Desde lo más profundo

Aunque Hange no tenía idea de cómo formar el rompecabezas, estaba segura de algo: no permitiría que la investigación terminara ahí. No cuando tenía tantas preguntas que necesitaban respuestas. Por lo que rendirse para ella, no era una opción.

Leyó todo, una y otra vez durante la noche y después de que amaneció. Y pese a que examinó el trozo del metal incontables veces, no encontró nada. Salvó restos de tierra, sudor y sangre de quien había portado la espada en esa ocasión. Y como suponía, no quedaba nada que pudiera extraer para una observación. Todo lo que el titán había dejado en su momento, se evaporó.

—Es hora de que descanse también —le pidió Moblit, al dejarle una taza de té en el escritorio.

Ella bostezó y estiró sus brazos hacia atrás, hasta que escuchó un leve tronido. Era una forma de relajarse tras pasar horas sin levantarse de su silla. Una costumbre que tomó desde que era pequeña, cuando pasaba largos intervalos de tiempo en el jardín, buscando insectos para examinar y de paso criar; claro, siempre y cuando sobrevivieran a sus exhaustivas investigaciones.

El recuerdo le llegó y no evitó sonreír de lado. Ha pasado mucho desde aquellos días y un aire de melancolía se formó en su mirada. Deseaba tanto volver a esos tiempos, cuando todo era más sencillo.

—Sé que podemos sacar algo de todo esto —balbuceó, más para sí misma al tomar la taza y leer de nuevo las anotaciones.

Dos horas antes del amanecer había mandado a su equipo a descansar. Ya habían ayudado bastante durante tres días seguidos, con pocas horas de sueño y comida. Y a pesar de que ella también contaba, sentía que no hizo lo suficiente. Por lo que se ordenó así misma permanecer más tiempo de lo que su cuerpo, en esta ocasión, le permitía.

—No se esfuerce tanto, por favor —pidió su subalterno desde el otro lado del escritorio. Viéndola pestañear y fruncir la frente en un intento pobre de mantenerse despierta.

—¿Sabes, Moblit? El otro día hable con (Nombre) y me dio una idea... —hizo una pausa y un brillo astuto en su mirada hizo que él ladeara la cabeza, esperando a que continuara hablando.

Por lo que Hange le contó todo con lujos y unos cuantos detalles, que el pobre hombre enrojecido por la vergüenza no quiso saber.

—Es mejor que se guarde eso para... —una mano veloz le tapó la boca y una parte de la cara, en un intentó brusco de callarlo y poder continuar hablando.

Sí. Hange sabía que era mejor dejar esos detalles que analizó de tu cuerpo, en su memoria y para otra ocasión personal. Pero así era ella. Sentía que si dejaba a fuera el más mínimo detalle, podría perder el pilar más importante para tener en pie una investigación. Y eso le enseñó el antiguo líder del Cuarto Escuadrón, o era lo que creyó recordar de las tantas lecciones que aprendió del hombre que apreciaba más que el padre que nunca conoció.

—Bien —dijo al terminar de explicar el plan que creó en base a tus palabras—. Ya no tengo fuerzas para seguir más tiempo sentada frente al escritorio. ¡Tranquilo, Moblit! Estoy bien. Solo levántame cuando esté listo el almuerzo. Y encárgate de lo otro.

Y con la última palabra perdió todo conocimiento. Dando su frente bruscamente con la madera del escritorio.

De camino al área de entrenamiento, observaste cómo llevaban a una Hange dormida hacia los dormitorios. Suspiraste con una evidente preocupación al darte cuenta de que habían pasado tres días, tal vez semanas o una eternidad desde la ultimas vez que la viste en el cuartel. A pesar de que comprendías el esfuerzo con el que su equipo y ella trabajaban en sus investigaciones, no podías evitar sentir desesperación al no poder ofrecerte como voluntaria para ayudar en todo lo que pudieras, pese a tus carentes conocimientos científicos.

—Vamos —escuchaste de una voz distante resonando a lo largo del infinito pasillo de tus recuerdos. Tal vez era la voz de Mike Zacharius, tu líder de escuadrón, o de alguien más.

Y aunque no estabas segura de su origen, no tenía la suficiente fuerza ni ganas para despejar tus pensamientos y volver a la realidad.

Tenían por delante unas semanas bastante ajetreadas. Y para la sorpresa de muchos y del mismo Keith Shadis, se habían unido más del número que se presentaba mayormente en los informes. En total, eran cincuenta y dos soldados recién sacados del horno.

En la mayoría de los casos, los que no lograban ingresar a la Policía Militar iban directos a las Tropas De Guarnición y luego, el mínimo por ciento de los reclutados se enlistaba en el Cuerpo De Exploración. Claro, todo era de manera voluntaria, o era lo que los altos mandos querían que creyeran. Existían algunos casos especiales, eran pocos y de paso, extraños, como fue el tuyo. Estuviste en el noveno puesto de tu tropa y, aun así, tomaste el camino menos pensado para todos. ¿Por qué? Ya sabes la respuesta.

¿O tal vez tu mente te ha hecho olvidarla?

La respuesta era sencilla. La que mayormente todos del Cuerpo tendían a dar para no irse a lo personal y esa, era el odio. Odio por lo que han hecho los titanes hasta llevar a la humanidad a la decadencia, por hacer que se encerraran en unas murallas que en algún momento podrían caerse, y por ser uno de los responsables de crear tanta desigualdad entre los humanos que lograron sobrevivir.

Pero en realidad, tenías una razón que superaba a todo lo que te ofrecían al entrar en la guardia del rey. Ya viviste un ejemplo de lo crueles e inhumanos que llegaban hacer aquellos que se suponía que debían de ayudar, y el recuerdo preferías enterrarlo, como aquel cuerpo que miraste ser quemado vivo hasta el atardecer.

—Te encargo el entrenamiento de montaje —te ordenó Mike, después de asignarte el tercer grupo. Sin apartar la vista del puñado de hojas que tenía en la mano te preguntó si estabas bien; llevabas mucho tiempo callada, más de lo que podías aguantar estando con tu escuadrón.

—Intentaré estarlo —fue lo mejor que pudiste formular al darle una suave sonrisa. Auto-engañándote con la esperanza de pensar sólo en el trabajo durante los siguientes días.

En poco tiempo aprendiste a confiar en Mike más allá de la relación de líder y subalterna. Sabías que mentirle era innecesario, ya que su olfato podría delatarte. Por lo que aprendiste a darle respuestas a medias cuando no contabas con las fuerzas para contarle que había días en donde no eras tú y que solo respirabas el aire viejo y seco que asechaba para atormentarte. Odiabas tanto esos momentos en donde la culpa obtenía una oportunidad para carcomer tu cabeza, por haberte dejado sobornar por el miedo de ser la siguiente en ser quemada y de casi experimentar a la fuerza, la salvaje necesidad de las que tu abuela tanto te advirtió: Tan pronto sangras, ya eres toda una mujer y, si se te nubla la mente, cualquier hombre podría hacer lo que se le plazca contigo.

Lo que preferiste evitar sobre todo ese día, en donde presenciaste como dos portadores de la insignia del unicornio verde abusaron del poder con tal de quedarse con un terreno a las afuera de tu pueblo. Lo que habría detrás de todo eso, te era ajeno. Pero sabías que la residencia le pertenecía a la profesora del pueblo, que usaba una parte de su casa como escuela. Y a pesar de que solo tenías doce años, odiaste la rapidez con la que tu mente comprendió todo lo que pasó: no sólo fue torturada hasta confesar.

Antes de que pudieras escapar desde tu escondite y contarle a alguien, dos manos astutas te impidieron moverte. Obligándote a ver como el cuerpo se quemaba dentro de la chimenea, incapaz de moverse al estar atorada y comprendiendo a últimos minutos de que era bastante tarde para retratarse.

Lo demás que pasó preferiste olvidarlo, tal y como la carrasposa voz te ordenó, para que no te pasara lo mismo. Y claro que lo hiciste, durante años y años. Hasta que llegaban esos momentos en los que pensar tanto, te devolvían a aquella zona oscura del pasado.

Nunca le constate a nadie, a excepción de Hange, pero para aquello tuvo que pasar mucho tiempo, cuando te sentías segura y compartían las mismas sabanas; sin saber que después de tu partida, aquella promesa que se hizo la castaña en silencio, se cumplió y de cierta forma, tu alma pudo descansar en paz en su memoria.

Bajo el sol brillante, la mirada de Hange centelló al visualizar tu distinguible pañuelo (color). Había pasado una semana desde que partió a las afueras del Distrito de Karanese, al este de la Muralla Rose. Y por el ritmo que tomaba la situación, todo le parecía esperanzador. Incluso llegó a pensar que podía descansar un poco y por lo menos, saber cómo habías estados durante esos largos y tortuosos días sin verse.

No era un secreto para su equipo el hecho de que ella te extrañaba a muerte. Lo demostró al tomarse todo el trayecto de regreso al cuartel para indagar con ilusión el cómo sería tu reacción al saber que, gracias a ti y a la ayuda de Erwin, el subcomandante, pronto habrá una nueva novedad en los equipos de maniobra. Sus ganas de verte se hicieron más obvias por la rapidez al bajarse del carruaje y de pasó correr por toda la instalación hasta visualizarte a lo lejos junto a tu grupo asignado.

Para Moblit su líder no tenía remedio, se suponía que primero debía de entregar los informes del viaje al comandante, pero al final, prefirió hacerlo él, para más tarde irse al bar de siempre. Después de todo, sabía que no había nada ni nadie en Las Murallas que la contuviera en ese momento, excepto un caballo de nombre Charlotte que, no dudo arrancar de una mordida un trozo de la gabardina de Hange al verla asomarse por la parte trasera del establo.

No era la primera vez en el día, ni en la semana que el caballo del líder Dita Ness, lo hacía. Pero aquel momento no pasó desapercibido para ti al escuchar los gritos de represalia por parte de la mujer que amabas. La sonrisa que se deslizó por tu boca fue imposible de evitar. Hiciste lo mejor para alejar el caballo y de paso contener las ganas de reírte, todo por respectar la imagen que pocas veces a Hange le importaba.

—Con ustedes Hange Zoë, la capitana del escuadrón de investigaciones —presentaste, mientras extendías tus manos hacia Charlotte, tratando de calmarla—. A pesar de la situación, no se dejen engañar. Es la persona más inteligente y audaz entre todos nosotros. De seguro, entre todas las murallas. —hiciste una pausa y miraste como su boca se abría un poco por tus palabras, sin saber que decir—. Por favor, saluden como es debido.

De inmediato, los ocho soldados a tu cargo llevaron su puño derecho directo al corazón.

—¡Hola a todos, nuevos reclutas! —Saludo con ánimo, apenas moviéndose desde el lugar en el que estaba, cerca de ti—. Al parecer la vieja Charlotte tiene buen gusto al elegir ropa para arrancar —rio Hange torpemente al darle par de palmadas en el lomo, lo que el caballo aprovecho para intentar morder de nuevo—. Le contaré a Ness si sigues así, amiga. —amenazó por lo bajo como si nadie estuviera escuchando. Por lo que agradeció en silencio los semblantes nuevos a reconocer, intentando todos estar serios por la situación—. Veo que tienen entrenamiento de montaje —cambió de tema.

—Así es —le confirmaste, aún con la sonrisa marcada en tu cara.

—Están de suerte —resopló con un aire alegre—. Tienen a la mejor jinete de toda la Legión —alardeó con orgullo al verte sonrojar—. Presten mucha atención, aprenderán bastante con la sublíder (Apellido).

Ahora eras tú la que mantenía la boca abierta, sin saber que decir. Manteniendo en tu cara el rojo que descaradamente apreciaba Hange en silencio. No hubo de otra más que mandarlos a buscar sus caballos, esperando tener unos cuantos minutos a solas con la más alta. Y al estarlo, mantuviste tu mirada fija en la de ella. Aguardando a la más pequeña señal para iniciar el bobo juego que llevaban meses teniendo, pero que nunca terminaban. Por miedo a no pasar al siguiente nivel.

—Tu presencia hacía falta. ¿Qué tal estuvo el este?

—Pudo estar mejor si hubieras ido —respondió Hange directo, agradeciendo que su voz se escuchaba normal y pausada. Sin darte chance a que hablarás se acercó a ti—. Tengo algo que contarte, (Nombre).

—Adelante —le alentaste con el mismo aire de complicidad, después observaste a tu grupo prepararse para el entrenamiento del día. Sólo les quedaban cinco minutos.

Miraste como Hange tomó tu mano y te apartó del caballo, alejándote un poco del establo. El tacto de su mano era tibia y firme, parecía que no quería separarse del pequeño contacto que rara vez solían tener. Siempre parecían ajenas y dudosas con ello, como si temieran desatar un incendio que consumiría grandes bosques en segundos si llegaran a tocarse más de lo debido. Por lo que preferían conformarse con sólo mirarse e imaginar escenarios en donde apreciaban el calor de la otra.

—Primero, te agradezco en el nombre de mi equipo y de toda la Legión. Has aportado más de lo que puedes imaginarte. —su semblante se suavizó al verte dudar—. Vamos, (Nombre), quita esa cara. La de la idea fuiste tú, hay que darte todo el mérito.

—Pero, no entiendo. ¿Cuál fue la idea que te di?

—Bueno, al principio, creía que podríamos sacar más información de los titanes, ¿sabes? Pero al final, pensé tanto y recordé lo que me dijiste el otro día, llegando a la conclusión de... —y como era de esperarse, por su rapidez al hablar, se enredó tanto que sólo ella se entendía.

Sin entender nada, posaste con calma tu otra mano sobre la de ella, obteniendo la atención del par de ojos café que tanto amabas. Lentamente la viste dejar de hablar para concentrarse en la suave sonrisa que le brindaste. Sólo para ella.

—Despacio, Zoë —pediste.

—¡Es que el tiempo no me da! —exclamó con pesar al controlar las ganas de besarte por impulso—. Tengo tanto que contarte.

—Lo sé. También me muero por escucharte —te sorprendiste por lo sincera que has sido. Después de todo, pensabas que no había razón para darle indirectas a la persona que te gustaba—. Te veré después de la cena.

Fue una promesa que le hizo sonreír de lado a lado.

—Durante la cena —corrigió—, estaría mejor. Tampoco me alcanzará la noche para contarte todo lo que pasó.

Asentiste, sabiendo que tendrían una de esas largas noches en donde hablaban y hablaban, hasta de las cosas más insignificantes de la vida. Extrañabas tanto esos momentos y no aguantabas esperar hasta la noche. Ya sabías que tendrían el comedor para ustedes y de paso, les tocaría limpiar todo por el bien de los cocineros y de los encargados del lugar. No era un mito el que sólo pocas personas sobrevivían a las largas y profundas conversaciones de Hange Zoë, y aquello era un mérito para aplaudirte, por sobrevivir a todas ellas. Por ley en la Legión, debían de darles espacio tan pronto te miraban aproximarte aquella mesa de la parte trasera, donde Hange solía sentarse para seguir en su trabajo más que ponerse a comer lo que tenía en el plato.

Suspiraste con ganas y le diste un leve apretón a su mano. Una necesidad que en silencio las dos compartían. Debías de irte y ella lo sabía. Amargamente lo sabía.

—Te juro que me volveré más loca, si no le confieso pronto, Charlotte —confesó Hange mientras te miraba ir. El caballo como si comprendiera el asunto se acercó a ella y con su hocico le ofreció una caricia, un consuelo; aprovechando segundos después lo ida que estaba la capitana para morder una parte del cuello de la gabardina.

La hoz de la luna creciente apenas empezó a descender cuando caminaron en silencio hacía el famoso laboratorio y oficina personal de Hange. Por la hora dedujiste que la mayoría en el cuartel deberían de estar durmiendo. En tú caso, aún contabas con bastante energía por quemar, a pesar del arduo entrenamiento que te impuso Nanaba después del almuerzo. Con simpleza podrías decir que la llegada de Hange te devolvió el animó que habías perdido en los últimos días.

La puerta se abrió y de inmediato la ayudaste a encender un par de lámparas de gas. Sorprendida por el desorden de libros que había por toda la estancia, llegaste a pensar que a veces tendían a provecharse de tu nobleza, sobre todos Levi Ackerman, quien decía que tenías un don para barrer, pero en realidad, no podías negarle la orden de ayudarlo y de esmerarte en hacer las cosas bien. Su palabra era ley y no deseabas tener de nuevo el amenazante semblante que te dio la vez que sin querer vomitaste en sus botas. Sencillamente era terrorífico y el sólo recordarlo te producía escalofríos, aunque sabías que era un buen hombre.

—Sólo ayúdame con lo superficial, por favor —pidió Hange desde el otro lado—. El lunes presentaré el informe a Shadis y ya sabes que le gusta ver todo en orden. Odio que tenga que venir a mi oficina, ¿es tan necesario?

Te encogiste de hombros tras su pregunta y te pusiste en acción.

A como recordabas de tú última visita, esta vez no había tanto desorden. Solo unos cuantos libros y hojas sueltas que se encontraban esparcidos por el piso, por el sofá de color azul y la mesa de trabajo de Hange, donde se podía ver desde tu posición una montaña de papeles y el microscopio.

Sabías que con una limpieza a profundidad se tardaría tres horas o más para dejar impecable la oficina. Pero en realidad, era una tonta idea que tuvo Hange para pasar un poco más de tiempo contigo. Y si se sinceraba con el mundo e incluso contigo, podría mandar a la mierda eso de limpiar. «¿Qué le encuentra la gente de beneficioso?», se preguntaba varias veces, al ver el esmero que ponía su enano amigo con la limpieza. Quizá le era irrelevante porque nunca tuvo que preocuparse por limpiar la casa de su tía, con la cual vivía desde que tenía memoria o tal vez..., tal vez no estaba agregado a su ADN. Por lo menos consideraba necesario el bañarse debes en cuando y era porque Levi lo había hecho una rutina. Aunque en realidad, en los últimos años le ha puesto bastante empeño a eso y la razón eras tú.

No le hiciste caso al tiempo cuando contemplaste su sereno rostro desde el otro lado de la habitación, la mirabas como si se tratara de una obra de arte. Un concepto abstracto que podría tomarte una eternidad para descifrar. Y sólo te quedaba preguntarte en silencio, qué pasaba por su mente en ese momento, en el que analizaste sus rasgos marcados por la luz de la lámpara, ignorando los deseos que sus ojos transmitían.

—Llevo meses tratando de descifrarla.

—¿El qué? —preguntó, atenta a cada uno de tus movimientos.

Sintiendo como un ardor se impregnaba en tus mejillas, te armaste de valor para responderle—: Tu mirada. ¿Qué me quiere decir, Hange?

Ella sonrió y mordió por instinto su labio inferior tratando de controlar los nervios, para después, pronunciar las palabras que tanto se moría por decirte—: Que, si quieres besarme, sólo tienes que hacerlo, (Nombre).

Pero no recibió respuesta. Sólo veía como te mantenías con la mirada fija en ella, sorprendida, apenas siendo perceptible el rojo de tu cara por la poca luz. Por la sorpresa miraste el piso tratando de controlar los impulsos que rugían por salir de ti. Las piernas te temblaban y en un intento de controlar los nervios, seguiste acomodando los libros en el librero. Dándote cuenta minutos después de que el momento había llegado, y que te tomó desprevenida.

Con la mano derecha sostenías un libro bastante grueso y pesado; y en un intento tonto de concentrarte en el lomo desgastado, trataste con torpeza de colocarlo en el último estante de arriba, pero no lograbas alcanzarlo, aunque te pusieras de puntillas.

La calma no era muy amiga de Hange y aquello lo tuvo claro esa noche. Cuando te miraba ir de un lado a otro, como si la conversación que tuvieron hace minutos nunca sucedió.

—Deja —te susurró cerca del cuello expuesto al ponerse detrás de ti, tomando despacio el libro—, yo me encargo.

Tus labios temblaron cuando sentiste su mano sobre tu hombro.

—No es para nada prudente, Hange —replicaste por fin, creyendo apagar un incendio con esas sencillas palabras.

—Oh —soltó juguetona al intentar controlar el deseo voraz que amenazaba con quemarla desde dentro—. Solo soy prudente cuando lo amerita la ocasión, pero ahora...

Despacio te diste la vuelta y enfrentaste su mirada, echando hacia atrás la cabeza para verla mejor. Bajo la luz de la lámpara, Hange te miraba con ternura y el brillo de sus ojos te pedía a súplicas que lo hicieras. Que la besaras.

Pero tenías miedo, y no era porque había una prohibición sobre eso en la Legión. En realidad, no tenías idea más allá de que lo desconocido te causaba desconfianza, aunque la situación era diferente a todas las anteriores, ¿no? Tenías claro la responsabilidad que caería sobre ustedes si llegarán hacerlo, si confesaras tus sentimientos y la besaras. Y era algo que preferiste evitar por mucho tiempo. El miedo a su pérdida o el sólo imaginarte lo que ella sentiría si fuera tu caso te impidió actuar desde la primera vez que comprendiste sus sentimientos por ti.

El suave sonido que produjo el libro al ser colocado en su lugar, te hizo caer en la realidad. Ella dejó una de sus manos sobre el estante y la deslizó despacio, hacia abajo, hasta que llegó al nivel de tu nariz. Tranquila y en espera acercó su cara lo suficiente a la tuya. Sintiendo esa onda de calor que producía tu aliento. Era suave y olía al té de menta que tomaron hace una hora. No lo pensaste más y te pusiste de puntillas con tal de acercarte más a ella. Y aunque había cinco centímetros de diferencia, te sentía tan pequeña como Levi.

Ahora es diferente —terminó de decir, al mirar rápidamente tus labios. Sintiendo su respiración cada vez más pesada—. Hazlo o lo hago yo.

La leve sonrisa que te dedicó fue suficiente para que comprendieras que ella también pensaba lo mismo que tú, de que era capaz de cargar con esa responsabilidad y de que el besarte era una forma de expresar lo que las palabras jamás explicarían.

Horas después no recordaras quién de las dos dio el primer paso, pero ya tu boca estaba junto a la de ella y con ligeros movimientos te fue besando. Lento, tan lento que se tomaron todo el tiempo que quisieron para descubrir, saborear y memorizar cada rincón. Al separarse, Hange ahogó un suspiro, le encantaba esa sensación. Esa suavidad de tus labios y la forma en como tus manos viajaba con rapidez a su cintura para atraerla hacía ti.

Eras tan impaciente. Te torturaba separarte un segundo de ella, por lo que volviste a tomar el ritmo de la situación.

—Otra vez —demandaste en un susurro, cuando tu boca se dirigió a su cuello. Buscando. Explorando zonas que ella ocultaba entre tanta ropa.

A lo lejos de la nubla de la excitación, escuchaste tu nombre, quizá una súplica o una oración, que te hizo gemir cuando sus manos levantaron tu falda y buscaron a ciegas algo para tocar, al tiempo que una boca que ya conocías muy bien se disponía a chupar suavemente el lóbulo de tu oreja, como un pequeño gesto de cariño.

Cuando sentiste sus tibias manos saboreando tu trasero, dejaste de fingir que podías razonar. Por lo que su nombre salió desde lo más profundo de tu garganta.

—No seas gentil, Hange...

Hubo una pausa.

Como la calma que anunciaba a una tormenta.

Y el vello erizado por todo tu cuerpo se convirtió en un escalofrío que llegó hasta tus senos. Advirtiéndote de una sonrisa oscura y feroz que se formó en la boca de Hange.

—Quiero ser una buena chica contigo —su voz rasposa y divertida hizo eco en tus oídos cuando dijo—: Por hoy.