CAPÍTULO 11.
Llegó la noche, y con ello la comida, o la cena, más bien. Asumí que, como había ocurrido en la última noche que compartimos habitación, InuYasha iría a por ella pues era el único con capacidad visual para poder moverse por el espacio y no chocarse con nada... pero este no se levantó en ningún momento.
Esperé por un par de minutos, sentada en la cama, sola (así había estado desde que me dejaron aquí), antes de impacientarme:
—¿InuYasha?
—Esta noche no cenaremos— respondió, como si él también hubiera estado pensando en ello (y hubiera esperado mi pregunta.)
—¿Oh?
—Tú...— suspiró, y me lo imaginé sentado contra la pared opuesta de la habitación— Tú solo confía en mí.
Supuse que el hecho de que toda yo echase de menos su contacto, anhelase su cercanía y desease tenerlo cerca... eso tenía que significar algo. Que fueran los momentos juntos, abrazada a su brazo, durmiendo apoyada en él, jugueteando con sus manos, los que me habían ayudado a sobrellevar las últimas horas de separación... Que él, insistente, hubiera estado encima de mi una vez nos separaron, nervioso y alterado... todo eso tenía que ser importante. Así que por todas esas cosas que en ese momento se amontonaban en mi cabeza, no me sorprendí cuando de mis labios se deslizó con gran facilidad un:
—Bien.
Lo escuché suspirar con fuerzas.
Y fue quizás el recuerdo de esos sentimientos y sensaciones lo que me hizo reunir la suficiente valentía y seguridad como para seguir hablando:
—Pero... ¿InuYasha?
—¿Qué?
—¿Podrías venir y sentarte a mi lado?— rodeé mi cuerpo con los brazos, medio esperando una tajante negativa.
Sentí su vacilación, una cuerda tensándose con cada uno de nosotros a los extremos.
—Kagome...
—Por favor.
Si me decía que no, no insistiría más, pero solo...
—Si en algún momento te digo...
—Recuerdo mi promesa— acepté inmediatamente, intentando que no fuera tan descarado el entusiasmo en mi voz. Lo escuché suspirar hondo, muy hondo, antes de moverse; me removí en el sitio, un poco emocionada, antes de acordarme y quedarme quieta.
Cuando llegó a la altura del camastro soltó una risita, y ese sonido se instaló en mi corazón, calentándolo. Nunca reconocería en voz alta que me había dado cuenta de que llevaba demasiadas horas sin escucharlo.
—Por ahora está todo bien, puedes moverte.
—Bien— asentí, sonriendo en la dirección que oía su voz. Se sentó a mi lado, nuestros cuerpos a un palmo de distancia. Tuve que luchar con todas mis fuerzas para evitar rodear su brazo y acurrucarme con él— ¿Está todo bien así?
Se quedó en silencio por un momento, asumí que meditando la respuesta; entonces, él mismo fue quién se pegó a mí hasta que nuestros costados estaban en contacto, desde los hombros hasta los muslos. Mi respiración se detuvo por un momento mientras mi corazón aumentó incomprensiblemente de velocidad.
—Creo que por ahora estamos bien; si mi teoría es correcta, no debería pasarnos nada— dijo él un poco inseguro aún— Pero de todas formas...
—Estaré atenta— asentí, conforme.
—Deberías descansar.
—Tú también.
Resopló.
—Humana testaruda.
—Medio demonio gruñón.
—Duérmete.
Puse los ojos en blanco, aunque me encontraba mirando al frente y dudaba que él hubiera podido verlo.
Nos volvimos a sumir en el silencio, y conforme los segundos pasaba, iba sintiendo como mi corazón se ralentizaba y mi conciencia poco a poco se iba a aletargando. La noche anterior al final apenas había podido pegar ojo y el insomnio, junto a la preocupación y el estrés, estaba pasándome factura. Además, con InuYasha a mi lado me sentía tres mil veces más segura, incluso aunque él estuviera empecinado en mantener las distancias.
—Kagome.
—¿Hm?— pregunté, medio dormida ya.
Juraría que sentí una mano tocándome la cabeza, tirando de ella con suavidad para que esta descansara en... algo ¿puntiagudo?, ¿cálido? Me acomodé para estar más cómoda.
—Yo...— oí una voz lejana, una que no supe reconocer bien por mi incipiente inconsciencia— no dejaré que nada de pase.
Algo me rozó la mejilla, un caricia efímera.
—Descansa. Yo velaré tus sueños, te lo prometo... Kagome.
·
0-0-0
·
Cuando desperté al día siguiente, me sentí maravillosamente reconfortada; rodeada por unos brazos, con el rostro escondido en un pecho. Lentamente fui volviendo a la consciencia, el aroma tan familiar de InuYasha penetró por mis fosas nasales y causó un gran revuelo en mi estómago. Quise hacerme la dormida por más tiempo, pues odiaba la idea de apartarme de este pequeño remanso de paz y seguridad ahora mismo, pero él debió sentir el cambio en mi cuerpo porque sus brazos se tensaron.
—Bu-buenos días— exclamé alejándome rápidamente, incorporándome hasta quedar sentada a su lado.
Todavía sentía el calor de su cuerpo rodeándome como una pesada y agradable manta.
Bostecé debido a los últimos resquicios de sueño y me estiracé intentando no golpearle sin querer.
—¿Dormiste bien?
Intenté encontrarle algún tono... no sé, en realidad, qué estaba buscando; quizás algún indicio que me dijera que él también estaba nervioso por lo que había pasado, por cómo nos habíamos despertado; pero su pregunta sonó de lo más banal y tranquila. Intenté tomármelo con calma. Actuar también como si nada raro hubiera pasado.
—Sí.
—Bien.
La trivialidad del momento se enroscó en mi piel y me causó urticarias.
Al menos, InuYasha había tenido razón y lo que sea que había hecho, nos había conseguido una noche tranquila.
·
·
Palabras: 926
Chicos, último remanso de paz, advierto. Agárrense fuerte porque vienen curvas.
