CAPÍTULO 11: RESISTENCIA
— ¿Todo listo?, bien apagaré las luces.
En el momento en que todo se oscureció, la luz del proyector irradio sobre el cuerpo de Ayame quien se puso a hablar sobre las leyes de Newton.
Inuyasha jugueteo con el plumón sobre su cuaderno. No veía el caso de poner atención, así que prefirió planear detalladamente lo que haría esa noche de viernes… Su ansiada reconciliación con su querida Kikyo.
Ella se había negado a contestar sus llamadas y abrir la puerta de su departamento, hasta que por fin lo dejo hablar y le explico de su atasco en el elevador semanas atrás.
La cita sería a las ocho en punto, reservó una mesa en la terraza de un nuevo restaurante. Así que después de semanas sin verse, él esperaba que todo saliera según sus planes. En su imaginación ella aceptaba su declaración de amor y lo llenaba de besos, siendo el espectador Bankotsu que lloraba derrotado.
Ante el carraspeo de garganta que hizo su maestra volvió su atención a Ayame. Definitivamente, pensar en Kikyo era mejor que prestarle un instante de sus pensamientos a la pelirroja. Sin embargo, se dedicó a observarla, exclusivamente para criticar su aspecto.
Analizó todos y cada uno de sus defectos: fea, mal vestida, cuatro ojos, su peste a lavanda, y su cabello… Durante un instante tuvo la tentación de pasarle los dedos para peinarlo, porque estaba tan enmarañado que seguramente un cepillo se rompería ante ese nido de pájaros.
Ayame continuaba con la explicación, señaló una fórmula y se puso de perfil para completar el acto, siendo su blusa blanca presa del contraste de luces que dejaban ver el color coral de su brasier.
Fue solo un instante, pero sirvió para Inuyasha recordara la escena del video que le compartieron de ella teniendo sexo con un desconocido.
Y entonces, los ojos esmeraldas se pusieron sobre él.
Sintió como si se le hubiera ido la sangre del cuerpo, casi la misma sensación a como si lo descubrieran haciendo algo indebido. Por un segundo, que fue lo que duró el contacto, no supo dónde meter la cabeza ante la vergüenza.
Porque para él, era sumamente humillante haber tenido deseo por -la chica- antes de saber de quién se trataba. Cosa que nunca aceptaría en voz alta, ni aunque estuviese bajo tortura.
La exposición a cabo. Las luces del aula se prendieron dejando ver a Inuyasha completamente pálido.
Ayame tomó asiento a su lado. —Te ves raro, ¿estás bien?
No quiso responder. Durante años se habían sentado uno al lado del otro sin tener la necesidad de hablarse, ¿por qué ahora tenía que hacerlo?
— Ya están los resultados de su prueba del lunes.
La voz de su maestra hizo que dejase de mirar a Ayame.
Cuando le fue entregado, un enorme seis estaba plasmado en la esquina derecha de la hoja. Miró de reojo la prueba de la pelirroja: un distinguido diez.
— ¿Cómo te fue?—. Preguntó ella cuando la clase finalizó.
— Bien—. Mintió doblando la hoja y dejándola sobre el banco. Agarro sus cosas y salió del aula. Olvidando su examen.
No quiso almorzar con Kagome, se refugió con Miroku y Sango, siendo el mal tercio a lo que parecía un mar de besos entre ellos dos.
— Me cae mal, es tan odiosa. Si la vieran como se pavonea en clases.
Sango, quien apoyaba la mejilla sobre la mano, lo miró sin ánimo. —Lo sabemos, lo acabas de decir.
— Entonces entenderás por qué me cae tan mal.
— A mí me parece que es linda—. Dijo Miroku, siendo presa de los ojos castaños de Sango que se pusieron sobre él. —Habló de su personalidad.
— No lo empeores—. Dijo ella dándole un apretón en uno de sus cachetes.
— Hola, chicos.
La voz de Kagome lo sobresaltó, Ayame y ella se sentaron en la banca circular, justamente la pelirroja a su lado. Ese simple acto lo hizo sentir realmente nervioso.
— Inuyasha, te estuvimos esperando en la cafetería.
Él se cruzó de brazos. —No tengo apetito.
— Bueno, te trajimos un jugo—. Le dijo Ayame con una sonrisa, le puso la botella frente a él y sin querer le rozó el brazo.
La caricia le provocó escalofríos, así que se replegó hacia el lado contrario, casi sentándose arriba de Miroku.
— ¡Inuyasha! —. Lo llamo Kagome por segunda vez.
Su atención se volvió hacia ella.
— ¿Qué?
— Te pregunté si estabas enfermo.
— ¿Tendrás fiebre?—. Preguntó Ayame, poniendo la palma de la mano en su frente. —Pues no te sientes caliente.
La quitó con un manotazo. —¡No es necesario que me toques!
— ¡Oye! No tienes que ser grosero, solo quise…
— ¡No necesito nada de ti!
Ayame se puso de pie, tomó su café frío y lo miró —¡Eres un tonto!—. Dijo antes de irse.
Kagome, Sango y Miroku fueron espectadores, sin entender por qué la actitud de su amigo.
Entonces, el pelinegro habló. —Inuyasha, ¿no crees que fuiste muy brusco?
— Es cierto, la hablaste muy feo—. Dijo Sango.
— No me agrada, y ustedes saben que yo tampoco le caigo bien.
— ¿Ah, sí?, ella vio esto…—. Kagome le puso el examen justo frente a su cara. —Se preocupó por ti.
La vergüenza le puso las orejas rojas. Enseguida agarró la hoja, la hizo bolita y lo metió en el bolsillo de su pantalón.
— Ayame dice que reprobaras el curso de física.
— ¡Y a ella que le interesa!
Kagome lo miró molesta. —De nada sirve que Sesshomaru esté todo el día haciendo lo que te corresponde en la empresa si estás perdiendo el tiempo.
— Inuyasha—. Lo llamó Miroku con voz calmada. —Kagome tiene razón. Tus calificaciones son tan bajas, que terminarás sin graduación y repitiendo el año.
— Entendemos que ha sido difícil para ti adaptarte a una nueva rutina; pero somos tus amigos, si podemos ayudarte en algo, dilo—. Sango le dio una sonrisa sincera.
Se quedó un momento pensando.
— Tal vez un tiempo en la empresa te ayude a decidir. Tener actividades de medio tiempo—. Sugirió Kagome con una sonrisa. —¿Por qué no intentas hablarlo con Sesshomaru? Aprovecha que estará unos días en la ciudad.
— Lo haré—. Prometió.
— ¿Y qué harás con las clases?— Preguntó Miroku.
— Tú serás mi tutor.
El pelinegro se rio nerviosamente deseando haber guardado silencio. Miró a Sango, quien tenía cara de quererlo matar, porque no existía peor compañero de estudio que Inuyasha.
&. &. &. &.
Kagome caminaba por los pasillos de la compañía Taisho. Una gloriosa arquitectura decoraba los altos techos y los enormes ventanales dejaban el paso a la luz del sol de aquella primaveral tarde.
La cita con él era a las siete, pero ella ya no pudo soportarlo más. Le urgía estar a su lado.
La última vez que se vieron, habían discutido. Sesshomaru le habló sobre ya no continuar estudiando, y ella reaccionó negativamente. Tenía muchísimos planes cuando ellos fueran juntos a la universidad… y ahora, eso ya no pasaría. En esa ocasión, él se marchó dándole un beso en la cabeza, tan solo porque ella se negó a besarlo como se debía; y después, un mes de su ausencia.
Al subir el elevador, las puertas metálicas le regalaron su reflejo, un vestido blanco a medio muslo con un amplio escote en la espalda y zapatillas rojas fueron su elección ante la sofocante necesidad que sentía hacia Sesshomaru; así que, con la única intención de incitarlo, se recogió el cabello en un peinado alto.
La dopamina en su cerebro estaba al límite, haciéndola suspirar pesadamente. Ese efecto que le provocaba cosquillas en la cabeza, ¿se lo producía él a otras mujeres?
Ese pensamiento le dio un malestar en el estómago. La respuesta le llegó con la cara de Rin sonriéndole cuando le aventó la bebida en la cabeza. Eso la hizo exhalar molesta. Aunque la niña ya no volvió a utilizar sus juegos sucios, las demás chicas parecían deseosas de humillarla, pero no se dejaría amedrentar, si pudo sobrevivir a Kikyo podría hacerlo con sus clones baratos.
Las puertas se abrieron dejando entrar a un hombre atractivo, quien se quedó estático al verla. La piel bronceada y el cabello negro azulado le daban un plus a su aspecto.
Bankotsu con nada de disimulo la observó, cosa que a ella no le gustó.
— Te pareces mucho a alguien que conozco.
Ella ya lo había visto… en el funeral del señor Taisho, besándose con Kikyo.
"Pésimo gusto."
— Por un momento te confundí con mi novia.
Entorno la mirada. Quiso decirle que no se parecían en nada. Eran demasiado diferentes, como agua y aceite.
—Kagome Higurashi—. Dijo dándole la mano como saludo.
Bankotsu respondió con su presentación. Acompañada de su sonrisa seductora.
Vio el gesto, le dio curiosidad saber cómo le hacía Kikyo para lidiar con eso, sobre todo por lo territorial que era con los hombres.
— ¿Eres la novia de Sesshomaru?
— Si—. Respondió con una sonrisa.
Las puertas del elevador se abrieron.
— Buena suerte—. Dijo Bankotsu antes de bajar. Giró la cabeza para ver a esa chica, pensando que indudablemente Kikyo era mucho más hermosa.
A los pocos pisos después, ella descendió encontrando a Sesshomaru esperándola. Ver su sonrisa ladina le emocionó el corazón y se arrojó a sus brazos, llenándolo con una lluvia de besos, efusivamente apasionados al cerrarse la puerta de su oficina.
Porque sí, él seguía siendo muy reservado con sus muestras de afecto.
— Ya casi termino, solo dejo unos pendientes para que me los tenga listos el domingo.
Kagome lo soltó con desánimo. —¿Tan pronto te irás?
Él asintió y se dirigió a la computadora.
Aunque la noticia la hizo sentir triste, no permitiría que eso arruinara sus planes con él esa noche.
Caminó por el despacho, todo era de madera, tan a la personalidad del señor Taisho. En realidad, toda la oficina parecía haberse estancado a los gustos de su anterior dueño.
— ¿No has pensado en remodelar?—. Preguntó Kagome observando una estantería llena de libros de la época que el difunto Toga estuvo en la universidad.
Sesshomaru arqueo una ceja. —¿Te parece anticuado?
— Sí. Eres un nuevo rostro en la empresa, joven y visionario, deberías dejar ver tu propia personalidad—. De a poco se acercó hasta él y recargó su trasero levemente en el escritorio. —Yo podría ayudarte—. Por pura vanidad femenina se puso más derecha, para que, desde la perspectiva de Sesshomaru, pudiese ver su silueta marcada.
Y claro que él lo notó, sus ojos se distrajeron de lo que escribía en la computadora hacia Kagome y su sensual escote.
— ¿Me estás coqueteando?
Sus palabras le dieron risa. Dio un pequeño brinco y se sentó sobre la madera pulida. —¿Por qué?, yo únicamente estoy aquí viendo cómo terminas de trabajar—. Lo confirmó cruzando su pierna derecha sobre la izquierda, rozando con su zapatilla ligeramente la rodilla masculina.
Él se puso de pie y la rodeó con sus fuertes brazos. La camisa negra que llevaba se ajustó a la par de los movimientos de sus músculos, y gustosa por su reacción, Kagome separó las piernas para que él pudiese meterse ahí.
— Te ves muy bien—. Susurró, justo en el momento en que deslizó sus largos dedos por la columna.
La caricia le provocó un acelerado palpitar de su corazón, acercó su rostro al de Sesshomaru, aspirando su aliento.
— ¿Nos vamos?—. Dijo él mordiendo levemente su barbilla.
Kagome se sentía perdida entre una línea muy delgada que representaba la separación entre el placer y la decencia, porque tenía tantas ganas de él que casi le pide a gritos que la hiciera suya ahí, sobre el escritorio, pero verlo alejándose para ayudarla a bajar la hizo volver a poner literalmente los pies en el suelo.
Suspiro pesadamente tratando de controlarse. —Sí.
Y Sesshomaru, claro que supo leer su lenguaje corporal, pero quería compensar las semanas separados llevándola a cenar, pasar tiempo juntos fuera de la cama, donde ella pudiera disfrutar de otras cosas y no nada más del sexo.
Al ponerse ella de pie se trajo consigo un sobre que cayó a sus pies. Rápidamente, se agachó a recogerlo y vio que estaba firmado por Naraku Taisho.
— No te molestes en leerlo, es una invitación a una reunión—. Él sutilmente le quitó el sobre de la mano y lo tiró a la basura.
Kagome parpadeó ante su rápida acción.
Sesshomaru olvidó desecharla, pero justo cuando lo iba a hacer, le avisaron de la llegada de Kagome. Por nada del mundo permitiría que ella viese la foto desnuda que la muy zorra de su tía. Cómo tampoco una nota con un mensaje bastante insinuante.
— Parece que tu tío busca un acercamiento. Sería lindo que te unieras a tu familia de nuevo.
Ante sus palabras se puso tenso. —No estamos en buenos términos.
— ¿Por qué?
— Nunca nos hemos llevado bien.
A Sesshomaru no le gustaba ocultar esas cosas, pero era mejor que no supiera de ciertos detalles que deseaba olvidar. Su prioridad ahora era alejar a Inuyasha de Naraku. Solo pensar que su hermano podría ser manipulado le daba agruras. Al menos hasta ese momento su investigador privado no había encontrado indicios de que existiera un acercamiento entre ellos.
Al subirse a la limosina, Kagome lo abrazó y le tomó el rostro entre sus manos, besándolo para transmitirle su amor. Sin embargo, lo que inició con un roce de labios se transformó en una lucha de lenguas. Pronto ella comenzó a respirar pesadamente, haciendo que sus pechos subieran y bajarán.
— Kagome…
Y ella, que ya tenía casi todo el cuerpo sobre el suyo, abrió los ojos. —¿Mmm…?
— Tenemos compromisos, te lo compensaré más tarde—. Y le dio una nalgada tan fuerte seguida de un apretón a su glúteo.
— ¡Oye! Me…
Él la silenció con un beso, pero a veces ella era tan impredecible.
Se separó dejando sus labios casi pegados a los suyos. —Te perdono si en tu próxima visita, vamos al acuario, tengo tantas ganas de ir.
— Si te portas bien…
La vio poner cara de enfado. —¡Qué dijiste!
Una leve broma muy mal recibida, pues Kagome no captó eso.
— ¡Quién te crees que eres!
— Sesshomaru Taisho—. Dijo levantando los hombros, como si fuera lo más obvio del mundo.
Se bajó de él, y lo miró colérica. —Engreído, eso es lo que…
La silencio con otro sorpresivo beso.
Claro, no contó que Kagome le gritaría todo el camino hasta el restaurante, mientras él sonreía ante lo mucho que le gustaba que ella se enfadara.
Cuando el calor y la irritación se vieron expuestos en las mejillas rojas de Kagome, habló. —Te ves muy linda cuando te pones así.
Esas simples palabras sirvieron para aplacar a la fiera.
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Al abrir la puerta de su habitación, se encontró con Kagura completamente desnuda.
Ella le quitó el uniforme mientras él se debatía entre disfrutar una posible noche llena de pasión con Kikyo y la mujer que lo acariciaba. Simplemente, no se pudo resistir. Ella era demasiado sensual. Cualquier posición en la que estuviera, siempre se podían ver sus grandes, jugosos y apretables pechos.
— Me encanta tu cuerpo—. Descendió con su lengua el vientre femenino.
— Tú no estás nada mal—. Era cierto, a Kagura le gustaban los cuerpos marcados y delgados. Además, él era muy guapo. —¿Cómo me quieres?—. Preguntó mirándolo con mucha lujuria.
Y por supuesto que él no se resistió a pedírselo. El sexo con ella era increíble, todo lo que quisiera ella lo aceptaba, parecía dispuesta a complacer sus deseos.
Sin importar las veces, sin importar el cansancio, ella siempre accedía.
De vez en cuando se percataba de sus exclamaciones dolorosas, las mordidas sobre los labios hasta que quedaban hinchados o una lágrima resbalando en su cara, pero para ese punto, Inuyasha lo veía de lo más normal.
Si ella no le pedía que se detuviera, era porque también le gustaba.
Kagura mordió la almohada cuando la penetro por su pequeño orificio de forma violenta, gimoteo de dolor ante la intensidad de las embestidas y cuando Inuyasha eyaculó, un intenso orgasmo la golpeó una y otra vez haciéndola dudar si únicamente lo hacía por obligación.
Cayeron rendidos en la cama horas después.
Inuyasha la observó, notando su mirada perdida en el techo.
— ¿Te lastimé?
— No.
— ¿Te gustó?
Kagura lo miró con sus iris profundas y una sonrisa apareció. —Demasiado—. Se incorporó y le acarició la entrepierna.
Se dejó estimular. La sensación de los pechos, frotando su hombría, era indescriptible.
Si ella estaba casada era lo que menos le importaba. Solo eran familia de ley.
El celular de Inuyasha comenzó a sonar. Quiso ignorarlo, pero una nueva llamada y un mensaje lo hicieron dudar. No pudo evitar la curiosidad y vio la pantalla, era Kikyo.
— ¡Mierda!
— ¿Qué sucede? —. Preguntó Kagura al notar que él se incorporaba.
Ya eran las ocho y veinte.
Ella lo miró confundida, y más cuando él se levantó de la cama, apartándose. —¿Cariño?
— Lo siento, es que olvidé que tenía un compromiso.
Se metió corriendo a la ducha, dejando a Kagura con una evidente molestia enmarcada en su rostro.
Ningún hombre la había dejado en medio de un oral.
Escuchó el correr del agua apagarse, y rápidamente se puso su vestido.
— ¿Lista?—. De su cartera sacó un billete grande. —Toma para que puedas pagar un taxi.
Kagura lo miró ofendida, como si le estuvieran gratificando el servicio.
— No te creas la gran cosa, solo eres una puta elegante.
Las palabras que años atrás le dijo Sesshomaru resonaron en su cabeza, tanto que le volvieron a doler.
— Traje mi auto.
Bajaron al estacionamiento, en todo el camino Kagura no habló. Intentando ver qué estaba haciendo mal. Ese idiota no debería estar dejándola, él debería estar rogando pidiendo más y más. Una hora antes le permitió hacerlo por el ano, eyaculado sobre ella y dentro de ella, y ahora…
— ¿Sucede algo?
Hacerlo más de cuatro horas debería significar algo para él.
Kagura le mostró sus dientes, casi una sonrisa. —No, cariño. Nos vemos—. Dijo besándolo con tanta pasión, que cualquier otro hombre se habría arrepentido de dejarla ir.
Fue correspondida; sin embargo…
— Nos vemos.
Lo vió marcharse a toda velocidad, y ella lo siguió. Un restaurante era el destino. En sus manos llevaba un enorme ramo de rosas rojas.
— Maldito bastardo—. Dijo apretando los dientes antes de pisar el acelerador, su Mustang rugió.
En todo el trayecto a su hogar, imagino lo furioso que estaría Naraku cuando supiera que las semanas trabajadas no estaban teniendo resultado.
&. &. &. &.
Kikyo estaba sentada en la terraza del restaurante. Al intentar prender su cigarrillo, la mesera le solicitó que lo apagará.
— Estamos al aire libre, ¿cuál es el problema?
Sin embargo, la chica desvió el tema. —¿Gustas ordenar otra cerveza o prefieres seguir esperando?
La miró molesta. —Tráeme otra.
Aburrida observó su alrededor y todos parecían disfrutar, reír, comer, y ella… esperando.
En la mesa de al lado, una chica recibió un hermoso decorado de flores rosas. Ella odiaba las flores y las rosas.
Un vaso de whisky llegó a su mesa junto a su cerveza.
La mesera suspiró pesadamente antes de hablar. —El caballero bien parecido dice que pida lo que guste, corre a su cuenta.
Le señaló al otro lado de la terraza, los ojos dorados de Sesshomaru chocaron con los suyos.
Levantó la bebida en forma de saludo y él respondió con el mismo gesto.
Por un instante, sus ojos se centraron en los de Kagome, pero está desvío la mirada con total desagrado.
Kikyo la imitó, refunfuñando. —Qué odiosa es.
Se bebió deprisa ambas bebidas, de sabor tan diferente que hicieron contraste en sus papilas, era como si probará a Sesshomaru e Inuyasha vueltos licores. Uno, seco y embriagante en contraste con el exquisito de la malta y caramelo de la cerveza oscura.
Bankotsu… ¿Qué sabor tendría? Probablemente, él sería una pastilla de éxtasis, y ella una adicta perdida en su encanto.
Pidió uno tras otro trago, los cuales bebió rápido, aprovechando que su amigo de la infancia pagaría la cuenta.
A la hora de estar esperando, se marchó.
Llegó a su departamento algo tambaleante. Al intentar abrir, las llaves se le resbalaron de las manos y al recogerlas se cayó en cuatro. Gateó hasta ellas en un ataque de risa tan hermoso que nadie imaginaría todo lo que estaba pasando por su cabeza.
Se quedó sentada, sin importarle que su pantalón de vinipiel se estropeara, tratando de averiguar cuál era la llave que entraría por la cerradura. Hasta que simplemente se rindió, la risa se apagó, y simplemente dejó ir todas las lágrimas que tenía acumuladas.
Se cubrió el rostro con sus manos y siguió llorando.
— ¡Kikyo!
Sintió las anchas manos sujetar de su cintura y sin nada de esfuerzo levantarla.
— Mierda—. Susurró limpiándose las lágrimas, no quería que Inuyasha la viese así.
Unos meses atrás, ella habría dado su vida porque él la sostuviera como lo hacía y que la viera de esa manera.
Observarlo fijamente provocó que se diera cuenta de que llevaba manchas de labial rojo sobre los labios. Eso la enfureció, no por celos, ya no.
Se zafó de su agarre con brusquedad, dándole un fuerte empujón.
Inuyasha estaba confundido por su reacción. —¿Qué sucede?
— ¿Dejarme plantada no es suficiente para ti?—. Gritó limpiándose la cara.
Y él notó el llanto en los ojos avellana. —Lo siento, no me di cuenta de la hora. Pero ya estoy aquí—. Le entregó el ramo de rosas.
Era precioso. Ella lo agarró, pero su mirada se concentró en Inuyasha.
— Dime algo, ¿estabas con esa mujer?
Inuyasha arqueó la ceja derecha confundido. —No sé de qué…
— ¡Traes en tu cara el mismo color de labial de esa zorra que dijiste que era tu tía!
Él no supo qué decir, su boca se abrió y se cerró intentando inventar una excusa.
— Dijiste que tu tía te había besado la mejilla, en aquella ocasión del centro comercial. Y que te quedaste en el elevador junto con ella. ¿Mentiste o son amantes?
No podía creer que ella le reclamara eso. —¡Claro que no me acuesto con mi tía, Kikyo!
Ella vio el nerviosismo. —¿Por qué me mientes? Se supone que somos amigos, pero me ocultas cosas y no es la primera vez que lo haces.
— ¿Y eso que tiene que ver?—. Dijo él poniéndose a la defensiva. —Tú te acuestas con Bankotsu y yo ni siquiera te reclamo….
— ¿Y por qué se supone que me reclamarías?
— ¡Porque te comportas como si estuvieras celosa!
Eso la ofendió, tanto que hasta el alcohol se le bajó. —¿Tú piensas que es por eso?
— ¡Pues mira cómo te pones!
— ¡Me enojo porque no me das mi lugar!, yo siempre he estado contigo cuando me necesitas, soy la única que te ha apoyado en todo, y la única que cree en ti. Y aun así, me tratas como si fuera basura.
— ¡Jamás te he tratado así!—. Gritó. —Tú siempre has sabido como soy, y ahora, me juzgas como si hiciera algo malo.
— ¡Porque lo estás haciendo!, eres tan estúpido para no darte cuenta de que te estás metiendo en problemas—. Intentó ver dentro de sus dorados ojos al chico del que alguna vez se había enamorado. —Ya me harté, no te quiero cerca de mí.
Inuyasha la sujetó y la abrazó, apretándola con fuerza contra su pecho. Las rosas se aplastaron también. —Yo te amo Kikyo, no me dejes.
Ella lo empujó, pero los brazos la retuvieron con fuerza.
— ¡Ya no eres el chico que conocí!
— Lo soy. Te amo, te amo, te…
—Tú solo amas la idea de que yo no esté con nadie más—. No bajo la mirada, lo encaró, apretando su camisa entre sus manos. —Lo que me has dicho es una declaración vacía, como todo lo que dices.
Las palabras le provocaron tanto dolor a Inuyasha que involuntariamente aflojó su agarre. Cosa que aprovechó Kikyo para alejarse.
—Espero que seas muy feliz en esa asquerosa relación que tienes.
Lo último que él pudo ver, fueron las rosas rojas caer al suelo cuando ella se las aventó desde la puerta.
&. &. &. &.
Verla esa noche, con la tenue luz del restaurante, le hizo recordar a Sesshomaru el verano que conoció a Kagome.
Pensó que la novia de Inuyasha era una copia idéntica a Kikyo. Se burló tanto de su hermano por eso… Qué equivocado estaba. Solo bastó que Kagome le sonriera para que él pudiera darse cuenta de que no podría sacarla de su cabeza.
Algo en ella se adhirió a sus pensamientos, pero por años se negó a aceptarlo, por creer que no la merecía. Sus sentimientos fueron opacados por sus vicios y mujeres, pero siempre estuvo ahí; creciendo, alimentándose de él.
Ahora, siete años después, ahí estaba a su lado, con cara de pocos amigos, bebiendo como pez. Evidencia que algo la estaba molestando.
— ¿Qué sucede?
Veía con atención como los ojos azules trataban de evitarlo.
— Nada.
— Entonces, ¿por qué no has comido?
Frente a ella se veía una exquisita langosta que no había sido tocada.
Kagome bebió de nuevo de su copa de vino blanco. Al verla vacía, él le sirvió más de la botella.
— ¿Es por Kikyo?
Enseguida ella habló. — ¿Por qué sería por ella?
Sesshomaru arqueó una ceja.
— No, pero no entiendo por qué te agrada.
Él sonrió, viendo los celos en su rostro. —Es lista y no se mete en mis asuntos.
Esas palabras le provocaron a Kagome que la sangre le hirviera a punto de ebullición. Porque en su mente, Sesshomaru dijo: Es hermosa y magnífica.
Bebió. Apretó los puños bajo la mesa, porque Kikyo siempre era sinónimo de belleza y sofisticación. En cambio, ella solo era Kagome, dulce Kagome.
Un estúpido apodo que ella le había dado. ¿Por qué rayos la llamaba así?
Sintió los dedos masculinos entrelazarse con los suyos. Ella relajó el agarre que involuntariamente fue hecho contra su vestido.
— Ella jamás me ha gustado, ya te lo había dicho.
Los ojos azules se pusieron sobre él. —Y aun así le invitaste la cena.
Sesshomaru quiso reírse por la capacidad que ella tenía de poder ignorar sus palabras.
— Es que, bueno, yo… por un momento temí que también la tuvieras en un pedestal como Inuyasha.
— Dudo mucho que el idiota siga sintiendo algo por ella—. Le señaló hacia Kikyo y la vio ponerse de pie para irse.
Por un segundo, Kagome sintió empatía, por todas las veces que Inuyasha la dejó cuando más la necesitaba. La melancólica se hizo presente, pero fingió que nada pasaba.
— Pues tal vez él se dio cuenta de lo mala persona que es.
— No seas tan dura. Ella y tú tienen más en común de lo que te imaginas. No entiendo por qué no pueden ser amigas.
— Lo éramos, hasta que se volvió una maldita.
Él la miró fijamente, entrecerrado los ojos. —¿Te hizo algo?
— No, pero a Sango, la drogo. La hubieras visto, esa noche, Sesshomaru. Fue tan triste ver su rostro después de masturbarse en frente de todos—. Kagome frunció el ceño. —Nadie merece ser drogado y expuesto.
Claro, Sesshomaru podía intuir las motivaciones de Kikyo. La muy putilla de Sango no le importaba, probablemente se mereciera lo que le habían hecho.
— Kikyo me dijo que lo hizo porque la vio besando a Inuyasha, ya sabes cómo le gusta dar lecciones.
—Me suena a qué lo hizo por ti.
Kagome se sorprendió, inmediatamente negó con la cabeza. —Lo hizo porque no tolera la competencia, la conoces.
— Yo también amenacé a Sango.
Ante su confesión, Kagome no poder creer lo que le decía. —¿Por qué?
— Recién cuando volvió a la ciudad. Solo le dije que te contará la verdad.
Kagome sintió que bebió mucho. Si estómago se revolvió. —Ya no tiene caso hablar de eso.
Pero él quería hacerle ver la realidad de las cosas.
— ¿Le perdonas a Inuyasha y a Sango lo que hicieron, pero no a Kikyo?
— Lo que haya hecho Inuyasha, ya está en el pasado. Sango, es mi mejor amiga. La amo. Lo que menos quiero es que alguien la lastime.
Sesshomaru sujetó su mano con más firmeza. —Espero que sea mutuo—. Y si no lo era, él se encargaría de tomar cartas en el asunto.
Ella lo miró con todo su amor, le acarició el rostro y muy sutilmente beso sus labios. —Sé que lo dices porque no quieres que me lastimen, pero confío en ella.
— Y, si yo también hubiera dañado a alguien, ¿también me despreciarías?
Su misteriosa mirada la hizo tener dudas. Algo en su corazón la alertó. Tuvo miedo. —¿Cómo qué?
Sesshomaru le sonrió, siendo consciente de sus expresiones. —Hablo hipotéticamente.
Para desviar la conversación, él le dirigió un bocado de comida directo a la boca, cosa que a Kagome le levantó el ánimo.
Aunque para ese punto, el alcohol ya había hecho estragos en su sistema.
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Unos brazos fuertes le acariciaron la espalda y unos labios comenzaron a besar su nuca.
Era Bankotsu, olía a tabaco y a mucho whisky, tan delicioso.
Mientras se dejaba tocar, miro el reloj, eran la una de la mañana. Ella prefería que durmiera a su lado a qué manejara hasta su departamento en ese estado. Pero solo por eso, aunque tuvo que darle una copia de la llave y dejar que mucha de su ropa estuviera ahí. Que le encantará su compañía no tenía nada que ver con las decisiones apresuradas que estaba teniendo.
Se giró hacia él para que la besara como debía hacerse. Las lágrimas habían dejado su rostro hacía mucho tiempo.
— ¿Cómo te fue?
— Estoy muerto—. Dijo acomodándose a su lado.
Kikyo observó que seguía con su camisa y corbata puesta, comenzó a desenlazar el nudo del cuello, sintiendo las traviesas manos de él recorriendo sus muslos.
— ¿Hiciste algo divertido?
— Si, bebí mucho y tuve sexo con los nuevos clientes. Sesshomaru tendrá que darme un buen bono—. Dijo permitiendo que le quitase la camisa.
Kikyo sonrió. —Eso suena fascinante. Espero que los hayas hecho gritar como las perras que son.
Bankotsu soltó una carcajada. La abrazó por la cintura para jalarla hacia él. —No estoy tan ebrio, puedo hacerte gritar también.
La vio sonreír, pero algo en sus ojos avellana le hizo darse cuenta de que algo había pasado.
— ¿Sucedió algo?
Ella negó con la cabeza, pero enseguida asintió. Se acurrucó en su pecho. Y Bankotsu supo que era por ese hijo de puta. Odiaba a Inuyasha.
¿Por qué ella no se daba cuenta de que lo único que podía querer ese malnacido era retenerla?
— Kikyo, sé que Inuyasha es tu amigo, pero…
Ella le cubrió los labios con los dedos. —Ya no.
Y se abrazaron. Estuvieron así un buen rato, hasta que él habló, intentando desviar la tristeza.
— ¡Oye!. En la oficina vi a una chica tan parecida a ti… que pensé que eras tú.
Kikyo parpadeó. Sabía que se trataba de Kagome. —Soy mucho más bonita que ella—. Dijo susurrando contra su pecho.
— Aunque el vestido blanco que traía le quedaba… ¡Auch!
Ella le mordió el pezón con fuerza. Bankotsu vio los lindos ojos furiosos y las mejillas rojas. En verdad estaba celosa.
— No me dejas otra opción, tendré que enseñarte modales.
Y comenzó a hacerle cosquillas.
Kikyo odiaba eso, pero lo permitió.
Por supuesto, él le devolvió el mordisco en sus senos, como a ella le gustaba.
Después de que la risa acabó. Kikyo lo miró y lo besó. Acostándose arriba de él, de esa manera retenerlo entre sus piernas para que no se fuera nunca.
— ¿Te sigue pareciendo más bonita que yo?—. Dijo amenazando con volverlo a morder.
Bankotsu sonrió, enredando sus dedos entre el cabello negro ébano, el cual caía sedoso. —Nunca me lo pareció.
Ella le regaló una caricia en el rostro, juntó la punta de su nariz con la suya, y susurró algo tan inaudible que él no comprendió sus palabras
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Kagura vio el atractivo porte de su esposo mientras esté salía de la ducha. Desnudo, con el cabello largo y negro pegado al cuerpo.
Se veía como un ángel, hablaba como uno, pero ella sabía que era el mismo diablo disfrazado.
— Llegaste temprano—. Susurró él poniéndose su larga bata.
Kagura se acercó despacio y lo abrazó por la espalda. —Inuyasha tuvo un compromiso.
Él se volvió y le acarició el rostro, con sus dedos delineó los carnosos labios, los cuales ya no estaban pintados. —Estás perdiendo el encanto. Tal vez sea por esas líneas de expresión que cada vez se notan más.
Ella sintió su pecho, oprimirse por la ofensa, era joven, cómo podía decirle que estaba envejeciendo.
— Ve a bañarte, hueles a él.
Y ella lo obedeció, se duchó y se lavó hasta meter sus dedos para sacar cualquier residuo, siendo supervisada por su esposo.
¿Por qué tuvo que conocerlo? Ella se dejó seducir por sus promesas, qué tonta fue, pero estaba agradecida, él le regaló un apellido, un hogar y un montón de conflictos.
Cuando terminó, Naraku la recibió en sus brazos. La besó con tanta pasión que ella se sintió derretirse. Era su placer culposo, lo odiaba, pero…
— Te amo—. Susurró contra sus labios.
— Demuéstralo.
Ella lo miró con cuestionamiento. ¿Qué más podía hacer por él? Si Naraku ordenaba, Kagura saltaba.
— ¿Cómo?
Los ojos rubíes de su esposo estaban fijos en ella. Frías piedras preciosas. —No me hagas perder mi tiempo con tus preguntas. Tienes un trabajo muy sencillo, y ya te estás tardando.
— Es que… él es un salvaje. Es ofensiva la forma en que me toma, en cómo me toca—. Dijo lamiendo la barbilla masculina. Mentir era su forma de alargarlo. —Me trata peor que el mayor.
Naraku se rio. —¿Y desde cuándo eso te molesta?—. Le tomó la cara entre sus manos. —Debes hacer tu parte.
— Soy como un juguete para él.
— No, eres una puta, siempre lo has sido y se te nota, por eso te tratan así.
Ella se enfadó, le quitó las manos que la tocaban. —¡Te recuerdo que era modelo antes de conocerte!
Su risa burlona resonó. —¿Qué te ofende?, si es la verdad.
— ¡Cállate!
— Además, ya lo eras antes de conocerme. Y, si no quieres regresar de dónde saliste, harás lo que tenemos planeado.
Ella lo miró con rencor. —Púdrete, puedes hacer todo tú.
Y cuando estaba por salir de la habitación, Naraku la apresó entre sus brazos.
Se miraron. La sonrisa masculina se formó de la manera más encantadora que existía. Y eso bastó para que Kagura lo perdonara. El gusto le duró poco, pues una serie de mensajes por parte de Inuyasha interrumpieron lo que sería una candente reconciliación.
— No te me quedes viendo, ya sabes qué hacer.
Ella arqueó las cejas y asintió.
Cuando fue a su encuentro, lo vio, completamente perdido en alcohol, casi arrastrándose patéticamente hasta ella. Lloraba como un niño pequeño. Como sí la necesitará.
Nadie la había necesitado nunca.
Ella lo acostó en la cama de ese hotel de paso, y se dedicó a verlo. Guapo y fuerte, una pequeña bestia casi indomable.
Casi…
Se acurrucó a su lado y marco su pecho con sus labios, el símbolo de que ese muchacho que la llevó a un éxtasis extraño era suyo.
Si Toga le había arrebatado a Sesshomaru, nadie podría quitarle a esta nueva diversión. Tenía que sacar algún provecho aparte de dinero.
Sonrió feliz, recordando que el padre estaba muerto, arrollado como un perro.
Lo único que necesitaba Inuyasha era ser domado. Y a ella le encantaban los retos.
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Se fueron del restaurante, Kagome tambaleándose un poco. La ayudo a subir a la limosina y ella enseguida lo besó.
— Tu boca sabe mucho a vino—. Le susurró al mismo tiempo que metía la mano bajo su vestido. Tocarle el trasero era casi como si tocará el paraíso.
Si estaba pasada de copas, pero bastante consciente como para permitirle todo lo que quisiera hacerle. —No… tanto—. Dijo riéndose de algo.
— Pídeme lo que quieres que te haga.
Kagome le sonrió, levantando su vestido y dejando al descubierto su intimidad.
Él no perdió el tiempo. Lamió y probó lo deliciosa que ella es.
También, descubrió que las inhibiciones se perdían en ella gracias al alcohol. La colocó en tantas posiciones y la mordió todo lo que quiso.
Y ella solo se dejó llevar. Descubriendo que poco a poco se dejaba guiar por las expertas manos que la sujetaban, exploraban y pellizcaban, perdiendo la noción de quién era cuando el placer se volvió mayor que su conciencia, la cual le gritaba que había zonas en su cuerpo que no debían ser profanados, pero ya no pudo negarse cuando Sesshomaru le ofreció tocar el cielo, momento justo en que Kagome supo que se rindió para siempre.
A la mañana siguiente, despertó con resaca y dolor de cadera. Miró su celular y se dio cuenta de que ya pasaba del medio día. Se incorporó lentamente para ir al baño, percatandose que en su tobillo la corbata de Sesshomaru estaba anudada.
Los recuerdos llegaron uno a uno como pequeñas imágenes de una película.
¿Por qué se había sentado en la cara de Sesshomaru?
El cosquilleo de su intimidad le provocó un enorme sonrojo que se apoderó de sus mejillas.
Mientras ella se avergonzaba por la noche anterior, Sesshomaru dormía muy tranquilo.
Continuará…
¡Lamentamos la tardanza!
Este capítulo podría ser considerado relleno, pero deja bastantes pistas para que comience la etapa de cierre de esta historia.
Besos, no olviden dejar sus comentarios. Nos animan un montón.
