¡Buenas tardes! ¡Espero que estén pasando un lindo día! Les agradezco su apoyo a esta historia y su participación al comentar. Es lindo saber que, sin importar la distancia, compartimos la alegría en ver felices a nuestros rubios consentidos. Comenzamos…
"MI REALIDAD"
CAPÍTULO XVII
Las cosas tomaron un giro inesperado en las semanas siguientes. Mientras Anthony se recuperaba con los cuidados de Candy y de su padre en la mansión Brower, sus primos al enterarse del percance que había sufrido su primo, se negaron a viajar a Londres, según lo planeado, y expresaron su decisión de no viajar sino hasta saber que su primo estaría bien. Albert estuvo de acuerdo, y dejó su viaje planificado para finales de febrero, para que entraran a clases con retraso, con lo cual el Real Colegio San Pablo no tuvo objeción.
La Tía Abuela, luego de reestablecerse de la impresión tan fuerte que tal descubrimiento le ocasionara, y luego de asegurarse de que Anthony estaba fuera de peligro, regresó luego de unos días a la mansión Andley, y convocó a su notario de inmediato, instruyéndole para que redactara un nuevo testamento. Para ella la familia Legan finalmente había muerto. Nunca más accedió a visitar a Sarah en la cárcel o a recibir alguna comunicación de Thomas Legan o de sus hijos otra vez.
"Anthony, debes comer tus zanahorias", le regañó Candy. La pecosa sabía que naturalmente no eran sus favoritas, pero el médico había pedido que su dieta fuera variada y con muchas verduras y frutas.
Anthony hizo el mohín más adorable que ella había aprendido a atesorar cada vez que le increpaba en algo del cuidado de su salud que le molestaba. "Ya comí una..." Replicó como un niño pequeño, jugando con su tenedor con la comida.
Candy sonrió, si sus hijos algún día salían iguales a él, iba a tener grandes problemas obligándolos a terminarse sus verduras. ¡Serían demasiado adorables!, ella rió para sí. "Está bien…", concedió renuente, retirando su plato. Ambos compartían ese día el almuerzo en la salita de la habitación del rubio. Solo estaban ellos dos en la mansión ya que el señor Brower había salido temprano, a petición de George, a reunirse con él en las oficinas del Consorcio. Albert había salido de viaje inesperadamente desde que ella llegara a la casa Brower el primer día, y aún no sabía nada de él. Un viaje de negocios le habían dicho.
La mucama que los atendía se aproximó a la mesita a llevarse la loza. "Gracias, Mary", le sonrió gentil la rubia.
"No hay de qué, señorita." Le sonrió de vuelta, haciendo una pequeña cortesía.
"¿No quisieras recostarte un rato?" Le preguntó la rubia al muchacho.
Anthony se puso de pie. "Gracias, amor. Pero preferiría salir de mi habitación un poco."
Candy se puso de pie también y ambos se dirigieron a la sala privada del segundo nivel en la mansión Brower. La nieve había dejado de caer y el día se ponía un poco más iluminado. Anthony se sentó en su sillón favorito, el loving couch junto a la chimenea. Candy sonrió al ver su elección y se sentó junto a él. Inmediatamente el muchacho ataviado en su piyama de seda color crema y bata negra con bordes dorados, extendió su brazo para abrazarla junto a sí, sonriendo. Candy recostó su cabeza sobre su hombro y ambos se contentaron con observar la magia de las llamas en la acogedora chimenea.
"¿La señorita desea que se sirva el té aquí más tarde?" preguntó nuevamente la diligente mucama, apareciendo en la puerta del pequeño salón.
"¿Eh?" Candy se sorprendió.
Apenada, se apartó de Anthony, poniéndose de pie para dirigirse a la mucama. "Gracias, Mary." Le dijo. "No. Creo que para el té ya estaremos de vuelta en la habitación del joven."
"Estaré cerca por si necesitan algo más." Le sonrió inocente y haciendo una breve reverencia se dirigió al pasillo y se sentó en una de las sillas del pasillo cercanas, adosada a una mesa y espejo estilo Luis XVI que decoraban el lugar, en cuyo reflejo veía en línea directa a donde ellos dos se encontraban sentados en la sala.
Anthony comenzó a reír al ver la expresión de sorpresa de la pecosa.
Al sentarse Candy otra vez junto a él, el muchacho únicamente se conformó con tomar su mano. "Creo que el espíritu de la Tía Abuela aun aquí nos persigue." Le dijo divertido.
"Ya decía yo que era extraño que no hubiese venido Dorothy conmigo el primer día que me llamaron."
Anthony al recordar aquella tarde terrible, suspiró y la abrazó nuevamente hacia sí pensativo, pero esta vez con un aire protector. Sintiendo la tensión del muchacho al sostenerla en sus brazos, Candy alzó su vista para verlo y frunció el ceño "¿Te sientes bien, Anthony?" inquirió preocupada.
"Sí, pecosa" el alto muchacho le sonrió viéndola, e inclinándose besó su frente. "Todo está bien, cariño. Solo es que… extrañaba tenerte así junto a mí."
Su sinceridad hizo relajarse a la joven rubia. "Yo también, Anthony." le dijo viéndolo a los ojos. "También te extraño. - Mucho. -" Le dijo sonrojándose, pero manteniendo su mirada en la suya. Ambos contemplaron en silencio la adoración del uno por el otro reflejada en sus ojos, y sin sentirlo, sus rostros lentamente se fueron acercando.
"Creo que el auto del señor Brower acaba de llegar." Dijo una voz junto a ellos, haciéndolos brincar.
La joven mucama les sonreía. Anthony y Candy se separaron. "Iré a avisar que están descansando aquí, joven Brower. Con su permiso." Sin esperar respuesta, la proactiva joven se alejó de ellos y salió de la sala.
Candy y Anthony solo pudieron verse mutuamente aturdidos. ¿A qué hora había entrado la muchacha a aquella sala? ¡¿que ni siquiera la sintieron?!
Anthony suspiró, recostándose en el respaldo del sillón con cansancio. "Bien…" dijo, "creo que tendremos compañía el resto del día." Su oportunidad se había esfumado. Pero de pronto su expresión cambió a una de travesura, y mirando a su pecosa pensativa le sonrió, "Aunque aún tenemos tres largos minutos, pecosa…", le dijo divertido, alzando su bella ceja. Y Candy inhaló sorprendida, dándose cuenta de pronto de que era verdad, viéndolo asombrada y luego divertida. Anthony le sonreía mientras ella se mordía el labio sin ser consciente de ello al él acercársele. En el espejo francés, el muchacho besó con pasión los sonrientes y traviesos labios de su pecosa, en medio de sonrisas y divertidas risas.
Cinco minutos más tarde, el padre de Anthony se unía a ellos en la sala del segundo nivel. "¡Chicos, miren quienes vienen con nosotros!" les dijo feliz el sonriente capitán. Y al terminar de decirlo, las esbeltas y elegantes figuras de Archie y Stear lo siguieron desde el pasillo, y entraron a la sala con grandes sonrisas.
"¡Archie, Stear!" se alegró Anthony, sentado junto a su pecosa, muy bien portados en el mismo sillón, tan solo tomados de la mano. Lo rojizo de sus labios no se notaba tanto si no dejaban de sonreír y hablar.
"¡Hola, chicos!" sonrió la rubia con sus mejillas aun sonrosadas, pero feliz. "Me alegra verlos de vuelta."
"Hola, ¡Anthony!, ¡Gatita!, ¿Cómo están?" Se acercó Archie a saludarlos a cada uno.
Stear hizo lo mismo, pero con sus brazos hacia atrás, ocultando algo tras de sí. "¡Mira, Anthony!," le dijo entonces el joven de cabello oscuro, "¡Aquí te traigo algo en lo que estuve trabajando para que te ayude a desestresarte!" Le dijo alegre mientras Archie solo volteaba los ojos.
"Stear, Anthony necesita descansar, no preocuparse porque le explote tu regalo o que incendie la casa."
"¡Calla, Archie!" Su hermano se molestó, colocando una especie de lámpara japonesa sobre un mueble junto al rubio. Anthony solo sonrió. Candy se puso de pie y discretamente se colocó cerca del capitán Brower, dándole espacio a su príncipe de disfrutar de la visita de sus primos y de su sospechoso regalo. El capitán Brower le sonrió a su 'hija' y ella solo sacudió su cabeza con una sonrisa, mirándolos divertida.
"Mira, Anthony," le dijo el guapo inventor, "tú solo tienes que halar esta perilla y… - Candy, ¿podrías apagar la luz un momento? -" le dijo Stear a su prima.
"Claro." Candy hizo lo que su primo pedía, y aunque era de día, por ser invierno, la habitación se oscureció bastante, a pesar de la chimenea.
"Halas esta perilla" Stear haló de la perilla, "y la lámpara comenzará a girar lentamente, así…" Al hacerlo, la melodía de cuna de Brahms comenzó a sonar en la habitación, mientras la lámpara se iluminaba y comenzaba a lanzar lindos colores alrededor de la habitación con suavidad, en tonos azules, verdes y dorados, encendiéndose y apagándose suavemente en armonía, al tiempo que giraba lentamente.
"¡Wow, Stear!", dijo Anthony sorprendido.
"¡Qué hermoso!" Candy se maravilló.
"Wow" admitió Archie, mientras su hermano mayor lo veía engreído y le sacaba la lengua. El capitán Brower se cruzó de brazos y miró alrededor del suntuoso salón apreciándolo.
"Debo admitir que te luciste esta vez, Stear." Dijo Anthony palmeando la espalda de su orgulloso primo, viendo las luces a su alrededor.
"Gracias, Anthony." Stear sonrió, alegrándose de poder ayudar en la recuperación de su primo. "Y si quieres solo las luces y no la música, tan solo empujas este pequeño botón y-" la lámpara se apagó. "¡Oye! ¡No…!" dijo molesto el joven de lentes. Movió de izquierda a derecha el botón plateado una y otra vez sin resultados, y luego, mejor tomó la lámpara y la sacudió como haciendo un batido.
"Muy científico de tu parte, Stear." Se burló su hermano, metiendo las manos en los bolsillos de su fina chaqueta.
"¡Cállate, Archie!" le dijo el ocupado inventor. Los demás trataban de no reírse.
"Al menos no explotó." dijo Candy como elogio.
"No te preocupes, Stear", de dijo Anthony comprensivo, "te agradezco mucho el esfuerzo."
"¡No, Anthony! ¡Pero si sí funcionaba!" se disculpó. "Déjame intentar algo más." El inventor tomó la lámpara y le dio vuelta abriéndole un compartimento interno y empezando a trastear su mecanismo con un pequeño destornillador que siempre llevaba en su bolsillo.
"¿Y cómo te has sentido hoy, Anthony?" Archie comenzó la charla con su primo, sentándose en el sillón frente a él.
"Mucho mejor, Archie, gracias. ¿Qué tal vas tú con la colección de monedas de que me hablaste?"
"No me lo vas a creer, Anthony, pero justo conversado con el señor Britter el otro día, me comentó que en una casa de antigüedades que visitó en Londres, tienen un juego de monedas de la época de la independencia americana, y que cuando estemos de descanso, puede llevarnos."
"¡Vaya!" dijo Anthony sorprendido, "¡Qué suerte…!" La conversación fluyó entre los primos mientras un ocupado Stear trabajaba su invento junto al rubio, muy concentrado.
"¿Cómo pasó la mañana?" preguntó el capitán discreto a una sonriente Candy, estando ellos algo alejados en el mismo salón.
Candy siguió viendo hacia la feliz tertulia de los chicos "Mejor." Le dijo. "¡Incluso hasta se comió una zanahoria completa!" le sonrió complacida.
El capitán suspiró y luego sonrió. "Me alegro."
"¿Está seguro de que el doctor Carnegie dijo que pronto estaría bien?" Candy se atrevió a confirmar otra vez.
"Por supuesto, Candy." Respondió el mayor, tranquilizándola. "Pero por lo menos durante los próximos meses deberá manejar poco estrés. Lo vemos bien, pero aun su cuerpo está en proceso de recuperación. No debemos olvidarlo." Le dijo.
"No." Dijo Candy decidida.
"Como dijera el doctor Stevens y luego lo confirmara el doctor Carnegie, solo se trató de un bajón de presión y una descompensación, pero debemos estar atentos. No debe repetirse."
"Por supuesto que no." Confirmó la pecosa.
Una alta figura entró entonces en el salón.
El rostro de la pecosa se iluminó. "¡Albert, volviste!" le dijo Candy encantada y corrió a abrazarle, riendo feliz, interrumpiendo la conversación en el salón.
El alto joven devolvió el abrazo también con una gran sonrisa. Venía de traje, pero extrañamente sin chaleco ni corbata. "¡Candy!, ¡qué bueno verte tan feliz!", le dijo encantado. "Asumo que nuestro paciente consentido se ha estado portando muy bien." Le dijo guiñándole el ojo a su pupila y viendo luego a su sonriente sobrino.
Candy asintió en confirmación. "Así es, Albert. ¡Incluso hasta comió zanahorias!"
"¡Wow!" se maravilló su tío, sonriendo y viendo a su sobrino.
"Yo siempre me porto bien, tío Al", le sonrió Anthony aún sentado. Sus primos, junto a él, sí se habían puesto de pie. La expresión del rubio menor se fue poniendo más seria. "Regresaste", afirmó, con una secreta certitud.
"Así es." Le dijo también su tío volviéndose seria su expresión también. "Esta mañana." Aclaró el patriarca y no dijo más.
Archie y Stear se vieron mutuamente, entendiendo su señal. "Gatita," Archie se volvió hacia ella entonces, "Sabes, nosotros no hemos almorzado aún, ¿quisieras acompañarnos?"
"¡Es verdad!", se puso de pie también Stear, dejando su invento a un lado. "¡Muero de hambre!" se sobó su estómago. "La tía abuela nos ha tenido estudiando de manera intensiva durante casi dos semanas!, según ella, para compensar los meses de clases que nos perderemos en el San Pablo."
"No te quejes tanto, Stear", le dijo Candy sonriente. "¡Apenas llegarán tarde tres semanas y media!" rió divertida.
"Tres semanas y media en 'libras esterlinas', Candy, ¡No en dólares!" bromeó el guapo inventor, ajustando sus lentes.
"Vamos entonces", les dijo la pecosa, "le diré a doña Mina que les prepare algo rico. ¿Nos disculpan un momento?" dijo Candy a los demás.
"Ve, Candy." Le sonrió Albert.
"Tienen suerte, muchachos," dijo Anthony, "Candy hizo pastel de chocolate ayer."
"Mhmmm… Con mayor razón. Vamos, Candy."
Los muchachos prácticamente se llevaron halada a la pecosa, la risa de la rubia y la conversación con sus primos se fue alejando por el pasillo, hasta bajar juntos la escalinata.
Los tres caballeros restantes guardaron silencio en la sala, hasta que ya no escucharon sus voces. El padre de Anthony se dirigió al ingreso a la sala con serenidad y cerró las puertas corredizas empotradas discretamente.
"¿Y bien?" preguntó Anthony con una expresión ansiosa poniéndose de pie. "¿Qué averiguaron? ¿Vieron a ese hombre…? - ¡¿Y a Elisa?! -, ¡¿hablaron George y tú con ella?!"
"¡Cálmate, Anthony!", alzó su mano su tío con autoridad. "Recuerda nuestro trato. Tú te mantienes tranquilo y tratas de escucharlo todo sin ofuscarte, y nosotros te contamos." Le dijo con determinación.
Anthony tomó una respiración profunda, y controlando su ira, se sentó nuevamente. Luego de un momento, asintió tranquilo.
"Bien," dijo su tío, tomando asiento frente a él. Su padre hizo lo mismo.
"Elisa fue encarcelada a principios de la semana pasada, antes de que saliera del país con su familia. Por supuesto, Thomas se negó a marcharse a Australia sin ella, sin resolver primero 'la confusión que teníamos respecto al asunto', como nos dijera a George y a mí."
La mandíbula de Anthony se endureció, pero se abstuvo de comentar nada.
"El hombre la identificó como 'la muchacha engreída' que le pagó por sus servicios profesionales con esas joyas en un bar en la zona roja de Toronto. Cosa que, como entenderás, ella refutó rápidamente. Las joyas fueron devueltas a los Legan, al reclamarlas Thomas como robadas. Y en cuanto al caso…" se detuvo su tío "nuestros abogados dicen que, sin un hecho consumado o pruebas físicas, más que los informes de nuestro personal de seguridad como testigos, a lo sumo, le darán un año, por evidencia circunstancial. Cinco al hombre, por el robo de joyas comprobado, nada más."
Anthony se puso de pie y se dirigió al ventanal pasando su mano con desesperación por su cabello dorado, mientras apoyaba su brazo en el marco de madera del mismo, viendo hacia el jardín nevado, sin ver nada en realidad por la frustración.
"¡Cálmate, Anthony!" lo regañó su padre, poniéndose de pie también. "De nada nos sirve que tú te pongas mal, ¡por esa bruja!"
"¡Pero ¿qué no ves, papá?!" se volvió entonces enfadado. "¡Quedará libre! Un año por intento de asesinato ¡y quedará libre!" tembló furioso.
"No, sobrino." Le dijo Albert caminando hacia él. "No se lo pondremos tan fácil. Hablé con la tía abuela el domingo por teléfono para contarle lo sucedido, y ella nos aseguró que Elisa había dejado con ella varios baúles sellados, en su ahora propiedad de Lakewood, con documentación y correspondencia de su madre que le pidió que guardara para ella, con la petición de que nadie los tocara. Nuestra gente estuvo desde esa misma noche revisándolo todo en la ex mansión Legan, buscando cualquier cosa que pudiera ayudarnos. Y al día siguiente encontraron esto."
Su tío sacó algo del bolsillo interno de su chaqueta y le entregó lo que parecían ser un par de cartas.
Anthony las tomó sorprendido, era la letra de Elisa en los sobres. Leyendo la seriedad en la mirada verde de su tío, con determinación el joven Brower abrió la primera de ellas:
Lakewood, Michigan, 13 de julio de 1911
Querida Mamita:
Neil y yo te extrañamos demasiado en tu viaje a Inglaterra, y que estés ahora tanto tiempo en Chicago, nos hace sentir ansiosos. Por favor, regresa pronto. Todo está mal aquí. La mosquita muerta de Candy es insoportable ahora que tiene el apellido Andley. La tía abuela muy acertadamente logró separarla de Anthony, al menos por un tiempo, pero creo que la próxima semana le autorizó a irlo a ver a la Cabaña del Bosque. ¡La odio, mamita! ¡La odio! ¡Daría lo que fuera por verla desaparecer de nuestras vidas!
No sabes cómo me han confortado tus palabras asegurándome que pronto nos quitaremos a esta huérfana de encima. Pero me preocupa lo que mencionaras en tu última carta respecto a los Brower. Tú sabes que Anthony es alguien muy especial para mí. No me gusta que sientas que él también interfiere con la atención que la tía abuela debería tenernos dentro de la familia. Lo amo, mamá. Por favor, no hagas algo que me aparte de él.
Bien, mamita, le dije a papá que te enviaría sus recuerdos para ti en esta carta. Te esperamos pronto, y recuerda que los vestidos nuevos llegan a La Maison de Paris la próxima semana. Apártame los tres más bonitos. Pronto será la cacería de zorros, y quiero escoger el mejor para impresionar a Anthony en el baile. Esa mosquita muerta de Candy no será una contrincante para mí.
Te quiero, mamita, y espero verte pronto.
Tu Elisita.
P.D. No te preocupes, como me pides, destruiré tu carta.
Anthony respiró profundo, y cerró los ojos. Luego, abrió la segunda misiva:
Lakewood, Michigan, 30 de septiembre de 1911
Mamá:
Recibí tu dirección en Nueva York. ¡No puedo creer que lo perdí! ¡¿Por qué lo hiciste, mamita?! Tú no te diste cuenta, pero yo estaba en el salón contiguo cuando ese horrible hombre fue a buscarte porque quería más dinero. Y luego te marchaste con él a Nueva York, sin decir nada.
¡Hoy habría sido su cumpleaños!
Hasta la idiota de Candy parece un fantasma, creo que eso es lo único que me reconforta en todo esto. ¡Ella ya no lo tendrá tampoco! Ayer hice una oración por su alma. Mi Anthony. No sé qué más decirte. No me queda nada... Solo regresa pronto. Sé que lo hiciste por nosotros. Me siento perdida, pero sabes que yo siempre te apoyaré.
Ayer vi a la estúpida de Candy llorando otra vez en los jardines de la mansión de Lakewood. Se lo merece la mosquita muerta esa. Talvez más adelante, mamá, me ayudes también a sacarla para siempre de nuestras vidas. El solo verla me revuelve el alma.
Esperaremos tu regreso en la fecha que me dices, y sí, le daré a papá la otra carta que envías adjunta, y le haré creer que fuiste a La Florida a revisar nuestras propiedades, como me lo pides. Solo regresa pronto.
Te quiero a pesar de todo.
Elisa Legan
Anthony cerró la última carta y se quedó inmóvil. "Todo este tiempo lo supo..." Susurró casi para sí mismo.
Albert, quien a sus espaldas veía desde el ventanal junto a él a los trabajadores de la mansión quitando la nieve del camino de ingreso, asintió. "Solo vine a avisarte." Se volvió a su sobrino. "Parto nuevamente hacia Canadá esta noche. Presentaremos cargos. Levantamos acta de la revisión de los baúles y de su contenido. Incluso tomamos película de ello por si acaso."
Anthony se sorprendió.
"Neil y su padre parecen estar libres de cargos. En cuanto a ella, como ves, Anthony, la acusaremos de complicidad y encubrimiento en el caso de su madre aquí en los Estados Unidos, y además reforzaremos el peso de los cargos en el proceso en Canadá, para demostrar que sí tenía motivos. Nuestros abogados esperan conseguir una condena de 5 años en Canadá, para luego ser extraditada a los Estados Unidos para ser juzgada y cumplir una condena mínima de 20 años. No sabemos si sabía también del atentado de tu papá, con su leve mención no queda claro, pero creo que esa parte, probarlo sería más difícil."
"Olvídalo, Albert." dijo el señor Brower serio. "Lo importante es resolver lo de mi hijo. Ya la vida se encargará del resto."
"Además confirmamos finalmente que sí, Elisa solo habló con ese hombre respecto al asunto… de Candy." Aún ahora decirlo le era difícil. "Las joyas están completas, se pasó inventario con los registros del seguro aquí en los Estados Unidos, y Elisa no manejaba dinero en efectivo. Todo lo llevaba su padre. Así que, aunque mantendremos la seguridad un par de meses más, creemos que ya es seguro para Candy volver junto con ustedes a su vida normal."
Anthony asintió y guardó ambas cartas con sumo cuidado de vuelta en sus sobres, devolviéndolas a su tío. "No sabes cuánto te agradezco todo lo que haces por nosotros, tío Al." Le dijo solemne, viéndolo guardarlos de nuevo en su chaqueta. "No sé qué haría sin ti." Le dijo sincero.
"Hijo," le dijo Albert enternecido, colocando su mano sobre su hombro, "Nosotros somos quienes no sabríamos qué hacer sin ti." Le sonrió paternal y conmovido.
Anthony le sonrió de vuelta, y tío y sobrino se abrazaron con fuerza, ante la presencia conmovida del capitán Brower.
Continuará…
¡Es uno de los cierres que más me ha llegado al corazón…! ¡Espero que les haya gustado el capítulo!
¡Quiero agradecer a: Sharick, Guest 1, Anguie, Guest 2, Julie-Andley-00, y Mayely Leon, por sus comentarios al capítulo anterior!
Y a GeoMtzR para cuando lo leas! Ji ji ji! Les agradezco mucho su tiempo en compartir su apreciación de la historia. Me alegra saber que alguien disfruta en leerla, tanto como yo me sentí feliz al escribirla.
¡Muchas bendiciones!
lemh2001
13.07.2023
P.D. La siguiente publicación será el domingo. ¡Un abrazo!
