Lo sé, debería terminar File.
EDIT: julio 2023
Bang Bang
Capítulo II
Condujó por toda la ciudad buscando una faja masculina que pudiera contener la grasa de su marido y reducirla. No esperaba que hiciera magia, pero sí que minimizara un poco su amplio abdomen que igualaba al de una mujer con evidente estado de gravidez. Unos cinco o seis meses. No podía dejar de compararlo después de estar distraída en el cuarto de lavandería y que su querido marido entrara bromeando con ello, luego de encontrar una fotografía de ella cuando Benji todavía se estaba gestando.
—No es gracioso —le dijo indignada, le arrebató la fotografía y pudo ver a lo que Michael se refería, los vientres eran casi los mismos. Y lejos de sentirse mal, el hombre estaba tomándolo como algo divertido.
—¿Quieres hacerlo sobre la lavadora? —dijo entonces con una sonrisa burlona, como si lo que acababa de decir no le afectara en lo absoluto. Mimi sentía que, como la personalidad que había adoptado y cultivado por una década, era una mentira. Michael solía preocuparse de su físico bastante, incluso se habían ejercitado mundos luego de que su hijo naciera. En ese entonces, su esposo era atento y ella podía decir que era perfecto.
Como Benji estaba en la escuela y, la maquina después de haber pasado por el servicio técnico, vibraba mientras daba ligeros saltitos al lavar la ropa; Mimi se encogió de hombros y accedió. La lavadora le hizo el favor y pudo obviar la panza de embarazado de Michael con su ayuda magistral.
Ahora, solo necesitaba la faja para poder presentarlo en sociedad por segunda vez en su vida. Ya había comprado una liga para su cabello rubio bastante discreta, un nuevo cargador para su máquina de afeitar vieja y una camisa nueva, que esperaba que con la ayuda de la faja se viera bien y con un calce aceptable. Si su personalidad de los veintes volvía, tambien podía volver su cuerpo; si Michael veía que la faja disminuía su panza, quizás volvería a motivarse a ejercitarse y eso le daría motivación para volver a ser el esposo tierno y atento que había sido.
—Claro que hay fajas —le dijo la encarga de la milésima tienda a la que entró—. ¿Es para usted? Entonces necesitará una talla pequeña. Las hay de color blanco, marfil, crema, café y negro.
—No es para mí —explicó evidentemente avergonzada, la tienda estaba demasiado llena para su gusto—, es para mi marido.
—Solo tenemos talla estándar —dijo en un tono neutro y aburrido—. En gris. ¿Qué talla es?
—Ya no lo sé.
Decidió llamar por teléfono a su marido para que le explicara más o menos sus dimensiones. Ya no lo abrazaba tanto como para haber explicado en base a gestos cómo era, aunque sí lo intentó; y como siempre cerraba sus ojos mientras estaba desnudo para imaginarse al pelirrojo escuálido, tampoco podía dar una versión hablada muy buena. Estas chicas de la tienda eran buenas, pero no eran adivinas.
—¿Cuál es tu talla?
—No sé, grande —dijo él, seguramente estaba fumando en el patio—. ¿Estás comprándome algo?
—Una camisa…, para el sábado.
—Puedo ir con mi ropa, ya la metimos a la lavandería, ¿recuerdas?
Ella colgó y miró a la chica que la atendió con determinación.
—Dame una faja de embarazada de seis meses, por favor. En color marfil.
La campana escolar estaba por sonar, así que las entradas y los pasillos de la escuela estaban atestadas de niños, padres y maestros. Koushiro y su hija llegaron en bicicleta como todos los días, causando la admiración y rechazo de muchas madres, ya que todas pensaban que su esposa había fallecido y cuidaba a su hija en soledad absoluta, por un comentario desafortunado que Osen hizo a un niño de su clase; la chica no tenía muchos amigos por lo sabelotodo que era ella, así que ese chico tampoco la estaba escuchando con mucha atención.
—Dijo que desearía a su mamá devuelta, es muy rara —le dijo el chico a su madre. Alarmada, llamó a otra mamá de la misma clase y comentaron que ya no veían a la señora Izumi aparecerse por la escuela, con su sonrisa humilde y sus ropas holgadas.
—Yo vi al señor Izumi en el supermercado la semana pasada, parece que tiene novia. Es joven y atlética, creo que es profesora en el gimnasio. No pasó mucho para que olvidara a su pobre esposa…
—No sé qué pensar —dijo otra madre—, es triste perder a tu esposa tan joven, pero también es bueno poder rehacer tu vida, el problema es que no lo vi en luto.
Y desde entonces, dejar amarrada la bicicleta de su hija en la escuela y despedirla con palabras de aliento para enfrentar ese nuevo día escolar, se había vuelto extraño; ya que todas las madres se reunían a verlos interactuar, intentando descifrar si el señor Izumi estaba bien o no. Tendía a saludarlas con un gesto para no sentirse tan extraño, sabía que no era normal ver a un padre tan dedicado como él, pero nunca se acostumbraría a tanta atención femenina, fuese con admiración o rechazo.
—¡Hola, Koushiro! —dijo una madre con un timbre de voz particularmente conocido—. Llevo tiempo sin toparme contigo.
—Miyako… Hola, ¿cómo estás? —replicó él, habituado a que nadie se le acercara. La mujer simpática tenía ojeras y se veía ligeramente paranoica; su cabello estaba un poco grasiento y atado en una cola alta y malhecha, y su ropa tenía un poco de vómito de bebé del cual todavía no caía en cuenta.
—Bien, disfrutando al bebé mientras sigue pequeño, aún no puedo creer que Kurumi ya es una adolescente, y que Zetaro va para allá mismo —explicó con una sonrisa, podía estar deshecha, pero sus hijos la mantenían de pie—. Oye, ¿vienes el sábado?
—Creo que sí —dijo dudoso, ese día su esposa tenía entrenamiento y Osen quería dedicarse al proyecto escolar de ciencias del semestre. Ambas eran tan testarudas cuando se trataba de sus pasatiempos favoritos que no creía que fuera capaz de convencerlas, o esas eran las excusas que se ponía a sí mismo para poder ausentarse el sábado.
La verdad era que no se creía capaz de ir por cierto otro detalle.
Miyako cambió de expresión al instante.
—¿Qué sucede? Te avisé con mes de anticipación —replicó con un evidente enfado que trató de suavizar acunando a su bebé, que se había molestado con su cambio de humor—. ¿Te molesta que vaya Mimi?
—No es eso…
—Es tiempo que la superes, está felizmente casada con Michael, ¿recuerdas lo enamorada que estaba? No podía pasar ni un minuto separada de él, ni mucho menos dejar de abrazarlo. —Recordar eso le dolía más por el pelirrojo adolescente que por él mismo, nunca había tenido el corazón tan roto al punto de que le doliera como le dolió—. Y tu esposa está tan hermosa, deberías sentirte bien por eso.
—Ya te dije que no es por ella, mi esposa y mi hija tienen planes.
Lo que no sabía ella era que Koushiro ya no se sentía cómodo con la rutina de ejercicios de su mujer. Ya era demasiada fibra y solo vivía para sudar; además, el sexo se le había hecho incómodo y sentía miedo de contradecirla. Era ruda hasta en la cancha de fútbol soccer, ya que cuando los llevó a Osen y a él a verla jugar un partido, con la intención de que su hijita aprendiera un poco, le había pegado un codazo a una contrincante y el resto del equipo se tiraba el cabello y se pegaba y pateaba a vista y paciencia de los árbitros y espectadores. Llegó a casa con moratones y rasguños en las piernas y brazos, y la misma fiereza la llevó esa misma noche a la cama. Quizás no fue tan grave, pero él no podía quitarse de la mente la imagen de esas jugadoras rudas que llamaba amigas de gimnasio. Los golpes fuertes en el hombro ya eran diarios y se sentía más como su amigo que como su esposo.
—Las convenceré de ir —le prometió y se fue al trabajo en bicicleta.
Ya en la noche, encontró a su hija haciendo la tarea sobre la mesa y a su esposa tomándose un batido de verduras y huevo crudo. Cenaron comentando las mismas cosas de todas las noches y Koushiro sentía que su corazón latía con fuerza cada vez que se formaba un silencio en que fácilmente podría introducir en tema de la fiesta en casa de su amiga de infancia. Ni su esposa ni su hija sabían mucho de ese gran grupo de amigos que tuvo, así que les fue extraño enterarse de esa forma.
—¿Además de Taichi y Miyako?
—Sí, es bastante gente, la verdad.
—¿Por qué nunca los mencionaste, papi?
—En la universidad la mayoría siguió caminos distintos. Miyako quiere juntarnos a todos.
—¿Es elegante? —preguntó su esposa, se veía animada con la idea, bastante distinto a lo que pensó que sería.
—Semiformal, supongo.
—¡Escuchaste, Osen! Podrás hacer amigos con los hijos de los amigos de tu padre.
Le habían dicho que a Ken le iba bien en la policía y, por lo que veían sus ojos, era completamente cierto. Sin embargo, a su esposa no le iba tan bien como a él, al haber traído al mundo tres hijos con diferencias de edad tan precisas para que al mismo tiempo estuvieran en conflicto la adolescencia, pubertad y primera infancia, que parecía que hubiese sido planeado para que Miyako no tuviera tiempo ni siquiera para peinarse. Parecía que no hubiese dormido hace días, y aunque se hubiese esmerado en arreglarse para el evento, era demasiado evidente que estaba cansada y casi famélica.
—Es como si no se me estuviera permitido conversar con personas de mi misma edad —le confidenció a Mimi cuando le preguntó si estaba bien y le reiteró la pregunta cuando dio la respuesta moralmente aceptada. Incluso le tapó los oídos del bebé que sostenía entre sus brazos y quien era la nueva adquisición de la familia Ichijouji—. Es por eso que quise hacer esta fiesta. Ken me apoyó inmediatamente, sabe lo mucho que extraño la vida adulta.
—Saldremos a tomar un café un día de estos, ¿sí?
—¿Harías eso por mí? —preguntó al borde de las lágrimas.
—Sí, dejaremos a los niños con Michael —le dijo entre risas.
El hombre con la faja de embarazada había ido inmediatamente tras las cervezas que estaban en un cooler a un lado de la parrilla. Se veía un poco más esbelto y arreglado, lo cual agradecía su esposa, ya que estaba comportándose como el hombre maduro que no aparecía en la casa. Habían discutido cuando apareció la faja, a un lado de la camisa, la máquina de afeitar y la liga para el cabello, ordenados en la cama la mañana del sábado cuando él salió a la ducha. Recién en ese instante, el embarazo de Michael ya no era una causa de risas para el estadounidense; y solo se desenfadó cuando la vio con un vestido negro ajustado y tacones, casi no había perdido el cuerpo de la escuela como él, todo gracias a su buena genética.
—Se ve… bien —repuso la dueña de casa, con el recuerdo aun fresco del cuerpo atlético de la adolescencia que contrastaba demasiado con la actual.
—Ni te imaginas, le puse una faja para venir. Apenas puede respirar, pero no le digas a nadie porque él dejaría de hablarme. —Miyako empezó a reír como antaño y Mimi aprovechó el momento para llamar a su hijo, que igual que su padre, se había distraído con facilidad—. Benji, ven a saludar a tu tía.
El chico era hermoso por donde lo vieran. Sin duda había sacado lo mejor de ambos padres, y recientemente se había enlistado en el equipo de futbol soccer de su escuela, para la desgracia de Michael, quien solo quería que practicara su deporte favorito. Era alto para su edad y sus ojos soñadores hacían que las chicas de su edad se derritieran en suspiros que él no parecía escuchar. Era algo consentido por los dos y su madre sabía que, si seguían así, podría terminar como su padre: triste y sin muchas motivaciones de trabajar.
—¡Está tan lindo!
—Saluda, hijo.
—Hola, tía.
—Ven, te presentaré a mi hijo, tiene tu edad —dijo Miyako—, está con Osen, la hija de un amigo nuestro. ¡Es súper inteligente! Estoy segura que se llevarán bien, tu madre y el padre de ella eran muy amigos.
Mimi se sintió a morir; Ben podía verse tranquilo, pero había nacido bajo el signo de escorpio, haciéndolo peligrosamente celoso y vengativo. Michael y ella lo habían concebido para el día de los enamorados encerrados en la leñera de la casa de campo del señor Tachikawa, intentando en vano no hacer nada de ruido. Si Ben sentía que entre ella y Koushiro hubo algo más que una amistad, le dañaría el ego tremendamente y se lo haría saber de una forma un tanto desagradable; para él, su padre, lo era todo, y no entendería jamás que su madre podría haber tenido más novios antes del futbolista americano.
Su corazón dio otro vuelco cuando vio a la pequeña Izumi compartir con el mediano Ichijouji.
—Benji, ven… Acá están Zetaro y Osen.
Los niños se saludaron como cualquier niño se saludaría. A Mimi se le hicieron agua las rodillas sin poder dejar de ver a la niña con cabello rojizo y vestido color verde agua, resaltando las pecas que tenía. Benji le mostró el celular último modelo que tenía a la niña y ella le habló tecnicismos de la marca y se enfrascaron en una conversación interesante para ambos. Quiso dejar de verlos interactuar, con la extraña idea de que podrían haber sido hermanos si tan solo Michael nunca hubiera vuelto a su vida. Se volteó y se topó de frente con el padre de la niña.
Koushiro hizo el ademán de tomarla, pero se detuvo cuando supo que ella no perdería el pie, como siempre lo hacía en la adolescencia, con sus tobillos torpes. Ella sonrió incómoda y él la vio de pies a cabeza con un rápido movimiento de sus pupilas, gesto que la llenó de deseo. En sus noches maritales, se había entretenido imaginándolo tal y como era, parado frente a ella sin decir nada. Su cabello era el mismo y su cuerpo estaba ligeramente más tonificado de lo que su mente había diseñado.
—¡Koushiro! Veo que ya encontraste a Mimi, se ve igual de linda que en la secundaria —comentó Miyako, había entrado en terreno peligroso sin darse cuenta.
—Sí, los años no te pasan encima.
—Y a ti la edad te sienta bien.
Koushiro sintió que el pelirrojo adolescente volvía a despertar en su interior, aunque siempre había estado presente y más cuando pedía su ayuda en medio de sus noches maritales. Sin embargo, ahora parecía estarse apoderando completamente de su cuerpo. Miró hacia su hija, a Zetaro y por último al hijo de Mimi. Se sintió ahogado. Sonrió como pudo y se disculpó.
—Llegó Taichi —dijo antes de desaparecer hacia la entrada de la casa.
—¡Taichi! No imaginarás en qué está Taichi, Mimi.
—No… —resolvió trastocada, sin poder pensar con claridad—, ¿en qué está él?
—¡Se divorció! —dijo la dueña loca de casa como si fuera algo bueno—, se reencontró con un amor de infancia, ambos dejaron a sus esposos y ahora están juntos. No puedes derretirse sin verlos interactuar.
¿Se podía reiniciar toda una vida, así como así?
Sin querer se vio en la misma situación con Koushiro. Dejar a Michael se le hizo una idea plausible y sintió vértigo con solo pensarlo, pero su hijo la odiaría y seguramente se iría a vivir a los Estados Unidos solo para vengarse de ella. No le contestaría el teléfono ni querría irse en las vacaciones con ella. No podía permitir que una tontería como una fantasía arruinara su relación con su hijo, se sintió egoísta y trató de dejar de pensar en el tema yendo a saludar a Taichi y a su esposa.
—¿Recuerdan a Catherine? —dijo orgulloso el moreno político con una sonrisa de extremo a extremo.
Taichi pasó un brazo por los hombros estilizados de la francesa y ella tenía ambos brazos enlazados en la cintura de él, parecía como si no pudieran estar un segundo sin tocarse y a Mimi le entró la envidia, recordando que alguna vez ella se sintió de la misma forma por Michael. Sin embargo, vio a su esposo de reojo y sabía que ni siquiera podría juntar ni la punta de sus dedos alrededor de ese enorme vientre. Alargó la vista para ver a Koushiro y lo vio junto a quien sería su esposa, una mujer hermosa y tonificada, quien llevaba un vestido ajustado colorido que le marcaba la figura como una segunda piel. Ella le decía algo al oído y él asentía tímidamente, incluso incómodo, pero él siempre había tendido a incomodarse por cualquier cosa. Fuere como fuere, se veían como una pareja consolidada y eso la llenó de tristeza. Quiso poder hablarle su versión adolescente y decirle que debía cuidar mejor de los sentimientos de su mejor amigo, antes de destrozarlo por irse por alguien atlético y hermoso; quizás si hubiese actuado mejor, no sentiría tanta culpa.
—¿Celosa, babe? —preguntó su marido.
—¿De qué? No seas tonto. —Dentro, estaba alarmada.
—De tus amigos, tú estás atrapada conmigo —le dijo encogiéndose de hombros, no parecía tan afectado como pensaría ella—. Me pusiste una faja, sé que te avergüenzo un poco.
—Por supuesto que no, cielo —dijo con un poco de culpa—. Yo soy una tonta por obligarte a usarla.
—Adelgazaré, no te preocupes.
La tomó por sorpresa esa confesión, podría haberlo besado en ese mismo instante sino hubiese seguido hablando. Se ejercitaría y poco a poco volvería a ser aquel esposo atento y gentil, esa era la forma de volver a tener un matrimonio feliz.
—Sí, mira, ella es entrenadora personal —dijo apuntando a la esposa de Koushiro con la cerveza en la mano—, dijo que podría entrenarme y ayudarme a bajar de peso. Ya no puedo hacer deporte con Benji sin cansarme y no quiero avergonzarlo como te avergüenzo a ti. Irá a casa de lunes a viernes.
Sintió ganas de vomitar.
Es como una versión de Madurez madura xD Recuerdo a Michael de ahí y me da vergüenza, este gordo de acá me cae súper.
Gracias a Ragdoll Physics, Japiera Clarividencia y ChieroCurissu por sus reviews :D
BangBang, se viene lo bueno.
