Aclaraciones: Algunos datos, y hechos cannon del manga/anime, serán cambiados a mi conveniencia para mejor desarrollo de la historia.
Disclaimer: No soy dueña de One Piece, ni de ninguno de sus personajes a excepción del OC.
Adverencia: Spoilers sobre algunos datos de One Piece, y totalmente del arco de Dressrosa.
Nunca admitiría lo cómoda que comenzaba a sentirme en este lugar. No había vuelto a encontrarme con Doflamingo desde que le dije sobre mí, ni siquiera me dirigía la palabra, sin tener idea de que estaba esperando, solo me mantenía en el castillo vigilada aunque sea a distancia por algún miembro de su familia. Como si el hecho de que mi conocimiento no saliera de estas paredes fuera ya una victoria para él.
Desde que Baby 5 me guió por el castillo, comencé a recorrerlo aún sin ella, pasando gran parte de mi tiempo en la biblioteca, intentando nutrirme de cada información que poseía. Cuando me cansaba de leer, me dedicaba a explorar el lugar, sin bajar del primer nivel, al no jugar con mi suerte, sabiendo que abajo estaba la fábrica de juguetes del shichibukai.
La mayoría de los miembros de la familia Donquixote comenzaba a acostumbrarse a mi presencia entre ellos, dejando poco a poco de pasar de mí cuando me encontraba con alguno. Los tres mayores de la familia, Lao G, Machvise y Guiolla, prácticamente me ignoraban, sin confiar en absoluto en mí, lo cual me dejaba sin cuidado, no pretendía caerles bien, solo sobrevivir por ahora hasta que averiguara que hacer aquí, o como librarme del capricho de su amo conmigo.
Los tres comandantes superiores por su parte, apenas lograba verlos, pero siempre se mostraban corteses al chocarme con ellos, aunque sea solo levantaran la cabeza para saludarme al verme. Gran parte del resto, ni siquiera los había visto de nuevo, por lo menos no frente a frente, y de la mayoría prefería alejarme, manteniendo mis distancias.
—¿Sabes que es lo que quieren de mí?, comienzo a cansarme de esperar que me pidan algo —le comenté a Baby 5 bajando mi libro al haberme acompañado esa mañana a la biblioteca—. Me aburro de estar encerrada aquí, me siento como estuviera esperando a la muerte.
—Nadie va a matarte —me aseguró llamando mi atención y ella verme por unos segundos como si estuviera pensando en seguir hablando o no—. Se ha discutido si puedes sernos útil o no, mientras tanto lo más seguro es tenerte en el castillo para que no compartas información sobre nosotros con nadie.
—No pienso colaborar con tu maestro —me negué de manera directa levantándome de mi silla, dejando el libro a un lado, y caminar hacia el gran ventanal desde donde se podía ver el país por completo, unas de mis vistas favoritas del castillo.
Dudé por un momento de mis palabras. Me cuestioné si podía hacer algún cambio para bien si me involucraba en sus próximos planes. Era inteligente, podría estudiar las frutas Smiles para evitar que provocaran que el pueblo Ebisu sufrieran al consumirlas, quedando sin emociones. Sabía que poco podría hacer por los tontattas, pero en realidad no es como si aparte de ser engañados estuvieran sufriendo.
Intenté recordarme que no era una heroína, que no estaba en este mundo más que para salvar a Ace, pero una parte de mí quería creer que quizás este inconveniente ocurrió por algo, que quizás en realidad estuviera destinada a hacer algo al respecto. Recordé los niños de Punk Hazard también. Si llegaba antes de que Big Mom le pidiera una fórmula para convertir humanos en gigantes, podría ayudarlos, evitando que abandonaran sus familias.
Incluso si estaba en buenos términos con la familia podría hacer que dejaran de seguir organizando subastas de esclavos en Sabaody y concentrarse desde ahora en las Smiles.
Maldije por tener ese poder en sola una decisión. Si me decidía por intervenir de esa manera tendría que involucrarme en muchos delitos, en problemas, en ventas del bajo mundo. Si mi suerte me abandonaba como solía hacerlo, hasta Kaidou sabría de mí, de cómo ayudaba a Doflamingo.
Apreté mis manos contra el marco de la ventana, intentando armarme de valor para hacer algo. Si tomaba este camino no habría vuelta atrás, pero a cambio lograría que el país que encontraría Luffy no estuviera tan mal. No tendría que rescatar a Rebecca, ni buscar la fruta de Ace, en cambio sé que terminaría por rescatarme a mí.
Terminé suspirando mirando al cielo, aceptando que mi vida no valía tanto como las miles que podía salvar si me permitía ensuciarme las manos. Este país necesitaba un salvador desde hace cinco años, y estaba en mis manos que no necesitaran cinco más para mejorar sus vidas.
—¿Ocurre algo? —me sacó la azabache vestida de sirvienta de mis pensamientos, logrando que me girara a verla, y darle una falsa sonrisa.
—Quiero negociar con tu maestro —respondí provocando una sonrisa triunfal en ella, como si fuera algo que hubiera estado esperando desde que llegué aquí hace tres meses—. Si logra sacarme un poco de su tiempo para hablar, podría…
—No digas tonterías, ahora está disponible, vamos, el joven amo ha estado esperando que te acercaras tu misma desde el principio —exclamó lo que me había temido antes de tomarme de la muñeca y arrastrarme por los pasillos del tercer piso hasta llegar a una gran puerta que solía estar cerrada—. Recuerda, no lo hagas enojar, me gusta tenerte aquí —me aconsejó sin saber si era de buena voluntad o solo por conveniencia. Preferí no pensar en eso al verla tocar la puerta, y escuchar un "pase" desde dentro—. Joven amo —saludó Baby 5 a Doflamingo logrando que dirigiera su mirada a nosotras—. Heis pidió verte —el rubio me dedicó una sonrisa que me heló hasta los huesos.
Intenté convencerme de no retractarme ahora de mi decisión.
—Déjanos solos, gracias —se limitó a decirle a la chica, la cual reaccionó sonriendo como si le hubieran dicho algo bueno para luego salir casi corriendo del estudio, cerrando la puerta al hacerlo—. Siéntate —me ofreció sin estar segura de aceptar, pero ya había entrado a la boca del lobo, lo que menos podía hacer ahora era acobardarme en estos momentos, o que supiera lo mucho que le temía.
Me acerqué a uno de los sofá que se encontraba delante de su escritorio para sentarme en él, sintiéndome aún más pequeña que cuando entré. No creo que en algún momento dejaría de sorprenderme por su altura, la diferencia abismal que había entre nosotros, me hacía sentir más pequeña de lo que era. Por supuesto no podía compararse al tamaño de Shirohige por casi la mitad, pero no era igual.
Shirohige con su gran tamaño me daba una sensación de un padre dispuesto a ayudar a sus hijos, me daba calidez, tranquilidad, protección, un hogar. Doflamingo solo me provocaba terror en todo mi cuerpo, me sentía indefensa no solo en poder sino en tamaño, en alcance.
—Tardaste más de lo que esperaba para proponerme un trato —comentó recordándome que hacía delante de él por mi propia voluntad—. Casi creí que comenzabas a adaptarte a la familia.
—No podría llamar familia a un grupo de psicópatas —exclamé con desprecio haciéndole aún más gracia sin entender por qué—. Quiero proponerte un trato, algo que te beneficiaría, te daré la información que tardarás en encontrar en un año o quizás más —comenté intentando buscar todo la valentía que poseía.
—¿Quieres tu libertad a cambio?, sabes que no voy a dejarte libre con el conocimiento que tienes sobre mí —me advirtió sin dejarme que le diga mi precio.
—Lo sé, eres todo un paranoico, a pesar de que pude haberle dicho a alguien sobre ti y no lo hice en toda mi vida —exploté sin pensar antes de negar, recobrando mis cincos sentidos de vuelta—. No voy a pedir que me liberes, quiero involucrarme en tus planes para poder salvar a tantas personas pueda… —dejé caer la oferta evocando que se riera con fuerzas.
—Así que solo quieres salvar personas que van a terminar heridas por mis planes, ¿solo eso? —me preguntó sonando como si fuera un precio muy bajo—. Si vas a involucrarte en mis negocios, aceptarás ser parte de la familia, y no hay salida, la única manera de que dejes de serlo, es la muerte —me advirtió sin sorprenderme, irse de su lado era considerado traición para él.
—¿Por qué no me sacaste la información torturándome? —pregunté de golpe dejando pausado el trato, al no poder concluirlo sin saber eso—. Pudiste solo usar tus hilos para torturarme, o…
—Trébol tuvo razón en considerar reclutarte —exclamó lo que me temía, el psicópata tenía un interés de algún tipo en mí—. Me pareces una criatura bastante curiosa, llena de secretos, muchos de los cuales no sabría cómo sacarte con la pregunta adecuada, prefiero que estés de mi lado, que hables por ti misma —comentó de una manera en que si no lo conociera hubiera pensado en que era gentil al decirlo, pero estaba casi segura que solo estaba usado manipulación emocional conmigo—. Entonces, ¿vas a aceptar ser miembro de la familia Donquixote?, sin secretos.
—No quiero que preguntes sobre mí entonces —respondí de vuelta al no arriesgarme en ese sentido—. Puedo darte información, casi la que quieras, menos sobre quien soy, ni mi origen.
—Estaré abierto a cuando quieras contarme pequeña —intenté ignorar el escalofrío que me recorrió al decirme de esa manera.
—Espero no estar haciendo un trato con el diablo —expresé en voz alta antes de asentir—. Tienes mi palabra, tenemos un trato —acepté evocando una gran sonrisa en su rostro que me gritaba que si había hecho un trato con el demonio.
—Hablaremos más tarde, tengo unos negocios que atender ahora —me comentó dándome cierto alivio de poder dejar de estar en el mismo sitio que él por un momento. Me levanté del sofá aun sintiendo una extraña sensación en mi cuerpo que iba más allá del miedo, me sentía intimidada por lo que provocaría esta decisión en el futuro que ya conocía.
Dressrosa sería un paraíso falso durante algunos años más, pero a un costo muy alto, con sus ciudadanos desapareciendo y convirtiéndose en juguetes. Muchas personas serían olvidadas, y convertidas en esclavos. Salí de aquel lugar con ello en mente para no arrepentirme de mi decisión, si lograba ganarme su confianza, entrometerme en sus planes, serían miles las vidas que lograría salvar.
Me sentí egoísta por aun dudarlo. Culpable por no haber tomado la decisión antes, mi vida no valía tanto, tantas personas que sufrirían sino hacía nada. Suspiré de camino a mi habitación queriendo estar un poco más en el único pequeño lugar de este castillo que se sentía privado, dado que la biblioteca era un sitio al cual podía entrar cualquier miembro de la familia sin pedir permiso, inmiscuyéndose en que tanto estudiaba.
No había encontrado toda la información que necesitaba pero era más de las que tenía al principio. Sobre las frutas del diablo, un poco sobre la medicina en este mundo, y lo que pudiera encontrar sobre ciencia. Era cierto que en mi otra vida no había sido científica, pero si inteligente, si me dedicaba lo suficiente podría encontrar la solución a las Smiles.
Intentando terminar de convencerme que había tomado la mejor decisión, mis pensamientos flotaron hasta donde Luffy. El enano aun quería que fuera parte de su tripulación cuando partí de casa, me extrañaría cuando zarpara al mar sin mí, y lo decepcionaría saber que he estado aquí todo este tiempo para cuando llegara al país. Esperaba que conocerlo lo suficiente para creer que me entendería, que no me culparía por mis decisiones.
Con demasiados pensamientos turbando mi mente, terminé por acostarme en mi cama boca abajo, con mi almohada en mi nuca, queriendo aislar cualquier sonido de esta casa, hasta quedarme dormida aunque aún no oscureciera. Desperté por el dolor de estómago reclamando alimentos, notando como estaba a oscuras, dándome a entender que había anochecido en medio de mi colapso.
Arrojé la almohada que había permanecido en mi cabeza a un lado, maldiciendo lo rápido que digería la comida en este mundo, tanto como para no sobrevivir un día sin comer. Sino fuera por ello seguiría durmiendo por más tiempo. Aun sin ganas de tener que pararme para ir a la cocina a pedir comida, terminé por arrastrarme hasta mi mesa de noche para encender la lámpara encima de ella, para tener un poco de claridad.
Necesité pestañear dos veces al hacer y girar mi mirada al frente, gritando por inercia. Pareciéndole a la vez gracioso al anfitrión de asustarme de esa manera en medio de la noche. Odiaba cuando rompía mi espacio personal de esa manera tan descarada, recordándome que era el dueño de todo este jodido país, incluyendo la zona que me gustaba llamar mía.
—Agrega que no puedas entrar a esta habitación sin permiso a nuestro trato —me quejé con rabia sin borrar su sonrisa enfermiza de su rostro.
—Eso no es negociable, me gusta esa expresión de odio y miedo cuando me tienes cerca —exclamó con notable placer al decirlo, logrando solo enojarme más—. La última persona que me odió de esa manera fue mi hermano, solo él logró conocer cada aspecto de mi vida, hasta que te conocí —declaró sin poder contradecirlo al saber que decía la verdad, lo cual no me daba ningún alivio.
—No creo que sea el mejor ejemplo, considerando como terminó con una bala en su frente —solté sin pensar al terminar de sentarme en la cama con mis piernas aun cubiertas por mis sábanas—. No merecía eso…—apenas terminé de pronunciar las palabras, todo mi cuerpo dejó de responderme, al ser atada por cada punto por sus hilos.
—Si sabes tanto sobre mí, debes saber que solo era un traidor, me vendió a la marina, no hizo más que…
—Lo que creía correcto —lo interrumpí sintiendo como envolvía mi cuello con uno de sus hilos—. Rosinante no era como tú y eso siempre te ha causado cierto vacío, que la única persona que pasó tus desgracias contigo no fuera como tú —no me importó escupirle las verdades, al saber que no iba a matarme, valía más que un momento de rabia.
—Él siempre fue débil, esperaba que hubiera cambiado cuando regresó, pero me equivoqué, era igual de inútil y sensible que nuestro padre —no pude evitar alzar la mirada para observarlo, al casi sonarme a dolor esa declaración—. Es extraño decirlo en voz alta, eres la única que conoce todo para entender lo que digo, o que no te sorprenda.
—Siento la confusión, pero no soy terapeuta —le advertí antes de sentir como el control de mi cuerpo me era devuelto, logrando que tosiera al poder volver a respirar con normalidad—. Mi trato contigo es solo un negocio nada más, aunque quieras llamarme parte de la familia, nunca voy a serlo, no tienes idea de lo que significa en realidad esa palabra.
—Eso lo veremos —me sonó más a una promesa que a una amenaza—. Por ahora limítate a cenar para que podamos negociar —comentó encendiendo la luz de toda la habitación con sus hilos, dejando que vea que en mi otra mesa de noche se encontraba una bandeja con lo que imaginé era comida—. No me importa esperar —añadió mientras intentaba no pensar en que se había preocupado por un segundo porque no hubiera comido en todo el día, y estaba muriendo de hambre.
