¡Hola! Aquí les comparto una pequeña historia que nació a la luz inspirada en el Amor de nuestros inolvidables Anthony y Candy. Es por tanto un Anthonyfic que espero las haga soñar como lo ha hecho a mí! Ji, ji ji! ¡Feliz fin de semana!
"MI REALIDAD"
CAPÍTULO I
Su vida había acabado. Esa era su realidad. Rostros familiares le hablaban día a día con cariño y preocupación, pero su dolor no le permitía responder coherentemente ni retener nada de lo que le decían. Luego de tres días de inconciencia, tras aquel terrible accidente de su amado el día de la cacería, lo único que comprendía era que había despertado a la pesadilla más oscura de su vida. "Muerto" habían dicho. Al principio le pareció imposible. Su recuerdo estaba aún vívido en su memoria. Tres días en que se soñó estando aún en su abrazo, cabalgando juntos al atardecer; en que juraba que había platicado con él como antaño, entre risas y recuerdos, contemplando el lago donde habían compartido aquel maravilloso y tímido primer beso tan solo una semana atrás. Ella sentía también que su corazón aún estaba en aquel prado mágico junto al rosedal… donde se había visto junto a él, sobre el verde llano, ella sentada de lado mientras Anthony desde su posición recostada sobre la grama, su cabeza sobre el regazo de ella, describía con su voz profunda y varonil el futuro que juntos crearían para sí mismos y para los Andley. Recordaba perfectamente como el viento con fragancia de rosas acariciaba aquel corto cabello dorado y sedoso, y el suyo propio, mientras ella lo escuchaba maravillada de su belleza de alma y expresión, deslizando acompasadamente sus dedos a través de su corto cabello, dejando con cada caricia el amor más sincero y profundo que su inocente corazón de jovencita de doce años podía prodigar al apuesto y noble muchacho que cumpliría los quince años el 30 de ese mismo mes. La voz de su amado traía paz a su corazón y el destello de la ilusión reflejada en sus ojos azul cielo, al tiempo que él contemplaba el azul infinito sobre ellos, la hacía desear con igual intensidad el vivir todos esos desafíos, logros y alegrías con valentía y esperanza a su lado, juntos…
"Juntos". Si tan solo eso fuera posible aún, pensó con tristeza. Una mano se apoyó entonces gentilmente sobre su antebrazo trayéndola por un momento de vuelta a la penumbra de su habitación. "Debes comer algo, Candy, aunque sea un poco", los ojos tristes de Dorothy llamaron su frágil atención de vuelta a la bandeja dejada hacía media hora en una mesita frente a ella. Recordó entonces que estaba sentada en uno de los sillones de su elegante habitación en la mansión de Lakewood, abrazada aún al almohadón azul que Anthony juguetonamente le lanzara el primer día de su adopción por los Andley. Un recuerdo feliz tras su regreso de México luego de escapar de su supuesto secuestrador, por haber sido enviada a trabajar a ese país en una finca de la familia Legan.
"No puedo", murmuró Candy a penas audiblemente.
"El doctor dijo que era importante, Candy." Insistió Dorothy. "Ya han pasado más de tres semanas desde-" interrumpió su disertación. "Debes hacer un esfuerzo, Candy. O si no el doctor Lennox te retará."
Silencio.
"No puedes seguir así, Candy." Insistió la muchacha pelirroja de largas trenzas y uniforme de servicio oscuro, sentándose junto a la inexpresiva joven. Contempló con pena la apariencia de su amiga en ropa de cama y bata, sus cabellos dorados ahora estaban enredados en un moño de lado improvisado, sus ojeras y la notoria palidez de su rostro eran evidentes también, pero no tan impresionantes como la expresión vacía en su verde mirada.
"Si tan solo pudiera verlo, una sola vez más…" susurró apagada la muchacha en un terrible e impresionante contraste a su acostumbrada alegría anterior.
"Querida Candy…" continuó Dorothy con lágrimas en los ojos, "…no puedo verte más así..." las lágrimas brillaron en sus ojos avellanados. "¡No puedo!" La joven mucama se incorporó de su posición junto a la rubia y le dio la espalda temblando, llevando su gabacha blanca a sus ojos enjuagando sus lágrimas. "No puedo…" susurró para sí llorando en silencio. Después de unos minutos, recuperándose, caminó hacia el escritorio de la joven Andley, encontrándose con una única rosa blanca traída esa misma mañana por el señor Whitman, el jardinero principal de la mansión, para tratar de alegrar a la triste pecosa. Era una rosa Dulce Candy, como el joven Anthony la nombrara la primavera anterior en los jardines de la mansión, y que ahora se constituía en una sobreviviente del inevitable otoño que envolvía los extensos jardines y el estado de Michigan donde se encontraban. Apartándose hacia el ventanal, contempló el ahora yermo rosedal, su mirada fue perdiéndose poco a poco en los recuerdos de su amistad con la rubia. La alegre pecosa siempre había sido una luchadora, desde el mismo inicio de su trato al llegar ella como dama de compañía de Elisa Legan, así como cuando ambas trabajaban ya juntas como criadas en esa mansión, hasta sus días de amistad siendo ella la dama de compañía designada por la tía abuela para Candy como la nueva hija adoptiva de los Andley. Dorothy recordó la generosidad innegable de la rubia, su preocupación constante por los demás y su lealtad a sus amigos sin importar la situación, incluso con ella había actuado así. Recordó la vez en que los malvados hijos de los Legan, Neil y Elisa, aun estando Candy recién llegada, la obligaron a que les pidiera perdón, de rodillas, ante su malvada madre, la señora Sarah Legan. Todo para evitar que, por negarse Candy, la despidieran a ella en cambio. La jovencita de ojos esmeralda lo hizo entonces, tragándose su orgullo, se hincó… por ella, por una desconocida, pensando en su necesidad de trabajo para ayudar económicamente a su numerosa familia. Fue tan generosa y tan valiente al hacerlo… - ¿Podría actuar igual ella también? -
Al paso de los minutos, un destello de fortaleza fue creciendo en su corazón. Dorothy, la joven mucama de diecisiete años, irguió los hombros y tomando una decisión de vida, se dirigió rápidamente al elegante guardarropa de la habitación, lo abrió, sacó una maleta blanca con líneas rojas que la jovencita rubia siempre conservaba, la dejó sobre la cama y comenzó a buscar con determinación ropa apropiada y un abrigo también. Era el final de la tarde y el viento frío de otoño no había amainado desde mediados de septiembre pasado. La cacería del zorro celebrada por la familia Andley en los terrenos de la mansión había marcado ese mes como tabú para la familia. De hecho, la Tía Abuela no había regresado a la mansión de Lakewood desde que concluyera el sepelio, al cual Candy, por estar enferma, no había podido asistir.
Una vez dispuesto todo para Candy, Dorothy caminó de vuelta hacia la jovencita y apartando gentilmente sus manos del almohadón que aún abrazaba, buscó su verde mirada, y le dijo con una triste sonrisa, "Ven, Candy."
Continuará…
