Día 20.
Tulips
—¿Qué tal todo, hijo?
—Buenas noches, Kaede— le sonrió InuYasha afablemente a la mujer cuando esta se sentó a su lado en el patio de butacas del auditorio.
Aunque seguía sintiendo el nerviosismo recorrerle el cuerpo al encontrarse en aquel ambiente tan elegante, el traje le resultaba incómodo y la maldita-corbata no dejaba de ahogarle, sí es cierto que ya estaba mucho más calmado que la primera vez que vino. Eso podría deberse a que había ido algún que otro concierto de ella -aunque sí de muchos menos calibre que en el que se encontraba actualmente-, pero buena parte del motivo de ello era que su relación con Kagome ya no se encontraba en el aire, en ese extraño limbo en el que se habían movido durante tanto tiempo, y ahora finalmente InuYasha estaba cien por cien seguro cuando decía que Kagome lo había escogido a él, a pesar de todas las trabas que podían ponerles en el camino y lo diferente que eran sus vidas.
A pesar de la oscura y autoritaria figura de Kane por encima de ellos, detrás de ellos, a la que Kagome todavía estaba sujeta, ya que aún no había cumplido la mayoría de edad.
Sin embargo, la suerte parecía estar jugando al favor de ellos porque en los últimos tres meses -el tiempo que había pasado volando desde que InuYasha se enteró de la verdad-, la situación se había mantenido medianamente estable. Seguramente se debía a que InuYasha no había dejado ni a sol ni a sombra a Kagome cuando ambos se encontraban en la casa, alegando una repentina y desinteresada "amistad" o "relación fraternal", lo que dejaba muy poco margen de acción para el Kane, padre; ese que era tan diferente al Kane, marido o al Kane, empresario exitoso.
Kagome seguía enfrascada en sus ensayos y conciertos como si realmente no hubiera pasado nada. La única diferencia era que las mañanas, anteriormente ocupadas por las clases de instituto, ahora estaban dedicadas a las clases de piano con Myoga, y al tener los días más libres y poder dedicarle más horas que las que le destinaba antes, a menudo conseguía escaquearse de ellas temprano y se dirigía con una enorme sonrisa a recoger a InuYasha, quién también solía coger los turnos de mañana en la cafetería. Lo esperaba a que terminara con una bebida, un refresco o té, según el día; y después juntos se dirigían a casa a comer. Las tardes era un poco más de lo mismos: ensayo o concierto cuando le tocaba, a menudo aderezado por la compañía masculina cuando no tenía que trabajar de tarde y que, de alguna manera u otra, siempre conseguía distraerla de sus deberes y obligaciones.
El juego de ellos, adivina-adivina, no había caído en el olvido y para el muchacho ya era casi un reto intentar adivinarlas en el menor tiempo posible, como si tuviera que ir mejorando su marca personal con cada desafío que ella le lanzaba. Pero también a eso se había sumado otro experimento que al principio a Kagome le había hecho sentirse incómoda y temerosa del resultado; cariñosamente le apodaban el reto del mytrack, un juego de palabras derivado de soundtrack, como se denominaban las bandas sonoras de las películas. El reto en cuestión era dibujar en el imaginario una escena y Kagome debía tocara una canción que se ajustara a ella. Al principio, todas habían sido melodías provenientes de otras películas o canciones famosas, pero de un tiempo para acá, estaba soltándose un poco más y a veces conseguía sacar un pequeño fragmento improvisado.
InuYasha se sentía profundamente orgulloso de ver que los esfuerzos de la chica estaban dando sus frutos. Poco a poco, estaba dejando atrás ese marco rígido y encorsetado con el que había estado trabajando toda su vida y estaba echando ligeros vistazo al mundo que había más allá de esas cuatro paredes.
Pronto, muy pronto -en solo dos meses- llegaría el cumpleaños número dieciocho de la chica, y por fin serían libres.
Libres para ser, para estar juntos y para vivir Kagome como realmente deseara.
Libre de las garras de su adorado padre.
Tanto Kagome como InuYasha habían aguardado prácticamente conteniendo la respiración a que Kane volviera a manifestarse con respecto al tema de los estudios de Kagome en Holanda, pero, al parecer, la prestigiosa academia a la que iba a asistir Kagome era tan ilustre que las ofertas de matriculación estaban todas ocupadas, así que hasta dentro de unos meses no podría entrar en ella.
A menos que hubiera una marcha repentina, que en ese caso Kagome sería la primera en la lista de ocupante.
No obstante, Kagome se tranquilizaba a sí misma diciendo que esas cosas no solían ocurrir y antes de que obtuviera un puesto, ella ya se habría ido lejos de las garras de su padre.
Cada noche rezaba por ello.
—Así que esta vez tocan tulipanes, ¿eh?
InuYasha observó distraído el ramo que había dejado sobre su regazo y sonrió un poco avergonzado. Había cogido costumbre regalarle flores -había algo en la forma en la que se le iluminaba el rostro cuando lo veía aparecer con ellas que era imposible de contener-, y cada vez le daba flores distintas, esperando sorprenderla.
Y sí, esta vez escogió un ramo tulipanes de muchos colores.
Las flores características de Holanda.
Qué increíble ironía, ¿verdad? Hasta ese momento no se había dado cuenta.
—Qué chico más mono. Mi Heiji, que en paz descanse, en cambio, había que sacarle las cosas con tenazas— suspiró Kaede, nostálgica, pero con una tierna sonrisa en el rostro.
InuYasha se encogió de hombros, sin saber muy bien que responder ante el cumplido, pero el tema de conversación quedó en el olvido cuando las luces fueron atenuándose y poco a poco la atención de todos en la habitación cayó en el escenario.
InuYasha sintió el corazón golpear con fuerzas en el pecho. Pasaba cada vez que oía a Kagome tocar, y estaba seguro de que esa sensación de cosquilleo que le inundaba el cuerpo no dejaría de asaltarle nunca.
—Ah, qué bien, ya empieza— murmuró Kaede a su lado, acomodándose en el asiento— Tenía muchas ganas de escucharlo. Schumann siempre toca mi fibra sensible.
¿Schu-qué?
Después de tantas y tantas conversaciones con Kagome, donde ella mencionaba nombres y términos raros y que -sabía- jamás se quedarían en su mente, InuYasha había aprendido a tomarse su "ignorancia" con filosofía. No todo el mundo tenía que saber de todo, ¿no? Y Kagome le había dejado más que claro que no le importaba su desconocimiento sobre la materia, es más, tenía la molesta costumbre de reírse en sus narices cada vez que él ponía una mueca de desconcierto, aunque el mosqueo del muchacho por las burlas de ella tampoco es que durase mucho; con un par de besos de su novia era un asunto por completo olvidado.
InuYasha inspiró hondo cuando la vio adentrarse en el escenario junto a los demás músicos; ella, como piano principal, siempre iba en último lugar.
Cuando todos se colocaron en fila para hacer la inclinación de saludo, no pudo apartar la mirada de ella. Estaba increíble, indescriptiblemente bella con ese vestido gris oscuro de palabra de honor y que abrazaba su cadera a la perfección. Había sentido un calambre en el estómago al verla salir de la casa de esa guisa y actualmente le pasaba lo mismo.
Kagome se irguió en el sitio después de la inclinación respetuosa y mientras los demás se iban colocando en su puesto asignado, sus ojos achocolatados se anclaron en la mirada ambarina de él. Entonces, como cada vez, su rostro se iluminó de pura y genuina felicidad y le sonrió con el alma.
El corazón de InuYasha amenazó con desbocarse.
Su dulce y maravillosa estrella fugaz.
·
—Son hermosas— murmuró Kagome cobijando el precioso regalo entre sus manos— Muchas gracias, InuYasha.
—Keh.
Las mejillas del muchacho se ruborizaron, así que desvió la mirada a cualquier punto de la habitación lejos de ella, porque sabía que si la miraba, el deseo de encerrarla entre sus brazos y comérsela a besos sería insostenible.
Ella sí que era hermosa…
—Hola, Kagome, bonita.
—Señora Kaede— exclamó la muchacha, sonriéndole con calidez a la mujer que se acercaba a dónde estaba la pareja.
—Has estado exquisita esta noche, cariño. Bueno— le sonrió y las arruguitas se afianzaron en los laterales de sus ojos—, como siempre, pero esta noche simplemente parecías brillar con luz propia.
—Muchas gracias— respondió con sus mejillas al rojo vivo.
InuYasha se quedó mirándola embobada mientras Kagome y la mujer se enfrascaban en una breve conversación sobre el compositor de la obra que habían representado, el tal Schu-no-sé-qué. Él se mantuvo allí plantado, adorando ver la sonrisa en el rostro de su novia por la amena charla que estaba teniendo con la amable mujer, pero también impacientándose conforme los minutos corrían.
El tiempo se nos está echando encima…, echó un rápido vistazo a su reloj y contuvo una mueca de frustración.
—Abuela, es hora de irnos, tenemos que llegar al restaurante— Rin, su nieta, la llamó desde la distancia y tanto Kagome como InuYasha la vieron unos pasos más allá con un imponente hombre alto de cabello albino y unos penetrantes ojos dorados.
La joven les saludó desde la distancia con una amplia sonrisa mientras que su acompañante -su novio Sesshomaru, según le había comentado Kaede a InuYada- se limitó a hacer un tenso pero cortés asentimiento de cabeza, reconociendo su presencia.
—Ah, sí, que se me va el santo al cielo— exclamó Kaede, cabeceando en dirección a su nieta. Después de una concisa pero sentida despedida, Kaede se marchó junto a su nieta y el novio de esta, dejando a la pareja a solas en la sala de recepción.
InuYasha no pasó por alto la mirada nostálgica que cubrió el semblante de la muchacha y, sintiendo un nudo en el estómago, la atrajo hacia su costado.
—Kagome, ¿qué pasa?
La muchacha parpadeó, despertando de su letargo, antes de girarse hacia él y brindarle su más bonita sonrisa. Con él le salía sola.
—Nada, solo me quedé pensando una cosa— sacudió la cabeza, restándole importancia— ¿Nos vamos para casa?
—¿Ya quieres volver? — inquirió el muchacho, decidiendo que por ahora era una buena estrategia dejar el momento pasar pero no olvidarlo; después de lo que había pasado, ya no volvería a ignorar nada de lo que le ocurriese a ella o le molestase a él de su actitud. Había aprendido la lección— ¿Por qué no mejor damos un rodeo largo? — inquirió con jactancia, emprendiendo el camino.
—¿Un rodeo largo?
—Ajá— salieron del conservatorio y empezaron a caminar por la calle, en el sentido contrario al que normalmente iban: la estación de metro— ¿No tienes hambre?
Kagome iba a detenerse por la sorpresa, pero fue el brazo del chico que todavía le rodeaba los hombros el que hizo que continuara su camino.
—¿Vas a llevarme a comer fuera? — inquirió en un tono burbujeante— Como… como… ¿una cita? — añadió en un murmullo.
InuYasha sintió una punzada de culpabilidad al ver su reacción. Desde la desastrosa cena de su cumpleaños no había hecho otro amago de "cena". Si se reunían en la calle era normalmente en la cafetería cuando él estaba trabajando, algún que otro paseo esporádico porque tenían algún asunto que hacer o que tanto InuYasha o Kagome fueran a recoger al otro en su lugar de estudio/ensayo; más allá de eso, no habían salido apenas de la casa, y muchísimo menos habían tenido una cita. Debían tener mil ojos con Kane, quien, aunque ponía mala cara antes su relación "fraternal"/amistosa, había terminado por aceptarla con estoicismo.
InuYasha había supuesto que se debía a que no quería ser "descubierto". Kagome por ahora se estaba dejando llevar por la corriente, aceptando todos los conciertos y ensayos que su padre le iba concertando sin mucho revuelo, por lo que no había motivos para revelarse. Además, el muchacho estaba cien por cien seguro de que Kane no era consciente de que él conocía su secreto y, por tanto, pensaba que su reputación estaba a salvo. Lo que Kane no sabía es que en ese tiempo de calma InuYasha se había convertido en una pantera; un peligroso y protector felino que se había escondido entre los matorrales, acechando, esperando el momento oportuno para atacar.
Pero no hace menos de veinticuatro horas cambió parcialmente de opinión. Como cada noche pre-recital, Kagome se había zambullido en su película favorita y como venía siendo una pequeña costumbre, InuYasha se había repantingado a su lado. De todas las veces que la había visto él, ya se sabía de memoria algún que otro pasaje y en algunas ocasiones, para sacarle una sonrisa a su novia, se dedicaba a interpretar -exageradamente- el tono repipi del protagonista en la primera mitad de la película, o incluso más allá.
La expresión afligida y oscura que había visto en ella la primera noche que la pilló en su ritual personal había ido desapareciendo conforme los días iban sucediéndose e InuYasha se sentía profundamente orgulloso de poder decir que él había ayudado a que eso fuera posible. Ahora, el anhelo y la insatisfacción que había visto en su momento en ella, como si tuviera delante de sí el futuro que siempre hubiera deseado pero no se atreviese a dar el primer paso, se había convertido en una bonita expresión de felicidad, al igual que si estuviera satisfecha de que los sucesos se estaban dando conforme ella deseaba; un camino que llevaba indudablemente al "fueron felices y comieron perdices".
Solo había habido algo que le había hecho flaquear esa expresión: la cita exprés entre Sophie y Charlie -sí, ya sí conocía los nombres- en Sienna. El anhelo había vuelto a su mirada.
E InuYasha se había sentido como un idiota, así que no había dudado en planearlo todo para el día siguiente.
—Como en una cita— afirmó InuYasha, intentando ignorar el calor que se había asentado en sus mejillas— ¿Qué te parece? ¿Te gusta la idea?
—¿Que si me gusta? — casi saltó en el sitio mientras caminaban por la acera— ¡Me encanta! Oh, InuYasha, no tenías por qué hacerl-
—Sí tenía y calla, no digas más bobadas— detuvo su verborrea, parándose en medio de la calle y causando que ella hiciese lo mismo— Dime, ¿qué es lo que no tenía por qué hacerlo? ¿Llevar a mi novia a cenar?
Como cada vez que él la llamaba así, una tonta sonrisa se formó en los labios de la chica e InuYasha tuvo que hacer un esfuerzo atroz por no dejar que se le contagiase.
—No, claro que no— murmuró un poco avergonzada— Pero sé que la situación no es la mejor…
—La situación estaba ayer, está hoy y seguirá estando mañana, y estoy harto de dejar que nos condicione nuestra vida o relación. Quedan dos meses para tu mayoría de edad, casi podemos tocar el final con nuestros dedos y lo hemos estado haciendo muy bien todo este tiempo. Porque lo hagamos una vez no pasará nada, de verdad. Volveremos pronto a casa, si quieres. Solo cenar, nadie se enterará más que nosotros.
Lentamente, la indecisión que desprendía la muchacha fue dejando paso a al deseo y la felicidad, a la emoción y la aceptación; al amor y cariño que sentía por él. Acompañando al brillo de sus ojos, su expresión fue relajándose y una hermosa sonrisa apareció en sus labios.
—Oh, InuYasha, no sabes lo mucho que te quiero— exclamó tirándose a sus brazos y acercándose a él. Los tulipanes que llevaba en sus brazos dificultaron un poco a la hazaña, pero ninguno se separó del otro.
—Creo que me hago una idea, pero seguro que no es tanto como yo— respondió él en un murmullo por encima de sus labios.
Kagome cerró los ojos, sintiendo el corazón golpeando con fuerzas en su pecho.
—Eres un tonto…
—Y tu una…
No pudo terminar lo que iba a decirle porque Kagome dejó caer su peso en él y lo calló con su boca, con un beso que a ambos le supo a gloria.
Solo dos meses más… y el mundo sería de ellos.
·
Kane Higurashi colgó la llamada y en completo silencio, se reclinó sobre su sillón de cuero importado. La oficina se encontraba a oscuras, solamente iluminada por la luz que entraba por el enorme ventanal de la pared oeste. Había estado a punto de irse a su casa, después de un día agotador de reuniones, cuando había recibido una llamada… inesperada.
Satoshi, un buen amigo y uno de los directivos de su empresa, había ido a cenar con su esposa esa misma noche cuando se encontró con una visión de lo más reveladora.
Kagome, su hija, estaba besuqueándose en medio de la calle con un muchacho que, según su descripción, le recordaba al hijo de Izayoi.
Así que Kagome e InuYasha eran mucho más de lo que le mostraban, ¿eh?
Vaya, vaya, pensó Kane, poniéndose en pie y colocándose la chaqueta antes de salir del despacho. Así que todo está en los genes, ¿verdad, Sonomi?
El portazo de la oficina principal resonó por todo el edificio.
Me encanta escribir sobre esta Kaede, lo confieso xD Y mis niños, no pueden ser más adorables, PEEEERo, la cosa está por cambiar. Se vienen problemas...
Penúltimo capítulo: Fight and apologize
