida?—Añadió. Mirándome a los ojos como si tratara de hacerme sentir una tonta compasión—Si mi hija sale perjudicada por tu culpa, entonces, jamás podré pérdonartelo Inuyasha—Amenaza. Con mucha más seriedad de la que me ha estado demostrando hasta ahora. Y suspiro. A estas alturas yo también creo que debería marcharme. Después de esto, siento que mi presencia aquí es totalmente innecesaria. Ella ya no es la misma Kagome que conocí. No obstante, algo más me inquieta. Y antes de irme quiero hacérselo saber.
—Kagome—Sus rodillas tiemblan al oír el tono oscuro que adquirió mi voz al pronunciar su nombre—Tengo una ligera molestia carcomiendo mi mente ahora mismo—Me acerco con lentitud, y ella se remueve, tratando de evitar la mirada sardónica que la recorre de pies a cabeza—Y espero que lo que estoy pensando ahora mismo, tan solo sea un delirio de mi parte—La fulmino. Convirtiendo su mirada en una mucho más temerosa. Y maldigo cada una de sus acciones, que cada vez más, me hacen seguir sospechando de su dizque historia.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que vas a hacer?—Me reta, intentado parecer más fuerte de lo que realmente es. La miro a los ojos. En una mirada con tanta seriedad que la hace guardar silencio. Una mirada de advertencia que solo la hace callar en su lugar.
—Yo no voy a hacer nada—Me encojo de hombros. Y ella pega un respingo cuando me inclino sobre su rostro. Susurrando muy despacio sobre su cuello, para ascender muy lentamente hasta su oreja—Solo digo... que espero que tu cuento no sea falso—Endurezco la voz—Porque sin duda, quién no te lo va a perdonar jamás, soy yo—Le devuelvo la amenaza. Percibiendo como su cuerpo entero se remueve, y retrocede un paso hacia atrás. No puedo evitar sonreír ante tal actitud. Sé que hay algo que aún no me ha contado. Algo que convierte su actuar en la prueba suficiente para confirmarlo.
—Esta no va a ser nuestra última conversación Kagome—Me alejo de ella. Acercándome hacia la puerta para hacer el ademán de marcharme—Ten por seguro que voy a quedarme por un tiempo más en el pueblo—Añado. Y la miro otra vez. Siendo el causante de todo el pánico que es perceptible en su rostro—Hasta entonces—Salgo de ahí. Dejando que la mujer se resbale lentamente hacia el suelo. Congelada y asustada. Aunque seré claro, no me he creído ni una sola palabra de las que dijo anteriormente. El tonto cuento del ligue se puede ir a la mierda. Ella sabe muy bien que no soy idiota, y que ese tipo de cosas no funcionan conmigo. No soy un maldito crío al que puede manipular. ¿Entonces, por qué me mintió? ¿Por qué teme? ¿Por qué estaba nerviosa? Cuando la ví por primera vez bailando sobre ese escenario, solamente quería follarla. Quería explicaciones de su huida. Quería encontrar una maldita respuesta. No obstante, ahora; Ahora quiero saber otra cosa mucho peor.
—¡¿Te encontraste con Kagome?!—La voz de Miroku parece demasiado asombrada. No me pude resistir a llamar a este idiota, en cuanto regreso al pequeño hospedaje en donde me establezco. Le hablo sobretodo, ya que según él, Kagome no había vuelto a darles señales de vida en todos estos años de mi ausencia. También, porque me dijo que la estuvo buscando durante muchos meces. Rindiéndose, puesto que nunca la encontró. Sin embargo, no lo culpo. Porque al final tuvimos que depender de una casualidad para llegar a dar con ella.
—Siempre estuvo escondida en estas montañas—Afirmo. Alzando el vaso de licor fuerte otra vez hasta a mis labios. La brisa nocturna mece los mechones grises de mi cabello plateado. Estoy en un pequeño portal con vista al lago. Inclinado sobre la baranda de mármol que me impide caer hacia el vacío. Escucho un pequeño suspiro por parte de Miroku. Y no sé sinceramente como tomarme ese ligero gesto. De seguro, está igual de sorprendido como lo estoy yo.
—No sé muy bien que decir—Respondió tras el breve silencio—Sabes que no volví a saber de ella desde la última vez que la vimos—Se justifica. Recordando con pesar aquel último momento. Luego, se apresura a añadir con el tono de preocupación tan típico de su persona—¿A cambiado mucho? ¿Sigue siendo tan pacífica como acostumbraba?
Miro hacia el cielo. Con el recuerdo latente de la mujer azabache, asaltándome de flechazo. «Ella está cambiada, en todos sus aspectos» Y para ser sincero, me sorprendió bastante reencontrarme con esta nueva versión de su persona. Con esta mujer, que no se parece en nada a la ingenua jovencita que fue en un pasado.
—Ya lo verás por tí mismo cuando vengas—Me limito a responderle solo eso. No obstante, Miroku no parece del todo convencido con mi comentario.
—Inuyasha ¿Sucede algo más?—Preguntó con evidente interés. De hecho, le ponía cierto ahínco a su curiosidad, como si se esperara otro tipo de información relevante por mi parte—¿Acaso hablaste con ella? ¿Discutieron?—Intuye. Y debo decir que debía de esperarme este tipo de interrogatorios en él.
—Si. Lo hicimos—Bebo más del licor. Aquel que se fue convirtiendo en una especie de calmante, para toda la impotencia que albergo ahora mismo en mi interior. Tomo algo de aire antes de continuar. A punto de contarle lo otro—También descubrí que tuvo una hija tras dejarme—Revelo con calma. Provocando una notable sorpresa en Miroku. Que exclama en voz alta, como si no me creyera en lo reciente escuchado. Me doy otro trago.
—¡¿Una hija?!—Siento una especie de maldición en voz baja. Cosa que me extraña. Aunque decido no hacerle demasiado caso a sus reacciones notoriamente efusivas—Vaya, eso es algo... bastante interesante ¿Qué piensas sobre eso, Inuyasha?
—¿Yo?—Me morfo. Encogiéndome de hombros, a pesar de saber que él no me está viendo en lo absoluto—No pienso en nada relevante, Miroku. Soy consiente de que han pasado más de Diez años, y que de alguna manera cada uno tomó su propio rumbo—Vuelvo a beber. Sin contradecir en lo dicho. Miroku suspira al entender mi punto. Alegando que es el comentario más "maduro" que me ha escuchado desde mi regreso—Aún así. Necesito que me ayudes a averiguar algo—Añado. Entornando la mirada hacia los árboles, que se proyectaban como siluetas oscuras en los alrededores.
Siento un bufido tenso tras la línea.
—Inuyasha ¿En qué diablos estás pensando?—Acusa. Con aquel tono interrogante, que usa previamente antes de darme sermones. Sonrío.
—Cuando vengas te diré los detalles—Vuelvo a reservarme los próximos diálogos. No es algo que me apetezca para charlar por teléfono. Y sé que debe de resultar muy frustrante para mi amigo, que suspira nuevamente como prueba de ello.
—Vale. Pero ten cuidado con lo que sea que estés planeando. Ya jodiste la situación una vez ¿Lo recuerdas?—Pongo los ojos en blanco. Sabía yo que me iba a sermonear en algún momento.
—Eso no importa ahora. Solamente quiero estar seguro de algo. Eso es todo—Aclaro. Sintiéndome un poco hostigado con el rumbo que iba a tomar la conversación. No obstante, Miroku no se calla en lo absoluto.
—¿Y después?—Inquiere. Sin saber exactamente todo lo que desencadena esa pregunta. Me hace volver a sonreír de esa manera tan maligna que me caracteriza.
—¿Después?—Suspiro. Inclinando mi cuerpo nuevamente en el barandal—Pues... Si resulta que lo que estoy pensando es cierto, entonces, después ella pagará las consecuencias—Mi mirada se oscurece. Tanto que es imperceptible el destello ambarino dentro de mis orbes. Tanto, que me hace esbozar una mueca morbosa de pensar en todo lo que quiero hacerle a esa maldita. Que lamentará haber provocado mi ira, si al final mis teorías no se equivocan. Porque no quiero ni imaginarme lo que pienso. No quiero ni sopesar, que ella cometió tal atrocidad a mis espaldas. Y ni siquiera las promesas de ida de Miroku conseguirán hacerme entrar en razón. No hay excusa alguna que le dé respuesta a mi mente, que no sea aquello que la carcome. Sobretodo, cuando ese par de ojos dorados vuelven a viajar con furia a mi cabeza. Acababan de convertirse en la razón de mi tormento.
«Con que Moroha»
...
Nota de Autor: Otra vez les traigo un capítulo más de mi historia. Espero sinceramente que les haya gustado a todos ustedes.
¿Cómo se sintieron? ¿Qué opinan de Inuyasha? ¿De Kagome? ¿De Moroha? ¿Qué piensan del primerísimo y corto encuentro cara a cara de estos tres personajes? ¿Les está gustando la historia?
Lamento hacerles esperar. Y ojalá que al final haya valido la pena toda su paciencia. Gracias también por comentar. Que sepan que su opinión para mí es importante. Me impulsan a seguir compartiendo más capitulos.
Atte: La Kamila.
