Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de LozzofLondon, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.
Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from LozzofLondon, I'm just translating with the permission of the author.
Capítulo beteado por Yanina Barboza
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Los fines de semana en Forks son repetitivos; asistimos a la fiesta estándar de los viernes por la noche, realizada en una casa al azar, organizada por alguien cuyos padres hayan desaparecido durante el fin de semana; el sábado se pasa con amigos, haciendo lo que podemos, dependiendo del clima. En el verano, frecuentamos la playa, fumando, cotilleando, comiéndonos con los ojos a miembros del sexo opuesto; en el invierno, son viajes de compras, chocolate caliente, noches en el restaurante, fogatas en la playa. Los domingos suelen reservarse para la práctica de porristas por la mañana —al menos para mí y mis amigas— y tardes de tarea mientras cotilleamos, coqueteamos y nos vemos atrapadas en discusiones en línea.
Es simple, pero es el hogar. No es emocionante, pero somos nosotros.
Eso fue hasta que los Cullen se mudaron a la ciudad.
Mi dormitorio da a su casa, aunque estamos separados por la extensión de nuestros jardines, la parte trasera de su ostentosa casa, mirando por encima de la parte trasera de la nuestra, la mía y de mi papá. La nuestra es mucho más modesta, tanto en tamaño como en apariencia.
Nunca los escucho, lo cual es extraño. Uno pensaría que el hecho de que Edward "te patearé el trasero" Cullen viva allí, constituiría un ruido de proporciones épicas, suponiendo que sea tan disruptivo en casa como lo es en la escuela, pero no, su casa está en silencio y quieta, siempre. Eso me inquieta.
A veces creo que lo veo sentado en el techo en la oscuridad de la noche, fumando un cigarrillo, pero cuando trato de verlo más de cerca, se ha ido, como un fantasma, o esas sombras espeluznantes que te siguen por la casa, convirtiéndote en paranoico hasta que te das cuenta de que no son más que un fragmento de tu imaginación.
Siempre usa ropa oscura, y es mucho más pequeño, en cuanto al ancho, en estatura que su hermano mayor, Emmett; así que no hay duda de que es él en la azotea. A menos que sea su padre, el médico del pueblo, robándose momentos furtivos en el techo, llenándose los pulmones de nicotina, usando vaqueros oscuros, cubriendo su cabello rubio con una capucha y luciendo como un delincuente común… Sí, no, es Edward.
Han estado aquí durante dos meses completos y, aunque Edward y yo somos estudiantes de último año y compartimos muchas de las mismas clases, sé tanto sobre él ahora como lo sabía en el momento en que puso un pie en Forks. Nada. No creo haberlo escuchado hablar nunca, a menos que esté reconociendo a un maestro, respondiendo preguntas como el excelente estudiante que recientemente descubrí que es.
Es un enigma. Hermoso más allá de la comprensión, melancólico y oscuro, silencioso y... mortal. Es intimidante, incluso para alguien como yo: yo hablaré con cualquiera, sobre cualquier cosa. ¿Pero Edward? Es un león agazapado en la hierba alta, listo para atacar, y llámalo instinto, pero algo me advierte que me mantenga alejada
―Se rumorea que él no discrimina…
―¿Qué se supone que significa eso? ―pregunto, girando en mi asiento para mirar a Rose, ignorando la bulliciosa cafetería que nos rodea, inclinándome hacia adelante para escucharla mejor.
Sus ojos siguen a Edward Cullen mientras sale de la habitación, todos los ojos puestos en él. Ella se encoge de hombros, girándose hacia la mesa una vez más, con el tenedor en la mano mientras apuñala su ensalada.
―Como si… ―Alice empuja su asiento hacia adelante―, no fuera suficientemente malo que estemos compitiendo contra todas las demás chicas de la escuela, ¿ahora también tenemos que competir contra los chicos?
―Estoy confundida ―declaro, moviendo la cabeza de un lado a otro entre mis amigas.
Rosalie resopla, mirándome de reojo, haciéndome sentir estúpida.
―Edward Cullen, Bella... él no es quisquilloso cuando se trata de... el sexo de aquellos con los que está... interactuando sexualmente.
Mis ojos casi se salen de mi cabeza, riendo mientras miro entre mis amigas.
―¿Estás bromeando?
Los labios de Alice se fruncen mientras niega con la cabeza.
―Connor Davies el fin de semana pasado, aparentemente. ¿Y antes de eso? Jessica Stanley estaba efusiva sobre... el tamaño de su... ya sabes.
―Lo que tiene sentido. ―Rose se encoge de hombros, se recuesta en su asiento, sus ojos explorando la habitación―. Corre el rumor que James Dean tenía la misma inclinación. Supongo que viene con el territorio. Es tan jodidamente atractivo que... ¿por qué no?
Abro la boca para hablar, aunque no tengo ni puta idea de lo que voy a decir. ¿Cambia algo, de verdad? No, no lo hace. Pero una vez que se corra la voz y sea de conocimiento popular, lo que claramente no tomará mucho tiempo, se abrirán las compuertas. La población femenina de la escuela estará frenética, preocupada de que tendrán que esforzarse aún más por su afecto, y sin duda la mitad de la población masculina heterosexual se encontrará cuestionando su sexualidad. Eso sin siquiera tomar en cuenta a los hombres que están abiertos a tales... esfuerzos sexuales.
Esto podría ponerse muy interesante.
―¿Eso te molesta? ―le pregunto a Rose, sabiendo que hay algo en Edward Cullen que la intriga, y nunca antes había tenido que esforzarse mucho para llamar la atención de alguien. Si ella lo quiere, no tengo ninguna duda de que lo conseguirá.
―¿Por qué lo haría? ―Sus ojos se encuentran con los míos, su sonrisa traviesa―. Por el contrario, hay algo... tan jodidamente caliente en eso, ¿sabes? ―Asiento, porque sí, lo entiendo―. Y… al menos con él, existe la posibilidad de vivir mis sueños de un trío. Dos hombres… ―Se estremece, un movimiento demasiado exagerado, sus ojos se nublan como si estuviera imaginando las posibilidades.
Alice y yo nos reímos a carcajadas, nuestras risas resuenan más fuerte que cualquier otro ruido en la cafetería, llamando la atención sobre nosotras tres. Rose no tiene vergüenza. Me encanta eso de ella.
En biología nos asignan pareja para un proyecto. Muero un poco por dentro cuando el señor Banner dice mi nombre y señala a Edward Cullen.
Haciendo mi camino hacia el asiento vacío a su lado, puedo sentir su mirada en mí. Lo miro mientras él me observa acercarme, y noto que la atención está en mi uniforme de animadora. Pongo los ojos en blanco. Debajo de todo el misterio, realmente es solo un típico chico.
Cuando Banner se dirige a la clase, me doy cuenta de lo cerca que estamos Edward y yo. Huele bien, realmente bien: cuero, gel de ducha y cigarrillos.
―Hola ―finalmente reconoce tan pronto como Banner termina su breve conferencia. Giro la cabeza, mirándolo por encima del hombro, sonriendo suavemente, sorprendida de que rompa el silencio.
―Hola.
Sus largos dedos giran su pluma en un movimiento cautivador. No quiero apartar la mirada, aunque estar tan cerca de él por primera vez exige una investigación más exhaustiva de todo lo que él es. Afortunadamente, me sigue la corriente, sin evidenciarme ni una sola vez mientras lo observo de pies a cabeza. Permanece en silencio, mirándome de cerca, nunca sonriendo, su expresión en blanco, permitiéndome este momento y nunca juzgándome por ello. Es estimulante y aterrador a partes iguales. Actúa muy casual al respecto.
Su cabello es espeso, una rica mezcla de tonos cálidos, realzado por los rayos del sol que brillan a través de la ventana —arreglado pero caótico— un par de pulgadas más largo en la parte superior que en los lados, una especie de mohawk rebelde. Su rostro es afilado en sus rasgos; pómulos altos y una mandíbula cincelada, nariz recta, cejas gruesas ligeramente arqueadas y ojos esmeralda vívidos enmarcados por pestañas largas y oscuras. Su piel es pálida, contrastando maravillosamente con el color de su cabello: perfección impecable e inmaculada.
Realmente lo entiendo ahora: su encanto. Sus anchos hombros cubiertos por el cuero de su chaqueta y la gruesa sudadera con capucha gris debajo. Sus piernas largas y muslos fuertes, cubiertos con costosos vaqueros oscuros de diseñador, y sus gastados Converse.
Él es... impresionante.
