Tercera parte:

Otro encuentro mágico

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Una feroz lluvia descargaba torrentes de agua sobre la ciudad.

Todas las personas y animales buscaban refugio para mantenerse a salvo del clima, por lo cual, la visión de un par de jovencitas corriendo a toda prisa por las vacías calles de la ciudad no inquietó a nadie. Un par de ojos errantes miró la voluptuosa figura de la chica más baja acentuada por su mojada ropa, pero fallaron en notar a la persona que cargaba en su espalda. El clima también ocultó un hecho tan triste como doloroso en ambas niñas.

Las dos estaban llorando.

La carrera carecía de la elegante gracia que ambas podían lograr. Más de una vez una de ellas cayó al suelo, mientras que la otra le ayudaba a levantarse. No había palabras entre ellas, ignoraron sus almas lastimadas y los pequeños accidentes físicos. Todo lo que importaba era avanzar, llegar a su destino sin perder de vista su preciosa carga.

La mujer inconsciente era transportada con cautela por la afligida jovencita con el cabello trenzado.

Un rayo iluminó el cielo revelando unos ojos azules enrojecidos por el llanto.

El silencio fue roto cuando dijo:

—Sigue inconsciente, pero... está respirando.

La otra joven, quien tenía el cabello corto pegado por la lluvia al rostro, trató inútilmente de apartar con el antebrazo las lágrimas, asintió agradeciendo las palabras. Con un poco más de enfoque comenzó a seguir a la pareja frente a ella mientras en su mano derecha sostenía con fuerza la otra mitad de aquel milagro. Una ordinaria pluma de ave de color negro.

Pese a la lluvia, la pluma se sentía caliente al tacto, pero el objeto ocupaba un lugar pequeño para la joven de cabello corto. El pensamiento que se repetía sin cesar en su mente era para la persona inconsciente.

"Mamá."


El extraño sueño terminó para la joven por la sensación física de humedad en la ropa. La humillante mortificación de haber ensuciado su cama fue confundida con la enorme tristeza que provocaron las imágenes desconocidas de la visión.

Con cuidado retiró la ropa de cama sucia y la acomodó en un cesto preparado previamente. A pasos lentos avanzó hasta el cuarto de baño, donde se desnudó por completo y accionó las palancas para abrir y templar el agua. La lluvia artificial estaba más caliente de lo que ella la toleraba normalmente, pero aquellas no eran circunstancias regulares.

El penoso asunto de orinar su ropa y cama por el mismo sueño ya era una triste rutina de los últimos diez días. La lluvia artificial le recordó de nuevo las imágenes en su mente.

—No debí cenar Grazz anoche— murmuró la joven mientras se aseaba, pero era una excusa tan pobre para justificar los extraños sueños que cubrían sus días de tristeza que ya no la creía.

Al terminar todos los asuntos de aseo se sentó a esperar el amanecer. Era inútil tratar de dormir. Si cerraba los ojos casi podía ver ese sendero desconocido y a la chica con los enormes pechos y la trenza corriendo frente a ella.

Cuando fue una hora adecuada se preparó un desayuno solitario y se despidió de la vacía vivienda.

Mientras avanzaba hacia la academia, Mai trató de recordar si había hecho enojar a alguna deidad por su apatía en la vida. No era atlética, no era brillante en los estudios, ni socialmente hambrienta de atención como para tener muchos amigos. Sus únicos puntos fuertes era ser la hija del sacerdote principal y su amor por los libros.

Nada que, en su opinión, justificase ser atormentada con un sueño extraño lleno de nostalgia. Sí, era huérfana de madre, su madrastra la odiaba y tal vez su mente sobrecargada de historias escritas, buscaba una forma de llenar el vacío, pero casi se sentía como una ofensa que sus sueños fueran menos creativos.

Sin dejar ver la tormenta mental en su interior, Mai ocupó su asiento escolar, tomando notas de unas lecciones que ya conocía. Más tarde podía ir a su verdadero hogar y santuario.

El "librario" o anecdotario, como lo llamaban la mayoría de los ciudadanos, era un edificio amplio, con grandes ventanales para aprovechar la luz natural y sólidos muebles alineados que contenían toda variedad de libros posibles.

Una amplia caja llena de tesoros para quien deseara ir con su mente más allá de los aburridos muros de la capital. Donde todos sus compañeros buscaban éxito en el incierto futuro, Mai prefería perderse en los extraños misterios del pasado.

Venir a la academia era solo otro escalón para llegar a su meta de vida: ser una recopiladora de los días antiguos.

Con su mente cansada por la falta de sueño, Mai decidió buscar uno de sus libros de fantasía ya leídos. Si se distraía era mejor no perder información valiosa. Sin pensar mucho tomó uno de los libros de la colección "manzana de zafiro" para perderse en sus páginas. Repetir la historia de amor prohibida entre Yura y Yue era un buen dulce para la mente.

Su pronóstico de lectura fue ridículamente optimista. Antes de terminar la segunda página se quedó dormida.


Estaba en un jardín, de pie, frente a un gran árbol, lo cual en sí era extraño porque ella detestaba estar fuera de su santuario personal. Su confusión pasó a segundo plano por la vista de la más hermosa mujer que jamás hubiera visto.

Con el rostro fino y anguloso de un hada, su cabello rojo con un tono brillante casi como si estuviese mojado lucía perfecto en ella. Una extraña camisa roja solo cubría la parte superior de su cuerpo. Dejando al descubierto el más perfecto par de piernas que jamás hubiese visto.

Pero su siempre activa imaginación no se perdió en su belleza por mucho tiempo. En cambio, sintió una extraña alegría al contemplar a la joven mujer.

Era una sensación de feliz reencuentro el que la abrumaba, como si pudiese tener entre sus manos aquel libro de cuentos que su madre le leía, pero mucho más intenso. Y provenía de aquella hermosa desconocida.

En lugar de las elaboradas alabanzas que tenía planeado decir a la pelirroja, las palabras que surgieron fueron una broma muy extraña.

—¿No quieres el agua?—canturreó una voz extraña que salía de su propia boca y añadió—: ~la voy a tirar.

Levantó una especie de olla extraña, amarilla, que ni siquiera sabía que estaba sosteniendo, como si fuese una especie de premio.

El humor juguetón se perdió cuando sintió otra presencia acercándose. Giró la cabeza en la dirección del presentimiento.

—Kuno está aquí—dijo con aquella voz extraña y agregó—: ¡Ahí va!

Con lo cual lanzó la extraña olla de latón amarillo hacia la doncella pelirroja sin preocuparse por ver si la atrapaba.

Corrió un poco hasta encontrarse con un joven hombre con el atuendo más extraño que viera jamás. La parte superior de la ropa parecía una bata de baño en color azul, mientras que la parte inferior eran unos pantalones adecuados para una persona mucho más ancha de piernas que su actual dueño.

El desconocido no tardó en notarla. Era atractivo. Incluso con su falta de interés en esas cosas podía notarlo. La otra cosa que percibió fue la extraña vara de mando que sostenía en una de las manos.

El objeto era similar a los que usaban los sacerdotes en los templos, pero de una forma más aplanada y libre de adornos o joyas.

Una fría briza soplaba desde su derecha agitándole el cabello.

"¿Por qué se sentía el cabello más pesado de lo habitual?", pensó con curiosidad.

Otra emoción ajena llegó a su mente. Debía detener al desconocido, tenía que bloquear su camino para que no descubriera a la linda pelirroja en el árbol. De alguna manera se sentía importante, aunque no pudiera entender la causa.

Cuando se preparaba para enredar al extraño con palabras rebuscadas y sin esencia para ganar tiempo, otra rareza sucedió.

Encaró al extraño y dijo:

—Anda, Kuno. ¡En guardia!

Y ella colocó los brazos como si fuera a pelear. ¡Pelear usando los puños como arma! El sujeto tampoco parecía tomarse el desafío seriamente porque sonrió y replicó:

—Hermosa, Akane. Me parece extraño que estés interesada en pelear conmigo.

El extraño nombre se sentía como una quemadura dentro de su cabeza. Por absurdo que pareciera, no deseaba escucharlo de esa persona, ni de su horrible voz. Quería escucharlo de... alguien más.

Atrapada en las emociones, notó que el sujeto balbuceaba más palabras e incluso la atacó, pero ella no solo lo contuvo, sino que logró arrojarlo lejos usando algún tipo de palanca corporal.

Con la mala suerte de que el sujeto salió volando para caer justo en la rama en donde se ocultaba la pelirroja.

O al menos eso quería creer, ya que casi parecía como si el extraño hubiese aterrizado justo sobre la extraña olla. ¡Con la linda pelirroja sosteniéndola!

Era absurdo, una persona de esa estatura pesaría por lo menos 50 dums y parecía estar suspendido como una especie de plato ligero por la pequeña chica. En el sobre análisis de la situación no escuchó los balbuceos del extraño hasta que gritó:

—¡Ese Ranma tuvo miedo y escapó! ¡Sí, seguramente fue miedo!

Escuchar el nuevo nombre le causó una reacción peor. Ahora fue una sensación de asfixia horrible. No podía hablar o moverse y aún atrapada en aquella agonía, otro sentimiento la enojaba. El chico del bastón de madera era un necio. Un pensamiento tan claro como extraño se repitió en su alma:

"Ranma no le tenía miedo... podía perder la batalla, pero nunca la guerra, ella debía resistir hasta que él pudiera encontrar la manera de ganar... solo debía resistir."

Con eso la oscuridad se volvió completa.


Mai se despertó con un extraño grito de miedo mientras un reflejo le hacía ponerse de pie. Con tan mala coordinación que cayó al suelo de inmediato.

Estando sobre las adornadas baldosas, pudo reconocer el lugar. Estaba en su santuario personal, su amado librario.

Con menos dignidad de la que le hubiese gustado mostrar, Mai se puso en pie y logró apoyarse en la mesa para llegar a una silla y tratar de calmar el extraño temblor en sus manos.

Fue otro sueño, pero ese mostraba un escenario completamente nuevo. No estaba empapado de la dolorosa tristeza de sus visiones nocturnas, pero sí tenía el mismo componente melancólico en él. Antes de que se perdiera en su costumbre de sobre analizar la nueva experiencia, una voz la interrumpió:

—Es una suerte que nadie visite el librario fuera de los días de consulta.

Mai giró la cabeza para encontrar la mirada juguetona de Reeo sobre ella.

—Solo fue un sueño extraño, nada de qué preocuparse— respondió fingiendo una calma que no sentía.

La joven de cabello negro se sentó a su lado y con un aire de suficiencia que le conocía desde la infancia replicó:

—Eso no fue un sueño, por la forma en que te retorcías parecía la madre de todas las pesadillas. Te vi desde el nivel superior y mientras bajaba pude escucharte gemir y sollozar... incluso parecías estar hablando alguna incoherencia.

Con su pequeña mentira destruida, Mai le respondió de manera honesta:

—No se sentía de esa forma, melancólico tal vez, pero no aterrador.

—Cuéntame, mientras comes algo—indicó Reeo mientras depositaba un recipiente elíptico cubierto por una tela negra. No te vi de nuevo en el área común, así que supongo que te saltaste la comida, de nuevo.

Mai trató de darle una réplica ingeniosa, pero el sonido de su estómago vacío se adelantó.

El sonido de las juveniles risas resonó en el amplio sitio como un alegre coro.

Entre bocados, Mai le contó a su única amiga su peculiar sueño, en parte aliviada, de que no fuese "el otro" con las humillantes consecuencias que lo acompañaban.

—Lo más raro es que trataras de enfrentar a un varón a puño limpio con cierto éxito—dijo Reeo con una sonrisa divertida y agregó—: tú, confundirías a tu rival con un aburrido discurso sobre el cuidado de las mujeres para crear un nuevo país antes de levantar las manos para defenderte.

—Verdad que sí—indicó Mai confirmando sus propias ideas.

—Aunque sin duda lo harías para llamar la atención de la pelirroja esa... ¿Es tu nueva "doncella destinada"?

—¡Ack!— el rostro de Mai se estrelló contra la mesa antes de responder ligeramente ruborizada—: no las llames así. Solo son inocentes sueños que no alteran las buenas costumbres.

—¿Inocentes? Te encanta fantasear de forma sucia con esas heroínas de cuentos.

—No es cierto.

Con un movimiento más rápido del que le creía posible a su amiga, Reeo sujetó el maltratado libro junto a Mai.

—¿Qué es esto, ah? La manzana de zafiro. La matrona de libros quemó todas las copias de esta colección porque dijo que eran lo más degenerado que se había escrito en esta era.

—No son sucios, todas las escenas están correctamente justificadas.

—Mi punto es que, mezclaste un mal sueño con tus fantasías regulares y terminaste dando de gritos en el librario.

—Lo siento, Reeo.

—Te he notado cabeceando durante el tiempo de lecciones. ¿Estás durmiendo bien?

Con cualquier otra persona, Mai, hubiera dado una respuesta crudamente burlona, pero sabía que Reeo estaba preocupada de forma genuina.

—No mucho. He tenido poco descanso por culpa de ese sueño extraño.

—¿Más fantasías con pelirrojas de piernas divinas?

—No, es solo un sueño tonto en el que corro bajo la lluvia.

Una parte de la mente de Mai se asustó al darse cuenta de que la pelirroja de sus terrores nocturnos y la chica en su sueño del árbol eran la misma, pero en escenarios diferentes. Eligió no contarle eso a su amiga.

—Sé que adoras el librario y que has leído más historias que toda nuestra clase junta, pero debes salir más de este lugar, tomar un poco de sol, comer algún dulce antes de irte a casa.

Mai, detectó la pista poco sutil para buscar un postre azucarado. Reeo siempre limaba los bordes más crudos de sus días con golosinas.

—¡Bien! Iremos, por algunas Yeppas antes de ir a casa.

—No, querida—corrigió Reeo y añadió—: compraremos algunas Yeppas para comerlas en tu casa. Hoy será una noche de chicas.

El brillo casi maniático en los ojos de su amiga cerró el trato.

Mai asintió con menos entusiasmo del normal

Tenía que convencer a su amiga de dormir en una habitación separada.


—¡Mai! ¡Mai! ¡Por todos los dioses, despierta!

El rostro, casi al borde del llanto de Reeo, fue el primer aviso de que sus terrores nocturnos no habían cambiado.

Mai tuvo el pequeño consuelo de mantenerse limpia en esa ocasión.

—Estoy bien...

—No, no lo estás. Ya me parecía extraño que prepararas una habitación para dormir. ¿Sabías que esto pasaría?

—Tal vez.

—Por los dioses, Mai. ¿Cuánto tiempo ha estado pasando esto?

—...

—¡¿Cuántos días, Mai?!

—Varios... unos cuatro o cinco días.

—Es decir, más de una docena, ¿cierto?

—Sí.

—Es el mismo sueño que tuviste en el librario.

—No, es otro. No tiene nada de horrible, pero me asusta mucho ir a dormir—admitió Mai con una voz pequeña que la hacía sonar como una persona más joven.

Reeo hizo lo único que parecía apropiado en esa situación.

Se acercó a su amiga y la sujetó en un abrazo.

Las defensas de Mai se rompieron y comenzó a llorar.

Aunque una parte de Reeo siempre deseó que Mai la sostuviera de esa forma, no era el ambiente romántico que soñó. Su amiga siempre se mostraba tan fuerte y astuta ante el mundo, que la hizo parecer indestructible.

Sin embargo, la temblorosa persona que la sujetaba parecía tan asustada y sola como ella siempre se sentía. Con suaves movimientos, Reeo trató de imitar las maniobras que su madre hacía para calmar a sus hermanos pequeños después de una rodilla lastimada.

Más tarde, esa noche y con un tono de voz apagado, Mai le contó el otro sueño a su amiga.

Reeo miraba con asustada fascinación los primitivos dibujos que Mai usaba para explicarse. Los extraños escenarios y edificios no se parecían a nada que ella hubiese visto. Y, a diferencia de su sedentaria amiga, Reeo había viajado por casi todos los territorios habitables del mundo.

Un oscuro presentimiento llegó a su mente.

"¿Y si los dibujos representaban partes del mundo que Mai no debía conocer?"

Las pinturas de los territorios muertos eran uno de los secretos mejor reservados para las familias medulares.

Con la esperanza de que Mai solo tuviese una sobrecarga de literatura en la mente, se propuso acompañarla hasta que los sueños extraños pasaran.


Días después y al ver la agotada silueta de Mai ir hacia el cuarto de aseo, los temores de Reeo se vieron multiplicados. Tenía que haber algún relato del cual su amiga hubiera usado como base para sus sueños. Pero con el amplio conocimiento de textos de su Mai solo quedaban los relatos orales que se contaban en las tierras vasallas.

Lo mejor era agotar todas las posibilidades antes de buscar las otras imágenes.

Tres días después, Reeo encontró una solución temporal para evitar que Mai se quemase por agotamiento. Los extraños sueños, solo ocurrían por las noches. Con unos cuantos sobornos a los sanadores, ambas se encontraron con dispensas para faltar a la academia por la enfermedad del puntillo rojo y obtuvieron el tiempo necesario para que Mai durmiese de día y se mantuviera despierta por las noches.

Lo que le daba a Reeo varios días para recibir las pocas compilaciones de relatos orales disponibles y a Mai tiempo para recuperarse.

Al atardecer del quinto día, los obscenos precios por entrega veloz dieron resultados. Reeo sujetaba en sus manos un par de libros completamente inauditos, incluso para el librario. La mirada brillante y ligeramente depredadora que Mai le estaba dando le causaba alegres escalofríos, aunque sabía que era por las razones equivocadas.

—¿Puedo darles una hojeada rápida?—preguntó Mai con la mejor expresión de inocencia que pudo.

—No, no puedes—replicó Reeo con una sonrisa divertida y agregó—: devorarás este par de bebés en menos de una semana y no sabremos si alguno de los relatos en ellos causa tus locos sueños. Es un hecho que pasarías los siguientes meses sobre analizando cada palabra de estos libros para buscar referencias que solo tú entiendes si los dejo en tus adíctas manos.

—¿Una miradita a la hoja de los creadores, quizá? Por favor... Reeo-mii.

Reeo tuvo que morderse el labio para no ceder de inmediato. Esa expresión de lindo puchero era la llave maestra para que Mai consiguiera lo que quisiera de ella. Con algo de esfuerzo, Reeo sobrepuso mentalmente el recuerdo de su agotada amiga a la visión de lindura actual.

—Nada de, Reeo-mii. Voy a leer yo misma en voz alta las partes iniciales de cada relato para descubrir si recuerdas algo. Solo presta atención para ver si se activa algo en tu cabeza.

—Pero, tú eres taaaan lenta leyendo~ gimoteó Mai aún inmersa en su personaje de lindura.

—O tal vez prefieras que yo los lea en silencio, mientras tú te ocupas de otras cosas.

—Eres mala, Reeo.

—Sí, y aun así me amas.

Mai, miró brevemente los libros en las manos de su amiga. Por el encuadernado artesanal eran piezas de alguna colección particular. El costo y esfuerzo de traerlos hasta su hogar calentó el corazón de Mai como muy pocas cosas podían. Era otro eslabón en la larga cadena de hechos que hacían a Reeo su persona especial, por lo que fue completamente honesta, incluso si su amiga no la amaba de la misma manera que ella.

—Sí, te amo, aunque seas mala y lenta leyendo.

Ambas fingieron no notar el sonrojo en la otra y se instalaron en la mesa para buscar misterios.

Los relatos orales eran mucho más simples que las historias a las que estaba acostumbrada Mai. El espejo negro de media noche era una carnada muy elaborada para que un demonio se alimentase. El caballero de los zapatos rojos tenía un héroe obsesionado con volver a su granja. El vestido que soñaba con ser princesa mostraba las inseguridades del autor por no saber bailar. Por momentos ese último relato parecía tocar un eco distante en la mente de Mai, pero la sensación fue tan débil que no se la mencionó a Reeo.

El maratón de lectura terminó por ese día y aunque la tentación fue muy grande para Mai, no intentó adelantar historias.

La siguiente noche ambas jóvenes se alistaron para más cuentos estrafalarios.

El primer relato, trataba sobre un ratón gigante obsesionado con conseguir una esposa. Los patéticos intentos del roedor por cortejar doncellas humanas hicieron reír mucho a ambas. Por su parte, Mai percibió el mismo eco lejano con ese cuento y no le dio importancia.

—Ese era el último relato del norte—dijo Reeo cerrando el primer volumen— en el sur se cuenta una sola historia muy popular con variaciones. Según el autor, las aventuras difieren mucho dependiendo del poblado, pero los héroes y villanos no cambian. El relato se titula: la pluma encantada. Todas las variantes provienen de dos partes, la primera es un grupo de versos cortos titulados como: el gorrión y la doncella, la segunda parte es un relato llamado la caída del fénix. y existe un único poema con el desenlace llamado: la venganza del fénix.

Mai no respondió nada, pero se mantuvo atenta.

Reo comenzó la lectura de la primera parte:


Rannú era el príncipe del los valles encantados,

un joven aventurero que amaba las batallas y los desafíos.


La reacción de Mai ante los poemas fue por completo diferente a las otras historias.

Era un relato por completo nuevo para ella, pero a diferencia de los otros cuentos no pudo hacer un juicio rápido (y descarado) de los componentes.

Algo se sentía terriblemente equivocado con esa historia, por momentos casi quería interrumpir a su amiga para pedirle que dejase de cambiar los nombres y eventos. Lo cual era una locura por completo, ya que para Reeo el texto era tan desconocido como para ella.

Cuando su amiga leyó la parte del cerdito buscador, Mai casi suelta una alegre carcajada. Solo la confusión detuvo su reacción.

"¿Qué era lo divertido en un cerdito de cuento?"—pensó, Mai apretando los labios.

Al llegar a la parte del encuentro de Rannú con Anné mientras esta se bañaba en el río. Mai se sintió avergonzada y satisfecha al escuchar que la doncella se defendió del fisgón arrojándole una pesada piedra de río.

—Se lo tiene bien merecido, por pervertido— declaró Mai con una especie de alegría justiciera.

Reeo miró a su entusiasmada amiga con una sonrisa y como los versos eran cortos, eligió leerlos todos.

Mai se sentó de nuevo, pero para ocultar sus extrañas reacciones cambió de sitio, acomodándose junto a su amiga y apoyando la cabeza en su hombro.

La proximidad de Mai, distrajo la atención de Reeo y falló en notar el silencio cada vez más tenso en su amiga.

Por su parte, la cabeza de la amante de libros comenzó a doler y sentirse pesada. Estuvo tentada a pedirle a su amiga que se detuviese, pero el aroma del cabello de Reeo alejaba los bordes más afilados de su molestia.


La valiente doncella Anné era diestra en muchas artes.

Pero un talento que la eludía siempre fue la habilidad de nadar.


—Sí pude nadar—susurró Mai.

Reeo no se percató de las palabras ni del creciente malestar físico en Mai. Siguió leyendo aventura tras aventura de los enamorados, hasta su encuentro con el villano de la obra, el malvado dios fénix.


Fue Anné quien adivinando el horrible final,

fingió enamorarse por el poder y belleza del enemigo,

Admitiendo su error y pidiendo con dulces palabras cubiertas de astucia que le perdonase la vida a aquel muchacho.

El arrogante dios no creyó del todo en el amor repentino de Anné

Y en un capullo de cristal a la joven encerró.


El efecto de aquellas palabras fue visible e inmediato para Mai. La neblina dolorosa fue remplazada por miedo completo cuando se sintió prisionera en su propio cuerpo, no podía moverse y mucho menos hablar. Pese a todos sus intentos, no era capaz de respirar. El miedo aumentó a pánico al sentir que la vida se le escapaba.

Reeo continuaba inconsciente del peligro con su lectura.


¡Anné! Gritaba el héroe desesperado

Mientras sostenía en brazos a su inmóvil amada.

¡Despierta! Abre tus ojos. ¡Anné!

Anné, murmuró herido el héroe. No me dejes solo.


El terror que sentía Mai se mezcló con la creciente sensación de que en la historia se estaban burlando de ella, incluso mientras moría. Una mala broma al hacer que su amado llamase a la persona incorrecta.

"Debo decirle, tiene que saber el nombre correcto"—gritó mentalmente la joven. Debe saber que estoy aquí y puedo escucharlo.

La movilidad volvió a Mai sin saberlo y pudo murmurar.

—No es, Anné... no me llames así.

Reeo finalmente se percató del rostro sudoroso e inconsciente de Mai y la sujetó por los hombros, asustada. Parecía atrapada en uno de aquellos infames sueños de nueva cuenta, mientras la escuchaba murmurar:

—Anné, no. Anné, nunca... es Akane.—dijo Mai inmersa en aquella somnolencia para después gritar— ¡Soy Akane! ¡Akane!

Reeo aterrada y confundida, sostuvo a su amiga gritando:

—¡Mai! ¡Mai! ¡Despierta, abre tus ojos!

Mai reaccionó, sus ojos se enfocaron en algún objeto que solo ella podía ver mientras extendía su brazo derecho hacia el techo del salón. Un tenue destello azul rodeo su cuerpo causando que Reeo casi la soltase por miedo.

Mai continuaba gritando delirante:

—¡Akane! ¡Akane! 天道あかね!

Reeo perdió toda la compostura soltando a Mai. Ambas cayeron al suelo, pero mientras la respiración de Mai se calmaba, la de Reeo se volvió un jadeo pesado.

Se le había entrenado para su vida futura en muchos conocimientos que el resto de sus compañeros no tenían. Una de las enseñanzas que se le inculcó desde temprana edad, fue la de identificar un lenguaje en especial.

El idioma de las ciudades muertas.

La enseñanza familiar de lo que debía hacer, si en algún momento lo escuchaba, la golpeó mentalmente sin piedad.

Reeo comenzó a llorar sin control.

Su obligación era llevar a Mai al templo principal, pero las tradiciones familiares aseguraban que las personas con conocimiento del idioma muerto nunca salían de ese lugar.

Su amiga y amor secreto tenía una sentencia de muerte sobre su cabeza.

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Continuará...