CAPÍTULO 12.

El día pasó con una brumosa sensación de eternidad.

La tarde se dilató como si fuera días, y el silencio entre nosotros se volvió como una pesada capa que con cada segundo se iba asentando más y más sobre mis hombros. InuYasha se había alejado de mi una vez más después de que nos despertáramos y se había sentando al otro lado de la habitación, suponía que de espada a la pared. Ni él y yo habíamos abierto apenas la boca en las horas siguientes y la tensión de nuestros cuerpos se clavaban en mi pecho, retorciéndolo de dolor. Casi no sentía la... familiaridad con la que nuestros cuerpos y almas se habían relacionado cuando apenas nos habíamos conocido.

Por primera vez desde que me metieron en esta celda oscura, sentía como la oscuridad podía engullirme en cualquier momento.

Suspiré por, ¿quinta? ¿sexta?, vez en lo que creía que sería una hora. Acomodé las piernas, estirándolas delante de mi, y me puse a escribir en la piel de mi codo: Kagome. InuYasha. Oscuridad. Sonomi. Sonomi. Sonomi.

De pronto, la puerta del pasillo se abrió con un fuerte estruendo y escuché el sonido de las pisadas de más de una persona acercándose a dónde estábamos nosotros. Mi corazón saltó con fuerzas, así como mi cuerpo cuando me levanté rápidamente para quedar de pie junto al camastro de cara a la puerta. Un segundo después sentí una ligera brisa moviendo mis cabellos y noté la presencia de InuYasha justo delante de mí.

La puerta de la celda se abrió y mis visión se tornó borrosa por la repentina luz que se adentró en la habitación. No era mucho, lo justo que podía desprender un par de antorchas en el pasillo, así que mis ojos no tardaron mucho en adecuarse.

Mi respiración se detuvo cuando, ante mi, me encontré con una pared albina y roja. Y aunque ahora mismo había problemas en los que debía enfocar mi atención, no pude evitar sentirme emocionada al ver que, efectivamente, su cabello era del color de los rayos de la luna, tal y como yo me lo había estado imaginando desde que me lo contó.

—¡Largo de aquí!— gritó InuYasha, inclinándose delante de mí en una postura defensiva.

—No queremos nada de tu puta, bestia. Venimos por ti— gruñó uno de los tres hombres que se quedaron aguardando la puerta, como si, pese a ir los tres armados hasta los dientes, tuviesen miedo de ser mordidos.

Ante sus palabras, mi corazón se detuvo e inconscientemente, extendí la mano para aferrarme a la parte de atrás de su traje escarlata.

El cuerpo de InuYasha se irguió, cubriéndome por completo, y les profirió un rugido bajo en respuesta.

—Toma.

Algo cayó a los pies de InuYasha, quién no hizo el amago de cogerlo.

—Bébetelo.

Un gruñido.

—¡He dicho que te lo bebas, maldita escoria!— gruñó el mismo hombre. Escuché las cuerdas del arco tensándose y mis dedos se agarrotaron en torno a la tela.

—No.

—Bastardo hijo del demonio— exclamó su compañero— No te creerás que eres más listo que nosotros, ¿verdad? Bébete ese maldito odre si no quieres que te clavemos todas las flechas de nuestros carcaj.

¿Pero qué pasaba? ¿Por qué esa repentina necesidad por que InuYasha bebiera?

¿Tendría que ver con que InuYasha me dijera anoche que no tocáramos la comida? ¿Es que pensaban envenenarnos?

—Antes tendréis que pillarme— respondió InuYasha en tono chulesco— O no dejar que llegue a vosotros primero.

Los hombres se burlaron, aunque se notaba la tensión que emanaban.

—Estás acorralado. Somos tres contra uno. Y como no hagas lo que te digamos por las buenas, te aseguro no te gustarán las consecuencias. Bébetelo y nos marcharemos sin haceros nada. Si no lo haces... bueno, te mataremos. En realidad, una escoria como tú podemos encontrarla en cualquier parte... y cuando tú ya no estés, nos quedaremos con tu puta. Ella sí es más tranquila y... sumisa. ¿Qué? ¿Te gusta más esa idea?

Si el rugido que perforaba su pecho y la rigidez de sus músculos ayudaban a intuir su desacuerdo, la postura de ataque que puso en ese momento lo dijo todo. Espalda inclinada hacia delante, rostro mirándolos fijamente, manos y garras preparadas para desgarrar en cualquier momento.

No, no le gustaba nada la idea.

Apenas alumbrados por la tenue luz de la habitación, me pareció ver como se removían nerviosos en el sitio, pero no dieron un paso hacia atrás y siguieron apuntándonos (a él) con las armas.

Escuchando los latidos de mi corazón en la cabeza, mis piernas empezaron a temblar de la tensión, aunque no dejé que se mostrara. Tenía que permanecer fuerte y segura con InuYasha; estaba segura de que él haría lo que fuera para protegerme: a fin de cuenta, su actitud y postura demostraba todo lo que no salía de sus labios.

—¿Qué? ¿Qué piensas hacer?

—Me lo beberé— respondió entre gruñidos después de un ahogado silencio— Pero sáquenla de aquí.

Oh, InuYasha...

—¡Hazlo y cállate la boca! ¡No tenemos todo el puto día!

InuYasha se tensó y gruñó por lo bajo. Lentamente se inclinó para coger el recipiente del suelo; acción que realizó sin apartar la mirada de ninguno de ellos, casi como un animal salvaje que no apartaba la mirada de sus víctimas.

Cuando lo tuvo en sus manos, inspiró hondo, y entonces...

Me miró, y de pronto me encontré con el dorado más brillante y hermoso que jamás había visto. Mi respiración se detuvo, impresionada.

No lo hagas, quise decirle, pero mi cuerpo no respondía.

No me moví, atrapada como estaba por sus ojos repentinamente oscurecidos, en el momento que InuYasha se llevó el odre a los labios y empezó a beber.

·

·

Palabras: 962


¡Segunda parte!

PD: una nueva noche "loca" y esta vez acompañado de Kagome... ¿en qué acabará?