¡Gracias a todos por estar pendientes de esta historia! ¡Lamento la tardanza! ¡Agradezco sus lindos comentarios a la boda y luna de miel, y me alegra que sientan que los rubios verdaderamente las disfrutaron!
Antes de pasar a lo que sigue, fíjense que quería comentarles que en el capítulo anterior, no sé por qué, el sistema le quitó palabras en dos partes a la historia, una en la descripción de los anillos que leería "Ambas argollas de oro dorado de 18 kilates tenían grabadas sutilmente las letras "A" y "C", engarzadas entre sí, con una chispa de zafiro en una y una chispa de esmeralda en la otra…" (Ojalá aquí no lo quite otra vez!) Por si acaso, son las iniciales de Anthony y Candy.
Y en los agradecimientos puso Gues 3, en vez de "Guest 1, Guest 2 y Guest 3". Lo pongo aquí como aclaración, nada más. ¡Muchas Gracias!
¡Y bien, ahora sí llegamos al capítulo final, queridos lectores! Como les dije en un comienzo, la historia original pertenece a Mizuki e Igarashi, y ésta es solo una adaptación de mi autoría, nacida del cariño por Anthony y Candy, y por todo lo que representan, tanto como pareja, como por ser las personas excepcionales que son. ¡Espero haberles hecho un poco de justicia a lo largo de estos capítulos, y haberles dado la felicidad y la libertad que tanto merecen! - "¡La soledad no nos vencerá…!", dijo Anthony aquella vez. - "¡Nunca!"-, le respondió su pecosa. Y en esta historia, espero, eso se haya hecho realidad… ¡Bendiciones, amigos!
"MI REALIDAD"
CAPÍTULO XXI
Lakewood, Michigan, domingo 22 de julio de 1934
(12 años después)
"¡Dice mamá que bajes de allí, Dulce!" gritaba su hermanita pequeña desde abajo del Gran Padre Árbol, en la Colina del Hogar de Pony. Su coleta de cabello dorado y liso como el de su padre, ondeaba al viento, mientras miraba hacia arriba a su hermana mayor en una de las ramas superiores. A pesar de que sus otros dos hermanos mayores siempre subían y la ayudaban a ella a hacerlo, ahora que los dos habían ido con su padre al pueblo, no se animaba a seguir a su inquieta hermana, dos años y medio mayor que ella, y gemela de su hermano menor André. Su hermano mayor, Alexander, siempre la regañaba que solo escalara si ellos dos estaban presentes.
"¡Mira, Rossy!" los ojos verdes de la pecosa, de dos coletas con rizos color sol, como su madre, brillaban de alegría "¡Allí vienen! ¡Ya viene papá! ¡Ya viene!" Le gritó la niña de 8 años -a dos meses de cumplir los 9-, comenzando a bajar a toda prisa.
"¡Con cuidado, Dulce!" le advirtió la menor, llegando otros siete pequeños del hogar a su alrededor para ver a la hija de la querida señora favorita de sus madres, mostrar toda su habilidad bajando del gran árbol.
Al llegar abajo, la pequeña escaladora tomó la mano de su hermanita de 6 años y salió corriendo feliz junto con los demás chicos del hogar hacia la casa principal, colina abajo.
Cuando llegaron a la puerta del Hogar, el auto de su padre ya se estaba estacionando.
"¡Papi! ¡Papi!" gritaban las dos pequeñas felices, corriendo hacia él. Anthony al abrir la portezuela y salir, se volvió y recibió a las dos pequeñas en un gran abrazo, levantándolas a ambas, una en cada brazo, riendo. Le encantaba ver su espontánea alegría cada vez que lo recibían.
¡Hola, princesas! ¡¿Cómo están?!" les dijo feliz, con su bello rostro varonil, besando sus mejillas y bajándolas nuevamente al suelo. Luego se volvió a los otros siete chicos del hogar que lo miraban sorprendidos y uno que otro triste, y les abrió los brazos igual y todos corrieron a abrazarlo riendo y brincando. Él levantó a uno de ellos saludando a todos los demás a su alrededor con su otra mano, abrazándolos. "¡Hey! ¿Cómo están todos? ¿Se portaron bien con sus madres mientras no estaba?" le preguntó.
"¡Sí…!" fue la feliz respuesta en coro, envuelta en risas.
Los hijos mayores de Anthony se bajaron del auto viendo a su padre saludar a los demás chicos del hogar, y contrario a lo que se pensaría, la escena los hacía sentir orgullosos de su papá, sabían que eran niños que habían sufrido mucho y que también merecían cariño, como ellos. Lo sabían porque sus padres les habían contado la historia de su madre, que ella también había sido una vez una niña del hogar, anhelando una mamá y un papá. Ellos, por tanto, se sentían afortunados de tenerlos a ambos y no sentían celos por compartir el cariño de sus padres en las visitas habituales al hogar. En ese sentido los cuatro eran muy nobles, como su madre.
El alboroto hizo salir por la puerta principal a una sonriente Candy de treinta y seis años, con cinco meses y medio de embarazo, junto a una señorita Pony encanecida, con un bastón que la ayudaba a movilizarse, y una sonriente y mayor Hermana María, quien ahora contaba con la ayuda de otras dos hermanitas de la caridad para atender a los pequeños.
"¡Regresaron!" sonrió la hermosa pecosa, en su vestido de maternidad celeste pálido, estilo imperio, por debajo de la rodilla, con su cabello suelto, que caía sobre sus hombros, sujeto con una cinta azul, a juego con su vestido y zapatos, que la hacían lucir encantadora.
El tiempo había pasado y la estructura misma del Hogar de Pony había sido remozada con el paso de los años y ahora contaba con una escuela construida aparte de la estructura principal, junto con un dispensario "Clínica Feliz", para atender a los niños y a los pobladores aledaños y sus familias. Ahora que estaban en el sector, Anthony y Candy habían atendido allí dos veces por semana durante los últimos cinco años, además del médico y una enfermera que atendía de planta en el dispensario.
"Hola, amor" le dijo Anthony sonriendo, acercándose a su esposa y besando brevemente sus labios, aún con la niñita pelirroja que había cargado de los pequeños del hogar.
"Hola, cielo", le contestó su pecosa con cariño, tan enamorada como siempre, era un gesto tan común entre ellos que ya no notaban si había gente o no al saludarse. Sus hijos estaban acostumbrados a que sus padres fueran bastante cariñosos entre sí, y las hermanitas y la señorita Pony se estaban aún acostumbrando.
La Mansión de las Rosas en Lakewood, Michigan, se había convertido desde hacía varios años en el hogar permanente de la familia Brower Andley. Los Brower, junto con sus hijos y el abuelo Vincent, habían regresado de Escocia a vivir a América, unos meses después del nacimiento de su hija más pequeña, Rosemary, la que ahora era la adoración innegable de su abuelo Vincent, al parecerse tanto a su abuela, incluso en su amor por las rosas, ya que, a pesar de ser la más pequeña, Rosemary era quien más acompañaba a su papá a cuidar de los rosedales por las mañanas, siempre contenta de platicarles a sus rosas.
Durante los primeros años de vuelta en el continente, Anthony viajaba constantemente por su profesión a Chicago y a Nueva York, y una qué otra vez a California y San Francisco, realizando operaciones especiales innovadoras, enseñando o tratando casos especiales, así como atendiendo la fundación que coordinaba los diferentes dispensarios "Clínica Feliz", ahora también presente en otros estados. Candy siempre intentaba acompañarle en sus viajes largos, pero últimamente debido a su nuevo embarazo, la pareja prefería que ella permaneciera junto a sus hijos, sin cansarse de más. Ese día de paseo al Hogar, con toda la familia, era una gran excepción que Anthony había concedido únicamente porque en ese día se marcaba una fecha muy especial para la pareja, era su Aniversario 12 de matrimonio, y Candy, esta vez, le había pedido desde hacía meses que lo celebraran, no con una reunión como lo hacían siempre, sino que lo celebraran junto a sus madres en el Hogar de Pony.
Además, desde que Albert se mudara el año anterior a Inglaterra junto a su esposa Catherine y sus tres hijos, - las dulces Ann Marie y Caroline, ahora ya de 17 y 15 años, respectivamente, y su hijo menor Edward, de 11 años de edad, nacido al poco tiempo de la boda de los rubios, y que nadie discutía era la adoración de Cathy, ya que era igualito a su padre, exceptuando por el color de su cabello que lo tenía castaño como el de ella, pero sí con sus bellos ojos verdes -, debido a las difíciles circunstancias y a la necesidad de tener una fuerte presencia de la familia en Europa debido a la crisis; Anthony junto con sus primos Cornwell, y el leal George Johnson, se encargaban ahora del Consorcio en América, ayudando a su tío en los grandes desafíos de mantener a flote los bancos y las instituciones, tanto comerciales como de caridad que habían fundado en la última década, antes de la Gran Depresión.
Anthony siempre tuvo muy en claro que su profesión era su prioridad, pero luego de la caída de la Bolsa de Wall Street en Octubre de 1929, había sido bastante difícil para los Andley, así como para todas las grandes fortunas del país, sostenerse en pie sin irse a la quiebra. La antes extensa fortuna Andley había disminuido en un 65% de su monto original, logrando mantener a flote únicamente dos de sus bancos, y salvando la Mansión de Chicago, donde ahora vivía Archie con su esposa Annie y sus tres hijos - Andrew, Susan y Catherine, en honor de la Matriarca - ; también se salvó la Mansión Brower en Chicago, donde el padre de Anthony había permitido que su primo Stear se mudara a vivir junto con su esposa Patty y sus dos hijas Rebecca y Martha, tras no poderse evitar la pérdida de la mansión Cornwell a finales de 1931. Los padres de los muchachos Cornwell habían entrado en negación, y habían preferido quedarse a vivir en su casa de Sidney, luego de que el señor Cornwell sufriese un colapso nervioso tras perder la mayoría de su fortuna y propiedades en América y Asia. En realidad, con mucho esfuerzo, la Mansión de las Rosas había logrado sobrevivir también, teniendo el matrimonio Brower que sacrificar para lograrlo, la venta de todas las propiedades que Candy y Anthony habían recibido de la tía abuela en La Florida e Illinois tantos años atrás. Ella tenía razón, pensaba Anthony el día en que firmó los papeles para salvar la propiedad de Lakewood. Ese dinero extra había sido una bendición para su familia, y para sus proyectos sociales que de otra manera habrían tenido que detenerse cuando más necesidad había entre la población del país. A petición de Cathy, los Vanderbilt también habían aportado una importante suma para el sostenimiento de dichos proyectos en los años más difíciles, y Candy y Anthony, en persona, había viajado a Nueva York a agradecer a los Vanderbilt, de parte de la familia Brower Andley, por su generosidad. Igual, la pareja estaba muy agradecía con la tía abuela. De hecho, la antigua Matriarca se había ido a vivir con ellos a Lakewood en la Mansión de las Rosas, no queriendo viajar con Albert para vivir en la mansión Andley de Londres, estando ella muy encariñada con los hijos de la pareja Brower. Por otro lado, las propiedades Brower y Andley en Glasgow y Edimburgo, en Escocia, habían sido conservadas también, ya que la naviera del padre de Anthony había tenido que ser dividida y vendida en su mayoría para poder conservarlas. Habían sido años difíciles para todos y de mucho estrés, pero, aun así, la familia Andley-Brower-Cornwell se había apoyado mutuamente, y juntos habían logrado salir adelante.
En el Hogar de Pony, Alexander, el hijo mayor de la pareja -y la adoración de su tía bisabuela Elroy-, tras saludar a la señorita Pony y a la hermana María que lo querían como a un nieto, se acercó a su madre y la abrazó cariñoso. "¡Hola, mi príncipe feliz!" le dijo la sonriente pecosa, manteniéndolo abrazado junto a sí. Con sus 11 años ya era más alto que ella. "¿Te divertiste en el pueblo con tu padre?" le preguntó Candy, apartando un mechón de cabello dorado de su frente.
"Sí, mamá" le dijo, con esa chispa en sus ojos color azul cielo que tanto le recordaban a su padre. Alexander había nacido exactamente a los 10 meses de su boda, y era una copia exacta de Anthony, tanto en presencia como en madurez, y no habían dudado en ponerle el segundo nombre del señor Brower, quien quedó encantado con el honor recibido. "Papá nos llevó a mí y a André a la torre de la iglesia hoy, ¡y nos mostró todo el pueblo desde allá arriba!", le dijo emocionado.
"¡Sí!" comenzó a brincar junto a ella el más pequeño de sus varones, tan parecido a ella como su hermana gemela de 8 años, pecoso y con su cabello ondulado, color dorado sol. El niño pequeño abrazó a su madre también a nivel de su cintura. Candy y él tenían una especial conexión, a donde iba su madre, él insistía en acompañarla y ayudarla. "¡¿Y sabes qué, mami?!"
"¿Qué, mi amor?" le dijo Candy, acariciando su suave cabello. Su expresión era tan parecida a la de su padre también, pensó la pecosa, enternecida. "¡Casi podía ver al Padre Árbol desde allá arriba, mami, y también el hogar!" exclamó asombrado. "Y hasta Lakewood!" dijo emocionado.
"¡Eso no es cierto!" protestó su gemela, molesta. Sus pecas se arrugaban al ella fruncir el ceño. Al bajar Anthony a la pequeña pelirroja, Dulce había pedido que la cargara y ahora estaba en brazos de su padre. "¡André, desde el pueblo no se puede ver el Padre Árbol! ¡Está muy lejos!" dijo segura. "¡y también está más lejos nuestra casa!"
"Dulce…" le advirtió su Padre, "deja de contradecir a tu hermano. Él creyó verlos, déjalo." Una mirada de su padre y la inquieta rubia bajó su mirada contrita. "Sí, papito." Le dijo su pecosita, apenada. Y lo abrazó por el cuello, ocultándose.
Hasta sus mohínes eran igualitos a los de su madre. Eso le robaba el corazón a Anthony, pero él intentaba controlarla porque era la más traviesa y curiosa de los cuatro. Y la más habladora.
Alexander continuó, "Papá dice que tú y él subieron allí cuando eran niños. Que fue en ese campanario donde te dio tu moneda."
"Así es, cariño." Le dijo Candy feliz. "Fue antes de que nos fuéramos a vivir a Chicago." Le dijo simplemente. El asunto respecto a ambos atentados, ellos habían preferido no mencionarlo a su joven familia y contárselos hasta que fueran mayores y pudieran comprenderlo sin turbarse.
"¿Las monedas que están junto al gran cuadro de nosotros con Miena?" preguntó la pequeña Rossy sonriente, recordando el cuadro al óleo sobre la gran chimenea de su casa de las rosas, un cuadro mandado a hacer por Anthony con un reconocido pintor escocés, con la imagen de toda su familia antes de regresar a América. En él aparecían él y Candy rodeados de sus hijos pequeños, con la pequeña Rossy recién nacida en los brazos de su madre, sentada en un sillón, con Anthony junto a ella con los dos gemelos de tres años en su regazo, con una anciana Miena echada a sus pies, frente a ellos, abrazada por Alexander de cinco años, sentado en el suelo junto a ella, con el fondo de la sala principal de la Villa Brower, con el ventanal abierto tras ellos, con vista hacia el bello río Clyde.
"Así es, amor." Le sonrió Candy a su hija más pequeña, quien estaba de pie recostada contra sus piernas, recordando con cariño a la querida Miena, la perrita que su pequeña no recordaba en realidad pero que ella decía a veces veía jugar con ella y con sus hermanos en sueños. La perrita había fallecido al poco tiempo de regresar ellos a América.
La pequeña Rosemary se volvió y miró a su mamá hacia arriba, abrazando su pancita, mientras Candy le acariciaba su cabecita. Sus tres hijos, como siempre, la rodeaban contentos.
"Querida Candy, Doctor Brower", dijo entonces la señorita Pony, con uno de los niños del Hogar también abrazada a ella a nivel de su cintura, "Nos alegra mucho que hayan decidido visitarnos en esta fecha tan especial para ustedes. Los niños están muy emocionados y como prepararon algo especial para ustedes, ahora debemos apresurarnos a terminar de arreglarlos. Chicos," se volvió a los pequeños, "vayan adentro y alístense." Sonrió la Señorita Pony.
"¡Sí!" gritaron todos los niños al mismo tiempo y corrieron en medio de los adultos para entrar.
La pequeña Rosemary se acercó a la hermana María que gustosa tomó su mano y entró junto con ella feliz. "¿Recuerdas bien la canción para tus padres?," le susurró agachada al entrar junto con ella.
"Sí, mamita María." Le sonreía la más pequeña de los Brower. La Hermana María le sonrió. Adoraba el mote que le había puesto su 'nietecita del corazón'.
"Alexander y André, ayuden a sus madres a llevar los pasteles que trajimos del pueblo", instruyó Anthony, bajando a su hermana que corrió dentro junto a los demás niños, platicando con otra pequeña del Hogar.
"¡Sí, papá!" dijeron los dos varones al unísono, dejando a su madre y volviendo al auto a sacarlas.
"Yo los ayudo." Dijo Charles, otro de los niños del hogar, que se había vuelto muy amigo de André y de Alexander en las visitas que hacían regularmente a aquel lugar. El niño de 7 años era de cabello oscuro y ojos celestes. Su madre había fallecido en su paso por el pueblo y como nadie lo reclamó, había terminado en el hogar desde que tenía 4 años. Era muy servicial, pero muy callado, aunque los hermanos Brower lo había logrado hacer salir un poco de su timidez. Y con el tiempo había mostrado mucho cariño por Candy cada vez que los visitaba. Candy y Anthony sonrieron al ver a los tres niños llevar con cuidado los pasteles dentro del hogar. Ninguno de los dos lo había mencionado a sus hijos todavía, solo la señorita Pony y la Hermana María lo sabían, pero tenían planes de agrandar su familia con el pequeño Charles. La próxima semana el matrimonio Brower le haría saber a Charles que deseaban que fuera su hijo y esperaban que la noticia fuera de igual felicidad para él, como esperaban lo fuera para sus hijos. Hubiesen querido adoptarlos a todos, en realidad, pero sabían que eso sería imposible. Sin embargo, desde hacía varios años, ambos apadrinaban a los niños del hogar, velando por ellos y buscándoles un futuro si permanecían hasta los 17 sin ser adoptados. Y siempre podían acudir a ellos si lo necesitaban, lo que los hacía sentirse, en cierta forma, apadrinados directamente por ellos. No podían ser padres de todos, pero para los pequeños eran como sus padrinos. Los pequeños los sentían así, y estaban contentos con ello.
Charles había sido una larga discusión familiar en su momento. Candy y Anthony habían escogido el mes de su aniversario para cumplir este sueño suyo que había surgido en una plática cuando ellos aún estaban en Escocia, el de adoptar algún día a uno de sus hijos. Ambos estaban muy emocionados por la adopción, pero la tía abuela había protestado un poco cuando se lo contaron, sin embargo, ella sabía bien que Candy y Anthony siempre se manejaban solos y tomaban sus decisiones tras mucha meditación. Así que al final había dejado el asunto por la paz. El abuelo Brower, por el contrario, estaba contento porque conocía al pequeño y le había agradado bastante. Albert desde Inglaterra estaba emocionado, al igual que Cathy, y habían prometido ir a visitarlos en navidad para conocer al nuevo integrante de la familia. Stear y Archie se habían apuntado a realizar una fiesta de bienvenida con la ayuda de Annie y Patty en honor a Charles en la Mansión de Chicago, tan pronto como los rubios les dijeran que ya era conveniente. Anthony y Candy querían primero que se acostumbrara a la vida familiar con ellos, antes de presentarlo ante muchas personas a la vez.
Tras la instrucción de la señorita Pony, todos los niños entraron al Hogar emocionados bajo el cuidado de las hermanitas menores. La señorita Pony, volviéndose hacia la pecosa, sonrió, "Tómense su tiempo, Candy." Le dijo. "Los pequeños tardarán un momento en tenerlo todo listo para ustedes", les dijo sonriente.
"Gracias, señorita Pony." Dijeron ambos esposos agradecidos, sabían que tenían una pequeña obra preparada para ellos, y varias sorpresas más. En la mañana habían llegado a las 10:30 am y luego tenido un almuerzo preparado por las hermanitas en su honor, luego todos habían querido pastel para la tarde, sobre todo Candy, y Anthony y sus hijos habían ido al pueblo a buscar unos cuantos a la única pastelería que podría tener sin pedido, mientras Candy les contaba varios cuentos a los pequeños. La señorita Pony entró al hogar y cerró la puerta tras de sí discretamente, mientras Candy y Anthony se quedaban un momento en la entrada del hogar, viéndose sonrientes.
Anthony se le acercó a su esposa y tomó su mano.
"¿Quieres caminar un poco mientras tanto?" le convidó su esposo. Sabía que a ella le encantaba recorrer el lugar - y contaba con eso -, pero como todo esposo sobreprotector le había prohibido, con todo cariño esa mañana, que ese día no saliera a pasear por los alrededores si él no estaba presente para ayudarla. La petición no le extrañó. Después de todo, Candy conocía la naturaleza preocupada de su esposo; a lo largo de los años y de sus cuatro embarazos, había aprendido a dejarse cuidar por su apuesto y sobreprotector médico personal, sin protestar demasiado.
"Será un placer, mi apuesto Príncipe." Le dijo sonriente, y él levantó la mano de ella apoyándola en su brazo y comenzaron a caminar juntos, hacia la colina.
Candy se veía hermosa esa tarde, los embarazos siempre la habían favorecido a los ojos de todos, y sobre todo a los ojos de su enamorado esposo, ella brillaba en esos días para él con una belleza casi etérea. Por su parte, Candy pensaba que él se veía más apuesto que nunca, y por su estado de embarazo, a sus treinta y ocho años, el doctor Anthony Brower Andley seguía pareciéndole el hombre más guapo del mundo y también el más apasionado.
El viento movía el cabello dorado de su marido, mientras ambos caminaban por el verde llano. Frente a ambos, el atardecer comenzaba a brillar más, anunciando celajes color rosa y dorados en la lejanía.
"Amor, quería agradecerte." Le dijo entonces Candy, al detenerse ambos junto al icónico Padre Árbol, mientras la dulce brisa acariciaba sus gentiles rostros.
"¿Agradecerme? ¿Por qué?" preguntó Anthony, volviéndose hacia ella, con expresión curiosa.
"Por celebrar nuestro aniversario aquí." Le dijo sincera. "Sé que no te gusta que viaje en auto en mi estado, pero esta vez quería celebrar nuestro aniversario junto a los chicos, en mi primer hogar, junto a mis madres. Y, sobre todo, quería estar contigo otra vez aquí, en este día, en el aniversario de nuestra boda…" le dijo y abrazándose a él, continuó con una sonrisa al ser recibida con igual afecto, "…y en el aniversario del día en que venimos juntos por primera vez."
"El día que cumplí mi promesa" le dijo Anthony reconociendo la fecha.
"Así es", dijo Candy, mirándolo hacia arriba, con su barbilla recostada en su fuerte pecho. "Además de inspirar la fecha de nuestra boda, ese día ha sido siempre uno de los más felices de mi vida." Le confesó su pecosa.
"Venir juntos ese día a este lugar que tanto amabas, fue una gran alegría también para mí, pecosa." Le dijo Anthony.
Esa primera vez, ambos recordaron, cuando aún eran unos jovencitos de 13 y 15 años, sus primos estudiaban ya en Inglaterra y debido a la restricción médica de Anthony, ellos no habían podido viajar a Michigan a visitar el Hogar.
Pero finalmente, en el verano de ese mismo año, tras regresar su padre de Europa, y con la aprobación de los médicos de Anthony, los muchachos y el señor Brower viajaron a Lakewood a quedarse una temporada con la autorización del Patriarca y desde allí, luego de llegar un viernes y esperar un par de días para que Anthony descansara del viaje, un lunes 22 de julio de 1912, con la luz del atardecer, en un día como ese - luego de convivir con los niños y con sus madres todo el día, tras presentarse ante ellas, sorprendiéndolas con él siendo su prometido -, ya en soledad, Anthony le había profesado a su pecosa finalmente su imperecedero y ferviente amor en su colina favorita, bajo la luz del atardecer.
"Aún agradezco a mi padre que haya entretenido a todos un momento, para que pudiera traerte hasta aquí, sin que nadie nos interrumpiera, y poder confesarte todo lo que significabas entonces para mí."
"¿'Entonces…'?" preguntó sus pecosa, haciendo un lindo puchero.
Anthony rió al ver su parecido con su hija mayor al reclamarle algo, y la acercó más hacia sí por su cintura, cuidando su pancita. "Lo mucho que significas para mí, pecosa." Le aclaró. "Aunque debo aclararte que ahora tu presencia en mi vida va más allá de cualquier descripción o comparación que yo pudiera hacer con palabras para ti. Si tuviera que decirte hoy, otra vez aquí, lo mucho que te amo… lo feliz que me haces… y lo agradecido que estoy con la vida de estar a tu lado cada noche y cada amanecer, y de ver crecer a nuestros hijos, juntos… creo… que si tuviera que hacerlo otra vez, lo haría así…" dijo, y girándola por su cintura, la volvió lentamente hacia una pequeña parcela a un lado del padre árbol, y los ojos esmeralda de su esposa se abrieron maravillados.
En la misma colina, dentro del grupo de rosales de Dulce Candy que juntos habían sembrado a su regreso de Escocia, junto a sus hijos, ahora se notaban cinco rosales nuevos. Y al acercarla Anthony a ellos, aún abrazada a él, la rubia pudo apreciar en todo su esplendor la belleza de las nuevas rosas frente a ella. Un rosado intenso delimitaba todo el borde de la rosa, casi carmesí, seguido de un dorado sol que se transformaba finalmente en un centro corazón blanco nieve. Eran tan fulgurantes en su color, que parecían brillar con luz propia. Jamás había visto algo similar…
"Se llama "Atardecer de Ensueño", le dijo su Príncipe junto a ella, a su oído, "para que siempre nos recuerde este lugar, y lo que significaron estos atardeceres en nuestras vidas."
Los ojos de Candy se llenaron de lágrimas contemplando la nueva estirpe, era tan excepcional… y le decía tanto de los sentimientos de su Príncipe por ella… Ahora sabía por qué trabajaba tanto en el invernadero de Lakewood durante el último año buscando ingeniosos pretextos para no dejarla entrar.
"Feliz Aniversario, mi amor", le dijo el rubio besando su mejilla, estando él de pie tras ella, teniéndola recostada contra su pecho, sostenida entre sus fuertes brazos.
Candy contempló las bellas rosas, unas en botón, otras completamente abiertas, otras ya entreabiertas, una lágrima de felicidad se derramó por su mejilla, "Son tan bellas, mi amor…" dijo conmovida y volviéndose hacia él, entre sus brazos, mirándolo con todo el amor en su dulce alma, le sonrió, "Gracias…. Gracias, mi Príncipe... ¡Te amo tanto…!" Le dijo con una sonrisa. Y buscó sus labios, poniéndose de puntillas. Su esposo recibió su cariño con alegría, devolviendo su beso con adoración y sincera pasión. Los brazos de su pecosa rodearon su fuerte cuello profundizando el beso entre ambos, mientras él sujetaba su cintura, sin apretarla mucho por su pancita. Y en medio de un espectacular atardecer, los rayos, rosa y dorados, bendijeron nuevamente su inigualable amor.
Al separarse los esposos Brower, viéndose a los ojos con los destellos de sol iluminando aún sus enamorados rostros, juntaron sus frentes sonrientes, como era ya su costumbre, y con los ojos cerrados compartieron una serena sonrisa y la paz que sentían en sus corazones.
Minutos más tarde, Candy y Anthony bajaban de la colina, abrazados, más románticos que nunca, y muy felices. Anthony besó la sien de su esposa, quien llevaba en su mano una de las bellas nuevas rosas que le había dado su amado. Anthony acarició su pequeño vientre con suavidad. "Ha estado muy tranquila hoy." Le comentó contento.
"O quizás dirás que ha estado muy 'tranquilo', ¿quizás?" Le dijo su pecosa molestándolo juguetona. Anthony rió divertido. Ambos apostaban como juego, una por otro hijo y uno por otra hija, pero en realidad ambos se inclinaban por una niña, ya que el abuelo Brower juraba que había soñado que su querida Rosemary le mostraba una bebé rubia de ojos azules que ponía en sus brazos.
"Creo que nuestra pequeña sabe que su mamá necesita un poco de paz en este día." Continuó Anthony.
Una patadita se dejó sentir entonces contra la mano de Anthony sorprendiéndolos. Ambos detuvieron sus pasos.
"Creo que nuestra pequeña acaba de despertar, señor Brower." Rió Candy. "Y… ¡quiere comer pastel de chocolate!" Dijo sorprendida la pecosa, haciéndosele agua la boca al recordar los pasteles que habían ido a traer al pueblo esa tarde.
"Entonces vamos a nuestra celebración de aniversario, señora Brower." Dijo, Anthony, reanudando el paso. "¿Estás segura de que te sientes bien?" Se detuvo nuevamente, de pronto preocupado.
Candy rió divertida, "Amor, estoy bien, las dos estamos bien." Le dijo comprensiva, poniendo su mano en su propia pancita, acariciándola. "¡De hecho, me muero por escuchar a nuestros pequeños cantarnos la canción que han estado practicando toda la semana a escondidas!" Sonrió ilusionada.
"Es verdad. Rosemary la practicó conmigo anoche. Te encantará." Ambos rieron y, de la mano ahora, caminaron amenamente de vuelta al Hogar, al lado de su familia.
Esa tarde los esposos Brower disfrutaron de una conmovedora actividad. Los niños del hogar hicieron una pequeña obra de teatro sobre los animalitos del bosque teniendo una fiesta porque el hada y el príncipe del bosque estaban de aniversario, lo cual conmovió mucho a la pecosa. Luego sus hijos y los niños mayorcitos del hogar cantaron juntos una canción llamada La Plegaria, acompañados por una de las nuevas hermanitas en el piano nuevo. Luego Dulce pasó a decir un pequeño poema escrito entre ella y sus hermanos, hablando del cariño de sus padres. Y se los entregó junto con André, enmarcado en un cuadrito, en un pergamino escrito con la letra de Alexander. Candy volvió a llorar. Luego Alexander tocó una melodía en su gaita para ellos, la misma melodía que habían escuchado el día de su boda. Su abuelo Vincent le había ayudado a elegirla. Y al finalizar, la señorita Pony y la Hermana María le entregaron a la feliz pareja una colcha bordada por las hermanitas, con las manitas pintadas de todas las niñas y niños del hogar, con rosas en rosa, dorado y blanco en los extremos, bordadas por la Hermana María. Tras una lluvia de aplausos de los niños al recibir ambos el regalo, Anthony les agradeció en nombre de los dos por una tarde tan especial para ellos y luego, los convidó a todos a pasar a la cena de gala que habían traído desde la Mansión, servida ya por las madres, en el salón del comedor.
Sin embargo, su pecosa lo detuvo y le pidió que tomara asiento otra vez. Extrañado, Anthony obedeció. Y los demás niños volvieron a sentarse.
Con una mirada de su madre, Alexander fue a tomar asiento al piano y colocó sus manos sobre el teclado. Un sorprendiendo Anthony veía a su pecosa quedarse de pie en medio de la acogedora sala.
"Amor…" le dijo entonces, con ilusión, "no sabes lo feliz que me ha hecho tu regalo hoy." Viendo hacia un pequeño florero en la mesita de la sala, donde la nueva rosa brillaba tan feliz como ella. "Yo aún no te he dado mi regalo. Este año no es un objeto, pero espero que te guste, porque Annie me ayudó mucho para prepararlo. Al pensar en nosotros, me di cuenta que nunca te he dicho lo que me hiciste sentir el día que te conocí, pero creo que en estas pocas notas puedo decírtelo hoy… es una canción que descubrimos con Patty en Inglaterra, de una autora japonesa que trabajó para sus padres, Mitsuko Horie. Se titula "Yume nara samenaide" (1), sabes que no sé japonés, pero con la ayuda de Alexander y Annie, la preparé para ti en mi versión al español.
Su hijo sonrió al piano esperando la señal de su madre y Candy, volviéndose a él, asintió. Entonces el jovencito de once años comenzó a tocar el instrumento y una suave y serena melodía inundó entonces el salón… Y Candy, viendo a Anthony a los ojos, comenzó a cantar con todo su corazón:
"No me despiertes…
No me despiertes
Si es un sueño,
Por favor no quiero despertar.
Eres un Príncipe
Y yo una Princesa,
Meciéndonos suavemente
Con el aroma de las flores.
Meciéndonos suavemente
Con el soplo del viento.
No me despiertes…
No me despiertes
Si este es un sueño,
Por favor no quiero despertar.
El Corazón de Anthony se detuvo… ¡¿desde cuándo su Princesa sabía cantar?! Su dulce voz lo hizo transportarse por un momento lejos de aquellas cuatro paredes y ver nuevamente a la pequeña llorona que encontró en el portal de las rosas… tan bella… y tan dulce frente a él…
Solo déjalo ser…
Solo déjalo ser.
Si este es un sueño,
Solo déjalo ser.
Tú eres galante
Y yo soy feliz.
Nos mecemos suavemente
Mientras apoyo mi mano
sobre tu hombro.
Nos mecemos suavemente
Mientras entrelazamos nuestros dedos
Solo déjalo ser…
Solo déjalo ser.
Si este es un sueño…
Solo déjalo ser.
Su primer baile juntos vino a su mente, y la frescura y belleza de su Princesa de cuento de hadas, entre sus brazos… Acababan de presentársela esa tarde formalmente y, sin embargo, era como si la hubiese conocido de toda la vida …
Hasta la Eternidad…
Hasta la Eternidad…
Si este es un sueño,
Que perdure una Eternidad.
Tu eres deslumbrante
Y yo irradio alegría.
Nuevamente juntos
Meciéndonos suavemente…
Meciéndonos suavemente…
Como lo hacemos siempre
Hasta la Eternidad…
Hasta la Eternidad…
Si este es un sueño,
Por favor que perdure una Eternidad…
La melodía terminó y nadie se movió en sus lugares, mistificados por su canto, ni siquiera sus hijos dijeron nada.
"Que perdure una Eternidad, mi amor." Dijo Candy entonces sonriéndole con ternura. "¡Feliz Aniversario, mi Príncipe!"
Anthony conmovido se le quedó viendo por unos segundos, pero luego se puso de pie y sin poder evitarlo fue hacia ella y la tomó entre sus brazos, besándola emocionado.
Todos comenzaron a aplaudir y vitorear felices, mientras las madres trataban de tapar los ojos de los niños sin éxito.
Candy y Anthony se apartaron sonrientes y se abrazaron con fuerza, mientras sus hijos aplaudían encantados.
"¡Fue increíble, Candy! ¿Eso hacías cuando me pedías que las dejara a ti y a Annie conversar por las tardes?" Le dijo su esposo emocionado y sorprendido.
Candy rió asintiendo. "Me sirvió mucho que Annie y sus hijos vinieran a pasar estos últimos tres meses con los señores Britter, por el viaje de Archie. ¿Te gustó, amor?" le preguntó contenta.
"Eso te lo responderé a solas, cuando volvamos a la Mansión mañana por la noche, pecosa mía." Le dijo su esposo en confidencia, con un familiar aire seductor. "Te Amo." Le dijo entonces con convicción.
"Te Amo." Le respondió su pecosa deslumbrada.
El momento entre ellos se guardó en sus corazones, y luego de unos instantes más, volviéndose Anthony hacia su hijo mayor aún al piano, sonrió. "Y tú, Chopin, ven para acá", le dijo a su hijo mayor, despeinándolo al llegar el jovencito junto a ellos. "¡Qué callado te lo tenías tú también!" Le dijo Anthony abrazándolo, y Alexander sonrió apenado.
"¡Feliz Aniversario, papá! ¡Feliz Aniversario, mamá!" les dijo sonriente.
"Gracias, hijo." Le dijeron Anthony y Candy, mientras Candy lo abrazó.
"Y gracias a todos ustedes también." Anthony levantó la vista a todos en el salón. "Nos han dado momentos inolvidables en verdad", les dijo, hablándole a todos los niños, propios y del hogar, y también a las madres y hermanitas. "Candy y yo se los agradecemos de corazón."
"No saben lo felices que ustedes nos han hecho hoy." Dijo Candy asintiendo, con lágrimas en sus ojos. Tratando de ser fuerte, pero su embarazo, no se lo permitía. "Los queremos mucho. ¡A todos!"
Sus hijos se levantaron de sus lugares y se unieron al abrazo de su hermano mayor a sus padres, y los demás niños viendo a Anthony llamarlos con su mano, se acercaron y se aferraron también a la feliz pareja.
La señorita Pony y la Hermana María y las dos hermanitas más jóvenes los veían conmovidas. Sabían que ese momento sería una escena que los niños Brower y los niños del Hogar siempre llevarían en su corazón.
"¡Ahora sí!" dijo Anthony tratando de animarlos al ver que algunos de los más pequeños se ponían un poco tristes "¡¿Quién va a querer pastel de chocolate?!"
"¡YO…!" se escuchó el grito grupal.
"¡¿Y quién me ayuda a partirlo?!", preguntó Anthony otra vez.
"¡YOOOO! Contestaron las vocecitas de los pequeños y grandecitos, levantando su mano al tiempo que saltaban felices a su alrededor. Con la escena, hasta Candy comenzó a reír.
"¡Pero primero, vamos todos a cenar! La comida ya está lista" aclaró Candy con su espíritu de maestra y guiñando el ojo sonriente a los pequeños.
"Ohhhh…." Dijeron todos los pequeños desinflando su entusiasmo… para risa de los mayores.
El matrimonio Brower Andley, como mencionara Anthony, no regresó esa noche a la mansión de las rosas. Tras la cena y conversar un rato con sus madres, mientras las otras hermanitas acostaban a los demás niños del Hogar, Candy y Anthony se despidieron y se retiraron con sus pequeños a dormir. Como estaba planeado, pasaron la noche junto con sus hijos en una habitación de invitados añadida recientemente al edificio original del Hogar. Para los cuatro hermanos fue toda una aventura convivir con sus padres en una habitación tan pequeña, comparada a las que estaban acostumbrados en Lakewood. También fue divertido cuando, a la luz de una lámpara de gas, Anthony les contó a todos un cuento escocés antes de dormir, desde su cama, con Candy sonriéndole enternecida a su lado. Sus dos hijos mayores dormían en una cama mediana junto a la ventana, y sus dos nenas en otra pequeñita junto a la de ellos.
"…y con los últimos rayos de sol sobre el fiordo de Nery, el príncipe Nestarh regresó a casa." Terminó su relato Anthony con su varonil voz. "¡FIN!"
"¡Ala! ¡Qué bonita historia, papi!" exclamó su risueña Dulce junto a su hermanita que hacía todo lo posible por no quedarse dormida.
Los demás hermanos expresaron su agrado también, elogiando la historia. "Bien", les dijo Anthony, "ahora sí. A dormir."
"Quiero ir al baño." Dijo de pronto la pequeña Rosemary.
Candy rió. "Yo la llevaré, descuida", la pecosa hizo el intento de levantarse, pues el baño se encontraba hasta el otro lado del Hogar, casi que afuera.
"Por supuesto que no, amor, yo lo haré." Dijo Anthony deteniéndola. Se puso de pie decidido y se colocó su bata azul. Encendió una segunda lámpara de gas, ya que a esa hora ya todos dormían, entreabrió la puerta de la habitación, y se volvió a su pequeña, "Vamos, cariño." Le dijo levantándola adormilada, abrazándose la pequeña a su cuello, y tapándola con un pequeño poncho que llevaban, tomó la lámpara con su otra mano y ambos salieron al pasillo.
Al salir ellos, Candy se acomodó en la cama de lado para poder dormir y el silencio se apoderó de la habitación. Los grillos se escuchaban cantando en la oscuridad del bosque y uno que otro búho en los árboles cercanos. "¿Mamá?" dijo de pronto su primogénito después de unos minutos de quietud. Su hermano menor André ya dormía profundo como siempre abrazado a su osito Teddy, y su hermanita Dulce había dejado ya de moverse entre las sábanas en la otra cama.
"¿Sí, cielo?", Candy le respondió en voz baja.
"Mamá, ¿cuándo te diste cuenta que papá era el amor de tu vida?"
La historia que su padre les había contado esa tarde sobre las monedas y su viaje al pueblo de pequeños había impresionado grandemente al jovencito. Siempre había visto el gran amor que sus padres se profesaban, y las monedas que desde que tenía memoria estaban enmarcadas finamente en las casas en que habían vivido, pero escuchar la historia estando en el lugar mismo donde había ocurrido, había sido impresionante para su joven corazón. Y ver el amor en los ojos de sus padres durante la canción preparada por su madre para ese día, en verdad lo había marcado. Pero también se daba cuenta, a pesar de su corta edad de que, a su alrededor, no era así para todos.
Candy sonrió estando recostada de lado viéndolo desde su mullida almohada, "Lo supe el día que bailamos nuestro primer vals, tesoro, como en la canción. El día que me dijo su nombre por primera vez. Ese día comprendí que mi realidad había cambiado para siempre."
"¿Tu realidad?" preguntó curioso su primogénito.
"Sí, Alexander. Cuando conocí a tu papá, como te hemos contado, yo venía de este hogar, y para ese entonces yo vivía ya con los Legan."
"Esa mala familia." El apuesto jovencito frunció el ceño, más de algo le había contado ya su abuelo.
Candy le sonrió comprensiva, "Ellos estaban confundidos, cariño, desconocían las cosas importantes de la vida. Pero gracias a que me llevaron a trabajar con ellos, pude cambiar mi realidad, de una vida solitaria, a una vida feliz al lado de tu padre." Le sonrió contenta. Su hijo la miró con cariño, ella podía notar cada día como su primogénito se mostraba tan sensible y empático como su esposo.
"¿Y cuál es tu realidad ahora, mami?" Le dijo su chiquita pecosa que para sorpresa de ambos aún estaba despierta y se había bajado de su cama y pasado a la de su madre, trepando. Candy se incorporó y la abrazó a su lado, cariñosa. Era como mirarse a sí misma, de 8 años nuevamente, una carita alegre y con ojos esmeralda brillantes, sintiéndose feliz y amada por sus padres.
"¡Mi realidad son ustedes, mi cielo!" le dijo a su nena besando su cabecita dorada. "Tu Amor y el de tus hermanos, y el de tu papá… esa es mi feliz realidad ahora… y lo será para siempre, corazón." Abrazó a su pequeña contra sí cerrando sus ojos, mientras la pequeña también la abrazaba con fuerza, y luego le sonrió a su hijo mayor comprensiva, "Cuando la jovencita correcta llegue a tu vida, Alexander, lo sabrás con toda seguridad, mi amor. Lo sentirás aquí" le dijo, colocando su mano sobre su pecho, "…en el latido de tu corazón." Le sonrió.
Su hijo se sorprendió porque su madre, como siempre, sabía leer sus intenciones con toda claridad. Y, agradecido, confiando en sus palabras, le devolvió a su bella madre una sonrisa, asintiendo.
La puerta se abrió con cuidado. "Bien," dijo Anthony entrando con su princesa ya dormida, "ya regresamos."
"Cariño, pásate a tu cama para que papá pueda acostar a tu hermana."
Su hija hizo un tierno mohín, pero obedeció. Anthony las arropó a las dos, con un beso en su frente, y apagó la lámpara que había llevado, quitándose luego la bata, y regresando junto a su esposa en la cama. Alexander se acostó otra vez cómodamente. "Buenas noches, papá. Buenas noches, mamá."
"Buenas noches, hijo." Le respondieron sus padres en voz baja. Se acomodaron ambos en la cama y Anthony abrazó a Candy trayendo su espalda junto a su pecho, su mano acarició brevemente su pancita y luego, estirándose, bajó al mínimo la luz de la lámpara de gas que aún estaba encendida. A los más pequeños les asustaba dormir en la oscuridad.
La quietud de la noche los envolvió. Era un silencio acogedor.
"Papi," otra vocecita se escuchó en medio de la oscuridad, "tengo sed."
Candy y Anthony comenzaron a reír divertidos, aun abrazados en su cama.
"Ya voy, André..." Dijo Anthony volviendo a levantarse con cansancio y aumentando la luz de la lámpara otra vez.
"¿Alguien quiere algo más de la cocina? ¡porque solo voy a ir una vez!" advirtió el apuesto doctor luego de colocarse nuevamente su bata.
"¡Yo quiero Pastel de Chocolate!" se emocionó su Pecosa, sintiéndose de antojo de repente.
"¡Yo también quiero!" "¡Yo quiero pastel, papi!" "¡Y yo! "¡Con tenedor y cuchillo para mí, por favor!" se escucharon las demás vocecitas emocionadas a su alrededor, y Candy y su Príncipe sorprendidos, comenzaron a reír.
Y fue así que la cocina del Hogar de Pony recibió esa madrugada a seis (casi siete, contando la pancita de Candy) antojados comensales, que reían y compartían juntos, callándose mutuamente para no interrumpir el sueño de los demás en el Hogar.
El ruido de platos y un ocasional vaso llamó la atención de un adormilado Charles. El pequeño de ojos celestes se había levantado curioso, al escuchar el sonido de más murmullos y una ocasional risa silenciada. Cuál fue su sorpresa al encontrar a la feliz pareja mientras servían pedacitos de pastel de chocolate a sus hijos. Anthony lo vio ocultó en las sombras del pasillo, observándolos, y lo invitó a aproximarse. Cargándolo en brazos, lo sentó junto a sus otros hijos en el largo banco cercano, mientras Candy le daba una rajita de pastel también como a los demás. El niño sonrió feliz e ilusionado al Anthony acariciar su cabello negro con cariño, como lo hacía con sus demás hijos e ir junto a Candy para ayudarla a tomar asiento.
Charles no era el único que había sido atraído por la inusual conmoción. La Hermana María sonreía desde el otro pasillo al ver finalmente a la familia Brower Andley reunida, y ver cómo André y Alexander le platicaban contentos al que pronto sería su hermano menor. La pequeña Dulce también le platicaba y le pedía traviesa un pedazo de su pastel y aunque Anthony la regaño, el pequeño Charles gustoso se lo compartió.
La cocina era sencilla, y el ambiente acogedor a la luz de las dos lámparas de gas que los iluminaban. Era un momento lleno de chocolate, risas y amor, y Candy y Anthony veían ilusionados cómo ahora sí 'todos' sus hijos platicaban con total familiaridad y convivían felices, y sus corazones se llenaban de esperanza y anticipación por el futuro de su familia. Candy abrazó el brazo de Anthony y él le sonrió besando la coronilla de su cabeza, acariciando su mano sobre su brazo.
La hermana María sonrió maternal y dejó a los traviesos Brower en su momento familiar, agradecida con el cielo por haberle dado a su querida Candy la familia que ella tanto merecía, al tiempo que fruncía el ceño y tomaba nota de que por la mañana debería levantarse más temprano para limpiar la cocina antes de que Candy se levantara, si no, ella insistiría en hacerlo sola.
Al día siguiente, luego de un ameno desayuno, tras despedirse con mucho cariño de sus madres y de los niños del Hogar, en especial de Charles, a quien prometieron visitar la semana siguiente; los Brower regresaron a la Mansión de las Rosas, llegando justo antes de la hora del almuerzo.
Los pequeños emocionados contaron todo lo sucedido a un feliz Abuelo Vincent y a una consentidora Tía Bisabuela Elroy. Tras la comida, Anthony le insistió a Candy que tomara una siesta y que descansara, lo cual hizo, acompañada por Dorothy, que más que asistente personal de la rubia, era su gran amiga. Anthony insistía en que la pecosa, por su estado, siempre estuviera acompañada mientras estaba en la casa o los jardines y Dorothy le apoyaba en eso con gusto, siendo ahora la Ama de Llaves principal de la mansión, tras jubilarse la señora Hutton. Mientras tanto, sus hijos varones salieron al jardín de las rosas a jugar pelota con su padre, mientras en la sala de té la pequeña Dulce, le hacía una trenza a su "Tita Elroy", habiéndola convencido de que soltara una parte de su "lindo pelo blanco", para que ella le pudiera hacer bonitos peinados de fiesta mientras le contaba sus ocurrencias del día. Su ayudante era la pequeña Rosemary, quien contenta le pasaba los cepillos, horquillas y cintas de colores, escuchando las historias que la "Tita Elroy" también aprovechaba para contarles sobre la familia Andley y sobre sus aventuras de niña. Nadie en la familia, en especial los primos Cornwell que habían visto la escena una vez que los visitaran, podían creer que la altiva señora Elroy y antigua Matriarca del Clan Andley permitiera a su bisnieta jugar a su peinadora personal. Anthony solo sacudía su cabeza cada vez que las veía jugar así, y sonreía, por la capacidad de convencimiento de su pecosita, quien por lo visto había heredado el encanto natural de su madre.
Ya cayendo la tarde, la feliz pareja comenzó a alistarse para irse a pasar esa noche y la mañana siguiente en la privacidad de la Cabaña Brower, a una hora de camino dentro de la propiedad. Anthony había mandado a pavimentar un camino para que los autos no tuvieran problema en llegar.
"Ustedes no se preocupen, hijos," les dijo su padre con una sonrisa "nosotros nos haremos cargo aquí." El señor Brower los despedía en la entrada de la ahora Mansión Brower.
"Gracias, papá." Le dijo Anthony agradecido, abriendo la portezuela de su vehículo para Candy.
"Cualquier cosa, papá, nos avisas. Sin importar la hora." Le dijo una preocupada Candy antes de entrar. Los mayordomos ya habían colocado en la cajuela del auto su pequeño equipaje, y en el asiento de atrás viandas para ambos.
"Descuida, hija." La confortó su suegro. "Ellos estarán bien. Pienso enseñarle ajedrez a Alexander y a André esta noche, y Elroy dice que sacará sus joyas para entretener a las pequeñas."
Anthony sonrió divertido, ¡a ellos no los dejaba ni tocarlas en su tiempo! Cerró la portezuela del lado de Candy.
"Bien, papá. Te veremos mañana en el almuerzo." Dijo Anthony caminando hacia el lado del piloto. Él manejaría otra vez.
"Vayan con cuidado, y si por alguna razón se atrasan, no se preocupen." Les dijo. "Elroy y yo podemos encargarnos de nuestros nietos varios días sin problema. Y, Anthony, George dijo que se haría cargo junto con Stear de la reunión del jueves en el Consorcio, que no te preocuparas. Por cierto, Candy, le pedí al servicio que dejaran comida extra y tus postres favoritos en la cocina de la cabaña, y leña para toda una semana. Además, les comento que encontrarán ropa suya extra en los armarios de su habitación. Por si cambian de idea y decidieran regresar otro día." Les guiñó el ojo sonriente.
Anthony sonrió encantado de vuelta. "¡Papá…! ¡Gracias!" le dijo con mucho entusiasmo.
Candy con las mejillas encendidas le sonrió por la ventana baja, "¡Gracias, papá!"
"¡Solo diviértanse!" les dijo el señor Brower, "Merecen un descanso después de tanto ajetreo. Los niños, el consorcio, la fundación… es justo que ya tengan un tiempo para ustedes. ¡Los veré cuando regresen!" Los saludó hondeando su mano y comenzó a subir la escalinata de ingreso. Usaba el bastón ocasionalmente ahora, pero con los buenos cuidados de Anthony y Candy, había podido caminar mucho mejor sin ayuda.
Al verlo detenerse en el ingreso, Anthony le asintió agradecido. Su padre le volvió a guiñar el ojo e ingresó en la mansión. Seguido por uno de los mayordomos que había llevado el equipaje y por una atenta Dorothy.
Entrando ilusionado al vehículo, Anthony volteó a ver a su pecosa y ambos compartieron una sonrisa cómplice y, con ánimos renovados, Anthony encendió el motor y condujo el vehículo con cuidado por el largo ingreso de la mansión, saliendo por el icónico Portal de las Rosas que se veía espectacular en esos días, y en vez de seguir recto por el sendero hacia la carretera principal, Anthony cruzó hacia la derecha, tomando el camino hacia el bosque junto al lago.
"Feliz Aniversario, señora Brower..." Viéndola con total amor, Anthony besó su frente, horas más tarde, tras una segunda ronda de pasión e ingenio entre los dos, en su romántica escapada en la remodelada Cabaña Brower. El cabello suelto y seductoramente despeinado de su pecosa lo llenaba de orgullo y alegría, al tiempo que la veía sonreírle sonrojada, recostada en su hombro, entre sus brazos. Siempre la veía hermosa, pero nunca tanto como cuando acababan de hacer el amor.
Ambos permanecían abrazados en la amplia cama de la habitación principal, un lugar que habían hecho suyo al poco tiempo de regresar a América, para poder compartir libremente su intimidad de pareja.
Su pecosa le sonrió enamorada y satisfecha, acariciando su pecho, y alzó su ceja. "¡Veo que ayer en verdad le encantó mi canción de amor, señor Brower…!" Le dijo pícara, sin dejar de acariciar su pecho.
Anthony soltó una carcajada y se recostó exhausto sobre la almohada, viéndola feliz. Y sintiendo la continua caricia de su pequeña mano sobre su pecho, supo que pronto su pequeña pecosa lo asaltaría otra vez, cosa que no le molestaba en absoluto. Él le sonrió, "¿Le quedaba alguna duda todavía de que me había encantado, señora Brower?" le preguntó entonces extendiendo su mano y reacomodando uno de sus dorados rizos tras su oído, y tocando juguetón la punta de su fina naricita con su dedo.
Ella rió divertida, mirándolo con infinito amor, "No." Reconoció juguetona. "En realidad, no."
"Qué bien." Le dijo su esposo, "porque para mí fue como escuchar cantar a una mágica hada del bosque", terminó, atrayéndola más hacia sí, cuidando su pancita, "mi propia hada encantada", le dijo mirándola, e inclinándose seductoramente, la besó de manera apasionada.
Ambos sonrieron con ternura luego de un momento, y tomando el rostro uno del otro, acariciándolo distraídamente, cayeron en el embrujo de sus miradas.
"Te amo, Anthony Brower", la pecosa le dijo suavemente con ternura.
"Y yo te amo a ti, Candis Brower" respondió su enamorado esposo. "Con toda mi alma, pecosa." Le confesó viéndola a los ojos con convicción. "Gracias, amor mío, por darme un lugar en tu corazón." Le dijo.
"Anthony…" Candy lo vio conmovida. "Pero si tú siempre has sido el latido de mi corazón." Le dijo sincera. El apuesto esposo la vió conmovido, y sintiéndose bendecido, se inclinó dulcemente sobre sus dulces labios, y besándola extasiado, la amó nuevamente con adoración.
FIN
¡No hay nada como ver que la gente buena recibe cosas buenas! ¡Y Candy y Anthony se lo merecen en verdad!
¡Gracias, amigas, por darle una oportunidad a esta historia que, como ya les he mencionado, me ha hecho sentir muy feliz por los rubios, que tanto merecen y tanto representan!
¡Quiero agradecer sus comentarios al capítulo anterior a: Anguie, Sharick, Guest 1 (Como verás, ¡sí hubo un hermoso baby al final! ¡Alexander! ¡Y bastantes después también! ¡Ji, ji, ji!), Guest 2, Guest 3, Maria Jose M (me alegro de que pudieras alcanzarnos al final), Guest 4 y Guest 5 (Sí, no apareció. Con Anthony en la palestra, le di el lugar que tendría en la historia real. ¡Ji, ji!), GeoMtzR (Georgy, ¡no sabes la alegría que me dio leer tu comentario! ¡Gracias mil! ¡Es un honor para mí que te haya gustado y que lo describas así! ¡Gracias, amiga! - ¡Y felicitaciones por tu nueva historia! ¡Es justo la que recordaba que faltaba! ¡Qué bien! Por allí te puse mi comentario. ¡Un gran abrazo, Georgy, y muchas bendiciones también! ¡Gracias otra vez!); y Julie-Andley-00 (Querida Julie, sí, llegó muy pronto. ¡Gracias por considerarlo así!, pero te agradezco por tu apoyo y por tener siempre un comentario con qué alentarme. Espero hayas disfrutado también este capítulo. Te envío un gran abrazo, amiga, y espero pronto leer alguna nueva publicación de tu parte. ¡Muchas bendiciones!) ¡Gracias a todos por compartir sus comentarios al capítulo anterior! ¡Me alegra ver que les gustó! ¡Y espero que este último capítulo de cierre también les haya gustado!
¡A quienes comentaron a lo largo de estos casi dos meses y medio, mi sincera gratitud por haberme hecho sentir acompañada a lo largo de esta aventura de escribir y publicar! Gracias de corazón a: GeoMtzR, Mayely león, Sharick, Julie-Andley-00, Anguie, Maria Jose M, Cla1969, Rocssy, Mitsuki Leafa, bibi2403 y todos los Guests.
¡Y como ya no podré hacerlo después, quiero aprovechar para agradecer desde ya sus comentarios a este último capítulo, a quienes quieran honrarme con un último pensamiento! ¡Gracias desde ya por darle un lugar a esta historia en sus recuerdos!
También agradezco a los lectores que en silencio la disfrutaron desde sus diferentes países, lugares que nunca soñé en alcanzar con mi historia. Gracias a los lectores desde: Colombia, Estados Unidos, México, Chile, Italia, Perú, Guatemala, Panamá, Venezuela, Ukraine, Republic of Korea, España, United Kingdom, France y Czech Revar, a todos ustedes, no sé sus nombres, pero al ver sus países aquí descritos, sepan que les envío un gran ¡Gracias!, a cada uno, por la oportunidad de su tiempo al leerla, y por desear tanto ver felices a nuestros rubios.
¡Ojalá que, buscando hacer felices a Candy y a Anthony con esta historia, haya logrado también hacerlos pasar momentos felices a ustedes! ¡Un fuerte abrazo a cada uno, amables lectores! ¡Y muchas bendiciones a ustedes!
¡Gracias por leer!
Con cariño,
lemh2001
Guatemala, martes 25 de julio de 2023
P.D. (1) Buscando la letra de esta canción tan especial que me encantó cuando la escuché de pequeña, sin entenderle nada porque estaba en japonés, en la serie original, encontré ahora un hermoso Mix de esta canción en YouTube, creado por Ginger Apolinario, con imágenes de la película posterior que hicieron de Candy. Me encantaba la canción de ellos en la serie original y creí que merecía ser parte de su amor en esta historia. Por si quisieran verla. Mix: Canción Candy Candy, Yume nara samenaide, Mitsuko Horie, Anthony y Candy.
¡Muchas bendiciones a todos!
¡Un gran abrazo, Anthonyfans!
Lucía.
