CAPÍTULO 10.

Cuando nos trajeron el desayuno, hacía rato que InuYasha se había tranquilizado. Sin preocuparse por ser escuchados, oí risas por parte de nuestros carceleros, así como también murmuraciones sobre "la divertida noche que debió haber pasado esa bestia", y eso nos ratificó algo que de alguna manera ya intuíamos: lo ocurrido en las últimas horas había sido orquestado.

Le habían dado o habían hecho algo con InuYasha para que anoche se sintiera así de mal. ¿La finalidad? No lo sabía, pero la preocupación me carcomía por dentro como un enjambre de avispas asesinas.

Comimos ambos en silencio y yo contuve el impulso de preguntarle qué tal estaba, si se encontraba mejor. Las últimas tres veces que lo había hecho, la respuesta había ido decayendo de un "bien" a un gruñido molesto; en este último caso me entraron ganas de lanzarle en cara que él también había sido insistente cuando me llevaron a ver al señor de todo esto, pero como no tenía ganas de empezar una discusión y en realidad quería que descansara después de la mala noche que había pasado, permanecí callada y canturreando para mi (y para él).

Había pasado un buen rato desde la primera comida del día cuando volví a escucha la puerta de metal y pasos acercándose. Inmediatamente me erguí en el camastro y miré con atención hacia la puerta, la cual tardó exactamente dos segundos en abrirse.

—¿Qué pasa?— oí la voz de InuYasha.

Cuando entró el recién llegado, el mismo hombre que me había sacado la primera vez, apenas tuve tiempo para ponerme nerviosa antes de que viera una cinta en una de sus manos.

El corazón golpeó con fuerza en mi pecho, la esperanza de lo que eso podía significar se abría paso por mi sistema.

—Levanta.

—¿Kagome?

—¡Cállate, bestia!

—Todo está bien, InuYasha— dije, mientras hacía lo que me ordenaban. Intenté no verme muy entusiasmada, aunque siendo sincera no podía ver futuro distinto al que se había plantado en mi cabeza.

Escuchaba el golpeteo del corazón en mis oídos cuando me vi privada de la visión, aunque esta vez no me sujetaron las manos tras la espalda.

—Camina.

—¡¿Qué vais a hacer con ella?!— su voz sonó nerviosa y cercana a la puerta.

—Tranquilo, InuYasha— susurré para mi, con la esperanza de que él me escuchara.

El hombre me hizo caminar hasta que, supuse, era mi puerta. Después, un par de pasos más a la derecha y...

—Bestia, como se te ocurra hacer algo le rebano el pescuezo, ¿te enteras?

InuYasha gruñó justo al otro lado de la puerta. Sentí la mano del hombre que me sujetaba del brazo para guiarme apretar el agarre y ahogué un gemido de dolor. Todo iba a ir bien. Mis plegarias habían sido escuchadas. Todo iría bi-

—¡No!— gritó InuYasha— ¡Mierda, no! ¡No, no, no!

Su negativa me dejó descolocada por un momento, lo suficiente como para no darme cuenta de la puerta se había abierto lo suficiente como para poder empujarme dentro de la habitación. Una vez más perdí el equilibrio, mis pies se tropezaron con el aire, y me precipité hacia el suelo sin darme tiempo a reaccionar...

Unos brazos me sostuvieron en el momento que escuché el sonido de la puerta cerrándose a mi espalda.

Unos brazos que reconocí perfectamente.

—Joder, joder, joder— oí farfullar a InuYasha mientras cortaba la venda de mis ojos, supuse, con sus garras.

Apenas presté atención a su reticencia o al hecho de que volvía a estar a oscuras total en el momento que me quitó la tela; con la sensación de felicidad y alivio, me tiré a sus brazos para rodearle el cuello con fuerzas.

Cielos, hasta ahora no me había dado cuenta de cuánto había añorado su cercanía.

—Menos mal— susurré, escondiendo el rostro en su pecho. Le di la bienvenida a su aroma, llenando mis pulmones con él.

Durante un momento, InuYasha dudó; luego, me correspondió el abrazo, rodeándome la cintura para atraerme hacía él. Sentí su nariz sobre mi coronilla, un segundo, dos, entonces, de pronto, se tensó y me separó súbitamente de él, sujetándome por los hombros.

—¡Mierda! No deberías estar aquí.

Intenté no sentirme mal por sus palabras pero... Con ellas, me hacía entender que solamente fui yo la que se sintió bien en este lugar cuando estuvimos juntos. Que, después de todo, yo había sido una molestia y, aunque no fuera indiferente a mi y se preocupara... prefería tenerme a la distancia.

—Yo...— murmuré trastabillando hacia atrás. Me golpeé la espalda con la pared y tuve que contenerme para no sentarme en el suelo y esconder el rostro en mis rodillas por la vergüenza— Per-perdón, yo...

—Kagome, joder...— resopló, y lo escuché inspirar. Lo sentí acercarse a él hasta que quedar a un palmo de mi cuerpo; no me tocó, pero la energía entre nosotros chisporroteó como las llamas de una candela— No eres , ¿vale? Es todo esto. Si te dejan conmigo va a pasar algo malo.

—¿El qué?— inquirí con un jadeo.

—Tú solo...— inspiró hondo. Sentí su mano extenderse y colocar un mechón de mi cabello tras la oreja— Si te digo que te estés quieta y no te acerques a mi, prométemelo que lo harás.

—InuYasha...— un nudo se instaló en mi garganta.

—Kagome, por favor.

—Bien, lo prometo.

¿Qué estaba pasando?

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Palabras: 906


¡Parte dos!