El Legado II


Tercera Parte


XLI

Raíces


What a wicked game to play

To make me feel this way

What a wicked thing to do

To let me dream of you

What a wicked thing to say

You never felt this way

What a wicked thing to do

To make me dream of you and

(Wicked Game / Chris Isaak)


Cuatro meses atrás


Bulma había tenido la razón. Efectivamente la tercera era la vencida, y gracias a su encanto y naturalidad para mezclar verdades con mentiras, pudo fácilmente sacarle información a Gure respecto a un niño verde que llegó en una nave enviada por Tarble. Gure, que conocía a Bulma por un par de videollamadas que tuvo con su amigo, la hizo confiar inmediatamente en ella, y dado su personalidad amistosa y amable, no dudó en invitar a la pareja a su casa, quienes aceptaron gustosos. Vegeta hubiera apostado por un acercamiento más directo para no perder el tiempo, pero cumplió su parte del acuerdo y guardó silencio.

—Estas galletas son deliciosas —exclamó Bulma después de llevarse una más a la boca. Luego de pasar la noche en el hogar de Gure tenían pensado seguir con lo que los trajo al planeta, pero la jovencita era tan amable que no pudieron decir no a la invitación a desayunar.

—Puedes comer todas las que quieras, ya hice más —comentó Gure antes de levantarse de la mesa e ir a la cocina por más cosas deliciosas para atender a sus visitas.

En cuanto se quedaron solos, Vegeta no dudó en abrir la boca.

—¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos aquí?

—Baja la voz, te puede escuchar —lo reprendió, pero estaba más preocupada del exquisito té de flores y las galletas de aroma a infancia feliz. (Al menos eso creía que era el olor a lindos recuerdos infantiles).

La casa había sido construida para una persona de la baja estatura de Gure, por lo que todos los muebles estaban acorde a su estatura, lo que hacía que Vegeta y Bulma se sintieran en una casa para niños, especialmente cuando pasaron la noche en el cuarto de invitados y el hombre tuvo que dormir en el suelo porque en la cama no había espacio para los dos.

—No vine aquí a jugar con comida, vine por respuestas. Ya confirmó que el niño está en este planeta, no perdamos el tiempo y vamos por él. Tan solo tengo que rastrear su ki, ya no necesitamos ayuda de esta mujercita.

—Las cosas se consiguen mejor con azúcar que con golpes, Vegeta. Ten un poco de paciencia, además no puedes negar que toda la comida está exquisita.

—Es verdad —murmuró descruzando los brazos solo para seguir comiendo. Todo era de tamaño pequeño, pero el sabor cautivaba su paladar—. Mientras no vuelva a escuchar otra historia de lo maravilloso que es Tarble…

—Tarble es lo que tengo en común con ella —justificó Bulma sonriendo—. Además tu hermano salvó de la extinción a su gente y a las otras razas que viven en este planeta, está agradecida… Y creo que podría estar enamorada de él.

—Mala suerte para ella que no mide dos metros ni pesa cien kilos.

Bulma debió cubrir la boca para ahogar la risa que se escapó.

—Sigo pensando que te he visto en algún otro lado —comentó Gure a Vegeta cuando volvió de la cocina con más galletas y emparedados—. Tu rostro me es familiar, pero no sé dónde.

—Tengo un rostro muy común —respondió el saiyajin, y comió más para no tener que seguir hablando.

—Eso no es verdad —dijo sonriendo—. Por eso me sorprende que no sepa dónde te he visto antes, suelo tener muy buena memoria para eso.

—Claro que no —la apoyó Bulma—. No saldría con alguien con rostro común, me gustan los hombres guapos.

Gure pensaba opinar sobre los rasgos del hombre, pero un llamado a la puerta la interrumpió.

—Ya regreso —se disculpó antes de ir a la puerta de entrada.

—Me quedaría una semana entera en este planeta con tal de seguir comiendo estas galletas —comentó Bulma dichosa. Le gustaba viajar, pero siempre era agradable detenerse a descansar y hacer algo normal y tranquilo, especialmente si era tan bien atendida.

—No será necesario pasar un día más aquí —respondió Vegeta atento al ki de quien había llamado a la puerta. Se levantó y fue hacia la sala con cuidado de golpearse la frente con los arcos como ya había pasado un par de veces.

Bulma no preguntó por tener la boca llena de galletas, pero partió detrás del hombre para controlarlo. No quería que por su impulsividad asustara a Gure que había sido tan amable con ellos.

—Qué bueno que viniste —exclamó Gure a Dende una vez que estuvo al interior de su casa—. Te tengo una sorpresa.

El pequeño la miró intrigado.

Este había sido el planeta al que Tarble lo envió minutos antes que la nave en que viajaban fuera atraída por el planeta. No recordaba nada del trayecto gracias al sueño inducido que le ahorró días y días de terror. Y tal como le había dicho el saiyajin, cuando despertó fue recibido por gente que tal como él habían perdido su planeta natal.

En cuanto les informó que venía de parte de Tarble, Gure lo contactó, y junto con otros habitantes que se encargaban de albergar a refugiados como él, lo atendieron con hospitalidad y cariño, invitándolo a quedarse con ellos para trabajar con la comunidad que se encargaba de cuidar su nuevo planeta, su nuevo hogar.

No quiso intentar buscar a su raza, puesto que no estaba seguro si continuaban en la misma estrella o si siquiera se encontraban con vida. Al menos aquí había podido llevar una vida tranquila y sin sobresaltos, trabajando en la tierra como tanto le gustaba.

—Vinieron los amigos de Tarble —comentó sonriendo.

—¿Los amigos? —repitió. Lo primero que se le pasó por la cabeza fue el guerrero alto y musculoso que lo acompañaba.

—Sí, Bulma y Argon —respondió esperando una sonrisa de regreso por tal linda sorpresa, pero obtuvo todo lo contrario.

Antes que Dende pudiera pensar en salir corriendo del lugar, Vegeta apareció en la sala.

—Tranquilo, no te asustes, no vinimos a hacerte daño —se apresuró Bulma en decir.

—¿Qué está pasando? No entiendo —preguntó la dueña de casa al ver como su amigo tiritaba de miedo.

—Solo quiero hablar, nada más —aseguró Vegeta.

—Ese hombre no se llama Argon — habló Dende, reviviendo los horrores vividos los últimos años por culpa de ese saiyajin asesino—. Es Vegeta, el hombre que torturó y mató a mi gente.

—¡¿Qué?! —Gure miró a Vegeta y ahora entendió de dónde lo conocía. Claro que era el hermano mayor de Tarble, ahora era obvio el parecido entre los dos.

—Si nos dieras un poco de tu tiempo para hablar —intervino Bulma—. Puedes hablar solo conmigo.

—No quiero que ninguno se acerque —exclamó antes de salir corriendo de la casa.

Ahora el problema era Gure, que los miraba asustada sin saber qué hacer.

—Me mentiste —dijo dolida a Bulma.

—Solo un poco —se excusó con ojos afligidos. No le gustaba que la miraran de esa forma, como si fuera peligrosa, tal como la gente en su planeta miraba a los invasores que destruyeron la Tierra—. Pero no estamos aquí para lastimar a nadie.

—¿Y qué tal Vegeta? —preguntó mirando al guerrero. Tenía terror que uno de esos desquiciados que robaron su planeta y casi extinguieron su raza se encontrara dentro de su casa.

—Seguramente mi hermano te contó todo lo malo que hice —dijo de brazos cruzados.

—Tarble no habla mucho de ti. Era un tema que lo entristecía. Pero he escuchado de ti por otras personas que están llenas de odio y tienen mucho que decir. ¿Vienes a tomar el planeta? —preguntó con la voz temblorosa.

—No. No vengo a tomar el planeta ni lastimar a nadie —dijo con la mandíbula tensa. Sabía que se merecía esas reacciones, pero no por eso no le molestaban.

—No mentí cuando dije que solo veníamos a hablar —dijo Bulma.

—No les pediré que se vayan —dijo seria y decidida, intentando controlar el miedo—. Son mis invitados y a los invitados se tratan bien, pero no voy a decirles dónde vive Dende. Ya ha sufrido demasiado.

—Perfectamente puedo encontrarlo por su presencia… —dijo Vegeta, y fue detenido por un codazo de Bulma.

—Eso parece una amenaza. Precisamente lo que no queremos —susurró pese a que Gure estaba frente a ellos y escuchó a la perfección.

—No estoy amenazando —dijo de mal humor.

—Pero lo parece —insistió enojada.

Vegeta se limitó a mirar hacia otro lado.


(...)


—No te muevas de mi lado —dijo Vegeta cuando las luces se encendieron y escucharon que la compuerta principal se abría sin que ellos activaran nada. Por los ki que sentía, había al menos veinte guerreros draxon, formándose fuera para recibirlos—. ¿Qué estás haciendo? —preguntó cuando Bulma fue corriendo hacia el dormitorio. No tuvo que ir por ella ni insistir, pues regresó a los pocos segundos con su estuche de cápsulas puesto en el brazo izquierdo. No era igual de avanzado como el que se hizo gracias a la tecnología de los saiyajin, pero los últimos meses había trabajado para construir armas y parte de los elementos que había perdido.

—¿Qué hago? Me preparo —dijo regresando a su lado.

—Qué adorable eres —dijo sonriendo de lado—. Ni siquiera alcanzarías a sacar una cápsula antes que una de esas bestias te corte en dos con su hacha.

—No por eso no voy a intentar defenderme —dijo decidida.

—Cuando comience la pelea, ocúltate —susurró—. Voy a distraerlos mientras encuentras la forma de salir.

—No digas eso —respondió más nerviosa que al comienzo.

—Hazme caso —dijo tajante.

Cuando la compuerta estuvo totalmente abierta, la pareja esperó que el ejército de guerreros ingresara de forma violenta a sacarlos, pero nada ocurrió. Tan solo oyeron la voz de un hombre que no era draxon, y se notó por su educada manera de hablar.

—Príncipe Vegeta, sería tan amable de descender de la nave, por favor.

Vegeta y Bulma se miraron por un segundo. Y ya que no tenían muchas opciones, hicieron caso a la invitación.

Fuera, en el hangar de naves, estaban los guerreros formados con sus armas en la mano y el torso desnudo, como acostumbraban. Algunos llevaban correas cruzadas en su pecho y espalda para transportar más espadas, cuchillos, lo que fuera el arma de su predilección.

—Príncipe Vegeta —Saludó con una respetuosa reverencia el hombre alto y delgado de piel suelta y pálida que vestía una túnica de colores negro y morado—. Espero no haber importunado su viaje.

—Vamos directo al grano —respondió Vegeta, sin evidenciar una sola gota de preocupación por la situación.

—Príncipe Vegeta, está cordialmente invitado a cenar con el emperador Atlas. Lo espera en su planeta a la brevedad.

—¿Invitado a cenar? —dijo incrédulo y luego sonrió—. ¿El emperador Atlas usó esas mismas palabras?

—Cito textual, príncipe Vegeta. Y una vez que acepte, será llevado a los dominios del emperador. Gracias a nuestra tecnología, cruzaremos la galaxia y estaremos en nuestro destino en tan solo unos días.

—¿Y qué pasa si digo que no? —preguntó solo para molestar.

—El emperador no contempló esa posibilidad, príncipe Vegeta.

—No, claro que no —comentó sin borrar la sonrisa y la ceja en alto, de paso examinando a cada guerrero del lugar, estudiando alguna posibilidad en la que Bulma pudiera escapar mientras se enfrentaba a todos, pero era imposible—. Está bien. No puedo negarme a tal invitación, menos si Atlas me invita cordialmente.

—Maravilloso. Síganme, por favor, los llevaré a su cuarto. —Caminó con calma con Bulma y Vegeta a unos pasos detrás de ellos.

La pareja solo se limitó a observarse y caminar.


(...)


—Cuánta clase —comentó Bulma ante las estatuas de gente crucificada y empalada que adornaban la gran entrada al palacio de Atlas. Había una neblina espesa y baja que le hacía arder los ojos, la garganta y no la dejaba bien, pero a medida que se iba acercando, el olor a carne putrefacta y las aves y animalejos carroñeros masticando los cuerpos de víctimas moribundas y cadáveres, le hicieron entrar en cuenta que no se trataban de estatuas, sino que enemigos caídos e incluso algunos draxon que seguramente hicieron algo indebido para terminar de esa forma.

—En este planeta son muy elocuentes a la hora de enviar un mensaje —explicó el lacayo de Atlas, que caminaba delante del saiyajin y la científica, guiándonos hacia el monarca.

Bulma no quiso responder para no tener que respirar la putrefacción que fue disminuyendo a medida que se alejaron de ella. Si esta era la primera imagen que la recibía, no quería saber qué la esperaba al interior.

No tuvo que recorrer gran parte del oscuro palacio para llegar a la sala de Atlas, pero los gritos que escuchó a lo lejos le dieron a entender que fuese donde fuese no sería agradable. Le prestó atención al hombre que los guiaba y a Vegeta. Ninguno parecía molesto por el molesto aire que le hacía llorar los ojos e irritar la garganta.

—Solo el príncipe —dijo un guerrero de más de dos metros de altura que custodiaba la entrada del salón cuando vio a la mujer que caminaba a su lado.

—Ella viene conmigo, de lo contrario no hay reunión —respondió Vegeta tajante, antes que el otro tipo hablara por él.

—El emperador Atlas mandó que…

—¡Cierra el hocico y que entren ya! —exclamó una voz ronca desde el interior.

Los soldados se apresuraron en abrir de par en par las gigantescas y pesadas puertas de metal. Por lo poco que Bulma había visto de la arquitectura, el tamaño y proporción de la construcción, el castillo de piedra oscura parecía haber pertenecido a una raza mucho más grande que los draxon, pero no más poderosa, pues se hicieron del planeta y todo en su interior. El palacio de Vegetasei también era de piedra, pero no tenía el molesto olor a humedad que este. Las paredes del comedor en su totalidad estaban decoradas con armas de todo tipo, no solo las que usaba Atlas y sus ejércitos, era una colección de armas recolectadas en cada purga que habían realizado incluso previos emperadores. Claro era el desgaste de muchas de ellas que por la humedad del lugar habían comenzado a oxidarse, mientras que otras, las más recientes, aún conservaban su filo e incluso sangre.

—Entren ya y siéntense. ¡Y traigan otro plato! —ordenó Atlas sentado a la cabecera de una larga mesa. A su lado derecho y también sentada, una joven mujer aguardaba en silencio. Un delicado velo amarillo cubría su rostro, siendo difícil poder ver bien sus rasgos, pero definitivamente no se trataba de una mujer draxon.

Unos hombrecitos bajos y con deformidades físicas que estaban en un rincón del lugar, se apresuraron a salir por otra puerta para ir a buscar lo pedido por su amo.

—Seguramente se comen entre ellos —susurró Bulma asqueada.

—Será mejor que te muerdas la lengua —le advirtió Vegeta ya casi llegando a su puesto en la mesa, a la izquierda del coloso emperador.


—Te recuerdo muy bien —dijo Atlas estudiando a Vegeta que ya estaba sentado a la mesa con Bulma a su lado y todos con los platos y copas llenas—. Todavía eras muy joven, pero vi de lo que eras capaz. Sabía que serías tan buen emperador como lo fue tu abuelo, mucho mejor que tu padre porque todos saben que fueron sus antepasados los que consiguieron la grandeza.

Mientras Atlas añoraba viejos tiempos en voz alta, Bulma se concentró en la cena. No probó un solo bocado, limitándose a mover la comida con el tenedor por temor a encontrar un hueso o cabello de persona. En un principio pensó que le llevarían una cabeza en un plato, pero para su asombro todo se veía muy apetitoso e incluso olía bien, aunque la presentación dejaba bastante que desear.

—Si hubiéramos unido las familias como lo pensamos en un principio, seríamos el único imperio en la galaxia, y podríamos habernos expandido a las otras —continuó Atlas—. Pero desapareciste, y tu padre intentó engañarme queriendo que casara a una de mis hijas con tu hermano que es una vergüenza de saiyajin. Incluso mi hija más débil hubiera destrozado a ese niño defectuoso en la primera noche. —Tomó con la mano una pierna asada y le dio un mordisco suficiente para llevarse gran cantidad de la carne a la boca. No esperó a tragar todo para seguir hablando.

—No lo sé. Últimamente mi hermano se me hace bastante saiyajin —murmuró Vegeta y probó un pedazo de carne. No tenía idea de qué animal era, pero tenía buen sabor, aunque estaba un poco dura para su gusto.

—No me importa la actitud, me importa el poder y es algo que él nunca tendrá, por eso no lo quise. Tú eras quien siempre me interesó, el futuro de ese imperio.

Luego del primer bocado de Atlas, la mujer que lo acompañaba hizo su velo hacia atrás para comenzar a comer. Solo entonces Bulma pudo ver su rostro juvenil. Una flor delicada como esa no pertenecía al yermo contaminado que era este planeta.

—¿Qué edad tienes? —preguntó Bulma sin pensar, hablando por encima de Atlas, quien la quedó mirando un tanto impresionado por aquella falta de respeto, pues hacía demasiado tiempo que no pasaba algo así.

La jovencita que solo quería comer para saciar el hambre la quedó mirando con expresión asustada. No esperaba que le hablaran y confundida miró a su marido que simplemente continuó hablando.

—Pero ya estás de vuelta, Vegeta. Aún podrías casarte con alguna de mis hijas. Hoy estoy de buen humor, no es fácil encontrarme así. Lo único que tienes que hacer es pasar a verlas y escoger la que más te guste.

—Claro —volvió a interrumpir Bulma—. Como una exposición de ganado, sin que ellas… —La mano de Vegeta apretando su muslo bajo la mesa, la hizo detenerse, pero fue incapaz de ocultar su mueca de desagrado.

Una vez más el emperador miró a la mujer que no tuvo miedo de mirarlo de vuelta a los ojos, lo que lo hizo sonreír y continuar con la conversación.

—¿Ahora que el rey Vegeta no está regresarás a reclamar lo que es tuyo? —preguntó interesado—. El heredero oficial está verde, es un niño poderoso, pero no un guerrero completo aún, que es lo que necesita el imperio y no creo que no quieran de vuelta al heredero original.

—¿Para esto fue la invitación? Si fuera a tomar mi antiguo puesto, Atlas, no hablaría con un antiguo aliado de mi padre —dijo Vegeta con calma. Solo mientras viajaban al planeta de Atlas se habían enterado que el rey Vegeta estaba perdido, pero no lograron recabar mayor información, todo era muy confuso.

—Eso se disolvió cuando tú te fuiste —dijo con una mueca.

—Estoy concentrado en otros asuntos.

—¿Más importantes que gobernar parte del universo? —preguntó sin esperar respuesta—. No sé qué más puede ser tan interesante, pero eso lo dices ahora. Eres un príncipe guerrero y no puedes escapar a eso. ¿Qué tal te vendría cien de mis hombres para restablecer el orden en Vegetasei?

—¿Solo cien? —preguntó sonriendo y tomó una de las copas de vino para beber. Le hubiera venido mejor una cerveza fría, pero no estaba mal—. Menosprecias a los saiyajin.

—Y tú menosprecias mi propuesta. Con eso bastaría para dejar un mensaje y recuperar tus ejércitos. Sé muy bien que tu padre repartió tus planetas y ejércitos entre sus más cercanos. Primero tienes que probar quién eres si quieres más de mis guerreros. Recuperar tu ejército y reclamar el trono.

Bulma observó a Vegeta y al monstruo que se notaba encantado por estar con toda una leyenda viva en la que se había convertido Vegeta luego que desapareció por tanto tiempo. ¿Qué se supone que estaba presenciando? Vegeta se veía tan a gusto, tan normal conversando con aquel tirano, como si nunca hubiera abandonado su planeta y costumbres a los diecisiete años. El saiyajin era muy bueno actuando o había ciertas cosas que jamás habían cambiado y solo no había tenido la oportunidad de verlas relucir…

—Aún no termino el trabajo por el que estoy aquí, Atlas —comentó Vegeta con seriedad, terminado el vino—. Estoy concentrado en eso.

El emperador mordió otro trozo de carne color morado y bebió de su copa adornada con tantas piedras preciosas que se hacía demasiado pesada de cargar para una persona normal sin poder de pelea.

—Tienes que agradecer que estoy de buen humor, Vegeta. Y te advierto que esta conversación no se ha terminado. Te ha quedado claro que mis hombres pueden encontrarte en cualquier lugar de la galaxia —dijo sonriendo de una manera que sonaba como amenaza.

Vegeta no se dejó intimidar y agregó con otra sonrisa.

—No habla bien de ellos si tardaron más de diez años.

—Esa es otra razón por la que te traje aquí —dijo ignorando su comentario—. Quiero escuchar de tu boca qué fue lo que pasó. Porque no me compro la historia que fuiste capturado y eso fue todo.

—Las noticias vuelan —comentó Vegeta.

—Eras el heredero al imperio saiyajin. Todos están interesados en saber qué pasó. Quiero conocer las historias que viviste, mientras más sangrientas, mejor porque tienen que haber muchas —dijo emocionado por el tema, terminando con un golpe de puño en la mesa que hizo que todo tiritara.

—Oh, por favor —se quejó Bulma en voz baja. Dejó los cubiertos en la mesa sin haber comido nada y pese a que el vino lucía tentador tampoco quiso probarlo—. Si me disculpan, estaré afuera, mientras conversan de batallas, sangre y subyugación.

Cruzó miradas con Vegeta que no quería que anduviera sola por un lugar así, pero no la detuvo. Si esa mujer tuviera fuerza de combate, en estos momentos su ki estaría por las nubes.

—Tengo que recordar que llegué a este planeta con mi mujer y espero irme de él con ella intacta. —comentó Vegeta de manera despreocupada con una nueva copa de vino en la mano, aclarando que Bulma era intocable.

Bulma escuchó a Vegeta llamarla su mujer, pero estaba demasiado enojada para importarle.

—Tu mujer está a salvo —dijo y sin mirar a la suya que comía en silencio, le habló—. Acompáñala y ve que no haga estupideces.

La jovencita limpió su boca, volvió a poner el velo translúcido en su lugar y salió a paso rápido detrás de Bulma que ya había abandonado la habitación.

—Ahora veo porque no estás interesado en casarte… Con mis hijas no tendrías ese tipo de problemas de comportamientos. Están bien criadas y preparadas para dar hijos poderosos. Tu mujer se ve de carácter, ¿pero tiene la fuerza física para llevar un hijo saiyajin?

—A los saiyajin nos gustan las mujeres con temperamento —dijo sonriendo, haciendo que Atlas le diera la razón—. Y no estoy pensando en tener hijos.

—También nos gustan las hembras con temperamento, pero a todo animal hay que domarlo en algún momento, o te terminan mordiendo. —Bebió todo el contenido de su copa y se sirvió más—. Ahora, vamos a lo importante…


—No tienes que seguirme, puedo cuidarme sola —dijo Bulma al sirviente de Atlas que la acompañó en cuanto la vio salir del salón.

Aceleró el paso, esperando calmarse y que dejaran de seguirla, pero no funcionó ninguna de las dos. Aminoró la velocidad solo cuando vio que la joven con la que compartió la mesa iba tras ella.

—Permítame hacer un tour por el lugar mientras nuestros esposos conversan —ofreció sin mirar a Bulma, siempre al frente, con la mirada baja.

—¿Qué edad tienes? —preguntó Bulma con calma, yendo al ritmo de la chica. Al menos el horrendo y alto sujeto conservó su distancia, por lo que ya no sentía su molesta presencia.

—Catorce ciclos, princesa —respondió creyendo que estaba casada con el príncipe saiyajin.

Bulma sintió la presión en el pecho. Era prácticamente una niña, pero no le dijo nada al respecto y se limitó a encender un cigarro.

—¿Tus padres te entregaron a este tipo?

—Mis padres fallecieron cuando nuestro planeta fue conquistado por mi esposo, al igual que el de mis hermanas. Ahora vivimos a salvo aquí en palacio y le damos hijos a nuestro emperador —respondió con naturalidad y continuó—. A su izquierda verá la colección de pilares que a nuestro emperador le gusta tomar de cada civilización conquistada.

Bulma no escuchó. En su cabeza solo pasaba la idea de que debería haber venido a este planeta para sabotearlo en lugar de Vegetasei. Ciertamente en un lugar como este no hubiera hecho amistades con un príncipe ni terminado emparejada con otro. Se sentía impotente de no tener la fuerza física para hacer algo al respecto en este momento.

—En los salones de la derecha está la colección de arte de más de cien planetas. Creo que podría gustarle.

—Puedes escapar en la nave conmigo —susurró Bulma, sin dejar de caminar, pasando por alto la colección de arte, sin saber que de haber entrado, hasta podría haber encontrado una escultura que perteneció a la Tierra.

—¿Cómo? —preguntó la jovencita nerviosa y no pudo evitar mirar hacia atrás. El sirviente caminaba a menos de tres metros de distancia intentando escuchar la conversación.

—No te preocupes de los detalles —insistió la científica—. Yo me encargaría de escabullirte en mi nave y te sacaría de aquí. Sé de planetas que reciben a gente como tú. Ya no estarías más en peligro.

—Muchas gracias, pero mis hermanas…

—¿Cuántas son?

—Veinte.

Bulma suspiró. No había cómo hacer caber veinte mujeres en su nave, tendría que ser en otra oportunidad, en una nave más grande con un plan previamente pensado, pero se había fijado en la seguridad del planeta y no sería para nada fácil.

—No tienes que ser valiente. Puedes permitirte tener miedo e intentar salvarte. Si me dices que sí, me encargaré personalmente de sacarte de aquí. Puedo hacerlo, te lo aseguro.

—A su izquierda —continuó incapaz de responder por miedo a que saliera un de su boca—, está la posesión más preciada de nuestro emperador, su zoológico.

—¿Un zoológico? —repitió asqueada.

—El zoológico del emperador es conocido y envidiado en todo el universo —dijo sin sentir una sola palabra. Simplemente era el discurso que se había aprendido de memoria.

—Permíteme dudarlo —respondió Bulma, sin interés alguno en ver pobres animales enjaulados en pequeñas celdas, alejados de su hábitat natural.

—Tiene razón, princesa. No es algo que le pueda gustar, si me acompaña puedo mostrarle la colección de monedas que recopiló nuestro emperador. Algunas tienen más de tres mil años de antigüedad.

Apuró el paso esperando que Bulma la siguiera, y funcionó por un momento, pero la científica se detuvo a mitad de camino, justo en medio del arco ojival de la entrada del zoológico.

—¿Qué clase de zoológico es este? —se preguntó a sí misma en voz alta. El olor a humedad predominaba, pero no había hedor a animales en un lugar cerrado como esperaría. Y pese a la tecnología de punta que contaban para sus naves, el palacio no se veía modernizado.

La curiosidad la hizo entrar al salón para explorar.


La luz tenue en la sala que llamaban zoológico, mantenía una atmósfera artificial nocturna, lo que conservaba a los animales tranquilos, sin grandes estímulos. Al menos eso fue lo que pensó Bulma cuando ingresó y comenzó a recorrer el lugar y notó realmente de qué trataba la atracción principal. Por un momento se sintió indefensa, como en aquel periodo oscuro de su vida en la Tierra cuando nadie estaba seguro si vivirían un día más.

Las mujeres de razas que jamás había visto en su vida, permanecían dentro de sus peceras en estado letárgico, sin reaccionar a su presencia pese a acercarse para verlas de cerca. Horrorizada, sacó un cálculo rápido y fácilmente pudo contar más de cien acuarios ordenados en filas infinitas dentro de la habitación que conectaba con otras que albergaban más prisiones de mujeres. Algunas tenían tapas con los filtros necesarios para recrear el oxígeno indispensable para cada raza, otros ni siquiera estaban cerradas, pues eran lo suficientemente altas para no alcanzar el borde superior. Y en un costado, por el exterior, tenían una placa en un idioma que no conocía, pero que seguramente informaba el nombre de la raza y su planeta procedencia entre otras cosas que podían ser de interés para esta gente enferma.

—¿Qué les pasa? —preguntó cuando la joven se le acercó—. ¿Por qué no reaccionan? —Golpeó reiteradas veces uno de los cristales reforzados, pero la mujer de cabello rojo y alas blancas continuó sentada en el rincón opuesto. Fue como ver a un ave enferma que perdía sus alas por culpa del confinamiento en un espacio reducido.

—Se les implanta un chip —respondió, pero se detuvo para no dar más información. Estaba tan acostumbrada a narrar con detalle cada colección de su emperador, que respondía automáticamente a las preguntas. Pero a diferencia de las veces anteriores, la comensal no estaba disfrutando el tour—. Salgamos de aquí —invitó con amabilidad—. Podemos ver otras cosas.

Bulma no la escuchó y siguió recorriendo el lugar. Entró a otro cuarto espacioso con la misma triste vista.

—Este lugar es el infierno —susurró horrorizada, llevándose la mano sobre su estuche de cápsulas. Quería hacer estallar cada celda, rescatarlas y de paso matar a cada draxon que se le cruzara en su camino. Qué impotencia no contar con el poder para hacerlo. Qué cólera sentía al no ser capaz de hacer algo al respecto—. Te vuelvo a repetir la oferta. Dime que sí y te saco de aquí. —Al menos un alma. Al menos una mujer que pudiera rescatar de este averno en vida apaciguara la ira que la estaba consumiendo.

La jovencita no respondió, y esta vez el mozo que escuchó el escandaloso ofrecimiento, cortó la distancia que los separaba.

—Será mejor que salgan de este lugar. No es para ojos impresionables —sugirió acercándose a Bulma, pero antes de tocarla se detuvo al ver su mirada desafiante que no se doblegaba ante monarcas, mucho menos lo haría por un esbirro de Atlas.

—Aléjate de mí —ordenó, y continuó recorriendo el lugar hasta que algo llamó su atención.

Al ingresar al tercer salón se detuvo por un momento cuando creyó pisar trozos de vidrio. En realidad era el material con el que estaban construidas las peceras y se asemejaba al cristal. Sus pasos crujieron más y más hasta llegar a un sector del salón donde varias peceras se encontraban destruidas. Curiosa, se acercó, y pese a la baja luz del lugar, distinguió que por la distribución de los cristales en el suelo, una de las peceras había sido destruida desde el interior, mientras que las otras cuatro lo habían sido desde afuera.

—Espero que hayan podido escapar de este lugar —dijo para sí misma.

Su anfitriona estuvo a punto de asentir, dándole la razón, pero se mantuvo en silencio con la mirada en el suelo cuando el hombre se acercó un poco más, atento de las dos.

—Lamentablemente hubo un problema con chips averiados, pero se le está dando caza a las criaturas para reponerlas en su lugar —informó.

Bulma ignoró su comentario. Observó la placa de la pecera que había sido destruida desde adentro.

—¿Qué dice? —preguntó a la adolescente.

La chica se acercó para echar un vistazo rápido.

—Saiyajin —respondió. Calló antes de decir el planeta de procedencia, ya que estaba al tanto que el hombre con el que venía pertenecía al mismo.

Bulma alzó las cejas y sopló con fuerza. Se acercó a la pecera de la izquierda, que se encontraba destruida desde el exterior. Asumió que la saiyajin que logró destruir el cristal aprovechó la oportunidad para liberar a las otras.

—¿Y esta qué dice? —consultó. Ya que no podía hacer nada, al menos quería conocer el origen de las mujeres que lograron huir.

Tanto la joven como el mozo caminaron hacia la pecera, pero el hombre mantuvo la lejanía con Bulma.

—Humana. Planeta, Tierra Azul —respondió con suavidad luego de leer.

—No puedo seguir en este lugar —sentenció Bulma asqueada, saliendo a paso rápido.

Tantos recuerdos salieron a flote. Esa última noche en la Tierra cuando fueron salvados por gente de Morgan, pero muchos no corrieron el mismo destino y fueron cazados como animales para ser vendidos. Solo fue la suerte la que impidió no terminar en el zoológico de Atlas.

Sentía tanto odio en ese momento que bombardearía el planeta entero hasta reducirlo a cenizas. Estaba segura que todas esas víctimas preferirían morir a continuar viviendo tal tortura.


—Ahora lo dices, luego no podrás dejarlo. La única forma en que guerreros como nosotros nos sentimos vivos es en el campo de pelea. La guerra y el poder corre por tus venas —exclamó Atlas cuando salió del salón junto con Vegeta—. Eso no puedes negarlo.

—Me persiguen a cada lugar que voy —murmuró Vegeta. Había tenido que desempolvar las anécdotas más violentas que vivió estos años para mantenerlo contento. Desde un comienzo se encontró de buen humor, de lo contrario ni siquiera hubieran alcanzado a comer antes que tomara su arma favorita para cortar cabezas, pero incluso la bestia más violenta conocía de protocolos, y ya que esta había sido una invitación real al alguna vez príncipe heredero de Vegetasei, todo fue bastante civilizado considerando los estándares del planeta en que se encontraba.

El saiyajin contaba con excelente estado físico, pero al no ser tan alto, sumado a que vestía ropas de "ciudadano común", lucía inferior en comparación al titán de torso desnudo y acorazado que era Atlas, lleno de cicatrices y músculos, sin embargo, la actitud altiva de Vegeta ayudaba a poner las cosas en balance, haciendo que Atlas lo reconociera como su par, de lo contrario esta reunión no hubiera terminado bien.

—Ya lo sabes, Vegeta. En cuanto decidas recuperar el trono de Vegetasei puedes llamarme para comenzar la guerra. Sabes bien cómo terminará todo si nos unimos —dijo haciendo sonar los nudillos.

—¿Quieres adelantarte a lo que pueda hacer la reina? —se aventuró a decir. Estaba seguro que aunque jamás llegaría a admitirlo, Atlas se sentía constantemente amenazado por el imperio saiyajin. Alguno de los dos terminaría atacando y quería asegurarse de ser él.

—No le tengo miedo a ninguna mujer y no voy a negociar con ella, no importa que sea la reina —dijo con desdén—. Tampoco con un niño al que puedo partirle el cráneo con mi mano. Me interesa el heredero original.

—Una guerra entre draxon y saiyajin dejaría tal ola de destrucción que terminaría con más planetas devastados que conquistas —reflexionó Vegeta.

—Exacto —respondió emocionado—. No importa lo que pase al final, lo voy a disfrutar con mis armas.

Continuaron conversando sin detenerse, hasta que en uno de los salones, donde se encontraba la colección de esqueletos de cada raza conquistada por Atlas, encontraron a Bulma con la esposa del emperador sentadas en el marco saliente del ventanal conversando, mientras que en otro extremo del salón, el sirviente estaba de pie, sosteniendo su brazo derecho que sangraba por sobre el codo.

Solo la joven se puso de pie y se preocupó de ordenar sus velos con la mirada en dirección al suelo, mientras que Bulma continuó en su lugar y con un cigarro en la boca.

—¿Estás bien? —preguntó Vegeta al ver al tipo sangrando y a ella con cara de pocos amigos.

—Le advertí tres veces que no se me acercara. No hizo caso. —Nuevamente se llevó la mano a su estuche de cápsulas, de la cual había sacado el arma con el que le dio a entender al sujeto que no tenía permitido tocarla.

—Estoy bien, no fue nada —respondió el sirviente ocultando su pesar. En un planeta como este era una vergüenza para un hombre mostrar dolor, incluso para un simple mozo que no pertenecía a una raza guerrera.

Bulma arqueó las cejas al escuchar la risa estridente de Atlas… Si tan solo tuviera un arma lo suficientemente poderosa para hacerle estallar la cabeza.

—Ya entiendo porque estás con ella. Qué mujercita más interesante —comentó aún riendo, pero cuando se dirigió a su sirviente fue severo—. Tú eres una vergüenza. —Pese a su gran tamaño y peso, se movió con gran agilidad entre los esqueletos, sin pasar a llevar ninguno, y antes que su esbirro comenzara siquiera a explicarle que no sentía dolor, tomó una de las espadas que decoraban la habitación, arremetiendo con un solo y corto movimiento.

Cuando la cabeza del hombre rodó por el suelo de piedra manchada, solo la mujer de Atlas miró hacia otro lado y tuvo que reprimir el grito que se atoró en su garganta. Era de las esposas más nuevas, por lo que no estaba totalmente habituada a tanta brutalidad. Vegeta y Bulma observaron lo ocurrido en silencio.

—Emperador —dijo otro mozo con ropas similares del que acababa de ser decapitado, pero bajo y de piel roja—. Los saiyajin acaban de llegar.

Esta vez Bulma reaccionó ante la noticia y cruzó miradas con Vegeta, que evidentemente había sido informado de esta sorpresa.

—Justo a tiempo —respondió Atlas mientras examinaba el filo del arma. Con respeto inusual, la dejó sobre un mesón lleno de cráneos y caminó fuera del salón para recibir a los nuevos visitantes.

—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó Bulma de pie. A estas alturas sentía que ya nada podría sorprenderla.

—La invitación no fue para escuchar mis emocionantes relatos —respondió Vegeta y caminó hacia la misma dirección que Atlas. Bulma tiró el cigarro al suelo para ir tras el saiyajin. Esto no se lo perdería por nada.


Bulma guardó distancia cuando llegó al salón donde los nuevos invitados de Atlas estaban siendo recibidos. Al ser considerada por el dueño de casa casi como un accesorio de Vegeta aprovechó para guardar silencio y escuchar lo que pasaba.

Era una comitiva pequeña de siete saiyajin de élite (sus armaduras los delataban). Uno de ellos, el de rango más alto se adelantó al grupo para saludar al emperador Atlas y luego a Vegeta. Pese a no estar tan cerca pudo ver la sonrisa del hombre cuando se dirigió a Vegeta, y por la forma en que interactuar de ambos, supo enseguida que se conocían de su vida anterior de príncipe.

El saiyajin de rango alto, que debía tener más de cuarenta años (era difícil calcular la edad en esa raza, pues envejecen muy lentamente), debió prestarle atención a Atlas cuando habló, interesado en algo que había prometido Paragus si encontraba al príncipe. El saiyajin dio un par de instrucciones a dos de sus hombres para que regresaran a la nave por lo convenido, pero Atlas estaba tan interesado en el tema que no esperó y fue con los guerreros, vociferando e exigiendo que se apresuraran. Con otra actitud, totalmente diferente a la "amistosa" que había tenido con Vegeta.

—Ha pasado mucho tiempo, príncipe Vegeta —comentó el hombre cruzado de brazos.

—Supongo que no me hicieron venir hasta acá para recordar viejos tiempos, Stone —respondió.

—En cierta forma sí, pero no estoy autorizado para dar todos los detalles.

—Yo te autorizo —dijo encogiéndose de hombros.

—Entonces sigues siendo príncipe —comentó satisfecho.

—Que sirva de algo —respondió—. Ahora dime, qué demonios pasó con mi padre. Está desaparecido.

Stone calló cuando vio a una mujer de cabello celeste acercarse hasta ponerse junto a Vegeta. Y ya que el príncipe no dijo nada, supuso que estaba bien continuar.

—Fue el general Paragus quien ordenó buscarte.

—¿Qué es eso de que el rey está perdido? —preguntó Bulma.

El saiyajin la miró y luego a Vegeta.

—Responde —dijo Vegeta con un tono tan natural como si la última orden a sus soldados la hubiera dado hace solo unos días.

—Hace más de siete meses salió en búsqueda de la princesa Kyle, sin éxito. Y hace unos meses se decidió decretar su desaparición. Se perdió todo contacto con él, la nave y los hombres que lo acompañaban. Las tropas secundarias reportaron que desde la nave real informaron que irían tras una pista y eso fue lo último que se supo de ellos.

—¿Alguna noticia sobre la princesa? —consultó Vegeta.

—Tampoco ha sido encontrada.

La pareja estaba al tanto de la desaparición de Kyle, como también que había mantenido contacto con Tarble para hacerle saber que estaba bien. Ninguno dijo nada al respecto pero les pareció curioso todo lo que estaba ocurriendo.

—¿Y qué es lo que Paragus quiere de mí?

—No me lo informó, pero es obvio —agregó y decidió continuar—. No muchos generales están contentos con la reina y sus métodos y si el rey no aparece, es ella quien gobernará hasta que el príncipe tenga la edad y fuerza necesaria.

—Nunca está de más un golpe interno para complicar más la situación —dijo Vegeta con sarcasmo.

—Eres el príncipe heredero, tu lugar pertenece allá, justo en este momento. Nadie hablará de golpe si es la persona que siempre debió ser quien toma el control —dijo con solemnidad, pero arqueó las cejas con incredulidad cuando escuchó la risa de Vegeta.

—Danos un momento —dijo Bulma al guerrero, y sin preguntar tomó a Vegeta del brazo para alejarlo lo suficiente y poder hablar sin que los saiyajin los escucharan.

—¿No tienes curiosidad de ver qué está pasando? —preguntó en voz baja.

—¿Quieres regresar a Vegetasei? —consultó impresionado.

—Solo para ver qué sucede, luego nos marchamos y continuamos viajando. De todas maneras tenemos que pasar cerca de ese planeta para ir al de mis padres.

Vegeta la miró escéptico.

—¿Esto no tiene que ver con lo que estabas haciendo en Vegetasei antes de que yo llegara?

—Eso ya lo dejé —respondió convencida, con un tinte de ofendida, pero su curiosidad era tan grande que quería ver son sus propios ojos lo que estaba pasando. Además, algo le decía que Tarble estaba metido en eso y no podía irse así como así.

—Entonces quieres volver a Vegetasei —sentenció justo cuando Atlas venía de regreso con un grupo de sus soldados junto con el regalo que Paragus le había prometido si encontraba al príncipe Vegeta.

—En estos momentos soy capaz de regresara a Vegetasei solo para ir a buscar el ejército más grande y poderoso que tenga para acabar con todos en este maldito planeta —dijo llena de odio al ver que llevaban una mujer saiyajin encadenada, seguramente para reemplazar a la que había tenido la suerte de escapar del zoológico.

La mujer vestía la armadura característica del planeta, con colores café y plomo suave, pero el terror en sus ojos y la armadura impoluta, sin ningún rasguño, evidenciaban que jamás había combatido y si tenía poder de pelea era muy bajo.

Vegeta no respondió al comentario de Bulma. Se quedó en silencio meditando la situación, mientras que la joven se acercó a Stone, que continuaba en su lugar, esperando la respuesta del príncipe.

—El general Paragus paga sus deudas —dijo Stone a Atlas cuando pasó junto a él.

—¿Vas a dejar que ese monstruo se lleve a una mujer de tu raza? —preguntó Bulma indignada, sin bajar el volumen de su voz.

—No hay problema —respondió Stone con tranquilidad—. No es una guerrera, ni siquiera alcanza a ser tercera clase.

—Es una saiyajin, es tu raza, es tu gente —reclamó—. Puedo ver que el orgullo saiyajin tiene un límite cuando se trata de complacer a psicópatas más podero… —Calló al sentir a Vegeta tomándola de la muñeca con fuerza, pero sin lastimarla, solo apretó lo suficiente para detenerla.

—No puedo protegerte de todo este planeta —le susurró sin dejar de alejarse.

—No te he pedido que me protejas —respondió enojada. Solo tuvo que tirar un poco para liberarse de su agarre.

—Ya sabes, príncipe Vegeta —dijo Atlas. Se detuvo para mirar al saiyajin, lo que hizo que sus hombres y la nueva adquisición para su zoológico también lo hicieran—. Háblame cuando tomes una decisión y en poco tiempo tendremos sometidos a todos y luego los pocos imperios que quedan en la galaxia. —Le echó una mirada de desprecio a Bulma que no bajó la vista—. Todas mis hijas son lo suficientemente fuertes para llevar a tu heredero y tienen la lengua domada. —No esperó respuesta y se marchó. Tenía cosas más importantes que hacer.

Bulma se encaminó hacia la salida. Estaba indignada y sobre todo frustrada, pero no era difícil sacar en claro que era imposible hacer algo al respecto, al menos no en ese momento.


—Tu antiguo ejército está esperando que regreses a Vegetasei —comentó Stone cuando entró a la cabina de mando donde estaba Vegeta con la mujer que lo acompañaba.

—No hagas planes, no he dicho que he aceptado nada —respondió Vegeta para bajar las expectativas.

—El que solo vuelvas a Vegetasei es importante.

—Tengo una condición antes de seguir el viaje.

—La que sea.

—Nadie tiene que saber que voy a Vegetasei.

—Pero tengo que informar a…

—No me importa. Si le dices a alguien, incluso Paragus, tomo una nave y me largo de aquí —sentenció.

—Se hará cómo digas —respondió. Su objetivo era llevarlo al planeta, no importa si Paragus se enteraba ya llegando, era lo que quería.

La nave en la que viajaban tenía capacidad para al menos doscientas personas y era pilotada por saiyajin expertos, pero eso no significó que Bulma no se metiera para inspeccionar todo y lo comparara con sus propias creaciones. Nadie de la tripulación sabía quién era la mujer de cabello celeste, pero guardaron silencio ya que venía con el príncipe, al que saludaron con una reverencia en cuanto lo vieron.

Bulma notó lo expectantes que estaban ante la presencia de Vegeta. Como si quisieran que dijera o hiciese algo. Le llamó la atención que sus rostros siempre serios y amenazantes (especialmente al tratarse de guerreros de élite), mostraban cierto brillo de esperanza. ¿Esperanza de qué? ¿Continuar con la expansión del imperio a manos del poderoso príncipe? No, Vegeta ya no era esa persona, de lo contrario no estaría con él.

—Solo por asuntos protocolares —comentó Stone a Vegeta en voz baja, pero de todas maneras Bulma estaba atenta a la conversación—. ¿Quién es la mujer que te acompaña? Necesito informarlo para saber cómo actuar cuando lleguemos.

—Soy su mujer —respondió Bulma. Se puso junto a Vegeta esperando alguna respuesta por parte del saiyajin que miró al príncipe esperando confirmación.

—Ya la oíste —respondió el hombre con una leve sonrisa de lado.

El guerrero se limitó a hacer una leve reverencia, esta vez dirigida a los dos.

—Pobre —comentó Bulma cuando Stone se retiró de la sala de mando—. Casi pude escuchar su corazón romperse en mil pedazos cuando escuchó que no estabas solo. Seguía enojada por todo lo ocurrido en el palacio de Atlas. Antes de marcharse volvió a insistir a la joven que se fuera con ella, pero fue inutil. Realmente no había nada que pudiera hacer y eso le molestaba. Pero al menos en esta nave podía tratar mal a los saiyajin que la miraban con cierto desprecio.

—¿Así que mi mujer? —preguntó mirándola, con la ceja levantada, a lo que ella respondió sonriendo.

—Tú empezaste, cuando le dijiste a esa bestia que era tu mujer. No creas que no te escuché. —Le arregló el cuello de la chaqueta que se había arrugado mientras sentía la mirada de los saiyajin que intentaban espiar con disimulo.

—Es la única forma de mantenerte con vida —respondió, y se apresuró en agregar antes que ella hablara—. Pese a que dices que puedes hacerlo sola.

—Y claro que puedo, pero por esta vez finjamos que la necesito.

—Está bien. —Se contuvo de besarla en la boca. Y sabía muy bien que la coqueta le pasaba las manos por el pecho y miraba de forma provocadora para tentarlo.

—Entonces, ahora todos en esta nave dan por hecho que vas a reclamar el trono de tu padre —dijo sin separar las manos del pecho del guerrero.

—Tengo una idea en mente —respondió con seriedad—. Creo que puedo sacarle provecho a todo esto que está ocurriendo.

—¿Me vas a decir?

—Luego que tome una decisión.

De respuesta, Bulma se apresuró en robarle un beso en la boca a sabiendas que no aceptaría besarla delante de tantos guerreros. Tenía que recordarle quién era ahora y lo que había dejado de ser.


Continuará…


No voy a sacar cuenta hace cuanto actualicé, sé que es mucho, pero aquí estoy. Este capítulo era mucho más largo ya que también tenía escenas de Tarble, Broly, Kyle y Koora, pero para poder actualizar las quité y pienso ponerlas en el próximo.

Estoy ordenando todo nuevamente, quiero ser más concisa para no tardar tanto en escribir y para eso tengo que revisar los resúmenes y tratar de acortar la historia (no le voy a quitar cosas importantes) pero sí hacer los rellenos más cortos.

Como la mayoría ha leído en mi face, estoy con mucho trabajo, pero muuuuy contenta y llena de ánimo porque mi esposo está mucho mejor. Su enfermedad no tiene cura, pero los remedios nuevos que ha tomado han ayudado en mantenerla a raya, tanto que el próximo mes volverá a trabajar luego de casi dos años de licencia médica. Lo voy a extrañar mucho, nos acostumbramos a pasar todo el día juntos, pero si estaba en casa era porque estaba enfermo, así que es bueno que vuelva a tener una vida normal.

Bueno, respecto al fic. Esta es la tercera parte, creo que quedan unos diez capítulos para que termine (queda la cuarta, quinta y sexta) y una vez que termine esta tercera quiero retomar y terminar Paradoja. Ese fic es mucho más corto y fácil de escribir. Espero poder hacerlo.

Antes no tenía planeado escribir sobre Gine, pero quise que supieran un poco de ella. Sé que no es mucho, pero les pido paciencia ya que por asunto de la trama aún falta para saber más de ella, pero les prometo en su momento sabrán bien qué pasó con ella.

Ah! La canción de este capítulo es para Vegeta y Bulma (obviamente) jajajaja, es un tema exquisito que me encanta, y la verdad aplicaba para cuando recién comenzaban la relación, pero jamás tuve la oportunidad de ponerlo en un capítulo. Ahora lo dejé porque como quité la parte de Tarble y Broly también tuve que cambiar la canción y por eso escogí este tema.

Me despido, muchísimas gracias por siempre esperarme y querer tanto mi fic como yo. Mil perdones por los errores que puedan aparecer, pero ya saben, uno revisa cientos de veces e igual se pasan detalles.

Gracias por leer y por sus rws!

Dev.

25/07/23