La cruzada de la última DunBroch.

Capítulo XXV.


Todo el grupo tenía que admitir algo innegable, Anna estaba haciendo un excelente trabajo fingiendo que el hecho de ahora estar a punto de embarcarse en una nueva aventura a lado de una sirena no le afectaba en lo absoluto. No hablaban demasiado de eso, sobre todo porque a la mayoría del grupo le chocaba demasiado juntar ambas ideas, pero Anna, a pesar de estar dispuesta a matar sádicamente por cualquiera del grupo y a pesar de tener una inmensa manada de lobos a su disposición listos para devorar a quien ella quisiera, seguía siendo una niña pequeña, la menor del grupo para ser más exactos, que había pasado gran parte de su infancia escuchando cuentos de hadas para dormir, seguía siendo una niña que hasta cierto punto extrañaba todos los juguetes y tonterías que se habían quedado para siempre en su habitación: sus muñecas, su "casco de vikingo", los guantes de dragón, la capa de hechicera… todas esas pequeñas cosas que habían formado parte de su infancia más divertida. Las sirenas, eso que antes solo había sido un cuento de hadas, habían supuesto una parte importantísima para su idea de la fantasía y la magia, tanto había soñado con que esas criaturas, tanto tiempo había soltado suspiros y asumido que jamás vería una… y ahora todo había cambiado, estaba en un bosque, caminando de regreso al Inevitable, despidiendo a Hércules y a Felipe –al parecer Hércules había dicho algo de entrenar correctamente a Felipe para que sea un verdadero héroe y no podían seguir acompañándolos, Anna en verdad creía que Hércules decidió finalmente escaquearse de ellos y sus locuras y llevarse al pesado de Felipe con él para quitarles un peso de encima–, caminando siempre cerca de un río extenso, mirando de reojo a la sirena que nadaba por aquellas cristalinas aguas y fingiendo lo mejor posible que no se moría de ganas de sentarse a las orillas del río para pedirle que confirme todas las ideas preconcebidas que tenía sobre su raza.

Anna se apretuja con fuerza al cuerpo de su hermana mayor, quien, de vez en cuando, le acaricia el cabello y le da palmaditas en la espalda para dejarle en claro que está haciendo un excelente trabajo. De vez en cuando Mérida voltea en su dirección y deja salir una sola risilla que Anna responde con un mudo insulto para luego agradecerle a Tadashi por regañar las veces que hizo falta a la futura reina de DunBroch. Estaba más cómoda con Tadashi últimamente, que él se hubiera detenido una noche para hablar con ella largo y tendido sobre cómo le había afectado el incidente de la tetera realmente fue algo necesario que además le ganó buenos puntos al muchacho para que Anna pudiera volver a sentirse cómoda a su lado. Tadashi aún tenía prohibido ocuparse del té por petición directa de la menor, pero eso no quitaba que su relación volvía a ser la de antes.

Le daba rabia que Jack y Yaman no tuvieran la misma emoción que ella. El hecho de que les pareciera relativamente normal todo esto les daba campo libre para mostrar su poco interés, de vez en cuando ambos volaban por sobre el agua para ver a la sirena nadar, y ella a veces se ponía bocarriba para saludarlos con la mano y Anna se moría de envidia de una forma horrible, tanto que no podía evitar mirarlos con una rabia que confundía a Jack y hacía reír levemente a Yaman, quien parecía entender mejor las molestias de la pobre muchacha, no comprendía del todo el motivo detrás de aquella rabia, pero ser consciente de ella era suficiente para que estuviera pasándosela de maravilla.

En algún punto, como todo un caballero, Hans se acercó a Anna con una sonrisa comprensiva.

–¿Qué le quieres preguntar? –le dice con delicadeza, con las manos tras la espalda, posando como el príncipe que le enseñaron a ser, como el caballero en brillante armadura que siempre ha de velar por el bienestar de cualquier princesa, Anna frunce levemente el ceño por la confusión que le genera la repentina pregunta–. Hiccup y yo iremos a preguntarle algo que quieras saber, o al menos comenzaremos una conversación, y para que no te dé vergüenza hacerle tantas preguntas, algunas las diremos Hiccup y yo para que tú puedas hacer otras.

Con todo el cariño del mundo, Anna se cuelga ahora del brazo de Hans. –¿Te he dicho ya lo maravilloso que eres?

Hans suelta una risilla mientras se acomoda dramáticamente el cabello. –Sí, pero puedo escucharlo una vez más, no creo que te haga daño alguno tener que repetirlo para mí.

Anna entonces, para sorpresa de Hans y Elsa, tira del brazo de su amigo y le da un dulce e inocente beso en la mejilla derecha para luego sonreír de oreja a oreja. –Eres increíble, Hans –le dice con todo el cariño del mundo antes de irse con Hiccup para decirle la preguntas que quería hacer.

Hans se queda por unos segundos larguísimos completamente sonrojado, con los labios bien apretados y con la cabeza y el corazón cuestionándose lentamente y con algo de miedo e incomodidad qué es lo que acababa de pasar y cuál sería la manera menos ridícula de responder a todo ello. El corazón hace un amago de querer acelerarse pero la cabeza de inmediato y tremendamente firme le dice que no haga tonterías, que Anna es solo una amiga, casi una hermana, y tiene que fingir que nada acaba de pasar.

Pero el muchacho tiembla de pieza a cabeza cuando se da cuenta de la sonrisilla dibujada en el rostro de Elsa. –¿Todo bien, Hans? –le pregunta con una dulzura tan exagerada que es melosa y empalagosa.

–Sí, todo bien. Todo está perfecto. Todo es maravilloso, increíble, esplendido…

–Estás rojo.

–Es solo mi cabello, es rojo.

–No tienes el cabello en las mejillas, que yo sepa.

–Son patillas, ¿no ves que son patillas?

Elsa hace amago de tocarle las mejillas, donde evidentemente no tenía patillas, para demostrar su punto de que el muchacho estaba rojo, de forma inmediata Hans brinca lejos de ella y se apresura a salir corriendo hacia donde estaban Hiccup y Anna conversando con respecto a lo que le preguntarán a la sirena en cuanto tengan algo de tiempo libre, seguramente luego de que establezcan la manera en la que viajarán todos juntos por el mar. Mientras Hans se aleja, Elsa sencillamente suelta unas risillas y niega con la cabeza, retomando su atención hacia la ruta que marcan sus futuros reyes. Por otro lado, quien sigue con su mirada a un nervioso y sonrojado Hans es Yaman, quien ladea la cabeza y frunce el ceño por su comportamiento.

–Oye, Alberto –llama en voz baja al muchacho que camina a su lado, el monstruo marino de vez en cuando se iba a nadar y conversar, y disculparse un poco por la hostia dada, con la sirena en aquel caudaloso río, por lo que cuando Yaman giró en su dirección, Alberto seguía con su forma marina, la cual se iba secando muy lentamente.

El muchacho de la península itálica responde mientras sacude sus brazos. –¿Qué pasa?

–¿Qué le gusta a Hans? –pregunta con el mínimo tacto posible, Alberto ladea la cabeza, pero de inmediato se da cuenta de qué está hablando Yaman.

Alberto entonces sacude su cabello/escamas de la cabeza, secándolas un poco y haciendo que hubiera una combinación extrañísima de pelo y escamas. –Pues… creo que todo.

–¿Todo? Pensaba que solo le iban los tíos.

–Ya, y yo –de pronto, Alberto apunta con la cabeza la figura de Hans, que seguía algo enrojecido y hablaba animadamente con Anna–, pero ya lo ves.

Yaman frunce un poco el ceño. –Entonces… ¿le gusta Anna?

–Pues, ¿sí? ¿tal vez? Hasta ahora pensaba que tenían una relación de hermanos o algo así. ¿Por qué no se lo preguntas directamente a él luego?

Yaman finge estar profundamente ofendido. –¿Y permitirle creer que estoy celoso? Tú flipas.

Alberto se permite soltar una carcajada. –¿Acaso no lo estás?

–¡Solo tengo curiosidad! –se defiende apresuradamente, también soltando unas risillas–. Quiero decir, jamás he conocido a alguien que le gustara todo.

–A Elsa le gusta todo.

–¿Ah sí? –es todo lo que puede soltar, incrédulo y con los ojos bien abiertos.

–Y a Hiccup.

–Eso sí que no me lo creo –dice firmemente–, ¿Hiccup Haddock poniéndole el ojo encima a algo que no sea Elsa? No me lo trago. Es más, diría, y no me equivocaría, que ni siquiera le gustan en verdad las mujeres, le gusta Elsa y para de contar. ¿Qué es lo siguiente que me vas a decir? ¿Qué a Mérida también le gusta de todo?

–Ah, pues Mérida sí que no lo sé –admite Alberto, luego de reírse por las teorías de Yaman tenía con respecto a la sexualidad del vikingo, no lo quería admitir, pero lo que proponía el muchacho árabe en verdad tenía mucho sentido–. ¿Qué me dices de Corvus? El cuervo ese se ha metido en todo tipo de camas.

Yaman asiente mientras coloca una mano bajo su mentón. –Eso sí que es cierto… no me había detenido a pensar en ello –el muchacho árabe no puede evitar suspirar pesadamente mientras tira su cabello negro para atrás–. Hay que ver cómo ha cambiado el mundo entero, mis vecinos intentaron despellejarme vivo cuando me atraparon besándome con un viejo amigo, y ahora se puede hablar tan libremente de esto, jamás me detuve a notarlo cuando estaba convertido en alfombra y viajaba con Aladdín, sencillamente cuando estaba intentando sacarlos de muertes inminentes no podía permitir detenerme a pensar o fijarme en cuánto ha cambiado el mundo.

Alberto no puede evitar dibujar una mueca en su rostro. –No quiero romperte el corazón o las esperanzas, Yaman, pero esta forma tan simple de ver los gustos de la gente es algo más que nada de este grupo. Ya hemos pasado por muchas situaciones asquerosas y peligrosas como para preocuparnos quién besa a quién y quién se acuesta con quién. Creo que en las tierras de Hiccup la gente es un tanto más abierta con respecto a esta cuestión, pero el resto del mundo está demasiado influenciado por la religión católica y sus ideas con respecto a la gente que ama a las personas de su mismo género. Eso sí, no tengo ni idea de cómo la gente del mar –apunta sin darle mucha importancia a Ariel– piensa con este tema, parece ser que los hijos de la magia son bastante más abiertos, pero los humanos van muchos pasos por detrás.

Yaman, con una terrible mueca cruzando todo su rostro, vuelve a suspirar pesadamente. –Es decir, que las cosas no han cambiado nada después de tantos siglos, que no es que no me haya dado cuenta, sino que todo sigue tal y como lo dejé.

Alberto le da unas palmaditas en la espalda mientras se fuerza a sí misma a sonreír. –Mira el lado positivo, podemos hacer que cambie. Mérida va a ser nuestra reina porque ella va a traer cambios importantes no solo a DunBroch, sino a todo el mundo.

–Confío en que nuestra reina es poderosa y que realmente quiere mejorar las cosas –empieza a confesar Yaman, jugueteando un poco con sus dedos, algo incómodo de hablar de sus inseguridades con respecto a los planes y promesas que Mérida les había entregado–, pero ¿no nos estamos emocionando demasiado con todas estas promesas de que cambiará el mundo entero para mejor? He visto a muchos grandes hombres y mujeres, con el poder de la Lámpara Mágica incluso, caer terriblemente cuando intentaron llegar más lejos de lo humano. Además, ella no es la primera en tener ambiciones tan grandes, ¿cómo transmitir unas mismas ideologías de lo correcto e incorrecto sin quitar la libertad de otros pueblos y sus creencias? Piensa en todas las guerras que los cristianos y los míos han tenido, todo porque ninguno se podía poner de acuerdo en quién era moralmente correcto, nadie quería admitir que su punto de vista era incorrecto e ilógico.

Alberto se lo piensa un poco, mirando fijamente la figura de Mérida avanzar frente a ellos, antes de responderle. –Creo que para lo primero estamos todos nosotros y todos los que en algún futuro se unan a nosotros –explica con toda la calma del mundo, con una sonrisilla tirando de sus labios levemente–, creo que sabe que sus expectativas son enormes y pueden llegar a suponer un gran peligro de caer abruptamente, y que por ello está reuniendo la mayor cantidad de gente posible. ¿No te has dado cuenta ya? Con la gente que ahora tiene, incluso con algunos pocos solamente, le basta y le sobra para retomar su trono y conquistar cuanto quiera, pero necesita a gente de confianza, buenos amigos, consejeros en los que en verdad pueda confiar, futuros líderes en los que repartir su terreno, cualquier otro soberano daría tierras muy limitadas, dejarían muy en claro que el dominio es limitado, pero Mérida está dispuesta a darnos la mayor parte del poder sobre las tierras que nos ha confiado. Creo que también está abierta a aceptar cualquier aliado o seguidor, precisamente para que nuestros consejos sean diversos y basados en las diferentes experiencias que hemos tenido, ella no tendría ni idea de lo importante que es que seres como yo y los humanos entren en alguna especie de paz si no nos hubiéramos conocido, si no hubiera estado dispuesta a escuchar todo lo necesario para hacer las cosas lo mejor posible. Creo que Mérida todo lo que sea instaurar son unas bases morales indiscutibles.

–¿Cómo cuáles? –suelta algo bruscamente, inclinándose por unos segundos demasiado para luego regresar hacia atrás rápidamente–. ¿En verdad existe tal cosa como bases morales indiscutibles? No sé cómo será tu especie, pero el ser humano es demasiado variado como para siquiera empezar a plantearse la posibilidad de que…

Alberto lo interrumpe con el ceño muy fruncido. –¿Violar es correcto moralmente, Yaman?

El muchacho cierra la boca de inmediato. –No –dice algo rápidamente, pero algo tímido por la brusquedad de Alberto, dudando no de su respuesta, sino del hecho de si tenía que responder o no a la pregunta que le había lanzado tan bruscamente.

–¿Golpear a alguien por diversión lo es?

–En lo absoluto.

–¿Intentar matar a tu propio hijo sin ningún motivo es correcto moralmente, Yaman? –insiste en preguntar, por como pronuncia aquella pregunta, el pobre muchacho tremendamente incómodo puede comprender de inmediato que aquella última cuestión tiene un gran significado por detrás, una larga historia de horror y dolor que sigue lastimando a Alberto.

Es porque comprende todo eso de inmediato que, de la forma más seria que logra hacerlo, Yaman niega con la cabeza lentamente y vuelve a responder. –No.

Finalmente la expresión del mesogeio se calma un poco. –Ahí las tienes, tres normas indiscutibles, seguramente con un poco más de tiempo y con mucha más calma podremos conseguir establecer unas cuantas más que nos ayuden a dejar muy en claro al resto del mundo que tendrá que soportarnos nuestra prioridad y meta principal: proteger a los más débiles, proteger a los que no pueden protegerse porque alguna vez fuimos ellos y sabemos todo lo que significa. Eso es lo que yo quiero lograr, esos es lo que esos cuatro nórdicos –señala rápidamente a Elsa, Anna, Hiccup y Hans que hablan amenamente sin tener ni idea de que los estaban mencionando en ese momento– quieren conseguir. Es lo que esos tres sin familia de sangre –señala entonces a Rapunzel, a Jack y a la nueva adición del grupo, Aurora– quieren conseguir. Es lo que esos dos tontos que nos guían –con mucha más firmeza, ahora apunta a Mérida y a Tadashi quienes, al igual de los demás, continúan con sus propias conversaciones sin saber qué era lo que ocurría–. Es lo que todos aquí queremos conseguir, ¿verdad Yaman? –la nueva pregunta tiene un leve tono de amenaza, un tono que demuestra que aquello es una prueba que tiene que pasar sí o sí.

–¡Por supuesto! –suelta un poco más alto de lo que esperaba, pero felizmente a demás de un par de rufianes, nadie parece preocuparse demasiado por su repentino grito–. Por supuesto –repite un poco más tranquilo, ocultando con algo de vergüenza del rostro de Alberto–. No pretendía ofenderte en lo absoluto, Alberto, tampoco pretendía ser el defensor del diablo, no tomé tus ejemplo en cuenta, de verdad que no pretendía lastimarme con mis palabras en lo más mínimo. Espero que puedas perdonar mi falta de consideración.

Alberto aprieta con algo de fuerza los labios, mira fijamente al muchacho árabe, quien sigue sin devolverle la mirada, y suspira pesadamente, sabiendo que había metido un poco la pata.

–No… perdóname tú, Yaman, me he exaltado demasiado aun sabiendo que evidentemente no te referías a nada de lo que he mencionado… es solo que…

Yaman le sonríe con compresión mientras deja una mano en su hombro. –¿Un tema demasiado delicado y cercano?

Suspirando pesadamente, Alberto asiente con firmeza. –Demasiado como para que sea sano –confiesa sintiendo como el aire que soltaba en el suspiro también le ayudaba un poco a librarse de aquella horrible presión que sentía sobre sus hombros y apretujando su pobre pecho–. Quiero realmente confiar en que nadie más tendrá que pasar por lo que yo pasé mientras me mantenga en el rumbo que esos dos marcan –dice señalando rápidamente con la mirada a Mérida y a Tadashi–, Tadashi es la persona más sabia y empática que conozco, Mérida tiene una dedicación admirable y sé que queda paso que da no lo hace a ciegas, cada movimiento, cada acción, cada decisión es tan solo un paso más para llegar a su gran meta. Como si en cierto punto todo lo tuviera planeado.

El muchacho de morados ojos no puede evitar fruncir un poco el ceño ante las últimas afirmaciones de su compañero. –¿Realmente crees que se detiene a pensar tranquilamente antes de tomar cualquier decisión? Quiero decir, ambos estuvimos allí cuando le pareció una gran idea secuestrar a Hércules de momento a otro. Hasta ahora realmente parece ser que Mérida se le ocurre la idea más alocada posible y sencillamente decide aferrarse a ella porque de vez en cuando tiene el apoyo de Hiccup quien, creo yo por su mente de vikingo, suele creer firmemente que son ideas brillantes.

Alberto se tapa un poco la boca para que la risa que quería soltar no resonara demasiado. –No juzgues mal a tu reina solo porque ella piensa más rápido que tú –dice con un tono bromista mientras se inclinaba levemente a Yaman quien le responde con un resoplido de falsa indignación–. Mérida toma sus decisiones de forma muy rápida porque suele estar frente a dilemas morales muy sencillos y porque su análisis es increíblemente simple. Mira por ejemplo la aventura en la que ahora nos embarcamos, ¿por qué estamos ayudando a esta completa desconocida que por un momento creímos que intentaba matar a Aurora? Porque básicamente Elsa ha dicho que es necesario para el bien de la humanidad, ¿por qué Mérida está confiando plenamente en lo que Elsa nos dice sin ninguna explicación? Porque Mérida sabe a la perfección que ella tiene una información del funcionamiento de nuestro mundo muy valiosa y que no escuchar sus consejos sería la mayor gilipollez de la historia. Vayamos con otro ejemplo –insiste en cuanto ve levemente la duda en la mirada de Yaman–, ¿por qué decidió simplemente secuestrar a Hércules? Porque ya ha tenido otros encuentros mucho más locos y poco precavidos que terminaron bastante bien para ella, incluso entre los demás hemos tenido primeros encuentros locos que terminaron bien. ¿Sabes cómo fue que esos cuatro se conocieron? –pregunta sonriente, señalando a los cuatro amigos nórdicos, Yaman, evidentemente, niega con la cabeza.

–Pensaba que se conocían de toda la vida, con lo unidos que son –llega a comentar mientras lo observa fijamente por unos segundos–. Por lo menos Elsa, Anna y Hans, siempre decís que son de la realeza, pensé que eran de reinos aliados o algo por el estilo y que decidieron escapar juntos.

Alberto suelta unas risillas mientras niega con la cabeza. –No, no, los primero en conocerse fueron Hiccup y las hermanas, creo que incluso de todos nosotros son los que se han conocido por más tiempo, pero no mucho más, ¿sabes? –empieza a explicar, Yaman de inmediato piensa que eso en verdad tiene todo el sentido del mundo, no solo por la relación romántica entre Hiccup y Elsa, sino también lo encariñado que estaba la manada de Anna especialmente con el vikingo y el príncipe, y lo extremadamente protector y territorial que era Chimuelo con los cuatro niños por igual, con respecto a los caballos de Hans, Yaman había notado que, además del propio Hans, los potros le tenían un enorme aprecio a las hermanas nórdicas–. Elsa y Anna sencillamente se encontraron con Hiccup mientras escapaban de su reino, compartieron comida, Chimuelo lleno de babas por primera vez a Elsa y desde entonces no se separan. Lo realmente raro viene cuando se encontraron por primera vez con Hans, se encontraron en el mar.

–¿En el mar? –repite, interrumpiendo al monstruo marino.

–¿No te dio ninguna pista lo de "príncipe de las Islas del Sur"? No es como si hubiera sido posible que esos cuatro se conocieran en las tierras de eslavas, después de todo, ambos grupos intentaban escapar lo más lejos posible del norte.

Yaman asiente un par de veces. –De acuerdo, buen punto. ¿Qué pasó en el mar?

–Pues, comencemos con lo evidente, tres niños que escaparon de momento a otro de sus hogares sin absolutamente nada no tenían un barco.

El muchacho árabe se permite soltar una risilla. –Déjame adivinar, intentaron robarle el barco a Hans.

Alberto niega con una sonrisa juguetona. –No, no, no –dice con algo de sorna–. Ya te dije que se conocieron en el mar –le recuerda–, Elsa hizo un barco con hielo, porque sencillamente eso es normal para ella –Yaman asiente, pensando por tan solo por un segundo en la cantidad de cosas que ahora consideraba como completamente normales solo porque esos locos entraron en su vida… bueno, en verdad él entró en sus vidas como una forma de agradecimiento por haber recuperado su cuerpo humano–, y se toparon con el barco de Hans, iba él, todos sus caballos, y una tripulación que contrató.

Yaman ladea la cabeza, no tenía ni idea de que en algún punto Hans había tenido una tripulación de marinos contratados, sabía que en alguna parte el príncipe del país nórdico guardaba una bolsa llena de joyas y piedras preciosas que usaba para pagar lo que el grupo llegara a necesitar, pero nunca había oído ni se había imaginado que alguna vez eso le sirvió para contratar a alguien, es más, llevaba tanto tiempo observando de cerca lo desinteresada que era Mérida que le sorprendía mucho que alguien de la cruzada alguna vez se hubiera visto en la necesidad de recompensar a alguien con algún tipo de pago.

–¿Y qué ha sido de la tripulación? –pregunta con el ceño fruncido mientras intenta retomar la atención a la explicación del joven monstruo marino.

Entonces Alberto se pone el pulgar derecho sobre el lado izquierdo de su cuello para luego, mientras hace un sonido chirriante, se pasa el dedo de lado a lado, dejando a Yaman con los ojos bien abiertos y los nervios a flor de piel.

–¿Murieron?

–Los mataron –corrige con calma, con una sonrisilla que el resto solo usa cuando aprecian a alguien nuevo o exterior a su grupo quedándose petrificado por las locuras que llegan a cometer.

Yaman está temblando un poco, solo un poco. –¿Quiénes? –pregunta, a pesar de que realmente estaba atemorizado por la respuesta que seguramente recibirá ante esa inocente cuestión.

Alberto responde con toda la naturalidad y calma del mundo lo siguiente. –Los lobos de Anna, pegaron un barco al otro y Anna los mandó a devorar a toda la tripulación contratada.

–¿Ella hizo qué? –es todo lo que suelta, recordándose en todo momento que no podía sencillamente chillar de momento a otro por muy atemorizado que estuviera de la nueva información dada.

Para su horror, aunque no lo sorprende en lo más mínimo, Alberto solo se hunde de hombros. –Esos marineros intentaban matar a Hans mientras dormía para robarle la bolsa llena joyas, Anna le salvó la vida. Ya está, esa es toda la historia. Anna le salvó la vida a Hans porque lo vio desprotegido y rodeado de personas horribles. Llegó a una simple conclusión a la que muchas veces el resto de nosotros hemos llegado. Si un adulto está dispuesto a matar, lastimar o forzar a un niño indefenso, pues ese adultos merece morir, porque este mundo no necesita a más gente de ese tipo.

Yaman se retuerce un poco incómodo. –¿No hubiera bastado con apartarlos y llevarse a Hans con ellos?

–¿Hubiera bastado con encarcelar a los 40 ladrones y a su líder, Yaman? –le pregunta como contrargumento, el muchacho árabe de inmediato niega con la cabeza, porque sabe qué tan mal seguiría su querido reino de Ágrabah si esos infelices fueran únicamente contenidos por un par de barrotes, no valía la pena sencillamente arriesgarse a la posibilidad de que escaparan y volvieran a su rutina de hacer desgraciada a la gente inocente.

–Entonces –dice finalmente después de un pesado suspiro, intentando volver a la conversación principal–, según todo lo que me estás diciendo, las decisiones de Mérida no solo se basan en lo que ella considera correcto e incorrecto, sino también en lo que sabe que le ha funcionado en otras ocasiones a ella misma o a otras personas en situaciones similares. Y todo esto lo analiza… ¿extremadamente rápido?

–Pues claro, lo analiza todo muy rápido porque suele encontrarse con las mismas situaciones y los mismos dilemas. Si te preguntara la misma cuestión todos los días, tal vez cambiando un poco las palabras o el momento en el que lo hago, siempre me responderías lo mismo a menos que algo de mi pregunta o algo que haya ocurrido la vez anterior que te la presenté te haya hecho cambiar de parecer. Por eso Mérida es un poco más precavida a la hora de acercarse a alguien desconocido, porque con Hércules se dio cuenta que necesita algo más que su historia para convencer a la gente de que es una persona decente.

Yaman se pasa una mano por su oscuro cabello para quitárselo de la cara. –¿Me estás diciendo en verdad que hasta Hércules nadie se había mostrado incómodo o desinteresado en unirse a ella?

–Exactamente. Hiccup, Anna, Hans y Elsa se unieron sin pensárselo mucho, porque la idea que Mérida les presentaba les parecía correcta y tengo entendido que también fue porque Elsa y Jack tenían cosas en común que definitivamente tenían que investigar más a fondo. Tadashi y yo nos unimos porque… bueno, porque Tadashi estaba enamorado.

El muchacho frunce el ceño y ladea la cabeza en cuanto escucha eso. –¿Cómo que enamorado? ¿Cómo se conocieron antes de unirse a la cruzada?

–No lo hicieron.

El muchacho frunce el ceño. –¿Cómo que no lo hicieron?

–Créeme, los demás tampoco lo comprendemos todavía, bueno, se supone que Elsa sí que lo entiende pero no nos lo explica por mucho que roguemos… ellos en cierto punto tampoco lo comprendían al principio y creo que con el tiempo les dio igual cómo realmente había ocurrido porque realmente estaban enamorados y no había nada que hacer contra eso –mientras Yaman lo observa fijamente incrédulo con los ojos abiertos a más no poder, Alberto solo se hunde en hombros restándole importancia a lo ocurrido–. Y si lo piensas bien, Aurora se nos acaba de unir porque le ofrecimos algo de aventuras, no hay nada más.

–Odio tener que admitir que tienes razón.

Alberto sonríe de oreja a oreja. –Lo sé, eso hace que tener razón sea aún más divertido.

–Todos sois unos raritos.

–Sí, nadie lo niega, el tema es que también lo eres, Yaman, ¿te recuerdo que fuiste una maldita alfombra por muchos siglos?

Yaman rueda los ojos con algo de molestia. –No tienes que recordármelo, no, soy plenamente consciente de eso, ser una alfombra por siete siglos es algo que sencillamente uno no olvida de un día para otro.

Por su parte, Alberto solo suelta una risilla algo burlona mientras siguen avanzando con calma, siguen conversando, evidentemente, aquel largo tramo desde el bosque en el que estaban hasta el puerto donde el Inevitable y su extensa tripulación los seguían esperando pacientemente, sin ser conscientes de la nueva aventura que pronto se cernería sobre ellos gracias a las decisiones de la futura reina de DunBroch y a la pedida de ayuda de una sirena.


Al palacio principal de Francia, aquel que con la coronación del, ahora, rey Adam se había convertido en una especie de orfanato gigantesco con las puertas siempre abiertas para cualquiera niño europeo que pudiese arribar a sus puertas, llegó una carta con el emblema de un reino que nunca antes había siquiera intentado establecer ningún tipo de contacto con el imponente y poderoso reino de Francia. Jamás le había ocurrido algo remotamente similar, las cartas venían de aliados, de reinos con largas historias bélicas que, mediante amenazas perfectamente disimuladas, dejaban muy en claro que la paz solo se conseguiría si se les era entregado precisamente aquello que exigían; de pequeños reino que en cierto punto parecían a estar rogando por clemencia para no ser atacados por el gran reino de Francia, apuntando a su salvación a la amabilidad del nuevo rey francés. Esto era definitivamente nuevo, un reino del que jamás había oído le hablaba con tanta simpleza, sin ningún motivo para comenzar ningún tipo de comunicación o alianza.

Mediante las explicaciones del bueno y tremendamente erudito Din Don, el nuevo rey de la patria franca descubrió que aquello que tenía delante de sus ojos no era otro cosa que un mensaje directo de la familia real del pequeño y alejado reino de las Islas del Sur, un reino que, sin ningún lugar a alguna duda posible, era nórdico porque cualquiera que se definiera así mismo como "sureño" a pesar de estar al norte del inmenso Sacro Imperio Romano Germánico definitivamente no estaba ni tan siquiera cerca de tener relación alguna con los países del centro o del sur de Europa. Jamás había escuchado antes de un reino que sencillamente se llamara algo remotamente similar a las Islas del Sur, es cierto que cuando lo observó en los mapas más recientes que tenía era innegable de que se trataban de unas islas que, por muy irónico que fuera, sí que estaban al sur, al sur de los países nórdicos, pero después de todo era sur. Le parecía una tremenda absurdez ponerle ese nombre a un reino, no sonaba algo propio de la misma patria, sino al simplón y vulgar apodo que aventureros o marineros vikingos o eslavos le había puesto a esa zona pensando que tan solo sería un nombre temporal hasta que se quedó demasiado impregnado en el pensamiento colectivo.

Las Islas del Sur, que nombre más extraño y ridículo para un reino que, al igual que cualquier otro, intenta ser digno y respetado.

Abre la carta sin esperar absolutamente nada bueno de ella, esperando una burda propuesta que incluso llegaría a ser insultante de alianza o de rutas comerciales, se esperaba absolutamente todo a excepción de lo que realmente se terminó encontrando dentro de aquel sobre de la familia real.


A su estimada alteza real, Adam de Francia,

Su humilde servidor, el gran y único patriarca de la familia real del honorable reino de las Islas del Sur, el rey Arvid II, le saluda con todo el respeto y aprecio que un hombre de palabra puede llegar a sentir por a quien considera un digno hombre de azul sangre. El motivo de por qué me atrevo a escribirle esta carta a pesar de la nula relación entre nuestras patrias es la siguiente y espero que pueda tomarse todo el tiempo llegue a considerar necesario para comprender a la perfección la importancia de esta mi petición a vuestra merced, no tengo nada más que implorarle la máxima empatía posible para usted, su gran majestad de Francia:

El menor de mis hijos, el príncipe Hans de las Islas del Sur, decimo tercero en la línea de sucesión, ahora mismo se encuentra desaparecido, han pasado ya dos años desde la última vez que pudimos verlo, siendo llevado lejos de nosotros, su familia, por enfermizos marineros desalmados que crearon una distracción liberando a todos los potros de la familia real y soltándolos para que aterroricen a nuestros queridos ciudadanos inocentes y ajenos a aquel ataque tan brutal y cruel. Llevamos todo este tiempo buscándolo por reinos cercanos y aliados, las tierras eslavas han sido registradas una y mil veces, miles de casas han sido registradas, castillos enteros de arriba abajo han sido investigados hasta su última habitación, orfanatos fueron cuidadosamente visitados por todos los soldados que hicieron falta para asegurarse que ni un solo rincón se dejara sin revisar al menos dos veces.

Nos estamos quedando sin opciones, sin más lugares por donde buscar… sin esperanzas. El resto de mis hijos han caído en una profunda tristeza que creo que les arrebata la vida a cada día, mi pobre mujer, mi querida reina, no creo que pueda sobrevivir este horrible dolor. Para este punto ni siquiera nos interesa castigar adecuadamente a esos monstruos con pieles humanas, ya hemos resistido de la rabia y hemos dejado ir el rencor, todo lo que queremos es recuperar a nuestro príncipe, a nuestro querido niño. Sabemos a la perfección que esto es demasiado pedir, sabemos que para reinos que jamás han tenido ninguna clase de relación esta petición es sencilla e irremediablemente exagerada e incluso podría ser insultante por lo atrevida que es, pero, oh su estimada majestad, si usted nos bendijera con algo de ayuda en esta búsqueda, si por lo menos unos pocos de sus soldados tuvieran la labor de buscar a nuestro pequeño niño, no sabe usted, no se puede ni imaginar por cuantos años esta patria estaría dispuesta a quedarse a su completa disposición.

Un agradecimiento eterno, su majestad, que sería pagado de todas las manera posibles por todas las generaciones que así Francia exigiera, de todas las formas que siquiera podría imaginarse, eternamente, su majestad, hasta el final de los tiempos y si más es posible, mucho más sería.

Si acepta ayudarnos, su estimada majestad, permítame describiros la apariencia de nuestro amado Hans.

Nuestro hermoso Hans tenía solo doce años cuando fue secuestrado, tiene un rostro levemente puntiagudo, muy parecido al de sus hermanos mayores y al de su abuela materna, sus mejillas y sus hombros están llenos de discretas pecas, su nariz es larga y fina, recta, casi idéntica a la nariz del mayor de sus hermanos. Sus ojitos, aquellos que tanto añoramos en este triste reino, son de un precioso verde brillante que a la sombra obtienen un tono muy intenso, como si estuvieras observando césped recién regado. Su cabello que siempre nos asegurábamos de mantener al nivel perfecto para destacar su angelical rostro es rojizo, bajo la sombra puede engañar unos segundos y aparentar ser castaño, pero no hay duda que pueda caber, el cabello de nuestro niño es rojo como el de ninguno otro. Habrá cumplido ya los catorce años, habrá crecido ya varios centímetros pues somos una familia de varones de gran altura. Seguramente está mucho más delgado de como lo recordamos, siempre fue un muchachito esbelto, pero por el tiempo que habrá pasado lejos de su hogar seguramente no ha sido capaz de alimentarse correctamente… ni siquiera estamos seguro de que siga vivo.

Con esta carta le dejo el recorte de la última de las pinturas que pudimos realizarle antes de que fuera arrebatado de mis brazos, nuestro bellísimo muchacho, nuestro príncipe Hans, nuestro pobre hijo secuestrado por horribles gentes del mar, seguramente un retrato es mucho mejor opción que la descripción de un nostálgico padre. Si lo encontráis, su majestad, dejadme aseguraos que la noble patria de las Islas del Sur jamás dejará de estar en deuda con usted, cualquier pago será mínimo e insignificante si es dado por recuperar a nuestro querido y precioso hijo.

Siempre a vuestra disposición,

Rey Arvid II de las Islas del Sur.


Con lagrimillas en sus ojos, un nudo en la garganta y preocupación tomando cada parte de su ser, el joven rey Adam de Francia cubrió su boca para retener lo mejor posible todo ruido poco masculino, de esos que lamentablemente tendía a soltar muchos, dentro de su cuerpo. Un pobre príncipe desaparecido por tantísimos años, una familia destrozada por el secuestro del menor de los hijos de una extensa familia real, jamás se hubiera imaginado que una pobre familia de la realeza tuviera que pasar por algo tan similar que él mismo tuvo que pasar. Tenía que admitir que ver a una pobre familia tan angustiada sencillamente le revolvió algo dentro, saber que jamás hubiese recibido toda esa preocupación de su propia familia fue un punto que aseguró que la preocupación ajena llegara a ver con gran facilidad. Tenía que ayudarlos, definitivamente tenía que ayudarlos, e incluso no pediría nada a cambio, ¿qué clase de monstruo pediría algo a cambio de ayudar a una pobre familia desesperada por dar un pequeña ayuda para recuperar a un pobre e inocente hijo secuestrado?

Escribe apresuradamente una carta para asegurarle al rey de las Islas del Sur que evidentemente les aportara una mano solidaria, le pide que no se angustie pues la búsqueda comenzara inmediatamente en su reino, le promete que hará todo lo posible para ayudarle… no le menciona nada sobre no pedir absolutamente nada si es que llegan a encontrarlo, no le gusta la idea, pero sabe a la perfección en que podría llegar el momento en el que no le vendría mal la ayuda de un reino tan desconocido para sus enemigos como lo era las Islas del Sur y todos los aliados que con ellos podían llegar.

Se asegura de que manden la apresurada carta lo antes posible, luego de que le prometan que harán todo lo posible de que su respuesta llegue cuanto antes, Adam toma apresuradamente el retrato del príncipe y baja apresuradamente al piso inferior.

Todos los niños rescatados de los molinos se encuentran en el ala oeste, los niños que han sido abandonados por sus familias están en el ala este. Estos últimos tienes menos problemas con los que lidiar, confían un poco –en realidad solo un poco– más en los adultos y la gente de su alrededor en sí, y están más dispuestos a tomar todos los pasos necesarios para afrontar todo el proceso de sanación que tenían por delante. Luego de uno que otro incidente en el palacio había decidido que diferenciarlos de esa manera era sencillamente mejor, los niños rescatados de los molinos eran muy asustadizos, pavorosos de todo aquello que los rodeaba, en un constante estado de ansiedad que provocaba que convivir con el resto de los niños que, después de todo, actuaban como simples niños empeorara su delicada situación.

Con precaución, primero se dirige a la ala oeste, no le parece nada descabellado dar por hecho que el príncipe secuestrado haya terminado como uno de los niños que fueron retenidos en esos horribles molino de pecado e inhumanidad.

Se encuentra con Isabela a las puertas del salón de la zona oeste, la mujer de liso cabello negro le saluda con una leve inclinación de cabeza. –¿Qué te trae por aquí tan temprano, Adam? –le pregunta con esa sonrisa triste que todo aquel que se pasa por el ala oeste termina dibujando en su rostro cada vez que recuerda qué era exactamente lo que significaba que todos esos niños estuvieran ahí.

Conteniendo lo mejor posible todas sus esperanzas e ilusiones, Adam se toma unos segundos para calmarse antes de responder. –Me ha llegado la carta del soberano de un reino eslavo, aparentemente han pasado dos años desde que su hijo fue secuestrado por unos marineros, han buscado en reinos aliados y no han podido encontrar nada, por lo que nos han pedido ayuda, imagino que pronto harán lo mismo con otras patrias del continente.

Isabela suelta un grito ahogado. –¿Crees que…?

–¿Que alguno de estos niños podría ser el príncipe? –completa de inmediato, tomando todas sus fuerzas para no dibujar una sonrisa confianzuda en su rostro–. Eso espero, realmente es lo que deseo.

Entra con toda la calma posible en aquella sala, encontrándose con la mayoría de los niños rescatados de los molinos desperdigados en pequeños grupos, intentando llevar a cabo conversaciones, intentando formar lazos afectivos, intentando consolarse de cualquier forma posible porque infancias así de marcadas por el horror y la mayor crueldad de la humanidad necesitan apoyarse en sus iguales para siquiera pensarse dar el primer paso hacia adelante, hacia un futuro mejor.

Mirando lo mejor que puede, se encamina hasta aquella que en este tiempo ha mostrado una gran mejora, se acerca a una de las mayores que estaba más abierta que cualquier otro de los presentes en recibir una conversación amena con el rey de Francia. Megara era una muchacha de unos preciosos ojos morados que llevaba pasando de manos en manos desde el noroeste del gigantesco imperio Otomano hasta el centro de Francia desde que ella solo tenía seis años, de todas las pobres almas en desgracia que en aquel palacio habían encontrado su salvación, ella era la que más había visto, la que más había indagado, sin quererlo o desearlo en lo absoluto, en las capas más podridas y repugnantes del ser humano.

Inclinando levemente su cabeza ante ella, Adam la saluda con delicadeza. –Buenos días, Megara –le sonríe con toda la amabilidad posible, con algo de dificultad, la muchacha otomana responde de la misma manera.

–Buenos días, Adam –le responde, asintiendo como saludo a la par que él se iba sentando en el suelo para quedar a su lado–. Hoy ha venido más temprano de lo usual, su majestad.

Se aguanta una mueca. –Por favor, querida Megara, sabes a la perfección que no disfruto cuando me hablas de usted, disfruto más nuestra amistad que mi título real –ella suelta una risilla cuando él termina de hablar, asiente con simpleza, como restándole importancia al asunto. Para Adam, verla bromeando con tanta comodidad es todo un logro–. Venía a preguntarte algo, Megara, a ver si podías hacerme un simple favor que estoy seguro de que no tomara mucho de tu tiempo.

Megara, algo asombrada por estar viendo al rey de la gran Francia pidiéndole un favor, accede luego de unos segundos de puro silencio, es entonces que del bolsillo interior de su chaqueta, Adam saca la foto del príncipe de las Islas del Sur y se la muestra a Megara.

La muchacha frunce el ceño mientras, con algo de dura, toma el retrato recortado de las manos del príncipe. Aquel rostro le suena de alguna parte, pero no tiene ni la más remota idea de dónde reconoce aquel rostro, aquellas facciones, aquella mirada verde que, por mucho que brillara con cierta inocencia sabía a la perfección que ese verdor era más tóxico, desconfiado y serio que el que podía ver en aquella pintura.

–Dime algo, Megara –la voz de Adam la regresa al presente, justo cuando empezaba a tener claro dónde había visto ese muchacho antes–, ¿conoces a ese muchacho? Su familia lo busca desesperadamente, si pudiéramos ayudarle a volver a casa con aquellos que ama, sería toda una bendición, ¿no te parece?

Finalmente recordando, Megara toma de momento a otro la mano del rey de Francia y sonríe como nunca antes lo había hecho, eso llena de regocijo el corazón del joven soberano de aquel gran reino lleno de complicaciones.

–¡Lo conozco! –expresa contento–. ¡Era uno de ellos! ¡Uno de esos chicos tan raros!

Adam, perdiendo algo de la inmensa alegría, frunce el ceño completamente confundido. –¿Chicos raros? –repite mientras ladea la cabeza. Completamente emocionada, Megara asiente en repetidas ocasiones, sin parar por unos largos segundos.

–De los que nos ayudaron a llegar aquí –empieza a explicar–. Estaba junto a esa chica que le hablaba a los lobos.

El muchacho no puede evitar mostrar por completo su gran sorpresa. Sabía a qué se refería con eso, sus amigos Tadashi y Alberto lo habían dejado, muy malamente si tenía que ser honesto, explicado en una corta carta. Que unos muchachos junto a poderosos guerreros habían rescatado a todos esos niños de unos molinos abandonados que bajo ellos mantenían encarcelados a inocentes almas para que el peor tipo de monstruos los usara a su antojo, que una de ellas parecía encandilar maravillosamente a toda una gigantesca manada de loboso salvajes que fueron los que guiaron a los niños rescatados hasta al palacio, que ahora se iban de aventuras con ellos.

El príncipe Hans, de alguna manera, aparentemente era parte de ese grupo de muchachos rarísimos que se habían tumbado una red de tráfico humano que ningún otro gobernante antes había sido capaz siquiera de conocer su existencia, tenido también bastante claro que esos muchachos estaban relacionados con las profecías del señor Bruno Madrigal y que era con ellos que el hombre había partido para buscarlos.

Tenía que comunicarse lo más pronto posible con Bruno Madrigal, decirle que regrese de inmediato a Francia, que una familia buscaba desesperadamente a su pobre hijo menor, hace años secuestrado por inhumanos sujetos despreciables.

Aliviado por haber resuelto tan rápido aquel enorme misterio, toma con cariño las manos de Megara.

–Mil gracias por tu ayuda, Megara, ahora sé dónde buscar a ese muchacho y todo es gracias a ti –le dice con el corazón rebozando de alegría y una esperanza que hace demasiados años que no sentía como ahora.

Megara sonríe de oreja a oreja ante el rey de Francia. –Me alegra haber sido capaz de ayudarte, Adam, para lo que necesites estoy, para eso estamos los amigos.

Amigos, que palabra más bella.

Amigos, que promesa de un futuro más hermoso.

Ahora Adam tenía que hablar lo más pronto posible con la familia Madrigal, para tener un necesaria lluvia de ideas de cómo llegar lo antes posible con el vidente de la familia, el ahora aventurero, Bruno Madrigal, quien llevaba tanto tiempo caminando junto a todos esos muchachos tan raros que habían cambiado tan absolutamente toda la historia que el destino había planeado para Europa entera.


Mientras se iban subiendo una vez más a la enorme embarcación que era el Inevitable, Hans se tiene que detener de momento a otro por el horrible escalofrío que lo recorre entero de momento a otro. Se sacude de inmediato, incómodo por esa terrible sensación.

Yaman se fija de inmediato en ello por lo que, con una sonrisa juguetona que le iba de una oreja a otra, se acerca demasiado al pobre muchacho pelirrojo.

–¿Todo bien, principito? –pregunta con una voz tan melosa que Hans no puede evitar gruñir y rodar los ojos ante sus tonterías tan habituales.

Restándole importancia al acercamiento repentino del joven árabe, Hans solo sigue avanzando por la larga escalera de madera, ahora sosteniéndose del delgado y tembloroso pasamanos solo por si acaso para no resbalar en caso de otro desagradable temblor.

–Estoy bien, no tienes porque molestarme –responde con las mejillas en rojo puro y los labios apretados por la enorme vergüenza que estaba sintiendo.

Sin embargo la idea de dejarlo en paz no cobra fama ni prestigio alguno, por lo que Anna, que iba por delante de él, se gira levemente para verlo.

–¿Estás seguro? Tienes mala cara.

Hiccup suelta una sola risotada. –Pues porque tiene mala cara.

–¡Mira quien lo dice! –responde el príncipe de las Islas del Sur completamente ofendido–. Estoy bien –asegura, regresando su mirada a Anna–. No tienes por qué angustiarte por mí.

Yaman finge indignarse. –¡Conmigo no eres tan amable!

–¡Dejad de discutir y seguid subiendo! –reclama desde arriba Mérida–. ¡No me apetece quedarnos sin vegetación porque no podéis parar de hacer el tonto!


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I guess you wonder where I've been

Lo sé, lo sé, me he tomado mi tiempo para volver a actualizar esta historia, en parte sabéis que ha sido por tener los exámenes finales y luego ha estado que tenía otras historias que actualizar, a eso se le sumo el estar constantemente reescribiendo este capítulo por no estar del todo segura que era lo que quería hacer.

Meter a la familia de Hans y lo hipócritas que son y lo buenos que son para engañar a los demás creo que ha sido, de lejos, la mejor de las opciones, esta gente se la va liar a nuestros niños como no os hacéis una idea.

Voy a disfrutar mucho con esto, y Hans a disfrutar su venganza.