GRIMM REAPER

-Desesperanza-

Le resultó impactante el llegar a la oscuridad y no estar sola.

Le causó melancolía, así como le causó felicidad.

La soledad ahí era completamente abrumadora. No había nada, no había paredes, no había nada que le diese un fin a esa oscuridad, así que se sentía infinito, esa soledad era infinita sin duda. Cuando llegó ahí, al término de su vida mortal y al inicio de su inmortalidad, se sintió abrumada por la eternidad, y al tener a Ruby ahí, el verla moverse, el escucharla hablarle con su voz suave y calmada, la hacía darse cuenta de que no estaba sola a pesar de haber aceptado la soledad infinita que le depararía el destino.

En su cuarto, en el encierro eterno en el armario, cuando la obligaban a mantener el más absoluto silencio, se sentía sola, y no solo eso, si no que el sentimiento se mezclaba con la desesperanza.

Ahí veía una oscuridad latente, la oscuridad a la que solía temerle, pero se sentía diferente, le causaba una tranquilidad, porque todo a lo que le tuvo miedo no existía en ese plano de la realidad.

Aun así, al perder a Ruby, al estar sola en ese infinito, el sentimiento de desesperanza volvía de cierta forma. Al fin y al cabo, en ese mundo, lo que más temía era el no tener a quien la salvó, el volver a estar sola, sin tener a nadie a su lado.

Si, estaba siendo codiciosa, lo tenía claro.

Como humana, los años que pasó con Ruby, eran más de lo que cualquiera podría siquiera anhelar o vislumbrar. Para la persona que solía ser, el tener esa vida era algo imposible, una fantasía. Así que era afortunada, más afortunada que muchos al haber tenido la oportunidad de vivir fuera de la cárcel de su cuarto, lejos de las cadenas de su familia y del destino que la mantendría nuevamente cautiva.

No podía ser humilde.

Había disfrutado de la compañía, y no podía abandonar ese ciclo eterno de felicidad, se rehusaba a hacerlo, y si estuviese en la tesitura que Ruby tuvo en ese momento, tomaría la misma decisión, esperando ver una vez más a los ojos plateados frente a ella, ofreciéndole una mano, ofreciéndole una vida nueva en una realidad diferente.

Ofreciéndole la eternidad.

Podría lidiar con unos años difíciles, solitarios, si es que significaba que tendría siglos de compañía.

La nueva Ruby, la humana Ruby, estaba en medio de la oscuridad, los ojos escaneando alrededor, plateados luciendo curiosos, emocionados incluso, pero no veía ni la más mínima pizca de miedo al verse en ese lugar. Su alma era valiente, como ninguna otra.

Se fijó en cada uno de sus movimientos, manteniendo la distancia de esta, simplemente digiriendo la situación, el verla de nuevo ahí, en ese lugar, con ella.

Le sorprendió cuando el rostro joven cambió, las cejas frunciéndose, tornándose pensativa.

Por inercia, se acercó, intentando entender lo que le ocurría, temiendo que no quisiese estar ahí, que se arrepintiese de aceptar su trato, y de nuevo vino la desesperanza, apretando su pecho. Solía sentirse ajena a las emociones conforme pasaban los años, pero ahora parecía inusualmente sensible, o quizás se acostumbró a no sentir mayor cosa el último tiempo, donde se vio en la más profunda soledad.

Los ojos plateados la miraron, y sus ojos conectaron. Estos lucían consternados, y se vio deteniéndose, evitando acercarse, temiendo.

Por supuesto, no podía ser tan fácil.

El alma que amaba estaba dentro de esta, sus ojos, su cabello, su piel, recordándole a la mujer con la que pasó siglos, sin embargo, esa chica no era su Ruby. Podía lucir similar, podía tener el mismo exacto nombre, pero no era la mujer a la que conoció.

No podía llorar, su inhumanidad lo evitaba, pero la desesperanza era muy fuerte, arrebatándole los sentidos, la cordura.

Era absurdo decir que había esperado una eternidad para ver el alma de su amada volver al mundo humano, considerando que, en sí, ese lugar, esa vida, ese trabajo, era en sí mismo algo eterno, así que la comparación no sería del todo correcta, sin embargo, se sentía así, y sus sentimientos humanos, frágiles, seguían dentro de ella, alterando la percepción de su cerebro sabio por los años.

Volvía a sentirse como esa niña, era aquel mismo sentimiento al estar en su encierro, al no saber cuándo vería la luz, cuando dejaría de ser una prisionera, así mismo se sentía el haber estado ahí, sentada, viendo a los humanos nacer y morir, por minutos, por horas, por días, por años, sin saber cuándo llegaría Ruby, cuando podría volver a verla, y cuando podrían volver a la vida que solían tener ahí.

Había esperado una supuesta eternidad, para nada.

Para darse cuenta qué esta Ruby la dejaría, que no sería la misma, que no la querría como su cuerpo anterior la quiso.

Y con eso, volvería a estar sola, por una eternidad más.

"Recuerdo este lugar."

Dio un salto cuando la chica frente a ella habló, su rostro aun miraba alrededor, con el ceño fruncido, pero no veía el resto de sus facciones con la máscara puesta, ni podía leerle la mente, así que no entendía lo que pasaba por su cabeza.

Cuando los ojos plateados la observaron, notó como esta sonreía, no porque viese su sonrisa, sino porque sus ojos brillaban, sus ojos juveniles, sus ojos vivaces, los cuales se entrecerraban ligeramente al hacer el gesto, así que era fácil de saber que su sonrisa estaba plasmada en su expresión.

La desesperanza se acabó, de inmediato.

La chica la observó durante segundos eternos, y nuevamente siquiera pensar en la eternidad al mencionar un tiempo tan ínfimo, resultaba absurdo. Esta llevó las manos hacia su máscara de gas, sacándosela, y notó como esta de inmediato reaccionó, su cuerpo acostumbrado a sentir la incomodidad del aire tóxico del planeta en el que vivía. Ahí no existía esa toxicidad, por el contrario, era un aire limpio, tal vez demasiado, lo único que se sentía era el calor abrumante y el aroma a muerte, a sangre, aunque probablemente eso fuese por ella misma, no por el lugar en sí mismo.

Esta respiró profundamente, como si jamás en su vida hubiese tenido un aire así de limpio, sin embargo, la escuchó toser al hacer dicho esfuerzo.

El aire estaba limpio, sin embargo, su cuerpo aún tenía las toxinas, aún estaban almacenadas en sus pulmones, irradiando su cuerpo, y eso no se acabaría ahí. Su interior sería el mismo, el daño ya estaba hecho y la inmortalidad inhumana a la que había sido traída, no eliminaba el problema.

Probablemente incluso se sintiese como ella cuando llegó, y le asombraba recordarlo.

Su cuerpo estaba agarrotado y dolorido luego de haber desafiado a su padre, luego de haber sido atacada por él como tantas otras veces, pero cuando llegó ahí, ese dolor se disipó, como si nunca hubiese tenido aquella pelea, así también desaparecieron las manchas de sangre ajena que manchaban su ropa. Pero su cicatriz seguía, las cicatrices seguían, pero ya no dolían.

Ruby no debía de sentir dolor alguno, no debía quedar atisbo de la pelea que tuvo, no había cansancio, sin embargo, el daño en su sistema respiratorio seguía ahí.

Seguiría ahí por siempre.

Eternamente.

Y la culpa la embargó.

Podía vivir con sus cicatrices, con las heridas que su padre dejó en su cuerpo, porque ya no ardían, porque ya estaba a salvo, pero de haber tenido una enfermedad, de haber tenido alguna condición, la seguiría teniendo en ese mundo.

Si su padre realmente le hubiese quitado la voz, no la hubiese recuperado al llegar ahí, y la mera idea se sentía abrumadora.

Y ahora, había condenado a Ruby a permanecer por la eternidad con aquella condición.

Ruby no la miró, esta estaba concentrada en su máscara, poniéndosela en el rostro, sacándosela, probándola, inspirando con ímpetu. No entendía lo que esta estaba haciendo, y se sentía anticuada al no haber estudiado esa tecnología.

Y pensar que solía mofarse de Ruby cuando esta no conocía ciertas cosas de su mundo, de su tiempo, ya que esta vivió en una época muy diferente, con tecnología obsoleta. Y rara vez podía reír con eso, siendo Ruby una persona muy curiosa, que miraba bastante su alrededor, aprendiendo.

Ella, en cambio, no era así.

Cuando exploraba el mundo, cuando pisaba la tierra humana para llevarse a las personas, solo hacía eso, sin mirar más, sin entrometerse más en ese mundo. Y lo hizo un poco más al observar a Ruby, pero, aun así, no sabía lo suficiente para entenderla.

Los ojos plateados la miraron, y notó una sonrisa en esa, incluso la escuchó reír.

Y no entendía porque reía en esa situación.

No debía ser agradable.

Ruby se acercó, parándose a su lado, y se vio alerta, sintiendo la cercanía de una manera tanto física como etérea, emocional. Se sentía cálido, se sentía agradable, y solo quería estar pegada al cuerpo ajeno, por una eternidad más.

"¿Puedes ver eso?"

Ruby le señalaba dentro de su máscara de gas, y tuvo que concentrarse, dejar de sentir tanto, al menos por un momento.

Al parecer, aun tendría tiempo.

Notó unos números, notó una barra de carga. No lo entendía del todo, pero asintió.

"Indica la carga de la máscara, y con eso, la cantidad de medicamento."

"¿Medicamento?"

Ruby la miró, sus ojos plateados brillando, se veía divertida.

"Ayuda a evitar los efectos que me provocó el aire toxico, como la tos o el dolor. Pero ya debería estar a la mitad, esta carga la tenía cuando salí de casa, y ha pasado mucho tiempo. Y ahora, sin importar cuanto respire, no disminuye."

Había cierta emoción en Ruby, así como cierta curiosidad.

Al parecer era un alma curiosa la que tenía dentro.

Se quedó pensando, sin saber cuál podía ser la razón. Sabía que el cuerpo humano poco a poco se iba consumiendo, así como le pasó a Ruby, pero, a pesar de eso, todo lo que no era orgánico permanecía tal y como cuando la conoció, así como su propia ropa.

Nunca había pensado en eso, nunca lo preguntó.

Por supuesto que estaba demasiado enfocada en disfrutar la compañía que hacer preguntas, y vaya que equivocada estuvo. Ruby tampoco solía hablar demasiado, muchas veces se quedaban en silencio, haciéndose compañía, abrazadas, sin siquiera respirar.

El callar, el no hacer preguntas, estaba en ella, había sido criada así, y no podía creer que aun fuese un hábito luego de trescientos años.

"Al pasar a este plano, el tiempo parece detenerse, estancarse."

Habló, finalmente, diciendo lo único que sabía de ese mundo, de esa realidad, y los ojos plateados subieron, mirándola desde su posición, brillantes, pero luego de un momento, estos se tornaron serios.

"Pero dijiste que el cuerpo de la muerte no resistió el paso de los años, ¿Cómo es eso posible si el tiempo se estanca?"

La chica terminó de hablar, y comenzó a toser de nuevo, y por inercia tomó la máscara que esta tenía en sus manos, la sujetó, y se la puso en el rostro, forzándola a que respirase a través de la máscara. Esta podía sacársela si quería, ahí no iba a empeorar, pero tampoco quería verla sufrir así. Era una máscara cuyas cualidades durarían la eternidad, no debía sentirse insegura de usarla cuanto fuese necesario para aliviar las molestias en sus pulmones.

Pero esa chica era intrépida sin duda.

Se quedó un momento sujetándola, manteniendo la máscara pegada en su rostro, esta pegándose a su piel como si tuviese imanes, y no lo sabía, pero podía ser el caso, considerando las piezas de metal incrustadas en la piel ajena.

Los ojos plateados la miraban, divertidos incluso, y nunca se imaginó como una persona protectora, una persona que se preocupaba por el bienestar de las personas, sobre todo en su cautiverio, pero con Ruby, no podía evitar serlo. Con su Ruby, solo tuvo que cumplir con ese deber protector por poco tiempo, solo unos años, y solo cuando esta expresaba su vulnerabilidad, cuando su vida llegaba a su final.

Pero tenía claro que a esta Ruby iba a tener que cuidarla incluso más.

Y no le molestaba la idea, por el contrario.

"El tiempo esta detenido en esta realidad, pero el cuerpo humano es débil, imperfecto, y lentamente se va debilitando. Este lugar convierte lo humano en inhumado, la carcasa de nuestros cuerpos permanece igual, pero con los años, el cansancio llega, la debilidad, pero por ahora, ese no es un problema que nosotras tengamos que preocuparnos."

Aún tenían muchos años de calma, hasta que los síntomas de la eternidad hagan efecto.

Ruby no dejó de mirarla, notó los plateados observándola fijamente, concentrados en los suyos, para al final sonreírle, sus ojos siendo suficientes para desvelar el gesto, esa sonrisa que recordaba bien, que conocía bien.

"Por eso luces tan bonita como la primera vez que te vi."

Cierto, Ruby la había visto a través de las dimensiones…

El cumplido le causó cierta extrañeza.

Estaba acostumbrada a la calma de la antigua Muerte, de sus miradas suaves, de su tacto firme y estable, así como sus pocas palabras. Sabía que esa chica no era la mujer que era Ruby, no eran la misma persona, y esas situaciones se lo iban a recordar. Pero no le parecía ajeno, por el contrario, su cuerpo se sentía cálido, su humanidad, sus sentimientos débiles.

Su mente como siempre parecía más fría, pero su cuerpo estancado sentía tanto como en un comienzo.

Ruby bajó su mirada, poniendo sus manos sobre su máscara, inspirando profundo.

"Supongo que eso significa que tendré que seguir usando mi mascara en este lugar."

Se vio frunciendo el ceño, la calidez escapando de su cuerpo.

No quería eso, pero no había nada que pudiese hacer para evitarlo. Debía de ser incómodo el estar tosiendo y tener aquellas molestias atacándola, el ser retirada de ese mundo toxico para prevalecer en este, sin poder liberarse de las ataduras de su vida humana.

Ruby notó su molestia con respecto al tema, al ver su angustia, su preocupación, su desesperanza, y rápidamente sintió las manos ajenas en sus brazos, esta sujetándola, sus manos pequeñas y débiles, su movimiento brusco y tosco, tan diferente a lo que había sentido antes, pero igual de cálido, de agradable.

Se sentía en calma.

No estaba sola, ahí estaba la prueba.

"No te preocupes, la he usado desde siempre, no es un problema seguir usándola, además, sé que mi condición no va a empeorar aquí ni duele como dolía, así que puedo sacármela de vez en cuando, a menos que te moleste demasiado el sonido de mi tos."

Notó calma en el rostro ajeno, en el rostro joven, en el rostro despreocupado.

Negó de inmediato.

"Eso jamás me molestaría, el tenerte aquí, es suficiente para hacerme sentir viva de nuevo, lo demás solo pasaría a un segundo plano."

Ruby asintió, sonriendo una vez más, mientras se giraba, mientras le daba la espalda, su rostro indagando alrededor, sus manos firmes en su cadera.

Quizás necesitaba más eso de lo que creía.

Si, se sentía viva, se sentía acompañada, y su humanidad exigía tener aquel calor. Por lo mismo se volvió a acercar a la chica, rodeando su cuello con sus brazos, apegando su cuerpo a la espalda ajena, y si, de nuevo recordaba que esa chica no era Ruby, que ese no era su cuerpo, al que estuvo acostumbrada por siglos, ahora era diferente, era pequeño, delgado, débil, más joven de lo que debía de ser, pero no le parecía suficiente para detenerse, para evitar el contacto, para tratarla como si fuese eso, alguien más.

No podía.

Apoyó el mentón en el cabello ajeno, sintiendo su aroma tan humano, tan ajeno a todo lo que sintió desde que llegó a ese mundo, donde solo estaba en compañía del aroma a muerte, del calor del infierno, y sabía que esas características ahora eran propias. Pero ese aroma, era algo que no había sentido nunca, era diferente, un suave y agradable aroma a rosas emergiendo de su piel aun viva, tersa.

¿Así se sintió Ruby cuando la tuvo a su lado? ¿Cuándo tuvo la humanidad tan cerca de su alcance?

Ahora estaba en sus zapatos, el ciclo se estaba repitiendo.

Y luego, sucedería una vez más, o eso esperaba.

Ruby no hizo el menor intento de alejarse, y agradeció su paciencia, su calidez, el simplemente aceptar el amor desbordante que tenía para ofrecer, el que una total e inhumana extraña le ofrecía. Ruby lo aceptaba, sin mayor miramiento.

"Me dijiste que ya estuve aquí, que en mi vida pasada era la misma Muerte, pero realmente siento que estuve acá, más que un recuerdo, es como una sensación, como si llegase a mi hogar o algo así."

La chica se removió, y se vio obligada a alejar su rostro de la cabellera ajena. Pero más que alejarse para mirarla, esta solo levantó el rostro, encontrando la forma de que los ojos de ambas conectasen a pesar de la posición en la que estaban. Esta la observó, sus ojos brillando, siempre brillando, tan vivaces, llenos de energía, de vida, la sonrisa claramente plasmada en su rostro joven, oculta de sus ojos, pero no de su corazón.

"O quizás eres tú quien es mi hogar."

Si, su corazón humano no era ajeno a aquella conexión, por lo mismo corazón latió, lento, detenido en el tiempo, pero no lo suficiente.

Se vio sonriendo, sin poder controlar sus propias funciones básicas, descontroladas ante la felicidad, la felicidad que iba a disfrutar por la eternidad.

Eso era lo que tanto ansiaba, esa unión, esa vida.

Deseaba eso.

Deseaba convertirse en un hogar para Ruby, así como para ella Ruby fue su hogar, y esperaba que, en un futuro distante, cuando su cuerpo ya no resistiese más la eternidad, cuando su destino llegase al mismo punto culmine que su antecesora, pudiese volver al mundo humano, y que su futura existencia llegase a ese lugar, a ese infinito, para sentirse en su hogar, para tener finalmente un hogar.

No sabía si eso era posible.

No sabía si el universo le daría esa posibilidad.

Pero quería volver.

Quería volver ahí, a su hogar.