El agua y el jabón también eliminan distancias
Era un mérito cumplir un año más en el Cuerpo de Exploración y seguir en una pieza. Sin dudas era un logro que no cualquier soldado se podía dar, por más que quisiera. Aquello era una lucha constante de poder sobrevivir a otra expedición, o como algunos ciudadanos de las murallas llamaban: otro intento de suicidio.
En la gran mayoría de los casos, dejabas que hablaran. Era normal que al ver el emblema del Cuerpo, el par de Alas De La Libertad, empezaran a murmurar o apartarte del camino para preguntarte porqué te uniste a la Legión. La respuesta tendía hacer más sencilla dependiendo del día. Pero cuando ustedes volvían de otra misión de exploración, preferías mejor no salir del cuartel. Por lo menos, hasta que pasaran dos semanas y la gente tuvieran algo nuevo de qué hablar.
Pero en esta ocasión, fue un caso aparte.
Se suponía que te tocaba cepillar y alimentar a los caballos de tu escuadrón, no llevar el registro de bajas a la sede de la Policía Militar.
Aquella tarea le tocaba a Petra Ral, pero el estado en el que encontraste a tu compañera, era algo que, como mujer, no podías pasar por alto. Comprendías perfectamente la dolorosa llegada del período y era algo que muchas soldados preferían evitar al tomar una infusión que les daban desde sus tiempos de recluta. Aquella pócima mágica era un milagro para ti, a pesar de su contraparte de posible infertilidad, algo que no te preocupaba mucho, pero si atormentaba a aquellas que sí querían tener una familia más adelante, como era el caso de Petra. Sin embargo, no tener limitaciones en los entrenamientos y en las misiones era más preferible para ti que pasar unos días postrada en cama. Aunque no dejabas de pensar que era una inteligente estrategia del gobierno para controlar el crecimiento de población.
«Ve a la enfermería —le habías pedido al tomarle los papeles—. Yo me encargo de esto.»
Ya frente a la entrada del edificio, agradeciste el no recibir un comentario durante tu caminata. Solo tendrías que dejar los documentos, firmar y volver al cuartel donde te esperaban Abhi y tus otros amigos, los caballos.
—Pero que tenemos por aquí, otro payasito fuera de su circo —comentó un miembro de la Policía Militar.
Sabías quién era sin necesidad de darte la vuelta. Barlo, tu antiguo compañero de reclutamiento se hizo presente en tu campo de visión. Él seguía igual que antes. Con los mismos aires de superioridad, pero con la única diferencia de que, durante los cuatro años de ingresar a la policía, se dejó crecer la barba del mentón.
—Entrégale esto a tu superior, Barlo —le dijiste como modo de saludo, desde el otro lado del recibidor.
—¿Cómo ha estado tu insignificante existencia desde la última vez que nos cruzamos, (Apellido)? Seguro que no ha sido tan emocionante como la mía.
—De lo mejor. En realidad, no me puedo quejar —confesaste serena—. Aunque al parecer a ti te resulta emocionante el hecho de limpiarte el culo con el papel ya usado por otros —Sonreíste, a cambio de él, que te arrebato los papeles y te pasó una hoja de registro para que firmaras.
Y al hacerlo, procediste a retirarte.
—Antes de irte —dijo con voz irritada—, pasa por la loca de tu circo. Está en la biblioteca desde la mañana y no deja a los novatos trabajar.
No le dijiste nada y procediste a ir al lugar mencionado, donde al asomarte por la puerta la viste a lo lejos. Parecía que hablaba con un grupo de chicos que la miraban... con algo que pudiste describir como miedo, asombro o atención dudosa.
Desde la distancia, sólo hubo unas cuantas palabras que necesitabas leer de sus labios para saber a qué iba su monologo. Y no sabías si sería necesario intervenir, hasta que notó tu presencia desde el otro lado de la biblioteca, donde a alta voz dijo tu nombre.
No tuviste de otra, con un suspiro cargado de nervios te acercarte al librero más cercano a ella, agradecida de verte normal al exclamarle—: ¡Líder Zoë, ya la encontré! —Al tiempo que retirabas tu puño del pecho—. Creo que es momento de volver al cuartel.
—En realidad, necesito un poco más de tiempo, (Nombre) —pidió con una energética sonrisa que te dirigió—. Me han preguntado por el peso y volumen de los titanes, por lo que sabrás, estoy en una charla bastante entretenida.
«¡Sálvanos!» —Era lo único que leías en los ojos de un chico pelirrojo.
—Le aseguro que la única forma de entenderlo es teniendo a un titán vivo en persona, y es algo que para ellos no será posible en estos momentos —le aseguraste al tocarle el hombro dudosamente, mientras tus dedos temblaban y los otros te daban la razón al agitar sus cabezas.
El tacto de tus dedos en su chaqueta era como sentir una corriente de electricidad, que se extendía por todo tu cuerpo y regresaba a tu corazón con un leve bombeo; incluso por un instante, llegaste a pensar que ella sintió lo mismo, por la manera en como sus preciosos ojos marrones se posaron en tu mano y luego, se desviaron sin pudor a tu boca. Algo que no pasaste por alto.
—Como digas —fue lo único que te dijo, incluso al llegar al cuartel, lo que te resultaba extraño.
Hange Zoë era la persona que más hablaba entre todas las que has llegado a conocer en tu vida. Siempre tenía algo de qué hablar o algún respaldo científico que aportar. Lo que era imposible que se quedará sin tema para conversar.
Por lo que ese momento fue uno de los más incómodos que tuviste; superando incluso a tu primera expedición, en la que te orinaste por los nervios, aunque tenías el consuelo de saber que era normal. Excepto que al regresar a las murallas, vomitaste en las botas del capitán Levi.
—Creo que te veré después —dijiste tan pronto cruzaron la entrada del cuartel.
—Espera... —ordenó al acercarse a ti, pero su oración no terminó.
En ese momento, la presencia de Nifa y Moblit se hizo notoria ante ustedes. Ambos miraban a su líder con expresiones de decepción evidente, lo que no pasó desapercibido para las dos.
—El resultado es negativo —le confirmó la pelirroja con urgencia.
—Entiendo —dijo Hange en tono pausado—. Solo es un obstáculo más. ¿Qué hay de la muestra?
La paz que transmitió en sus palabras fue de gran sorpresa, incluso para ti, a pesar de que no tenías ni la mera idea de que pasaba.
Le dirigiste la mirada al sublíder Berner, quien a su vez intercambiaba miradas de asombro con Nifa. Algo había pasado, dedujiste al ver a tu compañera dudar y dirigirse a su líder con cautela.
—En realidad, eso no es todo...
—El capitán ha limpiado el laboratorio mientras no estábamos —agregó Moblit—. Tiró algunas cosas, incluyendo la muestra.
Hubo un silencio sepulcral que tomaste como un aviso de evacuación, lo que no dudaste en hacer al verla parpadear tres veces seguido. Eso, significaba que aún no asimilaba la noticia y de que pronto, empezaría a gritar hasta desvanecerse en el piso. Ya era algo normal, pero nadie del Cuerpo deseaba presenciar de nuevo. Debido a que la última vez, puso el cuartel en un caos total y ni siquiera el comandante Shadis logró impedirlo. Todo por unas anotaciones que Hange había perdido y que por suerte encontraron debajo del sofá de su oficina.
—Luego me encargo del enano —dijo al agarrarte de un hombro para que no escaparas—. ¿Ya piensas irte? ¿Acaso tienes algo que hacer, querida (Nombre)? —preguntó al acerca su sonriente cara cada vez más a la tuya. Bastante cerca, en realidad.
Retiraste por reflejo un poco tu rostro, evitando el contacto visual al decirle—: Abhi y los otros caballos me esperan. Me toca cepillarlos.
—¡Pobres, caballitos! —exclamó con genuina pena al acomodar sus anteojos y darte par de palmadas en tu espalda—. Tendrán que esperar un poco más, ya que vendrás con nosotros —lentamente irguió su cuerpo sin apartar su mano ni la mirada de ti—. ¡Prepárense para la búsqueda de las muestras! Iremos al compartimiento de desperdicios y basura.
Pasaron varias horas antes de que pudieras procesar lo sucedido. La risa estruendosa que tanto amabas, seguía resonando en tu cabeza. Como castigo por no ser la causante de ello y por no haber encontrado aquel trozo de metal perdido, arrancado de un equipo tridimensional.
El abrazo que tanto anhelabas, lo recibió Moblit ante tus ojos al encontrar la muestra. Y aquel momento de calma que experimento Hange al hacerlo con todas sus fuerzas, no pasó desapercibido para ti. Excepto la forma en la que te miró, intentando comprender el porqué de aquella débil sonrisa que forjaste cuando se alejaron del compartimiento.
Lo que ella no sabía, era que se debía al recordar un tiempo en el que eras inexperta; donde apenas empezaba tu historia como soldado en la Legión y en donde la conociste por primera vez. A ella y a unos cuantos sentimientos que tuviste que procesar despacio para comprenderlos, hasta hace poco.
No tenías dudas de que los celos te entorpecían, de que eran uno de los tantos defectos que tenías, pero intentabas controlarlos. Por lo menos pensar con más claridad, mucho mejor que antes.
Y aquello lo llegaste a comprender esa tarde cuando lo que sentiste al verlos juntos fue un leve cosquilleó.
Por otra parte, no dejaste de pensar en cómo se estaría sintiendo Hange en ese momento. Sabías que se esforzaba bastante para obtener más información sobre los titanes, más de lo que muchos llegaban a pensar de ella. Y tan sólo pensar en la respuesta que le dio Nifa, te daban ganas de llorar.
—¿Qué te hizo ese trozo de jabón? —te preguntó Nanaba con preocupación desde el pasillo del baño.
Con tu frente apoyada en la pared, giraste despacio tu cabeza hasta poder ver la figura de tu compañera de escuadrón. Era alta y esbelta, irradiando como siempre un estado de calma que contagiaba a cualquiera, incluyéndote en ese momento.
—Me recordó el pasado —respondiste al soltar despacio el jabón que minutos atrás golpeabas vagamente en la pared, en un intento de drenar aquellos celos que luchaban por dominar tu mente.
El sonido del agua al caer de la regadera se hizo presente cuando Nanaba abrió la llave por ti.
—Llevas media hora aquí y empiezas a preocuparme —confesó tras quitarse la toalla e ir a la ducha de al lado.
No dijiste nada y procediste a observar como el chorro de agua caía en tus pies, formando pequeños charcos a su alrededor. Y sin pensarlo más, diste un paso hacia delante, sintiendo de inmediato la agradable sensación del agua tibia recorriendo tu cuerpo después de varios días. Era un pequeño lujo que sólo podías permitirte dos veces al mes, mucho mejor que tener que recorrer una hora a caballo para llegar al río más cercano.
No dudaste en suspirar de placer al frotar tus manos sobre tus hombros y brazos, a pesar de que sentías que no era suficiente para mantenerte satisfecha. Por lo que te concentraste en un punto fijo de la pared, hasta que se volvió borroso por el exceso de agua. Segundos después, viste una mano que te pasaba el jabón que dejaste caer, por lo que no dudaste en agradecerle.
—De nada —ronroneó Hange en un tono casi irreconocible.
Cerraste la llave al tiempo en que tu cuerpo dio con la pared, produciendo un sonido brusco en el impacto. Con la mano libre tapaste torpemente una parte de tus senos, al olvidar por un instante el hecho de que ella también era una mujer.
Parpadeaste varias veces con fuerza, tratando de eliminar el exceso de agua de tus ojos mientras hacías un gran esfuerzo por mantenerlos fijos en su rostro. Pero no funcionó por mucho tiempo, era más fuerte la tentación de ver un poco más allá de su cuello y hombros cubiertos por una leve capa oscura de cabellos. Y en el menor ápice de cordura, estiraste el cuello hasta encontrar la rubia cabellera de Nanaba, quien desde el otro lado miraba con más asombro de lo que expresaban tus ojos (color).
Que la líder del cuarto escuadrón entrará al baño común del cuartel, de manera voluntaria y consciente, era un hecho del cual preocuparse. Incluso mucho más si las murallas llegaran a caer mañana.
De seguro el capitán sonreiría si llegará a saber que sus esfuerzos han valido la pena.
—Hola —dijiste con voz áspera, apenas recordando cómo hablar.
—Hola —te devolvió al retirarse los lentes y la liga negra con la que hacia el intento de peinarse.
—Hola —repetiste de nuevo con algo de nervios, por su evidente cercanía.
—¿Seguirán saludándose o harán lo que vinieron hacer? —interrumpió Nanaba desde el pasillo, con la toalla puesta y mirando aún con asombro a Hange.
—Dejen de mirarme así —pidió Zoë con aires de ofendida y con las orejas rojas—. ¡Sí, esa cara! Quítenla —ordenó al señalarlas, y cada vez sonrojándose más—. Sé perfectamente lo que es el agua y el jabón.
Y tras decirlo, tomó la barra que sostenías. Durando un poco más de lo normal en separar su mano callosa, con cicatrices y tinta, de la tuya.
Le diste una ojeada a Nanaba, la rubia te arqueaba las cejas al tiempo que se formó una sonrisa de complicidad. Se fue tan rápido que ni siquiera te dio chance para que reaccionaras o simplemente, para que negaras lo que tal vez su mente empezó a idear.
O lo que la tuya trataba de rechazar.
—Me alegro de que recuperaste el metal —le confesaste.
Hange te observó unos segundos y luego bajó su cabeza hasta ver la llave de la ducha.
—Sí —dijo al abrir la llave y de paso, recibir con una sonrisa el agua que caía sobre ella—. Aunque, aun no podemos celebrar, temó que el resto del titán se haya desvanecido —se rascó la cabeza al pensar en esa probabilidad. Pasaría mucho tiempo, meses exactamente, para que tuvieran otra expedición y quizá otra oportunidad para realizar una investigación de campo—. ¡Me frustra el sólo pensar...!
—No pasará —interrumpiste deprisa—. Siempre hay más métodos por aplicar. Bueno... —la timidez te ganó—, ya sabes. Tú entiendes tus cosas mejor que yo. Estoy segura de que podrás encontrar una solución, aunque sea diferente a lo que buscas.
—A veces, es requerido verlas desde otra perspectiva —agregó—. Lo tendré muy en cuenta, (Nombre). Gracias —dijo al pasar un mechón de tu cabello mojado detrás de tu oreja.
En ese momento comprendiste que el tiempo era irrelevante. El simple hecho de mirarla, de apreciar como sus ojos hacían el esfuerzo de enfocar bien cuando no tenías las gafas, o la manera en como sus hombros y pecho se levantaban al respirar, te eran una bendición.
Ya sabías lo tanto que la amabas, pero momentos así, eran los que mantenían intacta aquella llama que cuidabas celosamente en tu alma. No había mejor sensación que esa, el ritmo pausado y fuerte que recreaba tu corazón sólo para recordarte que ya tenía dueño.
Tomaste otro jabón y volviste a bañarte, mirando de vez en cuando el lindo trasero que danzaba al compás del agua. Fue inevitable no reírte. Era una risa que Hange tenía tanto sin escuchar de ti, la cual le hizo detener todo lo que hacía para mirarte, más bien apreciarte y luego, formar una sonrisa de alivió al lograr su cometido.
