CAPITULO 9

Me despertó un murmullo al otro lado del muro. Al principio fue un sonido casi imperceptible, y por un momento creí que había sido un producto de mi imaginación, pero poco a poco fue cogiendo más y más fuerza y entonces lo distinguí: eran gruñidos; gruñidos que si no me equivocaba... pertenecían a InuYasha.

—¿InuYasha?— inquirí titubeante, desprendiéndome de los últimos resquicios de sueño.

No me contestó.

Me incorporé sobre el camastro y frunciendo el ceño, me quedé mirando el muro de piedra que nos separaba. Los sonidos que provenían desde el otro lado cada vez iban incrementándose más y más, como si no pudiera quedarse quieto.

—InuYasha, ¿qué te pasa?

No sabía qué me ponía más nerviosa: si el no saber qué lo tenía así o el simple hecho de que no me contestase. ¿O es que no podía hacerlo?

Me puse en pie con la intención de acercarme a la pared que nos separaba, a ver si al disminuir la distancia entre nosotros él podría oírme más fácilmente. Aunque juraría que dijo que sus oídos de medio demonios captaban mucho mejor los sonidos que los de un humano. Si yo le oía bien, él debería hacerlo también conmigo.

—InuYa-

—Kagome— habló, y su voz sonó grave, profunda... tensa —no te muevas, por favor.

Me quedé paralizada en el sitio, con solo una pierna extendida para ponerme en pie. Lentamente la retraje a mi, como si ese simple gesto también estuviera prohibido.

—InuYasha, ¿estás bien? ¿Qué te pasa?

—Estoy bien.

Sonaba todo lo contrario a bien, si el jadeo que escuchaba de su parte se consideraba un indicio de algo.

Apreté los labios, con miles de preguntas amontonándose en mi cabeza, cada una de ellas pugnado por escapar de mis labios. El silencio se extendió por un momento, luego otro, y otro más, y con cada segundo que pasaba, iba sintiéndolo más alterado. Aún sin verlo, me lo imaginaba respirando agitado, moviéndose de un lado a otro...

De pronto, oí un gemido. Un gemido bajo, profundo... y de dolor.

¿Qué estaba pasando?

—¿InuYasha?— me incorporé súbitamente.

—¡Joder, Kagome, te he dicho que no te muevas!

¡¿Cómo podía pedirme eso?! ¡Estaba preocupada! ¡No podía simplemente decirlo y esperar que acatara sus órdenes sin mas!

—¡Pues dime algo, carajo!— gruñí; la soez palabra deslizándose con aparente naturalidad por mis labios.

Si mi madre me hubiera escuchado... Dejé el pensamiento colgado, decidida y centrada por completo en el presente; en el testarudo y cerrado medio demonio que no dejaba de gruñir de dolor.

—Solo... no lo hagas, por favor. Lo estás haciendo peor— dijo de mala gana, con voz entrecortada. Parecía sufrir por soltar cada una de ellas.

—¿Pero por qué? ¿Qué te pasa? ¿Qué te duele?

—Na-

InuYasha.

—¡Todo, mierda!— exclamó con voz grave— Me duele todo el cuerpo; y no sé por qué carajos está ocurriendo. Me palpita todo, y solo tengo ganas de... de... no lo sé. Solo estoy seguro de algo: si te mueves, tu aroma se desprende... y... y... el dolor aumenta — gruñó de nuevo.

¿Mi aroma? ¿Qué tenía que ver mi aroma con todo esto? ¿Por qué olerme le hacía daño?

Pero si lo que decía es cierto, lo último que deseaba es que sufriera por mi culpa, así que me convertí en estatua pensante.

Lo escuché soltar una carcajada seca; aunque fue más bien una exhalación fuerte del aire en sus pulmones entre agitadas respiraciones.

—Puedes respirar, humana.

Expiré el aire que no sabía que estaba conteniendo y sonreí levemente.

—Menos mal.

El tiempo se dilató y fui consciente de cada segundo que pasaba. InuYasha siguió agitado y dolorido, cada cierto tiempo gruñendo por lo bajo como si le viniera un ramalazo de dolor y con la respiración aumentando y disminuyendo de velocidad conforme, suponía, las pulsaciones en el cuerpo se iban sucediendo. Sintiéndome profundamente inútil y más atrapada que nunca, mi mente viajó a uno de mis lugares seguros.

El mundo he de cambiar

para ir a un mundo ideal...

Lo escuché inspirar hondo y me callé súbitamente.

Quizás el movimiento de mi boca también...

—Por favor, sigue.

Me fue imposible no rememorar la primera interacción que tuvimos. Cuando también me pidió que siguiera cantando, y sonreí. Me gustó la sensación de poder ayudarle, aunque incomprensiblemente también fuera mi culpa.

Continué la canción, con la letra que conocía y, de nuevo, inventándome las partes que se me olvidaban. Ya no importaba. Lo único que quería era seguir cantando. Ayudarle de alguna manera, aunque fuera con un gesto tan nimio como este.

Ninguno de los dos volvió a intentar iniciar una conversación, y yo mucho menos moverme, en lo que quedaba de la noche.

·

·

Palabras: 797


Je je je... ¿entendéis ya qué está pasando?