CAPÍTULO 6.

—Aquí.

—Gracias— acepté el trozo de pan que él me daba en la mano. Me lo llevé a la boca, agradeciendo que esta vez no me hubiera equivocado como ayer, que me golpeé la mejilla con él en lugar de comérmelo. Todavía sentía el ardor en las mejillas al recordar la risa de InuYasha en ese momento.

Comimos en silencio, yo rumiando un poco mis quejas que no pronuncié en voz alta porque sabía que caerían en saco roto: no importaba cuanto le dijese que él debía llevarse el pedazo más grande, que seguro que lo necesitaba más que yo, ignoraba mis palabras descaradamente y hacía lo que le daba la gana.

Una vez me lo hube terminado, sentí como InuYasha me cogía una mano para pasarme el odre con agua y se lo agradecí con una sonrisa. Fue una pequeña victoria que no me lo hubiera echado encima. Cuando terminé, me incliné hasta apoyar la espalda en la pared.

Llevábamos dos noches encerrados juntos. Dos noches en la más completa y absoluta oscuridad, incluso cuando nos pasaban la comida. Cuando abrían la compuerta para pasar la comida, ningún resquicio de luz salía desde el pasillo, lo que me resultaba muy muy extraño. Era como si se aseguraran concienzudamente de que no pudiéramos (o pudiera ver, en este caso, aunque no sabía qué tanto conocían ellos sobre las capacidades visuales de InuYasha) absolutamente nada de lo que nos rodeaba.

No entendía por qué lo hacían, pero había algo de lo que sí estaba segura: si no fuera por la firme y reconfortante presencia de InuYasha a mi lado, estaba segura que me habría vuelto loca hace ya mucho tiempo.

Sentí como InuYasha se inclinaba para dejar el odre en el suelo para tenerlo a mano y después se acomodó a mi lado. Como venía siendo una reciente costumbre, una vez apoyó la espalda en la pared, rápidamente me adueñé de su brazo izquierdo, apoyando la cabeza en él. Un suspiro escapó de mis labios.

—¿Hoy no tienes nada que preguntarme?— inquirió InuYasha en tono ligero.

—¿Acaso te molestan mis preguntas?

InuYasha profirió un gruñido bajo, que simulaba molestia.

—Bueno, si tanto insistes...— ante la exhalación muda de risa que soltó, mis labios se curvaron— Me hablaste ayer de tus habilidades de audición y olfato. Si tus ojos son de un brillante dorado y puedes ver en la oscuridad... ¿esos otros sentidos también son... hum, diferentes físicamente?

—¿Me estás preguntando si tengo cuatro orejas y dos narices o algo así?

—De ser así, prometo que no me reiría— dije con profunda solemnidad.

—Humana insolente— gruñó InuYasha, pinchándome en un costado.

Me carcajeé y me encogí para evitar que InuYasha volviera a hacerme cosquillas, aunque sin soltarle del brazo.

—¿Asumo que tu ausencia de negación es que sí?

InuYasha se quedó en silencio y yo lo dejé estar; pronto había aprendido que cuando a InuYasha le costaba decir algo, necesitaba tiempo para pensar en ello.

—Algo así— terminó respondiendo de mala gana.

—¡No me dejes así!

—Si te portas bien, puede que mañana te lo diga— salió por la tangente.

Alcé la mirada hacia él, aunque sabía no podría verle la expresión. Aun así le dediqué mi ceño más fruncido.

—¡Oye, yo siempre me porto bien!

—Duérmete, anda.

—Pero ¿por qué no me lo quieres decir?

—Porque no.

—InuYasha...

—Que no, y ahora a dormir.

—Pero eso no es justo. Tú puedes verme, y yo a ti no...

Silencio.

—Como no te duermas ahora me voy a la otra esquina a pasar la noche.

—¡No!— repliqué ipso facto; después refunfuñé, acomodándome sobre su hombro— Bueno, vale, me callo por ahora, pero mañana me lo dirás. Júralo.

—Kagome...

—InuYasha, júralo.

Suspiró con fuerzas.

—Bien— espetó de mala gana.

Una enorme sonrisa se formó en mis labios y me abracé aún más al brazo de InuYasha. Si en algún momento empezó a molestarle mi actitud... pegajosa, nunca lo mencionó, y yo me sentía profundamente feliz por eso.

—Buenas noches, InuYasha.

—Buenas noch...

De pronto, escuchamos el sonido de la puerta abriéndose y los dos nos erguimos en el sitio. Me sentí inquieta por que no tenía que venir nadie a esta hora. La última vez que aparecieron fuera de las horas de comida... bueno, había terminado en la celda de InuYasha.

—Tranquila.

Los pasos se detuvieron delante de la celda en la que nos encontrábamos y mi cuerpo se tensó. InuYasha se levantó y yo lo hice con él inmediatamente, colocándome a su lado.

De pronto, se abrió la escotilla, aunque nuevamente al otro lado estaba oscuro.

—¡Tú, bestia! Hemos tirado por aquí un pañuelo. Búscalo, cógelo y pónselo a ella en los ojos.

Mi estómago pegó un tirón en el mismo momento que sentí el pecho de InuYasha retumbar, profiriendo un gruñido bajo. ¿Qué querían otra vez de mí?

—No.

—Hazlo, maldita bestia, u os matamos a los dos. Tampoco sois tan importantes.

Sentí la rabia pura emergiendo del cuerpo de InuYasha, así como su impotencia. Estaba segura de que deseaba negarse a la orden, pero también... esa amenaza... No podía dejar que le pasase nada por mi culpa.

Quizás saliendo de aquí podía encontrar una manera para que escapáramos. Si les seguía la corriente, podíamos tener una oportunidad.

—Por favor, InuYasha. Haz lo que te dicen.

Lo sentí mirarme fijamente, palpé la sorpresa que emanaba de él.

—Kagome, maldita sea— dijo con los dientes apretados.

Estaba dividido.

·
·

Palabras: 937


Chan, chan, chaaaan, ¿qué creéis que hará InuYasha?

La semana que viene la tendré un poco ocupada, aun así iré actualizado, pero por si acaso no es tan seguido como debería, hoy puede que actualice un segundo capítulo al final del día, ¿qué os parece?