INUYASHA NO ME PERTENECE, SALVO LA HISTORIA QUE SI ES MÍA.
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El contrato
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Capítulo 2
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El malhumor comenzaba a aflorar en él.
El no poder arreglar la única cosa que lo motivaba en el mundo lo llenaba de ira y lo hacía sentir tan inútil como cuando vivía su padre y se creía con el poder de gobernar su vida.
Bankotsu Anderson era ahora un empresario exitoso, prácticamente creado a sí mismo gracias a su extraordinario talento que le permitió distanciarse de la herencia de su padre y todo lo que su recuerdo implicaba.
El "señor de la Quinta Avenida" no debería ser alguien que tuviera preocupaciones, pero sin embargo la tenía y poseía un nombre: su hermano menor Dexter, su única debilidad.
El chico de doce años era hijo de la última mujer de su padre, una pobre infeliz que murió de sobredosis cuando el chico estaba recién nacido, muerte que se hizo pasar como un ataque cardiaco. Con la muerte del viejo Anderson hace dos años, luego de varías tropelías que incluían al testamento y su ejecución, el niño pasó a vivir con su medio hermano mayor quien lo adoraba.
El abogado acababa de llamarle para informar el resultado de la reunión con el grupo que fungía de albacea de dicho testamento y que estos dieron un ultimátum de advertencia estipulándole que, si la conducta del señor Anderson no se amoldaba, perdería la tutela del pequeño Dexter, quien pasaría bajo la de su tío materno Naraku Sutton, un sujeto que le daba malísima espina a Bankotsu quien sospechaba que éste sólo quería echar mano al fideicomiso del niño.
Los reproches no eran nuevos y los abogados de Naraku usaban el mismo argumento: que Bankotsu Anderson era alguien que no representaba un modelo ideal de educación para Dexter con sus andanzas de revistas y una vida sentimental inestable. Por supuesto, volvían a pedir que se revoque la tutela y se la otorgaran a Naraku.
Los abogados de Bankotsu lograron frenarlo en esta ocasión, pero la contraparte estaba dispuesta a ir por todo así que era cuestión de tiempo que volviera a tener malas noticias de los albaceas de su padre.
Cortó la llamada y recordó donde estaba.
En una de las sedes de la cadena de hoteles que su compañía de inversiones, la Anderson Equities acababa de adquirir luego de una fusión hostil, fiel a su estilo arriesgado de negocio.
Lo acompañaba la única persona confiable que conocía, que además de amigo suyo era su mano derecha.
Miroku Gregson tenía treinta años como él e hicieron amistad de la forma más extraña posible ya que Miroku fue contratado por el viejo Anderson, el padre de Bankotsu para espiar a su hijo en la universidad ya que estaba temeroso que se negara a tomar las riendas de Followstone la compañía que fuera del padre de Bankotsu.
En aquel entonces, el intrépido Miroku era un estudiante becado que trabajaba como detective privado dedicado a espiar maridos infieles para pagar sus gastos. Fue descubierto por Bankotsu y el joven se sinceró con él.
Terminaron fraguando una sincera amistad y Bankotsu prometió darle un trabajo cuando creara su propia compañía.
Y lo cumplió porque cuando se creó Anderson Equities, Bankotsu se llevó a Miroku con él.
El viejo Anderson murió hace cuatro años de un ataque cardiaco en plena calle. Nadie salvo los cercanos sabían que por efectos secundarios del uso descontrolado de la viagra. Por supuesto ante la opinión publico él que había muerto era un santo.
Ya para esa época, Bankotsu ya no le dirigía la palabra a su padre, enfocado en crear su propia compañía nacido de un proyecto universitario en Wharton.
Incluso hasta su ultimo día de vida, el viejo Anderson intentó sabotear el negocio de su hijo porque quería que lo asistiera en Followstone.
Bankotsu sintió saborear la venganza al acaecer la muerte de su padre, ordenando la disolución y venta de Followstone colocando el dinero en el fideicomiso a favor de su hermano Dexter.
El señor de la Quinta Avenida tenía muchos motivos para odiar a su padre y sintió tanto alivio cuando su compañía desapareció bajo sus manos.
Aun así, el viejo Anderson se las arregló para fastidiarle hasta el final creando clausulas muy estrictas en su testamento para evitar a toda costa que Dexter fuera a pasar bajo su cuidado, en caso que su muerte se produjera cuando el niño aun fuera menor de edad. Hasta parecía que el aquel viejo maldito se hubiera coludido con el desgraciado de Naraku.
―Sigo pensando que no debiste ordenar la clausura del restaurante del hotel ya que ambos sabemos que al probar el primer bocado terminaremos marchándonos ―la voz de Miroku lo sacó de sus pensamientos.
Bankotsu pareció despertar y lo primero que vio fue su impecable reflejo en los cristales templados que formaban parte de la decoración de aquel icónico hotel.
Un hombre bien parecido, muy alto con el cabello lustroso perfectamente peinado hacia atrás. Guardaba mucho parecido a la estampa de su propio padre de joven, salvo en el color de los ojos que lo tenía muy azules la cual fue herencia de su propia madre a la que llegó a conocer muy poco ya que murió en su infancia.
El resto de la estampa se coronaba en una trabajada figura que le ayudaba a llevar trajes de diseñador como si fuera un modelo de revista.
Conocedor de su atractivo, sabía que no pasaba desapercibido para los ojos de ninguna mujer y él supo sacar provecho de eso ya que desafortunadamente también heredó tendencias hedonistas de su padre que sacaba a relucir en su vida personal.
En su vida profesional también era incapaz de disimular su dote dominante y déspota que le granjeó una fama de miedo en el mundo de los negocios.
Llevó una mano en el bolsillo.
Había leído de casualidad una reseña en Yelp de un crítico gastronómico alabando la comida del restaurante del hotel y vino con cierta curiosidad.
Compró la cadena y aun necesitaba una reunión con su equipo para saber el destino que le daría al mismo, pero mientras y aprovechando que era dueño del maldito lugar iba a probar algún que otro plato sólo para darse el lujo de desacreditar a aquel crítico.
Como esperaba fue recibido con toda gala por el gerente del hotel a quien ya le había ordenado que le preparen el restaurante para él y para su asistente.
―Sólo pediremos un plato y el cual será suficiente para saber la calidad del mismo ―respondió. volviendo a mirar la pantalla de su móvil.
Era cierto, no tenía planeado quedarse demasiado.
Quizá lo de lo de clausurar el restaurante era una exageración, pero no para él ya que siempre alguien buscaba sacarle fotografías para alzarlo a alguna página de chismes en la web, dando su localización.
Bankotsu bufó, tenía fuertes razones para no ser fácilmente encontrado.
―Señor Anderson, me avisan desde el restaurante que su mesa ya está lista ¿lo acompaño? ―la serena voz del impecable anciano que fungía como gerente general del Hotel le avisaba que ya estaban listos para él.
Hizo una seña a Miroku para que cortara la llamada que tenía en curso para que lo siguiera.
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Muchos cocineros al perder los papeles eran proclives a cometer errores imperdonables al sazonar sus platos.
No era el caso de Kagome, quien estaba presa de un intenso manojo de nervios desde que descubriera y visto con sus propios ojos a Bankotsu Anderson.
Pero precisamente era la cocina lo que la mantenía con los pies en la tierra y curiosamente enfocada en el esmerado cuidado de la preparación de los manjares.
Cortaba, sazonaba y mezclaba ingredientes con la facilidad de siempre.
Ya tenía definida la lista a servir, incluido un delicado postre de té de matcha.
Aun terminaba de adornar el plato de entrada cuando sintió arrastrar los pasos del calvo gerente del restaurante.
―El gerente general del Hotel ha llamado para avisar que el señor Anderson y su asistente están en camino a la mesa ―le informó mirándola de forma despectiva―. Smith, espero que no cometa ningún error porque se juega su propia cabeza ¿entendió?
Por supuesto aquella frase estaba demás y enfocada en socavarla, pero Kagome no estaba en la labor de caer en esos momentos en las provocaciones de ese hombrecillo.
Estaba más concentrada en sus propios platillos.
El señor Donald hizo un gesto con la cabeza a Kagura.
―Serás la camarera de su mesa y haremos lo de siempre, en caso que le gusten los platos, que pongo en duda aun, Tsubaki se encargará de presentarse ante él si es lo que pide ―miró hacia su amante para regresar su mirada hacia Kagome―. En caso de que lo odie que es lo más seguro, será la señorita Smith quien asumirá la responsabilidad.
Aquel siniestro hombrecillo lo tenía todo fríamente calculado.
Kagome no le replicó por estar más ocupada en velar por los platos y en el rostro del hombre que había visto en el lobby.
Trece años sin verlo, ahora era capaz de contar el tiempo exacto que llevaba sin verlo.
Nunca creyó volver a encontrarlo porque no tenía idea de donde vivía y a que se dedicaba.
La ultima que lo vio fue cuando el padre de Bankotsu, aquel temible señor Anderson vendió las tierras que poseían en Great Falls.
Aquel precioso campo utilizado para cría de caballos era un pasatiempo del viejo Anderson y todos los veranos venía con su familia al lugar. La granja del abuelo de Kagome era colindante al enorme rancho de los Anderson.
Varios recuerdos comenzaron a agolparse en Kagome como si fuera una revelación guardada en su mente bajo siete llaves.
Tenía quince la primera vez que lo vio.
Era inocente, cándida y vivía mimada bajo la férula de su amado abuelo. Ella acababa de bajar del autobús de la escuela, pero antes de alcanzar la vereda alguien a toda velocidad pasa junto a ella.
La jovencita apenas pudo percatarse que se trataba de un chico montado en una patineta que ni siquiera se desplazó un par de metros cuando la jovencita oyó un quejido y un ruido de golpe.
El joven skater se había caído. Para la muchacha fue cosa de un segundo correr hacia donde estaba el herido para encontrarse con el rostro masculino más armonioso que hubiera visto nunca.
Era la primera vez que veía a alguien con ese color de ojos.
―Mocosa, nadie te pide ayuda ¡largo!
Pero Kagome fue más rápida revisando al chico y ayudándolo a levantarse.
―Sólo veo que no tengas un esguince porque esas cosas duelen.
Él pestañeó extrañado.
― ¿Acaso tienes una máquina de rayos X en los ojos?
―No, pero ayudo a mi abuelo funge de quiropráctico de animales y puedo reconocer a una víctima y pienso que debería echarte una mirada.
―Que tranquilizador ―el joven entornó los ojos, pero aun así se dejó llevar por la joven para levantarse y recoger la estúpida patineta. Sólo allí se puso a observar a su salvadora.
―Santo Cielo ¿Qué le pasa a tu ojo?
Ella se palpó.
―Es una desviación, pero no te preocupes, que puedo verte correctamente.
―Pues yo no puedo saber si me estas mirando a mí o detrás mío ¿siempre fuiste bizca?
―Siempre he tenido ese ojo.
El joven se apoyó ligeramente en ella.
― ¿Tu abuelo vive aquí?
―Es el dueño de la granja del monolito ―ella le señaló el portón de entrada.
―Pues parece que seremos vecinos…―adujo él cayendo en cuenta―. Mi nombre es Bankotsu Anderson, pero tú tienes cara de ser una Mary o una Hannah ¿me equivoco?
―Mi nombre es Kagome Smith…
Recordaba como su amable abuelo revisó al chico. Tenía un golpe, pero afortunadamente el asunto no fue mayor.
―! Kagome, los dos señores ya están esperando la comida en la mesa!
La voz de una de las ayudantes de cocina trajo de vuelta a la realidad y actualidad a la joven chef.
―Disculpa es que dormí bastante poco anoche ―se apresuró en disculparse. Lo cual era tampoco era una mentira ya que el camastro tuvo una ruptura en una de las patas haciendo que tuviera que dormir en el suelo.
Pescado caramelizado y arroz suave.
Un plato sumamente sencillo pero que emanaba un olor tan delicioso.
Kagura se encargó de llevar los platillos mientras Kagome preparaba el plato de fondo consistente en un especial de verduras al wok.
―Si los hubieras visto como miraban el plato ―Kagura llegó corriendo a contarlo mientras prácticamente todo el personal de cocina se agolpaba para saber la reacción de aquel sujeto.
― ¿Y qué dijo? ―preguntó alguien
―No me dejaron ver más y prácticamente me echaron de allí porque no le gusta que les vea cuando comen.
― ¿Crees que nos terminaran cerrando?
― ¿Es verdad que el CEO es tan guapo que duele verlo?
El cuchicheo era intenso y la única que no participaba era Kagome.
No negaba que moría de la curiosidad, pero tampoco quería oír la verdad de saber que él detestó su comida.
La puerta se abrió y todos corrieron hacia sus puestos.
El señor Donald tenía aspecto de haber estado lamiendo los zapatos de alguien.
Por un momento Kagome sonrió imaginándolo como al insoportable señor Collins cuando se portaba como zalamero con el señor Darcy.
Traía la bandeja con los dos platos completamente vacíos.
― ¿Se lo comieron o lo echaron a la basura? ―preguntó Tsubaki.
Al señor Donald le costaba decir algo amigable hacia Kagome, pero tenía que admitir que estaba sorprendido por la forma en la que fueron devueltos los platos.
―Se lo comieron todo…y ahora tengo el presentimiento que fue pura suerte o un error por eso pide el otro plato de inmediato para comprobar que mantiene la calidad.
Un alivio se apoderó de Kagome al ver la bandeja vacía.
De inmediato despachó los siguientes platos y se arrinconó a esperar el resultado.
Nunca antes había sentido tanto miedo de un juzgamiento en su vida.
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Cuando Bankotsu recibió el plato inicial de pescado y arroz, hizo una mueca con los ojos dando a entender que un alimento tan simple no era digno de un restaurante de un hotel ubicado frente al Central Park.
Menos mal no lo echó al suelo porque apenas dio con el primer bocado de prueba quedó sorprendido. Volvió a probar otro trozo y el sabor incluso mejoraba.
Las sensaciones de la textura, el sabor y el aroma eran únicos.
Lo que debería ser un insulso plato que emulaba a las comidas callejeras de Asia se estaba convirtiendo para su paladar en uno de los más deliciosos que hubiera probado nunca.
Miroku pensó lo mismo, pero no lo pensó tanto ya que sencillamente lo devoró.
―Esta sazón tiene algo ―no pudo evitar pensar en voz alta
― ¿Has dicho algo?
―Pediremos otro plato
― ¿En serio? ―Miroku era conocedor de su paladar exquisito y por eso su extrañeza.
―Debe haber sido un golpe de suerte que un simple pescado tuviera esa sazón así que necesito comprobarlo.
El segundo plato era una cocción de vegetales que despedía un aroma delicioso.
Miroku no esperó más y comenzó a devorarlo, pero Bankotsu era diferente.
Él no iba a ser engañado tan fácilmente por un truco de cocina de condimentos enlatados, pero al probar la comida la sensación de asombro le regresó al cuerpo.
Verduras cuidadosamente aromatizadas y en justa cocción.
Bankotsu volvió a devorar el plato.
Tenía que conocer al chef y sí en realidad era tan bueno, debería contratarlo, pero para que se convierta en su cocinero personal.
Sería desperdicio dejarlo en el restaurante de un hotel cuando podía disfrutarlo él solo.
―Dígale al chef que quiero verlo y que traiga el pudín de matcha. Quiero conocerlo ―ordenó tajante a la camarera que vino a rellenar sus copas de vino.
Era consciente de la pequeña conmoción que se generaría, pero no le importaba.
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El señor Donald entró a la cocina presuroso.
―Busca el delantal y prepárate para conocer al señor Bankotsu Anderson quien pidió ver a la chef ―ordenó a Tsubaki quien leía una revista cerca de la mesada y luego miró a Kagome―. Usted entréguele el postre de matcha porque lo ha pedido.
Kagome se apuró en traer la bandejita, pero en su fuero interno se hizo de cierta satisfacción de haber logrado que el nuevo CEO vaciara dos platos completos.
Vio a Tsubaki prepararse con mucho orgullo con el delantal bordado impecable y el gorro que la delataba como jefa de cocina. Técnicamente no lo era, aunque cobraba como una.
Kagome nunca fue alguien que muriera por ser el centro de atención y recibir halagos, pero hoy le hubiera gustado ser la que saliera y poder verlo más de cerca.
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Cuando Bankotsu vio llegar a la joven vestida de chef en compañía del que se presentó como el gerente del hotel supo que algo andaba mal.
De inmediato captó que aquel hombrecillo estaba liado con la mujer ya que la llenó de elogios exagerados y sin despegar sus ojos en la zona de los pechos de ella.
―Estos dos están liados ―pensó para sí.
Pero él sólo quería saber algo.
― ¿Usted cocinó ambos platos…? ¿Por qué tiene esa sazón extraña?
Tsubaki quien no tenía idea de eso comenzó a divagar frases que tenía memorizadas y que funcionaban perfectamente con otros comensales. Aunque se sentía muy intimidada de estar frente a aquel imponente que parecía querer destruirla con el rayo de sus ojos.
El escrutinio fue severamente interrumpido.
― ¿Qué clase de broma es esta…? ―miró al señor Donald y la pequeña conmoción hizo que el viejo gerente del hotel viniera presuroso a ver porque aquel importante señor se veía tan disgustado.
Bankotsu no era un imbécil y esa mujer no era la chef.
―Tráiganme a la chef de este lugar ahora mismo ¿o acaso hay un problema? ―preguntó, pero al viejo gerente que se acercó.
Aquel hombre si corrió a verificar a las cocinas lo que estaba ocurriendo.
Bankotsu les hizo un gesto despectivo a Tsubaki y a Donald.
―Fuera de mi vista.
Ambos desaparecieron de inmediato luego de esgrimir varias disculpas.
Bankotsu no tenía tiempo en ese momento para pensar en algún castigo para esos dos, ya que quería conocer a la persona que hizo esos platos.
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Pocas veces Kagome tuvo contacto con el viejo gerente del hotel quien entró acompañado del señor Donald y una Tsubaki que corría atribulada.
―Ya luego arreglaremos cuentas ―increpó a Donald―. ¿Quién es la jefa de cocina real de aquí?
Kagome quien estaba oculta cerca de la maquina fritadora batió las pestañas, presa de la confusión, pero se acercó.
― ¿Algún problema?
El viejo hombre se sorprendió de aquella joven a la que siempre creyó una lavaplatos del restaurante era en realidad la verdadera chef.
―Después arreglaremos este asunto, pero si quieres conservar el trabajo, vete ahora mismo ante el CEO.
Era cierto, no había tiempo ahora para investigar las actuaciones de Tsubaki, Donald o la propia Kagome.
La joven cocinera se desató el delantal que estuvo usando y lo dejó cerca de la pileta.
Temblaba como una hoja ante aquella proximidad.
¿La reconocería Bankotsu Anderson?
Probablemente no.
¿Por qué acordarse de la vecina bizca y gorda?
Pero cada minuto contaba de forma peligrosa en sus recuerdos.
Tragó saliva, respiró profundo y caminó hacia la puerta.
Sólo a pocos metros tendría la respuesta a sus múltiples preguntas.
Cuando finalmente estuvo frente a el hombre sentado en la mesa, no se atrevió a alzar la cabeza inmediatamente, sino que tardó varios segundos en levantarla.
Se encontró con una versión de Bankotsu Anderson de las de sus recuerdos, pero más madura, el cabello perfectamente lustroso hacia atrás y luciendo increíblemente elegante.
Él pareció sorprendido como si la reconociera.
―Disculpe el malentendido señor Anderson, ella es la chef del restaurante y responsable de los platos, la señorita Kagome Smith.
Él la miraba como si quisiera atravesarla con sus ojos.
― ¿Tu? ―la inquisitiva intempestiva del CEO asustó a más de uno.
― ¿La conoce, señor? ¿algún problema? ―el viejo gerente intervino
―Cállese ―le ordenó Bankotsu y volvió a fijar sus ojos en la joven―. Nunca creí que la vería de nuevo ―miró el postre de matcha que aún no había tocado―. ¿Estos platos son de su autoría? Y dígame la verdad que no toleraré que intenten engañarme de nuevo.
Kagome no esperaba tanta severidad, del tuteo inicial pasó al formalismo. Pero luego recordaba que ese hombre era Bankotsu Anderson y aparentemente no había cambiado en nada.
Seguía siendo el mismo déspota de siempre.
―Si…señor ―titubeó un poco para responder.
―Demuéstrelo.
Ante tamaña muestra de poder, Kagome cumplió el mandato, pero se cuidó de no mirarlo a los ojos porque era imposible evitar el miedo que le producía la examinación profunda que emanaba de ellos.
Era obvio que no creía que alguien de su aspecto cocinara lo que comió.
―El pescado fue seleccionado de la línea fresca, condimentado y sofreído con aceite tibio y suave con cebollines verdes frescos ―comenzó a decir ―. El arroz fue hecho a la cacerola teniendo como único ingredientes ajo y sal.
―Ingredientes sencillos ¿y se atreve a servir eso en el restaurante de un hotel de cinco estrellas?
Eso si ya le molestó a Kagome.
Era uno de sus platos estrellas y favorita de los comensales.
―Pues es la favorita precisamente por sencilla y lo mismo diría por el plato de vegetales al wok con las verduras cortadas a mano y con las judías remojadas en gazpacho.
Él no dejaba de mirarla y parecía querer presionarla aún más, pero Miroku le interrumpió avisándole de una llamada que no podía evitar.
―Cancela y que llame más tarde que estoy interrogando a esta mujer.
―Pero es que llaman del edificio de su piso ―informó Miroku con voz grave―. Kikyo evitó los controles del parking y quemó uno de sus autos.
Eso fue suficiente para que el CEO de Anderson Equities le hiciera caso.
― ¿Cuál?
―El Cadillac rojo ―el asistente lo dijo muy despacio porque sabía de la preferencia de Bankotsu por ese coche.
Bankotsu se levantó intempestivamente.
―Que traigan el coche que vamos para allá.
Miroku se apresuró en enviar un mensaje al chofer y como Bankotsu ya se estaba yendo sin mirar atrás le dejó unas palabras al gerente.
―Tome esto como un examen del señor Anderson así que espere noticias nuestras.
Mientras los hombres se marchaban, Kagome quedó sola en medio de un interrogatorio que muchos podrían tildar hasta de humillante.
Aunque una mujer que sufría el acoso constante de todos, no se sentía sorprendida.
Eso sí, su corazón latía con toda fuerza y sus ojos se posaron en la espalda del hombre que se marchaba.
Bankotsu Anderson parecía tallado aun por los dioses incluso en la interesante madurez.
La joven casi se atraganta con la lengua cuando a ultimo segundo, Bankotsu voltea unos segundos a mirarla dejando un claro mensaje.
Puede esperar noticias mías y le aseguro que no serán buenas.
CONTINUARÁ
Muchas gracias hermanas por su paciente espera, tuve un bloqueo, pero aquí estoy de nuevo y con el ferviente deseo de reiniciar las actualizaciones de forma constante como suelo hacer con los otros fics.
BESOS PAULA, SAONE TAKAHASHI, BENANI0125, ANNIE PEREZ, LUCYP0411 Y CONEJITA.
