Yo me preguntaba cuánto tiempo más iba a durar aquella tortura. Nunca pensé que presenciar un discurso fascista pudiera ser tan aburrido.
El resumen era este: Los magos somos escoria y hay que eliminarnos. Los muggles son una subraza y tienen que trabajar para las arañas, y las arañas obviamente son una especie de raza superior creada por dios y tienen la misión divina de dominar el mundo.
Ahora, cómo demonios podían los muggles ver a las arañas, y cuándo demonios habían empezado a venerarlas, de eso no teníamos ni la más mínima idea.
—Me están doliendo las rodillas...—protestó a mi lado la Chica de Diadema Roja.
—Hay que encontrar a Tussauds —susurré yo— Tenemos que volver al submarino...
—...Si es que el submarino sigue donde lo dejamos —susurró Saribaa, arrodillada junto a su amiga.
Al fin terminó la pesadilla, y las ocho patas salieron de la plaza por donde habían entrado.
Pero los soldados se quedaron. Se esparcieron por todo el lugar y patrullaron por cada rincón, a ver si encontraban algún mago encubierto. La gente había vuelto a la normalidad. SIguieron con sus vidas como si nada hubiera pasado.
Y entre el caos y la gente, yo vi a Donno de pie junto a una tienda de recuerdos, fingiendo que le echaba un vistazo a unas postales.
—Ahí está —dije, señalando— Quedáos aquí, así llamaremos menos la atención. Yo voy a avisarle de que estamos aquí.
Me gustaba la idea de ser yo quien fuera a hablar con Donno. Era como una manera de establecer mi lugar en aquella improvisada comunidad que acabábamos de formar. Me acercaría a él discretamente, para que viera que yo también sé ser discreto, y le contaría nuestra situación actual, y le preguntaría qué fue de los otros dos chicos que tenía a su cargo, y así intercambiaríamos información importante de adultos, y yo me convertiría en un miembro respetable en aquella sociedad.
"Pero ¿Qué rayos estoy diciendo?" pensé "¿Desde cuándo tengo nada que demostrarle a un fanfarrón popular como Donno?"
Pero nunca llegué a demostrarle nada a Donno, porque enseguida Saribaa me despertó de mi fantasía de crecimiento personal.
—¡Albus, espera! ¡Vuelve!
Ella y su amiga de diadema me señalaron una farola al otro lado de la plaza, bajo la cual había varios oficiales y una mujer esposada. Junto a la mujer caminaban un chico adolescente, un niño y un perro dálmata.
"Tussauds... ¿En qué lío nos ha metido ahora?".
—¿Qué hacemos? —dijo Saribaa, mirando alternativamente hacia Donno y hacia Tussauds, como si fuera un partido de tennis.
Como respuesta, la Chica de Diadema silbó.
Algunos transeúntes giraron la cabeza para mirarla. Saribaa y yo le agarramos un brazo cada uno.
"Esta chica es tonta" pensé.
Pero funcionó. Donno se dio la vuelta y nos vio. Diadema alzo una mano y le dedicó un saludito moviendo los dedos, y señaló hacia donde estaba Tussauds. Donno puso cara de poker y asintió.
Me molestó un poco que Diadema le hubiera dedicado ese saludito a Donno, y me molestó que eso me molestara, sobretodo en medio del follón que estábamos metidos, pero no pude evitar sentir aquella molestia
"Todas las chicas los prefieren altos".
Y entre molesto y pensativo, fui el primero en llegar junto a Tussauds.
—...Attend, attend... Qu'est-ce que c'est le "money"? Nous sommes françaises. Je ne comprends pas...
Los oficiales no entendían ni papa, pero no parecían estar escuchando tampoco. Los dos niños y el dálmata tampoco entendían una palabra, y estaban demasiado asustados como para escuchar. Había que actuar deprisa.
—¿Uh... Maman? —dije yo, tratando de sonar tan francés como fuera posible— Qu'est-ce qu'il passe?
—Ah, mon fil! —dijo Tussauds como si nada— Il parle l'anglais.
—¿Conoce a esta mujer? —me preguntó gravemente uno de los oficiales. Yo tragué saliva antes de contestar.
—Sí. Es soy su hijo.
—Ils son tous mes fils! —dijo alegremente. Yo nunca la había visto tan alegre y tan sonriente.
—Somos todos sus hijos —repetí yo en inglés.
—Su madre ha intentado colarse en el bus con estos niños y con el perro —dijo el otro oficial, y todos miramos a Tussauds reprobadoramente— Según la nueva Ley Arácnida '22-'23, cualquier tipo de acción criminal de Grado 1 es castigada con un año de cárcel.
—Por favor, señor —dije yo— Disculpe a mi madre, no entiende el idioma...
Los oficiales se miraron, como si se lo estuvieran pensando.
—¿Decís que sois todos hijos hijos de esta señora? — dijo Oficial 2, que era el más antipático y también el más listo.
Asentimos todos. Incluso el niño del perro y el chico de gorro.
—¿Tú también? —dijo Oficial 1 mirando a Saribaa de arriba abajo con una sonrisa.
—Sí, yo también —dijo Saribaa fríamente— ¿Qué pasa? ¿Porque soy negra no puedo ser su hija?
—No estamos diciendo eso —se apresuró a corregir Oifical 2, que ya de paso estaba urgando en el bolso que le había quitado a Tussauds.
Del bolso que le había quitado a Tussauds sacó un varita de diecinueve milímetros.
—¿Qué es esto? —preguntó, y nosotros volvimos a mirar reprobadóramente a Tussauds como diciendo: "¡¿A quién se le ocurre llevar la varita en el bolso?!".
—Es un recuerdo —me aseguré a contestar— Se lo compramos nosotros en una tienda de cosas fantásticas.
—¿Ah si? —Oficial 2 avanzó hacia mi, con todo su andar de oficial y haciendo sonar sus botas en el suelo de la plaza, y yo sentí que temblaba de la cabeza a los pies— ¿Pues sabes lo que pienso yo? Pienso que sois todos unos mentirosos.
—¡EXPELIARMUS! —dijo una voz, y Oficial 2 salió despedido. La varita de Tussauds voló por los aires. Saribaa, Diadema y yo seguimos su trayectoria con los ojos, y vimos como aterrizaba en las manos de Donno, que había estado detrás de nosotros todo el tiempo, por medio de un encantamiento desilusionador.
Ahora todos los ojos de la plaza estaban clavados en nosotros.
—¡CORRED!
Y corrimos. Oímos el ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! de los disparos pisándonos los talones, y oímos sirenas y alarmas, y voces de megafonía alertando de la presencia de siete magos en la Plaza. Oí a la Chica de Diadema gritar, pero yo estaba demasiado asustado para pensar siquiera en detenerme.
Parecíamos una serpiente. Corrimos en fila, uno detrás de otro, por aquellas calles antiguas y sinuosas, buscando un sitio donde escondernos, o eso creía yo. En realidad ya lo habíamos encontrado.
—¡Por aquí! —dijo Donno.
—¡Sacre bleu! —protestaba Tussauds, que corría con las manos en la espalda, aún esposadas— Aún no me has dicho qué ha sido de Jimmy y de Frida, Donno. Te recuerdo que son tu responsa-
—No me haga hablar, profesora —cortó él— Enseguida lo verá.
Habíamos perdido de vista a los oficiales, aunque no por mucho tiempo, porque aún los oíamos gritar y disparar en alguna parte. Detrás de mi venía Diadema, que seguía gritando y diciendo "¡Albus! ¡Albus espera!". Donno se había detenido y estaba revelando un enorme portal oculto en la pared. Yo me di la vuelta al fin.
—¿Dónde está Saribaa?
—Eso trataba de decirte —dijo Diadema, jadeando— la perdí cuando cruzamos la plazoleta aquella con un montón de salidas. Puede que se haya equivocado de camino.
—Tenemos que volver —dije, y deseé por todos los medios que no me tocara volver a mí.
—¡NO! —dijo Tussauds— ¡Ya basta de excursiones! ¡Entrad los dos aquí!
Fuimos los últimos en entrar. Nos encontrábamos en el vestíbulo de una de esas casas muggles antiguas, del siglo XIX. Yo me senté al pie de la escalera, exhausto. Cerca de mí, el niño trataba de calmar a su dálmata, que no paraba de ladrarle al chico de gorro.
—Haz calmar a ese chucho, si no quieres que practique la cruciatus en él.
Yo me reí a carcajadas.
—¿Sabes lanzar una cruciatus? —le dije. Él no respondió.
Estaba muy oscuro, y la poca luz del vestíbulo caía sobre Jimmy Turnip, pálido y con la cara llena de pecas. Miraba al suelo sin saber qué decir mientras Tussauds le metía la bronca de su vida.
—...Absolutamente irresponsable. Si valiera de algo a estas alturas, le quitaría 50 puntos a Slytherin.
—Cumples al 100% con los estereotipos de nuestra casa —añadió Donno, cruzándose de brazos— Despues no me extraña que nos llamen "cobardes".
—Alors, —dijo Tussauds, un poco para todos— pero ¿Qué parte no entendéis de lo que yo os digo? Si yo os digo, "tomad un bus y nos vemos en la plaza", ¡Pues tomáis un bus y nos vemos en la plaza, no os empezáis a separar y a correr en todas direcciones como una bandada de murciélagos!
Yo quise aclarar que los murciélagos no se mueven en bandadas, ni tienen por costumbre dispersarse en todas direcciones y perderse los unos a los otros, pero Tussauds ya volvía al ataque:
—¡Y tú, Donno! ¡Tú eres el único mayor de edad! Se supone que estabas a cargo de Frida y de JImmy
—Pero profesora, no me ha dejado terminar de explicarle...
—Alors... ¡No me sirven las excusas!
—¡Que ha sido Jimmy, profesora! —insistió Donno— ¡Que ha sacado su varita y se ha hecho invisible a la primera que ha visto guardias por la calle, y por eso hemos perdido a Frida!
—Y a Saribaa —añadió Diadema Roja.
—Sí, pues a saber si están vivas alguna de las dos, a estas alturas —dijo el chico de gorro, y por primera vez el chico de gorro había dicho algo con coherencia, y esto tuvo tanta coherencia que nos quedamos en silencio. Yo pensé en Frida, la chica alegre, y me pregunté si había sido alegremente asesinada en las calles de Pisa, como yo había predicho antes.
—No podemos perder más tiempo —dijo Tussauds— Donno, tú eres el mayor, y sabes por dónde perdiste a Frida. Encárgate de encontrarla. Yo volveré a buscar a Saribaa. Albus, tú te quedas aquí. Estás a cargo hasta que volvamos nosotros.
—No —dije yo. Donno ya se marchaba sin decirle adiós a nadie— He tenido una idea.
—Ajá, ¿Y cuál es esa idea, si se puede saber? —dijo Tussauds sarcásticamente, y yo hice un esfuerzo por responder con educación.
—Alguien tiene que encontrar una vía para salir de esta ciudad con vida
—¿Y crees que tú eres el más indicado para esa misión, Potter?
Yo mantuve su mirada sin pestañear una sola vez.
—Alors, ¡Ay! ¿Sabéis qué? ¡Haced lo que os de la santa gana! Si os morís es culpa vuestra. ¡Por tontos!
Abrió la puerta dramáticamente y se marchó. Yo estuve un buen rato consultando un mapa de la ciudad que había conseguido antes en la plaza. Después tomé aire y salí al exterior.
La calle estaba totalmente vacía. Se había nublado el día y el viento agitaba los árboles. Las piernas se me habían vuelto de mantequilla, pero avancé a paso rápido, sin volver la vista atrás.
Excepto cuando oí que la puerta volvía a abrirse. En menos de dos segundos tuve a la Chica de Diadema pisándome los talones.
—¿Qué cojones estás haciendo? —dije, sin dejar de caminar.
—Si te crees que voy a quedarme ahí dentro haciendo de niñera, vas listo.
—Tussauds ha dicho que nos quedemos dentro.
—Sí, y tú te lo has pasado por el forro.
—Yo soy mayor de edad.
—Pues por eso —dijo con una risa— Te tengo a ti para que me protejas.
—Si eso es otra ironía como las de Tussauds...
Nos detuvimos en seco al girar en la primera esquina, y nos quedamos de piedra.
A cinco metros nos esperaban dos arañas gigantes, de color marrón oscuro. Dieciséis ojos nos analizaron de arriba abajo, y acto seguida se lanzaron a la carga. Diadema y yo habíamos sacado nuestras varitas.
