Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de LozzofLondon, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from LozzofLondon, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

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Está oscuro ahora, la habitación iluminada por una sola lámpara en un escritorio en la esquina. No puedo moverme, demasiado asustada para alejarme de su lado.

Emmett se fue hace un rato, asegurándome que Edward estaría bien si se dormía.

Si ese es el caso, no tengo idea de por qué me llamó. Emmett estaba preocupado, no había duda, sin importar cuánto tratara de restarle importancia.

La casa está inquietantemente silenciosa, no hay señales de los padres adoptivos de Edward. No puedo entenderlo todo; por un segundo, considero la posibilidad de que Edward esté fundamentalmente solo como yo.

Sé que mi teléfono ha estado sonando sin parar, pero he ignorado la vibración incesante a favor de ver a Edward dormir, siguiendo cada maldita respiración que toma. Contándolas.

Con la mente inquieta, cierro los ojos, mi cabeza apoyada en el borde de la cama de Edward, mi mano descansando ligeramente sobre la suya.

El agotamiento se hace cargo.


Lentamente, abro los ojos y parpadeo, sintiéndome desorientada por un momento antes de recordar…

Levantando la vista, mis ojos se encuentran con los de Edward. Está despierto, y sus ojos son verdes. Suspiro de alivio. Está pálido, pero está lúcido.

―Duermes linda ―observa después de un segundo, con la voz aturdida, el rostro relajado y contento, actuando como si nada hubiera pasado.

Eso me enoja.

―Suenas como si hubieras perdido algunas neuronas. ―Sentándome, estiro mi cuerpo dolorido, arrepintiéndome rápidamente de quedarme dormida mientras estaba sentada, mi trasero y piernas en el suelo, brazos y cabeza en su cama.

―¿Por qué estás aquí? ―pregunta, luciendo genuinamente perplejo. Atónita, lo miro fijamente, dividida entre abofetearlo y abrazarlo.

Realmente no sé la respuesta, así que le doy todo lo que puedo.

―Porque tu hermano me llamó. Estaba preocupado por ti.

Poniendo los ojos en blanco, se mueve para sentarse.

―Él no es mi hermano. Y sabe que no debe preocuparse.

―¿Le has dicho eso a él? Porque independientemente de lo que pienses, estaba preocupado. Demonios. —Lanzando mis manos al aire, frunzo el ceño―. Yo estaba preocupada.

Mientras está en silencio, estudiando el edredón debajo de él, me pongo de pie, estirando mis miembros doloridos, sintiéndome agitada por su total desprecio por otras personas y sus sentimientos.

Típico de Edward.

―Lo siento ―susurra, todavía negándose a mirarme. Su disculpa se queda corta.

―Solo estoy... me alegro de que estés bien. ―Es todo lo que puedo ofrecer ahora mismo, y es la verdad. Me alegro de que no esté muerto.

Se burla, pero no de mí. De sí mismo. Y por un segundo se ve vulnerable… asustado; abriendo la boca para hablar, lo piensa mejor unas cuantas veces.

»Dilo ―le insto―. Sea lo que sea, solo dilo. Dios sabe que no será lo peor que me hayas dicho. ―Reacciona como si lo hubiera abofeteado físicamente, retrocediendo un poco ante mis palabras, sus ojos todavía en cualquier lugar menos en mí.

―No sé cómo hacerlo sin sonar como un idiota.

―Eso nunca te ha detenido antes.

―Lo sé. ―Él suspira, finalmente mirándome, sus ojos tan verdes y tan agotados―. Pero me prometí a mí mismo que te dejaría en paz, que... dejaría los juegos y esperaba... que mejorara.

Ladeando la cabeza, lo miro de cerca. No mantiene el contacto visual por mucho tiempo.

―¿Qué mejoraría? ―pregunto con cuidado.

―¿Fuera mejor? ¿Más fácil? No sé… ―Su voz es pequeña, casi como si estuviera hablando consigo mismo. Tal vez así es―. No puedo entenderlo. ―Su rostro se contrae, como si tuviera dolor. Él solloza, me estremezco.

―¿No puedes entender qué?

―A ti ―responde de inmediato, mirándome una vez más―. Lo intenté. Y luego traté de olvidarte y luego… ―Dejando que sus palabras se apaguen, mira hacia la ventana, perdido en sus pensamientos.

―¿Luego qué? ―presiono, manteniendo mi voz baja, insegura de si realmente quiero o no estas respuestas. No es como si esperara algo, ya no más. Edward ha dejado muy claro que no quiere tener nada que ver conmigo.

Ya estoy acostumbrada a eso. He hecho las paces con eso.

―Luego… ―Traga saliva, entrecerrando los ojos hacia la ventana, ira y veneno. Yo espero―. Escuché que vas a ir a ese jodido baile con Tyler Crowley.

Por un momento, estoy confundida. ¿Por qué importaría eso? Más allá de esta posesividad enfermiza que siente por mí, no tiene ningún derecho. No quería tener ningún derecho. Me degradó y se alejó, constantemente. No puedo entender por qué se ve tan molesto ante la perspectiva de que tenga una cita para el baile de invierno.

―¿Por qué te importaría eso? ―Su cabeza gira en mi dirección, sus ojos ardiendo, el agotamiento dando paso a la incredulidad. Pero él no responde, así que continúo, ventilando mis pensamientos como si fueran ropa sucia―. No puedes culparme por estar sorprendida. Tú... me atraes y luego me apartas como si no fuera nada. Te exhibes a ti mismo y a tu sexualidad en mi cara, ¿para qué? ¿Para sacarme de quicio? Me degradas y humillas frente a toda la escuela. ―Mantengo mi voz uniforme, entumecida―. Te abres y luego te cierras. Eres arrogante, posesivo, enojado, grosero, jodidamente brutal la mayor parte del tiempo… ―Tomando una respiración profunda, orando por la fuerza para continuar, para mantener mis emociones bajo control, mis ojos permanecen enfocados en él―. No podrías haber dejado más claro que no soy nada para ti. Soy un juguete, solo para tu entretenimiento hasta que te aburras y me tires... otra vez.

Hay tanto silencio que puedo escuchar el zumbido de la calefacción dentro de las paredes, el viento afuera acariciando la casa. Su intensa mirada está fija en mí, su mandíbula hace tictac, sus parpadeos lentos.

―Y luego ―continúo―, eso... lo que sea que haya sido eso. ―Señalo con mi mano hacia él―. ¿Cocaína? ¿Es eso? ¿Ese es tu escape?

Aparta la mirada, con la mandíbula aún tensa, los ojos vacíos; aunque puedo ver su cerebro trabajando horas extras, su mente dando vueltas.

―¿Cuál es tu escape? ―Él me mira directamente, un desafío―. ¿Qué tienes, Bella? ¿Qué te ayuda a olvidar el dolor?

Instantáneamente, estoy a la defensiva.

―No necesito escapar.

Se ríe, un breve ladrido de sonido que es estridente en mis oídos.

―Patrañas. ¿No crees que veo la misma oscuridad que me persigue, en tus ojos? ¿Reflejada en mí tan clara como el día?

Mi silencio dice mucho. Ve su oportunidad y la aprovecha. Girando todo su cuerpo en mi dirección, sus pies aterrizan en el suelo, su torso inclinado hacia adelante, los codos en las rodillas.

»Te escondes detrás de una máscara, al igual que yo. ―Su voz es baja. No es amarga, no es fría, está admitiendo―. Haces alarde de ti misma y pretendes ser alguien que no eres, ¿y para qué? ¿Validación? ¿Te ayuda a dormir por la noche? ―No está buscando respuestas, está tomando su turno para desahogarse―. Coqueteas y te ríes, eres linda y eres deseada. Esa es tu armadura. Me escondo detrás de mis puños y mi temperamento. Me escapo a través del sexo y las drogas. Pero tú… ―Me observa en silencio por un momento―. Escapas engañando a la gente, sintiéndote deseada, jugando con todos. Tomas y tomas sin intención de dar nada a cambio. Eres egoísta y superficial.

Ni siquiera puedo discutir. Quiero hacerlo, pero él acaba de dejar al descubierto todas las inseguridades que me atormentan y tengo que reconocérselo, es más observador que la mayoría. El deseo de defenderme es abrumador, pero ¿para qué? Él tiene razón.

Pero yo también.

Así que hago lo que siempre hago, me cierro.

―Bien. ―Asintiendo, tomo mi bolso y me giro para irme―. Gracias por eso. Fue esclarecedor.

―¡Bella, por el amor de Dios! Detente. ―Su voz me detiene, no está enojado, suena tan exhausto como parece. Cuando me giro para mirarlo, su mano está en su cabello, tirando con fuerza―. ¿No lo entiendes? ¡Somos iguales! Somos las dos caras de la misma maldita moneda.

―No entiendo lo que estás tratando de probar ―digo, con la voz más callada que la casa que nos rodea―. No entiendo lo que esperas lograr aquí.

―¿Sí? Yo tampoco ―resopla―. Y créeme, lo he pensado una y otra vez. ―Cuando me giro para irme una vez más, continúa―: ¿Crees que no quiero llevarte a ese maldito baile?

No puedo enfrentarlo, no ahora. Me duele más mirarlo.

―En realidad no. Nunca pensé que lo harías.

―Bueno ―suspira―, realmente lo hago.