Empezó con una molestia en la garganta, como si tuviese algo atorado que no le permite respirar bien. La tos no tardó en hacerse presente.

"Es sólo un resfriado", pensó ingenuamente. Nada que un poco de jarabe no pueda arreglar. Guido prefiere no ser una molestia, además un simple resfriado no tiene porqué interrumpir su labor como guardaespaldas del Don de Passione.

El problema es que el jarabe no funciona, la tos se vuelve más fuerte, mas violenta; pasa una semana desde los primeros síntomas.

Amanece con un ardor en la garganta. Pero eso no es lo preocupante, si no lo que encontró entre sus sábanas:

Pétalos tan brillantes y delicados, amarillos.

Amarillo.

Un tono muy cercano al dorado que se ha vuelto tan recurrente en estos últimos años. Es un color que a Guido le provoca alegría, ya que le recuerda a cierto rubio. Esta es una ocasión en la que el vivaz color, le provoca preocupación. ¿Cómo no hacerlo? Ha estado tosiendo desde hace días y ahora que ha encontrado pétalos siente una horrible aprehensión.

No tiene sentido, la gente no suele escupir flores. Aunque bien, su vida no es de lo más común. Sólo hay una explicación a todo esto: Está siendo atacado por un Stand enemigo. Tiene que serlo, no puede haber ninguna otra explicación.

¿Pero quién sería tan estúpido como para atacarlo bajo el techo de Passione? Sea quien sea, debe de haber estado rondando la propiedad desde hace días.

Tiene que encontrar al Stand o a su usuario, pero, principalmente debe asegurarse que Don Giovanna esté a salvo.

Se deshace de la evidencia tirándola por el excusado, nadie tiene porqué saber qué tiene, tampoco desea preocuparlos de más; si es un usuario de Stand (porque no hay otra explicación lógica) él mismo se encargará de meterle una bala en la cabeza. Además, son sólo unos pétalos molestos, no pueden hacer tanto daño, ¿O sí?

Respira hondo: una, dos, tres veces antes de salir del baño. Camina por el pasillo principal de la casa, sabe aparentar, se ha vuelo observador en esos años, después de todo su trabajo lo requiere. No es fácil mantener a Giorno a salvo, aunque a veces siente que su puesto está de sobra, considerando lo aterrador que es Gold Experience Requiem.

No lo admitirá nunca, pero ese Stand le ha llegado a sacar más de un susto.

La oficina del Don se encuentra al final del pasillo. Es una casa grande, una de las tantas propiedades que le pertenecieron a Diavolo y han pasado a manos de Giorno.

La puerta se encuentra entreabierta, antes de asomarse, Guido manda a sus Sex Pistols a revisar la zona, en caso de que haya algo que no deba estar ahí. Esa es una de las ventajas de su stand, siendo varias bolitas, pueden monitorear el perímetro de forma segura y regresar a avisarle si encuentran algún peligro.

Giorno se encuentra, como suele estar la mayoría de las veces en esos últimos días, trabajando en quien-sabe-qué tanto papeleo de la organización. Guido no le da mucha importancia a esos detalles, no tiene porqué complicarse la vida con eso, porque ese no es su trabajo; su trabajo es proteger al Don.

Y todo parece estar en orden, no siente nada fuera de lo común en la oficina. Si hay un usuario de Stand enemigo cerca, no parece haber afectado a Giorno. Es mejor dejarlo a solas, no quisiera distraerlo y—

– Guido, ¿Está todo bien?

Giorno aparta la mirada de los documentos que a primera instancia parecía tan concentrado.

– Todo bien, jefe.

Hay un silencio largo, incómodo. Mierda. Intenta no verse nervioso, actuar normal, pero con Giorno aquello es imposible, siente su corazón latiendo con fuerza, sus manos sudando y esa horrible sensación que se le acorta el aire, una opresión en el pecho que no hace más que empeorar conforme pasan los segundos.

Este sería un excelente momento para ser atacado por un Stand enemigo.

Pero no, eso no sucede. Todo lo contrario, hay una agonizante calma mientras él siente que se asfixia.

Hasta que Giorno corta el silencio.

– Si tú lo dices. ¿Me estabas buscando para algo en especial, Guido?

– Sólo quería asegurarme que todo estuviera bien. Ya sabes, uno nunca sabe y han sido semanas muy tranquilas.

Y él está nervioso, sabe que Giorno lo sabe. Carajo, después de todos estos años de estar a su lado como su guardaespaldas, no hay forma que Giorno no lo conozca. Sin embargo, a veces duda de qué tan bien le conoce, porque si en verdad le conociera como cree, sabría lo que siente por él.

A menos que Giorno lo sepa… y no sienta lo mismo. Eso le aterra, no por nada ha callado todos estos años. Guido podría jurar que Giorno ve a través de su alma, como si en verdad pudiera leer sus frenéticos pensamientos.

– ¿Acaso no es bueno eso? Si hay calma, es porque estamos haciendo las cosas bien.

Para tranquilidad de Guido, Giorno no hace mas comentarios sobre su muy evidente nerviosismo. El pistolero se cubre la boca con la manga del traje, la tos es insistente y por más que intente no puede disimularlo.

– No me digas que te estás enfermando.

– ¡No! Para nada, es solo que – apenas logra controlarla, sintiendo que se ahoga – ¿Alguna vez te has atragantado con tu propia saliva? Es mucho más común de lo que uno imaginaría, pero no es nada de qué preocuparse.

Lo que no es nada común es sentir pétalos en la boca; aún con el brazo cubriéndole medio rostro, se ve obligado a tragárselos, quedándole un gusto floral y amargo.

– No es algo que pueda decir me haya pasado, no con la frecuencia que dices. Si es algo común tal vez debamos de preocuparnos.

Giorno no tarda en acortar la distancia entre ellos, todo para ofrecerle el vaso de agua que reposaba en su escritorio.

Han pasado años desde que Giorno Giovanna tomó el poder, en esos días se veía tan joven e inexperto, tan pequeño a comparación de Bucciarati o de Abbacchio; ahora parece haber crecido incluso más que ellos. ¿En qué momento se volvió tan alto?

Mista parece un venado en plena carretera, pero en aras de las apariencias acepta el vaso. Sus dedos apenas se rozan y siente una vez más la presión en el pecho, las ganas de toser hasta escupir sus pulmones. Giorno es frío, su tacto suele serlo; recuerda haber mencionado algo sobre los genes de su padre, información que recibió por parte de la Fundación Speedwagon.

– ¿Seguro que estás bien? Si es necesario podría cancelar la reunión con Linguini, no puedo tener a mi guardaespaldas enfermo, o podría mandar a Pannacotta en mi lugar.

Guido bebe del vaso hasta vaciarlo, Giorno por si las dudas toca su frente, extrañado al no hallar ningún indicio de calentura.

– No tienes que cancelar nada y si mandas a Panna solo harás que ese imbécil se indigne y no nos dé nada.

– En ese caso iré sólo.

– ¡Ni hablar! ¿Y si no es más que una trampa? No voy a dejarte ir solo, mi trabajo es protegerte.

Nunca le han gustado esas reuniones, los policías no son más que cerdos y aunque se muestren ''leales'' a Passione, Mista no termina de fiarse. Al carajo el malestar, tiene un deber que cumplir y una molesta tos no va a detenerlo.

– Faltan horas para la reunión, no hay nada más agendado por hoy. Toma un descanso, lo vas a necesitar para esta noche.

Si, un descanso; eso debería hacer, en vista que no hay señales de ningún Stand enemigo. No está seguro si eso debería aliviarle o no.


Paolo Linguini era parte de la policía del Estado, un contacto útil que trabaja en el puerto de Civitavecchia; cualquier cosa que entrara o saliera de Roma, estaba bajo su supervición.

Aquello sólo debió ser un intercambio de información, había mencionado anteriormente que otras familias estaban interesadas en traer productos de contrabando en su territorio.

– He recibido una mejor oferta, pero estoy seguro que usted puede igualarla, o incluso superarla, Don Giovanna.

Era de esperarse la traición. ¿Porqué solicitaría Linguini la audiencia a solas? Llegó acompañado por otros dos sujetos que parecían más gorilas, Guido sabía que tenían armas en sus abrigos, por más que hayan disimulado el no tenerlas. ¡En verdad los ven como si fueran un par de novatos!

El problema, es un malestar adicional a la tos. La maldita pasta le ha caído mal, Mista debe de excusarse brevemente para ir al baño.

Llega sudando, con manos temblorosas se aferra del inodoro como si su vida dependiera de esto.

Sólo alcanza a escuchar un disparo, seguido de gritos. Maldice, tratando de recuperar la compostura después de vomitar la cena junto con los jodidos pétalos.

La noche se fue a la mierda. El infierno se ha desatado y apenas puede sacar su revolver, ni se diga salir del baño sin tambalearse.

El cuerpo de uno de los acompañantes de Linguini yace a menos de un metro de la entrada del restaurante. Giorno sostiene el arma que Guido asume era de aquel hombre, tiene una herida en el brazo izquierdo, nada que no pueda curarse.

A pesar del malestar y el hecho que el mundo parece dar vueltas, Guido dispara tres veces, confía en las Pistols para dar con el blanco. El tiro es acertado, el segundo guardia cae muerto y Linguini malherido. Mista apunta a su cabeza para dar el grito de gracia pero Giorno le detiene.

– Déjalo, aún nos es útil.

– El bastardo te disparó, ¡Ni creas que lo dejaré salir de aquí!

Giorno hace una mueca de molestia por la herida, la bala sigue incrustada y eso sigue sangrando, ha arruinado su costoso traje; a pesar de eso, no parece verdaderamente molesto por eso. Muy a diferencia de Linguini, cuya herida es profunda, Mista está seguro que le ha perforado un pulmón, si no lo atiende un médico morirá.

El interrogatorio es breve, nada que una falsa promesa del perdón del Don no pueda sacar. No hubo oferta, sólo un pobre diablo queriendo tener más de lo que le corresponde, dispuesto a mentirle al hombre más poderoso de toda Italia en su cara, creyendo que se tragaría la mentira.

Giorno no tiene paciencia para los ruegos. Con un gesto de la mano da la orden, Mista tampoco se hace esperar y con un disparo certero, acaba con la vida del hombre.

– Llama a Pannacotta, hay que deshacerse de los cuerpos.

Mista asiente y saca su teléfono del bolsillo para hacer la llamada. El malestar ha sido persistente, el ardor en la garganta continuo, pero eso no podía detenerlo en su labor de proteger a Giorno. Ahora que las cosas parecen estar más calmadas, recibe el horrible recordatorio del padecimiento, como si la tos que estuvo aguantando durante el enfrentamiento se hubiera amontonado y ahora, siente la presión por salir.

¿Lo peor de todo? No puede disimularlo. La tos es fuerte, ruidosa y debilitante a tal grado que debe apoyarse de una de las mesas para no caerse. Siente que terminará por escupir sus pulmones, aunque lo único que sale de su boca son los pétalos amarillos.

Cuatro pétalos. No tres, ni tampoco cinco. ¡¿Porqué tiene tan mala suerte?!

Una sensación de pánico le invade, tiembla de pies a cabeza, siente tan corta su respiración. Es como si estuviera en el fondo del mar, tratando de subir a la superficie para retomar el aire.

– ¡Guido!

La tan familiar voz de Giorno es lo que le regresa a la realidad. De un momento a otro se encuentra en el piso, con Giorno tomándole del rostro con ese toque helado. Se ve preocupado, no suele verlo así seguido, Giorno sabe cómo mantenerse con la cabeza fría incluso en los momentos más difíciles.

– No me digas que estás bien, porque es evidente que no lo estás.

Bien, no tiene caso mentirle en la cara al jefe, mucho menos después del caos que se armó esa noche.

– Creo que me estoy resfriando, jefe…

– ¿Qué clase de resfriado hace que escupas pétalos? Mista, te desmayaste.

– Es un resfriado muy fuerte. Pero no es más grave que ese disparo que tienes en el brazo.

Giorno le mira con seriedad, a su lado aparece Gold Experience Requiem, inexpresivo como siempre; hay algo en su mirada que a Guido le provoca un inexplicable temor. ¿Cómo no hacerlo? No ha conocido stand que pueda hacerle frente hasta ahora, eso por sí mismo es aterrador. Por supuesto, esos temores nunca se los ha expresado a Giorno. Hay muchas cosas que no ha podido confesarle a su Don en todos esos años.

Por su parte, el Stand posa una mano sobre la herida de su usuario. De Giorno sólo se escucha un wryy como queja, o lo que Guido asume es una queja. Es un sonido muy peculiar, una de esas cosas de Giorno que son tan… tan Giorno.

– ¿Lo ves? Ya no tienes que preocuparte por mi herida.

Presumido.

– Estoy en mi derecho de serlo. Anda, regresemos a casa; veré de qué se trata ese "resfriado" que tienes.


Guido ha perdido la cuenta de todas las veces en las que Giorno le ha sacado de apuros. Su cuerpo está lleno de cicatrices, muchas de estas como recordatorios de las ocasiones en las que casi no la libra.

Esta, por la forma en la que maneja Giorno, podria ser una de esas veces. Mista se aferra al asiento trasero con una mano, la otra sostiene el pequeño crucifijo que cuelga de su cuello. Él no grita, pero sus Sex Pistols lo hacen por él.

Viven bajo el mismo techo, llevan años haciéndolo, esa había sido su idea; porque como su guardaespaldas, debería estar siempre cerca.

Sí, era la excusa perfecta, aunque la intención siempre fue otra. El problema es que hasta la fecha, no sabe cómo pasar de estar bajo el mismo techo, a la misma habitación.

Trish le ha dicho que sólo le diga a Giorno lo que siente por él, está segura que el sentimiento es correspondido. No debería ser difícil, a Guido nunca se le complicó el coqueteo con otros, aunque no se trata de una chica cualquiera, si no de Giorno. No es que quiera dudar de Trish y su intuición, pero… ¿Y si no? ¡No podría vivir con la vergüenza del rechazo!

¡Mista!

Guido sale del remolino que es su mente, de vuelta a la realidad. Giorno le ha abierto la puerta del carro, frente a la casa con la mano extendida. Toma su mano para ayudarse a salir del vehículo, se siente aún mareado, como si hubiera tomado de más.

– Ve a darte un baño y descansa. Es una orden, Guido.

Por más que quiera no tiene ni la energía para darle la contraria al Don.

A pesar de la "orden", a Guido se le dificulta dormir. No es hasta bien pasada la medianoche que logra conciliar el sueño, plagado de pesadillas en las que se ahoga con las flores malditas que salen de su garganta.

Despierta tosiendo con violencia, siente la garganta cerrada, teniendo algo atorado en esta. Para su horror, ya no son sólo pétalos lo que salen de su boca, ahora son flores completas, como si hubieran sido arrancadas del tallo. Lo verdaderamente preocupante son las manchas de sangre que les acompañan y ha arruinado sus costosas sábanas. No recuerda haber estado tan mal antes.

Le cuesta demasiado salir de la cama, si logra arrastrarse hacia la cocina es sólo para callar a las Sex Pistols que exigen su desayuno.

Piensa en tomar el día, no para descansar, si no para llegar al fondo de todo esto, antes que empeore su situación.

En aroma de la frittata inunda la cocina y se cuela hacia los pasillos. Eso llama la atención de Giorno, no tarda en llegar a la cocina, con un libro entre sus brazos.

De los dos es él quien cocina, porque sabe por experiencia que Don Giovanna cocinando es un peligro para todos los presentes y para sí mismo. No es que Mista se jacte de ser todo un chef, pero de los dos no es a él a quien se le quema la pasta.

Hanahaki.

– Salud.

– Gracias, pero no fue un estornudo. Lo que tienes se llama Hanahaki.

– Espera, ¿entonces no es un Stand?

– No lo es. Somos los únicos en esta casa, no hay nadie cerca ni he encontrado rastros de ningún otro Stand.

La noticia le alivia, tan siquiera no tiene que preocuparse porque alguien quiera atacar a Giorno. Tratandose de una enfermedad, entonces debe de alejarse de él.

– Espera, ¿Entonces porqué estás aquí? ¡Podría ser contagioso!

– No es contagioso, pero… es un tanto complicado tratarlo.

Ahora sabe que es curable, aunque nunca antes había escuchado sobre esa enfermedad. Guido cree que debe ser de esas enfermedades extra raras que suceden de uno en cada tantos millones de personas.

Giorno toma asiento, con el libro reposando sobre la mesa a un lado de su plato de frittata recién servida.

– Se dice que el Hanahaki es una enfermedad del corazón.

– Pero no siento problemas ahí, es más como… como una tos.

– No lo decía de forma literal, Guido. Por alguna razón que se desconoce hasta la fecha, esto puede curarse confesando tus sentimientos hacia alguien.

Las primeras en gritar son las Pistols al unísono, mientras que el rostro de Mista enrojece, que va, enrojece de pies a cabeza e incluso se atraganta con la frittata. Giorno se levanta, preocupado por el estado de su guardaespaldas, Guido le hace señas para que mantenga su distancia.

– ¡¿E-es una broma…?! – Pregunta apenas logra recuperar el aire.

– ¿Porqué bromearía con algo como esto? Guido, ¿a quién debo de llamar? ¿Necesitas que le hable a Trish?

¿A Trish? ¡¿A Trish?! Aprecia mucho a Trish, en esos años se han vuelto muy cercanos, pero Guido no la ve mas que como una amiga, su mejor amiga; y ella sabe muy bien que los sentimientos de Mista no son hacia ella.

Pero no se siente listo para decirle la verdad a Giorno.

– ¿Entonces a quién? Guido, si no lo haces, la infección crecerá hasta matarte.

– ¡Espera, es una planta! Es decir, si la arrancamos de raíz podría acabar con esto, ¿cierto?

Giorno no le responde a la primera, no sin antes fruncir el ceño y beber de su vaso con agua.

– Es posible remover la planta de forma quirúrgica, pero el proceso es más complicado y las secuelas son terribles.

– Giorno, no puede ser peor que morirse.

– Depende de cómo lo veas. Si te sometes a la cirugía, perderías esos sentimientos y toda memoria de la persona en cuestión.

Eso no le gusta a Guido. Es decir— podría tomar ese riesgo, pero Giorno se ha vuelto tan recurrente en su vida, que no se imagina una existencia sin él, o sin saber lo que siente por él, aunque parece ser que son esos mismos sentimientos lo que ahora le están matando lentamente.

– Eso sí suena peor que morirme.

– Eso no es lo único alarmante.

Giorno retoma el libro que trajo consigo, abriéndolo en un apartado donde se muestra la misma flor cuyos pétalos ha estado vomitando en esos últimos días. En las hojas amarillentas, también se encuentra una de estas flores aplastada.

Iris pseudacorus, también conocida como lirio amarillo. En sí no es una planta letal, su toxicidad es baja en humanos. Lo que me preocupa, es que se trata de una flor invasora, crece con mucha facilidad en un ambiente húmedo y cálido.

Con los años, Guido ha descubierto muchas cosas sobre su usualmente hermético Don. Conoce la afinidad que tiene Giorno hacia la biología y la botánica , así que no tiene motivos para dudar de su conocimiento.

– ¿Qué me quieres decir con esto?

– Que no deberíamos arriesgarnos a esperar más tiempo, de lo contrario esto podría expandirse hasta perforar tus pulmones; morirías ahogado en tu propia sangre. Sólo dime a quien debemos llamar y lo tendré aquí antes del anochecer.

Pero Giorno no necesita llamar a nadie, porque es él quien le causa todo ese conflicto. ¿Quién más podría hacer que se sienta aun como un crío enamorado? Sabia que la gente normalmente siente mariposas en el estómago, ¿pero flores en los pulmones?

– No lo sé. – Mista titubea, siente su cara enrojecida. – ¡Es decir, no es tan fácil tomar esa decisión!

– ¿Entonces preferirías morir?

Guido hace una pausa. Hay una duda que no puede quitarse de la cabeza y se le hace mas conveniente preguntar a tener que responderle a Giorno.

– Y… ¿Qué pasa si esa persona no siente lo mismo?

Guido no tarda en arrepentirse de su pregunta. Siente una opresión en el pecho y la molestia en la garganta; su expresión lo dice todo, aun si Giorno no lo dice directamente, Guido sabe qué pasaría.

Trabajar como la mano derecha del hombre más poderoso de Italia no es cosa fácil, Guido ha tenido que ensuciarse las manos en varias ocasiones y ha estado al borde de la muerte en muchas otras. Pero esto es diferente, esto no es por culpa de un stand enemigo, ni por una misión que haya salido mal; esto es por una enfermedad, es por su propio cuerpo traicionándole de la forma más inesperada posible.

¿Pero qué puede hacer? No es como que pueda decirle ahí mismo a Giorno lo que siente por él. ¿Y si no es correspondido? El resultado será el mismo y si se muere ahora, ¿Entonces quién velaría por su Don?

– ¿Sabes? Creo que ya no tengo hambre.

No suele dejar el desayuno a medias, pero es eso o quedarse ahí y continuar con una incómoda conversación que no lleva a ningún lado más que a la dolorosa presión en su pecho.

Sabe que Giorno no va a dejar pasar esto. Lo conoce lo suficiente para tener esa certeza y aunque esa insistencia y necedad son una de las tantas cosas que ama de él, no es algo que aprecie en ese preciso momento.

El resto del día lo ocupa trabajando, haciendo encargos de un lado a otro, incluso relevando a Pannacotta en sus propias asignaciones, cosa que ha dejado al pobre albino perplejo.

No es hasta que cae el atardecer que Guido es llamado a la oficina del Don.

A esa hora la luz del atardecer entra directamente por el ventanal que adorna la oficina. Giorno es una figura solemne a contraluz y de solo verlo Guido vuelve a sentir el ardor en su cuerpo.

– Entonces, ¿A quién debo llamar para no perder a mi mano derecha?

Giorno como siempre, no se anda con rodeos. A veces es demasiado directo.

Guido abre la boca para responder, probablemente una excusa. Muy poco discreto, retrocede hacia la puerta, pero para su sorpresa, esta ha sido trabada, le han salido raíces y no parece posible despegarla del suelo.

– Por favor no me hagas repetir las cosas, sabes que odio hacerlo.

Cazzo.

– Esa no es una respuesta.

– Giorno, estoy seguro que no es tan grave. ¡No tienes que atrancar la puer—!

No, el pobre hombre no termina ni de hablar. Su cuerpo se dobla de dolor, puede sentir la hierba creciendo en su interior. Siguen las arcadas, de su boca salen los pétalos ahora enrojecidos.

El susodicho no tarda en estar a lado del pistolero, sosteniéndole de la cadera con la misma delicadeza con la que suele atender su jardín personal. Le ofrece un pañuelo de tela apenas termina de vomitar los pétalos ensangrentados.

– ¿No es tan grave?

– He… salido de peores.

Porque hasta la fecha Guido tiene la mala costumbre de terminar como colador después de cada misión. A veces Giorno se pregunta cómo puede ser tan hábil con la pistola y a la vez encontrar formas de terminar disparándose a si mismo.

Arrastrar a Guido hasta su asiento no es sencillo, es un hombre corpulento. Le obliga a sentarse, no sin antes limpiar el rastro sanguinolento que escurre por la comisura de sus labios.

– Voy a llamar una ambulancia.

– ¡Ni se te ocurra!

– ¡No pienso perderte!

Giorno no es alguien que pierda la compostura con facilidad. No recuerda haberlo visto así de alterado en años, no desde esa semana.

¿Acaso necesita más prueba? Tal vez sea una puesta arriesgada, pero ¿Qué más tiene por perder? Mista toma a su Don del cuello de la ropa. La mirada lo dice todo, esta por decirle que no va a perderlo, pero lo único que sale de su boca es otro violento ataque de tos.

Le cuesta respirar, como si tuviera algo atorado en la garganta y a la vez le estuviera estrangulando por fuera, a pesar de no tener nada en su cuello. Tiene el sabor metálico de su sangre combinado con el floral de los pétalos y la desesperación es cada vez peor.

Con lo que queda de fuerza, tira del agarre, acercando a Giorno con tal fuerza que el rubio acaba apoyándoselo sobre él.

Es como un cuento de hadas: un beso para romper la maldición. Guido está seguro de que acaba de besar a su jefe, pero el mareo es demasiado como para procesar lo que acaba de hacer. Lo siguiente que sabe, es que ha azotado sobre le alfombrado piso antes de que sus alrededores se oscurezcan por completo.


Cuando Guido despierta, es sobre su cama con un cambio de ropa. Aún tiene el horrible sabor ferroso en la boca, pero ya no siente la presión en el pecho, ni aquel nudo en la garganta.

Enfoca la mirada, al costado de la cama encuentra a Giorno sentado, parece aliviado de verle despierto.

– No vuelvas a asustarme así.

– Giorno…

Giorno le calla, entregándole un vaso con agua. Guido lo acepta y bebe hasta vaciarlo. Deja el vaso a un costado, sobre la mesa de noche y, ahí mismo encuentra la causa de todo este maldito desastre: un par de flores, antes amarillas, ahora enrojecidas y marchitas; están completas, los tallos intactos y las raíces como si hubiesen sido arrancados.

– Antes que preguntes qué pasó: vomitaste esa cosa y después te desmayaste. Te descontaré la limpieza de la alfombra de tu próximo cheque.

– ¡¿Que?! Pero Giorno—

El reclamo queda a medias. Parece que algo hace click en esos ojos oscuros, llegando a una gran conclusión, como si hubiera descifrado una gran interrogante.

– Entonces tú—

– Sí, yo.

– ¡Pudiste decírmelo antes!

– No podía. Se supone que eres tú el que debía decirlo. Si yo decía algo y no era correspondido, habrías muerto en ese momento.

– Ah.

El silencio se establece. No hay mucho que decir, Guido prefiere reincorporarse y, una vez más, tomar a Giorno de la ropa para robarle otro beso. Se toma su tiempo para degustarlo, sin la premura de estarse ahogando.

– Sabes a sangre.

– ¿Te desagrada? Podría lavarme los dientes y—

– No. Me gusta ese sabor en ti.

– ¿Debería ser yo quién se preocupe?

– Mi padre habrá sido un vampiro, pero te aseguro que mis estudios indican que no tengo esos genes.

– ¡Hasta dónde sabemos!

– De los dos, yo no soy quién toca el tema del canibalismo durante el almuerzo.

Sólo basta un beso más para evitar la verborrea de Guido.


Esa noche, Giorno no puede dormir. Ha dejado a Guido en cama, mientras él se ha escabullido a su oficina como lo ha hecho tantas otras noches cuando el sueño le elude.

– Esa fue una movida arriesgada.

''Sin embargo el resultado fue favorable.''

A veces la única persona con quien puede hablar, es consigo mismo: su cómplice más cercano.

– ¿Y si no hubiese sido yo? Podría haber muerto.

"¿No es eso mejor que verlo con alguien más?"

Giorno calla, siente la garganta reseca, o tal vez sea la respuesta lo que no quiere salir de su boca porque una cosa es lo que quiere decir y otra muy diferente es su verdadero sentir.

Y Requiem lo sabe. Por supuesto que lo sabe. Sabe todas las cosas que Giorno se guarda, todo lo que oculta detrás de sus cortesías, los gestos amables y la usual hipocresía que conlleva ser el hombre mas importante de Italia.

El Don no responde, no necesita hacerlo. Prefiere dirigirse hacia su escritorio y servirse un vaso con whiskey; le falta hielo, pero tampoco le molesta beberlo así.

– Supongo que preguntarse sobre el "¿Qué hubiera pasado?" Es inútil. Lo único que importa es el ahora.

''Y ahora es nuestro''

Y tiene la certeza que así será el resto de su vida. Porque aun si su amor se acaba de marchitar como una flor, puede asegurarse de mantenerlo a su lado por todos los medios posibles. Después de todo, los lirios son flores difíciles de remover por completo.

Porque Don Giovanna siempre obtiene lo que quiere.