Miraba a la ventana, como si el bosque pudiera explicarle qué había hecho mal semanas. A veces le parecía que las ramas le susurraban, pero seguramente era cosa de Prythian y no tenía nada que ver con ella. Dejó salir un suspiro, justo cuando Alis entraba al cuarto. La miró sin mucho interés, notando a la ya usual compañía del fae que había visto antes, aquel que había gritado como si le estuvieran arrancando el alma misma. Él seguía con aquella piel pálida y los ojos como idos la mayor parte del tiempo, aunque no era como si Norrine le prestara más atención que a la nada misma. La fae con la máscara de lechuza lo había presentado como Conda, diciendo que estaba allí para limpiar las cenizas que quedaran fuera de la chimenea. Norrine nunca había visto que quedaran tales cosas en el suelo, quizás era gracias a Conda o a la magia de la Mansión.

Dejó que Alis la vistiera, que le quitara el pijama y pusiera el vestido que eligiera ese día. Últimamente estaba usando vestidos que le recordaba a los troncos quemados, esos que ya no tenían ni siquiera una chispa dentro de ellos. Alis alguna vez mencionó que tenía algo que ver con su ánimo, pero no tenía forma de confirmarlo.

—¿El Señor ya desayunó? —preguntó mientras la fae terminaba de ajustar los lazos del vestido. Parecía un tronco seco en el espejo.

—Vendré a buscarla cuando él termine —le respondió, como venía siendo. Norrine asintió con la cabeza, sentándose en la pequeña mesa que tenía en su habitación. Libros que debía haber leído la acompañaban, hojas con intentos de escritura reposaban a su lado. Apenas les dedicó una mirada, como venía haciendo con Tamlin y Faye. Lucien parecía haber tomado partido con Tamlin, pero era el único que parecía seguir hablándole como si nada hubiera pasado. A veces incluso parecía con ganas de comentarle algo en particular, pero las palabras no se formulaban y ambos terminaban conversando, sin mucho interés, sobre lo que estuvieran estudiando en el momento.

Así fueron los días y las semanas, todos en una extraña dinámica donde parecían querer evitarse salvo en los momentos donde se veían obligados a coexistir en un mismo espacio. Nadie quería estar en esos momentos. Un par de días atrás había decidido pedirle a Faye ir a practicar un poco el uso del arco, a lo que ella accedió con cierta emoción, aunque seguía sin ser la misma que conoció cuando llegó a principios del invierno, como si gran parte de su energía estuviera en otra parte. Desde su exabrupto en la biblioteca, donde había salido casi echando espumajos por la boca, parecía estar considerando cada palabra que decir, cada gesto que estaba por hacer, como si la considerara un pequeño cervatillo. Odiaba que la tratara así, aunque no encontraba razones para reclamarle cuando había actuado de esa forma.

—Se ve bonita hoy —le dijo Conda, quien le había comenzado a hablar más o menos al mismo tiempo que Faye y Tamlin ponían algo de distancia. Al principio intercambiaban palabras sueltas, quizás un saludo, luego empezó a contarle sobre el fallecido que Lucien había enterrado en las faldas del bosque. Él solía terminar al borde de las lágrimas y Norrine empezaba a dudar sobre la advertencia de Faye, y poco a poco empezó a abrirse. Le contó sobre lo ocurrido con Tamlin, su familia, y él había hecho lo mismo. Sabía que Alis no estaba muy convencida de dejarlos a solas, pero las tareas de las que tenía que hacerse cargo le impedían quedarse mucho tiempo con ellos.

Norrine hizo un leve gesto de cabeza ante el cumplido, mirando a los libros y hojas con evidente remordimiento.

—Dentro de poco será Calanmai —comentó Conda, sonriente y sacándola de sus cavilaciones. Su rostro con una máscara que le recordaba a un cordero, completamente opuesta a su sonrisa lobuna.

—¿Cala qué?

—Calanmai, ¿no tienen ustedes eso en el lado humano? —La miró con ojos abiertos mientras terminaba de acomodar las cosas para limpiar. Norrine negó con la cabeza.

—No creo, aunque deberíamos estar cerca de los Días Verdes —dijo, frunciendo el ceño e intentando calcular en qué fecha estaba, probablemente cerca del comienzo de la primavera, o ya había empezado. Quizás ya había pasado la celebración o estarían haciendo los preparativos; tampoco era como si ella realmente se molestara en saber cuándo caía el comienzo de la primavera, más allá de lo relacionado con la cacería. Conda le pidió que le contara de qué se trataba aquello y eso hizo, frunciendo un poco el ceño mientras intentaba recordar—. Se suelen adornar las casas con tinturas que traten de reflejar lo más posible las flores, se cocinan unos panes especiales y se prenden algunas antorchas. Creo que luego se hacen bailes... No tengo idea, solía irme al bosque con algún muchacho que estuviera con ganas de tener algo de diversión, y regresaba a mi casa para dormir.

Conda asintió, compartiendo una sonrisa cómplice y, antes de que pudiera explicarle qué era Calanmai, la puerta del cuarto se abrió de golpe. Norrine se giró, sintiendo que su corazón se desinflaba un poco al distinguir a su amiga en la puerta. Tenía puesto su atuendo de montar, el cual usaba con una camisa que mostraba gran parte de su espalda. Una capa oscura colgaba de su mano libre.

La expresión de la elfa era un caos, había sorpresa, confusión, enojo, miedo... La vio pasar la mirada entre ellos, como si estuviera queriendo comprender qué clase de relación habían entablado. Conda se enderezó cual barra de metal y se marchó, bajando la cabeza al pasar junto a la elfa, quien apenas le sacaba una cabeza, pero parecía ser mucho más grande que varios en la Mansión. Esperó a que Faye dijera algo, quizás que no debía estar juntándose con quien le dijo que era un peligro, pero todo lo que veía era a alguien que estaba dispuesto a conversar con ella, a alguien que no se había puesto como un demente por algo completamente lógico y entendible. ¿Realmente habían esperado ella y Tamlin que dijera que sí a la declaración de él?

Faye pareció recomponerse al momento que le preguntó:

—¿Qué querías decirme? —soltó Norrine, sintiendo que se le había escapado un poco de veneno en la pregunta. Faye la miró largo y tendido antes de cerrar la puerta detrás de ella y sentarse en la silla vacía.

—Es sobre Calanmai, no sé si tu... amigo, te contó algo. —Norrine negó con la cabeza y Faye pareció aliviada por ello—. Pensaba invitarte a la Aldea, para mostrarte los preparativos y hablarte sobre ello, ¿quieres venir?

Casi se sintió culpable de aceptar de inmediato, como si hubiera estado esperando cual trampa a saltar ante la presa correcta. Una sonrisa animada se dibujó en los rasgos de su amiga, quien le dijo que debían cambiarse para poder ir, además de desayunar. En menos tiempo que Alis, Faye la ayudó a quitarse el vestido y se puso pantalones de montar, seguía pareciendo un tronco al verse en el reflejo, pero había una brasa que empezaba a arder dentro.

Faye se colocó a su lado, casi como una versión más oscura de ella, pese a que su piel se veía pálida y el cabello era como el sol de verano, guiándola hacia el comedor, donde pidieron que les empacaran algo para un viaje rápido y salieron a los establos. Incluso habiendo estado por más de un mes allí, seguía teniendo problemas para subirse a los caballos, y no ayudaba a su ego que Faye pareciera dar un salto imposiblemente alto hasta la silla. Un sirviente de piel algo morena le entregó una vianda y partieron.

—¿Estás bien? —preguntó Norrine ni bien estuvieron dentro del bosque. Si bien tenía gran parte de la fuerza que había echado en falta, podía ver que una sombra se posaba en sus facciones.

—Algo, esta época suele ser medio complicada para mí.

—¿Por qué? —Faye comprimió los labios por un momento, quizás pensando un poco sus palabras.

—Digamos... estamos por celebrar el comienzo de la primavera, o Calanmai, y es, por lejos, una de las festividades más importantes de Prythian —dijo, como si eso explicara mucho—. Aquí suelen hacerlo durante un día completo, ya verás algunas hogueras y adornos que preparan los habitantes para demostrar tal celebración, pero en otros sitios es durante la noche o incluso durante toda una semana.

—Me resulta extraño que sepan cuándo comienza la primavera —comentó Norrine y Faye asintió con la cabeza, riendo entre dientes.

—Sí, seguramente es extraño si no eres uno de nosotros, pero es una especie de cambio en la magia, la tierra y el aire en general se sienten diferentes. Hay como... como una chispa que en cualquier momento iniciará un incendio. En las Cortes Solares tendemos a saber el momento del día de la misma forma, no tanto por lo que vemos, sino por lo que sentimos, en la de la Noche lo sabemos mejor por la posición de las estrellas, por ejemplo.

Norrine intentó hacerse una idea, pero era tan vaga que incluso intentando comprender lo básico la dejaba con una sensación de idiotez tal que se rendía. ¿Cómo era posible que hubiera estrellas durante el día, aparte del Lago Estrellas? Sacudió la cabeza, dejando salir un suspiro agotado.

—¿Y qué pasa con ese cambio?

Faye se removió un poco.

—Esta festividad es más como una especie de renovación de los suelos. Los Altos Fae, particularmente los machos, empiezan a absorber toda la magia que hay en el aire y luego la tienen que hacer bajar al suelo. Creo que pueden hacer ese intercambio con cualquier hembra, pero no estoy del todo segura, sé que lo suelen hacer con las Grandes Sacerdotisas o sus parejas, si es que la han encontrado.

Ninguna de las dos se atrevió a decir algo más por un rato. Norrine se preguntó, no sin sentir una furia anormal dentro de sí, cómo estaba Tamlin con aquello, porque se suponía que él era un Alto Fae, ¿no? ¿Cómo actuaría en esa festividad? ¿Qué clase de ritual debía hacer para que toda esa locura de magia en el aire bajara a la tierra? Frunció el ceño, sintiendo que se ruborizaba ante la pregunta, a la vez que una especie de bestia empezaba a removerse por su pecho. Respiró hondo, como si el incorporar algo del olor del bosque pudiera calmar su interior. Por el rabillo del ojo, le pareció ver cómo unos arbustos se removían antes de quedarse quietos, como si los hubieran sacudido desde sus raíces mismas.

—¿Por qué quieres saber tantos detalles? —preguntó Faye y Norrine casi pudo escuchar una nota que iba más allá de la mera curiosidad.

—Porque no sé nada y tú te ves más que dispuesta a contarme todo —gruñó, más furiosa de lo que creía que podría estar. Quiso disculparse, pero Faye soltó una carcajada, negando con la cabeza.

—Te dejo adivinar cómo se lleva a cabo el Gran Rito.

Norrine apretó las mandíbulas y miró al frente, sin saber por qué demonios se estaba molestando en siquiera saber qué iban a hacer Tamlin y Lucien, si es que ambos tenían que hacerlo. Decidió cambiar de tema, preguntándole sobre qué haría ella en esa noche, a lo que Faye respondió que encerrarse en su cuarto, intentando no salir a matar a cuanta mujer se le cruzara. Cuando le preguntó por la razón, Faye se limitó a decir que Calanmai era una festividad amarga y sacaba su lado más salvaje, añadiendo que era algo normal en las faes.

Llegaron a la Aldea y, tal como le había anunciado su amiga, ya había algunos preparativos hechos: una calle llena de antorchas que tenían grabados parecidos a los que había por toda la Mansión, braseros de hierro que parecían plantas brotando de la tierra y flores; guirnaldas que crecían entre las casas como si fueran tentáculos, buscándose entre ellos hasta entrelazarse y formar un puente. Algunos fae iban de un lado a otro, cargando pilas de maderas o más adornos, algunos temblaban y otros la miraban con un deseo que era aplacado únicamente cuando Faye les gruñía amenazadoramente. Recorrieron gran parte de la calle principal, donde varios parecían detenerse a verlas antes de regresar a sus deberes.

Norrine no tenía idea si realmente había cambiado algo o no desde la última vez que había ido, a pesar de que Faye le dijo que sí. Incluso le señaló dónde estaban las diferencias, pero Norrine no era capaz de verlas. Siguieron el recorrido hasta llegar a una enorme grieta con dos columnas llenas de grabados complicados que custodiaban las escaleras que permitían bajar hasta el fondo. Faye le contó que allí era donde tenía lugar el Gran Rito de la Corte de la Primavera. «Donde Tamlin se va a acostar con una fae», completó en su cabeza, repentinamente furiosa ante el simple hecho de estar allí y le pidió a Faye regresar a la Mansión antes de perder por completo el control.


Estaban regresando del paseo, luego de haber hecho una parada a mitad de camino para comer el desayuno, cuando Tamlin la llamó. Faye le dedicó un ligero gesto de ánimo antes de marcharse al interior de la Mansión, haciendo una ligera reverencia cuando pasó al lado de él. Norrine no iba a decirlo en voz alta, pero Tamlin parecía mucho más "mágico" de lo normal: la cornamenta parecía tener algunas vides que se enredaban y luego parecían fundirse de nuevo, el pelaje rubio siempre parecía reflejar los rayos de sol sin problema, pero en aquel instante parecía tener un aura propia. Era apenas pasado el mediodía.

Ambos se miraron fijamente, sin saber cuánto podían decirse sin que las cosas se volvieran a poner tensas. Ella quería decirle que lamentaba su comportamiento, pero tenía la impresión de que decir aquello daría un mensaje completamente diferente. Al final, fue él quien rompió el silencio y el contacto visual.

—Mira, mañana será una noche... agitada, quizás Faye algo te ha contado, y necesito que me hagas un favor —dijo, aclarándose la garganta, y Norrine necesitó un momento antes de asentir con la cabeza, sintiendo el corazón que empezaba a subir hasta su garganta. Casi sintió vergüenza por lo que pasaba por su cabeza, y, por los dioses benditos, le costó lo suyo poder volver a ver a Tamlin sin que sus mejillas se volvieran más rojas—. Necesito que, en cuanto se ponga el sol, no salgas de tus aposentos, no dejes que nadie más que Alis entre, sin importar lo que digan.

Norrine quiso replicar, pero una mirada de Tamlin le hizo recordar que ella era la presa en Prythian, no la cazadora.

—¿Y Faye?

—Dudo que ella quiera salir de su habitación, en general desaparece y vuelve un par de días después —explicó, encogiéndose de hombros.

—¿Por qué no quieres que salga de mi cuarto?

Tamlin se quedó en silencio un momento antes de soltar un largo suspiro. Intuía la respuesta, pero una parte de ella quería saber sus razones.

—Te diré la respuesta educada: porque voy a estar con la cabeza en cualquier lado y me aterra que te metas en problemas cuando soy incapaz de protegerte —dijo, mirándola a los ojos. Norrine entrecerró los propios, como si quisiera encontrar una mejor respuesta en aquellos irises verdes, pero le resultaba casi imposible. Terminó cediendo, pese a que deseaba estar afuera, donde él pudiera estar cerca.

El resto del día fue un ajetreo interesante. La Mansión zumbaba de energía y Faye estaba más que distraída en todas las lecciones. Donde más lo notó Norrine fue en el corto momento de la tarde cuando practicaban tiro con arco; Faye parecía capaz de acertar a cualquier blanco, por muy lejos o difícil de ver que estuviera, sin embargo, ya iba fallando cuatro veces al centro. Lucien estaba un poco mejor, aunque se lo veía de un humor de perros, gruñendo ante cualquier cosa antes de soltar un suspiro cansado y pedir disculpas.

Cenaron temprano ese día y, ni bien terminaron sus platos, Faye fue quien la acompañó a su cuarto una vez que los dos hombres dejaron la Mansión. Quiso preguntarle cuánto tiempo había entre la Mansión y la gruta donde se celebraba el Gran Rito, pero se mordió la lengua al escuchar que ella le daba la misma advertencia que Tamlin y Lucien sobre salir. Después de prometerle que no saldría del cuarto a menos que fuera porque su vida corría riesgo, Faye le dio un abrazo fuerte, casi que asfixiante y le deseó suerte. Norrine asintió, mordiéndose el labio mientras veía a su amiga que abandonaba el cuarto y cerraba la puerta sin voltearse a verla una vez más. Escuchó el sonido de la llave y se echó en la cama, decidida a dormirse temprano.

Cuando había llegado a Prythian, en una de las primeras noches, había notado que en el techo de su cuarto se podían ver a las estrellas, no era como estar al aire libre, sino ver como manchas más blancas contra un cielo de oro líquido que estaba constantemente moviéndose. Algunas constelaciones las recordaba de sus años de cacería, otras directamente no las reconocía. Eso no le impedía encontrar cierto placer en intentar recrear las uniones hasta que sus ojos se cerraban por completo.

Es por la mañana, Alis le deja una bandeja con comida diciéndole que si necesita algo que le avise. Considerando la posibilidad de aburrirse, le pide que le traiga algunos libros de la biblioteca, así como papel, tinta y una pluma para escribir. Alis asiente y se marcha, dejándola sola, por lo que come el pan y las frutas, mirando con cierto anhelo las ventanas, al bosque que sigue queriendo estirar sus ramas hacia ella, como si la invitase a adentrarse entre sus troncos. Casi es capaz de escuchar cómo la llaman por su nombre, bueno no, un nombre que es parecido al de ella, pero diferente, como si estuvieran pronunciándolo de tal manera que suena al crujir de las ramas y las raíces. Por un instante cree que es capaz de captar algunas palabras sueltas.

—Aquí tienes lo que me pediste —dice Alis, sobresaltándola—. ¿Pasa algo?

—No, no creo. Gracias —logra decir, con el corazón a punto de salirse por su boca.

La fae hace una reverencia y se marcha, dejándola sola nuevamente. Así está durante el resto del día, intentando ignorar cualquier toque a la puerta o tentación de asomarse a las ventanas, aunque el bosque sigue queriendo llamarla, por mucho que cierre las cortinas. Por suerte, tiene un lugar en la habitación donde puede hacer sus necesidades y los libros resultan más entretenidos de lo que esperaba.

Llega el mediodía, con una bandeja de comida que reemplaza a la del desayuno. Come y luego la tarde resulta casi tan silenciosa como la mañana, y Alis le dice que le traería la cena temprano al tiempo que le retira la bandeja que tenía al frente. La noche está por caer.

La cena es una sopa de carne con verduras bastante pesada, algo difícil de terminar, pero logra empujar cada trozo que hay en el caldo. Respira hondo, tomando un momento para poder digerir parte de lo que había comido antes de pararse y dejar la ahora vacía bandeja junto a la puerta, como le había indicado la fae.

Sin nada más que hacer, se quita el vestido sencillo que ha estado usando y se pone el camisón. El fuego de su chimenea se enciende con un chasquido, como suele pasar, en cuanto cae el sol. Por simple costumbre, se sienta frente a las llamas, contemplando sus siluetas cambiantes, dejando que el calor repte por sus pies y suba hasta calentarla como un abrazo. Imagina que son unos brazos musculosos, de hombre, y desea que sea Tamlin quien la esté abrazando. Sus ojos empiezan a pesar y la cabeza amenaza con caerse, y esa es su señal para dirigirse a la cama, hasta que empezó a sentir una especie de vibración en los pies.

Afina el oído para escuchar mejor y le parece reconocer el sonido de tambores, cada vez más intensos, más cercanos. Sacude su cabeza, metiéndose en la cama y tapándose hasta que no se le ve ni una hebra de pelo.

No supo cómo, pero cuando abrió sus ojos, no había pasado un día, no había rastros de los libros que se suponía que había leído y no estaba la bandeja con su supuesta cena; estaba con la mano sobre el picaporte, a punto de salir al pasillo y escuchaba el sonido de los tambores a lo lejos. Apartó su mano del picaporte como si este estuviera queriendo agarrarla por la muñeca y retrocedió hasta la cama, abrazándose las rodillas con fuerza. Cerró los ojos, haciendo un esfuerzo enorme para dejar de escuchar a los tambores, aferrándose al pedido que le habían hecho todos allí.

Fue en vano.

Sus pies se deslizaban por el suelo del pasillo y llevaba un vestido sencillo sobre ella, amarrado a la altura de la cintura, el mismo que había estado usando en su sueño. Quiso gritar, pero su boca parecía estar cerrada a la fuerza, su cuerpo caminaba a pesar de que ella quisiera dar media vuelta y regresar corriendo por donde había ido. Lo intentó, quiso plantarse en el lugar, pero solo lograba trastabillar un poco antes de seguir adelante como si nada hubiera ocurrido. Sintió que las lágrimas empezaban a salir al mismo tiempo que los tambores y voces que cantaban se volvían más fuertes. De fondo, podía escuchar un murmullo que pertenecía al bosque, pero las palabras no se entendían.

—¡Y aquí la reina llega! Ey ya, yipi ya, traigan flores y oro, que a la reina una corona hay que dar. Ey ya, yipi yipi ya —le pareció que cantaban algunas voces a lo lejos, aunque no estaba del todo segura.

—Oh a la Madre cantamos, a la Madre bailamos, porque a sus hijos ha escuchado. Nila de las ratas, doncella de piel de madera, baila y canta, a la luna mira y alaba, a la tierra y sus frutos ama. Oh a la Madre, oh a la Madre...

Siguió luchando incluso cuando salió a los jardines bajo la luz de la luna y las antorchas, las voces seguían cantando en una especie de melodía que no tenía sentido, imposible de seguir. Sus pies se movieron más rápido, casi trotando, internándola en el bosque, el cual pareció abrazarla con sus manos nudosas, susurrando en un viento helado una bienvenida que sonaba a una sentencia, congelando sus mejillas. Quiso hablar, pero seguía siendo incapaz de hablar, de pronunciar siquiera una palabra, por corta que fuera.

—¡Miren qué encontramos, muchachos! Una humana, nuestra noche de suerte —dijo una voz masculina, muy contenta y entusiasmada, a su derecha. Recién entonces sus pies se detuvieron, pero no podía girar, dar media vuelta y regresar a sus aposentos. Apenas podía verlos entre las sombras, pero distinguió unas orejas extremadamente largas que reflejaban la poca luz de luna y rasgos que parecían ser bellos, tan bonitos como los de una bestia hambrienta. Quiso correr, gritar, pero nada era posible, seguía allí, parada como otro árbol en medio del bosque—. ¿Qué dicen? ¿Primero la disfrutamos o pasamos al plato fuerte?

Un segundo sujeto, similar al primero, rio, un sonido que estaba entre el relincho y una especie de balido. Norrine sintió que sus entrañas se congelaban y el miedo se anudaba cual serpiente a su alrededor, las lágrimas caían a raudales y apenas podía mover algo más que los ojos. Los seres avanzaron un par de pasos antes de detenerse por completo al escuchar una voz suave, casi que encantadora.

—Aquí estás, querida. Por la Madre, me tenías preocupado, estuve buscándote por todos lados —dijo las consonantes sonaban mucho más marcadas de lo que solía escuchar. Norrine no sabía si alegrarse o temer más por su seguridad, especialmente cuando sintió que una mano rodeaba sus hombros, como si se conocieran de toda la vida—. Gracias por encontrarla, niños.

—N-no hay de qué, ya nos vamos —dijo el primero, retrocediendo a toda velocidad, perdiéndose entre los árboles una vez más. Se quedaron un momento más antes de que él se apartara con delicadeza, como si fuera el rey de las fieras y estaba queriendo ver a la nueva presa.

Unos momentos después, su cuerpo se liberó por completo, incapaz de sostenerla ni por un segundo más. Estuvo a punto de caer de rodillas, boqueando por aire, pero las manos de su salvador impidieron que tocara el suelo. Quiso darle las gracias mientras intentaba caminar de regreso a la Mansión, aunque parecía que sus piernas estaban decididas a no colaborar, todavía. No veía muy bien en la oscuridad, pero podía distinguir dos ojos violetas que brillaban como lámparas en medio de la noche, divertidas ante todo lo que estaba viendo.

—Ha sido un placer, ¿y tú eres...? —preguntó, todavía con ese tono que parecía peligrosamente suave. Norrine tragó saliva, preguntándose por qué no podía ver la luz de la luna sobre él, era como si la absorbiera y la convirtiera parte de las sombras que tapaba a su cuerpo entero, como una capa.

—Debo irme, mis amigas me están esperando —farfulló, intentando dar un par de pasos de regreso, pero no fue del todo efectivo. Su mano encontró un tronco que la sostuvo antes de caer. Un ligero brillo de interés apareció en los ojos violetas.

—¿Amigas? —se rio el hombre, había una nota peligrosa en medio de aquellas palabras, un desafío a que siguiera intentando mentir. Sintió que su cabeza empezaba a doler un poco—. Dudo que tengas amigas cerca, especialmente siendo una humana, ¿dónde está tu dueño? Es raro que dejen a una belleza como tú por ahí, sin alguien que la controle.

Retrocedió, agradecida por no caer por culpa de una raíz.

—No es de tu incumbencia. ¿Y tú? No te pareces a nada ni nadie de la Corte Primavera.

Él emitió una risa grave, tan baja que le heló la sangre. Hubo una mirada de depredador en sus ojos cuando habló de nuevo:

—Querida, vaya que te han enseñado poco. Es en noches como ésta cuando los monstruos podemos salir de nuestras cuevas y disfrutar del aire libre. Suerte y ojalá no te encuentren más amigos míos.

Y con eso, desapareció, dejando una especie de rastro de ceniza que desapareció con el viento nocturno. Norrine se quedó allí, mirando el punto donde había estado el fae, congelada por completo, antes de que la voz de Lucien resonara cerca de ella, sobresaltándola.

—¡Oh, por la Madre bendita! —chilló, tomándola por los hombros, mirándola de pies a cabeza con su ojo mecánico chirriando sin parar—. ¿Qué haces aquí? Tamlin te dijo que... No importa, vamos, que esto se va a poner feo para ti —dijo antes de cargarla en brazos y correr hacia la Mansión. Norrine no se quejó, agradecida por abandonar el bosque. Durante un momento, creyó que las ramas se estiraban hacia ellos. Lucien la bajó con poca delicadeza, diciéndole que regresara a sus aposentos, su pecho subía y bajaba mientras miraba sobre su hombro constantemente. Ella se puso de pie, algo tambaleante.

—¿Qué hay de Tamlin?

—Mira, tengo que volver en breve a detenerlo, está al borde de su control y, con todo el olor que has dejado en el bosque, va a enloquecer y buscarte sin parar. —Se tomó un instante antes de continuar, señalando con su cabeza hacia las puertas que daban al pasillo que la llevaría a su habitación—. Anda ve, pon una silla o lo que sea, traba la puerta ¡y no vuelvas a salir!

Con eso, él se marchó corriendo y Norrine regresó al cuarto, haciendo exactamente lo que le habían dicho, agradecida de que ahora sus piernas sí la escuchaban mientras trotaba. Su corazón palpitaba con fuerza, casi tan fuerte como el sonido de los tambores que la habían sacado antes. Entró y cerró la puerta el miedo empezando a apoderarse de ella. Giró la cabeza hacia un costado, tomando una silla y poniéndola bajo el picaporte, y retrocedió, sintiendo una brisa helada a sus espaldas.

«¿Brisa?»

Empezó a girar sobre sus talones, viendo que una cortina se movía al vaivén del viento nocturno, y corrió a cerrar la ventana con el pasador, descubriendo que estaba roto por un corte limpio que lo separaba en dos. Retrocedió hasta sentarse en la cama, aturdida y con el pánico empezando a galopar por todo su cuerpo, mil y un escenarios empezaron a desarrollarse en su cabeza. ¿Sería el sujeto misterioso hecho de sombras? ¿Los otros que no habían llegado a propasarse con ella?

Oyó que algo movía a una de las sillas, seguido de pasos. Lo que sea que estuviera en su cuarto, no tenía prisa, estaba seguro de lo que iba a hacer, e indudablemente la tenía en la mira. Giró, saliendo de la cama, para enfrentarlo, fuera lo que fuera, prefería que la agarrara de frente a de espaldas. Un par de ojos verdes y dorados la observaban desde donde estaba la mesa. ¿Cómo no los había notado antes?

—¿Tamlin? —su voz salió temblorosa, rogando que fuera él y no algo más. Por lo menos, no era el hombre sombrío. Aunque, si lo pensaba un poco, era imposible que fuera él, dado que sus ojos apenas le llegaban a la altura de los hombros, a menos que se irguiera sobre sus patas traseras, y dudaba mucho que él pudiera caminar de aquella forma. Estos parecían sacarle al menos una cabeza de alto.

El dueño de aquellos puntos verdes salió de las sombras, dejando a la luz de la luna una figura que parecía humana, un hombre de rasgos duros, como si hubiera sido formado por medio de puñetazos y cortes precisos, un rostro bello a pesar de todo. Una larga melena rubia caía hasta poco más debajo de su pecho, completamente suelta, libre de trenzas y lazos. Tenía algo que parecía ser un atuendo que cubría su cadera, junto con una máscara de lobo con lo que parecían cuernos que cubría casi la mitad de su rostro, y esa era toda su ropa, hasta donde podía ver. Retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared, segura de que era Tamlin, pero sintiendo que debía poner distancia, el silencio era la única respuesta de momento.

Él siguió hasta que sus pies estuvieron casi superpuestos a los suyos, cuando la distancia entre ellos era mínima, dejando que el calor mutuo fuera más que evidente, que cada movimiento causara un roce. Era alto, una cabeza de diferencia, tal como había sospechado, y la contemplaba en silencio con unos ojos cargados de emociones tan salvajes que Norrine sintió que algo empezaba a tironear desde lo más profundo de su ser. Vio que él levantaba una mano y, con una gentileza que la dejó descolocada, pasó el pulgar por sus mejillas, limpiando las lágrimas.

—¿Te han hecho algo, Norrine? —El alivio compitió con el miedo al reconocer la voz grave de Tamlin. Apenas pudo negar con la cabeza, completamente perdida en los ojos de él. Él no parecía convencido—. Lamento lo de la ventana, pero temía haber llegado tarde. Creía que... Cuando sentí tu olor en el bosque... Yo...

Norrine volvió a negar con la cabeza, sintiendo que poco a poco se iba relajando. Cerró los ojos, concentrándose en la tranquilidad que parecía irradiar de Tamlin. Notó cómo su otra mano tomaba su otra mejilla y la invitaba a subir la cabeza. Su corazón empezó a latir con fuerza, pese a que la emoción era contraria al miedo. Lo miró entre sus pestañas, estudiándolo, absorbiendo cada detalle que tenía enfrente. Bajó la mirada a sus labios, sintiendo que la cordura la iba abandonando de a poco, dejando a lo que sea que estaba poseyéndola siguiera en control.

Empezó despacio, apenas un roce entre sus labios, un tanteo de terreno que empezó a calentarla desde adentro como si hubieran tirado una antorcha en medio de la hojarasca. Sus manos empezaron a recorrer el torso desnudo de él, subiendo despacio hasta alcanzar el cuello, grabando en su memoria la sensación de firmeza; para ese entonces, el beso estaba pasando a otro ritmo, más salvaje. De haber sido ingenua, no habría prestado atención a cómo Tamlin la estrechaba contra ella, como su propio cuerpo parecía odiar cada capa de tela que tenía encima y sus dedos empezaban a tirar de las telas. Bastó un ligero movimiento por parte de él para que diera un pequeño salto y se aferrara a su cuerpo como si fuera el aire que necesitaba para seguir viviendo. Lo notó moverse hasta sentarse en la cama, donde empezó a tironear del pequeño cinturón que tenía en su cintura, quitándole el vestido a una lentitud enloquecedora. Gruñó, apretando sus piernas contra su torso, llamándolo, pidiéndole que le diera lo que quería.

En algún momento su espalda terminó en el colchón, los labios de Tamlin dejando un rastro de besos y ligeros mordiscos por su oreja, cuello, clavícula y más, más, más abajo. Norrine estaba al borde de dejarse llevar y, que los dioses la maldijeran, no quería que fuera tan pronto. Retorció las sábanas, sintiendo que su paciencia se ponía en juego con cada instante que pasaba y su cuerpo se removía más con cada toque de él. Sabía que le había gruñido a Tamlin se dejara de tonterías y él sonrió, enseñando unos colmillos brillantes contra la luz de la luna antes darle lo que quería.

Suyo.