Las flores también arden.
Ya saben, Bleach pertenece al maestro Kubo.
Capítulo: Dispersión.
Karin se había tomado con responsabilidad la tarea de servir a su escuadrón, procurando de todo corazón dar siempre lo mejor de sí. Constaba en su reputación jamás haber entregado un solo informe fuera del plazo establecido. Sus colegas lo sabían. Por ello había sido ascendida a quinta oficial apenas ocho años después de ingresar, un ascenso bastante rápido por lo que tenía entendido. Se sentía bien, acogida y feliz en su lugar de trabajo. El décimo escuadrón era una comunidad, y estaba bien integrada a ella. Se había ganado su lugar.
Fue precisamente la pérdida de esa sensación de comodidad tras su entrenamiento hueco lo que la hizo sentir tan vacía, irónicamente. Si bien su proceso con los vizards había sido calificado como secreto y su licencia médica justificada como un periodo de descanso en virtud de la lesión sufrida en el entrenamiento con Matsumoto, Kurosaki sabía que la confianza cultivada con sus superiores se había agrietado por su culpa.
La teniente rubicunda estuvo claramente furiosa con ella, pero tras reprenderla como lo haría una madre, terminó por acunar su morena cabeza entre sus brazos y hundirla en su su pecho sustancioso. Karin se dejó abrazar sin emitir una sola queja.
—Lamento que no me hayas considerado lo suficientemente confiable como para decirme sobre tu revelación hueca — Le dijo en voz baja: — Estoy aquí para tí, tan extraoficialmente como lo necesites, querida.
—Matsumoto, tú no hiciste nada malo. — Le confesó. — Lamento tanto no haberlo dicho antes, de verdad pensé que estaba solucionado y…
Karin no había querido que las cosas cambiaran, a eso se redujo de cierto modo. Si les confiaba que traía un hueco en el fondo de su mundo interior, no volverían a verla igual: de eso estaba segura. Sin embargo, las cosas habían terminado de esa manera independientemente de cuánto se esforzó por evitarlo.
¿Cuántas veces había estado al borde de contárselo a Toushiro?
Ugh, su capitán: él simplemente pretendió que nada había pasado. Karin hubiera preferido que la aleccionara, o incluso que estuviera enfadado, pero la indiferencia había sido lo peor. O lo mejor, en el caso de que su intención hubiera sido hacerla sentir tan malditamente culpable como se sentía.
Se molestó con él, ella no había estado obligada a darle a conocer su problema hueco. Shinji había puesto en conocimiento al capitán general sobre la situación y, por lo tanto, era su decisión personal compartirlo con sus allegados y superiores o reservarlo para sí misma.
Después de todo no había firmado ninguna forma al respecto y se arrepintió de lamentar no haberle dicho antes: se estaba comportando como un mocoso berrinchudo y lo detestaba.
Por su parte, decidió que ambos podrían tomar esa estrategia y se abocó a sus tareas, esperando que su malhumor para con ella se diluyera con el tiempo: lo cual no pasó. Un mes luego de que se reintegrara al décimo escuadrón, Karin quería sacudirlo bruscamente por no darle ni una mirada. Contempló la bandeja de té que usaba para disculparse tácitamente con él cuando metía la pata, pero ¿realmente debería disculparse en primer lugar?
De nuevo, contarle o no había sido una facultad que ejerció. En su momento pensó que era innecesario y que hubiera cambiado la dinámica laboral que tanto disfrutaba ¿Por qué él no podía ser tan comprensivo como Rangiku?
Karin se sirvió un poco de té y volvió al despacho de los oficiales sentados que le correspondía. Estaba sola aquella mañana y se sentía fuera de su eje. Era claro para ella que Toushiro se había convertido en un gran amigo, y que su enojo y distancia hacia ella la enojaba porque en el fondo sus acciones la herían. Ella bebió el líquido en la quietud y soledad de su despacho, sintiéndose más sola que nunca en la oficina.
Si debía ser sincera e intentaba ponerse en su lugar, supuso que facultad suya o no, también se hubiera sentido herida por la falta de confianza. Eran amigos, se dijo, y sin embargo ella no había confiado en él. Karin logró ponerse en sus zapatos y entendió, o creyó haberlo hecho. Toushiro siempre se había comportado intachablemente con ella. Era un amigo sincero, siempre dispuesto a oírla, que toleraba sus tonterías y la trataba con el más profundo respeto. Sin embargo, se dijo, él no habría podido respetar la tan certera línea que habían trazado entre su amistad y su trabajo.
Estaba tan segura entonces, como lo estuvo en su momento, de que Toshiro no habría sido capaz de ignorar su condición hueca en el trabajo: la hubiera puesto bajo constante observación siempre a la espera del peor de los desastres. Había resultado herida pero había disfrutado de otros buenos seis años como una shinigami común y corriente. Le había costado mucho adaptarse sólo para ser catalogada como peligrosa tan rápidamente. Suspiró, resignada: debería hablar con su capitán.
Salió de la oficina cuando el sol ya había caído, sin ninguna ofrenda de paz entre manos salvo su resolución. Entró en el hall donde su capitán seguía trabajando y se sentó frente a él sin invitación o aviso. Toushiro no levantó los ojos de su trabajo sino un largo momento después y depositó su pluma sobre su soporte mirándola sin decir ni una palabra.
Joder, ¿tenía que ser un tipo tan difícil?
—Sé que estás enojado, pero quiero que sepas que confío en tí. Si te lo hubiera dicho como mi amigo no habrías podido evitar actuar como mi capitán. — Explicó, y haciendo acopio de su valentía continuó hablando. — Y si te lo hubiera dicho como mi capitán, Toushiro, te habrías vuelto paranoico conmigo: no pensé que fuera un problema. Pensé, con toda sinceridad, que estaba solucionado y nunca se convertiría en algo de importancia.
Él cruzó los brazos sobre su pecho, una manera de poner distancia que su subordinada conocía: la conversación no iba a ser fácil. El cejo fruncido y el modo en que entrecerró los ojos le permitió darse cuenta de lo mucho que la situación lo estaba molestando.
—Como mi subordinada debiste decirme. — Afirmó, rebatiendo sus explicaciones. — Sin embargo, no lo hiciste: fuiste con el capitán Hirako Shinji porque sabías que podría ser un problema si no te ocupabas.
—Fui con Hirako porque él tiene un hueco y sabría si era o no un problema: lo sellamos.
—No lo sellaron definitivamente, tu hueco volvió. — Su tono de voz bajó mientras sus sentimientos subían. — Si existía la mínima posibilidad de que te convirtieras en un peligro ¿por qué no decirmelo? Soy tu jodido capitán, Kurosaki.
Suenas bastante territorial, Toushirou, Hyorinmaru interrumpió, eligiendo las mismas palabras que el mencionado capitán había usado para molestarlo.
¿Y ahora me provocas tú, Hyorinmaru?
—¡No sabíamos que era un peligro!— Contestó ella, tratando de mantener la calma con la furia bailando en sus venas. — ¡Limité mi entrenamiento al principio porque estaba asustada! ¡Comencé a entrenar con toda mi fuerza porque de verdad creí que estaba bien! ¡El capitán general sabía y él pensó al igual que nosotros que estaba bien!
Karin tomó una respiración profunda y sintió que se le subía el color al rostro a causa del enojo. La conversación se le estaba escapando de las manos.
—No yo. — Él respondió, y Karin luchó consigo misma para evitar responderle. — Fuiste ingenua, en el peor de los escenarios la respuesta es siempre la misma: debiste decírmelo.
Karin levantó la barbilla, tragándose lo que esperaba que no fueran ganas de llorar; ya fuera de enojo, rabia o algo más. Apretó los labios y sintió que la temperatura de la oficina se enfriaba. Los ojos verdes de Toushiro, tan pacíficos como los encontraba normalmente, en ese instante parecían arder.
— Fui con el capitán Hirako, pensé que estaba todo controlado.— Karin contó hasta diez, estirando los dedos de sus manos en un intento por serenarse. — Actué como debía, reporté a quien debía y me ocupé como se debía del tema. No tienes nada que reclamarme, puedes estar ofendido como mi amigo, pero no como mi capitán.
Karin se inclinó y al incorporarse fijó sus ojos negros en los verdes frente a él, dispuesta a irse habiendo dicho ya todo lo que tenía en su mente. Toushiro se levantó de su asiento en un instante y le tomó la muñeca en búsqueda de retenerla. Se veía conflictuado cuando abrió la boca sin emitir una sola palabra. Karin dejó caer su brazo, pero se quedó en su sitio.
—Fuiste irresponsable, Karin. Estoy furioso porque te expusiste y nos expusiste a un peligro; por grande o pequeño que fuera. — Hitsugaya se acercó a ella — Me ocultaste información.
—La persona que más sabe sobre huecos me dijo que las posibilidades de que pasara lo que sucedió eran ínfimas, pensé que nunca iba a ser un problema y por eso no te lo reporté: él tiene tu mismo rango y mayor conocimiento en estas cosas. Yo actué bien. — Se defendió, sintiéndose atacada sin un motivo claro, y luego otra conclusión llegó a ella en un momento de iluminación: — Ay, Dios santo, dime algo Toushiro: ¿te molestó que acudiera a Hirako y no a ti? ¿Es eso? ¿Sabían sobre el asunto él y el capitán general pero no tú? No utilices el deber para justificar tu ego herido.
Toushiro parpadeó, la idea jamás le había pasado por la mente. Su primer impulso fue negarlo, decirle que estaba confundida si pensaba tan poco sobre él. Pero su amistad con Karin le había mostrado algo a lo largo de los años: ella podía leerlo mejor que él mismo en ocasiones. Y esa era una de ellas. Avergonzado por el descubrimiento y descolocado por la nueva lectura de sus revoltosas emociones retomó la conversación con ella abandonando su espíritu belicoso. Había una maraña de emociones que aún no podía desentrañar, le costaba entenderse a sí mismo por momentos.
—Tienes razón, yo lo lamento. — Decretó, digiriendo la novedad. — Me heriste al no buscar mi ayuda, incluso aunque no era la persona propicia para ello. Aunque pensé que, cómo amiga mía, lo habrías compartido conmigo esa era tu elección, fue mi ego el que habló a través de mí. De nuevo, tienes razón: si Hirako no lo consideró un problema ¿cómo podrías haberlo previsto tú?
Karin temió el giro de los acontecimientos cuando los ojos de Toushiro adquirieron nuevamente esa furia contenida.
—El problema fue la mala evaluación de Hirako.
Bueno, pensó Karin, al menos ella ya no era el objeto de su mala leche. Se compadeció de Hirako, pobre tipo. Pero pensó que no debía tentar a su suerte, se encogió de hombros intentando quitarse la mala sensación del cuerpo.
—¿Uh, entonces estamos bien?— Consultó, sin saber que a partir de ese momento la ya tensa relación de su capitán con el de la quinta escuadra se afianzaría.
El maldito ego de los hombres, pensó. Denki no Inazuma refunfuñó en su mente, con otra evaluación que no le compartió.
Una vez que superó el bloqueo que el hueco había estado causando en ella, Karin avanzó a ritmos vertiginosos en el manejo de su espada. Se sorprendió enormemente cuando su zanpakuto tomó una nueva forma al liberar su shikai: resultaba que no era una mera espada larga sino que se transformó en una naginata. Rukia, con quien había estado entrenando en esa ocasión, lanzó un silbido largo en sorpresa.
—Esto va mucho más contigo ¿no? — Expresó mientras admiraba el arma.
La muchacha se había dado cuenta rápido que el entrenamiento con la espada era un dolor de cabeza para ella, y que estaba naturalmente orientada a otros estilos más propios a la nueva liberación de su shikai: una naginata afilada y certera tenía sentido.
Si bien podía defenderse perfectamente en el manejo de una espada, decidió que dedicarle tanto tiempo en lugar de ir por lo que era más útil para ella era una tontería. De modo que se abocó primeramente por aprender el uso de una naginata; que no era una cosa sencilla. Renji la derivó de inmediato con el tercer oficial de la doceava escuadra, Madarame Ikkaku. Un lado de ella rememoró el incidente en las barracas del décimo, pero ambos habían dejado eso muy atrás.
Ikkaku la recibió entusiasmado, era la hermanita de Ichigo después de todo y era, por lo tanto, prometedora. No obstante, su primera impresión fue ceder al instinto de subestimarla.
Karin era de contextura pequeña, aunque con seguridad debía superar el metro sesenta. Parecía que su uniforme estuviera a punto de tragársela y tenía un rostro aún infantil. Pero para alguien cuya teniente había sido una aspirante al metro, ese instinto de subestimación era fácil de dejar de lado.
—Bueno, bueno. — Le sonrió, gamberro. — Veámos que puedes hacer.
Entrenar con el tercer oficial fue arduo. Renji le había advertido que Madarame sería un maestro formidable y exigente, que la golpearía sin rodeos y que consideraba "tratarla como una dama" casi un insulto a su fuerza. Se comportó de esa manera, atacándola sin rodeos una vez que aprendió las nociones más básicas de luchar con un arma larga.
Usar una naginata fue complicado al principio y Madarame era un contrincante feroz encuentro tras encuentro. Una vez entusiasmado no hubo manera de que le diera tregua hasta que se desplomara en el suelo sin energía. Eso les tomaba casi cuatro horas de entrenamiento diario tras un par de meses de formas básicas.
Karin se presentaba a trabajar puntual, pero sin un ápice de deseo de moverse. Solía desmoronarse en su escritorio y dormir pequeñas siestas en el sofá del décimo escuadrón. Matsumoto se reía de ella pero la dejaba dormir sin darle muchas vueltas al asunto, mientras su capitán se limitaba a girar los ojos y dejarla en paz.
Una vez que comprendió cómo debía moverse y cuáles eran las verdaderas formas de sus ataques, todo pareció desenvolverse con mayor facilidad. Madarame continuó azotándola con entrenamiento durante meses. Le tomó varios meses poder seguirle el ritmo al oficial calvo, pero pudo sostenerle una buena lucha trás seis meses de entrenamiento. Así, el otoño se esfumó y la primavera vino y se fue. Al final del mes de junio, con los calores veraniegos asomando, Ikkaku determinó que sería la última vez que se enfrentarían.
—Ya te enseñé bastante, no seas una niñata engreída y dale forma a tu propio estilo de pelea. — Se encogió de hombros, dejando volver a su zanpakuto a su forma sellada. — Y cuando lo tengas, vuelve: veamos si puedes seguirme el ritmo como contrincante y no como maestro.
—Para cuando menos te lo esperes mi shikai barrerá el piso con el tuyo.— Afirmó, luchando para sosegar su respiración.
El shikai de Karin constaba de tres ataques bien definidos: "senkōdan" (bala de destello), "Kattingumūn" (luna cortante) y Raitoningujeiru (prisión de relámpagos). Las primeras dos, de carácter ofensivo, habían supuesto gran dificultad a su usuario para manejarlo correctamente. Denki no Inazuma se burló de ella en el fondo de su mente cada vez que se caía de bruces ante el impulso del senkōdan, como si no fuera suficiente la risa desfachatada de Madarame.
Su senkōdan se manifestaba como una serie de impulsos eléctricos - que simulaban esferas que giraban a un ritmo vertiginoso sobre sí mismas - que se formaban velozmente en el filo de su arma. Habían sido tan abrumadoramente absorbentes que a Karin le tomó mucha práctica entender cómo impulsarlas y dirigirlas. Pronto entendió que incluso fuera de su alcance podía mantener control sobre ellas, aunque eso fue mucho más instintivo de lo que creyó.
La segunda técnica era bastante similar al getsuga tensho de su hermano, aunque giraban como decenas de cuchillas giratorias mucho más pequeñas en comparativa.
Su tercera forma le resultaba especialmente complicada, después de todo le significaba aislarse a sí misma con una suerte de muros de rayos que convocaba con un mero cambio de postura. Era útil en caso de una retirada, pues servía de muro defensivo ante un ataque.
Ikkaku la había pasado mal cuando chocó con ella, la cual le dio una fuerte descarga eléctrica que le hubiera puesto los pelos de punta de haber tenido alguno para empezar. Tras estremecerlo e impulsarlo cuarenta metros detrás en virtud de la onda de choque Karin casi sintió lástima por él: estaba todo chamuscado.
Le restaba dar lo mejor de sí misma para perfeccionarse, se sentía extraña todavía en uso de su shikai y sus técnicas. Los rayos simples, a los que era inmune, eran sencillos de convocar y hacían temblar la tierra. Karin pensó que podía acostumbrarse a esa sensación, mientras se despedía del tercer oficial y se dirigía al hogar Shiba: quedaban varias semanas para el festival de verano y aún tenía pendientes varios pedidos de fuegos artificiales.
Lo cierto fue que ese año no estuvo satisfecha con el resultado de su producción para el festival conmemorativo, lo cual la fastidió.
¿Cuándo había comenzado Karin a domar al trabajólico capitán? Matsumoto no estaba del todo segura, pero cuando quiso darse cuenta la oficial deslizaba una taza de té en la mano del hombre con toda naturalidad.
Rangiku procuraba tragarse la risa, pero no podía evitar comparar a su capitán y el té con un bebé y sus siestas, así se lo había hecho saber a Karin en su momento.
A las once de la mañana, tres horas y media después de que empezara su día laborable, Karin comenzó a depositar a diario una bandeja con té oolong para su capitán y si éste estaba de suerte, algún bocadillo extra. Lo que había comenzado como un medio para engatusarlo, conformarlo, o mejorar su humor se había convertido en algo diario luego de que Karin hiciera las pases con él tras su entrenamiento hueco.
Al principio, cuando ella interrumpía su trabajo para forzar una taza de té en sus manos Toushiro había protestado - con mayor o menor grado de hosquedad - y trató de ignorarla.
—Si no descansas quince minutos la vista, te quedarás ciego en unas décadas. Además, es un excelente té y no me gusta beberlo sola. No me hagas esa cara, Toushiro, no hay nadie aquí además de nosotros.
Era cierto que Matsumoto solía tomar su hora del almuerzo una hora antes de lo normal, y por eso podían encontrarse solos en la oficina. Karin levantó una ceja, casi tentándolo a protestar, y con determinación se sentaba a su lado con una segunda taza de té.
—Si alguien entra, ¿cómo le explicarás esto? — Preguntó él, reacio y ligeramente avergonzado.
¿Por qué lo hacía sentir como un adolescente tonto? Era un capitán shinigami, por todo lo bueno.
—¿Que estamos bebiendo té? — Se burló ella. — Muy sencillo, "¿quieren un poco de té? ¡Está delicioso!"
Matsumoto se les unía de vez en cuando si se encontraba en su oficina en aquel horario -cosa que era infrecuente pero ocurría-, aunque Hitsugaya estaba seguro de que deslizaba sake en su taza si se le daba la oportunidad para ello. Nunca había podido pillarla con las manos en la masa y Karin fingía desconocimiento cuando la interrogaba al respecto; respondiendo con una sonrisa picaresca que jamás había visto beber a su teniente en horario laboral.
Trabajar con menor intensidad siempre era bueno porque significaba que la paz nuevamente se había asentado sobre sus cabezas y en sus puestos de trabajo. Sin embargo, las tareas administrativas propias de su cargo nunca habían esquivado al llamado niño prodigio; de modo que siempre tenía algo para hacer.
Toushirou soltó un suspiro de agotamiento tan pronto como Matsumoto depositó una nueva pila de carpetas y legajos en su escritorio.
No importaba cuánto se desarrollara su cuerpo, seguía sintiendo ese espacio inmenso y siempre se mantenía lleno de pendientes.
Cuando había aceptado el cargo de capitán sabía a qué atenerse, pero Isshin Shiba siempre lo había hecho lucir más simple de lo que era. Se consideraba competente para el cargo, y Matsumoto solía recordarle que ser demasiado meticuloso era lo que lo demoraba.
"Debe aprender a relajarse" era una frase que se le decía mucho, Hinamori había aventurado que en su necesidad de probar su valía dejaba todo de sí mismo en su labor.
—¿Acaso no confías en tus subordinados? — Preguntó su teniente. — Sus primeros tres oficiales realizan estos informes, yo misma los reviso; capitán.
Aprender a confiar en sus subordinados era difícil para alguien que se había acostumbrado a hacer todo solo, incluso cuando era un tercer oficial se sentía obligado a comprobar puntillosamente todo al detalle. No obstante, comprendió que esa minuciosidad era percibida por sus shinigamis como desconfianza.
No podía supervisar por completo el desempeño de cada uno de los integrantes de su escuadrón, si bien les tomaría un siglo recuperar sus antiguos números no eran una unidad escasa de personal. Empero, su teniente tenía razón: debía aprender a llevar las riendas de su escuadrón sin tirar de ellas todo el tiempo.
Los tiempos de paz, y las cicatrices de la guerra, no necesariamente debían mantenerse como algo malo. Toushirou lentamente delegó el trabajo, con cierto recelo y temor, aunque siguió siendo el primero en llegar y el último en irse.
—Capitán, me voy ¡que tengas un buen fin de semana! — Le deseó su quinta oficial antes de salir.
Toushirou asintió y la despidió con un movimiento de la mano: la escuadra siempre se sentía un poco vacía cuando Kurosaki finalmente se iba. Miró el reloj, era extraño que ella se fuese tan pronto. Se encogió de hombros, recondándose que no era su asunto.
Lo cierto era que ella tenía una reunión pendiente con la capitana Kuchiki, a quien esperó pacientemente fuera de su escuadrón. Habían quedado para cenar en el hogar de los Abarai, y Karin no se sentía cómoda sencillamente apareciendo en los terrenos del clan Kuchiki por muy amistosa que fuera la relación. Prefería llegar con la heredera del clan en lugar de lidiar con sirvientes que solían mirarla con condescendencia.
—¿Cómo vas con la nueva liberación de tu shikai? — Consultó Rukia, cuando estuvieron ya sentadas a la mesa.
—Muy bien, lo tengo completamente dominado. Quiero ponerme con el bankai, pero no he progresado tanto como quisiera — Confesó. — Toushiro insiste en que no hay necesidad de presionarme pero ¡qué fastidio! Inazuki no Denki no colabora demasiado.
—Y tiene razón. — Renji terció, depositando una fuente con tempura en el centro de la mesa. — No tiene sentido exigirte a ese nivel cuando vas bien, poco a poco. A la mayoría le toma décadas siquiera dar con su bankai.
—Dios, suenas como él.
—Porque es lógico. — Le riñó. — Ahora come, la fritura fría no es tan deliciosa.
Con Ichika asistiendo a algunas clases en la academía la casa se sentía un poco vacía, aunque la pareja seguía tan unida como siempre lo había sido.
—Si yo fuera tu capitana, ya tendrías dominado el bankai. — Rukia dijo, un poco en broma y un poco en serio. —No me andaría con tonterías.
—¿Ah, sí? — Karin se sirvió más arroz. — Aún no me lo perdonas ¿No?
—Fuiste seducida, yo lo sé.
—Absolutamente.
—¿Deslumbrada?
—Los ojos, ya lo dije.
Renji masticó incómodamente en su sitio. Sabía perfectamente que estaban bromeando, especialmente porque era una burla reiterada que había surgido en una reunión de mujeres shinigamis, pero nunca terminó de estar bien con ello. Se sentía tremendamente irrespetuoso mofarse al respecto.
—Oh, Renji, relájate. — Lo codeó su esposa.
—Si el capitán Hitsugaya las escuchara… —Dijo, imaginando el décimo escuadrón congelado.
—Oh, pero si le tomamos el pelo al menos una vez por semana. — La oficial comentó —Matsumoto siempre le dice que sonría más, que así tendríamos más reclutas.
Renji lucía mortificado y luego lo pensó.
—En realidad, no recuerdo haberle visto sonriente. — Meditó, cruzándose de brazos. — Y he visto sonreír hasta a mi capitán.
Karin se encogió de hombros y se sirvió una segunda porción de tempura. Su capitán era bastante estricto y riguroso, pero cuando conversaban como amigos y no como shinigamis en funciones ocasionalmente se distendía lo suficiente para soltar una o dos risas que procuraba apretar. Karin pensaba que se apenaba, aunque fuera un sinsentido.
—¿Presentarás tus fuegos artificiales este año de nuevo?
—¡Absolutamente! — Los ojos de Kurosaki brillaban. — Con el entrenamiento de mi shikai me atrasé bastante el año pasado, pero este año lo di todo de mí.
Mucha gente decía que lo que se hereda es imposible de hurtar, y así fue para Karin respecto al negocio familiar de los Shiba. Por mucho que no llevara su apellido, como miembro formal del clan, Karin disfrutaba mucho la confección de fuegos artificiales. Era casi tan buena como Kukaku, y sus compradores lo sabían.
—Entonces los esperaremos con ansias en el festival conmemorativo. — Rukia sonrió. —Tus compañeros del décimo parlotean sin parar sobre tus flores de fuego.
—Me tomó años quedar conforme con ellas, pero son dignas de presumir.
Durante la semana sus colegas y compañeros shinigamis le habían dado ánimos, y prometían esperar su espectáculo con amplias sonrisas. La quinta oficial estaba orgullosa de su trabajo como cegadora y, a su vez, de su pasatiempo como artista de fuegos artificiales. Donde Kukaku era conocida por el esplendor y diseños ornamentales en el cielo, Karin había tomado reconocimiento como creadora de "auténticas flores de fuego fatuo" que morían en delicados pétalos de luces.
Sus flores de fuego ya estaban preparadas y listas para que su primo las encendiera ese viernes próximo. Karin estaría mintiendo si dijera que no se emocionaba cada año como si fuera el primero. Los fuegos artificiales la conectaban en línea directa con su vida en el mundo humano especialmente a su niñez acompañando a su hermana a los festivales.
Había algo transformador en el olor del verano, las luces refulgentes estallando en el cielo y el dulce caramelo deshaciéndose en su boca. La hacía verdaderamente feliz. Sin embargo, ese año el periodo más festivo coincidía con uno de los más estresantes laboralmente: las auditorías.
En esos tramos finales de cada semestre, previo informe a gestión y rendimiento, Toushirou se quedaba hasta tarde cerrando las notas que debería elevar a esta oficina de calidad que - Dios sabría por qué- su capitán general había inventado con la excusa de tener información actualizada del rendimiento de cada escuadra de manera constante. Si bien se limitaba a compilar datos y resumirlos en una breve exposición le tomaba tiempo.
Normalmente Matsumoto se quedaba con él controlando los datos, aunque de vez en cuando la liberaba de forma anticipada. Estaban en una de esas oportunidades en las cuales Rangiku podía irse antes a casa; cuando Karin le acercó una última taza de té y algunos esponjosos mochis. Toushirou no sabía lo mucho que deseaba algo dulce hasta que ella se acercó, casi podría suspirar de agradecimiento.
Subió la vista para agradecerle el gesto y perdió la voz un momento. Karin llevaba una yukata de despiadado rojo y el cabello inusualmente trenzado sobre su cabeza. Se veía no hermosa, sino brutalmente deliciosa.
—No te quedes hasta muy tarde, hoy es el festival. Te perderás mis flores. —Dijo ella con severidad, nunca siendo consciente del impacto que tenía en el joven.
Ciertamente, recordó, ese año coincidían los informes semestrales con el festival conmemorativo. Tomó nota del bordado de las mangas de la yukata estival y disimulando cualquier tipo de timidez le prometió tomarse un descanso para verlos.
—Por cierto, Toushirou — mencionó mientras iba de salida. — vamos a comer más tarde si puedes, tú invitas.
Karin le sonrió con alegría, y Toushiro pensó que ese breve salto de su corazón cuando ella le dirigía ese tipo de expresiones se estaba convirtiendo lentamente en un problema para él. Uno que se había estado negando a abordar.
El perfume femenino dulce y picante perduró en el aire incluso cuando ella abandonó el recinto, y algo en él le recordaba la pólvora. Un par de horas más tarde el capitán selló finalmente los dorsos del informe de gestión, y lo sorprendieron los estallidos de los fuegos artificiales detrás de él. Se acercó a la galería del escuadrón con la bandeja de mochis en mano, sentándose al borde y contempló las flores de fuego de su subordinada.
Suspiró. Sí, ese sentimiento en el fondo de su estómago se negaba a morir. Engulló un mochi, inseguro sobre sus emociones.
Encontrándose solo en la intimidad de su escuadrón se permitió pensar al respecto con el ruido opaco de los últimos fuegos artificiales de fondo. Si era sincero consigo mismo, no tenía dudas de que se sentía atraído por la oficial; aunque no estaba listo para explorar la extensión de tales sentimientos. Entendía que con prescindencia de lo alto que fuera su rango seguía siendo un alma y tenía emociones y anhelos como cualquiera. No significaba, por supuesto, que fuera a hacer algo al respecto. Ella era su amiga de bordes afilados e interior cálido. El tipo de mujer que lo enfrentaba sin miedo y luego le preguntaba en qué podía ayudarle.
Mordisqueó la suavidad del último mochi de la bandeja. Ciertamente no estaba haciendo nada por evitar que esos sentimientos crecieran en él tampoco. Sabía por experiencia que cualquier límite que le pusiera, Karin lo transgrediría sin temor. Como buena Kurosaki seguía su corazón y rara vez tomaba en cuenta lo que no consideraba apropiado.
Cerró los ojos y disfrutó del leve aroma a pólvora en el aire veraniego, luego se levantó y cerró su oficina. No tenía sentido darle vueltas al asunto, tarde o temprano esas sensaciones se consumirían a sí mismas y no serían más que un recuerdo incómodo que abandonaría al fondo de su mente.
Al menos eso pensó, mientras se vestía con un traje sencillo y caminaba hacía el distrito oeste. Allí, con cintas ahora decorando el trenzado, Karin se acercó a él.
—Encontré un puesto de yakisoba que tiene una reputación excelente. — Le dijo, casi burbujeando en su buen ánimo. — Y si su aroma da fé, será estupendo.
Karin lo guió hasta el puesto mencionado y Toushirou no pudo sino reconocer que sí, el yakisoba era muy bueno. Ella sorbió los últimos rastros del platillo y pidió un poco de sake.
Hitsugaya se preguntó si era el único que notaba cómo la luz cálida de las farolas que adornaban los puestos del festival parecían dar a la piel femenina un aspecto tan terso.
—Si estás cansado, deberías irte a casa — Ella interrumpió su tren de pensamiento.
Toushiro se frotó los ojos enrojecidos por las horas de lectura.
—No, demos una vuelta. — Sugirió, sin saber realmente por qué.
Ella lo siguió desconfiada, después de todo, Toushiro lucía exhausto ¿Acaso se había esforzado en ir a verla a pesar de necesitar descanso? ¿Lo había forzado ella de algún modo, sin quererlo? Apuró el paso un poco para caminar a su ritmo, y era en esos momentos en los que se daba cuenta que irremediablemente Toushiro había seguido creciendo mientras ella se iba quedando atrás.
O abajo, mejor dicho.
Ya se había resignado a su ralentizado crecimiento, de modo que procuró no frustrarse por seguirle el ritmo y terminó por tirar dos veces con firmeza de la manga de su kosode, por lo que él soltó sus brazos cruzados y se volvió hacia ella.
—Más lento, no puedo seguirte el paso con estas sandalias. — Se quejó ella.
—¿Y por qué te las pusiste?
Karin boqueó.
—Porque no tenía planes de corretear detrás tuyo. — Informó, dando otro firme tirón de la manga antes de soltarla. — Demos una vuelta paseando.
—Ah, me había olvidado lo corta que eres. Lo siento. — Se burló con pretendida seriedad.
Karin giró los ojos.
—¿Te rebelas, niño de primaria?
Una vena saltó en la frente del capitán quien se limitó a bufar en respuesta al comentario ¿Niño de primaria? ¿No habían dejado eso atrás hacía más de una década? Volvió a cruzar los brazos, pero acompañó su andar al de Karin: más pausado. No tenían prisa y como bien ella había aclarado, estaban de paseo. Toushiro cuadró los hombros, sintiendo el peso de una contractura por venir a pesar de que procuraba guardar buena postura.
—Oye, parece que Ichika estará al nivel para ingresar a un escuadrón a final de año. — Comentó la morena — ¿No es muy joven?
Era irónico que lo dijera ella, con su cuerpo menudo, a un capitán que había ingresado siendo incluso más joven que la muchacha mencionada.
—¿Es su deseo? Entrar a un escuadrón, quiero decir.
—Sí, lo es. — Se encogió de hombros. — Pero ha insistido con ello desde que era poco más que una cría.
—Cuando tú no eras apenas más que una cría humana, también querías poder hacer algo con tu potencial. — Le recordó. — Si es su deseo, y está en condiciones; no veo por qué no. A los ingresantes los preparamos poco a poco, eso lo sabes.
Karin suspiró, con toda intención de rezongar.
—Vamos, yo no quería una espada para blandir. Quería una cena familiar tranquila, sin temor a los hollows alucinantes que aparecían a cada rato en esa época. — Señaló, fastidiada. — E Ichika no quiere ir poco a poco, quiere ir al mundo humano a cazar huecos, quiere acción.
Hitsugaya la examinó, debajo de toda esa bravuconería en realidad Karin estaba preocupada. Si era como ella lo expresaba, probablemente la primogénita de los Abarai estuviera ansiosa por probarse a sí misma y pecara de ingenua. Era una bendecida por no deber enfrentarse a la lucha, precisamente por haber nacido en una época de paz.
Siguieron caminando, deteniéndose ocasionalmente para comprar alguna chuchería o admirar los productos de los diversos escaparates. No demoraron demasiado en encontrar algunos conocidos. Dentro del primer distrito del rukongai donde se llevaban a cabo estos festivales solían llenarse de almas civiles, pero en el tumulto de vez en cuando podían hallar a sus semejantes. Karin levantó la mano cuando divisó el cabello pelirrojo de Renji quién, de inmediato, le reconoció.
Abarai llevaba una bolsa marrón rellena de dulces en un brazo, e iba acompañado de su hija. Entendió lo que Karin le había dicho cuando mencionó que la menor "quería acción". Era más parecida a su padre que a su madre, pero con un aire regio digno de una mujer noble. Un espíritu de "si no me das lo que quiero, lo tomaré de todos modos"; es decir, una recluta que requeriría un trato estricto para mantenerla centrada.
Uh, no gracias. La décima declinaba educadamente esa energía belicosa, pensó, mientras imaginaba que su oficial querría llevarla consigo. No aprobaría esa afiliación, por muy miembro del clan Kuchiki que ella fuera.
Abarai envió un respetuoso asentimiento en su dirección, nunca demasiado en confianza con él. El teniente era siempre educado, y no terminaba de entender por qué su presencia podía ponerlo incómodo. Se consideraba una persona de buenos modales, no era una autoridad inaccesible… ¿sería un excesivo rigor formal?
Pues no, Renji se sentía incómodo a base de presenciar conversaciones entre su esposa y Karin, sobre él.
En más de una ocasión la capitana Kuchiki aprovechaba para dejar caer comentarios burlescos en las reuniones públicas sobre cómo el capitán Hitsugaya le había robado una valiosa shinigami, momentos en los cuales el joven capitán fingía padecer una insoportable sordera si estaba presente. Para el registro, él había estado tan sorprendido por esa decisión cómo cualquier otra persona en esa sala.
En privado, también era una broma frecuente entre las morenas cada vez que Rukia acusaba a Karin de haberla abandonado por un rostro bonito. Renji solía acompañar a las mujeres mientras conversaban en su sala de estar, aunque no siempre se sentía del todo apropiado para él. Especialmente cuando Rukia lanzaba esos comentarios, o peor, cuando era Matsumoto quien se les unía por las tardes y soltaba cada cosa en "defensa" de su capitán.
—Es el porte ¿No, Karin? — Solía bromear Matsumoto cuando el tema salía.
—No, no. El bronceado. — Respondía ella, riéndose a costa de su capitán.
Rukia al menos tenía la dignidad de taparse la boca para contener las carcajadas. Renji miró de reojo al capitán que había llegado junto a hermana pequeña de Ichigo, se preguntó cómo reaccionaría si supiera que era causa de bromas en las reuniones femeninas que se hacían de vez en cuando en su hogar. Un escalofrío lo recorrió, mejor ni pensarlo.
—¡Buenas noches! — Saludó Rukia a Hitsugaya, con respeto pero cordialidad.
Procuraban no mencionar sus nombres ni rangos en ambientes donde preferían no ser reconocidos.
—Buenas noches — Respondió con una leve inclinación, que la morena devolvió con una sonrisa.
—¿Ya cenaron? — Consultó al grupo la mujer.
—Sí, es tardísimo Rukia ¿No comieron aún?
—Ah, es que me entusiasme con las compras. — Renji giró los ojos.
—"Entusiasmarse" se queda corto. Te perdimos ahí.
Ichika asintió con fuerza.
Karin pensó en acompañarlos a comer, pero las ojeras de Toushiro la desanimaron y prefirió despedirse de la familia para concluir el paseo hasta la salida del festival. Como cada año, sacaba a su capitán del recinto del décimo escuadrón para obligarlo de cierto modo a distenderse de sus obligaciones en el festival. Acompañados de un algodón azucarado salieron del lugar con rumbo al primer barrio del distrito, donde Karin residía en una pequeña pero agradable morada cuya preciosa galería era su mayor riqueza. La muchacha abrió la reja de ingreso y se despidió de su amigo con una radiante sonrisa, satisfecha no sólo con su trabajo sino con haber logrado que el capitán acudiera a su encuentro por propia voluntad ese año.
Los anteriores Karin había tenido que insistirle para arrancarlo de sus pilas de papeleo pendiente.
"Tienes que aprender a relajarte, Toushiro", le decía.
—Nos vemos el lunes, descansa.
—Sí, gracias por los mochis. — Mencionó, ella se rió.
Qué fácil era hacerla reír, qué agradable escucharla hacerlo. Otra vez ese latido.
—Es fácil hacerte feliz a tí y a tu diente dulce.
Toushiro apartó la vista, evitando que ella vislumbrara la sonrisa que intentaba reprimir aunque ella pudiera leerlo como un libro abierto.
—Que descanses.
El capitán volvió a su sencilla morada, abandonando su vestimenta y optando por una yukata ligera por el calor. Asió una jarra con refrescante agua y tomó asiento en la sala de su hogar. Soltó lentamente el suspiro que había contenido: estaba exhausto. Empero, había acudido al festival pese a que Kurosaki le había sugerido volver a descansar. La visión de la delicada nuca femenina permanecía en su memoria
Bebió el agua y observó con fijeza la manera en que una gota escurridiza se deslizaba por el borde hasta la base del mismo hasta entrar en contacto con la madera. Estaba bien jodido, se admitió a sí mismo, mientras acusaba a su crecimiento físico de todos sus problemas.
Con su antigua figura infantil no había sentido nunca una atracción tan fuerte por cualquier otra persona, nada que no fuera meramente platónico o intelectual. Quizá por ello le había tomado tanto tiempo discernir que el afecto y confianza que sentía hacía su quinta oficial, en conjunto con esa fuerza natural que lo obligaba a estar siempre pendiente de ella, no era sino un enamoramiento en todo el sentido de la palabra.
Estaba jodidamente enamorado de su quinta oficial, con su falta de apego a las normas sociales, su rechazo a la obediencia debida y toda su libertad. Miró la botella con agua y decidió que esa noche necesitaba algo más fuerte, de modo que escogió una botella al fondo de su despensa. No era asiduo a las bebidas alcohólicas, pero lo ameritaba.
Al menos lo estaba disimulando bien, se dijo.
¿Siendo posesivo con ella? ¿tu subordinada, tu amiga…? ¿Tuya, tuya?
Era inapropiado, y era muy consciente de ello. Llevaba siendo consciente de ello hacia mucho tiempo. En su fuero interno sabía que el motivo por el cual había estado tan furioso con ella cuando descubrió que no le había contado sobre su despertar hueco sino que había acudido y "resuelto" el problema con el rubio dientón no había sido su ego herido… sino un breve y aislado ataque de celos.
De aislado nada, muchacho. Casi matas a tu cuarto asiento de agotamiento cuando te diste cuenta de cómo la miraba.
Frunció el ceño, el maldito pervertido de Onazuki. Había actuado en defensa no solo de su quinta oficial, sino de todas sus subordinadas. Si toleraba que su cuarto oficial mirase tan lascivamente a una colega frente a él, sería casi como avalar tal comportamiento. Se merecía correr hasta la extenuación, si tanto le gustaba admirar las piernas femeninas bien podría disfrutar sentir arder las propias.
Hyorinmaru rompió a carcajadas dentro de su mente. Anda, que lo hiciste por puros celos. Asúmelo, no soportaste la idea de que él pudiera admirarla tan libremente como tú no puedes.
El lado bueno había sido que sus subordinados ahora se comportaban con la más absoluta dignidad con sus compañeras, los rumores corrían rápidos y era sabido que no toleraría ese tipo de acoso.
Sirvió su segundo vaso de sake y lo saboreó con lentitud. Su cuerpo adulto, que la capitana Kotetsu estimaba de un joven de unos dieciocho o veinte años, le traía más problemas que otra cosa. En primer lugar, la adolescencia había sido un verdadero fastidio. De repente había tenido que lidiar con dolores de crecimiento, cambios en su composición fìsica y, maldito sea, la libido de un hombre sano.
Una libido que tenía como principal fuente de deseo a su quinta oficial. Alta, con un físico absolutamente tentador y una actitud desafiante; Toushiro la deseaba con tanta fuerza que lo asustaba. E incluso aunque quisiera abordar el tema con alguien…¿con quién podría? No, se dijo. Guardaría todo eso para sí mismo tal y como había hecho hasta ese momento.
Tarde o temprano se diluiría, insistió. Llevaba varios años de esa manera, bien podría demorar otra década. Pero no iba a arriesgar su relación de amistad con Karin por, bueno, calentura.
Que quieras tener sexo con ella no quiere decir que sólo quieras sexo con ella.
—Mierda, lo sé. — Le gruñó en voz alta a su zanpakuto.
Acabó el siguiente vaso de alcohol y se decidió a ir a la cama, sabía de antemano que no podría conciliar el sueño si antes no se ocupaba de sí mismo, por mucho que eso lo mortificara.
Otro maldito problema de su cuerpo hormonado, caliente y jodidamente sano.
