¡Hola a todos! Con mucho cariño aquí les presento la continuación de este día tan especial en la vida de los ahora felices esposos Brower… ¡Bendiciones!
"MI REALIDAD"
CAPÍTULO XX
Glasgow, Escocia, Reino Unido, sábado 22 de julio de 1922.
Mansión Brower, Recepción de la Boda de Candy y Anthony Brower…
Cuando Candy y Anthony hicieron su ingreso a la Mansión Brower, una hermosa propiedad de 40 hectáreas en las afueras de la ciudad de Glasgow, junto al río Clyde, su vehículo, un Rolls Royce Phantom, brilló con la luz del medio día, una ocurrencia excepcional para el clima lluvioso del lugar. Era casi como que el cielo bendijera con su Luz el inicio de la vida matrimonial de esa pareja tan querida.
Decorado con rosas de bellos colores y listones, su vehículo se aproximó a la mansión, mientras algunos de los invitados los esperaban en los balcones, para verlos ingresar por la gran puerta principal. Las gaitas comenzaron a sonar tocadas por dos filas de gaiteros que franqueaban la escalinata de ingreso. Y cuando el vehículo finalmente se estacionó y uno de los mayordomos abrió la puerta trasera del vehículo, Anthony salió y luego ayudó a su bella esposa a salir del auto. Patty O'brien, su Dama de Velo en la ceremonia, también los esperaba y arreglaba con cuidado el velo y el vestido de Candy, con la ayuda de una feliz Annie. Los novios se tomaron del brazo, agradeciéndoles, y comenzaron juntos su ingreso, sonriendo al reconocer la melodía y al ver a Stear y a Archie, muy formales, al inicio de la escalinata tocando junto con los gaiteros, mientras Archie les guiñaba el ojo y Stear les sonreía mientras ambos tocaban. Esa melodía autóctona escocesa había encerrado para ellos por un tiempo en su niñez una connotación de triste despedida, pero ahora al verlos a todos sonreírles desde los balcones, y a sus primos tocar para ellos, solo les inspiraba a los rubios un gran sentimiento de ¡bienvenida y felicidad!
Al entrar al salón principal, los invitados aplaudieron a los recién casados, y caminando ellos elegantes al centro del salón, la orquesta comenzó a tocar con un sonido prístino y potente, al tiempo que los esposos Brower comenzaban su primer vals como marido y mujer. Bajo la mirada de todos en el salón, la gallarda figura de Anthony y la hermosa figura de Candy se mecían en perfecta sincronía alrededor del salón circular. Ambos giraban teniendo de fondo a sus invitados y a los grandes ventanales del salón, hacia los hermosos jardines, y en contra parte, la ancha escalinata interna de la mansión, de mármol, bellamente ornamentada, que subía al segundo y tercer piso.
Entre los aplausos de los presentes, Candy quien con la ayuda de Patty había recogido la cola de su velo elegantemente sobre su antebrazo derecho, sonreía con infinita alegría, mientras giraba, dejándose guiar por su esposo, al ritmo de las mágicas notas de su querido vals "Un baile de ensueño", tan querido para ellos como lo era ahora también para sus tíos.
Junto a Albert, Catherine Andley no pudo evitar derramar una que otra lágrima al verlos bailar, su estado de embarazo y sus recuerdos, le traían la memoria del día que conoció a su esposo en aquella lejana fiesta de presentación en Chicago, viendo a Candy y Anthony sonreír y conversar felices mientras bailaban; y que luego, en su momento, la hizo compartir, con esa misma melodía que ahora tocaban, su primer baile, con el ahora amor de su vida. Albert al verla derramando unas lágrimas, la abrazó cariñoso junto a él y besó su sien, recordándolo también.
Luego de que concluyera aquel primer baile juntos como esposos, la orquesta siguió tocando para amenizar la reunión, y luego se dio un período de entremeses y bebidas mientras los nuevos esposos pasaban junto a la familia a una sesión privada de fotos.
Candy y Anthony lucieron deslumbrantes en una toma donde Candy sostenía su buqué de Dulces Candy en sus manos, mientras Anthony la sostenía de su cintura, de pie tras de ella, y ambos volviéndose uno al otro se veían con total adoración. Otra más fue tomada con ellos estando con sus frentes unidas y sus ojos cerrados, en un tierno abrazo, junto a un gran jarrón de rosas Dulce Candy, cultivadas por Anthony en Escocia; y una tercera, con ambos del brazo, en una toma tradicional, viendo hacia el frente. Las demás fotos, también fueron tomadas en esa sala especialmente preparada por el fotógrafo contratado por Albert en Londres, esta vez estando los novios flanqueados por sus padrinos de boda, el Patriarca Albert Andley y su esposa Catherine, Matriarca de la familia; otra foto con el Patriarca de pie junto a Candy, y la Tía Abuela Elroy, sentada frente a él, mientras el capitán Brower estaba de pie junto al apuesto y sonriente novio. Después se tomó una foto de los novios solo con el señor Brower, estando él en medio de ellos, abrazándolo ambos muy felices. Cosa que pareció una toma inusual para el fotógrafo. Otra más se tomó con la familia completa de Albert y Cathy, ambos junto a los novios y con las pequeñas enfrente, bien portadas. Y más tarde, todos en la familia se enternecieron cuando los novios se tomaron una foto solo con las hijas de Albert y Catherine. La pequeña Ann Marie abrazada a Candy del cuello sonriente, y Caroline, la menor, besaba a Anthony en la mejilla, mientras Anthony sonreía.
La foto de los tres inseparables y apuestos primos llegó, y luego una de los tres con el Patriarca; luego una de Candy con Patty y Annie, sus elegantes amigas, y una de Candy y Anthony sentados, con Archie y Annie, a su derecha y Stear y Patty, a su izquierda.
La excepción fueron las dos fotos de los novios en el jardín de la mansión, junto a su adorada Miena, ambos abrazándola, y la perra mirándolos feliz, sobre todo a Anthony, a quien veía como a su dueño ¡ya que solo a él le hacía caso!
"¡Miena!, ¡no te comas el velo de mamá!" exclamó el novio, de pronto, mientras el fotógrafo tomaba una segunda foto, con la risa divertida de su pecosa, rodeada de su velo enredado, mientras la gran San Bernardo había corrido a su alrededor con él en su hocico y ahora halaba de este frente a ellos, uniendo a la feliz pareja en un abrazo de equilibrio, en medio de risas suyas y de quienes los acompañaban. Al final, el señor Brower pidió una copia especial extra de esa foto inesperada para colocarla en su habitación, junto a la de ellos abrazándolo.
El aviso de la comida se dio entonces y con todos formalmente sentados en las diferentes mesas dispuestas con gran elegancia en un área especial de la mansión, el Patriarca de la familia se puso de pie en la mesa principal, junto a los novios, y habló con solemnidad.
"Queridos Candy y Anthony," dijo Albert, volviéndose hacia la feliz pareja, con una copa de champagne en la mano. Candy lo veía atenta, ataviada en su bello vestido blanco, del brazo de su feliz esposo, luciendo ambos sus argollas de matrimonio en sus manos entrelazadas. Ambas argollas de oro dorado de 18 kilates tenían grabadas sutilmente las letra engarzadas entre sí, con una chispa de zafiro en una y una chispa de esmeralda en la otra, con la fecha de su boda grabada por dentro de la argolla. Un diseño único mandado a hacer a Suiza por el joven doctor Brower, con el joyero de la familia, como sorpresa para su esposa.
"Decirles lo que significa para nosotros, su familia, la alegría de verlos unir sus vidas hoy bajo la bendición de Dios, y con ello verlos realizar un sueño por tanto tiempo esperado, nos llena de emoción y de una inmensa alegría." Les dijo Albert con sinceridad.
"La primera vez que Anthony me contó en una de sus cartas al tío abuelo William, que había conocido a la niña más hermosa y fascinante en las afueras del Portal de las Rosas, en Lakewood, quedé intrigado; pero cuando vi que se trataba de Candy, y vi, aunque sea desde lejos, la cercanía y la amistad creciente entre ambos a su corta edad, y el compromiso en su mutuo afecto, a pesar de lo difícil de las circunstancias que tuvieron que enfrentar tan jóvenes, supe que su gran historia de amor apenas si comenzaba", dijo sonriendo con nostalgia. "Comprendí entonces que almas gemelas como las suyas, Candy y Anthony," les dijo, "están destinadas a buscarse, a encontrarse y a complementarse por el resto de sus vidas. Y hoy celebramos esa maravillosa unión, y el que, durante estos últimos años, cada uno de ustedes haya sido desde ya el amor detrás de la fortaleza del otro. Nos llena de admiración y orgullo el amor que se tienen y les deseamos en sus vidas toda la alegría y todo el amor que se merecen. Ustedes comparten un amor excepcional, Anthony y Candy, un amor tan grande en sus corazones que, sin dudarlo nunca, han sabido compartirlo juntos con otros menos afortunados, con bondad y generosidad, en sus proyectos sociales. Al tiempo que nos han inspirado y llenado de fe, a nosotros, su familia y amigos, de muchas maneras."
"¡Gracias, querido sobrino, y gracias, querida Candy, por hacernos ver a todos que el amor verdadero no solo existe, sino que también, al confiar y amarse mutuamente, como lo hacen ustedes, con un sentido de total búsqueda del bienestar y felicidad del otro, tomando sus decisiones juntos, y respetando y apoyando los intereses de vida de su pareja, también es posible preservarlo y protegerlo, convirtiéndolo no solo en una promesa de vida, sino también en una realidad compartida y creada día a día por la fuerza de ese mismo amor! ¡Dios los bendiga siempre, hijos míos, en esta nueva y fascinante etapa que comienza hoy en sus vidas! ¡Salud!"
"¡Salud!" hicieron eco los conmovidos invitados, brindando junto con el Patriarca del Clan, al tiempo que lágrimas de alegría corría por el rostro de Candy, mientras Anthony la abrazaba y consolaba con ternura. Ambos se pusieron de pie para recibir el abrazo y felicitación del Patriarca, y cuando Albert tomó asiento nuevamente, Catherine, a su lado, se abrazó a su brazo, mientras él besaba su frente, leyendo ambos en sus miradas ese amor verdadero que también habían encontrado.
La comida de gala dio inicio y, a pesar de los recortes en el presupuesto, recibió grandes elogios, para deleite de la tía abuela. El baile comenzó inmediatamente después y la tarde fue avanzando para los novios, entre conversaciones familiares y charlas amistosas con conocidos de sus trabajos y de sus proyectos sociales, y risas compartidas con sus amigos y familia, y uno que otro miembro del Concejo que se aventuró a platicarles.
"¿De qué será el pastel?" preguntó curioso un apuesto Stear, sin perder de vista que los mayordomos comenzaban a preparar el lugar donde estaba una mesa especial donde el pastel, rodeado en sus cuatro niveles decorados con rosas de azúcar de varios colores, en betún de blanco inmaculado, estaba coronado por una exquisita réplica de un portal de las rosas, finamente detallado, con un novio escocés de pie junto a una de sus columnas, con una imagen de su novia rubia con un tartán cruzado en su vestido, igual al de Candy, tomada de sus manos, mientras ella sostenía en su mano derecha una rosa blanca.
"Es de arándanos con limón, relleno de dulce de leche y cubierto con crema pastelera con un toque de ron." Le dijo un sonriente Anthony.
"¡Mhmmmm….!" Se alegró el inventor, sacando su lengua, ya casi saboreándolo.
"¡Qué delicia!", exclamó Patty también, juntando sus manos. Parecía que la influencia Cornwell estaba creando su efecto.
"Aunque el piso de hasta arriba es de chocolate belga, relleno de ganache de chocolate blanco, con un toque de whisky, a petición de mi bella esposa", dijo sonriente el novio, viendo a Candy a su lado y besando su frente, mientras ella fruncía su naricita y sonreía. Aún no se atrevía a besarla abiertamente frente a todos a pesar de ser ya su esposo.
Su padre se aproximó entonces a ellos, "Vamos, hijos, llegó la hora del pastel."
"Sí, papá." Dijo Candy atenta. "Discúlpennos."
"Los vemos en un momento", les dijo Anthony tomando a Candy de la mano, siguiendo ambos a su padre entre los invitados.
"Vayan, chicos." Dijo Archie sonriente.
"¡Qué boda tan linda!" Dijo Annie sincera, "Candy me había dicho que habían reducido mucho el presupuesto, pero creo que les ha quedado perfecta." Comentó la joven señora Cornwell.
La boda Cornwell-Britter había sido celebrada en Chicago a finales de noviembre del año anterior, y para asistir, Anthony y Candy habían viajado solo los días justos para ir y venir, con su padre. Por el contrario, en su caso, la señora Britter había literalmente lanzado la casa por la ventana. Archie, viendo el agobio de su suegra y de Annie con todos los pendientes para la boda, había preferido al final no interferir. Después de todo, la familia de su esposa había sido la familia anfitriona y su suegra se mostraba totalmente feliz en su preparación, a pesar de sus dolores de cabeza frecuentes y estrés que sufría.
"La tía abuela ha hecho magia con los recursos." Comentó una sonriente Patty, arreglando sus lentes. "El padre de Anthony me dijo que jamás había visto arreglar una boda de esta envergadura en tan poco tiempo. La tía abuela apenas si vino a Escocia hace tres meses. Y la mayor parte la coordinó desde su residencia en Edimburgo."
En medio de aplausos, los felices novios cortaron la primera rodaja de pastel del nivel más alto, ya que Candy quería probar el de chocolate. Ambos novios, cortaron la primera rodaja y con un tenedor se dieron mutuamente un bocado, entre sonrisas suyas y de los invitados, y luego dejaron que los mayordomos se encargaran de preparar el resto. Stear terminó comiendo dos porciones. ¡Pero de cada sabor!
El baile formal inició, y los jóvenes esposos volvieron a lucirse, abriendo el baile con gran elegancia y dejando ver el amor del uno por el otro. Luego se agregaron Albert y Catherine al baile, Archie y su esposa Annie, Stear y Patty, y luego los padres de las jóvenes, y los padres de Stear y Archie que, si no fuera porque la tía abuela los había sentenciado, no habrían asistido, alegando ellos estar ocupados con sus múltiples compromisos en Asia, donde los negocios Cornwell eran más fuertes. Lo cual en realidad ya no molestaba a sus hijos, ya que se habían acostumbrado a vivir sus vidas sin darle importancia a su ausencia. Incluso en la boda de Archie, sus padres no habían sido una presencia importante o imprescindible para los hermanos.
El padre de Anthony sacó a Candy a bailar, luego de que ella bailara con Albert, mientras Anthony compartía el baile con la tía abuela, tras bailar con su tía Cathy. Y así, tras varias piezas de alegre convivencia, bailando con sus primos Candy; y Anthony con jóvenes de la familia Brower y Andley, los novios se acercaron a beber un poco de ponche para descansar, y permitirse un momento de paz para ver el alegre salón y el ameno baile a su alrededor.
Luego de un rato, ambos intercambiaron miradas y sin decir nada, mientras todos reían enternecidos viendo a Albert bailar con su pequeña hija de cinco años, en medio de los demás invitados al ritmo del vals, la traviesa pareja se escabulló del salón sin ser notada.
Minutos más tarde, los nuevos esposos Brower bailaban ahora en un balcón privado de la parte trasera de la residencia, lejos de la conmoción del día, meciéndose lentamente al ritmo del amor de sus corazones, totalmente absortos en su cercanía y en su felicidad.
El atardecer sobre el río Clyde ya había caído y la joven noche reclamaba los alrededores de la propiedad. La Mansión Brower brillaba iluminada y festiva en medio de una insólita noche despejada. Ni el sonido lejano de la orquesta dentro del gran salón, ni las risas y conversaciones de sus invitados, parecían distraer a los esposos Brower un ápice de la calidez de su mutuo abrazo. La luna comenzaba su lento recorrido en el cielo sobre Glasgow, y las estrellas se percibían tenues en su blanco esplendor en esa noche sin lluvia. Candy levantó su mirada y la fijó en la de su esposo, un azul cielo que la hacía sentir que la arrastraba a un mundo mágico en el que solo existían ellos dos.
"¿Es esto real…?" murmuró Candy casi para sí misma, embriagada por la felicidad y perfección del momento. "¿Acaso merezco ser tan feliz?" reflexionó en voz alta conmovida.
Anthony dio un pequeño beso a la punta de la nariz de su esposa y con ternura apoyó su frente a la suya, "Mereces esto y más, Candy." Le dijo sincero. "Y yo siempre velaré porque así sea… porque cumplas con todos tus sueños y que seas feliz… comenzando por esta noche", concluyó enamorado, cerrando el espacio entre ellos lentamente para besar con ternura sus delicados labios. Luego de unos momentos, aferrando su esbelta figura más hacia él, el beso entre ambos se volvió más necesitado. Candy gimió suavemente entre sus brazos luego de algunos momentos más y, al separarse, se miraron uno al otro sin aliento, sabiendo que había llegado la hora de marcharse.
El capitán Brower conversaba con unos parientes lejanos de Irlanda y con los padres de Stear y Archie en el salón del té, cuando por el gran ventanal lateral vio pasar el auto de Anthony con las luces apagadas, dirigiéndose despacio por la vereda hacia la salida trasera de la propiedad.
Al llegar al camino, las luces del auto Ford se encendieron rápidamente y el vehículo aceleró, alejándose discreto del bullicio de la gran recepción.
El elegante caballero sonrió para sí con felicidad, "Dios los bendiga, hijos míos", dijo en voz baja.
"¿Decías, Vincent?" preguntó el señor Cornwell, esposo de Janice, madre de Stear y Archie. Era casi ver a Stear con cabello liso, y canoso, sin lentes, muy alto. Pero sin la chispa y la gracia de su primogénito.
"Nada, Richard", le dijo el caballero solemne, "¿Podrían disculparme un momento?"
"Por supuesto, Vincent", dijo la señora Cornwell, elegante y gentil como siempre. Archie definitivamente se parecía a ella en sus ojos, y en sus modales impecables, pero el cabello de Janice Andley Cornwell era rubio, como el de su Rosemary.
El señor Brower fue en busca de su cuñado al salón principal para avisarle que esa noche tendrían que ser ellos quienes despidieran la velada pues los tórtolos habían ya volado a su propio nido.
Albert rió por la expresión de su cuñado y no se sorprendió en lo más mínimo por su fuga, conocía bien a su sobrino y su naturaleza impulsiva.
Llegada la hora, con gran elegancia y distinción, ambos padres de los novios se dieron a la tarea de despedir a los invitados, agradeciendo por su presencia a los que no permanecían hospedados en la mansión Brower.
"Ni cuenta nos dimos de cuándo se fueron." Dijo un sorprendido Stear, viendo a sus dos tíos agradecer a cada invitado y a quienes preguntaban, dar la versión de que la pareja no había querido interrumpir el baile, porque se les había hecho ya tarde y su destino de bodas estaba bastante retirado. "Con razón no les molestó que no les pusiera fuegos artificiales como al tío." Dijo un decepcionado Stear.
Archie rió, "Si hubieses puesto luces, Stear, ¡con más razón hubiesen huido!", dijo su hermano.
"¡Archie!" se quejó el inventor.
"No peleen" dijo una serena Patty, "Lo importante es que al fin Anthony y Candy están juntos", sonrió la joven de lentes ilusionada.
"¡Y que serán muy felices!", dijo contenta la joven señora Cornwell. "Lástima que nosotros no pudimos escapar igual en nuestra boda, amor. ¡Es tan romántico!", se atrevió a decir con una sonrisa a su esposo.
"Pues conociendo a tu madre, damita, ¡nos hubiera mandado a traer amarrados de vuelta, desde el lecho nupcial! ¡Tenía casi que al Senado completo en la recepción!"
"¡Archie!" lo reprendió su esposa ofendida.
Y su esposo besó su sien. "Lo siento, amor." Le sonrió, "Me encantó conocer a todos los senadores. ¡En verdad!" Y ella le devolvió la sonrisa entre divertida y enojada, sabía bien que no era verdad. Se había quejado durante semanas por haber tenido que despedirlos a todos.
"Pues a nosotros no nos pasará lo mismo, Archie." dijo un seguro Stear. "Tengo en mente hacer un escape espectacular en aeroplano durante la fiesta. De hecho, ya tengo marcado dónde empezar a construir una pista de despegue oculta en la propiedad O'brien."
"¡Sobre mi cadáver, joven Cornwell!", la voz de su futuro suegro se escuchó tras de él.
Y ante el brinco y expresión asustada de Stear y de Patty, Annie y Archie no pudieron evitar soltarse una sonora carcajada juntos, tapándose ambos la boca de inmediato, al ver que había cesado la música, y darse cuenta de que habían llamado la atención de todos en el salón.
Su tío sonrió desde la entrada divertido, y la tía abuela les fruncía el ceño muy indignada, junto a una sonriente Cathy. Los esposos Cornwell cambiaban de colores, y ya ni escucharon la regañada a los apenados prometidos de parte de unos contrariados señor y señora O´brien.
Tal como lo había soñado alguna vez, Anthony había adquirido, meses atrás, una pequeña y elegante villa victoriana de cinco habitaciones, en dos hectáreas de terreno, a milla y media de la ciudad de Glasgow, y a cinco millas de la propiedad de su padre. La idea era que como recién casados, él y Candy pudieran disfrutar de la privacidad que merecían desde el inicio de su matrimonio, sin penas ni restricciones. La propiedad veía directamente al ancho y hermoso río Clyde, donde en aquel momento se reflejaba la blanca luna llena sobre las serenas aguas…
Anthony tocaba suavemente a la puerta de la habitación nupcial, la más grande y acogedora en el segundo nivel. "¿Candy? ¿Puedo pasar?"
"Sí, Anthony. Pasa." respondió desde adentro la pecosa un tanto nerviosa, al ver a su apuesto esposo volver a la habitación. Hacía más de media hora que él había bajado al primer nivel a "revisar las puertas", dándole tiempo a ella para alistarse.
La puerta se abrió y Anthony se quedó extasiado. La rubia era toda una visión aquella noche. Su largo cabello caía ahora suelto en bellas ondas doradas sobre sus desnudos hombros, mientras su camisón de seda blanca francesa, decorado con batista y sostenido a nivel de sus hombros por dos delicados tirantes de encaje, dejaba muy poco a la imaginación, sobre todo con la luz de la luna tras ella en el ventanal, resaltando la belleza de sus formas femeninas.
Tras deleitarse unos segundos más con la imagen de su joven doncella y guardar ese momento en la memoria de su corazón, Anthony cerró la puerta de la habitación tras de sí con lentitud y, sin prisa, se aproximó a su pecosa con una sonrisa gentil. Sus manos buscaron entonces con confianza su pequeña cintura y la atrajeron hacia su fuerte pecho, encerrándola en su abrazo. Candy sonrió hacia el alto muchacho, con timidez.
El hermoso azul de la mirada de Anthony hacía juego con la bata azul que él vestía en aquel momento, y sintiéndose un tanto nerviosa, Candy bajó su mirada y acarició hipnotizada por primera vez la fina tela sobre el pecho de su esposo y luego tembló al ver tan de cerca la desnudez de sus pectorales, al alcance de sus manos. Se veían tan fuertes y tentadores de tocar en ese momento, pensó Candy abstraída. Y de pronto avergonzada por sus propios pensamientos, la pecosa apartó su mirada apenada.
Solo el sonido de la madera al consumirse se escuchaba en la recámara nupcial. El fuego en la chimenea creaba a su alrededor formas acogedoras en los muros de la suntuosa habitación, que era iluminada también de manera tenue por una fina lámpara de cristal cortado en la mesa de noche. La cama estaba cuidadosamente tendida para ambos. El vestido de novia de Candy colgaba ya en el baño privado, tras Anthony haberla ayudado a desabotonarlo. Y la champaña fría descansaba, junto a algunos entremeses, en la mesita de la pequeña sala en la habitación.
"¿Estás bien, amor?" le preguntó Anthony luego de un momento, al notar su silencio y sentir la tensión de su frágil cuerpo al acariciar él suavemente su espalda.
Ella asintió nerviosa, "Estoy bien, gracias." dijo manteniendo su mirada en el material sedoso de su bata azul, jugando con un hilito imaginario en él, y luego, desviando otra vez su verde mirada, la dirigió hacia las cortinas blancas a través de las cuales había estado contemplando la belleza de la luna sobre el río nocturno, antes de que su marido regresara.
Anthony sonrió conmovido siguiendo la dirección de su mirada. "Tiene una hermosa vista la casa, y sobre todo nuestra habitación." Le comentó él.
"Sí, es espectacular en verdad…", comentó con un hilo de voz su pecosa, acelerándosele el latido de su corazón, a su pesar, y cerrando sus ojos, tratando de controlarlo.
"Candy…", escuchó la gentil voz de su ahora esposo. Ella alzó su mirada hacia él con una leve expresión de preocupación.
"Princesa, sabes que podemos esperar si tú así lo deseas." Le dijo. "No tenemos que hacer nada hoy. Podemos dejarlo para más adelante, hasta que tú te sientas lista." le dijo comprensivo, aunque sin querer aceptarlo, también un poco triste.
Candy se asombró por lo dicho por su marido y, por primera vez desde que llegaron, enfocó una mirada decidida en la gentil mirada azul de su esposo. "¡No, Anthony!" protestó contundente, "¡No! ¡No quiero esperar más! Yo… ¡yo sí quiero! Yo…" dudó un momento antes de proseguir, "…te deseo", se escuchó a sí misma confesarle al final con suavidad, sonrojándose levemente al reconocerlo.
Su esposo le sonrió enamorado. "Y yo también te deseo a ti, Candy, mi bello ángel". Le dijo emocionado. Candy sonrió enamorada por el epíteto que él usaba para ella aquella noche. Sintiéndose aceptado, el alto muchacho acarició entonces su tersa mejilla, "Te amo, pecosa mía, siempre te he amado, y en todo lo que pase entre nosotros esta noche, te pido que confíes en mí", le dijo mirándose en sus ojos, al tiempo que acercaba tentadoramente sus labios a los de ella, pero sin atreverse aún a tocarlos. "Si algo te incomoda esta noche, solo dímelo y yo me detendré." Le dijo con ternura. "Sabes que jamás haría algo que te hiciera daño, amor… ¿Confías en mí?" le susurró, como si se tratara de una secreta confesión, contra sus labios.
"Sí." La voz de Candy respondió casi sin aire por su cercanía. "Confío en ti… Siempre confiaré en ti, Anthony." Sus ojos color esmeralda brillaron enamorados a través de pesados párpados y luego se enfocaron en sus hipnotizantes y masculinos labios, mientras las manos de Anthony habían bajado y ahora acariciaban su fina cintura y su sensible espalda con una sinuosa cadencia, tranquilizándola… y fascinándola. Candy se concentraba en el toque de sus manos, pero también en lo entreabierto de sus carnosos labios. Unos labios que había besado tantas veces y que ahora le parecían tan suyos y al mismo tiempo, tan lejanos… ¡¿por qué no la besaba ya?!... se veían tan suaves, tan…. 'besables'. La espontánea y seductora sonrisa de su marido, al notar dónde estaba la atención de su dama, la hizo temblar nuevamente, pero esta vez con una deliciosa expectación. Y sintiendo cómo poco a poco la respiración de ambos comenzaba a agitarse tras él rozar sus labios con los suyos delicadamente, pero sin en realidad besarlos, la pecosa tomó una temblorosa inhalación al sentir que Anthony se inclinaba seductor y finalmente besaba la comisura de sus anhelantes labios, y luego deslizaba sus labios entreabiertos por su tersa mejilla, dejando el rastro del calor de su fresco aliento para luego dejar un delicado beso sobre su frente para luego dar pequeños y suaves besos por encima de su fina nariz y con su cálido aliento acariciar cada una de sus pecas, tan conocidas para él y tan queridas a lo largo de los años, para luego bajar hasta su delicado oído y tomar entre sus labios su lóbulo derecho, mordisqueándolo suavemente y lamiendo su suave hélix con fascinación, consiguiendo un suave jadeo de su joven esposa. El joven Brower sonrió por la reacción de su amada, y con más confianza, se inclinó y besó tierna y lentamente su níveo cuello, atreviéndose a lamerlo un poco también para luego descender, sin prisa, hasta su suave hombro, besándolo y luego mordisqueándolo tiernamente, al tiempo que se deleitaba acariciando osada pero gentilmente las bellas formas de su mujer.
Candy volvió a gemir suavemente entre sus brazos, y después de varios minutos en que su esposo compartió con ella nuevas, atrevidas pero excitantes caricias, sin poderlo resistirlo más, sus jadeantes labios buscaron con desesperación los de su esposo y ambos se encontraron finalmente en un beso apasionado, abrazándose con desesperación uno al otro, tras tan tortuoso pero placentero preludio. Las manos de Candy estrujaron entonces los cabellos dorados de su amado, atrayéndolo hacia sí, mientras él la recogía por sus glúteos y la pegaba con fuerza contra su firmeza, haciéndola abrazar su cintura con sus blancas piernas, retrocediéndola hasta un muro junto a la puerta, enloqueciéndola con sus besos, sus caricias y sus movimientos. La ardiente pasión de sus jóvenes cuerpos los consumió sin freno y sonidos excitantes de sus gargantas comenzaron a borrar el silencio de su inmaculada habitación nupcial. Con abandono, el calor de sus cuerpos se hizo cada vez mayor, y en el frenesí de su repentina danza virginal, Candy, aferrándose con fuerza a los hombros de su esposo, de pronto, dejó caer su cabeza hacia atrás y dio un grito ahogado de placer entre sus brazos, haciendo que el muchacho maravillado concentrara toda su atención en ella, disminuyendo su velocidad. Tras verla regresar poco a poco en sí, mientras aún la sostenía contra su regazo, y besaba tierno sus labios y rostro; como en medio del recuerdo de una lejana vida pasada, las advertencias de su padre hicieron eco en su frágil memoria, despertando en el joven Brower la necesidad urgente de ser más gentil.
Así que pensando en algo menos incitante, un accidente que había atendido días atrás en uno de los caminos cerca de la casa de su padre, se dio y le dio a su pecosa, deteniéndose completamente, tiempo para que se recuperara y recobrar él mismo la cordura, mientras los pulmones de ambos trataban de obtener el oxígeno que abrumadoramente les faltaba.
Sus miradas se encontraron nuevamente, un verde extasiado y maravillado, y un azul apasionado y lleno de adoración. Sus figuras entrelazadas se vislumbraban a la luz del candor de la chimenea en la habitación, lanzando su sombra sugerente contra el muro junto a su lecho.
Anthony sonrió emocionado al reconocer de pronto la pasión oculta en su dulce Candy y besando su frente con amor, la llevó abrazada a sí, a paso calmo, hasta su lecho nupcial. Colocó a Candy suavemente sobre las finas sábanas de la cama, y retirando su propia bata, dejando al descubierto su escultural pecho y cuerpo, acarició su rostro y tras besar gentilmente sus labios, esta vez el joven esposo se tomó su tiempo para descubrir y conocer a su princesa, haciendo visible ante él la belleza de su cuerpo virgen sin prisas, besando maravillado cada centímetro de su suavidad recién descubierta, escuchando sus reacciones y descubriendo sus necesidades a medida que la acariciaba y la saboreaba íntimamente en su placer, siendo ella en todo momento su prioridad, como el maestro joyero que se sentía ser aquella noche, estudiando y maravillándose de la luz que brillaba dentro de la piedra preciosa que se le había confiado, buscando con maestría y delicadeza el centro corazón de su joya luz… su máximo esplendor al alcanzar el éxtasis. Así, con adoración, la vio florecer entre sus brazos, como la más bella de sus rosas, haciendo surgir en su pecosa, con sus cuidados y dedicación, su belleza sensual y su recién descubierta complicidad seductora… recibiendo gustoso, en el proceso, sus apasionados besos respondiendo a los suyos, y la adoración de sus pequeñas y dulces manos, tímidas por momentos y sugerentes en otros, al acariciar su fuerte y dispuesto cuerpo. Anthony finalmente la llevó al momento tan anhelado por ambos, y tras abrirse paso firme pero delicadamente en su paraíso virginal... entre exclamaciones de ambos de sorpresa y de placer, temblando en su abrazo, el mundo se detuvo para ambos. Solo el latido combinado de sus corazones marcaba su existencia, enalteciendo su unión.
Tras varios momentos de espera, Anthony comenzó a hacerla suya con ternura, en la cadencia maravillosa del amor que sentía por ella, unas veces gentil como un mar calmo, perdiéndose en su mirada y en sus besos… y en otros momentos inesperados, convirtiéndose en un mar embravecido, incitándola a darle más de su pasión y de su placer.
En esa danza eterna de vida entre ambos, la joven esposa de pronto abrumada, anunció con un grito el nombre de su amado, entregándose a un éxtasis indescriptible, arqueando su espalda, mientras su cuerpo hacía eco a su corazón, atrayendo con frenesí a su amado, enviando en una espiral de pasión a su esposo, que aumentando su ímpetu, se encontró también, tras tres fuertes envestidas, gritando el nombre de su amada pecosa, abandonándose, junto con ella, a la candente e impresionante consumación de su amor...
Luego de descender ambos, lentamente, de esas alturas insondables de euforia, a la acogedora fatiga de sus cuerpos abrazados, la joven pareja, entre tiernos besos y caricias, se durmió.
Más avanzada la madrugada, sin embargo, ya solo con la chimenea iluminando su habitación, Anthony despertó con una deliciosa sensación de paz en su mente y en su cuerpo, y contemplando a su pecosa de espaldas a él, no pudo resistir la tentación y acercándose comenzó a besar con ternura, primero su hombro desnudo y luego su tersa espalda, despertando suavemente a su durmiente esposa, y convidándola con suaves caricias a continuar con su noche de amor. Con una sonrisa enamorada, su joven y adormilada pecosa, volvió su rostro hacia su seductor príncipe y se entregó a sus besos con fascinación una vez más. El boyante y viril muchacho sonrió, y se encontró llevando a su joven esposa una y otra vez a la cúspide del placer el resto de esa madrugada. Los jóvenes inexpertos se maravillaban en cada uno de esos encuentros, jamás habían siquiera soñado que una magia tan desbordante estuviera contenida en sus atractivos cuerpos. La habían vislumbrado en sus encuentros apasionados en soledad, en medio de besos, refrenados por una promesa hecha años atrás, pero nunca habían imaginado el control tan abrumador que podría ejercer sobre ambos al liberarlo. Cuando finalmente pensaban que ya no podían más, descubrían que solo era el preámbulo de otra maravillosa entrega apasionada.
Afuera de su habitación, la serena luna de julio era la única testigo de su desbordante noche de amor.
Varias horas más tarde, todo era silencio otra vez en su habitación. El gran fuego de la chimenea se había convertido a tempranas horas de la madrugada en una constante y acogedora brasa en el hogar. Candy sonrió, "Como nuestro amor", pensó enternecida. Un fuego inextinguible y confiable que solo necesitaba una suave caricia, una significativa mirada, una frase de amor para devorarlos nuevamente en su fuego abrazador. Ella rió divertida, con suerte la tía abuela tendría su deseo cumplido antes de lo esperado. Su sonrisa se convirtió entonces en una de ilusión.
Anthony suspiró junto a ella, pero siguió durmiendo.
"¿Estaré soñando?" reflexionó entonces la pecosa, cobijada aún en los brazos de su extenuado esposo. Las perfectas facciones de su príncipe, iluminadas por los primeros destellos del amanecer que se colaban a través del cortinaje del ventanal, no dejaban de deslumbrarla con su serenidad. Su mano despejó con cuidado un mechón de cabello dorado de su frente, y acariciando su apuesto rostro, su mano descendió para acariciar su cálido y bien formado pecho, esos pectorales que la fascinaban y ese abdomen tan fuerte y definido que la hipnotizaba. Su toque era delicado pues no tenía intención de despertarlo. La joven esposa se recreaba admirando la perfección física de su marido y se sonrojaba recordando sus atrevidas acciones de horas atrás, amándolo.
Ella sonrió enamorada, "Es como un sueño… pero no, hoy es mi realidad. Tu amor es mi realidad, Anthony..." le habló suavemente a su príncipe dormido. "Te amo… mi Príncipe de las Rosas… esposo mío…" le dijo e incorporándose con ternura, besó sus masculinos labios suavemente, y luego, besando su hombro desnudo con reverente ternura, se acurrucó más entre sus cálidos brazos, que automáticamente la estrecharon contra él de manera protectora, como siempre lo habían hecho en su niñez y en su adolescencia, y ahora, lo hacían siendo ella su mujer. Su mujer, pensó ilusionada la pecosa. Siempre tuya, Anthony mío, sonrió para sí, y cerrando sus verdes ojos con cansancio, en aquella primera mañana de su matrimonio, la joven señora Brower se dejó llevar, junto a su adorado esposo, como un viento suave de primavera… hacia la Felicidad…
Continuará…
Espero les haya gustado a nuestros novios el inicio de su luna de miel en Glasgow… - ¡y a ustedes también! -
Y pues, llegamos a la recta final. ¡Agradezco a los que asistieron hoy 22 de julio a celebrar la boda de nuestros rubios Brower Andley! ¡y su luna de miel también! Ji, ji, ji! - (¡Hay me tienen comprensión tratando de describir algo que solo los enamorados esposos saben, en especial los Brower! Ji, ji ji!)
Por otra parte, quiero agradecer a Julie-Andley-00. Julie, me alegró que te gustara la forma en que se intercala lo sucedido años antes con la boda. ¡Me encanta que lo mencionaras! ¡Gracias, Julie!
Gracias, Anguie, Sharick y Guest 1, ¡espero les haya gustado esta segunda parte también!
Querida Mayely león, ¡gracias por estar pendiente de la historia y por comentar también cada capítulo!
Y GeoMtzR, me alegra que te gustara esa escena tan importante para evitar otra tragedia en la familia. Para mí era vital, y creo que solo Anthony lo habría podido convencer de no hacerlo. Anthony es el tipo de persona que inspira confianza y admiración, y en la historia original de Mizuki e Igarashi creo que su ausencia fue justo lo que hizo que al final todos terminaran como perdidos en el vacío (guion), sin nadie que los apoyara, sin camino. ¡Sobre todo Candy! Y viendo a los malos hacer maldades y que nadie pagara por nada - Era Anthony quien movía a sus primos a corregir sus maldades, si recuerdas. - Y, por otro lado, sí, a Neil nada de lástima, por favor, ¡Ja, ja, ja! ¡Y me alegra que el capítulo te haya dejado una linda imagen de ellos dos juntos! ¡Espero que este lo haya hecho también! ¡Gracias por comentar, Georgy! ¡Un abrazo!
Un abrazo a todos los lectores, pero en especial a Georgy, Julie, Mayely, Anguie, Sharick y Gues 3, en lo personal, ¡gracias por estar llegando conmigo hasta casi el final de esta publicación!
¡Reconozco que amo esta historia porque ha representado la oportunidad personal de darle un lindo destino a nuestros dos rubios queridos!, y mi esperanza es haber podido transmitir a ustedes un poquito de la inspiradora visión de un amor tan especial y único como lo es el que existe entre Anthony y su dulce Candy. Creo que de todas las combinaciones que hacen de la historia con otros personajes, solo entre ellos dos puede haber un verdadero "mío" y una verdadera "mía". Solo ellos dos saben sin duda alguna en la historia, desde el comienzo, que se pertenecen. ¡Hermoso!
¡Mil bendiciones a todos! ¡Y gracias por su apoyo al leer esta humilde historia! Nos preparamos para el siguiente y último capítulo.
¡Espero me den la alegría de un comentario a este penúltimo capítulo!, y para los que hayan leído la historia en silencio, ¡en silencio les mando un gran abrazo! ¡Ji, ji ji!
¡Bendiciones!
lemh2001
P.D. El capítulo final de la historia se publicará este martes 25 de julio. ¡Hasta entonces!
