Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de LozzofLondon, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from LozzofLondon, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

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Viernes. La promesa, el aire de libertad.

Esta semana ha sido un torbellino de práctica de porristas, celos, de mi parte, y silencio tenso, de parte de Edward. Silencio teñido de electricidad crepitante que amenaza con abrumarnos a ambos. Es palpable, pesado, espeso, sofocante. Y me encanta.

Me sube la presión arterial y despierta en mí sentimientos extraños.

Quiero golpear su hermoso rostro y luego chuparle la polla; morderlo fuerte y luego lamerlo. Quiero arrancarle el pelo y luego volver a ponérselo, porque su pelo es... maldición. Es la perfección

El cielo está negro, siniestro y claro; estrellas brillando como pequeñas luciérnagas demasiado cerca de la luna. Mis mejillas están rosadas por el viento y hormiguean por el frío, pero mis músculos están calientes, el rugido de la multitud retumba en todo mi cuerpo.

Fuertes luces resplandecen sobre nosotros, cubriendo al escuadrón con un resplandor artificial; las gradas, arriba y alrededor de nosotras, llenas al máximo.

―¡Hagamos esto, chicas! ―El grito de guerra de Rose supera los ensordecedores gritos de anticipación.

Hago los movimientos; vitoreando fuerte, pateando alto, volteretas fuertes y rápidas. El aire es más frío cuando me empujan más alto, las palmas de mis compañeras de escuadrón se mantienen firmes bajo mis zapatillas, la altura me ofrece un mejor punto de vista, aunque sé que él no está aquí, el fútbol no es lo suyo.

La pelea habitual de los viernes después de la escuela fue, una vez más, anticlimática. Edward Cullen venció a su oponente hasta convertirlo en pulpa. Incluso la emoción de un partido de fútbol no disminuyó la multitud. No sé por qué se molestan.

Forks gana el juego. No me importa. Animo, pongo mi granito de arena, sonrío ampliamente. ¿A quién le importa?

―¿Nos vemos en casa de Ben? ―Me giro, asintiendo con la cabeza una vez a Angela cuando salimos de los terrenos de la escuela, mi auto estacionado más lejos.

El suelo fresco, crujiente y húmedo cruje bajo mis pies mientras camino, la oscuridad me traga mientras avanzo.

Angela pasa conduciendo, sus faros cegándome por un segundo. Levanto mi mano en un gesto cuando ella pasa, mi auto brillando en la luz tenue.

Veo una silueta y mis pies se detienen, mi respiración se entrecorta por el miedo. Rápidamente miro por encima del hombro, buscando a otra persona. No hay nadie. Soy la última en irse. Mierda.

Pero luego lo reconozco. Los hombros anchos, la capucha, el cigarrillo, un atisbo de cabello errático sobre una frente oscurecida, retroiluminado por la escasa iluminación, brillando como un centavo nuevo.

―Mierda ―gimo, mirando hacia el cielo, rezando a un dios en el que no creo, dando un paso más cerca, y luego otro, y otro.

Se gira hacia mí, con el hombro apoyado contra el lado del conductor de mi amado vehículo.

»¿Qué quieres? —pregunto, todo mi cuerpo hormigueando bajo su intensa mirada.

―Muchas cosas ―responde sin una pizca de humor, en voz baja y desalentadora en la oscuridad.

Inhalando profundamente, mis ojos encuentran el cielo ennegrecido una vez más antes de nivelarlo con una mirada e intentarlo de nuevo.

―¿Qué estás haciendo aquí?

Mira a su alrededor, burlándose de mí.

―¿No se me permite estar aquí? Asisto a esta escuela.

―¿Estuviste en el juego? ―Ceja levantada, brazos cruzados.

―Prefiero cagarme en las manos y aplaudir.

―Me lo imaginé. ―Suspiro, sabiendo que no estoy llegando a ninguna parte. La evasión constante, correr en círculos, nunca responder una pregunta―. ¿Puedo irme ahora? ―Señalo hacia mi coche, llaves en mano, haciéndole señas para que se mueva.

―Necesito que me lleven.

―De ninguna manera. ―Me río, sacudiendo la cabeza ante su audacia―. No hay forma de que me suba a un auto contigo.

―¿Te preocupa que no puedas mantener tus manos quietas? ―bromea, dando un paso más cerca, lanzando su cigarro al suelo, sin molestarse en apagarlo.

―Creo que esta semana ha demostrado que soy perfectamente capaz de mantener mis manos quietas. No eres tan irresistible como crees.

―¿No lo soy? ―cuestiona, dando pasos calculados más cerca hasta que estamos cara a cara, mi cabeza al nivel de su pecho.

Levanto la mirada, odiando que pueda leerme tan bien, su sonrisa lo demuestra.

Respiro profundo, exasperada, levanto mi mano para tocar su fuerte pecho. No puedo resistirlo.

―¿Qué deseas? ―cuestiono, moviendo mi mano más abajo, sobre su sólido abdomen―. ¿Una cogida rápida contra mi coche?

Se inclina, su aliento es un cálido beso contra mi cara.

―No sería rápido en absoluto ―advierte, su voz sexo líquido en mi oído y, malditas mis rodillas por ceder y mi cuerpo por tararear con anticipación.

Estirándome más, deslizo mi mano alrededor de la parte posterior de su cuello ―calor abrasador emanando de su piel, atrapado en su capucha― y tiro dolorosamente del cabello en su nuca. Su cabeza se mueve, sin ofrecer resistencia a mi agarre. Es empoderador, aunque sé que me está siguiendo la corriente, permitiéndome estos pequeños juegos de poder. Me pongo de puntillas, mi nariz contra la áspera barba incipiente de su mejilla; más arriba y mis labios están en su oreja.

―Métete en el puto auto.

Dejándolo ir, doy un paso atrás y lo rodeo. Los faros brillantes destellan cuando desbloqueo el auto y abro la puerta, sin mirar nunca mientras me siento en el asiento del conductor.

―¿Te excita lo rudo? ―inquiere, sin mirar en mi dirección. Se ve aún más imponente en mi pequeño auto, manos perezosas sobre sus rodillas, cubriendo las rasgaduras de sus vaqueros.

―No tienes idea. ―Para él, mis palabras son un desafío, puedo notarlo: una prenda roja ante un toro.