Aquel incesante tecleo lo perturbó.

Usami escribía rápido, con la habilidad de una persona que había escrito una cantidad incontable de palabras hermosas, pero aun así, Misaki no podía dormir. Podía ser un ruido blanco perfecto: el cómo tecleaba con precisión, aunque de vez en cuando detuviera la manos, mirara la página y continuara escribiendo.

Usami tenía la manía de nunca borrar palabras. A veces las faltas eran sencillas de solucionar (como una letra de más o una tilde extra), pero el hombre escribía y escribía; después se preocupaba por eso.

Misaki frunció el cejo, le dio la espalda a Usami y cerró los ojos a pesar de que la tenue luz de la computadora continuaba iluminando la parte de la cama que era de Usami.

Escuchó como su pareja se detuvo por una decena de segundos, lo miró y le acarició la cabeza antes de continuar.

Por alguna razón, esa novela era algo que consumía a Akihiko desde la semana pasada. La rutina cambió de la noche a la mañana, de manera literal; en medio del noticiero nocturno que ambos veían en silencio, Usami se levantó de la nada y se encerró en el estudio hasta el amanecer, cuando Misaki lo encontró con las manos manchadas de tinta de tanto trazar lo que parecía ser una nueva trama.

Ahora, Usami se levantaba, comía con Misaki —más por costumbre que por hambre—, y se encerraba en el estudio hasta la hora en la que Misaki regresaba para la cena. Salía por diez minutos y volvía en enclaustrarse en esas cuatro paredes, golpeando las teclas del ordenador a veces hasta las doce de la noche, horario en el cual Misaki ya se hallaba escondido en las sábanas y Usami se preparaba para escribir hasta que la batería del PC se agotara o él cayera rendido del sueño; la primera opción era la más recurrente.

Al abrir los ojos, los volvió a dirigir a Akihiko, que esta vez solo le prestaba atención a la pantalla del ordenador. Concentradísimo, casi en un estado etéreo.

—¡Misaki! ¡Eso es maravilloso! —le exclamó Aikawa, que estaba enterada de la situación por boca de Misaki— ¡Solo ocurrió una vez en el pasado con Usami-Sensei y esa vez ganó tantos premios que en la carátula del libro ya no cabían sellos!

Misaki recordó la conversación que tuvo con Aikawa. La editora destellaba una felicidad tan radiante que llegaba a opacar a todos los editores del departamento Doncella, que se encontraban en los últimos días del ciclo. Todo se quedaron un rato apreciándola, con envidia de esa piel hidratada y maquillaje prolijo.

—¡Misaki! ¡NO LO MOLESTES! ¡Bajo ningún contexto! Deja que queme las yemas de sus dedos. ¡Mi vida depende de que no deje ese trabajo a medias!

Misaki escondió la cabeza bajo las sábanas con la expresión de Aikawa presente. Hacía frío y al ver que Usami conectaba el cargador de la computadora, Misaki se dio cuenta de que era otra noche de abrigarse a sí mismo en soledad.


Dos semanas.

En ese acotado periodo de tiempo, Usami Akihiko bajó dos kilos, durmió un promedio de dos horas, fumó dos cajetillas de cigarros—o al menos eso le reconoció a Misaki— y escribió más de doscientas mil palabras.

Usami tan pronto terminó, le envió el documento a Aikawa, y se fue a dormir durante nueve horas seguidas. Fue despertado por Misaki al día siguiente, que le preparó un nutritivo y contundente desayuno.

—Estás enfermo. Doscientas mil palabras es una burrada.

Usami asintió, le dio un sorbo al café y se encogió de hombros.

—Con la edición de Aikawa se va a acortar —dijo Usami—, pero ya no quiero hablar de la novela. Necesito despejar mi cabeza de esa maldita historia.

Hablaba como si hubiese sido un martirio escribirla, a pesar de que Misaki lo notó tan inmerso que sonreía sin motivo. Aun así, Misaki asintió y le comenzó a contar como fueron las cosas durante las dos semanas que Usami pasó como ermitaño.

Al terminar de desayunar, recogieron la mesa y antes de que Misaki comenzara a meter los platos al lavavajillas, Usami lo acorraló contra el mesón, deseoso de recibir toda la dosis de amor de la que se abstuvo.

Con todo, Misaki lo apartó de un empujón y puso los brazos en jarras.

—Apestas, no te has afeitado y... seré sincero, te ves como la mierda.

Usami esbozó una sonrisa cansada y se separó como si asumiera que lo dicho por Misaki fuera verdad absoluta. Estuvo cerca de media hora encerrado, para terminar saliendo con el aspecto del Akihiko que reconocía. Misaki sonrió y se acercó a él con un obsequio entre las manos.

—¡Muchas gracias por tu arduo esfuerzo, Usagi-san! —agradeció Misaki, que le extendió el regalo—. No es demasiado, pero pensé que te podría gustar.

Usami le dio un beso y sonrió al ver una caja con un puzle de mil piezas de Suzuki-san.

—Hace años que no armo uno de estos

—Te vendrá bien para desconectar... en fin, me voy a dar un baño.

Misaki se puso de pie rápidamente al notar como Usami se propuso a romper el celo con el que la caja estaba cerrada. Junto al portazo del baño, Akihiko abrió la caja del puzle y ensanchó la mueca al recoger la breve nota que estaba pegada dentro.

"Estoy orgulloso de ti! Desconecta como quieras de la novela y cuando ganes cientos de millones, me debes invitar a comer un poco de kebab. Misaki ⭐"

Dejó el puzle en la mesa y se apoyó contra la puerta del baño, con los bazos cruzados.

—¡Prepárate bien, Misaki! ¡Hoy vamos a jugar hasta tarde!


Jueves 08 de junio de 2023

23:48 p.m.