Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de LozzofLondon, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.
Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from LozzofLondon, I'm just translating with the permission of the author.
Capítulo beteado por Yanina Barboza
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Dándome la vuelta lentamente, lo observo en silencio por un momento.
Sus ojos aún están cerrados, su cuerpo relajado, acostado de espaldas mirando hacia el techo; su cabello está por todas partes, largas piernas rectas y en plena exhibición.
Realmente es perfecto, estéticamente.
Volviendo a la habitación, me siento en el suelo frente al sofá, me llevo las rodillas al pecho y las rodeo con los brazos. Manteniendo mi distancia. Con la barbilla apoyada en las rodillas, lo contemplo, justo cuando su cabeza se inclina para mirarme.
―¿Vas a decirme qué pasó esta noche? ―Deliberadamente mantengo mi voz calmada y tranquila, el aire cruje a nuestro alrededor como pequeñas chispas de electricidad que persisten y amenazan.
Se aclara la garganta, mirando hacia el techo; pesados brazos levantados para agarrar su cabello.
―No puedo sacarte de mi cabeza. ―Su voz es de dolor, los ojos cerrados con fuerza―. Es como... te odio... pero no puedo. No quiero desearte... pero lo hago. ―Sus brazos caen hacia atrás a su lado, un profundo resoplido sale de su boca.
No sé qué pensar. Sus palabras duelen, pero también entiendo, es exactamente lo que siento por él.
―¿Por qué no quieres quererme? ―pregunto, las cejas juntas.
Lo piensa mucho, rodando sus labios dentro de su boca, sus cejas casi se juntan en el medio. No me mira cuando habla, mira la pared sobre mi hombro, sus palabras no solo son para mí, sino también para él.
―Porque eventualmente me dejarás... Me harás más daño. ―Él suspira, sus palabras bajas persisten, sacudiendo la cabeza de un lado a otro, todavía negándose a mirarme―. Pequeños pedacitos que la gente toma y toma. Pero nunca se quedan. ―Cerrando los ojos, sus palabras persisten―. Me dejarás. Soy demasiado.
No sé qué decir, qué hacer con lo que me está diciendo.
―¿Cómo sabes eso?
―Porque siempre lo hacen. ―Su voz es apenas un susurro, pero escucho sus palabras como si las hubiera gritado―. Si no pueden dañarme, me hacen a un lado... y luego me hago daño de todos modos.
Yo también entiendo eso. Sentirme así es una de mis inseguridades más profundas.
―No todos te dejarán, Edward.
Soy una maldita hipócrita.
―Te estás aprovechando. ―Sonríe después de un momento de silencio, sus ojos se encuentran con los míos brevemente. Levantando su brazo en el aire, agita su mano de un lado a otro, estudiando la forma en que cae sin fuerzas de un lado a otro. Lo observo―. Touché.
Sonrío un poco, porque sí, lo hago. Está siendo comunicativo y lo estoy aprovechando al máximo.
―Me detendré si te duermes.
Su cabeza cae a un lado de nuevo, los ojos entrecerrados juguetonamente en mi dirección.
―Tú no eres mi jefe.
Me río. No creo que me haya hecho reír nunca antes.
―Oh, lo sé. Nadie es el jefe de Edward Cullen.
―Correcto ―asiente, sonriendo. Es una sonrisa genuina y me quita el aliento―. Esas pastillas son una mierda ―gime, acomodándose en el sofá, resoplando como un niño.
―No vas a decir eso en la mañana ―sonrío.
―No recordaré haberlas tomado por la mañana.
―Eso probablemente es cierto. ―Una parte de mí está triste porque puede que no recuerde este momento mañana. Estamos en tiempo prestado, es un sueño. Nos despertaremos y será como si esta conversación nunca hubiera ocurrido. Estoy preocupada por eso. No podemos seguir así.
―Mentí. ―Inclinando mi cabeza, lo cuestiono en silencio―. Lo recordaré. Lamentablemente, siempre lo hago.
Sus ojos comienzan a cerrarse, pero lucha contra eso, lo que hace que mi sonrisa reaparezca. Observo cómo su pecho sube y baja constantemente, su piel sudorosa, cálida y sonrojada. Su agresividad, las pupilas dilatadas, su temperatura corporal alta y el agotamiento repentino, son todos signos evidentes de consumo de cocaína. El pensamiento yace pesado en mi pecho, asfixiándome.
No me contengo esta vez; extendiéndome hacia adelante, aparto su cabello de su frente, la piel debajo de mis dedos está demasiado caliente. Él sonríe suavemente, permitiéndome este momento de afecto.
―Eres demasiado buena ―susurra, con los ojos cerrados.
Niego con la cabeza, contradiciendo.
―No lo soy.
Su cabeza asiente con entusiasmo.
―Lo eres. Quiero decir, también eres una perra. ―Se ríe por lo bajo, pongo los ojos en blanco―. Pero eres una buena persona, en el fondo, y yo... te arruinaré.
Me inclino hacia delante, apoyando los codos en el borde del borde del sofá.
―No si dejas de jugar.
Sus ojos se abren y se encuentran con los míos, en su mayoría verdes ahora.
―Ambos jugamos.
Asiento con la cabeza. Es cierto.
―¿Qué pasa si ambos paramos?
―No puedo parar ―suspira, metiendo la cara en el brazo del sofá―. Si me detengo, no puedo alejarte más. ―Su voz está amortiguada por el cuero. Lo escucho alto y claro.
―¿Por qué crees que necesitas alejarme?
Por un rato, está tan callado que creo que está dormido; hasta que levanta mi muñeca y la coloca de nuevo en su cabello.
―Si te alejo primero, no saldré lastimado ―responde, su voz lenta, cansada.
―¿No? ―pregunto, rascando su cuero cabelludo con mis uñas.
―No lo hacía ―explica en voz baja―, hasta que llegaste tú...
Y entonces su cuerpo se relaja por completo y sé que por fin se ha dormido.
Me siento, mi mano continúa acariciando su cabello mientras lo observo de cerca. Me duelen las piernas, el suelo es incómodo, pero no puedo moverme, no quiero. Quiero que se despierte de nuevo y siga hablando, pero cuando empiezo a estirar mis extremidades cansadas, me doy cuenta de que está inconsciente, muerto para el mundo.
Levantándome lentamente, encuentro el edredón desechado y lo coloco sobre el respaldo del sofá, cubriendo sus piernas. No tendrá calor para siempre, no en esta casa.
Aprieta la mandíbula, incluso en sueños; nunca realmente relajado. De pie en la puerta, parece que no puedo apartar la mirada, alejarme.
Él me hace sentir. Me doy cuenta —mientras lo veo dormir— que aunque me lastima, me enfurece, hace que mi corazón lata más rápido… me hace sentir.
No mucho me hace sentir.
Eventualmente, mi propio agotamiento se apodera de mí y subo las escaleras.
