Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de LozzofLondon, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from LozzofLondon, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

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―¿Qué diablos, Cullen? ―grita tan pronto como estamos en la calle.

Edward gira, su mano deja la mía.

―Rose, por favor, no lo hagas. ―Me muevo para pararme entre ellos, empujando suavemente a Edward hacia mi auto.

―¿No? ―resopla, sacudiendo la cabeza―. ¿Viste eso, Bella?

Intento suplicarle en silencio. Edward es volátil, ella lo sabe, lo presenció. Su enojo no va a lograr nada más que más caos.

―Yo me encargo ―le digo, pero ella ve a través de mí.

―¿Cómo?

―Lo sacaré de aquí, arreglaré esto.

Ella se burla.

―¿Crees que puedes arreglarlo? ―Señalando a Edward, da un paso más cerca. Edward se tensa bajo mi palma extendida, su pecho rígido.

La gente empieza a salir de la casa, como perros rabiosos tras el olor de la carne.

»¿Y si decide hacerte daño, eh? ―continúa, sus ojos entrecerrados en dirección a Edward, aunque sus palabras son para mí.

―Jódete, Hale ―escupe Edward, dando un paso más cerca. Lo miro por encima del hombro, rogándole que se quede atrás.

La risa de Rose es maníaca.

―Probablemente soy la única que no has jodido. ―Su pulgar se mueve hacia atrás en dirección a la casa―. Pero si piensas, por un minuto, que voy a dejarla desaparecer a cualquier lugar contigo, será mejor que lo pienses de nuevo.

―Nunca la lastimaría. ―Los dientes de Edward están apretados.

―¿Física o mentalmente? ―pregunta Rose, levantando una ceja, con la cabeza inclinada.

Edward no tiene respuesta.

―Está bien ―suspiro en voz alta―, súbete al auto ―le indico a Edward, colocando las llaves en su palma antes de girarme hacia Rose―. Rose, confía en mí... no creo que me haga daño.

―¿No crees? ―espeta, mirándome con total incredulidad, lanzando sus manos al aire―. Ese es el problema, Bella. ¡Cuando se trata de él, no piensas!

―Necesito hacer esto. Necesito este momento con él, ¿de acuerdo?

Sus mejillas se ahuecan cuando frunce sus labios. Suspirando cuando Alice se une a nosotros, poniendo una mano en el brazo de Rose, pidiéndole en silencio que se retire.

―No me gusta.

―Lo sé ―ofrezco suavemente―, pero… —miro los rostros reunidos―… no me hará daño.

Sus hombros se desploman cuando se rinde, cada vez más consciente de la multitud reunida a nuestro alrededor.

―Me enviarás un mensaje de texto, me llamarás... algo para que sepa que estás a salvo.

Asintiendo, aprieto su brazo suavemente antes de volverme hacia mi coche, con la esperanza de calmar mis nervios.

―Por favor, asegúrate de que Tyler esté bien ―suplico, antes de girarme hacia el auto.

Edward está esperando, sentado rígido en el asiento del pasajero. Se quitó la sudadera con capucha, luciendo demasiado abrigado, con las manos apretadas con fuerza sobre las rodillas como siempre, los ojos quemando agujeros en el parabrisas.

No hablo mientras conduzco, navegando por las calles desiertas. Él no mueve un músculo, el coche inquietantemente silencioso y demasiado tranquilo después de lo que pasó. Puedo oírlo rechinar los dientes, pero no digo nada.

En el camino de entrada a mi casa, nos sentamos en la oscuridad durante mucho tiempo antes de que Edward rompa el silencio.

―¿Por qué tu papá nunca está en casa?

Giro la cabeza para mirarlo, su intensa mirada ahora enfocada en la casa oscura frente a nosotros. Me encojo de hombros porque, sinceramente, no lo sé. Nunca me he molestado en preguntarle.

Volviéndose hacia mí, sonríe.

―He pensado en escalar la pared y subirme a tu dormitorio innumerables veces.

―¿En serio? ―pregunto, levantando las cejas, mi mente instantáneamente evocando pensamientos con visitas nocturnas. Desesperada por mantener el tono ligero.

Él asiente.

―No tenía idea de que podía usar la puerta principal.

No puedo evitar reírme, aunque es forzado.

―Subir por la ventana suena mucho más romántico.

―¿Para quién?

―Buen punto. Un pensamiento egoísta ―concedo, frunciendo los labios―. Vamos. ―Abriendo mi puerta, me dirijo hacia la casa, rezando, como siempre, para que me siga.

Dejo la puerta abierta, me dirijo a la cocina y enciendo las luces a medida que avanzo.

Edward me sigue.

Mientras estoy llenando un vaso con agua, lo observo mientras mira alrededor del modesto espacio, estirando el cuello para observar en diferentes habitaciones.

―Toma ―ofrezco, sosteniendo el vaso en su dirección; lo toma en silencio, bebiendo la mayor parte de un trago.

Sus ojos parecen estar despejándose, el verde volviendo sobre la oscuridad de antes, el cansancio reemplazando a la ira. Sea lo que sea, se está acabando.

Empujándome de la encimera, asiento con la cabeza hacia la sala de estar, dirigiéndolo hacia el sofá; una de sus manos agarra su sudadera con capucha, la otra envuelta firmemente al vaso de agua casi vacío.

―Puedes dormir aquí ―susurro en la oscuridad, encendiendo la lámpara.

―Puedo ir a casa.

Levanto una ceja en respuesta y él se deja caer pesadamente en el sofá.

―¿Se preocuparán tus padres?

Él resopla, sacudiendo la cabeza.

―No.

―¿No se preocuparán si no vas a casa?

Sus ojos se encuentran con los míos, sacude la cabeza, el movimiento es lánguido.

―No son mis padres.

Trago saliva, sin saber qué decir. Quiero hacer más preguntas, pero sé que tan pronto como lo haga, se cerrará. Mi única esperanza es que él ofrezca la información.

―No sabía...

Mirando el vaso en sus manos, su voz es tranquila.

―Nadie lo sabe. ―Él se ríe, su nariz arrugada―. Es tan jodidamente obvio. No me parezco en nada a ninguno de ellos.

La idea parece enojarlo.

―¿Eso importa?

―Ya no. ―Suspira, arrojándose hacia atrás, estirando sus largos miembros a lo largo del cuero desgastado―. No me importa.

―Iré a buscarte un edredón.

Salgo de la habitación, saco el teléfono de mi bolsillo y le envío un mensaje de texto a Rose, haciéndole saber que estoy bien y preguntándole si Tyler lo está. Ella me envía una respuesta casi al instante, diciéndome que Tyler está bien, aunque su nariz está rota.

Cuando entro de nuevo en la sala de estar, los ojos de Edward están cerrados, un brazo cruzado sobre su pecho y el otro colgando hacia el suelo. No puedo evitar sonreír suavemente; se ve tan tranquilo, tan aliviado, como si lo hubieran dejado caer allí. Sin las defensas arriba.

Un ojo se abre cuando lo cubro con la manta, subiéndola hasta sus hombros.

―Tengo demasiado calor ―me dice, inquieto, liberándose del edredón.

―Hace mucho frío durante la noche, lo necesitarás.

Él niega con la cabeza, luciendo infantil.

―Necesito… —se sienta, mirando a su alrededor y agarrando la cinturilla de sus vaqueros―… quitarme esto.

Poniendo los ojos en blanco, me acerco para quitarle los zapatos.

―Estos tendrán que irse primero.

―Buen punto.

Una vez que está libre de las ataduras de su ropa, quedando solo con sus calzoncillos y una camiseta, se recuesta, resoplando.

―¿Vas a estar bien aquí? —pregunto, jugueteando con el borde del edredón descartado―. Debería traerte un Tylenol.

Prácticamente corro a la cocina, necesitando poner un poco de espacio entre los dos. El chico en mi sofá no parece ser el mismo chico que acaba de golpear a otro en un ataque de celos. Las líneas se están difuminando y necesito... un momento.

Tomando una respiración profunda y preparándome para cualquier versión de él que me espere en la otra habitación, vuelvo a su lado, ofreciéndole el medicamento.

―¿Son píldoras divertidas o píldoras aburridas?

Estrecho los ojos.

―Píldoras aburridas.

Él suspira, pero me las quita de todos modos, sus dedos rozan mis palmas, dejando un rastro de fuego a su paso.

Sus párpados están caídos, su cabeza se vuelve pesada. Quiero estirar la mano y tocar su cabeza, se ve sonrojado, demasiado caliente. Casi le retiro el pelo de la frente, apartando la mano cuando lo pienso dos veces.

―Buenas noches, Edward. ―Sonrío suavemente, mirándolo por encima del hombro, dejando la pequeña lámpara encendida, en caso de que la necesite. Está en silencio, y creo que está dormido.

Justo cuando llego al pasillo, su voz me detiene.

―Por favor, no te vayas. Todavía no.