Aquel hombre destilaba elegancia hasta en el más minúsculo de sus movimientos; y ella hedía terriblemente a ajo. Claro que el señor Bellingham no estaba allí para juzgar su olor corporal, sino por cuestiones que les desvelaban a los dos: a él desde del punto de vista empresarial; y a ella, sentimental. Pero ambas preocupaciones compartían el mismo nombre y apellido...

Después de que la enfermera abandonara el recinto, dejándolos a solas, Bellingham no demoró en transparentar los motivos de su visita:

—Madame, en verdad lamento que éstas sean las circunstancias en las que nos toca conocernos —comenzó excusándose —, y también lamento tener que incomodarla. Pero sé que usted, al igual que yo, sufre el mismo miedo.

Bellingham tenía toda la atención de Hermione. Sus ojos la delataban: estaba expectante y ansiosa. Su intuición y una vocecilla suave le decían con exactitud hacia donde se dirigía la conversación. Aún así, ella fingió no entender.

—Disculpe, no...

—Me refiero a Remus, y a lo comprometido que está por usted. Y lo digo en el más amplio sentido de la palabra... —explicó, resaltando lo dicho al fijar sus ojos en los de ella.

Hermione esquivó los ojos celestes y penetrantes de Edward Bellingham, bajó la cabeza y trató de guardar la compostura.

—Usted es quien financia el trabajo de Remus —dedujo, mientras jugaba con la cucharilla en el té.

—Correcto, Madame. He de confesarle que me encanta tratar con personas inteligentes, como lo es usted, porque con pocas palabras se puede llegar al punto clave del problema.

—¿Qué es lo que quiere pedirme?

—Oh no, yo no he venido a solicitar nada; al contrario, vine a ofrecer soluciones. Las cuales, nos beneficiará y mantendrá a salvo al artista que nos desvela. Tanto usted como yo, no queremos que él termine preso por sus obras de arte.

Hermione hizo un asentimiento leve con la cabeza. Lo había hecho sin darse cuenta, con ese simple gesto le dio la razón a aquel hombre de modales elegantes. Por su parte, Bellingham, al obtener su aprobación prosiguió a entrar en detalles:

—Jamás me entrometo ni cuestiono el trabajo de Remus, confío plenamente en el talento de mi empleado y considero que es uno de los mejores "dibujantes" que ha pisado mi fábrica. Mi familia y yo llevamos muchas décadas financiando este negocio "artístico"; y como todo inversionista, cuido celosamente de mi inversión.

—Básicamente, usted está diciéndome que se encuentra al tanto de todo lo ocurrido entre él y yo —resumió Hermione.

Bellingham sonrió complaciente e hizo un leve asentimiento con la cabeza.

—Espero no me juzgue mal, Madame. No soy un cotilla.

—No. Usted solamente está "cuidando su inversión" —dijo Hermione en un leve tono sarcástico.

—Les di varias oportunidades a Pansy y a Remus para que se sincerasen conmigo, pero esos dos son muy leales el uno al otro y...

—¿Pansy Parkinson? —lo interrumpió intrigada. ¿Acaso ella también estaba involucrada en el negocio?

—Así es. Imaginaba que él ya se lo habría dicho, pero me percato de que no es así —le confirmó Edward —Pansy es discípula de Remus. Y para él, Pansy es como su hija, para él, ella es sangre de su sangre. Remus la rescató de la miseria cuando Perseus la expulsó de casa. Estaba sola, desamparada y con un bebé en camino. Desde entonces ella le guarda una férrea lealtad a su maestro, y hasta me atrevo a decir que lo ama más que a su padre biológico. No la culpo; yo jamás hubiese echado a mi hija de casa, estando embarazada y además viuda.

Hermione se quedó pensativa, mientras contemplaba de manera ausente la tibia taza entre sus gélidas manos...

«Mira, no me obligues a aplicarte el método que le aplico a Seth cuando no quiere tomar la medicina.»

«¿Quién es Seth?»

«Es mi hijo»

Recordó esa pequeña conversación que habían mantenido... Entonces había sido Pansy "su primera enfermera". Hermione había pasado semanas preguntándose quién era la persona que los había ayudado a encontrarse en sueños, y ahora recibía la respuesta de la manera menos esperada.

—Como usted bien dijo, Madame, estoy al tanto de todo lo que ocurre dentro y fuera de mi fábrica; además de que sé con quienes estoy tratando: Remus y Pansy son tramposos profesionales; por tanto, debo estar alerta ante cada paso que den. Un paso en falso, y el negocio y todo Krakenwell quedarían en ruinas. ¿Usted me entiende?

—Sí... Perfectamente —asintió sin poder levantar la vista, y con algo de temor preguntó —¿va a castigarlos por lo que ocultaron?

—En cierta manera, sí. Y sé exactamente cómo hacerlo.

—Por favor, no los castigue... —rogó Hermione, mirándolo suplicante —Las decisiones que ellos tomaron fueron por culpa mía. Sin saberlo, les puse empujé a hacer cosas que seguramente ellos no planeaban hacer.

—Permítame disentir con usted, porque está profundamente equivocada. Se lo explicaré: las personas como Pansy y Remus, no entienden de imposibles. Si ellos no pueden conseguir algo por una vía, entonces buscarán otra. Y si no hay vías disponibles, se las inventarán. Hay quienes dicen que eso es hacer trampa; yo a eso le llamo tener ingenio. Lo único que usted ha hecho es provocar que busquen otro medio para salirse con la de ellos, pero no es culpa suya que Remus y Pansy tengan la naturaleza que poseen, ni de las decisiones que hayan tomado.

—Aún así, se lo ruego, señor Bellingham, no los castigue. Usted acaba de decirlo, ambos tienen su naturaleza y es lógico que obrarán conforme a ella. De haber sabido que yo provocaría todo esto, habría mantenido mi boca cerrada.

Bellingham le sonrió con ternura y dijo:

—Estimada Hermione, lamento decirle que nada de lo que usted argumente hará que perdone la falta de mis empleados. Entienda que si no tomo represalias, ellos creerán que pueden seguir haciendo lo que a sus corbatas de moño se les antoje, y no es así. Es momento de que les recuerde que trabajan para mí, y que sus actos podrían acarrearnos graves consecuencias. Confíe en que es mejor que los castigue yo, a que lo haga toda la Junta de la Ley Mágica.

Ante la mirada triste e impotente de Hermione, Edward tomó su costoso maletín y sacó de allí un contrato y una pluma sanguínea.

Ella ya lo veía venir... La desmemorización que tanto le había pedido a Remus, se lo terminaría otorgando el jefe del mismo.

—Gracias... —dijo ella con voz débil, al recibir en sus manos lo que significaría limpiar el recuerdo de su amante.

—Tómese el tiempo que necesite para leer el contrato. Si hay algo que le resulte confuso, con mucho gusto se lo clarificaré. No me marcharé de aquí hasta que los términos queden bien establecidos.

Hermione asintió y desenrolló el pergamino para leerlo...

Leyó con detenimiento el contrato. Éste especificaba que si aceptaba cada término y condición del mismo, ella cedería ciertos recuerdos que pasarían a ser propiedad de la fábrica Bells and Hams con la finalidad de proteger la identidad de los falsificadores. Es decir, que no recordaría haber consumido Hipnagogia, ni las conversaciones telefónicas ni el seguimiento que había estado haciendo para descubrir la identidad del Diablo. Todo recuerdo potencialmente peligroso para Remus y su equipo, sería retirado de su memoria.

Como segundo término, al dar su firma, Hermione aceptaba ser operaria de la fábrica Bells and Hams para pagar los servicios prestados por los falsificadores.

Hermione carraspeó después de leerlo, y le dio un largo trago a su té antes de consultar:

—Señor Bellingham...

Él volteó para mirarla. Había estado parado frente al ventanal con sus manos entrelazadas detrás de la espalda, esperando con paciencia a que ella terminase de leer.

—La escucho.

—No tengo dudas ni objeciones con respecto al primer término y sus condiciones, pero... —ella se detuvo un momento, presa de los nervios —Exactamente... ¿qué clase de trabajo haría yo en la fábrica?

—Tengo entendido que usted estudiaba la carrera de Técnico Diseñador de Instrumentación Alquimista. ¿Estoy en lo cierto?

—Sí, así es. Pero dejé a medias mi carrera universitaria. No me gradué.

—No me importa que no tenga el diploma en un bonito cuadro, exhibiéndose en una pared; me importa que posea conocimientos, ingenio y habilidades. Yo solo contrato gente habilidosa, Madame. Además, a Pansy no le vendría mal alguien que le diseñe herramientas a medida. ¿Usted sabe hacer eso?

—Sí. Diseño y fabrico herramientas para pocionistas y alquimistas según sus necesidades; tengo dominio de las combinaciones y constitución de preparados (por obvias razones) pero no he llegado a instruirme en el manejo de maquinaria. Con lo cual, no poseo lo que estrictamente se necesita para ser operaria en una fábrica.

—No hay problema por eso. Con lo que sabe es más que suficiente, además de que (solo si usted acepta) la fábrica le otorgará un plan de apoyo hasta que se gradúe. Siempre y cuando sus calificaciones como estudiante, y su rendimiento como operaria sean eficientes. Lo cual no creo que sea un problema para usted.

Los ojos de Hermione regresaron al pergamino que sostenía en sus manos...

—Tiene tiempo para decidir, Hermione. No tiene que darme una respuesta hoy mismo —le aclaró Bellingham —Antes de irme, me gustaría adelantarle las noticias que recibirá en esta semana: el Wizengamot fijará fechas para las audiencias. La citarán a usted y a su esposo, los someterán a interrogatorios y análisis de memoria para una fidedigna reconstrucción de los hechos. Eso quiere decir que tiene todo ese plazo de tiempo para tomar la decisión de librar... o hundir a Remus... Le deseo una pronta recuperación, Madame. Regresaré en una semana para que me comunique de su decisión.

Edward tomó su maletín y con aplomo se dirigía a las puertas, cuando Hermione lo retuvo:

—No será necesario, señor Bellingham. Tomé mi decisión mucho antes de que usted viniese a verme.

Él volteó y vio a Hermione recargar la pluma con su sangre y luego otorgar su firma...


La única iluminación de la sala ingresaba por la ventana. Era la luna la que iluminaba su soledad. Estaba plena, hermosa, radiante, y era la razón por la que Remus no se presentaría en esos días. ¿Cómo había podido ilusionarse con que él la visitaría? se regañaba a sí misma.

Levantó su mano derecha, y miró la cicatriz que le había dejado la pluma con que había firmado el contrato. En verdad no sabía qué sentir. Por un lado, la dejaba tranquila el saber que Remus pronto estaría a salvo; pero sufría en silencio al tener que deshacerse de partes de su intimidad.

Y aunque lo intentaba, Hermione no podía dejar de pensar en Remus. Deseaba verlo, hablar con él antes de olvidar...

Su labio inferior comenzó a temblarle de manera involuntaria, y lo mordió para retener lo que ya había estallado en su interior. Lloró por ese sentimiento que ella había probado dos veces en su vida... Dolor. El dolor de perder. Primero su bebé, después a su padre; y ahora los vestigios de una frágil relación.

—Perdóname —dijo entre sollozos en el silencio de la sala.

Rogaba porque él no lo tomara como una traición a ese algo que no tenía nombre ni recuerdos sólidos, pero que existía entre los dos.

Hermione dejó de llorar cuando una cálida mano invisible tomó la suya, y de inmediato retiró la mano del borde de la cama cortando ese extraño contacto.

Sorprendida y algo asustada, se sentó en la cama, tomó su varita de la mesilla y utilizó un Lumos para poder mirar el lugar donde algo emitía una perturbación... Y nada. Allí no había nada... Pero no podía estar equivocada, ¡ahí había algo! Algo que hacía vibrar el aire, que le había tomado de la mano y que en cierta manera la le alteraba.

Se quedó sentada en la cama, como una chiquilla asustadiza que espera el ataque de los monstruos que se ocultan en la oscuridad. Esperaba que esa cosa vibrante se mostrara, pero eso no sucedió...

Habían pasado más de cuarenta minutos, y Hermione sabía que esa cosita revoltosa seguía allí, pululando en la habitación y haciendo vibrar cada cosa que parecía curiosear.

Al final, Hermione se cansó de esperar su aparición:

—Nox —dijo rendida y se recostó.

Paulatinamente fue quedándose dormida, vencida por el agotamiento. En ese ligero límite entre el sueño y la vigilia, fue que escuchó una voz suave e inhumana:

«No me temas, yo te protejo»

¿Quién eres? —Hermione habló dormida, y le pareció extraño escuchar su propia lengua siendo pesada y torpe.

«No tengo nombre. Pero tú me llamas cazadora de mariposas, aunque no soy mujer; tampoco soy de naturaleza masculina»

¿Qué eres? —preguntó con torpeza e insistencia.

«Esa es la pregunta correcta, genio... Soy una pesadilla. No pertenezco a este mundo. Tu novio y yo estamos hechos del mismo material. Pero eso no es lo importante. Escucha, porque pronto amanecerá y perderé parte de mi fuerza, así que escucha bien: yo te ayudaré a recuperar lo que ella te robó... Cuando él venga a visitarte (porque no lo dudes, lo hará. El vendrá) díselo. Dile que ella está interfiriendo. Dile...»

Para cuando Hermione abrió sus ojos, la luz del sol de mediodía iluminaba plenamente la sala... Se sentó en la cama, y no se sorprendió al encontrar el detestable tazón de sopa esperándola sobre la mesilla. A regañadientes lo tomó con ambas manos y haciendo muecas graciosas de disgusto, comenzó a beber. Preguntándose si eso había sido un sueño... o un producto de su traumatizada mente.

Como si hubiesen escuchado su pregunta mental, algo perturbó la tranquilidad del ambiente en señal de respuesta. Era una debilucha y lejana voz que parecía decir: «Estoy a tu lado, genio»


Una semana después...

A pesar de que se sentía como un estropajo gastado los días posteriores al plenilunio, Remus había trabajado arduamente toda la semana para poder darse el gusto de escaparse de la fábrica un par de horas. Ni siquiera a Pansy le había dicho lo que tenía en mente hacer esa tarde: tarareando en voz baja una vieja canción, terminó de arreglarse la corbata y luego se puso la chaqueta del traje. Antes de abandonar la oficina, ordenó un poco su mesa de trabajo y finalmente atrajo con un Accio su bastón.

Remus tenía la intención de salir rauda y sigilosamente del piso veintidós, aprovechando que Pansy y los demás se encontraban perdidos en algún pasillo, devastando a una máquina expendedora de café; pero al llegar a las puertas del ascensor, tuvo el infortunio de toparse de frente con las tres serpientes juntas...

—¡Ah, bueno! —exclamó Bulstrode, dando un par de ruidosos aplausos.

Pansy bajó sus lentes de sol hasta la punta de la nariz y miró a Remus de pies de a cabeza, sin creer lo que sus ojos veían; en tanto Feathers, había expulsado violentamente el café que apenas había bebido (todo por no aguantarse la carcajada)

—Pansy, ¿quién es este señor? ¿y qué hace aquí?—dijo Millicent, haciendo sonreír a la morena.

—No lo sé. Habría que averiguarlo, ¿no? —dijo Pansy, siguiéndole el juego a su colega —Disculpe, galán, pero... ¿de cuál telenovela se escapó usted?

Remus estaba sonrosado. Abochornado frente a las tres serpientes que lo habían cazado en plena fuga... Carraspeó un poco antes de decir.

—Voy a salir un momento... Me voy a San Mungo.

—¿engalanado así? —preguntó Pansy con una sonrisa —¿Es que ahora el hospital tiene sala de fiestas privadas? Digo yo... por lo bonito que vas.

—Gracias por los cumplidos —replicó Remus aún con sus mejillas algo rosadas —Pero no. No me voy de fiesta... Voy a... a que me hagan un chequeo.

Las carcajadas estallaron por todo el piso donde los cuatro trabajan. Cualquier persona que hubiese llegado en ese preciso instante, creería que Remus les había contado el chiste más hilarante de la tierra...

—¿Un... chequeo? —repitió Pansy sin poder parar de reírse. (Al igual que los otros dos) —Ay, dios... Un chequeo, jajaja.

—Sí. Un chequeo. No entiendo dónde está lo divertido...

—Cuando te ruego que vayamos al consultorio de Ponds... —dijo Pansy, recuperando algo la seriedad —(Un consultorio que se encuentra aquí, en la fábrica, y no hay necesidad de que te vayas hasta Londres) tú, Lupin, haces lo que sea, ¡lo que sea! por no ir a tu chequeo médico. Por no mencionar, los numeritos que montas cuando te arrastro hasta allá, hombre terco y ladino.

—Oh... primero me elogia, luego me insulta —dijo Remus, haciéndose el ofendido.

Pansy le dedicó una sonrisa a Remus y luego le dirigió una mirada seria a Feathers y a Millicent. Y no hubo necesidad de que Pansy dijese una palabra, ambos entendieron el mensaje y se marcharon a sus oficinas, no sin antes despedirse de Remus, deseándole buena suerte con ese "chequeo".

Cuando Maestro y discípula se quedaron solos frente a las puertas del ascensor, hubo un pequeño silencio cómplice entre ellos.

—¿Quieres que te acompañe hasta La Hollinería?

—No, no te preocupes, iré solo.

—De acuerdo —asintió ella.

Remus ingresó al ascensor y antes de que las puertas se cerrasen le dijo:

—No tardaré mucho en regresar.

—Aprovecha bien esas dos horas, galán. Pero no le hagas subir abruptamente la temperatura; ella todavía no está en condiciones para tolerar demasiado calor...

Remus escuchó la suave risa de Pansy, incluso cuando las puertas del ascensor se habían cerrado...

Estaba ansioso por llegar. Se había pasado la semana entera imaginando que podría "atacarla" en algún descuido de las enfermeras. De sobra estaba decir que al licántropo no le importaba hacerlo con Hermione en la cama del hospital. No le importaba el lugar, ni tampoco si era lo apropiado o no... Sus manos le ardían por tocarla. Deseaba tanto tocar su cuerpo, su rostro, y poder confirmar si ella era tal cual la había visto en su mente.

Salió del ascensor cuando las puertas se abrieron en la planta baja, y se marchó de la fábrica apremiado por tenerla en sus brazos...


Cuando Remus llegó a las puertas de la sala que ocupaba Hermione, un Auror lo detuvo y lo sometió a un interrogatorio, mientras le despojaba de la varita y se cercioró de que el ramo de gardenias rojas que traía no fuese un objeto hechizado. Y después de que le revisasen hasta el relleno de las muelas de juicio, el Auror ingresó en la sala para anunciar su visita.

Después de escasos segundos, el Auror regresó con el siguiente mensaje:

—La Dama ha dicho que por favor espere unos minutos, y que con gusto lo recibirá.

Remus alzó sus espesas cejas en señal de sorpresa, y luego asintió, preguntándose internamente si ella estaría desnuda y por eso le pedía unos minutos... Su ansiedad aumentó...

Pero en el interior de la sala, no sucedía ninguno de los escenarios eróticos que Remus fantaseaba. En realidad, Hermione padecía una vergonzosa crisis: no quería que él sintiese el olor a ajo que emanaba por la piel, y el hecho de que él tuviese olfato de cazador no mejoraba su situación. No importaba cuanto restregase su piel con la esponja vegetal, simplemente ese hedor no la abandonaba. Y para colmo de males, el olor se había acentuado con los días.

—Hija, no exageres —le pidió su madre, que como cada tarde, llegaba puntual a robarle sus galletitas de la merienda —No hueles tan mal...

—Mamá, tú no lo entiendes. Él es un licántropo, tiene un olfato envidiable. Puede olfatear algo a kilómetros —dijo angustiada Hermione.

—Yo no se lo envidio; hay cosas que es mejor no percibir —replicó la señora Granger

—Mamá, no estás siendo de mucha ayuda ahora mismo.

—Cariño, solo recíbelo, no creo que a él le moleste (Además, si tiene el olfato que dices que tiene, entonces habrá olido cosas peores que un pan de ajo, mi amor)

Su madre tomó su cartera y se levantó de la silla que había estado ocupando.

—Huelo a pan de ajo —dijo Hermione, sufriendo su condena —¿Te vas ya, mamá?

—¡Por supuesto! No habrás pensado que iba a quedarme aquí a interrumpir tu amorío (eso es algo que hubiese hecho tu padre; pero no yo)

Su mamá sacó de la cartera un pequeño atomizador de perfume y desodorizó el ambiente.

—Yo creo que con eso bastará para enmascarar el olor a pizzería —soltó su madre, después de pulverizar perfume por aquí y por allá...

—Disculpen, Damas —se excusó el Auror —Pero el señor Lupin, no es alguien que tenga por virtud la paciencia: el hombre desea cargarse las puertas.

La señora Granger soltó un par de risillas, se sentía particularmente muy divertida con la situación. Y fue ella quien dio luz verde para que Remus pudiese pasar de una buena vez:

—Dígale al señor Lupin que ya puede pasar...

—¡Mamá! —la regañó Hermione.

El Auror se marchó sin agregar más. Escasos segundos después, Remus apareció en el umbral de las puertas, dejando a las dos sin aliento...

Ni lerda ni perezosa, la señora Granger se acercó a Remus para estrechar su mano:

—Oh, ¿cómo está, señor Lupin? Es un placer conocerlo al fin. Soy Jean Granger, la madre del panecillo de ajo que reposa en esta sala.

Hermione se echó sobre su enorme almohada, empequeñecida por la vergüenza y deseando que alguna nave alienígena se apareciese y la abdujera...

—El placer es mío, señora Granger —correspondió él, mientras estrechaba gentilmente la mano de su "segunda suegra"

—Hacía mucho tiempo que deseaba conocerlo. Harry y mi hija me han hablado tanto de usted. Pero, principalmente, quería agradecerle el que haya puesto a salvo la vida de mi hija durante la Batalla. Creo que jamás podré pagarle por ello.

—No se sienta en deuda conmigo —respondió Remus —Mi... admiración por su hija fue lo que me motivó.

La madre de Hermione le echó una mirada a las gardenias rojas que Remus traía en la mano izquierda, y sonrió con picardía...

—Me doy cuenta... —dijo Jean —Me doy cuenta de la enorme admiración que siente por mi Hermione... Señor Lupin, es una lástima que no pueda quedarme unos minutos más para conversar con usted. Me disculpo, pero ya debo marcharme.

—Está bien, seguramente tendremos otra ocasión para hablar.

—¡De seguro! —exclamó Jean con entusiasmo y diversión —No me cabe la menor dudad de que volveré a verle rondar a mi hija.

Remus y Hermione se sonrojaron en simultáneo.

—Cariño —dijo Jean, dirigiéndose a su hija —me marcho. Prometo traerte a Crookshanks mañana (no quiero que el gordito se deprima de nuevo)

Jean le dio un beso a su hija y se despidió alegremente de ambos, dejándolos a solas...

Tan pronto las puertas de sala se cerraron, el aire del ambiente se tensó de manera maravillosa. Ambos prescindieron de las palabras y las formalidades...

Guardar la compostura no era algo que Remus y Hermione pudiesen sostener; no cuando estaban solos y la añoranza los había enloquecido por semanas.

Hermione abandonó sus inseguridades un instante, y fue a abrazarlo...

Las gardenias rojas terminaron en el suelo, al igual que el bastón...

Lo que tanto habían deseado por semanas al fin lo encontraron en los brazos del otro.

Remus temía que si la estrechaba con más fuerza podría lastimarla. La sentía tan frágil y delicada...

—Por favor, yo... deseo verte... —le susurró Remus.

Ella se agitó demasiado al escuchar esa voz áspera que le hacía erizar la piel, y le recordaba qué se ocultaba debajo de la apariencia humana de Remus... Se quedó quieta, agitada y ansiosa. Si a ese animal se le ocurría devorarla allí mismo, no podría detenerlo. Y tampoco quería aplacarlo.

Remus le acarició el rostro con demasiada lentitud, delineando cada rasgo, deteniéndose con especial atención en sus labios. Ella inevitablemente cerró sus ojos, esperando que la besara, pero sintió que esas manos tortuosas bajaban por su cuello y continuaban bajando con extrema delicadeza y lentitud.

—Eres tal cual te vi —soltó él, mientras empezaba a perder la compostura...

Hermione creyó que Remus la besaría, pero los labios de él apenas le rozaban la comisura. Pensó que él solo estaba jugando cruelmente con su ansiedad.

Sus intentos por mantenerse imperturbable ante el estimulo de sentirla, estaban fallándole. Remus fue más allá de una simple "mirada". Se atrevió a tocar su cuerpo, a infiltrar sus manos por debajo de lo que ella llevaba.

El arrebato del licántropo hubiese ido más allá, de no ser por la enfermera que los interrumpió al ingresar repentinamente...

Hermione giró su rostro y vio a la enfermera desenfundar su varita.

—Más le vale quitar sus manos de la paciente, señor, o le dejaré eunuco —le amenazó la enfermera, creyendo que estaba poniéndola a salvo de un pervertido que se aprovechaba de su estado de debilidad.

De inmediato Hermione se puso a sí misma de escudo frente a Remus.

—No... enfermera —dijo aún agitada —él... no me está haciendo nada.

—¡¿Cómo que no?! Este depravado se estaba abalanzando sobre usted, ¿y me dice que no le está haciendo nada?

—No, no es así. Déjeme explicarle —replicó Hermione, levantando la palma de su mano

La enfermera vio las flores en el suelo, y bajó su varita, poniendo cara de "ya entendí lo que está pasando aquí"...

—No será necesario que me explique nada. Prefiero no conocer los detalles... Su medimaga ha dicho que usted no está en condiciones de experimentar emociones fuertes... ¿ambos entienden?

—No, no entiendo —respondió Remus.

—Pues entonces, caballero, tendré que expulsarlo de aquí si no entiende por las buenas.

—¡No, no! —dijo Hermione desesperada por negociar —déjeme hablar con él, solo eso. Hablaremos, y nada más.

—¿Y nada más? —le preguntó Remus al oído.

—Solo hablaremos —enfatizó Hermione —por favor... Hace tiempo que él y yo...

La enfermera suspiró resignada, mientras quitaba la vista de ambos; después accedió:

—De acuerdo, los dejaré solos. Pero las puertas de esta habitación se mantendrán abiertas, mientras él esté aquí. No me arriesgaré a que me sancionen por consentirlos a ustedes.

Antes de marcharse, la enfermera le hizo un breve chequeo a Hermione; y los regañó a ambos, el pulso de la castaña se había disparado considerablemente (lo que no era muy conveniente para ella en esos momentos). Luego hechizó las puertas para que permanecieran abiertas de par en par, y se marchó llevándose encima la mirada del Auror que montaba guardia fuera...

Hubo un breve momento de silencio entre ellos. Remus había quedado desenergizado después de aquel corte a su inspiración amatoria, quedó como quien ha sido trapeado humillantemente. Estaba sentado en la silla que se encontraba junto a la cama de Hermione, absolutamente callado y con la ilusión destrozada.

A pesar de que ella deseaba tanto como él el tener intimidad en todos los sentidos, su ánimo no se había desplomado. Tenerlo allí, a su lado, la hacía muy feliz. Le daba el alivio que ningún tratamiento médico le ofrecía.

—Tengo restringido realizar algunas actividades por un largo período... —le contó ella con incomodidad —también tengo prohibido comer dulces, o cualquier comida que anule el tratamiento que estoy llevando... Estoy harta de... esa maldita sopa hedionda que me sirven todos los días. ¡No puedo comer pastas! con lo que las amo. Y... perdón por mi hedor, pero es que con tanta sopa mi genética ha mutado, y me he convertido en la mujer pesto.

A Remus le arrancó una risa escucharla quejarse y excusarse. Notaba que a pesar de todo, ella estaba íntegra. Y él le había rogado tanto al cielo que ella estuviese así.

—No te disculpes, Leona; no tienes porqué. A propósito, me encanta el pesto.

Ella bajó la mirada y sonrió un poco sonrojada.

—Me la he pasado extrañándote todos los días. —confesó Remus —Casi no puedo concentrarme en mi trabajo cuando invades mi mente... me gustaría decirte que te pienso de una manera dulce, pero estaría mintiéndote. Lo único en lo que pienso es en llevarte a mi cama... No me importa cuánto tenga que esperar para poder tenerte aunque sea una noche.

—Tendrás que esperar mucho —dijo Hermione, un poco dolida al entender que él solo la deseaba.

—Soy paciente —replicó él con ansias —Y si te arrojas a mis brazos, como lo has hecho hace un momento; lo seré aún más. Te juro que tengo la paciencia de un cazador.

—Pienso que enloquecí del todo; porque aunque sé que mientes, creo tontamente en tus palabras —respondió ella, mientras sentía su piel erizarse de solo escuchar esa voz rasposa y desesperada.

Hermione se ilusionó cuando sintió que Remus se acercaba a ella. Creyó que por fin la besaría en los labios, pero él solo atacó su cuello con besos lujuriosos...

Remus se detuvo cuando sus colmillos se preparaban para hundirse en esa piel que lo tentaba tanto... Aunque los días de luna llena habían pasado, su lobo peleaba por emerger para reclamarla como suya, y no debía. Ella no podría soportarlo.

—Te esperaré... Te lo prometo —susurró entre jadeos inhumanos —Mi panecillo de ajo.

—¡Remus! —se quejó ella, mientras lo veía sonreír burlonamente.

—Leona... es posible que me peguen una patada en el culo del trabajo... he estado un poquito irresponsable en estas semanas —le contó Remus —Pero no te preocupes, antes de que me despidan, me aseguraré de que cada recuerdo llegue a buen destino.

—¿Destino?

—Las familias de las víctimas tienen derecho a saber lo que verdaderamente pasó con ellos y las razones. Recibirás apoyo de muchas personas que a su vez querrán obtener justicia. Siembro recuerdos en todos los rincones que puedo. Y no te preocupes, cada botellita tiene su destino; pero no remitente. Estoy siendo muy cuidadoso con ello.

Hermione tragó saliva dificultosamente y le dijo:

—Tu jefe no tiene intenciones de despedirte, Remus. El no quiere por nada del mundo prescindir de ti.

La expresión de Remus cambió; y aunque sus ojos carecían de brillo y vida, hasta ellos cambiaron evidenciando la intriga que comenzaba a sentir.

—¿Cómo es que estás tan segura de eso, cariño?

Hermione comenzó a estrujar nerviosamente la sábana... Tenía que responderle. Ya había hablado, y además tarde o temprano él lo sabría...

—Tu jefe me visitó. Hace una semana... —la expresión de Remus se amargaba más con cada palabra que Hermione decía —El y yo, acordamos legalmente un par de cosas.

—¿Qué hiciste? —la interrumpió enojado —¡Qué has hecho!

—Remus, no levantes la voz.

El Auror que montaba guardia, rápidamente se presentó en el umbral y preguntó:

—¿Todo está en orden, señorita Granger?

—Sí; él... solo se ha molestado un poco por algo que dije. No pasa nada. Déjenos a solas... por favor.

El Auror le echó una mirada desconfiada a Remus, después le dirigió un asentimiento a Hermione, y regresó a su puesto.

—Cálmate, y deja que te explique.

—¡Yo estoy muy calmado!

—Remus, lo hice para protegerte. No te enfades conmigo... Firmé porque cuando todo esto estalle no quiero que estés ahí.

—No tenías que protegerme de nada. Yo sé cuidar de mí mismo... ¿sabes lo que has hecho? me has apuñalado por la espalda, mujer...

—¿Qué estás diciendo? —preguntó ella con voz quebrada, a punto de echarse a llorar —Yo nunca... no... no te traicioné.

—Te pedí que no lo hicieras... Te confesé algo que nunca le diría a mi esposa. Y ahora te deshaces de lo nuestro con una simple firma.

—No. No es así —lloró ella.

—¿Ah, no? —cuestionó él con ironía —¿Y cómo es entonces? ¡A ver, explícame!

Ella se puso a llorar; y él se levantó del asiento, caminó para calmarse porque no lo estaba logrando. Estaba furioso con ella, y consigo mismo también...

Hermione sabía que él iba a reaccionar así, y aún así no estaba preparada para afrontar la situación.

—Si ibas a dar tu firma para vender tu alma, al menos me la hubieses vendido a mí, Hermione...

—Tú no quisiste hacerme olvidar.

—Pudimos resolverlo de otras maneras, Leona... No era necesario esto, ¡Pero tu complejo de Don Quijote de la Mancha pudo más que lo nuestro! No soy una Dulcinea que necesita que la protejan o la rescaten.

Eso último que él había dicho la desconcertó un poco. Y con eso él consiguió que ella cesara de llorar.

—¿Complejo de qué?

—De Don Quijote de la Mancha... Complejo de caballero. Eres demasiado noble, cometes locuras. Te pones en peligro a ti misma, y te has convencido de que tienes que protegerme...

—Remus... sabes que en el juicio contra Ron, tendré que dar mi testimonio bajo efecto del veritaserum y ceder mis recuerdos. No quiero que tu nombre aparezca en esos momentos...

Remus atrajo su bastón con un Accio, y ella abandonó la cama porque él se marchaba.

—Remus, por favor... —le rogó, sujetándolo de la mano.

—Leona, déjame ir... ¿qué más da? Si de todas maneras olvidarás.

—Solo dame un beso, y luego vete si quieres... He deseado que me beses desde que te vi llegar.

Remus cerró los ojos y bajó la cabeza al escucharla decir aquello. ¿Es que acaso ella se había propuesto atormentarlo?

Hermione lo abrazó y le acarició su rostro lleno de cicatrices. Se ilusionó cuando lo escuchó soltar un gemido grave, y después se aferró desesperado a su cintura.

Iba a besarla, estaba a milímetros de hacerlo, pero... ¿quién iba a obliviarlo a él? Mientras ella tendría una memoria limpia, él estaría recreando en su mente ese bendito beso, una y otra vez... como un idiota, como un loco.

La besó muy cerca de los labios, y Hermione cerró los ojos con dolor. El no lo haría... no la besaría...

Remus le acarició la mejilla por última, y se alejó como si ella fuese inflamable.

—Me estás castigando —sollozó ella.

—No... —replicó Remus, mientras salía dando leves golpes de bastón —Me estoy protegiendo...


Nota de autora: que iba a actualizar con más regularidad, ¿dije? Pfffffff, jajajaja. ¡Eso quisiera, lo juro! Pero bueno, no es mi mejor momento.

Gracias por ser tan pacientes. La verdad no tenía muchas esperanzas de poder adelantar este capítulo antes de septiembre, ¡pero lo he conseguido! Espero que les haya gustado.

He dejado sueltas varias cosillas aquí; así que ya pueden empezar a hacer sus hipótesis.

Estoy muy contenta de saber que tengo el apoyo incondicional de varios lectores. Muchas gracias.

Quiero contarles que agregaré escenas en el capítulo anterior a éste, porque, hubieron personitas que se mostraron curiosas por saber, porqué Andrómeda siente antipatía por su yerno; y también qué sucedió después de que Remus se durmiese. También aprovecharé para extender la escena Lemon. Ya les avisaré cuando esas escenas estén listas para que puedan leerlas.

Bueno, no prometo nada, pero si puedo, actualizaré antes de septiembre; si no, nos estaremos leyendo en ese mes.

Gracias, muchas gracias por leer. Estoy feliz de haber podido actualizar por fin.

Aprecio mucho sus palabras, y ojalá pronto volvamos a leernos.