El carruaje real se detuvo a las puertas del castillo de Verano. Regina aguardó ansiosa porque abrieran la puerta para descender. Moría por ver a David, asegurarse que estaba bien, pero sobre todo por estar con él.
Johanna alzó ambas cejas y apretó los labios al ver la actitud de la joven Reina. Le parecía sospechosa pues se veía impaciente por bajar. Aunque si lo pensaba y era honesta, ella también deseaba bajar del carruaje para dejar de compartir espacio con Regina. Si por ella fuera no estaría ahí. Prefería estar con su niña Snow y la pequeña Eva, asistirlas a ellas y no a esa muchacha que había llegado a sus vidas a arruinarlo todo. Estaba segura que en realidad Regina era una bruja que había hechizado al Rey para obligarlo a desposarla. Lo único que esa joven quería era ser Reina y de seguro pretendía matarlo para intentar quedarse con el Reino. Cerró los ojos e hizo una breve plegaria para que eso no sucediera. Afortunadamente estaba Snow quien era la legítima heredera al trono en caso de que lo peor sucediera con el Rey.
Regina miraba con el ceño fruncido a Johanna que rezaba y es que ese comportamiento extraño de la doncella la asustaba. Para su fortuna, la puerta del carruaje se abrió por fin. Se levantó, tomó la mano del caballero, alzó su vestido un poco y descendió con cuidado.
Todos los miembros del castillo que estaban ahí hicieron una reverencia y Regina buscó con la mirada a David de inmediato, segura que debía estar presente puesto que lo estaban haciendo pasar por un caballero de la guardia y era su deber estar ahí. Su corazón dio un vuelco cuando lo divisó y su vientre se contrajo cuando hicieron contacto visual. Fue apenas un segundo lo que duró porque no podía dejar en evidencia que lo estaba mirando.
—Vamos, Majestad —dijo Johanna a regañadientes puesto que odiaba tener que llamarla así. La urgió a avanzar recorriendo el pasillo que la guardia y la servidumbre formaron para recibirla.
Regina avanzó y, durante todo el trayecto hasta su habitación, la sensación que se concentró en su vientre no desapareció. Se instaló tan pronto como llegó y dejó que Johanna la ayudara a cambiar la ropa de viaje que llevaba. Quedó enfundada en un elegante vestido semi ancho color cobrizo y el cabello en un semirecogido sencillo sujeto por una horquilla dorada.
—Las órdenes del Rey son que convivirá con el pastor a diario, pero no irá a la habitación con él hasta que los días importantes lleguen —le informó con satisfacción al ver la expresión de sorpresa y molestia de la joven Reina a través del espejo. Le encantaba cuando el Rey le daba instrucciones sin informar a Regina de antemano porque eso evidenciaba lo poco que importaba a pesar de ser la consorte.
Lo que Johanna ignoraba, es que la molestia de Regina se debía en realidad a que tendría que esperar algunos días para poder estar con David en privado.
Fue hasta después de la comida que Johanna organizó todo para que Regina y David se vieran en el jardín. Leopold se encargó de poner fin a las vidas de los guardias que custodiaron los pasillos cercanos a la habitación donde la Reina y el pastor se estuvieron viendo así que el secreto seguía a salvo.
La guardia estaba enterada que había un decreto real que asignaba a David la seguridad de la Reina dentro del castillo por lo que no les pareció extraño que la acompañara. Esa fue la razón por la cuál se esmeraron en entrenarlo intensivamente durante la ausencia de la Reina.
Regina se dirigió apresurada hacia el jardín. Trató de contenerse para no evidenciarse, pero no lo logró del todo. Era tanta la necesidad de encontrarse con él que ya no podía esperar más. Se detuvo en seco cuando lo vio parado frente a su manzano y sintió que dejó de respirar cuando los bellos ojos azules se posaron sobre ella.
—Majestad —hizo la debida reverencia tal cual ella le había enseñado y la guardia reforzado.
—David —soltó el aire, mordió su labio inferior y caminó hacia él con calma.
Él se alzó cuando la escuchó moverse y se quedó sin aliento al ver lo hermosa que estaba. Tenía las mejillas encendidas y una sonrisa deslumbrante que alcanzaba a tocar fibras sensibles de su ser.
Desafortunadamente el encuentro no pudo ser como ambos lo habían soñado. No pudieron abrazarse, mucho menos besarse y debían ser muy cuidadosos si deseaban aunque fuera tocarse.
—¿Cómo estás? ¿Cómo te trataron? ¿Te hicieron algún daño? —Regina lo bombardeó pregunta tras pregunta y lo único que hizo David fue sonreír encantadoramente mientras miraba cada punto de su rostro con aparente interés, lo cual le pareció extraño.
—Estoy muy bien. Me han tratado bien y nadie me hizo daño —respondió complaciente cada una de las preguntas—. ¿Y tú? ¿Estás bien? ¿Te hicieron daño?
—Estoy mucho mejor ahora que estoy contigo —respondió bajito y suspiró al mirarlo con sutileza por entre sus pestañas. David sonrió embobado ante su gesto y palabras.
—No me respondiste si te hicieron daño —preguntó preocupado al caer en cuenta que la respuesta que Regina le dio no aclaraba ese punto.
La Reina cerró los ojos, esbozó una tenue sonrisa y negó con la cabeza. Miró con discreción a los alrededores para asegurarse que no hubiera alguien cerca y poder hablar sin peligro.
—Estoy bien —aseguró—. Como era de esperarse el Rey se molestó porque no quedé embarazada. Eso, aunado a la insufrible de su hija, que no hace otra cosa que fastidiarme, hizo que se tomara la decisión de enviarme acá. Es horrible vivir con ellos —dijo poniéndose de frente a su manzano y alzando la mirada para fijarla en algún punto del hermoso árbol.
David se colocó enseguida y de la misma forma, muy cerca de ella, pero sin pegarse por completo, guardando una distancia prudente y discreta.
—Lamento que hayas pasado por eso.
—Gracias —asintió agradecida y es que nadie en el mundo, además de Ruby, se preocupaba por ella—. La buena noticia es que la princesa de las nieves vive en su propio reino, muy lejos de aquí, así que no tengo que soportarla todo el tiempo —soltó un suspiro cerrando los ojos que de inmediato abrió de nuevo—. Cuéntame qué hiciste en mi ausencia —pidió mostrándose feliz e interesada, dándole una mirada discreta.
—Leer los libros varias veces, ser entrenado como si no hubiera un mañana por la guardia —rio al escucharla tratar de disimular una risa y de inmediato la imitó, entendiendo que no podían evidenciar que se divertían. Soltó el aire por la boca ruidosamente—. Y no pude dejar de pensar en ti a cada instante. Fue un suplicio saber que estabas lejos y no poder estar contigo —confesó sus sentimientos, con el corazón latiendo con fuerza en la garganta por el nerviosismo por lo que ella pudiera pensar o decir.
Regina sintió que el corazón le dio un vuelco. Se aferró con las manos al barandal que rodeaba el manzano. En su mente retumbaban las palabras de Ruby, pero lo que sentía era mucho más fuerte que ella misma y su raciocinio. Nunca se había sentido así en la vida y estar de nuevo con él solo confirmaba sus sentimientos.
—Me pasó lo mismo —confesó también y no se atrevió a mirarlo. Por el contrario, apretó los ojos mientras se maldecía mentalmente. Los abrió de golpe al sentir que los dedos de David rozaron su mano izquierda. Volteó a verlo constatando que él también fingía mirar el manzano, pero sus ojos, esos bellos ojos azules, estaban vidriosos.
—Daría lo que fuera por poder besarte en este momento —dijo David con un nudo en la garganta por la emoción y con el pecho a punto de estallar.
—No me tortures así, por favor —pidió Regina con un hilo de voz y, sintiéndose incapaz de contenerse, decidió retirarse dejando a David atrás, confundido y preocupado por su repentina reacción sin explicación.
Lo más desesperante para Regina fue tener que esperar a que la noche cayera y que Johanna la dejara sola. Fue hasta ese momento que pudo soltar sus emociones. Se hizo un ovillo en la cama, aferró una almohada entre las manos y la mordió para que su llanto no fuera escuchado.
Y mientras la Reina lloraba hasta cansarse, David no podía conciliar el sueño por la falta de respuestas que solo le causaban angustia e incertidumbre, pero al menos ahora estaba muy seguro de algo, y eso era que de Regina se había enamorado.
A primera hora del día Johanna llegó para asistir a Regina, indignándose al encontrarla aun dormida. Le costó trabajo despertarla y procuró que el agua del baño estuviera muy fría argumentando que le serviría para espabilarse. Mientras le arreglaba el cabello frente al espejo pudo notar que la joven Reina había llorado durante la noche y, dado que el día anterior no duró mucho tiempo con David, la doncella pensaba que se debía a que le causaba sufrimiento la convivencia con él y eso la alegraba.
Le gustaba pensar que Regina debía pasar por una desagradable experiencia para engendrar un heredero. Sentía que era un merecido castigo por la ambición de la joven de ser Reina.
—El día de hoy tomarás el té con el pastor —informó con satisfacción y le encantó ver lo que le pareció ser dolor reflejado en los ojos de la Reina.
La hora llegó mucho más pronto de lo que a Regina le hubiera gustado. Estaba nerviosa y preocupada porque fue bastante grosero de su parte retirarse como lo hizo el día anterior. David aguardaba de espaldas y dio la vuelta para encararla tan pronto como escuchó pasos. Hizo la reverencia, movió la silla para ella y la ayudó a acomodarse una vez que tomó asiento.
—Adelante —indicó Regina haciendo un gesto con la mano al ver que David aguardaba por la invitación a sentarse con ella. Un par de doncellas les sirvieron té y algunas galletas retirándose tan pronto como terminaron.
David esperó a que la Reina hiciera el primer movimiento para empezar, pero ella no parecía tener intenciones de hacerlo. Por el contrario, solo veía la taza que tenía enfrente.
—Siento haberme ido así ayer —se disculpó y mordió su labio inferior al levantar la vista para mirarlo apenada.
—No tiene por qué disculparse, Majestad. Por el contrario, soy yo quien debe pedirle disculpas por el atrevimiento. No fue mi intención ofenderla al confesarle mis sentimientos.
—¿Ofenderme? —preguntó Regina confundida—. ¿Y por qué me estás hablando así?
—Es que…
—¿Qué pasa? —preguntó con un nudo en la garganta por las ganas de llorar que le entraron de pronto ante la desesperación por la actitud de David—. No me trates con indiferencia. Tú no, por favor —pidió, tomando la servilleta sobre su regazo para limpiar las lágrimas que corrieron sin previo aviso.
Al escucharla, David alzó la mirada y se le partió el corazón al verla con los preciosos ojos marrones vidriosos que limpiaba con discreción y elegancia.
—Regina, es que yo… —Cerró los ojos, frustrado, soltando el aire de golpe por la nariz.
—David, yo también me muero por besarte —confesó. Los ojos azules estuvieron sobre ella en un segundo—. Por eso me fui así, porque me sentí incapaz de contenerme. Si me quedaba más tiempo me iba a arrojar a tus brazos y no puedo hacer algo así. Eso te pondría en grave peligro y a tu madre también —explicó. Él apretó los labios y asintió después de unos segundos.
—Siento demasiadas cosas por ti —susurró con rabia contra todo aquello que impedía lo que sucedía entre ellos. Era injusto.
—Y yo por ti. No tengas duda de ello. Pero te pido que aguardemos hasta que se nos permita estar juntos.
Y fue ahí donde David comprendió las palabras de Regina. El no poder expresar con libertad sus sentimientos, el tener que reprimir el deseo por estar cerca de ella, por poderla tocar y besar era una verdadera tortura.
El día siguiente fue mucho más ameno. Regina y David lograron incluso que fuera divertido a pesar de la pequeña riña que tuvo la Reina con Johanna. La doncella osó oponerse al deseo de Regina de llevar a David a la biblioteca para que eligiera otros libros. Fue un momento de tensión con amenazas de por medio por parte de Johanna y que culminó con la Reina poniéndola en su lugar.
Ahora estaban de nuevo en el jardín. Era prácticamente el único lugar donde se les permitía estar sin tanto problema puesto que estaban a la vista de todos. Cualquiera podía llegar o pasar por ahí y verlos.
Regina leía un libro de aventura. David la escuchaba atento y totalmente cautivado por ella. La Reina era muy inteligente, de carácter fuerte, hermosa, elegante y además, poseedora del más resiliente de los corazones gracias al injusto sufrimiento vivido desde la muerte de su padre. Lo más increíble era que a pesar de todo, ese corazón estaba lleno de bellos sentimientos.
Hablaron un rato de sus vidas y la Reina le pidió a David que le hablara de su madre. Así lo hizo. Le habló de la valiente mujer que se hizo cargo de él ella sola, que lo crio con amor, lo llenó de cariño, le dio la mejor educación que pudo y le enseñó a trabajar.
—Tu madre suena como una persona encantadora. Como tú. Eres realmente encantador, David —dijo Regina dejando escapar un suspiro que ponía en evidencia lo que sentía por él.
—Nunca me habían dicho eso —aclaró su garganta y adoptó una posición recta, pero dejó su mano cerca del libro que la Reina puso en medio de ellos. Regina posó su mano sobre el libro y alargó el dedo meñique para tocar la mano de David y, en cuanto este sintió el leve toque, se atrevió a acariciar la delicada mano con descaro mientras fingía tomar el libro.
Regina sintió su corazón latir con fuerza dentro del pecho y la embargó la decepción tan pronto como él levantó el libro poniendo fin al anhelado contacto. Era un martirio que debía soportar. Un sacrificio que valdría la pena.
—Pues lo eres, encantador —dijo a modo de juego, intentando ahuyentar con ello las ganas por pedirle que volviera a tocarla.
—¿Ahora soy encantador? —preguntó divertido.
—Sí —respondió fingiendo altivez.
—Es un honor para mí, hermosa Majestad. —Se puso de pie, hizo una reverencia y aguardó en esa posición.
—Basta —lo reprimió entre dientes, tratando de aguantar las ganas de reír, pero le fue imposible.
Terminó riendo y David lo hizo junto con ella. Regina abrió los ojos, llevándose un dedo a la boca para indicarle que guardara silencio a pesar de que ella misma no podía contenerse. Les llevó varios intentos, pero lograron parar la incontenible risa.
Poco rato después, Johanna llegó por Regina, dedicando una mirada despectiva a David que tomó los libros y se retiró a su habitación.
Regina despertó muy entusiasmada ese día. Tomó su baño sola, adelantándose a Johanna que desde luego se molestó al ver que no esperó por ella. No le importó porque ese día iría a los establos con David.
—El Rey se molestará —advirtió Johanna mientras trenzaba el cabello de la Reina.
—Solo visitaré a los caballos. No los montaré.
—Estarán los mozos de la cuadra.
—Lo sé —dijo denotando su fastidio.
—Majestad. —Uno de los guardias principales, el único que podía llegar hasta su habitación hizo una reverencia en cuanto Regina volteó a verlo—. Ha llegado una carta del Rey —extendió el sobre dejando a la vista el sello real. La Reina supo de inmediato que se trataba de noticias desfavorables.
Johanna informó con satisfacción a David que ese día no serían necesarios sus servicios, pero no dijo nada más. Fue un miembro de la guardia real quien le informó que el Rey arribaría en unas horas.
Regina fue vestida de acorde a la ocasión. Un largo vestido ancho, gris oscuro, con mangas largas, lleno de pedrería preciosa. Contuvo el aliento y luego pasó saliva con dificultad cuando notó que Johanna tendía sobre el sillón cleopatra un camisón de noche.
—¿Lista? —preguntó fingiendo que no sabía lo que hacía.
La Reina la miró con odio porque existía una gran posibilidad de que lo hiciera por fastidiarla y no porque en verdad Leopold solicitara su presencia en la habitación por la noche.
Regina aguardó en el vestíbulo real. Las puertas se encontraban abiertas y David estaba formado en las primeras líneas como parte de la guardia. El Rey llegó y todos hicieron una reverencia cuando descendió del carruaje.
Caminó hacia el castillo con Rumpelstiltskin y más servidumbre tras él. La Reina alcanzó a darle una mirada de reojo a David antes de tener a Leopold enfrente. Tomó su vestido con ambas manos e hizo una elegante reverencia.
—Mi señor —dijo y se alzó de nuevo. Una mano la tomó de la barbilla obligándola a levantar el rostro y los labios del que lamentablemente era su esposo se posaron sobre los suyos.
—Mi Reina —sonrió, viendo con satisfacción el bello rostro de Regina que le regresó una indecisa sonrisa. Después la soltó y comenzó a dar órdenes mientras caminaba hacia el interior con la servidumbre tras él.
La Reina cerró los ojos y soltó el aire que contuvo desde que Leopold le alzara el rostro.
—Majestad.
Abrió los ojos para encontrarse con el gesto amable del consejero que hacía una reverencia para ella. Le sonrió asintiendo, dio la vuelta y empezó a caminar con el hombre siguiéndola. No se atrevió a buscar con la mirada a David.
Regina agradeció no ser requerida en la habitación del Rey por la noche y entonces estuvo segura que Johanna solo hizo lo del camisón para molestarla.
Rumpelstiltskin buscó a la Reina a media mañana. Quería adelantarse a Leopold y hablar con ella antes de que él lo hiciera. El Rey salió temprano a visitar las aldeas cercanas así que sabía que tenía tiempo de sobra.
La encontró leyendo un libro en una de las tantas salas de estar. Hizo la reverencia cuando ingresó al lugar y solicitó hablar con ella.
—¿Cómo se ha sentido con David? —preguntó interesado.
—Bien —respondió sin dar mayor explicación. A decir verdad le agradaba que Rumpelstiltskin llamara a David por su nombre y no se refiriera a él como el pastor como todos los demás. El consejero era amable, lamentablemente no podía confiar en él.
—Me alegro. Esta noche es la primera en la que deberá compartir el lecho con él.
Regina sintió la emoción de golpe por su cuerpo y la extraña sensación arremolinarse en su vientre. Recobró la compostura y fingió estar afligida por la noticia.
—Ya verá que esta vez todo saldrá bien —dijo Rumpelstiltskin para alentarla al verla así. Bajo ninguna circunstancia se podían arriesgar a que la Reina se negara a estar con el pastor.
Ella asintió con expresión serena, sabiendo que logró su cometido y que el consejero no sospechaba nada.
Horas más tarde, después de su regreso, Leopold mandó llamar a Regina.
—Hoy es el día —murmuró tomando las manos de su esposa que asintió sin emoción—. Esta noche debería ser para nosotros y no… —apretó los labios con impotencia—. Sabes cuál es tu deber, ¿cierto? —preguntó.
—Servir a la Corona que demanda de mí un heredero para la Nueva Alianza —respondió lo que sabía el Rey deseaba escuchar.
A pesar de que le dolía en el orgullo se esforzaba por complacerlo para que la dejara ir lo más pronto posible. Aborrecía pasar tiempo con él, tenerlo cerca, sentir su toque. Y no podía explicar la satisfacción que sentía al verlo tan frustrado y molesto por el hecho de que ella tenía que ir a compartir el lecho con otro hombre del cual debía quedar embarazada.
—Así es —asintió satisfecho de que Regina entendiera a la perfección.
Ella sonrió y, lo más sutil que pudo, se liberó del contacto con Leopold que la miró muy serio. Se quedó parada, aguardando porque la dejara ir. No quería ser ella quien se despidiera, no quería evidenciar que ansiaba salir de ahí e ir con David.
—Ve. No retrasemos más esto —dijo, y se dio la vuelta, acercándose a la ventana. No quería verla partir sabiendo a donde iría.
—Mi señor —se despidió al verlo de espaldas a ella y por supuesto que no hizo la reverencia.
Salió del salón con una hermosa sonrisa y la emoción revoloteando por todo su cuerpo.
Fue una de las pruebas más difíciles de su vida tener que contenerse mientras Johanna la asistía para asearse, arreglarse y vestirse para esa noche que Regina sabía sería maravillosa a pesar que había algo de nerviosismo.
La doncella le hizo un medio recogido trenzado. La ayudó a vestirse con el típico camisón blanco y un albornoz negro.
—No puede ser tan difícil dejar que el pastor la preñe —murmuró entre dientes Johanna mientras acomodaba el largo albornoz en el suelo.
—Nadie pidió tu opinión —la reprendió Regina y, sin esperar a que terminara, avanzó, girando luego hacia ella, arruinando lo que estuvo trabajando.
—Insolente.
—Jódete —dijo altiva, con una media sonrisa desafiante.
Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia el largo pasillo sin aguardar por nada ni nadie.
—¡¿A dónde vas?! —preguntó Johanna exaltada, yendo tras ella y, a pesar que se atrevía a decirle cosas que no debía porque Regina era la Reina, no era así con el hecho de tocarla. Corrió tras ella, mientras seguía llamándola.
—Majestad.
Se encontraron con Rumpelstiltskin al final del pasillo. El consejero hizo la debida reverencia.
—¿Se puede saber a qué se deben los gritos, Johanna? —preguntó, mirando a la doncella con desaprobación.
—Deseo que nos vayamos enseguida —interrumpió Regina. Negándose a perder el tiempo con Johanna. Estaba impaciente por ir con David.
—Sus deseos son órdenes, Majestad —hizo un ademán con la cabeza y la invitó a seguir con una mano.
Cuando Regina pasó, Rumpelstiltskin le dedicó una mirada de advertencia a Johanna y se fue tras la Reina.
Mientras recorrían los pasillos no quiso incomodar a Regina con preguntas sobre lo sucedido con la doncella. Se veía serena y quería que siguiera así para que no hubiera motivo para no acostarse con el pastor.
Regina notó guardias en la entrada del último pasillo por recorrer. Siguió avanzando sin hacer preguntas. El trayecto le pareció interminable esta vez y soltó un largo suspiro cuando llegaron a las puertas de la habitación.
—Vuelvo por usted cuando el cuervo lo anuncie —informó antes de abrir las puertas para que entrara.
—Gracias —dijo Regina con la mirada puesta en el interior de la habitación a la que ingresó sin demora.
Se detuvo estando de frente a David que se notaba ansioso, igual que ella. Aguardó porque las puertas se cerrarán y, en cuanto escuchó que sucedía, ambos corrieron a los brazos del otro.
El tan ansiado beso llegó tan pronto como sus cuerpos colisionaron. Se abrazaron con fuerza mientras se besaban sin parar, descargando las ganas que contuvieron durante esos días que les parecieron interminables.
La falta de aliento les hizo parar, aunque no aumentaron la distancia. Se quedaron así, abrazados, con sus narices rozándose y los labios del otro a nada.
—Te extrañé tanto —dijo Regina llevando la mano izquierda a la mejilla derecha de David. Lo besó de nuevo, despacio y con ternura.
—No más que yo a ti —pasó saliva y besó la frente de ella.
—¿Es una competencia? —preguntó divertida y sonriente.
—Es posible —siguió el juego y, al verla tan sonriente, no se contuvo de besarla.
Se perdieron en los labios del otro por un rato, jugando con sus lenguas hasta que Regina, impulsada por la sensación en su vientre, movió sus manos que descansaban en la espalda de David hasta tomarlo del apuesto rostro e intensificar el beso, demostrando con ello que el deseo en ella había despertado.
Las manos de él se posaron en la estrecha cintura, con los dedos abarcando un poco las caderas y rozando el trasero de la Reina.
—No puedo parar —dijo él volviendo a prenderse de los rojizos labios.
—Entonces no lo hagas —susurró Regina contra los rosados labios que besó una vez más hasta que el aire les hizo falta.
—Quiero… quiero hacerte el amor —confesó sin dejar de besarla y de acariciar el bello cuerpo que ansiaba ver a plenitud de nuevo.
Regina contuvo el aliento con la mirada muy fija en él. Se sintió vulnerable de pronto y con los sentimientos a flor de piel. Los nervios, la emoción y la felicidad la embargaron al mismo tiempo. Jamás pensó que llegaría a vivir ese momento, que llegaría a escuchar esas palabras del hombre por el cual tenía un bello sentimiento. Cerró los ojos al recibir un beso largo en la frente y las manos sosteniéndola de los brazos.
—Lo siento. Será cuando tú quieras —aclaró. La preocupación se dejó sentir en su cuerpo cuando la vio tan seria y tan llena de dudas a su parecer. Le prometió que no harían nada que ella no quisiera y lo cumpliría así se estuviera muriendo por dentro.
La Reina, entendiendo que David tenía la idea equivocada, lo tomó de los hombros y lo miró con verdadera seriedad.
—No hay nada que desee más que hacer el amor contigo, David.
Sin apartar la mirada de él, dio un paso hacia atrás, buscó una mano de él con la suya y después dio la vuelta empezando a caminar, llevándolo con ella hasta el punto de la cama por el cual se subiría. Se puso frente a él y la mano que sostenía la dejó sobre los lazos que ataban el albornoz negro.
David sonrió nervioso y emocionado a la vez. Pasó saliva y desató con lentitud el amarre de la prenda que deslizó con cuidado por los hombros de la Reina hasta que cayó al suelo. Entonces ella se subió a la cama, se tendió en el centro de la misma y alargó una mano hacia él para que la acompañara. No dudó en hacerlo y se recostó enseguida de ella.
Los besos y caricias no se hicieron esperar. Regina usó una mano para jalar a David e indicarle que se colocara sobre ella. Lo tomó del rostro cuando lo tuvo de frente, volvió a besarlo, empujando inconscientemente su cuerpo contra el de él.
—Permíteme hacerte sentir bien —pidió y la Reina asintió—. Si algo te molesta, déjame saber de inmediato —otro asentimiento, siendo eso lo único que necesitó para ponerse en acción.
Desató con cuidado los listones del camisón blanco que cubrían el escote. Se lo bajó por los hombros logrando tener los preciosos senos de la Reina al descubierto. Relamió sus labios, inhaló hondo y se inclinó para besarla en los labios mientras su mano derecha se apoderaba del pecho izquierdo.
Lo masajeó, después usó sus dedos para acariciarlo y coronar jugando con el lindo pezón que se fue endureciendo cada vez más con la insistencia de su toque. Dejó los labios de Regina y sonrió divertido cuando ella se fijó en lo que hacía en su pezón. Regresó la hermosa mirada a la suya y su pene se endureció un poco más al verla morder su labio inferior, mostrando con ello que le gustaba.
Se aventuró entonces a tomar con su boca la endurecida protuberancia. Regina lanzó una expresión de sorpresa que se convirtió en un jadeo entrecortado. Apretó los muslos buscando alivio en su vagina que cosquilleaba y palpitaba reclamando atención.
David subió, dejando un húmedo recorrido con la lengua por su pecho, pasando por su cuello y llegando hasta su boca que abandonó tan pronto como le dio un beso que la hizo ver estrellas.
Se hizo hacia atrás, sacándose la ropa lo más pronto que le fue posible con la Reina observándolo con detenimiento. Se recostó sobre ella de nuevo, dejándole un amoroso beso en los labios. Sin dejar de mirarla agarró con ambas manos la blanca tela del camisón a la altura de los muslos y empezó a subirla, lentamente, atento a las expresiones de Regina que estaba expectante.
Pasado el torso, Regina se alzó para permitirle sacar la prenda por sus brazos. Cuando eso sucedió su cabello cayó en su espalda haciendo ligeras cosquillas. David le dedicó una encantadora sonrisa que le arrancó un suspiro. Tocó con las puntas de sus dedos la mejilla izquierda del rubio que cerró los ojos rendido ante la tenue caricia. Con más confianza se atrevió a acercarse hasta poderle besar la mandíbula con besos cortos y pronunciados. Lo escuchó suspirar, movió sus labios hacia el cuello, colocó una mano en la nuca de David y con la otra se aventuró hacia el sur hasta que agarró el duro pene.
El rubio reaccionó gimiendo con la respiración acelerada de un momento a otro. Ahora fue él quien tomó a Regina de la nuca alzando el bello rostro para apoderarse de los tersos labios que besó con devoción. La guio para que se recostara de nuevo, dejó sus labios, provocando que la Reina soltara una pequeña queja que murió tan pronto como David aferró sus senos con sus manos. Sin dejar de mirarla dirigió su boca ahora al pezón izquierdo. Lo envolvió entre sus labios, succionó y apretó el pezón derecho con la otra mano. Regina se estremeció un poco por la sensación. La estimulación en esa parte de su anatomía era aún novedad y le sorprendía que fuera tan placentero, sobre todo cuando David paseaba la lengua alrededor de su areola y después parecía castigar su pezón con golpeteos de lado a lado. Luego lo apresaba con los dientes sin llegar a hacerle daño, mordisqueaba, jalaba y después volvía a succionar sin dejar de jugar con su otro pezón.
Regina fue consciente de que su respiración se había acelerado, que su corazón palpitaba con intensidad casi al mismo ritmo que su vagina donde sentía calor y humedad al mismo tiempo. David dejó en paz sus pezones, recorriendo con la boca su torso, su estómago. La tomó con ambas manos de la cintura y enterró la lengua en su ombligo haciéndola contraerse y soltar una pequeña risa.
Acto seguido todo se volvió seriedad pues David ahora besaba y mordisqueaba el hueso de su cadera derecha. Se pasó a la izquierda repartiendo besos por su vientre que se apretó con fuerza, dejando una sensación permanente de que algo se le había acumulado ahí.
Regina cerró los ojos y relamió sus labios al sentir besos en sus muslos internos junto con los pulgares que acariciaban su estómago. Estaba disfrutando mucho de lo que David hacía, tanto que sus pezones seguían durísimos, su respiración se aceleraba cada vez más y ahora sentía que su vagina ardía con el fuego de la pasión que David había logrado encender en ella.
—Ooooh, Dios —gimió con sorpresa Regina, abriendo los ojos de golpe cuando sintió los labios de David en su intimidad. Movió las piernas para cerrarlas y lo miró—. ¿Qué haces? —preguntó espantada.
Él se aclaró la garganta y le acarició los muslos.
—Quiero darte placer ahí, con mi boca —explicó viendo como la Reina abría los ojos más grandes con cada palabra que decía y un adorable sonrojo se dejó ver en las tersas mejillas—. Deseo hacerlo —aclaró sin dejar de acariciarla con ternura.
Regina sentía sus mejillas arder. Le parecía una locura, Ruby nunca le habló de eso y estaba algo conflictuada pues le parecía algo inapropiado. Sin embargo, la curiosidad era mucho más fuerte que los prejuicios.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó frunciendo el ceño. Quería saber para no quedar como una idiota de nuevo. Él solo le sonrió comprensivo y Regina se sintió morir. David era demasiado bueno con ella.
—Voy a besar, lamer, chupar y mordisquear cada punto y, si tengo suerte, te llevaré al orgasmo así —dijo y se alzó para inclinarse sobre ella que volvió a abrir las hermosas piernas. Le besó con ternura—. También voy a meter mi lengua en ti.
—¿Vas a…? ¿Por ahí?
—Sí. ¿Quieres? —preguntó volviendo a besarla mientras le acariciaba el cabello.
Regina sabía que no tenía tiempo para ponerse a pensar. Era maravilloso todo lo que David le hacía, pero sí seguían así llegarían por ella y no alcanzarían a… a hacer el amor como lo dijo él.
—Sí —respondió, alzando un poco las piernas para pegarlas al varonil cuerpo y usó sus manos para acariciarle la espalda.
—Cada cosa que haga es solo yo adorándote, demostrándote lo mucho que me importas —susurró emocionado, aunque se detuvo a sí mismo de confesarle que la quería, que estaba enamorado de ella.
Regina sintió su corazón latir con fuerza y mariposas revolotear en su estómago. Asintió porque en verdad deseaba sentir lo que David prometía con cada palabra, alimentando en ella el sentimiento profundo que tenía por él.
El rubio asintió contento, besó la frente de la Reina, luego los labios donde se entretuvo, acariciando con su lengua la dulce boca y poco a poco subió la intensidad siendo ahora algo apasionado a lo que ella respondió abrazándose a él.
Regina jadeó cuando David dejó sus labios. Lo sintió descender arrastrando la boca por el medio de su cuerpo. Abrió más sus piernas, llena de deseo y anticipación. Él la agarró de las caderas, se acomodó y volvió a besarla ahí, repetidas veces hasta que la lengua hizo su aparición, lamiendo toda su intimidad.
Sentía su pecho subir y bajar a ritmo acelerado, las manos las tenía contra la almohada enseguida de su cabeza.
—¡Aaaah! —gimió con sorpresa cuando paseó la lengua alrededor de su clítoris. Después se arqueó cuando los labios lo apresaron y succionaron tal como lo hicieron con sus pezones que volvían a ponerse muy duros.
Las piernas le temblaron y sentía una rara sensación en los pies que la hicieron retorcer los dedos. Su vientre se contrajo así como lo hacía cuando su orgasmo se construía.
David dejó su clítoris y ahora rodeó su orificio con la lengua. Usó las manos para subir por su cuerpo hasta llegar a sus senos que apresó y entonces le metió la lengua en la vagina.
Se estremeció de pies a cabeza porque David, aparte de penetrarla con la lengua, movía el rostro, de arriba a abajo y con ello estimulaba su clítoris al mismo tiempo que hacía maravillas en sus pezones.
Ahora el pecho de Regina subía y bajaba con violencia mientras se retorcía al ser incapaz de controlar su propio cuerpo que era presa del placer que amenazaba con explotar en cualquier momento.
Estampó las manos contra la cama, aferró con fuerza las mantas y se arqueó como buscando el cielo, se tensó, la respiración se le cortó por un momento mientras el orgasmo la azotaba y entonces convulsionó de pies a la cabeza. Llevó las manos hasta su boca para gritar, dobló las piernas y se alzó un poco mientras las oleadas de placer la envolvían una tras otra con la lengua de David aún dentro de ella.
Hasta que la sensación cesó, se dejó caer sobre la cama, desfallecida, jadeante, pero con una hermosa sonrisa en el bello rostro. El rubio estuvo sobre ella de nuevo y le sonrió fascinado al verla.
—David —le colocó las manos sobre los hombros—, eso fue… —exhaló por la boca sin dejar de sonreír.
—Me alegro que te haya gustado.
Regina se alzó para besarlo en los labios con pasión e intensidad, cargando el beso de emoción y esos bellos sentimientos que tenía por él. Las manos le acariciaban una mejilla y una pierna mientras la dura erección descansaba sobre su estómago, recordándole lo mucho que estuvo deseando estar así con él.
Lo miró a los ojos al terminar el bello beso, David suspiró con los ojos cerrados y cuando los abrió la miró de una forma tan íntima que Regina se sintió cautiva, pero al mismo tiempo verdaderamente querida.
—Hazlo, David —pidió con dulzura y él asintió muy serio.
—Te prometo que voy a detenerme en el momento que lo pidas. —La besó en los labios para sellar esa promesa.
Se hincó sobre la cama, entre medio de las piernas abiertas de Regina. Alcanzó su ropa para conseguir el aceite. Tomó algo del contenido y procuró impregnar bien sus manos.
Agarró su pene para frotarlo y con su mano libre acarició la vagina de la Reina que mordió su labio inferior. Metió un dedo con cuidado y ella inhaló entrecortado, exhalando de la misma forma.
El nerviosismo de Regina pasó tan pronto como se dio cuenta que el dedo entraba y salía de ella con facilidad. No se sentía invasivo como lo esperó al ser un acto desconocido para ella. De hecho, era placentero e iba en aumento.
—Voy a meter otro —anunció David cuando sintió a la Reina lubricar más. Posicionó el segundo dedo junto con el primero e introdujo los dos, despacio y con calma.
Regina gimió con suavidad al ser penetrada con dos dedos que sin esperar empezaron a salir para luego entrar de nuevo en ella. Ahora sí sentía la penetración con más claridad e incluso el placer era mayor. David se inclinó para besarle el estómago mientras la penetraba con los dedos.
—D-david —gimió retorciéndose cuando otro dedo presionó su clítoris y lo masajeó. Eso, junto con los candentes besos en su cuerpo hicieron que la acumulación de eso que no sabía qué era se sintiera de nuevo en su vientre, pesado y latente, llevándola de a poco hacia la culminación.
Cuando escuchó que Regina gemía y jadeaba pesado, que lubricaba y podía mover sus dedos con extrema facilidad, David decidió que el momento había llegado: la Reina estaba lista para recibirlo.
Sacó los dedos, Regina protestó y él la besó en los labios mientras se posicionaba, acomodando las esculturales piernas alrededor de su cintura.
—¿Estás lista? —preguntó y la Reina asintió con las adorables mejillas encendidas—. Por favor dime si te lastimo —pidió preocupado porque bajo ninguna circunstancia quería que Regina no lo disfrutara y temía mucho hacerle daño. Ella volvió a asentir.
Agarró su pene, lo restregó por los pliegues de la Reina hasta que consiguió colocar el glande justo contra la entrada al orificio vaginal.
—Estoy nerviosa —dijo Regina, aunque en realidad le asustaba un poco por el desconocimiento. Tal vez no era virgen, pero de igual forma la experiencia era nueva y su única referencia era no grata.
—Tranquila —sonrió colocando una mano en la coronilla de la Reina que no dejaba de mirarlo—. Estoy aquí. Contigo —susurró con cariño y ejerció la presión suficiente para adentrarse.
Regina no apartó la vista del apuesto rostro de David. Hizo una mueca cuando el glande entró en ella y sintió con claridad como el miembro la penetraba, la iba ensanchando poco a poco alrededor del grosor del rubio y, el mismo nerviosismo que sentía, la hizo llevar las manos hacia la cadera de él, dejándolas a centímetros, lista para detenerlo si llegaba a haber dolor como siempre sucedía cuando estaba con el Rey.
Fue un reflejo que David notó y sintió su corazón apretarse al pensar en ella así con el maldito egoísta del Rey. El imbécil desgraciado no solo no procuraba el placer de Regina, sino que la lastimaba cuando la tomaba.
Se quedó quieto cuando no hubo más qué meter. Regina se sentía estrecha y muy caliente. Era jodidamente maravilloso por no decir increíble, pero no se iba a dejar llevar por su propio placer. Eso se trataba de ella, solo de ella.
Gimió bajito cuando se apretó a su alrededor, cerró los hermosos ojos, frunció el ceño y, afortunadamente, no había signo alguno de dolor en el bello rostro.
—Eres tan bella y hermosa —besó la frente que tenía una ligera capa de sudor—. No mereces menos que ser amada, Regina.
