La cruzada de la última DunBroch.
CAPÍTULO I.
Mérida DunBroch, la única princesa de su clan, la primogénita de la unión de sus padres, la futura soberana de sus amplias tierras fue manchada por la sangre de sus padres dos veces en su vida, dos veces la sangre que le dio la vida le manchó alguna parte del cuerpo. La primera ocasión fue en el nacimiento de sus hermanitos menores, cuando apenas tenía nueve primaveras vistas, aquella ocasión fue una de las vivencias más traumáticas que Mérida jamás presenció.
A pesar de que había mirado a pocos metros de distancia el rostro del demonio Mor' du cuando a penas de era un niña pequeña, a pesar de que había visto la cicatriz de la pierna perdida de su padre, a pesar de que había visto las tripas de una oveja recién asesinada, a pesar de todos esos sanguinarios y tenebrosos escenarios que había presenciado, observar desde el marco de la puerta como tres pequeños cadáveres salían del cuerpo de su madre fue… sencillamente espantoso, inolvidable, indescriptible… fue algo que dejó un marca en su mente.
Y el destino, cruel como solo él, no le pareció suficiente ver el nacimiento de sus hermanos muertos, el destino consideró que la pequeña Mérida necesitaba contemplar y admirar toda su crueldad, todo su poder, todo el control que tenía. Por eso, supone Mérida, fue que la sangre de su madre rápidamente empezó a salir y a salir de su cuerpo, como si ella fuese una catarata de aquel líquido rojo. Salió y salió, y siguió saliendo hasta alcanzar los pies de una niña que había avanzado unos cortos pasos, aterrada y atraída por la muerte.
Mientras su madre palidecía y dejaba caer todas sus fuerzas hasta el abismo del inframundo, Mérida escuchó los gritos y sollozos de su padre, Mérida sintió sus propias lágrimas, lentas y cálidas, empapar su rostro.
Fue entonces que la última de las mujeres DunBroch murió, dejando en el mundo a solo un hombre DunBroch y a una niña DunBroch.
Y pronto sería solo una niña, pues, tres años después de la terrible pérdida, ocurrió la segunda ocasión en la que la sangre paternal manchó el cuerpo de Mérida.
Tres años después de que perdieran a sus tres hermanos y a su madre, cuando su padre se había rendido por completo de buscar una nueva esposa, una madrastra para su pequeña niña, cuando se rindió por completo de seguir adelante después de haber perdido al amor de su vida, cuando el mundo terminó de volverse gris para Fergus, fue que decidió que tan solo quedase una niña DunBroch en el mundo. La última DunBroch.
Caminó como autómata hasta lo más alto de su castillo, mientras su hija caminaba hacia los establos. Se disculpó con Dios y con su esposa, mientras Mérida forzaba una sonrisa a una de sus sirvientas que le había ofrecido una manzana. Creyó ver el fantasma de su amada, cuando en verdad era solo la muerte que venía por él, mientras su hija silbaba para llamar a su leal corcel. Y se dejó caer, mientras ella le daba una mordida a su fruta.
El grito agudo de Mérida llegó a todos los pasillos del castillo de DunBroch.
Su padre estaba ahí, convertido en carne aplastada, órganos alejados de su sitio correspondiente y sangre esparcida por todo rincón posible, incluyendo su rostro y su vestido.
Mérida gritó por tres horas seguidas.
Ver como tu madre pierde lentamente la vida delante de ti, como pierde vitalidad poco a poco es una cosa… ver a tu padre estamparse contra el suelo desde varios metros de altura, verlo convertido en un cumulo asqueroso y rojo… es otra completamente diferente.
Mérida lloró por tres semanas. Hasta la llegada de los lores.
Se presentaron llenos de armas, con sus hijos a sus costados, con sus hombres armados detrás de ellos. Llegaron como si estuvieran a punto de iniciar una épica batalla. A Mérida le daba miedo descubrir contra quien iban a batallar.
Mérida decidió abandonar su reino, con tan solo un barco, su arco, una espada ceremonial y su leal corcel, porque dejar a una niña huérfana entre la espada y la pared, darle a elegir entre casarse en ese mismo momento con un niño u otro, justo tres semanas después de ver a su padre morir, justo tres años después de ver a su madre morir al dar a luz… bueno, no lograrás otra cosa que decida mandar a la mierda tus opciones y crear la suya propia.
Mérida volvería, algún día, a reclamar sus tierras, sin anillo ni marido, solo ella, con un ejército lo suficientemente fuerte para volver a coronarse reina, para recuperar aquello que era suyo por derecho. Prometió, frente a todos los lores que, cuando volviese, porque volvería, les daría la opción de arrepentirse y disculparse, de hacerlo por las buenas, de aceptar su misericordia; y si no tomaban esa opción, Mérida reduciría sus cadáveres a cenizas.
Cuando la sangre comienza a salir desde aquel cráneo, Anna reconoce finalmente la gravedad de su decisión, reconoce finalmente cuales son las evidentes consecuencias de sus terribles acciones. Cuando ve la sangre correr de esa manera por toda la alfombra, cuando ve la furia en los ojos de su abuelo y el susto en los ojos de su hermana mayor, fue entonces, y solo entonces , que se dio de lo que había hecho.
Es bastante interesante lo que ocurre cuando cambias un pequeño detalle en un historia ya trazada, cuando alguien que debió morir en una batalla por él mismo empezada termina sobreviviendo para ver a su hijo casarse con una muchacha sin nobleza, una muchacha que no se sabe de dónde salió, una muchacha que en su corazón guarda muchos secretos. Es interesante cuando observas lentamente como un hombre, ya envejecido, comienza a crecer un furioso odio contra su primera nieta, es interesante observar a ese mismo hombre marcando una obvia preferencia entre la primogénita de su hija y la menor de las hijas. Es interesante ver cómo, al perder a su único vástago, un hombre furioso y adolorido inicia una horrible trayectoria de maltratos contra la niña a la que acusa de ser la culpable de su gran pérdida.
Inicia con gritos, con insultos; prosiguen las bofetadas, los empujones; continúa con las noches sin comer, los días enteros encerrada en su habitación; prosiguen las patadas, los golpes con objetos contundentes. Concluye, esa noche, con una jarra de agua hirviendo.
Si el hielo, que es solo agua congelada, es el fuerte de aquella aberración, el agua hervida debería ser su perdición.
Cuando había terminado de arrastrarla del cabello por todo el pasillo desde su habitación hasta la sala del tercer piso, cuando finalmente estuvo a punto de desquitarse por completo de aquella mancha en el sagrado legado de su clan fue entonces que, sin hacer ruido alguno, alguien le golpeó en la cabeza con una de las robustas sillas de la sala. Cayó en el suelo con un ruido seco, bocarriba, observando el maravilloso candelabro de la estancia, sintió la sangre de su cabeza saliendo poco a poco por la herida provocada por la silla. Observó a su segunda nieta, a su predilecta, a su favorita, a su ojito derecho, sosteniendo temblorosa un silla ensangrentada, llorando furiosamente, viajando su mirada de él a la adolorida Elsa. No puede evitar sentirse furioso, no puede evitar sentirse engañado, traicionado.
Él, que lo había dado todo por su niña, él, que le había otorgado todo cuanto ella alguna vez había pedido o deseado. Él, que la había cuidado tanto por un sencillo motivo, un simple motivo: ser normal. Era todo lo que había pedido, todo lo que Elsa no le había dado, todo lo que Anna le había otorgado.
Pero ahora estaba ahí, desangrándose, furioso, observando como su predilecta soltaba la silla, tomada a su lastimada hermana y salía corriendo lejos de él agarrando las manos de aquel terrible monstruo que, lo sabía él perfectamente, arruinaría su vida.
–¡ANNA! –brama mientras todo se vuelve oscuro, mientras las fuerzas se le van–. ¡ANNA!
Pero Anna sigue corriendo, sujetando a su llorosa hermana, dejando atrás las riquezas, los privilegios, la seguridad de un techo durante las lluvias o las nevadas, la comida caliente en su mesa, las comodidades, dejando atrás los pocos recuerdos de sus difuntos padres, su vida supuestamente perfecta. Dejándolo todo atrás.
Porque cuando los niños ven que el único adulto que les queda en el mundo se limita a insultar, a lastimar, a preferir y a dañar a aquellos infantes que supuestamente va a proteger… pues lo niños deciden que pueden dejar atrás la lógica y todos esos beneficios tan preciosos porque tienen miedo a no sobrevivir, toman malas decisiones porque ya no confían, porque están muertos de miedo y quieren evitar morir de otra forma.
Algo se rompe esa noche, algo se rompe en sus corazones, algo les revienta las cabezas. Algo ha cambiado por completo dentro de ellas y jamás volverán a ser como antes, una herida que jamás cerrará, una herida que jamás cicatrizará, una herida que jamás dejará de sangre… una herida mental, un herida física, un herida que marca por toda la vida.
Por eso Anna y Elsa corren lejos de su abuelo, hacia los bosques incluso, hacia una vida que no saben en lo absoluto como podrán llevar a cabo.
Y Anna corre pensando en que, probablemente, ha matado a su abuelo, a ese horrible monstruo que la consentía mientras atormentaba a su querida hermana.
Y Elsa corría mientras intentaba acomodar sus vestidos, mientras congelaba todo a su paso, mientras se preguntaba por qué ella tuvo que haber nacido como un monstruo.
Y Anna se enfrenta al hecho de que se ha convertido en una asesina.
Y Elsa acepta el hecho de que es un monstruo.
O, al menos, eso es lo que hacen mientras corren. Porque cuando paren… cuando paren el mundo se verá tan diferente.
Pero aún falta mucho tiempo para que alguna vez dejen de correr, en realidad, correrán por meses enteros, apenas descansando, con ese tonto temor infantil de que alguien aún las siga, ellas seguirán corriendo hasta que manos amigas hagan que paren.
Hiccup nunca ha podido levantar un hacha, jamás ha sido capaz de sostener ningún tipo de arma, en verdad, ninguna espada se sostenía en los cielos por sus brazos, todo puñal se resbalaba entre sus manos, los mazos siempre doblaban sus muñecas, los escudos se le caían encima, las hachas… las hachas era un ni pensar, no podía ni alzarlas. Pero, ese día, esa tarde después de ser humillado públicamente por su padre, esa tarde después de haber intentado mostrarles a todos esos adultos testarudos que estaban equivocados, esa tarde en la que todo Berk vio a Chimuelo… esa tarde en la que su padre lo agarró del cuello, lo sostuvo en el cielo y le escupió que no era su hijo para luego dejarlo caer… esa tarde lo cambió todo.
Aquella brutalidad vikinga de la que siempre bromea como Gobber, toda esa fuerza escondida que, entre bromas, juraba tener, todo aquello sale con un grito digno de un dragón, con un bramido que intenta rasgar el cielo y que tan solo le queda un poco para lograrlo, con solo eso, Hiccup anuncia sus furiosos actos. Coge de un tirón el hacha de su padre, sorprendiéndolo enormemente, para luego avanzar rápidamente hacia las afueras de la sala oscura hasta donde su padre lo había arrastrado. Todos voltean al oírlo gritar, todos se echan atrás, confundidos y espantados, cuando Hiccup se acerca zarandeando el hacha de su padre, amenazando a todos los que se pongan en su camino. Logra apartarlos de su compañero de vuelo, logra alejarlos por el tiempo suficiente que necesita para partir las cadenas que aprisionan a su amigo.
–¡Hiccup! –brama Estoico mientras el niño tira el hecha y se monta con rapidez a los lomos de su dragón–. ¡Vuelve aquí! ¡Hiccup!
–¿Por qué? –responde mientras solloza–, ¡Tú mismo lo has dicho! –su corazón bombea dolorosamente en su pecho, los ojos le escuecen–. ¡Yo ya no soy tu hijo!
Y mientras Estoico se da cuenta de la crueldad de las palabras que en su furia pronunció, Hiccup se alza en vuelo y decide que nunca más volverá a Berk.
Y el niño, de trece años, se rompe en los lomos de Chimuelo, rompe a llorar con las ganas y la fuerza que jamás le permitieron expresar. Hiccup llora, berrea, sufre, sobre los lomos de su amigo, mientras las nubes le acarician la cara, mientras su dragón suelta gruñidos y bufidos reconfortantes y preocupados.
Que un niño decida que un reptil alado escupe fuego es más seguro que una isla llena de humanos y adultos que supuestamente velan por su seguridad… es preocupante. Que una isla entera no tenga tapujos en demostrar todo el tiempo el desprecio que sienten por un pobre niño… es preocupante. Que un padre se niegue rotundamente a escuchar a su hijo, que le grite esas cosas, que lo rompa por dentro de tal manera y espere que luego entienda y perdone… es preocupante.
Cuando a un niño le lastimas de esa manera… bueno, sencillamente nunca vuelve, incluso si lo hace físicamente, jamás vuelve a ti.
Hiccup… él sencillamente nunca más pensó en su padre de la misma manera, nunca más fue aquella inmensa figura a la que aspirar, a la que admirar, se convirtió en aquel punzante dolor de su corazón, aquella dolorosa herida del pasado que jamás repararía.
Cuando una niña decide que saltar por una ventana hacia lo desconocido, hacia lo que conoce como peligroso y amenazante es una mejor opción que quedarse a tu lado, es que algo has hecho mal, muy mal. Gothel lo comprendió de inmediato, mientras veía la niña rubia y temblorosa alejarse de ella a través de la única ventana de la torre en la que la mantuvo cautiva tantos años.
No había hecho nada realmente grave, se decía Gothel, no había ningún motivo para que Rapunzel decidiera que huir de ella era lo mejor, no había hecho nada, de verdad que no. Solo le había gritado un poco, solo un poco más de lo habitual. Vale que le había levantado la mano y le había amenazado con una paliza, pero ya lo había hecho antes y con más rudeza, además que ella había cometido la tontería de volver a preguntarle si podía salir de la torre. ¿Qué era lo que había incitado a Rapunzel a saltar fuera de su prisión?
¿Qué había sido diferente? Antes había hecho cosas peores, antes la había llorar durante horas, ¿qué había cambiado?
Lo que Gothel no entiende de la gente que le rodea, no solo de los niños, es que no puedes maltratar eternamente a una persona, no puedes esperar a que alguien responda constantemente de la misma manera, algún día la victima explotará, algún día se hartará de ti, algún día, por ilógico y loco que te parezca, decidirá que ya no quiere soportarte, algún día marcará el límite.
Se tarda un poco en descender toda la torre, porque sigue aturdida y desorientada por la visión tan peligrosa que se había tomado delante de ella, y cuando finalmente llega, ni tan siquiera el rastro de la inmensa cabellera de Rapunzel está a la vista, Gothel empieza a temblar intranquila, su corazón enloquece dentro de su pecho. Grita el nombre de la niña que secuestró, pero no encuentra respuesta alguna.
El cómo Rapunzel fue capaz de encontrar tan rápidamente un perfecto escondite para no ser encontrada por Gothel en las profundidades de una húmeda cueva es un gran misterio al que realmente ninguna de las dos jamás fue capaz de darle una buena explicación.
Huir de un pueblo entero, armado con antorchas y trinches, es una situación para la que la mayoría de los adultos ni si quiera se ha preparado mentalmente. No es precisamente lo que te esperas un jueves por la tarde, no es algo que le ocurra a todo hijo de vecino, sencillamente no es común. Huir de un pueblo entero, armado con antorcha y trinches, es una situación por la que, evidentemente, un niño no debería pasar, por el sencillo motivo de que no hay motivo alguno por el que nadie debería atentar contra la vida de un infante, sobre todo de una manera tan violenta.
Mucho menos cuando, en esta persecución armada, es el padre del niño en cuestión quien encabeza el ataque.
Cuando Alberto fue al pueblo donde sospechaba que su padre estaba, lo último que se había imaginado es que el adulto fingiera no conocerlo y decidiera espantarse por sus escamas y sus branquias delante de todos los humanos presentes. Cuando Alberto lo llamó papá delante de toda esa gente, el adulto se limitó a vociferar y a chillar con falso espanto, aquello le rompió el corazón al joven muchacho, aquello lo dejó aturdido y sin poder reaccionar, hasta que vio la primera trinche y se encendió la primera antorcha.
Chillando como loco y llorando con fiereza, Alberto Scorfano, comenzó su torpe y ansiosa carrera de regreso al mar, dejando atrás al padre que prefería temerle a cuidarle, dejando atrás las posibilidades de llevar a cabo una vida mínimamente normal –todo lo normal que puede ser la vida de un hijo de un humano y monstruo marino–. Simplemente corrió para luego nadar con todas sus fuerzas, lejos del fuego y el hierro, lejos del mundo que jamás lo aceptaría.
Sumergido en el agua, con sus lágrimas elevándose hasta la superficie, el pequeño monstruo marino no puede hacer nada más que preguntarse por qué él se merecía algo como eso, ¿qué estaba mal con él? ¿en qué se había equivocado? ¿Qué cosa horrible había hecho para merecer todo eso?
Intenta decirse que nada de aquello es su culpa, intenta decirse que lo de "monstruo marino" es tan solo una mala manera de definirlo, pero no consigue convencerse a sí mismo, no consigue arreglar esa pequeña autoestima destrozada por la gente de arriba, destrozada por la gente de la superficie.
Mientras ve la inmensidad del mar, no puede evitar preguntarse qué tan lejos tendría que ir para que nunca lo atraparan los humanos armados con trinches y antorchas.
Tumbado entre heno y pelaje de caballo, con el olor de heces equinas sacándole lagrimillas de los ojos –porque no, él no estaba llorando por lo que acababa de pasar, él no era un llorica–, con los labios apretados de manera infantil y los brazos cruzados, Hans se promete a sí mismo un futuro mejor, se promete alejarse para siempre, algún día, de la familia que tanto daño. Se alejaría, algún día, de sus estúpidos doce hermanos mayores, que nunca dejarían de tratarlo como basura; se alejaría de su madre, quien siempre estaba demasiado ocupada mirándose en el espejo como para preocuparse de él; y se alejaría de su padre, ese ridículo hombretón manso que dejaba que todo el mundo pasara por encima de él.
Se alejaría de todos ellos y buscaría un buen lugar, una tierra fértil, llena de minerales y desbordante en oportunidades, se proclamaría el rey de esa magnifica tierra y, cuando sus dominios fuesen respetados, reconocidos y poseedores de grandes riquezas, su familia volvería con él, arrodillados y arrastrándose, rogando por perdón y prometiendo jamás volver a mirarlo por encima del hombro, jamás volver a dejarle de lado. Sí, eso pasaría, Hans obtendría todo lo que se merecía y más, y su familia, su horrible y desastrosa familia, aprendería a respetarle… tal vez incluso a quererle.
Solo tenía que esperar por la oportunidad perfecta, solo tenía que salir a los desconocido, en búsqueda de esa maravillosa tierra prometida en sus sueños.
Sin embargo, mientras tanto, se quedaría allí, en el establo de los caballos de su familia, agazapado y tapado solo por paja, acompañado por Citrón, el único ser vivo que se preocupaba por él, el único ser vivo que lo quería… era un verdadera lastima que Citrón solo fuera un potrillo, que realmente no pudiesen conversar, que ninguno de los dos realmente pudiera dejar salir todo el dolor de sus corazones con un honesto dialogo. Porque, evidentemente, Citrón no podía hablar, y a Hans le parecía injusto solo quejarse él, su amigo seguramente también la pasaba fatal, seguramente él también tenía cosas que decir, dolores que compartir, traumas que confesar, chistes que contar… Citrón y Hans tenían muchas cosas que decir, pero nadie que pudiera escucharlos y entenderlos.
Hans buscaría un buen hogar, para él y para Citrón, lejos de todos aquellos que les hacían daño.
Hans podría ser tan solo un crío de doce años, pero sabía perfectamente que, para sobrevivir, necesitaba escapar del palacio de las Islas del Sur.
Al inicio solo sintió frío, al inicio lo rodeó la oscuridad, al inicio estaba él solo, en el más absoluto dolor. Como un recién nacido que no haya a su madre por ningún lado, como un niño que no tiene otra cosa a la que aferrarse más que a la eterna soledad a la que las circunstancias lo enfrentaban.
Él no sabía que aquello no era normal, pero había salido volando de el congelado lago donde murió, llevándose el hielo que lo alejaba de la superficie y del mundo de los vivos. No sabía que era raro, pero se mantuvo flotando a unos centímetros del agua helada, intentando respirar normalmente, descalzo, a penas abrigado, en medio de una de las peores nevadas de aquel año.
No sabía por qué estaba ahí.
No sabía si debería de haber más gente.
No sabía por qué en su cabeza los rostros de otros jóvenes se aparecían.
No sabía su nombre, solo sabía que la luna delante de él podía hablarle, podía compartirle hermosos secretos, podía compartirle las más importantes informaciones.
Le dijo que su nombre era Jack Frost y que, si así lo quería, podía vivir toda la eternidad bajo sus propias normas, a su ritmo, o podía buscar a esos desconocidos que se le aparecieron como ajenas memorias, y comenzar la aventura que para él habían escogido.
Jack se limita a sonreír y aceptar la segunda propuesta.
Tadashi termina de empacar las últimas cosas que necesita, acomoda el bolso de cuero en uno de los costados de su cuerpo, para luego contemplar sonriente el atardecer. Es tan solo un preadolescente –aunque todavía nadie ha establecido esa palabra como tal–, pero ha decidido ya que no queda mucho más que en aquel pequeño pueblo le puedan enseñar.
Además, con la gran inteligencia que su hermanito menor ha demostrado a una corta edad, Tadashi sabía que todas las esperanzas y atención de la familia se centrarían en él, por lo que emprenderse en una larga aventura tampoco era una gran pérdida para los Hamada.
Sí, lo había decidido, e incluso había convencido a sus padres. Saldría al mundo exterior, en busca de aventuras, en busca de aquel algo que lo llamaba a salir, en busca de aquello que no podía encontrar dentro de los límites de la tierra que lo vio nacer y crecer.
Cogió sus cosas y comenzó su gran aventura, una épica que lo arrastraría hasta una familia destrozada y disfuncional, un trono que retomar, un corta guerra que librar y unos sentimientos confusos y maravillosos que disfrutar.
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Oye, pues al final no ha tomado tanto tiempo reiniciar mi escritura, aunque, bueno, mis ganas de escribir algo centrado en Mérida x Tadashi también son bastante grandes.
Además, quería escribir un fanfic donde todo el grupito de The Big Four y añadidos se llevan bien y todo eso –porque enemistar a Mérida y a Hiccup en "Huyendo del Destino" me dolió–.
¿Qué hace Alberto aquí? Pues... quería salir un poco del grupito de siempre, también me quede con ganas de meterlo en "El destino siempre te alcanza". Me daba gracia pensar en Alberto como el hijo de un importante marqués italiano que apoyaría a Harald en la revolución, pero al final no lo introduje en lo absoluto.
Las parejas van a ser las mismas de siempre, aunque estoy en duda de que hacer con Anna, Kristoff y Hans, nada está realmente claro con esos tres.
Antes de irme, quisiera respetar un poco la fuente de mi inspiración. La novela "Sin Supervisión Adulta" de Promethea ha sido una gran inspiración y motivación para esta historia, haceros un favor y leed ese maravilloso fanfic de Harry Potter, es sencillamente increíble.
Bueno, eso sería todo.
Se despide, la pionera de los fanfics TadErida aquí en Fanfiction (si alguien sabe de un fanfic de esta pareja en esta página os ruego que me lo digáis, mataría por algo de contenido).
