Las promesas no siempre se cumplen

El notable frío de la noche anunciaba el final del verano y la débil luz de la luna se colaba por los cristales de la ventana, permitiendo una escasa visión de la pequeña habitación donde Hange rara vez dormía. Toda aura salvaje que portabas, se había desvanecido tan pronto cerraste la puerta al entrar.

Mientras te acomodabas junto a Hange, el pulso de tu corazón se aceleraba en sintonía con el suyo, por cada caricia de sus dedos en tu cabello. Simplemente te transmitía una tranquilidad inigualable, como si el mundo entero desapareciera fuera de esa habitación. En ese momento, se dieron cuenta de lo mucho que anhelaban la cercanía de la otra y que el deseo era más fuerte que la consciencia.

—Por si acaso —dijo Hange en voz baja y anhelante, al ponerle cerrojo a la puerta.

Pero no volvió a moverse ni siquiera respiró, como si su cuerpo esperara a ver qué harías después.

En silencio colocaste una mano en cada hombro para inclinarla hacia ti, más abajo. Fue una invitación que no tardo en corresponder cuando apartó tus (cortos/largos) cabellos del cuello pegajoso por el sudor, teniendo más accesibilidad para rozar su boca sobre él y poder saborearte. Su húmeda y caliente lengua te dejó un pequeño camino de saliva, cual al secarse dejaba una suave sensación de frescor. No evitaste exhalar todo el aire que tenían tus pulmones y el gemido que ahogaste por temor hacer escuchado más allá de las paredes frías de la alcoba, fue una señal que tomó Hange para que después hicieras lo contrario. Quería escuchar tu voz clara y perfecta, por lo menos una nota alta.

—No seas mala —ronroneó sobre tu oreja—. Necesito escucharte mejor. Por favor, (Nombre).

Sus dedos hicieron presión sobre tu espalda, tratando de acercarte mucho más a ella. Hange necesitaba sentir el caliente de tu cuerpo; sabía que abrazarte y rozar su nariz por las hebras (claras/oscuras) de tu cabello no era suficiente. Y por la forma en la que inhaló y exhaló sobre ellas, te lo dejó claro.

—¿Qué quieres que te diga? —preguntaste delicadamente, hasta casi inocente.

Pero Hange no te respondió en el momento-: Paciencia -decía más para sí. A pesar de que empezaba a perder la cordura por cada beso que depositaba en tu cara y labios.

Entonces, se alejó de ti y buscó una vela para encender y luego, dejar sobre la mesa de trabajo. Cuando se hizo la luz, apareció de nuevo esa sonrisa oscura con un toque de ferocidad. Una coqueta y misteriosa risa salió de sus labios y sin pensarlo más, se fue desabotonando la camisa. Uno por uno. Pero al tercer botón la paraste.

—Lo haré yo —demandaste, pero el tono se escuchó como una súplica.

No te podías mentir. La situación era diferente a las que imaginaste incontables veces, pero te gustaba tanto tenerla tan cerca y el solo ver como la luna descendía, te hacía desear detener el tiempo, al menos por esa noche.

Con el último botón, la miraste directo a los ojos. Un par de llamas flotantes que brillaban en la penumbra. Pero, cuando bajaste la cabeza y ella se quitó la camisa, tu boca se secó. Eran pequeños, pero bien esculpidos. No tenías idea de cuánto tiempo llevabas así, inmóvil como una estatua, con la única función de admirar aquellos senos tan conocidos y, a su vez, no. Tal vez la situación, el momento que compartían, era lo que te hacía verlos diferente. Eran exquisitos y hermosos. «Adorables», pensaste en un primer instante.

En cambio, Hange, tan roja desde los hombros hasta la frente pensaba todo lo contrario. Siempre había sentido decepción por su físico poco femenino, tendía a creer que sí fuera hombre tal vez pensaría diferente. Que quizá así te gustaría más, y como suele pasar, habló antes de tiempo.

—Sé que no es mucho...

Un beso escurridizo la silencio.

—Calla. Son hermosas. Y tú lo eres —y decirle eso te quedó corto. Lo sabías.

—Eso debería de decirte yo a ti —hubo una risa débil y tímida que disminuyo todas las cicatrices de tu cuerpo—. Eres perfecta.

Le devolviste una calidad sonrisa mientras negabas, pensando que las imperfecciones hacían únicas a las personas y que, para ti, Hange no era cualquier persona, tenía tantos rasgos por relucir y tantos por conocer, que tal vez no les daría la vida para descubrirlos. Sin más, le ayudaste a quitar el suéter verde que portabas, permitiéndole apreciar la leve curvatura en tu abdomen y el par de senos que, por el frío de la noche empezaban a levantarse un poco más. Lamiste tus labios, cuando sus dedos se deslizaron hacía uno de tus senos, para atraparlo y retirarse con suavidad, como si intentará memorizarlos con tan sólo el tacto.

Un segundo después, la viste agacharse; su boca siguió el camino donde habían estado sus dedos, dando cortos besos hasta llegar al centro donde su lengua hizo presencia. Haciendo un poco de música por cada succión. Gemiste en un soplido, necesitando más y para hacerlo notar pasaste una mano entre los mechones oscuros de su cabeza. Pero su boca se retiró de la punta de tu seno cuando te volvió a ver a los ojos.

—Te amo desde hace un tiempo..., desde una eternidad quizás —confesaron sin aliento, al ella tomarte entre sus brazos y con un par de pasos llevarte a la cama.

Tragaste saliva cuando se quedó sin ropa y con una agilidad agraciada hizo lo mismo contigo, dejando a vista un triángulo de suave vello (claro/oscuro) que no demoró en tocar con la yema de sus dedos. Exploraba en silencio la zona caliente de tu entrepierna. Y con un dedo trazó círculos que terminaron descendiendo hasta una oculta y humedad línea, que, como reacción, te hizo apretar las piernas entre sí.

—Estas temblando —dijo por primera vez durante mucho tiempo.

Era cierto, pero era lo que menos te importaba. Estabas segura que al rato quedaría en el pasado, por lo que pestañaste par de veces antes de agarrarle la mano y aflojar las piernas. Permitiéndole ver y sentir mucho más.

—Tócame, Hange Zoë —rogaste, poniendo sus dedos en tu interior. Haciendo que ella entrecortara la respiración y temblara de excitación por la calidad bienvenida.

—Yo... —la viste tartamudear un par de veces antes de recomponer el hilo de cordura que le quedaba—. Guíame, Pastelito —te pidió, al darte un suave beso en tu abdomen, guardando para sí la forma en como la miraste al escuchar el apodo—. Quiero que seas la mujer más feliz de todas —su dedo recorrió la superficie interna de tu vulva, tan lento que te pareció una dulce tortura—. Para eso, necesito que me digas si te gusta -asentiste con suavidad.

Hange temía volverse cada vez más ciega. Se juraba que dentro de la habitación se condensaba una niebla malvada que le impedía ver con claridad la zona que tanto añoraba comer. Devorar, más bien. Sin darse cuenta se mordió el labio, al verte arquear la espalda sobre la cama. Al parecer ya encontró el botoncito del que tanto hablaban. Y una conforme sonrisilla se deslizó por su boca, apenas gemiste su nombre.

Tuvo una idea.

Se retiró las gafas y las colocó sobre la mesita de noche. Y aunque su rostro parecía sereno, su mente analizaba a una velocidad inhumana los siguientes pasos que haría.

—No lo pienses tanto y cómeme -tu voz se escuchó como un jadeo en el silencio de la noche. Pero sólo pasó unos segundos interminables y tortuosos antes de que volvieras a sentir su dedo sobre tu cavidad vaginal. Parecía buscar algo entre los pliegues de carne que le exhibías con descaro—. Hange... —le llamaste y eso fue suficiente para que sus labios se presionaran con los tuyos, a la vez que dos dedos primerizos hacían movimientos erráticos sobre la humedad que tanto deseaba probar y conocer—. Hange...

—Te escuche, cariño, te escuche —el aliento de su risa rebotó sobre la piel de tu cuello y eso te recordó al cálido viento del verano—. Primero quiero saber a qué sabes —y con esas palabras, todo peso que había sobre ti desapareció, excepto el roce de un dedo sobre la superficie de tu orificio. Lo que te hizo temblar y apretar la almohada, cuando la miraste lamer su dedo cerca de tu cara. Parecía degustarlo y recordar algún sabor con el cual compararlo, pero solo recibiste un leve gesto de aprobación—. Es suave pero un poco viscoso y... —no termino de decirlo, volvió a tocarte de nuevo, intentando buscar las palabras correctas hasta que salió un gruñido de tu boca. Una queja—. Chica impaciente. Mereces que te castigue.

—Hazlo —te atreviste a decirle, sabiendo lo tan peligrosa que podría ser cuando se enoja.

Ella negó con la cabeza y te sonrió de lado; Después separó tus piernas y puso su cabeza entre ellas. Recordándote entre besos húmedos que juró portarse bien contigo. Simplemente echaste tu cabeza hacía atrás, acostándola sobre la almohada que minutos después apretarías para no ahorcarla con tus firmes piernas.

Una vez que su lengua lamió todo por primera vez, gemiste en alto. Para ella, eso y los sonidos que expulsaban su boca al comerte fueron música celestial, le motivo a seguir la secuencia de óvalos que sus dedos habían formado. En cambio, tú solo pudiste ver estrellas que se formaban en el techo por cada vez que sus manos apretaban tus piernas para atraerte más y más a su malvada lengua. Que sin prisa lamía todo flujo que soltabas.

En algún momento, cuando el tiempo perdió sentido, por impulso llevaste tus manos a su cabeza y la presionaste con fuerza sobre ti. La punta de su lengua dio justo donde necesitabas sentirla. Tu punzante clítoris palpitaba con fuerza, era una especie de llamada que pedía atención y que sólo su nariz aguileña consoló cuando exhaló un poco de aire sobre él.

—¡Maldición! —exclamaste cuando sus dientes mordieron suavemente uno de tus labios externos—. También quiero probar... —le pediste al borde de las lágrimas cuando su lengua danzaba sobre el botón que te animaba a tener algo más dentro de ti: un par de dedos que saboreaban tus nalgas con esmero.

Hange se abalanzó sobre ti y te besó. Un beso tan diferente a todos los que te había dado en esa noche, mientras una mano ágil te quitaba la lagrima que se deslizaba por tu mejilla.

Negaste y ella comprendió. Era su sabor el querías probar, no el tuyo. Y dejándote suaves besos por tu cabeza, se acostó al lado tuyo, a esperas de que hicieras el siguiente movimiento.

—Soy toda tuya —y con esas palabras te entregó su vida.

La besaste como correspondencia y de manera veloz, diste la vuelta y te pusiste sobre ella, teniendo como vista una mojada vagina que apenas lograbas ver por la escasa luz en la habitación. Respiraste despacio antes de intentar hacer las mismas acciones que ella hizo contigo. Y cuando lo hiciste, te gustó. El olor que emanaba te recordó al polen de algunas flores, pero el sabor. ¡Oh! Era tan extraño y a su vez agradable. Un por parte de ella fue suficiente para dejarle par de besos por el muslo de su pierna. Fue una respuesta en silencio para que ella hiciera lo mismo desde el otro lado de la cama. Para que encajara perfectamente su cara entre tus piernas y así su lengua vuelva a danzar y a chupar con esmero.

No sabías qué decirle. ¿Qué podrías decirle en realidad? Las palabras escasearon cuando te separaste despacio, apenas teniendo fuerzas para sentarte al lado de ella y mirar su sudoroso rostro y aquella boca empapada de ti.

—Quiero más... —apenas pudiste decir cuando la despeinaste con una juguetona caricia—. ¿Puedes...?

—Aún no hemos terminado —respondió despacio y a la vez deprisa. Sintiendo el corazón en la garganta, cuando separó sus piernas y colocó una tuya sobre la de ella. Buscando la posición exacta para abrir un portal a otro mundo—. Dicen que hacer esto da paso al mundo de los dioses. Que sólo es posible si lo haces con la persona correcta. La mujer correcta —aclaró, sintiéndose tan tonta por cada palabra pronunciada.

Alguien en el pasado le enseño todo eso, pero nunca llegaron a más allá de unos cuantos besos y unas caricias apresuradas que sólo le daban un aprendizaje poco efectivo, hasta que comprendió las explicaciones y las puso en práctica contigo. Hange nunca sintió nada parecido a lo que tú le hacías sentir desde hace un largo tiempo. Y mirándote respirar de esa forma tan deseosa, le hacía lamentar no comprender rápido sus sentimientos, cuando creía que sólo le interesabas como una compañera con la cual podía hablar por horas interminables. Un lugar seguro que le daba refugió por todo lo que había vivido desde que entró a la Legión.

Sin duda te amaba y eso iba más allá de lo físico.

—Entonces —dijiste, al pasar una mano sobre su muslo sudoroso—, vayamos allá.

Al primer contacto sintieron la excitación convertida en flujo, fuego y un placer tortuoso. Algo que les hacía desear más por cada roce. De forma automática moviste tu cadera de arriba abajo, un movimiento que inició un baile sensual y deleitoso para las dos. Incontables veces Hange gimió, ronroneó y escupió tu nombre despacio. Buscando con sus manos algo de ti para agarrar y para no caerse a la cama por no soportar la sensación que el contacto entre ustedes provocaba.

La sentiste temblar varias veces durante los minutos que pasaron así. Pero la lentitud y la paciencia quedaron de lado cuando tomaste el mundo a tu ritmo y a lo que ella deseaba. Te inclinaste sobre ella y con fuerza pegaste tu vagina mojada a la suya, apretándote lo más que podías con Hange, en lo que ella saboreaba con el agarre de su mano resbaladiza sobre tu cuerpo. Te tocaba de un lado a otro tratando de no perder el equilibrio, de encontrar algo firme del cual sostenerse, pero todo tu cuerpo le parecía como la neblina, estaba ahí pero no podía tocarlo, por lo menos, no del todo.

La cordura dejó de ser tu amiga en el momento que tu amada hizo el intento de morder tu rodilla. Gritaste con fuerza o quizás soltaste entre jadeos su nombre y unas cuantas palabras que perdieron sentido entre el ruido de sus respiraciones al sentirlo venir. Cuando las puertas se abrieron y escaparon unos chorros de flujo ligeramente espesos sobre ustedes.

Cuando la vela se consumió, nació el silencio.

Hange siguió moviéndose, frotando su trozo de carne sobre el tuyo. Mientras babeaba y se mordía la boca; pareciendo estar en un trance de estasis que sólo tú le dabas.

El sudor que se deslizaba por su cuello te dio hambre. No querías perder más tiempo. Temías que la luz clara y amarillenta del amanecer pintara el cielo. Creías que aún faltaba más por probar, para tocar, sentir y anhelar.

—¿Sabes que te amo y que daría mi vida por ti? —lo decías más allá de lo que había pasado.

—Lo sé —y lo segundo le hizo temer, pero tu boca sobre sus dedos le hizo olvidarlo por unas cuantas horas.

Después del último beso en su piel, caíste exhausta sobre la cama y ella parecía igual de agotada, aunque la sonrisa que te dio te hizo creer lo contrario. Con una mirada, te invitó a acurrucarte entre su hombro y su brazo, ofreciéndote caricias en tu cabello, calmando así la respiración entrecortada y los espasmos que aún dominaban sus cuerpos. Pasaron unos minutos en silencio, compartiendo palabras tranquilas de vez en cuando, hasta que, sin darte cuenta, te quedaste dormida.

Al escuchar voces en el pasillo, te sobresaltaste. A penas cayendo en cuenta de que habías dormido más de lo normal.

—Tranquila —escuchaste de Hange desde el otro lado de la cama, agarraba tu mano para calmarte y lo primero que notaste fue el pálido amarrillo de su pijama—. Perdón, (Nombre) —pidió al recordar tu rígido horario de sueño—. No quise levantarte, te veías tan cómoda... Ven, toma agua -y levantándose, te pasó un vaso lleno.

—No te preocupes —dijiste un minuto después, al extenderle el vaso ya vació y tu mirada adormilada le expresaba gratitud, logrando así calmarla.

La viste moverse hacía el escritorio, pero su siguiente acción la perdiste. De nuevo te habías acostado y cerrado los ojos, intentando dormir.

—Usa esto —su peso sobre la cama te hizo abrir los ojos y ver un conjunto de pijama sobre sus manos—. Está haciendo un poco de frío, pero... —hizo una pausa y alejó la ropa de ti, analizando a través del cristal de sus lentes tu expresión—. Pero, yo estaría muy feliz si te quedarás así.

—Eres difícil de zacear, Hange Zoë —tu vil sonrisa se presentó al tratar de tomarle las prendas, pero ella era demasiado rápida y tenía buenos reflejos, para tu suerte. Te mordiste el labio inferior al ver la misma mirada que inició todo lo de anoche—. ¿Si quiera tienes menta? -preguntaste ya rendida a sus ojos.

—Las busque tan pronto me levante —la punta de su nariz te hizo seña hacia la mesa de noche, donde había un puñado de hojas frescas—. Toma unas cuantas, y pongámonos en acción, señorita —la sonrisa que le diste se volvió un rojo vivido en toda tu cara y orejas, cuando sus labios se aproximaron a tu muslo. Te besaba con tanto anhelo que te derretía—. Desde que me levanté no he dejado de idear cómo tenerte hoy -una ávida mano se deslizo más al fondo de tus piernas y llegó a la meta, donde se encontraba el tesoro que anhelaba tener otra vez—, después de todo..., me retaste a que te castigará, pastelito.

La lentitud que tomaron sus ojos para recorrer tu cuerpo y posarse con maldad en tus ojos, te hipnotizaba y las hojas que masticabas salieron de tu boca por la sorpresa que no pudiste contener. Hange desde abajó mantuvo el mismo rostro serio y demandante, analizándote.

—Oh —fue lo mejor que pudiste decir y poniéndote de rodillas sobre la cama llevaste tu mano al cuello de su pijama.

—La única desnuda aquí serás tú —ordenó al separar tu mano de su pijama, comprendiendo tu intención—. Vamos, abre las piernas, tengo que aprovechar la luz para verte mejor, preciosa —y al ver la sencillez con la que lo hiciste, le provocó un grito que ahogó al instante—. ¡Bromeaba, (Nombre), estaba jugando!

Pero aquel giro de palabras y cambio de semblante no te detuvo.

—¿Segura? —preguntaste y ella de rápido asintió al tocar tus piernas—. ¿Segura, Hange? —verla dudar te hizo sonreír ampliamente, cuando rodeaste tus piernas por su cintura, atrayendo su cuerpo hacía el tuyo—. Lastima. Empezaba a disfrutarlo —confesaste al colocar tu rostro cerca de su cuello.

—Para más tarde —prometió apenas recuperando la compostura—. En realidad, te quiero enseñar los nuevos diseños de las cuchillas, ¿te gustaría verlos? —asentiste al aflojar tus piernas después de recibir unos cuantos besos sobre tu hombro, cuello y cara. Era su modo de pedirte perdón por hacerte contener el deseo que surgió de nuevo en ti—. Desde que volví a la ciudad no he aguantado las ganas de contarte y mostrarte todo —parándose de la cama te miró—. No han sido grandes cambios, pero ahora serán de un material más resistente y las cuchillas tendrán más filo. ¡Mira, mira!

Te acercaste a su mesa y miraste uno de los planos, analizando los detalles y comparando en tu mente los cambios con las viejas cuchillas. Le sonreíste al comprender los avances que tendrían en batallas futuras.

—Si esto se da..., —buscaste las palabras correctas, pero lo único que hiciste fue abrazarla con fuerza por la emoción—, Hange, si esto se da, nos ayudaría tanto con los suministros y las muertes podrían bajar.

Y lo segundo era lo que más te importaba, lo que más te aliviaba. Todo el mundo entendía que la perdida y el deterioro de los equipos en batalla, era el causante principal que hacía que docenas de soldados perdieran la vida fuera de los muros. De solo recordar las veces en las que tus compañeros morían frente a tus ojos, te hacía llorar, pero con el tiempo tuviste que aprender a comprimir el sentimiento hasta estar sola o hasta convertirlo en odio hacía la cabeza de la milicia, quienes sabían y preferían no hacer nada. Después de todo, entre ellos se decían que era parte del equilibrio en las murallas.

—Me hace feliz verte tan emocionada —dijo risueña al pasar su brazo por tu cintura.

—Y a mí, saber que tus investigaciones han aportado de nuevo, Hange.

—Es gracias a ti, cariño. Sin tu comentario estaría aun dándole vueltas a ese trozo de metal —acostó su cara sobre tu hombro izquierdo, obteniendo unas cuantas caricias de tu mano libre—. No sabes cuánto te agradecemos.

Le diste un beso en la oreja, intentado comprender cómo obtuvo la aprobación tan rápido. Siempre se tomaba meses para recibir si quiera una contestación por parte de Zackly.

—¿Cómo obtuviste el permiso tan rápido?

—Tengo mis contactos —te contestó al guiñarte un ojo. Era una historia para otro día.

Tan pronto te sentaste en la mesa de siempre, agradeciste que era fin de semana y que la mayoría de los miembros se iban del cuartel por unos cuantos días.

Quedaste para más tarde con Hange, a pesar de que su sed insaciable se hizo presente mientras hacían el intento de bañarse. El recuerdo de las caricias bajo la regadera te dibujó una sonrisa que era incapaz de borrarse mientras tratabas de comer.

—Hola, (Nombre) —la voz serena de Mike te estremeció, como si fueras un niño que atraparon en plena travesura.

—Hola, capitán —intentaste parecer normal, al verlo sentarse al lado tuyo.

—Pensé que te irías con los demás.

—Hubo cambio de planes —le comentaste antes de llevarte la cuchara a la boca.

—Eso imagino. —Mike te sonrió al verte desviar la mirada, al tiempo que intentó no hacer caso a tu olor persistente de excitación femenina, ni del olor de Hange entrelazada en él. Carraspeo dos veces antes de decirte—: Deberían de pensar un poco más en los que duermen al lado, ¿sabes?

Te atoraste con el trozo de pollo que masticabas y con vergüenza agradeciste en silencio los leves golpes que te dio en la espalda para ayudarte. Trataste de sentarte derecha al tomar un gran trago de agua, mientras tu amigo observaba callado cada acción que hacías.

—Por las murallas —soltaste a baja voz al mirarlo, sin ocultar el rubor en tu rostro.

—Media Legión lo sabe —respondió a la pregunta que tu cara le dio—. Ya llevo tres apuestas ganadas, así que te daré doce monedas por la ayuda —su sonrisa siguió fija al verte tartamudear.

Era la conversación que menos esperabas tener con Mike, por lo menos no de nuevo. Con la primera fue suficiente para ti, y pasó cuando te olió aquel día y supo al instante que Hange te había hechizado. Fue aquella noche en la que recién te habías unido al Cuerpo y en donde fuiste de manera inesperada un apoyo para una joven mujer que apenas recibió su accenso de la manera menos deseada. Un fragmento de memoria te vino a la mente, y fue el abrazó que le diste al encontrarla llorando al fondo de la biblioteca. El causante fue su mentor, amigo y exlíder que le cedió el puesto y sin quererlo, le rompió el corazón. Nunca supiste lo que había detrás de esa relación, pero con el tiempo agradeciste saber que ella se quedó con lo bueno.

—¿Hablas en serio? —preguntaste sin creerle.

—Sí. Sólo quiero que trates de mantener la mente fija, (Nombre), por favor.

—Lo hago —lo miraste unos segundos entendiendo porqué lo decía—. En serio, lo hago, Mike. Y estoy feliz de que me hayas entendido desde un principio.

—Y yo apreció que hayas guardado silencio con lo de Nanaba.

Le sonreíste de lado, manteniéndote callada, pensando en lo difícil que era pertenecer a la Legión cuando amabas a alguien. Las promesas y metas no siempre se cumplían y a veces tendían a creer que callar era lo mejor. Ya sabes, era poco que perder cuando no había algo más en juego, salvó la vida.