Capítulo 37: Un lugar sin miedo
I came across a fallen tree
I felt the branches of it looking at me
Is this the place we used to love?
Is this the place that I've been dreaming of?
Oh, simple thing, where have you gone?
I'm getting old, and I need something to rely on
So, tell me when you're gonna let me in
I'm getting tired, and I need somewhere to begin.
And if you have a minute, why don't we go
Talk about it somewhere only we know?
This could be the end of everything
So, why don't we go somewhere only we know?
Somewhere only we know.
(Me encontré con un árbol caído
Sentí sus ramas mirándome.
¿Es este el lugar que solíamos amar?
¿Es este el lugar con el que he estado soñando?
¿Oh, cosa simple, a dónde fuiste?
Me estoy haciendo viejo y necesito algo en lo que confiar.
Entonces, dime cuándo me dejarás entrar
Me estoy cansando y necesito un lugar para empezar.
Y si tienes un minuto, ¿por qué no nos vamos?
¿Hablar de eso en algún lugar que solo nosotros conozcamos?
Esto podría ser el final de todo.
Entonces, ¿por qué no vamos a algún lugar que solo nosotros conozcamos?
Algún lugar que sólo nosotros conozcamos.)
Somewhere only we know – version de Lily Allen.
Rose golpeó a la puerta de la habitación de Albus con insistencia. Era la segunda vez que lo hacía. Este golpe se vio acompañado también del susurro de su nombre, pronunciado con cautelosa suavidad.
—No estoy de humor hoy, Rose —gruñó Potter desde el interior de la habitación, sin dignarse a abrir.
—¡Es tu cumpleaños, Albus Potter! ¡Abre esa puerta! —le gritó nuevamente su prima, esta vez con mayor autoridad. Aún así, no se atrevió a forzar el picaporte.
No necesitaba que le recordaran que era su cumpleaños. Desde que tenía recuerdos llevaba esperando es día: el momento en que por fin podría hacer magia a su gusto y placer, sin normativas absurdas. Era un adulto, y el mundo lo consideraría como tal a partir de ahora.
Y sin embargo, Albus sentía un sabor amargo en el fondo de su garganta que le agriaba el momento y le impedía festejar como siempre acostumbraba. La idea de una reunión familiar le resultaba agobiante y un tanto incómoda. La fuga de Harry y Hermione había dejado a las familias fragmentadas, y las conversaciones entre ellos giraban ahora entorno a cuestiones prácticas, cotidianas y sencillas, temerosos de que alguien pudiese estar oyéndolos. Se comunicaban en código, con mensajes de tinta invisible que solo ellos podías descifrar y evitaban las reuniones multitudinarias que alguna vez habían sido moneda corriente en su familia. Solo la casa de la Madriguera era considerado lo suficientemente segura como para poder conversar sobre temas relacionados con la guerra, e incluso allí lo hacían con cuidado.
La perspectiva de su cumpleaños se veía un tanto lúgubre frente a este escenario. Su padre seguía prófugo, su madre continuaba enferma (aunque guardaban la esperanza de que pudiese salir al menos unas horas en la noche para cenar con sus hijos), su tía Hermione no estaba allí para sostener a las familias, y Ron era el adulto más cercano a quien podían acudir, pero que también estaba sobrecargado de presiones, responsabilidades y persecuciones políticas. Teddy había enviado un paquete con una nota advirtiéndole que llegaría tarde a la cena familiar. Los abuelos Weasley eran los únicos que habían confirmado su llegada puntual a las 20hs, con la promesa de traer suficiente comida como para alimentar a todo el Valle de Godric. El resto de la familia Weasley se acercaría en tandas, para evitar llamar demasiado la atención. La madre de Nina Raven, Scarlet, había sugerido que era mejor no juntar a toda la familia en un solo lugar. Los convertía en un objetivo muy simple de eliminar. "Yo lanzaría un ataque brutal y barrería así a toda la competencia" había explicado con crudeza Raven, encogiéndose de hombros con despreocupación mientras lo decía.
Eso dejaba a sus hermanos. James había prometido que saldría temprano de entrenar, lo que significaba que con mucho viento a favor llegaría para la cena. Lily no había vuelto a dirigirle la palabra. Seguía encerrada en su habitación y Albus lo prefería así.
No estaba listo para un nuevo enfrentamiento con su hermana. Albus era un mago astuto y se reconocía hábil por sobre la mayoría de sus compañeros. Pero su hermana lo había llevado por un terreno desconocido, y había logrado atravesar sus barreras con terrorífica facilidad, adentrándose en esos recovecos de su mente que él mantenía íntimamente ocultos. Y ahora sabía la verdad de Albus. Y eso le daba una ventaja contra la que él no tenía como defenderse aún.
No, no quería volver a cruzar caminos con Lily, al menos hasta que tuviese un plan de control por si a su hermanita se le daba por leerle la mente de nuevo.
—No estoy de humor, Rosie —se disculpó Albus, girándose en su cama para darle la espalda a la puerta. Era un cumpleaños de lo más deprimente.
—Vamos, colega. Créeme que quieres ver la sorpresa que tenemos para ti esperándote en la entrada de la casa —esta vez fue la vos alegre de Lysander la que captó su atención, con un mensaje que estaba claramente armando para intrigarlo y convencerlo de abandonar su encierro auto-impuesto.
Fue suficiente para seducir a un descreído Albus, quien hizo a un lado la manta con la que se había estado cubriendo y se colocó las primeras prendas que encontró a mano: un pantalón vaquero que le había regalado su tío Charlie y que había sufrido varias rupturas pero que Albus se negaba a reciclar, combinado con la misma camiseta negra que había utilizado el día anterior.
Sintió inmediatamente la mirada de reproche de Rose de verlo salir vestido de esa forma, pero Lysander no pareció notarlo, lanzándose contra él para envolverlo en un abrazo fraternal cargado de buenos deseo para su cumpleaños.
Lo escoltaron escaleras abajo, Lysander prácticamente empujándolo por la espalda mientras pronunciaba frases cargadas de excitación como "en cuanto lo veas entenderás a lo que nos referimos" y "este es el mejor regalo de cumpleaños, colega".
Apenas cruzó el umbral de la casa de los Potter, saliendo hasta el jardín exterior que decoraba el frente de la vivienda, Albus comprendió por qué tanto alboroto.
Había un automóvil estacionado frente a la puerta. Un Volkswagen Polo plateado, con todas sus ventanas bajas y la música brotando de los parlantes con sonidos demasiado alegres para el lúgubre humor que manejaba Potter.
La conductora tocó la bocina un par de veces, el sonido reverberando en la quietud de la calle y arrancando una risa franca de Lysander, y luego se bajó del asiento de conductor para saludar a Albus.
El cabello rubio y ensortijado de Elektra Cameron se desparramó por su espalda como una cascada de oro, enmarcando su rostro de bronce y su sonrisa sincera mientras contemplaba a Albus apoyada contra la puerta de su coche.
Volver a verla, después de todo lo que había sucedido en las últimas semanas, fue como un bálsamo para el mal ánimo de Potter. Por un instante, se olvidó de todo, y se encontró sonriendo como un tonto por tenerla allí, junto a él. Había manejado todo el camino desde su casa hasta el Valle por su cumpleaños.
—¿Qué… qué haces aquí? —tartamudeó Albus, sin poder disimular la sonrisa complacida que partía su rostro. Ely se sonrojó, pero aún así le sostuvo la mirada.
—Me dijeron que necesitabas salir urgentemente de tu casa y distraerte con tus amigos —fue su franca respuesta, mientras palmeaba con una mano el techo de su coche.
—Hemos pensado que podíamos irnos a pasar el día a alguna playa por aquí cerca —aclaró Rose, mordiéndose el labio nerviosa, como si temiera que Albus fuese a rechazar el plan sin siquiera escucharlo. —Seremos solo nosotros…
—Y Hugo —agregó Lysander. Rose puso los ojos en blanco.
—Y mi hermano también —accedió.
—¿Qué hay de mi hermana? —preguntó Albus, lanzándole una mirada seria a Rose. Su prima tragó saliva, incómoda.
—No ha querido venir —le reveló.
—Bien. Mejor así. Podremos hablar más cómodos sin ella presente —aceptó Albus, aunque una parte de él se sentía herida de que su Lily hubiese rechazado pasar con él su cumpleaños.
—No —intervino Lysander, interponiéndose en el camino antes de que Albus pudiese montarse al vehículo—. Esto no será un viaje táctico, donde trazaremos las mil y un estrategias a seguir durante el próximo año en Hogwarts, ni donde planearemos cómo patearle el trasero a los Hijos —se le adelantó, mostrándose sorprendentemente serio al decirlo—. Esto es un viaje de placer, Albus. Es un festejo. Así que deja todo ese mal humor y esa mentalidad de serpiente tuya fuera del coche de Ely, y danos tu palabra de que intentarás divertirte.
Albus resopló, creyendo que Lysander se estaba comportando de forma infantil. Pero cuando pasaron varios segundos y Lysander permanecía estático en su camino esperando su respuesta, Potter no tuvo más alternativa que aceptar las reglas de juego.
—De acuerdo. Vamos a divertirnos un rato —aceptó en tono monocorde.
—Espléndido —aplaudió Elektra, extasiada ante la idea de un viaje en carretera con amigos. Volvió a saltar en el asiento de conductor e hizo un gesto con la mano para apresurarlos.
Lysander llegó primero al asiento del acompañante que Rose, y la pelirroja tuvo que conformarse con ocupar uno de los asientos traseros, refunfuñando. Hugo se subió detrás de ella, obligándola a colocarse en el centro.
Solo faltaba él…
Con un suspiro resignado, Albus se subió al automóvil, cerrando la puerta detrás de él.
—¿A dónde vamos? —preguntó sin mucho convencimiento.
—Es una sorpresa —le respondió Elektra desde el asiento de conductor, guiñándole un ojo cómplice que lo obligó a desviar la mirada para que ella no notara que sus mejillas se coloreaban.
Condujeron durante una hora por campo abierto, solo cultivos de trigo y tierras rurales abriéndose a ambos lados del camino. Albus bajó la ventana, dejando que el aire se filtrara al interior del coche y le peinara los cabellos negros. Podía sentir el aroma de la hierba húmeda a causa de la última lluvia que había caído tan solo unos días atrás. Podía oír los grillos que repiquetean en la distancia, una orquesta de sonidos naturales, desorganizados y caóticos, y sin embargo, maravillosos. Entrecerró los ojos y tiró la cabeza hacia atrás en la butaca, disfrutando del movimiento acompasado del auto y del aire de verano sobre su piel.
—Oh, me encanta esta canción —comentó Lysander en el asiento de copiloto, mientras giraba la rueda del volumen para que todos pudiéramos oírla. Elektra lanzó un gritito de emoción al reconocer la canción.
Albus entreabrió los ojos, lo suficiente como para poder espiar el perfil de la muchacha mientras conducía, sus ojos negros reflejados en el espejo retrovisor. Se veía a gusto consigo misma con las manos sobre el volante de aquel coche muggle. El padre de Albus también tenía un coche, pero él nunca se había interesado en aprender a manejar. No veía la necesidad, cuando podía simplemente Aparecerse o usar la Red Flú. Pero había que reconocer que tenía su encanto: la ruta abriéndose como un infinito de posibilidades frente a ellos, el movimiento acompasado de las ruedas en movimiento, el control sobre el camino que uno quiere tomar.
—I stay out too late
Got nothing in my brain,
That's what people say…
That's what people say —comenzó a cantar Lysander a todo pulmón, utilizando la botella de agua que llevaba con él como si fuese un micrófono, y luego tendiéndola en dirección a Elektra para que continuara.
—I go on too many dates…—se atrevió a continuar Cameron, entre carcajadas.
—¡SII! —le festejó Lysan.
—But I can't make them stay —agregó Ely, encogiéndose de hombros.
—BUUU —chilló Lorcan, con un pulgar hacia abajo, desaprobando la frase.
—At least that's what people say…
That's what people say —siguió Ely fingiendo completa inocencia mientras cantaba a la par de Lysan. Albus no podía despegar la mirada de ella.
—But I keep cruising
Can't stop, won't stop moving
It's like I got this music in my mind
Saying it's gonna be alright —Elektra y Lysander cantaron a coro la siguiente estrofa, sus voces elevándose innecesariamente altas dentro del vehículo, mientras la canción muggle sonaba de fondo en la radio.
—¡Vamos, Rosie! Tú la conoces —la incentivó a sumarse Elektra, su risa vibrando en el aire.
—I never miss a… ¿beat? —vaciló Rose la primera frase, tímida y con las mejillas ardiendo de vergüenza. Pero Lysander la aplaudió y alentó a que continuara. —I'm lighting on my feet
And that's what they don't see…
—¡THAT'S WHAT THEY DON'T SEE! —gritaron al unísono Ely y Lysander, acoplándose a su prima, con anchas sonrisas cubriéndoles los rostros jóvenes y alegres.
—Vamos, Hugo, no me digas que nunca escuchaste esta canción —lo provocó Lysander, guiñándole un ojo desde el asiento delantero. Hugo tragó saliva, riendo nerviosamente.
—Players gonna play, play, play, play… And the haters gonna hate, hate, hate, hate, hate —comenzó el estribillo Lysander, dándole el pie.
—Baby, I'm just gonna shake, shake, shake, shake, shake, I shake it off, I shake it off —se animó por fin a cantar Hugo, primero muy bajito, casi inaudible, pero gradualmente ganando más confianza mientras veía cómo la sonrisa de Lysander se ensanchaba más y más con cada estrofa.
A partir de allí, el auto fue un absoluto descontrol, mientras todos cantaban superponiéndose en las distintas estrofas de aquella canción de Taylor Swift, de quien Albus apenas si había escuchado hablar gracias a su hermana Lily.
Cantaban con alegría, con una fuerza huracanada que era difícil regular, como si esa canción fuese verdaderamente capaz de sacudir todas sus preocupaciones. Y era contagioso. Incluso sin conocer la letra, Albus se encontró sonriendo como un desquiciado, repitiendo la única parte del estribillo que había logrado aprender, y sintiéndose, por alguna razón inexplicable, repentinamente más liviano.
Llegaron a la playa cerca del mediodía. Habían elegido como destino una zona aislada, un lugar escondido entre los acantilados que recortaban el fin de la tierra. Un pequeño trozo de arena suave, escondida entre las toscas y sobresalientes piedras se extendía entre dos espigones de roca maciza.
Bajaron con cuidado entre las rocas y montaron un pequeño picnic a orillas del mar. Sus amigos se habían ocupado de todos los detalles: habían llevado comida de sobra, cerveza de mantequilla y hasta un whisky de fuego que Hugo había robado de la despensa de su padre. Comieron y bebieron durante largas horas, riéndose de tonterías, y observando mientras que Lysander desafiaba a Hugo a meterse en el mar helado que los rodeaba y aguantar la respiración debajo del agua.
Entraron corriendo al mar, gritando cuando el agua fría golpeó contra sus pieles descubiertas como dardos de hielo. Hugo amenazó con volver para atrás y darse por vencido, pero Lysander lo tomó con fuerza por la espalda, prácticamente colgándosele como un canguro, y lo hizo caer hacia atrás, hundiéndolo por completo bajo las olas espumosas y heladas, para salir segundos más tarde boqueando por aire y calor, tiritando y riendo al mismo tiempo.
—Son dos tontos. Van a congelarse —exclamó Rose, meneando la cabeza con preocupación, mientras se ponía de pie y tomaba dos toallas.
Albus la observó alejarse hasta la orilla e intentar gritar órdenes para que su hermano y su amigo se aproximaran y se secaran antes de morir de hipotermia. La respuesta que obtuvo fue una emboscada por parte de ambos, quienes tomándola por las piernas, la arrastraron con ellos hacia el interior del mar, empapándola de pies a cabeza.
—¿Tu no vas a meterte? —le preguntó Albus a Elektra, sin animarse a mirarla directamente. Todavía flotaba en su memoria la imagen de una Elektra radiante, con el cabello revuelto a causa del viento que se filtraba por la ventana de su coche en movimiento, cantando una canción sin sentido a todo pulmón, riéndose de sí misma, sus ojos negros brillando con vivacidad.
—Prefiero quedarme aquí con el cumpleañero… Saber cómo estás —confesó ella. Albus sintió que se le daba vuelta el estómago.
—Rose te ha contado lo que pasó con Lily, ¿verdad? —comprendió de inmediato. Ely simplemente asintió.
—Está preocupada por ti —justificó Elektra.
—Aún así, no le correspondía contártelo —se quejó.
—No —reconoció ella, y giró a mirarlo fijamente con sus profundos ojos oscuros—. Habría preferido que fueses tú quien me lo dijera.
—Iba a hacerlo… —no era una mentira, pero tampoco una verdad completa.
—¿Cuándo? ¿Una vez que lo tuvieras todo resuelto, como haces siempre? —le espetó ella con dureza. Albus se quedó de piedra, sin saber qué responder a eso. Tenía razón. Ese era su modus operandi.
Albus suspiró y se llevó una mano al cabello, peinándolo hacia atrás en un gesto nervioso.
—Sabes que puedes contar con nosotros también. No solo Hedda y Scor pueden ayudarte… Yo también estoy aquí para ti —había cierto reproche en su voz. No como el de una persona celosa, sino más bien de una amiga herida.
—Se metió en mi cabeza como si nada —soltó de repente Albus. Elektra quedó en silencio, sus ojos abiertos enormes y expectantes, como si no se hubiese imaginado que su estrategia iba a funcionar verdaderamente. Pero Albus necesitaba hablar con alguien, descargar aquello que lo venía agobiando. Era la primera vez en mucho tiempo que no sabía que se suponía que debía de hacer.
No se había atrevido a contarle a Rose todo lo que había sucedido durante su encuentro con Lily. Su prima lo había interceptado en la galería de la casa del Valle, todavía un poco estuporoso por el enfrentamiento con su hermana. La sensación de tener a otra persona dentro de tu cabeza aún persistía en él en ese momento. Una violenta intromisión a su privacidad. Más importante aún: una muestra de poder contra él. Lily lo había desafiado y había ganado. Había obtenido información valiosa con la que sobornarlo. Lo había dejado en ridículo. Y ahora Albus no sabía qué hacer.
Así que le había contado solo una parte de la historia a Rose. Le había dicho que había tenido una discusión desagradable con su hermana, y que ésta lo había amenazado con revelar información sobre él y sobre la Hermandad si no se mantenía al margen y la dejaba tranquila. Había evitado nombrar la sesión privada de legeremencia que Lily había practicado sobre él sin su permiso, así como los crímenes que había visto durante la misma.
No era como si Rose no conociera algunas de las cosas cuestionables que Albus había hecho durante su tiempo en Hogwarts. Sabía que Icarus Primus había muerto en el Templo mientras que él había sobrevivido. Y estaba muy al tanto de la sesión de tortura que habían llevado adelante junto a Scorpius contra Portus Cardigan y Taurus Zabini, pues fue ella misma quien los detuvo. Pero había otras cosas… Albus no estaba seguro de que Rose fuese a entender algunas cosas. No si lo veía de la forma que lo había visto Lily al meterse en su mente.
—¿Qué fue lo que vio? —le preguntó Elektra, trayéndolo de regreso a la realidad. No le contestó de inmediato.
Quería contarle. Quería decirle todo. Escupir toda la historia. Elektra lo miraba con ojos implorantes, a la espera de que Albus se abriera finalmente a ella. Y habría sido verdaderamente liberador para él, finalmente poder hablar con franqueza, mostrarse enteramente frente a ella, sin secretos.
Sus ojos se desviaron hacia la delgada cadena de oro que sostenía una de las piezas del Amuleto en torno al cuello de Elektra, uniéndolos de una forma que ni Albus terminaba de comprender. Se lo había dejado puesto. Se había mantenido unida a él durante todo el verano.
No podía arriesgarse a perderla. No tenía el coraje para eso. No en este momento. Si le decía la verdad, si respondía a su pregunta con honestidad… Alguien como Elektra nunca lo entendería. No del todo. No como Hedda era capaz de entender. Había demasiada pureza en ella como para contemplar esa verdad y no horrorizarse. Ya se había distanciado de él por cosas de mucha menor gravedad que torturar a alguien. No se trataba simplemente de lo que Albus había hecho… Sino de lo que había estado dispuesto de hacer. Había estado tan cerca de matar a Blaise Zabini… Había sentido esa locura embriagadora de poder correr por su cuerpo mientras sostenía el destino de otro hombre entre sus manos.
Elektra nunca se quedaría junto a alguien así.
—¿Crees que soy una mala persona, Ely? —le preguntó repentinamente.
—No, claro que no —le aseguró ella con una sonrisa suave, y estiró una de sus manos hasta dar con la de Albus. La calidez de su piel era reconfortante en medio de tanta incertidumbre.
—Pero si vieras lo que ella vio dentro de mi… Me temo que ya no pensarías igual —tanteó el terreno con cautela. Necesitaba saber que seguía teniéndola con él.
—Te está manipulando, Albus —fue la cruda respuesta de Cameron—. Esta manipulando tus recuerdos y tu mente, y te está convenciendo de que eres algo que no es real.
La inocencia de Elektra era dolorosamente encantadora. Albus cerró los ojos, tomando una bocanada lenta de aire. Talvez ella tenía razón… Talvez Lily había jugueteando con su mente y había encontrado finalmente una debilidad sobre la cual presionar. Solo talvez…
—A eso me refiero —reconoció Potter, volviendo a abrir los ojos y posándolos en ella, sin pestañar—. Lily es mucho más peligrosa de lo que imaginé. Ha aprendido a usar la Legeremancia de una forma extraordinaria y… no puedo controlarla. Creo que nadie puede.
—Debes hablar con tu hermano —fue su sugerencia. Albus se mordió el labios inferior. Se había imaginado que esa sería la solución que obtendría.
—Me temo que Lily encontrará una forma para volver a James en mi contra —reveló su otro temor. Elektra lo contempló pensativa.
—¿Qué otra opción tienes?
—Creo que todavía estoy a tiempo de controlarla.
—¿Cómo? —se sorprendió Ely, frunciendo levemente el entrecejo.
—Lily depende de… cierta medicación para funcionar… para poder usar sus poderes. Una vez en Hogwarts, puedo asegurarme de que no la consiga —reveló su plan. Pero Elektra le devolvía la mirada con una extraña expresión en su rostro, difícil de descifrar.
—Si Lily tiene un problema de drogas, necesita más ayuda de la que tú puedes darle —dijo Cameron con delicadeza, pero firme. Albus chasqueó la lengua, impaciente.
—¿Crees que no lo intenté? —se desesperó Potter, sus dedos cerrándose como pinzas sobre su cabello negro, amenazando con arrancarlo—. ¡Me estoy quedando sin opciones aquí, Elektra! —gimió, quebrándose frente a ella.
Los brazos de Elektra lo envolvieron de forma inesperada, una de sus manos descansando sobre su espalda mientras que la otra se entrelazaba con sus dedos, obligándolos a soltar el cabello que tenían enroscado. Se quedaron así hasta que Albus finalmente logró calmarse, sus hombros relajándose y sus manos rindiéndose bajo la piel cálida de Elektra.
No se alejaron tras romper el abrazo, sino que permanecieron cerca, demasiado cerca. Lo suficiente como para la mano de Elektra se escurriera desde los cabellos de Potter lentamente hasta su nuca, provocándole escalofríos. Las manos de Albus también se movieron de forma autómata, como reaccionando a la cercanía sin que su parte más lógica pudiese intervenir. Acercó con frágil lentitud la mano hacia el rostro de ella y permitió que su pulgar le acariciara la mejilla dorada para luego descender marcando el borde de su mandíbula y acercándose a sus carnosos labios. Apenas sus dedos rozaron el labio inferior, la boca de Ely se entreabrió, dejando escapar un suave y casi inaudible suspiro.
Sus ojos se encontraron, el negro profundo con el verde brillante. Y durante ese breve instante en que ninguno de los desvió la mirada, Albus sintió un irrefrenable deseo de besarla. De probar el sabor de su boca. De sentir la textura de su pelo rizado entre sus dedos. De incendiarse sobre la piel siempre tibia de Elektra.
—Habla con James… Estoy segura que él lo entenderá, sea lo que sea que esté sucediendo entre ustedes tres. Son hermanos. No hay nada que no puedan resolver —rompió el contacto visual Elektra, retrocediendo tan solo unos centímetros, pero suficiente como para enfriar cualquier chispa que pudiese existir entre ellos.
"No, no lo entenderá. James no lo entenderá, y nunca me perdonará. Perderé a mis dos hermanos si confieso la verdad" razonó Albus para sí mismo, sintiéndose miserable nuevamente.
Al final, la decisión volvía a recaer sobre él, y solo sobre él.
Kevin Smith contemplaba el agua pasar por debajo del Puente de Londres con hipnótica atención mientras aguardaba. Se encontraba reclinado contra el borde del río Támesis, su enorme cuerpo proyectando sombra sobre el agua turbia que fluía como una enorme artería a través de la ajetreada ciudad. Era un día inusualmente claro para una ciudad que cada vez le resultaba más sombría.
Por el rabillo del ojo pudo ver a una hermosa mujer que se colocaba a escasos centímetros de él, también apoyándose contra la baranda de la ría, un teléfono móvil muggle entre sus delicadas manos con el que aprovechaba la privilegiada ubicación para fotografiar el puente.
Kevin apenas hizo una mueca, un gesto de reconocimiento.
—Te has tomado tu tiempo en contactarme —le recriminó, aún sin mirarla.
—Necesitaba estar segura de que era cierto —fue la respuesta de Gabrielle Delacour, mientras continuaba sacando fotos al puente.
—¿Entonces está muerta? —disparó Kevin sin rodeos. Notó la tensión en los hombros de la diplomática, mientras sus dedos se quedaban momentáneamente frizados sobre la pantalla de su teléfono móvil.
—Encontramos su cuerpo —confirmó tras unos segundos de vacío silencio.
Kevin no se había esperado otro final. Y sin embargo, sintió un dolor crudo y existencial atravesarle el pecho al escuchar esas palabras.
—Guardaba esperanzas de que hubiese logrado escapar con vida, junto al resto de la Resistencia pero… —intentó de alguna forma justificar Delacour. No encontró las palabras adecuadas para completar la frase. Kevin notó cómo tragaba saliva, intentando recomponerse—. Lo siento —fue todo lo que dijo.
Una risa extraña, fría y burlona, escapó de la boca Smith antes de que éste pudiera contenerla. Gabrielle rompió por un momento con su personaje, girando a mirarlo con confusión.
—Lo dices como si realmente te importara —exhaló entre dientes apretados Kevin. La francesa frunció el ceño, ofendida.
—Claro que me importa —rectificó Gabrielle. Kevin levantó la mirada del agua, sus ojos vidriosos encontrándose con los de ella.
—¿Entonces porque no la sacaste de ahí cuando tuviste la oportunidad? —espetó con inclemencia. El rostro de Gabrielle no se perturbó.
—Ella eligió quedarse, Kevin —respondió de forma serena.
—Es fácil decirlo desde la comodidad de tu oficina en París —las palabras de Kevin fueron pronunciadas con suavidad, pero no por eso fueron menos hirientes.
Los ojos de Gabrielle centellaron con un brillo fiero, pero la mujer tenía la experiencia y la templanza para no caer en la provocación. Kevin estaba herido, sufriendo un duelo que había comenzado hacía mucho tiempo, el día en que su amiga lo había visitado por última vez para despedirse, pero que encontraba ahora su pico.
Delacour guardó el celular en el pequeño bolso que llevaba colgando de su hombro, y en cambio extrajo un trozo de papel rectangular, plegado varias veces sobre sí mismo, arrugando y manchado. Lo apoyó sobre la barandilla y lo empujó con su mano en dirección al auror.
—Me pidió que te entregara esto —le dijo, repiqueteando sus uñas sobre el papel.
En cuanto Kevin apoyó sus dedos sobre el extremo del mismo, Gabrielle retiró la mano y volvió una vez más su atención hacia el turístico paisaje.
—Cuatro mil setecientos treinta y dos —volvió a hablar la francesa mientras se peinaba los mechones de cabello que se habían soltado de su elegante moño a causa del viento y se colocaba unas gafas de sol para esconder su mirada vidriosa—. Ese es el total de magos y brujas que perdimos en el Amanecer de Poznan. Puedo decirte exactamente cuántos de ellos eran británicos, cuántos franceses, cuántos alemanes y cuántos polacos. Llevo semanas trabajando para llevar sus restos de regreso a sus hogares, con sus familias, para que puedan descansar en paz.
Hizo una pausa, inspirando profundo, llenando su pecho con el aire veraniego del Tamésis, intentando recuperar el control sobre su voz, la cual comenzaba a delatarla.
—La guerra no es fácil para nadie, Kevin —sentenció, haciendo una última inclinación de su cabeza hacia él y girando sobre sus talones para alejarse.
El auror Smith quedó a solas una vez más. Con dedos temblorosos, abrió el mensaje que Gabrielle le había traído.
Una copia de la foto que él guardaba en su casa, en la habitación que alguna vez había pertenecido a su amigo Jacob Malone, le devolvió la mirada desde el papel. En ella, Jacob, Morgana y el propio Kevin sonreían, se abrazaban y se empujaban radiantes de felicidad. Eran versiones más jóvenes de ellos, congeladas en el tiempo e inmortalizadas en papel, reflejando una época donde todavía guardaban grandes ilusiones sobre el futuro.
Ese había sido el comienzo del fin. Habían sellado su destino al convertirse en Aurores, y uno a uno, habían muerto prematuramente. Ahora sólo quedaba él, y el eco de los fantasmas de aquella fotografía. Un recuerdo de tiempos mejores, más felices y con menos incertidumbre. Cuando las decisiones parecían más simples. Cuando la vida se abría como un abanico de posibilidades frente a ellos.
Le habría gustado haber estado junto a Jacob la noche en que entró en la guardia de Brida Von Howlen. Le habría gustado haber estado con Morgana en Poznan. Los habría protegido con su propia vida de haber sido necesario. Pero no había estado allí para ellos. Jacob había muerto en manos de una mujer vampiro que le había drenado hasta el último destello de vida. Morgana había fallecido a causa de las heridas provocadas en una guerra a miles de kilómetros de distancia. Una más en un mar de cadáveres.
Ahora, sólo le quedaba el recuerdo de una foto y la culpa de sobrevivir en un mundo que cada día era más cruel.
La oficina que alguna vez le había pertenecido a Kingsley Shacklebolt se encontraba ahora custodiada por dos oficiales púrpuras del ERIC, quienes desenfundaban sus varitas al más mínimo indicio de movimiento en el pasillo frente a ellos.
Percy había visto pasar muchos magos por esa oficina. Había visto la caída de Cornelius Fudge y la llegada de los Mortífagos al Ministerio. Había visto la renovación de una nueva era de esperanza con Kingsley. Había confiado en que él sería el último Ministro al que asesoraría. Su carrera política culminaría en la gloria, con un mandato brillante prolongado a través de varias reelecciones del carismático y pacifista Shacklebolt.
Pero entonces la Rebelión de los Magos había llegado a Reino Unido. Se habían entretenido demasiado con Godwin Bradshaw y no habían visto venir el golpe maestro de Linus Cavenger. Silencioso y letal, el abogado se había abierto camino lentamente por las escaleras del poder hasta el codiciado puesto de Ministro de Magia.
Y Percy se había visto atrapado una vez más en las telarañas de la política y la guerra.
Los primeros días después de que Harry se fugara, todos aquellos que se habían pronunciado alguna vez a favor del Elegido fueron puestos bajo vigilancia y removidos transitoriamente de sus posiciones dentro del Ministerio. Por supuesto que Percy estuvo entre ellos. No solo era un reconocido seguidor del Auror Potter, sino que también eran familia.
En una jugada muy astuta, Cavenger fue reincorporando gradualmente a los empleados, tras profundos interrogatorios, y en algunos casos como con Ron, la colocación de Rastreadores. Fue también lo suficientemente inteligente como para no devolverlos a los puestos de poder que alguna vez habían tenido. Ernie MacMillan fue usado como ejemplo: lo removieron del cargo como Jefe de departamento hacia una posición de menor autoridad en una jugada humillante y que intentaba hacer flanquear la fidelidad de los que todavía apoyaban a Harry e insistían en el regreso de Kingsley.
El cuartel de Aurores quedó relegado también a tareas de poca monta de vigilancia y apoyo, quedando la verdadera autoridad en materia de Seguridad Mágica en manos del oficial Reech y el ERIC. Varios aurores renunciaron. Otros, como Kevin Smith, fueron removidos de sus cargos bajo la sospecha de conspirar con la fuga de Potter, y aún no habían sido reincorporados.
Agamenon Axton se las arregló para convencer al resto de bajar la cabeza y quedarse. Seguía teniendo bajo su tutela la dirección de Camelot, pero era difícil pensar en la antigua fortaleza como un verdadero refugio para los Aurores. El nuevo jefe del departamento, el auror Tennesse, había saqueado junto a un grupo de Inefables el castillo, hurgando en cada rincón, profanando la solemnidad con que los aurores veneraban el lugar, buscando todo lo que ellos consideraban que podía ser peligroso para la estabilidad del gobierno de Cavenger, y confiscando armas y reliquias. No habían podido, sin embargo, hacerse con Excalibur ni modificar la Sala Redonda. Así que en su lugar, decidieron clausurarla. Nadie podría sentarse en la Mesa Redonda ni acercarse a la espada.
En ese contexto, Percy estaba seguro de que Linus Cavenger lo removería de su cargo como Secretario de forma definitiva. O mínimo le colocaría un Rastreador. Pero contra toda especulación, luego de una breve suspensión y una patética entrevista, lo reincorporó en su cargo, aunque reduciendo sus tareas y su poder de forma considerable. Percy ya no tenía acceso a la agenda personal del ministro, y solo participaba de aquellas reuniones donde Linus lo solicitaba, las cuales por lo general implicaban actos públicos o la presencia de otros jefes de departamentos. Percy había conocido a suficientes políticos como para reconocer cuando su imagen estaba siendo utilizada. Linus no lo mantenía cerca porque lo considerara una pieza invaluable, sino porque deseaba dar la imagen de que contaba con el apoyo de al menos un miembro de la familia Weasley en su gobierno.
Así que cuando esa tarde Percy ingresó en la oficina privada de Linus se sorprendió sobremanera al descubrir que estaban a solas. Linus Cavenger se encontraba redactando una especie de documento, su pluma deslizándose de forma metódica y repetitiva sobre el pergamino. No levantó la mirada cuando Percy entró, sino que le hizo un gesto con la mano para que tomara asiento frente a él. Percy obedeció en silencio.
—¿A cuántos ministros de magia ha visto pasar por esta oficina, señor Weasley? —le preguntó repentinamente Linus, mientras terminaba de escribir la última frase y la releía antes de dejar la pluma a un lado. Sus ojos se despegaron lentamente del papel para depositarse sobre Percy, aguardando su respuesta.
—A varios, señor Ministro —respondió, manteniendo un tono protocolar e impersonal.
—Varios… —repitió Linus, como desgranando la palabra para extraer su significado—. Recuérdeme… ¿Cuántos años estuvo con Shacklebolt? —soltó de forma casual, como si no fuese una pregunta cuidadosamente planificada.
—He estado junto a él desde su primer mandato, en el 98 —volvió a responder con obediencia y fingida inocencia Weasley. Pero no pudo ocultar el orgullo de su voz.
—Veinticinco años —dijo Linus, mientras juntaba los pulpejos de sus dedos sobre la mesa, manteniendo sus ojos de lince fijos en él, sin pestañar—. Podría decirse que después de ese tiempo, llegó a conocer en profundidad al ex ministro —barajó.
—Podría decirse —reconoció una vez más Percy, quien empezaba a adivinar hacia dónde se dirigía esa charla.
—¿Cree que Kingsley habría ganado esa primera elección sin el apoyo de Harry Potter? —disparó finalmente, directo y brutal. Percy se tomó unos segundos antes de responder.
—No, no lo creo —habló con absoluta sinceridad Percy. Linus era un experimentado abogado, no tenía sentido mentir. Al menos no aún.
—Yo tampoco lo creo —coincidió Cavenger, su mano derecha deslizándose sutilmente sobre la mesa hasta descansar sobre una carpeta cerrada en cuya portada se leía el sello CONFIDENCIAL—. Es impresionante, ¿no lo cree, secretario Weasley?
—¿Qué cosa, señor Ministro?
—Que un solo hombre pueda inclinar tanto la balanza —resopló con desdén, mientras empujaba la carpeta a través de la mesa en dirección a Percy.
—¿Qué es esto? —preguntó Weasley con desconfianza. Linus entrecerró los ojos, un brillo desagradable iluminándole la mirada.
—Las consecuencias que tiene la influencia de una persona como Potter —habló enigmáticamente, torciendo una mueca de desprecio y haciendo otro gesto con sus elegantes manos para que Percy la abriera.
Era un informe oficial. Antes de que Cavenger asumiera el gobierno, informes como esos eran escritos por el Cuartel de Aurores, pero ahora llevaban el sello del ERIC en la esquina derecha.
—Es el reporte de una misión de captura —la sorpresa se hizo evidente en la voz de Percy tan pronto como comenzó a leer.
—Tres misiones de captura, para ser precisos —lo corrigió Cavenger.
Tuvo que releer lo que seguía dos veces para asimilarlo. El ministro aguardó pacientemente a que lo hiciera, la tensión en la sala incrementándose conforme la información se asentaba en Percy.
—¿Qué diablos han hecho? —exclamó horrorizado, sus ojos abriéndose de par en par mientras releía la parte final del informe.
—No podemos permitirnos disidencias, secretario Weasley. Necesitamos mostrar una postura unificada como gobierno ante nuestro pueblo, o de lo contrario, nos destruirán desde fuera —explicó de forma práctica Linus, como si fuese evidente.
—¿Disidencias? ¡Estos Aurores estaban suspendidos! ¿No era eso suficiente? —se indignó Percy, sus manos temblando a causa de la ira contenida.
—Harry Potter es un terrorista y un peligro para nuestra sociedad. La aurora Fishback, su discípulo Dallas, y su compañero Clearwater se han declarado en numerosas ocasiones y de manera abierta a su favor, y nuestro servicio de inteligencia tenía sospechas de que estaban colaborando con Potter en un golpe de estado… —empezó a justificar con fría naturalidad Linus.
—¿Entonces han enviado fuerzas armadas a sus hogares en medio de la noche? —Percy ni siquiera se entretuvo en cuestionar lo absurda que era la excusa que habían utilizado para llevar adelante los arrestos. Eso se volvía secundario ante la injustificada violencia con que se había realizado el arresto de los tres aurores.
—Se trata de brujos altamente calificados y el riesgo de fuga era elevado. El jefe de Aurores Tennesse creyó que la mejor estrategia era una emboscada sorpresa —continuó Linus, inalterable.
—¡Acribillaron a una familia de civiles! —estalló Percy, lanzando el informe sobre la mesa.
—La familia del auror Dallas ofreció resistencia e intentó ayudarlo a escapar, y las fuerzas del ERIC no tuvieron más opción que reducirlos —chasqueó la lengua con fingido lamento.
—¿No tuvieron otra opción? —repitió Percy con una risa amarga, espantado por la brutalidad y la inclemencia de la que era testigo.
—Esto es solo el principio, secretario —le advirtió Linus, recostándose de manera plácida sobre su butaca, como un rey en un trono que se regocija en la impunidad de su cargo—. Iremos tras cada partidario, cada persona que proclame el nombre de Harry Potter… Hasta que ya no pueda esconderse de nosotros.
—¿Por qué me estás contando esto, Cavenger? —toda la formalidad y el respeto habían desaparecido. Linus no era una persona que hacía el mal por el placer de poder hacerlo. Tenía que haber un motivo para todo aquello.
—Porque tú puedes detener esto, Percy Weasley —argumentó de forma fatídica Linus, inclinándose hacia delante para acercarse a él—. Eres un hombre inteligente, has sabido adaptarte a los cambios… —hizo una pausa, arrojándole una mirada significativa—. Tengo entendido que empezaste tu carrera en Cooperación Internacional. Puedo recompensar tu colaboración, dándote el lugar que te mereces. Una jefatura, tal vez.
Percy sintió que las palabras herían su orgullo magullado. Había cargado durante mucho tiempo con las consecuencias de los errores cometidos en aquellos primeros años en el Ministerio, cuando su ambición había nublado su buen juicio. Había pagado un precio muy alto por su testarudez: aún podía ver con claridad el rostro sin vida de su hermano Fred desplomado sobre los escombros del castillo, la luz de su última sonrisa apagándose en medio del caos de la batalla.
Pero no volvería a cometer los mismos errores. No esta vez.
—Me temo que no puedo ayudarlo, señor Ministro —decretó con firmeza. El rostro de Linus se endureció, su boca convirtiéndose en una línea recta.
Percy ya se había puesto de pie para marcharse cuando Linus disparó su segundo cartucho.
—Sé dónde está tu hija —susurró con frialdad. Percy sintió que se le helaba la sangre.
—¿Qué has dicho? —le pidió que repita.
—Molly, ¿verdad? —certificó Linus, confiado en que había encontrado su punto débil—. Una muchacha brillante, con un futuro muy prometedor… Sería una lástima que algo le sucediera por un error de su padre —la amenaza fue pronunciada con suavidad, casi con cariño. Como si Linus estuviese empatizando con Percy en su rol paterno. Le provocaba nauseas escucharlo.
Necesitó de toda su fortaleza y compostura para no desplomarse de rodillas frente al ministro y rogarle por la vida de Molly.
Pero era un farol. Talvez Linus supiese dónde estaba Molly, pero no iba a matarla. No iba a arriesgarse a destruir a una pieza tan valiosa de negociación, no cuando podía exprimirle mucho más provecho conservándola con vida.
Era un farol, tenía que serlo.
—Intentaré no cometer errores, entonces —dijo Percy con voz ronca, una parte de él quebrándose al pronunciar aquello en voz alta. Rezó porque Molly estuviese a salvo. Él no podía protegerla.
Cuando Ted llegó a la Madriguera, la mayoría de los Weasley ya se encontraban allí. Victoire salió a recibirlo en cuanto lo reconoció caminando por el camino que cortaba el jardín trasero hacia la puerta de la cocina. Por precaución, se había Aparecido a unos cuantos kilómetros de la Madriguera, y había caminado por campo abierto para llegar hasta allí. El Ministerio controlaba la entrada principal de la vivienda, y era prudente que no vieran llegar a tantas personas al mismo tiempo.
—¿Ya han empezado? —preguntó Ted mientras ambos caminaban de la mano los últimos metros. Victoire negó con la cabeza.
—Tío Percy está en camino… Parece que trae información importante, así que han decidido aguardar a que llegue —dijo ella, mordiéndose el labio inferior.
Conocía los miedos que nublaban la mirada azul de su novia. Cuando la Mansión entró en aislamiento, sellándose al resto del mundo, lo hizo junto con todos los que habitaban en ella. Su hermana Dominique estaba incluida en el reducido grupo que había quedado excluido y atrapado. Ted comprendía la profunda e inquietante incertidumbre que sentía, pues él también tenía a dos de sus mejores amigos allí adentro. Los días se habían convertido en semanas, y luego en meses, sin recibir prácticamente noticias de ellos.
Cada reunión, cada vez que alguien llegaba anunciando novedades, el corazón de ambos daba un vuelco, una mezcla de emoción, esperanza y miedo. El deseo de saber sobre sus seres queridos mezclado con el terror de recibir malas noticias. Podían ser jóvenes, pero habían visto suficiente en los últimos años para saber que les esperaba un futuro demasiado incierto. La muerte les susurraba en el cuello, amenazando de forma juguetona. Y antes de que esa guerra encontrara su fin, varios de ellos caerían en sus trampas.
Ted se limitó a tomarle la mano con más fuerza. Últimamente se sentía como lo único que podían hacer: aferrarse los unos a los otros y esperar a que pase la tormenta.
No había terminado de cruzar la puerta trasera de la vieja casa que las voz de Albus Potter llegó hasta él. No llegaba a descifrar lo que estaba diciendo, pero por el tono de su voz era evidente que estaba irritado.
—Albus… —suspiraba Bill, mientras se frotaba la frente con un gesto cansado.
—Tengo tanto derecho como James a quedarme y escuchar lo que tienen para decir —se plantaba con firmeza el segundo hijo de Harry. A su lado, James no lo contradecía. Eran un frente unido contra el resto de los adultos.
—Entiendo que quieras ayudar, chaval, pero… —intentaba disuadirlo George.
—¿Qué? ¿Estaré más seguro sin me quedó al margen? —satirizó Albus, alzando una ceja de forma irreverente. George no se atrevió a terminar la frase. Ya no quedaban lugares seguros para ellos.
—Estarás en Hogwarts —fue el turno de hablar de Ron, aunque pronunciaba las palabra de un modo más informativo que limitante.
—Sí… Y también estarán allí los hijos de la mitad de la Rebelión —redobló Albus.
—Tiene razón —se encontró diciendo Ted. Todos los ojos se giraron hacia él, la mayoría sin haberse percatado hasta entonces de su llegada. —Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir, en todos los lugares donde podamos filtrarnos… Hogwarts incluido —fue su razonamiento.
Albus le lanzó una mirada agradecida, un atisbo de sonrisa asomando en sus labios. Ted podía empatizar con su hermano adoptivo. También había sido difícil que aceptaran tanto a él y como a Victoire dentro de la Orden del Fénix. Pero los años habían pasado y ya no eran niños. No podían prohibirle a Albus que se involucrara en la guerra. Incluso si ellos deseaban mantenerlo al margen, la Rebelión nunca se lo permitiría. Era el hijo del hombre más buscado del país. Podía ser cualquier cosa, menos indiferente a la guerra.
—Albus tiene mucha influencia entre los estudiantes —argumentó James a favor de su hermano—. Vamos a necesitarla si queremos evitar que el colegio caiga como lo hizo el Ministerio.
Eran palabras crudas, pero certeras. Y como suele suceder cuando se habla con la verdad, la reacción del resto no se hizo esperar. Las voces de todos los presentes se elevaron al unísono, cada uno queriendo exponer su opinión por sobre las del resto.
Victoire se mantenía silenciosa a su lado. Los horarios del hospital se habían duplicado después del atentado contra San Mungo. Habían perdido a varios sanadores durante el mismo, entre heridos y muertos, y otros simplemente habían presentado la renuncia. Así que ahora Vicky trabajaba dobles turnos con demasiada frecuencia. Estaba cansada y la angustia se leía con facilidad en los suaves surcos de su rostro pálido. Pero al ver que la discusión se prolongaba sin llegar a un acuerdo, Victoire decidió intervenir. Se aclaró la garganta, primero con suavidad y luego de manera marcada, llamando la atención.
—Hogsmeade tampoco está a salvo —declaró su novia.
—Pensé que eso había quedado claro después de que un dragón incendiara la mitad del pueblo —susurró por lo bajo su hermano Louis, intentando aligerar el tenso clima que reinaba en la sala.
—Scarlet ha estado vigilando el movimiento del pueblo, tal como el tío Harry le solicitó. En las últimas semanas han aparecido demasiados rostros nuevos para un pueblo tan pequeño donde todos se conocen —hizo una pausa, como meditando lo que estaba por decir—. Ella cree que son simpatizantes de la Rebelión. Lo que sea que estén cocinando allí, no huele bien.
—No podemos permitirnos otro ataque como el de la vez pasada —intensificó su postura Ted.
—¿Entonces vamos a permitir que todos los niños se involucren en esto? —se quejaba Fleur, quien a pesar de ello se había visto obligada a aceptar que sus tres hijos formaran parte de la Orden del Fénix.
—Harry habría dejado que Albus se quedara —intervino repentinamente Ron, tras meditarlo—. Odió cuando la Orden lo mantuvo al margen durante el regreso de Voldemort… Y tal vez la historia habría sido distinta si Harry hubiese entendido todo lo que estaba sucediendo —reflexionó el tío de Albus.
Todos guardaron silencio. Se podía leer la culpa en las miradas de varios de ellos. Ron hizo un ademán con la mano hacia las sillas para que tanto James como Albus tomaran asiento.
—¿Cuál es el plan? —quiso saber de inmediato Albus.
—Estamos juntando evidencia para demostrar que tu padre es inocente —explicó de manera breve pero clara Ron.
—¿Eso es todo? ¿Y mientras tanto? ¿Que hay de los ataques que están llevando adelante los Rebeldes contra la gente muggle? —se quejó James.
—Nos tienen demasiado vigilados, a todos nosotros. Todo lo que hacemos, los lugares a los que vamos… No podemos operar de forma directa sin ser detectados, así que nos hemos visto obligados a delegar algunas tareas —intentó aclarar Ron, rascándose la nuca con incomodidad.
—Hemos contactado con la familia muggle de Harry… —intervino Arthur para aclarar el mensaje.
—¿El tío Dudley? —se sorprendió James, alzando la cejas.
—Es más capaz de lo que me gusta reconocer —gruñó Ron—. Ha logrado mantener al ministro muggle con vida por ahora. Y eso significa que no debemos de preocuparnos por una guerra también con los del exterior… Por ahora.
—¿Y que me dices de los ataques aislados, el vandalismo en Callejón Diagon, los discursos de la Marea Roja…? —siguió presionando en el tema Albus.
—El nuevo jefe de aurores ha descartado los eventos por considerarlos episodios aislados y sin relevancia —reconoció Ron. Un murmullo de descontento recorrió al grupo. —Pero tenemos gente de confianza trabajando en eso también.
—Teníamos —lo interrumpió Percy, apareciendo por la chimenea mientras se sacudía los restos de polvo flú de su chaleco—. Me temo que traigo malas noticias.
—Y yo que creía que traías golosinas —bromeó George por lo bajo, chasqueando la lengua decepcionado. Percy lo ignoró, su atención fija en Ronald.
—Han capturado a Megara Fishback, a su discípulo y a su compañero Clearwater —les informó con una voz oscura, que anunciaba que aquello era solo la punta del iceberg.
—¿Qué? ¿Bajo qué cargo?—se indignó Ron.
—Dicen tener evidencia de que han estado complotando con Potter. Los han arrestado durante un operativo sorpresa ayer por la noche. Los están trasladando a Azkaban mientras conversamos —completó Percy.
—Son puras mentiras. Megara debía de estar acercándose a las identidades de los que asesinaron al chico muggle en Londres y quién sabe a qué otras cosas —resopló Ron, enfurecido.
—Hay más —se aclaró la garganta Percy, visiblemente nervioso por tener que continuar. Ya nadie discutía. Todos los ojos estaban puestos en él, expectantes—. El discípulo de Megara se encontraba visitando a su familia cuando cayeron las fuerzas del ERIC para arrestarlo. Parece que la familia de Dallas intentó protegerlo y… Los mataron —hizo una pausa, tragando saliva—. A todos.
—Rama tenía una hermana… Cassandra —balbuceó James, aturdido. Percy meneó la cabeza, dándole a entender que se encontraba entre las víctimas. James empalideció y tropezó hacia atrás hasta encontrar sostén en una de las paredes.
—¿Qué hay de las demás familias? —presionó Bill.
—La pareja de Megara logró escapar a tiempo. Han agregado su nombre a la lista de "Buscados". La extracción de Quentin Clearwater fue limpia… No son estúpidos, saben que necesitan el apoyo de su tía Penélope si quieren mantenerse en el poder —explicó Percy.
—Mierda… Nos estamos quedando sin gente adentro —suspiró Angelina, la mujer de George.
—Aún tenemos a Ernie —quiso mantenerse positivo George. Pero la sombra que oscureció el rostro de Percy lo hizo desinflarse como un globo pinchado.
—Cavenger tiene planes de reemplazar también a Ernie —dijo en un suspiro que se pareció más a un lamento.
—Los están usando de ejemplo, para infundir miedo. Un mensaje para que todos sepan lo que sucede si ayudas a Harry Potter —refunfuñó Ron, ofuscado—. ¿Qué me dices tú, Ted? ¿Has tenido algo de suerte? —le preguntó de repente.
—He intentado establecer contacto con las manadas, pero ninguna ha respondido a mi llamado. La Rebelión les ha hecho una buena oferta… Mejor de lo que llevan ofreciéndoles en años —reveló Lupin, encogiéndose de hombros.
A su manera, entendía a las manadas de hombres lobos. Estaban velando por sus propios intereses. Llevaban muchos años esperando a que el Ministerio les brindara una mayor asistencia, una mayor protección, una mayor integración a la sociedad. Finalmente, se habían cansado de esperar y habían acudido a otra persona para resolver sus inconvenientes. El Mago de Oz los había recibido con brazos abiertos y promesas de libertad y derechos.
—Esto es un desastre —se lamentó Ron, restregándose el rostro con las manos mientras intentaba pensar cómo seguir—. Tenemos que recuperar la imagen de Harry y encontrar al asesino de Bradshaw antes de que esto siga empeorando.
—Mi hermana está de visita en Londres… Ha quedado para encontrarse con Draco antes de volver a Francia —informó Fleur expeditivamente.
—Perfecto. ¿Puedes encargarte de hacerle llegar las novedades al hurón, entonces?
Fleur frunció el ceño, descontenta con el apodo que Ron acostumbraba a darle a Draco sin motivo alguno más que molestarlo, incluso cuando Draco no se encontraba presente para defenderse. Pero asintió con un movimiento de cabeza, aceptando la tarea.
—Bueno, si les parece bien, ahora comemos —ordenó la abuela Molly, palmeando con fuerza para instarlos a ponerse en movimiento y ayudar con los preparativos—. No vaya a ser que quienes están espiándonos por las ventanas crean que estamos organizando un golpe de estado —agregó luego, dedicándole un guiño divertido a su hijo Ronald.
Fue Audrey, la mujer de Percy, quien se acercó a Fleur para ayudarla a estirar el mantel sobre la larga tabla de madera donde servirían la comida. Ted estaba lo suficientemente cerca, levitando platos y copas hacia la mesa, como para escuchar parte de la charla.
—Cavenger sabe dónde está mi hija Molly —masculló Audrey en un hilo de voz, casi sin articular los labios.
—¿Se lo ha dicho a Pergcy? —se sorprendió Fleur, alzando sus bellas cejas con desconfianza. Audrey negó con un movimiento sutil, casi indetectable.
—No quiso decirlo, pero dio a entender que está con ellos… Con los Rebeldes.
—Oh, Audrey… Lo siento mucho —empezó a consolarla Fleur, pero no era consuelo lo que Audrey estaba buscando.
—Conozco a mi hija, Fleur. Ella no es una terrorista de estado —se enfureció la madre de Molly.
—No, clagro que no —coincidió de forma condescendiente Fleur, una sonrisa dulce, casi maternal, en su rostro—. Pegro es una chica brillante intentando abrigrse camino en una sociedad que se está fragmentanda… Y es posible que se haya sentido seducida por la idea de conseguir un... bien común—barajó la francesa.
—Linus amenazó con lastimarla si Percy no le daba información sobre Harry —las palabras escaparon de la boca de Audrey como un sollozo quebrado.
—¿Qué hizo Pegrcy? —el miedo se podía respirar en el vapor que exhalaba la voz de Fleur mientras aguardaba la respuesta.
—Nada. No le dijo nada… Él cree que no serán capaces de matarla. Dice que es demasiado valiosa. Están apostando con la vida de mi hija, Fleur. Mi hija —repitió mientras la tomaba de ambos brazos, cundiendo finalmente a la desesperación. Tenía los ojos cargados de lagrimas que llevaba aguantado durante mucho tiempo.
—Solo intentan asustagrlos… Ven a Pegrcy como el eslabón débil e intentan rompegrlo de la mejor fogrma que saben hacegrlo —intentó calmarla Fleur.
—Percy no es un eslabón débil —se ofendió Audrey, soltándola como si las palabras le hubiesen quemado en las manos.
—Fue el pgrimero en abandonar la guerra pasada —le respondió Fleur.
—Pero volvió —insistió Audtrey.
—Tarde… —criticó Delacour.
—Se ha pasado el resto de su vida enmendando ese error —había una fidelidad ciega en la mujer de Percy.
—Lo sé. Lo sé —repitió Fleur, arrepentida por la dureza con que había respondido, mientras le sostenía con firmeza ambas manos a Audrey.
—Lévale ese mensaje también a Harry. Que sepa que mi hija está en peligro —rogó, recurriendo al instinto de madre de Fleur como último instrumento. Fleur se mordió el labio.
—Intentaré hacégrselo llegar pero… No creo que él pueda ayudagrla, Audrey. Tu hija ha elegido un camino por donde no podemos seguirla —fue la cruda respuesta de Fleur.
—Gracias —se alejó Audrey, sobándose disimuladamente los mocos y escondiendo las lágrimas.
Ted sintió que le faltaba el aire. Dejó los platos sobre la mesa y se tambaleó torpemente entre las sillas en dirección a la salida. La brisa tibia del final del verano le peinó el cabello azul. Jadeó acelerado, como si hubiese estado conteniendo la respiración bajo el agua durante mucho tiempo.
Conocía a Molly desde que había nacido. A todos sus primos adoptivos. Los había visto dar sus primeros pasos, subirse a sus primeras escobas, balbucear palabras incoherentes. Los había visto crecer, y reír y llorar. Y ahora, sentía que los vería sufrir y morir también.
—Respira —le susurró Victoire por detrás, su mano rozándole la espalda con movimientos circulares, para calmarlo. Se dejó guiar por la caricia rítmica y contenedora, por los dedos de su novia deslizándose con cariñoso cuidado sobre las cicatrices escondidas debajo de su camiseta.
Rick y Felicity estaban escondidos y aislados del mundo, su sangre demasiado valiosa y peligrosa para caer en manos equivocadas. Thomas estaba en Hogwarts, lugar que en Mago ansiaba conquistar y contra el cual ya se habían perpetuado múltiples ataques.
Y Victoire… ella estaba sumergida en el medio del caos. Solo pensar en que podía perderla…
—Respira —volvió a repetir ella, pegándose más a su espalda y envolviéndole el torso con los brazos.
Ted obedeció. El aire entraba con dificultad a sus pulmones, pero el calor reconfortante del cuerpo de Victoire lo mantenía con los pies en la tierra, recordándole que no podía paralizarse. Debía seguir respirando.
Rotó entre sus brazos para quedar de frente con ella. Ella reposó su rostro sobre su pecho, escuchando cómo el latido acelerado de su corazón se apaciguaba gradualmente.
—Cásate conmigo —susurró Ted impulsivamente, con el rostro enterrado en su cabello rubio, inspirando su aroma floral y dulce.
—¿Qué? —se rió Victoire por lo bajo, inclinando la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a la cara. La sonrisa se disolvió rápidamente de sus labios al reconocer la seriedad en Ted. —Por Merlín, lo dices en serio —exclamó.
—Eres el amor de mi vida. Siempre lo has sido y siempre lo serás —sentenció Lupin.
—Ted… —suspiró Vicky, despegándose tan solo unos centímetros de él. Bien podrían haber sido kilómetros. Un vacío sofocante envolvió a Lupin ante la ausencia del calor de su cuerpo—. No creo que éste sea el momento correcto para planificar una boda —puso en palabras la cruda verdad, mientras que con sus manos señalaba a su alrededor, reforzando el complejo contexto en que se encontraban.
—Nuestros padres se casaron durante una guerra —replicó con cierta terquedad.
—¡Porque estaban muertos de miedo! ¡Creían que iban a morir! —puntualizó ella.
—¿Es que tú no tienes miedo? —le preguntó Ted en un murmullo, entre admirado e irritado.
—Claro que tengo miedo. Todos los días. Todo el tiempo —confesó Victoire, sus ojos azules brillando con ferocidad, desafiantes y hermosos—. Pero no voy a dejar que eso controle mi vida. Te amo, Edward Remus Lupin. Pero cuando me case contigo, porque nos casaremos algún día, no será por miedo, sino por amor. Y no será un grito desesperado en medio de una guerra, sino una celebración de la vida—hizo una pausa, sonriendo mientras aguardaba que las palabras se asentaran en él—. Quiero que Zaira sea mi dama de honor. Quiero que Dominique pueda burlarse de mi vestido como corresponde. Y estoy segura de que tú quieres a Harry junto a ti cuando ese día llegue.
No supo qué responder. Después de todos estos años, después de las idas y venidas, de las peleas y reconciliaciones, de los secretos y las incertidumbres, de los viajes y las guerras, ella seguía siendo la persona más maravillosa del mundo.
La besó con la misma ansiedad con que la había besado aquella primera vez en la Torre de Gryffindor. Volvía sentirse ese adolescente inexperto intimidado por la fuerza abrumadora de su carácter. Ella era como los fuegos artificiales que habían brillado sobre sus cabezas esa noche: un destello de luz y color en medio de la insoldable oscuridad, dueña de una belleza capaz de cortar el aliento. Al igual que en aquella ocasión, el pecho de Ted estalló con exultante felicidad al comprobar que Victoire le devolvía el beso.
Era la primera vez que Molly bajaba a las mazmorras del Torreón del Norte y una sensación desagradable le recorrió la espina dorsal mientras descendía los empinados escalones, introduciéndose en las profundidades de la tierra, allí donde los gritos de los prisioneros eran devorados por la oscura soledad.
Lancelot Wence la guió por escurridizos pasadizos de piedra húmeda donde el aire estaba viciado con el olor herrumbroso de la sangre. Sostenía la varita encendida frente a él mientras pasaban ante las puertas bloqueadas de los calabozos. Los lamentos de los prisioneros se volvían más y más tenues a medida que avanzaban por los pasillos. El rostro de Wence era un lienzo pálido e inexpresivo. Era difícil reconocer allí al muchacho orgulloso y apuesto que alguna vez había sido capitán del equipo de Slytherin. La cicatriz que Katya le había provocado al morderlo le rasgaba la garganta, dándole un aspecto salvaje y aterrador. Lancelot había sobrevivido, pero algo en él había muerto aquel día. Molly lo percibía en el color opaco de sus ojos verdes, y en la forma taciturna con que se movía.
El camino hasta el laboratorio de Gweneth Rosier era sinuoso e irregular. Molly intentó memorizarlo, pero le fue imposible. Sospechaba que Lancelot había tomado el camino más complejo de forma intencional, para desorientarla. El pasillo desembocó finalmente en una puerta metálica pesada. Wence golpeó su puño contra la misma, retumbando en el silencio sepulcral de aquel lugar. Tras unos segundos, Gwen abrió.
Llevaba puesta una túnica blanca sobre su ropa, su cabello recogido en un moño alto, tal como Molly la recordaba de sus primeros encuentros en San Mungo. Su rostro lucía la misma expresión profesional y distante de entonces, pero cuando sus ojos se encontraron, Molly reconoció una chispa de familiaridad en ellos. Con un elegante movimiento de cabeza, le indicó que ingresara a la sala.
—Estaré en el sector beta si me necesitas —gruñó Lancelot, lanzando una última mirada de desconfianza hacia Molly—. El nuevo cargamento llega a las siete —agregó luego.
—Allí estaré —le prometió Gwen, disponiéndose a cerrar la puerta. Lancelot la retuvo.
—Heros estará allí también —le advirtió con un gesto significativo—. No llegues tarde.
Gwen asintió y cerró la puerta. Y entonces volvió a girarse para quedar cara a cara con ella. Molly sintió que el estómago le daba un vuelco mientras aquellos ojos ambarinos la recorrían de pies a cabeza.
—Lancelot puede ser extremadamente melodramático algunas veces, ¿no crees? —comentó repentinamente la voz de Jolie Cartier. La bruja salió de detrás de una de las estanterías, jugueteando con un frasco que había tomado al pasar de una mesa repleta de distintas pociones.
—¿Qué hace ella aquí? —fue la primera reacción de Molly. Las palabras salieron de su boca cargadas de reproche, haciéndola sentir avergonzada de sí misma.
—¿Pensaste que sería una sesión privada? —aprovechó Cartier para burlarse, una sonrisa gatuna partiendo su rostro.
Gwen avanzó entre las mesas hasta Jolie y le arrebató el frasco de entre los dedos, dedicándole una mirada de advertencia antes de depositarlo nuevamente en la mesa correspondiente.
—Jolie está aquí para ayudar —habló Rosier, mientras le señalaba a Molly la butaca ubicada en el centro de la sala para que tomara asiento.
Gwen no le había brindado muchos detalles sobre el proceso de investigación que llevaría a cabo con ella. Molly había estado tan deseosa de encontrar una forma para salir del Torreón que no se había detenido a negociar los detalles. Ahora que estaba allí, comenzaba a tener sus dudas. Era consciente de la ética profesional de Rosier era una línea zigzagueante. Sabía que sus métodos no siempre eran los correctos. Sabía que estaba dispuesta a sacrificar la vida de sus pacientes por conseguir su objetivo.
Pero ella no era cualquier paciente. O eso quería creer.
De cualquier forma, era tarde para arrepentirse. Así que Molly se sentó en la butaca, tragando saliva para alivianar el nudo que se le había formado en la garganta, mientras Gwen sacaba su varita y comenzaba a revisarla.
La magia de la sanadora cosquilleó sobre su piel mientras le practicaba un chequeo de salud, tomando anotaciones en una especie de historial clínico. Con un pinchazo fugaz, Rosier perforó la piel de su pulgar e hizo caer una gota de su sangre dentro de un pequeño vial. Los siguientes minutos transcurrieron en absoluto silencio, mientras Gwen recolectaba la información que necesitaba de ella.
—¿Para qué necesitas a Jolie? —se atrevió a preguntar finalmente Molly, sin poder aguantar más tiempo.
—Hay un límite de información que puedo extraer de tu núcleo en su estado pasivo —explicó Rosier, sin despegar su atención de la ficha técnica que estaba completando—. La magia no es algo estático. Es energía en constante movimiento. Si quiero entender tu núcleo mágico, necesito que la energía fluya activamente a través de ti.
—En otras palabras, quiere que peleemos para ella —ronroneó juguetonamente Cartier. Gwen frunció el ceño, deteniendo su escritura para mirar a Molly a los ojos.
—Jolie te lanzará una serie de hechizos con intensidad creciente, y quiero que tú los detengas —aclaró la sanadora. Ahora sí, aquello empezaba a parecerse a lo que Molly había temido.
—No te preocupes, Weasley. Le prometí a Gwen que no rompería su juguete nuevo —siguió pinchándola Jolie, su rostro radiante ante la perspectiva de batirse a duelo con ella.
A pesar de sus provocadoras palabras, Jolie Cartier fue benevolente con sus ataques. Los primeros hechizos eran magia básica y Molly no tuvo dificultad para detenerlos. Gwen había dibujado varias runas sobre su piel, a nivel de sus muñecas, en su frente y en el pecho, cerca de su corazón. Molly podía sentir cómo se encendían cada vez que convocaba un escudo para protegerse de los ataques crecientes de Cartier. A un costado, Gwen observaba la escena con mirada crítica, su pluma registrando datos que le llegaban desde las runas de Molly.
La sesión duró más de una hora. Hacia el final, Jolie tenía la frente perlada de sudor y la sonrisa autosuficiente había comenzado a titubear en sus labios. Antes de abandonar la sala, se acercó para susurrarle algo a Gwen que Molly no llegó a escuchar.
—Espera afuera, por favor —le pidió Gwen a su amiga. Jolie hizo una mueca, pero obedeció, dejando a Rosier a solas con Molly.
Rosier dejó sus anotaciones a un lado. Con una toalla húmeda, se dispuso a limpiar manualmente las runas que había dibujado sobre Molly. Dejó para lo último la runa que había colocado sobre su frente. Sus dedos largos rozaron la mejilla de Molly antes de retirarse. De no ser porque Gwen era una absoluta profesional, Molly habría creído que estaba acariciándola.
—¿Ha sido útil? —preguntó apresurada, intentando apartar de su mente la imagen fantasiosa que empezaba a formarse.
—Me has dado mucho para analizar, Molly —reconoció Gwen, satisfecha—. Puede ser que te sientas un poco mareada las próximas horas, hasta que los efectos de la magia rúnica terminen de lavarse. Intenta no exigirte demasiado hasta entonces —le dio las instrucciones finales.
—Lo intentaré —mintió Molly, incorporándose de la silla una vez que Gwen terminó de limpiarla.
—Esta noche estaré ocupada, pero puedo recibirte mañana por la mañana en mi habitación… —volvía a hablarle sin mirarla directamente, pero Molly se percató de que solo pretendía estar escribiendo. Su pluma no se estaba moviendo.
—¿Para conversar sobre la investigación? —preguntó con escepticismo Weasley. Creyó ver que la esquina del labio de Gwen se torcía en una mueca.
—¿Qué otra cosa sino? —respondió ella con su voz de mármol frío.
—Hasta mañana, entonces —se despidió Molly, intentando salir de allí antes de que Rosier pudiese notar el rubor de sus mejillas. Se sentía intimidada y atraída en partes iguales por Gweneth. Y cada día le resultaba más difícil ocultarlo.
Jolie la esperaba del otro lado de la puerta, con el cuerpo reclinado contra la pared, una pierna flexionada y la planta de su bota haciéndole de soporte contra la piedra. Juegueteaba aburrida con la varita mágica, haciéndola girar entre sus dedos con sorprendente destreza.
—Apúrate, Weasley. No tengo todo el día para hacer de niñera —chasqueó los dedos indicándole que la siguiera de regreso por los pasillos hacia la superficie.
—No necesito que me escoltes. Puedo encontrar la salida sola —se ofendió Molly. Jolie soltó una carcajada que resonó de forma antinatural en la quitud de aquella cárcel subterránea.
—Eres un encanto, cariño —siguió riendo Cartier—. No es eso lo que nos preocupa de tenerte deambulando por esta zona del castillo.
—No quieren que vea lo que hacen aquí abajo —comprendió Molly, y lanzó una rápida mirada a su alrededor intentando registrar cualquier detalle que pudiese ser de relevancia. Pero solo podía ver puertas cerradas y escuchar lamentos asfixiados.
—Créeme: tú tampoco quieres verlo —le aseguró Cartier con una mueca de desdén.
—Tú también trabajas aquí abajo —no era precisamente una pregunta, pero aún así, Jolie respondió encogiéndose de hombros.
—Cuando me necesitan.
—¿Y qué es lo que haces? —presionó un poco más Weasley. Cartier detuvo bruscamente su caminata, tanto que Molly casi choca contra su espalda. Se dio vuelta con un movimiento rápido, y antes de que Weasley pudiese reaccionar, Cartier la tenía acorralada contra la pared de piedra.
—Hago lo que sea necesario para conseguir un mundo mejor —siseó entre dientes apretados, su rostro peligrosamente cerca del de Molly. —Igual que tú, supongo.
—Estoy aquí, ¿no? —se defendió Molly, manteniendo la frente en alto y escondiendo el miedo que le provocaba la conducta tan errática de Jolie.
—Sí… Estás aquí —repitió Jolie con cadencia—. Veremos cuánto duras. El último que estuvo en tu lugar duró unas dos semanas… Posiblemente habría llegado a cumplir la tercera pero Hero Morgan tenía otros planes para él —Cartier le recordó con malicia el destino final del último paciente de Rosier. —Gweny tiene muchas expectativas puestas en ti, aurora. Cree que puedes ayudarla a desentrañar cómo funcionan los núcleos mágicos. Salvar la raza de magos —ironizó Cartier.
—Tú no piensas igual —dedujo velozmente Molly. Jolie chasqueó la lengua.
—Nada bueno ha salido nunca de manipular magia a un nivel nuclear. Estamos hablando de la esencia que nos convierte en lo que somos —Jolie meneó la cabeza, en desacuerdo—. Son ideas peligrosas que podrían costarle la vida a Gwen si las escuchan las personas equivocadas... Lo intentó en Francia, y casi la lapidan por sugerirlo siquiera —Jolie estaba genuinamente preocupada por Gwen.
—Su investigación podría ayudar a niños squib a recuperar la magia, podría ayudar a sanar núcleos dañados por maleficios brutales … —intentó enumerar todas las cosas buenas que podían conseguirse de los avances científicos derivados de su investigación.
—Podría también robarle la magia a un mago para alimentar otro núcleo humano. Podría convertir muggles en brujos y brujas… —contraatacó Jolie con el lado oscuro de la investigación—. Las ramificaciones de lo que Gwen está haciendo aquí son… infinitas. Y peligrosas si caen en manos equivocadas —le advirtió con extraña seriedad.
Molly sentía que ese poder ya se encontraba en las manos equivocadas. Pero se limitó a guardar silencio y asentir. A Jolie le preocupaba que los muggles intentasen robarles la magia. A Molly le preocupaba que los magos acaparasen suficiente poder para obliterar al resto de las razas. Al final, era una cuestión de perspectiva.
Se separó de Jolie Cartier en cuanto le fue posible. No disfrutaba de la compañía de aquella extraña bruja. Había un componente de locura y de sádica felicidad asociada al caos que la convertían en un soldado perfecto para la Rebelión.
Tal como Wence había anunciado, el cargamento de nuevos prisioneros llegó a las siete de la tarde desde la estación de tren. Con el Ministerio ahora a su favor, la Rebelión se tomaba cada vez menos cuidados en esconder la verdadera naturaleza de sus transacciones: transportaban seres vivos, humanos pero también otras razas, contra su voluntad. Eran esclavos y prisioneros.
Pero era durante la llegada de los cargamentos que el Torreón se encontraba en su momento de mayor actividad, con los miembros de mayor calibre dentro de la organización trabajando lo más veloz que les era posible para vaciar las celdas de aquellos prisioneros que no les eran útiles y reemplazarlos por los recién llegados. Era una imagen dolorosa de ver: los nuevos prisioneros se cruzaban en su camino hacia el interior con los cuerpos de los muertos que eran arrastrados hacia fuera, para ser guardados en bolsas negras que después desecharían en algún sitio donde nadie fuese a encontrarlos.
Molly decidió aprovechar aquel momento de ajetreo y distracción para salir del Torreón. Gweneth le había entregado un anillo de oro con un cristal rojo en el centro, como los que usaban los Rebeldes, el cual le permitía entrar y salir de los terrenos sin activar las alarmas.
Aún así, Molly tomó todas las precauciones posibles. Hizo uso de su formación en camuflaje y alteró el color de su cabello y de sus ojos. Se vistió con ropa muggle simple, y se cubrió con una túnica negra para que no la vieran, hasta alejarse varios kilómetros. Recién allí se animó a Aparecerse, no sin antes sacarse el anillo y esconderlo en una pequeña caja que ocultó bajo una piedra marcada con una cruz. Tenía sus sospechas de que el anillo podía usarse para rastrearla. Y necesitaba ir a donde nadie pudiese seguirla.
Se quitó la túnica apenas llegar a Londres, y comenzó a caminar a paso rápido por los reducidos callejones del barrio muggle más cercano, introduciéndose en algunos locales para luego salir por la puerta trasera, cambiándose a otra vestimenta en su interior. Tal vez estaba siendo excesivamente paranoica, pero no podía descartar la posibilidad de que la estuviesen siguiendo.
Para cuando llegó finalmente a la casa segura en las afueras de Londres, Molly se había pasado cuarenta minutos dando vueltas en círculos, cambiándose y engañando a quien quiera que se atreviese a intentar seguirla.
Apenas cruzó la puerta sintió la punta de una varita sobre su cuello. Con un movimiento entrenado, sin detenerse a pensarlo, giró sobre sus talones, su mano izquierda golpeando la mano de su atacante mientras que con la derecha extraía su propia varita.
Quedaron frente a frente, ambas varitas apuntando al espacio entre los ojos.
—¿Qué fue lo último que te dije cuando nos vimos? —la increpó Draco.
—El mejor arma que puedes llevar a una fiesta es una máscara que se parezca a lo que ellos quieren ver —recitó Molly —. ¿Y qué te respondí yo?
—Que preferías salir de ahí disparando maleficios que lanzando sonrisas hipócritas —se burló Draco, arrastrando las palabras.
Ambos bajaron las varitas.
—¿Por qué no has contestado a mis llamados? —se indignó Molly, abalanzándose sobre él, recordando el resentimiento que sentía hacia Malfoy por haberla abandonado a su soledad en aquella torre llena de serpientes.
—He contestado al último —fue la mejor defensa que pudo escribir el rubio.
—¡Han pasado meses!
—Lo siento, talvez estás bajo la falsa impresión de que hemos estado de vacaciones —siseó con sarcasmo Draco. Molly resopló pero no volvió a quejarse—. Hemos intentado mantener un perfil bajo hasta que las cosas se tranquilizaran un poco. Harry es una vez más el hombre más buscado del país, así que yo soy uno de los pocos instrumentos que le quedan para moverse sin ser descubierto… Claro que eso puede arruinarse si me ven reuniéndome con su antigua discípula a las pocas semanas de que se haya fugado.
—Vale, entiendo… Aún así podrías hacerme mandado algun mensaje por la moneda —insistió Molly.
—La moneda debe reservarse para ser usada en momentos de verdadera necesidad, cuando la información no puede esperar —le recriminó Draco, cruzándose de brazos en un gesto enjuiciador.
—Pues tengo información que no puede esperar —confirmó Molly.
—Te escucho —aceptó Draco, invitándola a sentarse en uno de los mohosos sillones.
Molly, sin embargo, estaba demasiado inquieta como para sentarse. No sabía por dónde comenzar, ni qué contar. Había tanto que no terminaba de comprender y descifrar…
—Siguen trayendo prisioneros al Torreón, pero cada vez los interrogatorios son más rápidos… Están buscando algo puntual, y están deshaciéndose de todo aquel no les es útil —empezó a hablar desde el principio.
—¿Has podido identificar de dónde vienen los prisioneros? —inquirió Draco, curioso.
—Los transportadores en los que llegan tienen bandera de Francia —fue todo lo que pudo averiguar.
—¿Y el escudo de la Familia Wence?
—En todas las embarcaciones y los vagones de tren.
—Gabrielle está intentando rastrear desde Francia de dónde provienen esos prisioneros. Pero los Wence están usando un puerto ilegal para despachar los cargamentos, así que aún no hemos podido interceptar ninguno —le explicó Draco, encogiéndose de hombros.
—Hay más… ¿Te suena el nombre Betanie Doval? —disparó sin perder tiempo la segunda bala que tenía cargada. Los ojos de Draco se abrieron inmensos, el gris de su iris desapareciendo gradualmente mientras era reemplazado por el negro de sus pupilas dilatadas.
—La única testigo de la defensa que coloca a Harry en la oficina de Bradshaw el día de su muerte —reconoció Draco con voz seca.
—Mintió en su declaración —reveló Molly, la emoción haciendole temblar la voz—. Bradshaw ya estaba muerto cuando Harry entró a la oficina. Alguien más lo hizo, y ella lo está ocultando.
—¿Por qué? —preguntó de forma metódica Draco, no dejándose contagiar por la exultante emoción que sentía Molly a causa del descubrimiento.
—¿Por qué, qué? —repitió, confundida.
—¿Por qué habría de acceder a mentir con algo así? Nadie acepta un trato como ese si no está desesperado… —Draco dedujo con rapidez la historia oculta de Betanie.
—Su hermano es squib —explicó Molly. Una sonrisa sobradora se dibujó en la boca delgada de Malfoy.
—Déjame adivinar: le han prometido la curación a cambio de su silencio —dijo con sorna—. No va a traicionarlos, Molly. No ahora que ellos conocen su mayor debilidad. No ahora que la han convertido en cómplice de asesinato.
—A menos que la ayudemos —propuso Weasley, ilusionada, rogando porque Draco escuchara al menos su idea—. Tendrías que verla, Draco. Está aterrorizada. Estoy segura de que daría cualquier cosa por salir de ahí…
—Es justamente ese miedo lo que le impedirá irse, Molly —la contradijo el rubio—. Hacer lo correcto es demasiado riesgoso para ella y para su familia.
—Podemos garantizarle protección. Ponerlos en la lista de testigos cruciales para que tengan protección especial. A ella y a su hermano. Podemos esconderlos en una de nuestras casas seguras. Tramitarles nuevas identidades. Sacarlos del país. Ella puede ayudarnos a encontrar al verdadero asesino de Harry, y nosotros podemos ayudarla a escapar de ese lugar —Molly estaba dispuesta a pelear con uñas y dientes por Betanie.
Draco suspiró, frotándose el rostro con una mano mientras digería el discurso de Molly.
—¿Puedes acercarte a esta Betanie lo suficiente como para conocer sus verdaderas intenciones? ¿Saber si estaría dispuesta a contar lo que realmente sucedió ese día en la oficina de Bradshaw? —le preguntó, cediendo lentamente.
—Puedo hacerlo —aseguró ella. Draco chasqueó la lengua.
—Se cuidadosa. Bien podría ser una trampa contra ti —le advirtió, siempre desconfiado.
—Seré cuidadosa —prometió Molly con una sonrisa dócil que hizo que Draco riera entre dientes.
—Intentaré conseguirle la protección de testigos y una vía de salida del país si se anima a hablar —accedió finalmente.
—Gracias —exhaló Molly aliviada. Draco chequeó su reloj.
—Ya llevamos mucho tiempo quietos aquí. ¿Algo más que tengas que contarme? —le preguntó apresurado. No era recomendable que sus encuentros se prolongaran demasiado tiempo. Hacía más factible la posibilidad de que los rastrearan o los descubrieran.
El recuerdo de su reciente sesión con Gweneth en el laboratorio secreto del Torreon del Norte volvió a su memoria. Dubitativa, abrió la boca, pero cuando estuvo a punto de hablar, solo logró decir:
—No, nada más por ahora.
Draco se colocó de regreso su sombrero, se estiró la túnica con las manos hasta dejarla lisa y pulcra.
—Tus padres está preocupados por ti —soltó al pasar, mientras se preparaba para irse, como si no fuese la gran cosa—. Tu madre le ha pedido a Fleur que me informe que Linus Cavenger ha amenazado a Percy con usarte en su contra para obtener información de Harry. Temen que pueda hacerte daño. —era un mensaje extraño, algo más informativo que otra cosa. Draco no le estaba dando indicaciones, ni órdenes a cumplir. Solo le transmitía el miedo que generaba a su familia saber que formaba parte del bando contrario. Y eso era más doloroso que cualquier otro mensaje que pudiese recibir.
—No van a matarme —aseguró Molly, intentando mantener su voz estable, sin delatar su vulnerabilidad—. Me necesitan por ahora. Les soy útil.
—Ya veo —Draco entrecerró los ojos, analizándola con más cuidado, como si quisiera ver en su exterior el daño que la Rebelión le estaba causando por dentro. —Entonces asegúrate de continuar siendo útil. Eso es tu seguro de vida allí adentro.
Philipe la observaba desde la distancia, asomado a una de las terrazas laterales de la mansión. Zaira se paseaba por los jardines podando las rosas que empezaban a marchitarse. Su caminar era tambaleante a causa de la renguera que la herida de su pierna le había dejado.
El verano estaba llegando a su fin. Y ellos seguían allí atrapados.
—Las primeras veces puede resultar encantador. Pero cuando la espías tan seguido empieza a volverse un poco espeluznante, Marcier —dijo la voz de Jasper Yaxley, su figura alta y delgada introduciéndose en la terraza y reclinándose en el alféizar junto a él.
—No estoy espiándola —respondió Philipe, pero aun así sus mejillas se sonrojaron.
—Está fuera de tu alcance —comentó Jasper, encogiéndose de hombros y dándole un mordisco a una manzana que sujetaba con sus dedos delicados y uñas pulcramente cuidadas.
—¿No crees que alguien como yo pueda estar a su altura? —se ofendió el ruso, frunciendo el ceño.
—Nadie puede competir contra el fantasma de un puto mártir que murió protegiendo su país —puntualizó Jasper, revoleando los ojos como si fuese evidente.
—Ha pasado mucho tiempo desde la muerte de Jacob —dijo Philipe, pero la derrota empezaba a germinar dentro de él. Yaxley alzó las cejas en una expresión sobradora.
—Nada más eterno que el amor idealizado —respondió con sarcasmo, el crujido de la manzana al morderla acompañando sus palabras.
—Se merece ser feliz —suspiró Marcier—. Es una buena mujer.
—No es felicidad lo que busca.
Jasper tenía razón. Hacía tiempo que Zaira Levington había renunciado a su final feliz. No era la búsqueda de la felicidad lo que la propulsaba a levantarse por las mañanas y enfrentar un nuevo día. Era la persecución de un sueño. La desesperada necesidad de encontrar un propósito, una razón para justificar el horror en el que su sociedad y su mundo estaba sumergido. Justicia para los que ya no estaban. Paz para los tiempos futuros. Y talvez, un poco de venganza también. Era difícil saberlo. Ella nunca hablaba de sí misma.
—Eres un buen chaval, así que te daré un consejo gratis —declaró Jasper, terminando de comer la manzana y tirando el centro mordido por sobre el borde de la terraza, hacia los jardines de abajo—. Enamorarse nunca es buen negocio en época de guerra. Intenta evitarlo —le dijo, palmeándole el hombro. Sus dedos se entretuvieron unos segundos más, deslizándose por sobre el bíceps de Philipe con lentitud, como evaluando la mercadería —. Aunque si lo que buscas es descargar un poco de esa abstinencia que tienes acumulada, yo puedo ayudarte —agregó guiñándole un ojo de forma insinuante.
El color trepó una vez más por el cuello de Philipe haciéndole arder las mejillas, mientras que la lengua se le trababa en un intento por formular una respuesta. Jasper soltó una carcajada, divirtiéndose a su costa, y le dio una última palmada en la espalda, haciéndolo tambalearse hacia delante.
—Avísame si cambias de opinión, Marcier. No somos muchos aquí adentro, pero podemos encontrar una forma de mantenernos entretenidos —soltó al pasar Jasper, en ese tono suyo irreverente, mientras bajaba la terraza para acercarse hacia dónde Zaira paseaba, dejando atrás a un aturdido y boquiabierto Philipe.
No había forma de acercarse sigilosamente a Levington sin que ésta se percatara. Sus oídos estaban entrenados para detectar los más ínfimos sonidos que emitía el peligro cuando se aproximaba. E incluso si éstos fallaban, los años de experiencia la habían dotado de un sexto sentido para reconocer la presencia humana. Supo que Jasper se acercaba mucho antes de verlo llegar entre los rosales. Aún así, ninguno de los dos habló de inmediato.
Jasper se limitó a caminar a su lado mientras Zaira terminaba de podar las flores. En los días que siguieron a su recuperación tras la fuga del Ministerio, su mentora se había retraído todavía más. Se paseaba solitaria por los jardines y se quedaba en la terraza observando el horizonte sin decir palabra durante horas. Jasper la acompañaba la mayoría de las veces. No hablaban. Simplemente se hacían mutua compañía.
—Morgana Winchester está muerta —habló repentinamente Levignton, mientras se estiraba para llegar hasta una de las ramas más altas del rosal. No usaba magia, sino que cargaba con un par de tijeras de podar. La piel de sus manos estaba rasgada por las espinas que la arañaban cuando se introducía en espacios reducidos, entre hojas y ramillas. No usaba guantes para protegerse. Era una pequeña dosis de masoquismo, una especie de castigo autoimpuesto. Como si las pequeñas gotas de sangre que brotaban de las heridas fuesen una compensación que debía pagar por las muertes que había causado. Las personas a las que no había podido salvar. Los que habían quedado en el camino.
—Sí, me he enterado —confirmó Jasper. La noticia había llegado esa mañana de la mano de Draco Malfoy, durante una reunión fugaz que había tenido con Harry para ponerlo al corriente de lo que estaba sucediendo afuera. —¿Era tu amiga? —preguntó.
—No —respondió Zaira sin titubeos—. Pero amábamos al mismo hombre, y supongo que eso nos conectaba.
—Lo siento mucho —le dio el pésame Yaxley. Zaira torció la cabeza, sus ojos ambarinos inexpresivos entre el matorral de cabello ondulado que la coronaba.
—Yo no siento nada, Jasper —confesó, con una expresión blanca—. Creo que he perdido la capacidad de sentir.
Jasper le quitó las tijeras de entre las manos con suavidad y las dejó en el suelo a un lado. Luego, le rodeó los hombros con uno de sus largos brazos y la acercó a su cuerpo, conteniéndola.
—Vamos a tomarnos un descanso, ¿eh? —sugirió Yaxley cariñosamente—. Y talvez una manicura… Esas manos están horribles —agregó a modo de broma.
Para su sorpresa, Zaira dejó escapar una risilla. Caminaron juntos de regreso a la casa, Jasper llenando el silencio con sugerencias de colores para pintarle las uñas. Zaira se apoyó en él para caminar.
Se ha sentido como una eternidad desde la última actualización, ¿no? Pero ya estamos de nuevo en marcha. Y les he traído un capítulo bien cargado, con muchísima información y muchos POV.
Así que espero que lo disfruten :)
Como siempre, gracias por sus mensajes, y por seguir del otro lado a pesar de las interrupciones que ha habido este último tiempo... Es dificil encontrar un equilibrio en la vida cotidiana para poder sentarme a escribir tranquila.
Saludos,
G.
