CAPÍTULO 14.

Durante un momento, mi cuerpo se paralizó. No sabía qué hacer ni qué pensar mientras sus cálidos labios se movían sobre los míos.

En mis diecisiete primavera, nunca me habían besado. Jamás. Pero había pensado varias veces en cómo sería, qué se sentiría... y ahora que lo estaba viviendo... el momento sobrepasaba con creces mis ingenuas imaginaciones. Su textura, su calor, su aroma, sus manos rodeándome el rostro... Todo era extraño. Todo era increíble.

Al principio intenté seguirle el ritmo torpemente mientras sentía mi sangre viajar a gran velocidad por mis venas, pero sus labios se volvieron exigentes e intentaron abrirse paso al interior de mi boca; gesto que fue acompañado por otro gruñido que reverberó en su pecho y que me hizo sentirlo en el mío por la poca proximidad entre estos.

Tuve que reconocer que me sorprendí y quise apartarme. Coloqué mis manos en su pecho y lo empujé con fuerzas. No se movió. No se apartó. Siguió junto a mi, con su boca atacándome sin darme posibilidad alguna de descanso.

Detente.

El pánico ascendió por mi garganta en forma de gimoteo, e intenté apartarlo con mucha más fuerza.

InuYasha, ¡por favor!, pensé frenética.

De pronto, InuYasha se separó, pero solo de labios. Su cuerpo siguió pegado al mío, frente con frente, nuestras respiraciones entremezclándose en el breve espacio que nos separaba. La suya iba al doble de velocidad que la mía, y se escuchaba como si estuviera sufriendo.

—Mierda, Kagome...— gimió en tono ronco. Sus manos acunaron mis caderas y apretaron con la suficiente fuerza como para que cada uno de sus dedos.

—I-InuYasha...

—No puedo. T-te ju-juro que no...— calló con un gruñido y hundió su rostro en el hueco de mi cuello; tenía el cuerpo tenso, como si estuviera hecho de piedra, y lo notaba ardiendo a pesar de las capas de ropas que no separaban— Necesito... mierda, necesito...

—¿Qué? Dime qué puedo hacer— jadeé, tumbada en la cama con él encima de mi. Intentaba no moverme, recordando sus palabras, pero mi cuerpo parecía estar contagiándose de su calor y me cosquilleaba por todas partes.

Sentí la punta de su nariz por encima de la curvatura de mi piel y lo escuché inspirar hondo. Mi estremecí, sintiendo los vellos ponérseme de punta.

—No lo sé. Solo quiero...

—¿Qué?— dije con voz ahogada.

—... a ti.

Jadeé cuando sus manos reptaron por mi cuerpo, acariciándome, y el cosquilleo de mi estómago se incrementó. Jamás había sentido algo como esto, y una parte de mí deseaba ahogarse en esa sensación tan maravillosa que estaba despertando en mi cuerpo... pero esto... estaba mal, muy mal. No sabía por qué, pero tenía que pararlo inmediatamente.

—InuYasha, detente.

—¡Eso quiero, carajo!— espetó, sus labios deslizándose por mi cuello. Mi cabeza siguió el movimiento y mis ojos se cerraron, a pesar de que sabía que era muy mala idea— Pero no puedo... tú... me vuelves loco...

¿Yo le volvía loco?

El cosquilleo se incrementó, pero me obligué a respirar para despejar mi mente.

—InuYasha...— musité entre suspiros. Llevé mis manos a su rostro, escalando por sus brazos, pero cuando llegué a la meta, mis malditos dedos traicioneros no intentaron apartarlo, sino que se enhebraron en sus cabellos.

En respuesta, InuYasha gruñó suavemente, sus labios ascendiendo por mi garganta hasta mis labios. Jadeaba como un sediento que llevaba días sin beber.

No, no, no, no.

Tenía que detener esto ya. O si no... poco a poco... mi decisión... oh, cielos, se esfumaría...

—Hueles tan bien. Joder, sabes tan jodidamente bien— suspiró por encima de mis labios; sus dedos reptaron hacia mi cintura y sentí sus dedos entremetiéndose por la tela de mi yukata, buscando algo— Nunca podría cansarme de ti. Eres tan apetecible...

Algo en sus palabras, en su tono de voz, consiguió que despertara del dulce letargo en el que sus manos y bocas, su voz, me estaban llevando. Rápidamente, llevé ambas manos a su pecho para otra vez intentar apartarlo de mi.

La primera intención de InuYasha fue sostener mis muñecas para alejarlas de él y sentí un nudo instalarse en mi garganta sabiendo que nada podría hacer contra él aunque decidiera oponer el mínimo de su resistencia. Pero entonces sus dedos se cerraron en torno a mi y no se movió, ni él ni yo. Y su rostro se volvió a ahogar en el hueco de mi cuello, solo que en lugar de para olerme, para esconderme de cualquier emoción que cruzara su rostro.

Su alterara respiración chocaba con mi piel, y ante esa sensación mi cuerpo se llenaba estremecimientos.

De pronto, nos habíamos quedado en una especie de limbo en la que ninguno de los dos nos atrevíamos a dar el primer paso, aunque por la respiración y la tirantez del cuerpo de InuYasha, presentía que este momento no duraría por mucho tiempo.

Tengo que pensar cómo ayudarle a combatir eso que yo le hago y que no sé el qué es...

De pronto, lo recordé.

«Por favor, sigue», me había pedido hace un par de noche. Mi canto, de alguna manera, le había calmado.

Quizás...

Me puse a canturrear por lo bajo, al principio un poco temblorosa, pero poco a poco mi voz fue cogiendo consistencia. InuYasha permaneció quieto, en completo silencio, y por un momento no supe si mi plan estaba funcionando.

Sus manos me soltaron las muñecas, aunque estas estaban temblando. Exhaló hondo. Y entonces se separó de mí por completo, casi pareció que de un salto.

Todavía tumbada sobre el camastro, en la posición que él me había dejado, lo escuché dirigirse a su rincón de la celda. Sin dejar de cantar, suspiré en mi cabeza y me moví lo justo para acomodarme en una posición cómoda; por si acaso, sin hacer movimientos bruscos.

Sus exhalaciones por la boca y mi canturreo fueron los únicos sonidos que se escucharon por el resto de noche; que pareció dilatarse hasta durar días.

·

·

Palabras: 997


¡Parte dos del día de ayer!

Bueno bueno... ¿Que tal os está pareciendo la historia?