Es terrible tener bloqueo en un fanfic que tuve bloqueo por 7 años, me dio mucha ansiedad REAL. Una pensaría que escribir fanfics relaja, pero a veces solo te hace sufrir. TOMA HERMANA, ESPERO QUE LO DISFRUTES (c edita mañana)
Bang Bang
por Syb
Capítulo VII: Sept
Koushiro no pensó que podría dolerle el corazón más de lo que ya le había dolido, pero estaba equivocado, ya que volvió a quebrarse cuando los vio por primera vez caminar por el instituto de la mano. Él siguió su camino hasta la sala de cómputo y se quedó ahí el primer periodo de clases. No podía verlos en la sala, no si él no dejaba de abrazarla y tocarla como si no pudiera evitarlo. Michael era como el día y Koushiro era como la noche. El genio no podía tocarla como lo hacía el atlético adolescente extranjero, aun no; tenía tanto por estudiar antes de hacerlo, temía que si daba rienda suelta a todas las sensaciones que tenía con Mimi, iría a perder el camino y no conseguiría su beca. Gran trabajo, Koushiro; se decía, ya no estaba con él para perder la beca. Así que estudió hasta que no le quedaron pestañas en los párpados, todo para no pensar en la chica que perdió en aquella fiesta a la que no pudo ir.
—Koushiro —lo llamó una vez que lo encontró de la salida del instituto, eran los últimos días antes de cerrar el ciclo escolar y, con él, empezar su vida universitaria. Mimi se veía tan bonita como siempre, sonreía, pero la sonrisa no había llegado a contagiar a sus ojos—. ¿Podemos hablar?
—Tengo que irme —le dijo con prisa. La verdad era que no tenía nada importante que hacer esa tarde, pero no quería hablar con ella, no si tenía miedo de terminar pidiéndole otra oportunidad—. Envíame un e-mail si es urgente. ¡Adiós!
Llegó a su habitación en el apartamento de sus padres y lo único que logró fue conectarse a un nuevo videojuego del tipo shooter desde un servidor de los Estados Unidos y empezar a dispararle a todos los jugadores de ese país. Mimi era la chica de sus sueños y lo había arruinado por no acompañarla a tomar un helado al centro comercial para luego irse de la mano a aquella maldita fiesta. Solo pedía una nueva oportunidad para acompañarla, ir al cine quizás; si por alguna razón llegaba a ocurrir, él juró que haría todo lo posible para hacerla feliz.
Y, por alguna razón, estando sentado en la mesa de su cocina, ese recuerdo volvió a atormentarlo diez años más tarde. No lograba entender aún lo que había ocurrido ese día en el centro comercial, Osen se veía feliz, al igual que el hijo de Mimi, pero no sabía si él lo estaba. No sabía si había sido el exceso de azúcar o el perfume intoxicante de la mujer de sus sueños, pero sentía ganas de vomitar. No era extraño, su hija lo había hecho en toda la cocina al llegar del paseo por culpa de la recaída del azúcar, por lo que tuvo que limpiar el piso mientras Osen tomaba una ducha.
Oyó la lavadora pitar y él fue a sacar el vestido azul de Osen para meterlo a la secadora. Estaba contemplando el vestido de su hija girar dentro de la tómbola de la máquina cuando su esposa entró en la casa. Había llegado más tarde de lo normal, pero su mente estaba distraída como para preguntarse el por qué.
—¿Qué sucedió? —preguntó Mina cuando lo vio parado frente a la secadora.
—Osen vomitó.
—¿Está enferma?
—No, solo comió un helado —dijo él como si estuviese absorto en su trabajo.
Koushiro no se dio cuenta que su esposa negó con la cabeza, un poco molesta, y se retiró hacia la habitación matrimonial. Cuando fue a dormir, Mina ya estaba acurrucada a su lado y parecía estar dormida, por lo que procuró no hacer ruido para meterse entre las sábanas y fue en ese momento, en medio de la oscuridad, que se permitió sonreír. Era una pequeña victoria para ese Koushiro adolescente que, apenas consiguió ganarse esa estúpida beca, no había podido sonreír. No se trataba de Mina, amaba a su esposa, pero parecía que por fin podría empezar a cerrar ese tormentoso capítulo de su vida. A las tres de la mañana se levantó a vomitar toda la bebida cola que había tomado en el cine.
Osen Izumi estaba acurrucada en su cama, en aquella habitación sin trofeos o medallas, intentando conciliar el sueño sin mucho éxito. Benjamin Barton era solo un chico, pensó, era precioso y tenía ese aire de chico malo que lo hacía irresistible, pero por alguna razón él no era feliz. No lo entendía, ella moriría por tener a una madre como la suya, tan risueña y despreocupada, que la dejara tomar química en vez de obligarla a unirse al equipo de fútbol soccer. O que la dejara tomar bebida cola y helado hasta vomitar. En cambio, su madre quería que se transformara en una niña deportista como ella de la noche a la mañana, aun si su madre no hubiese sido deportista por la mayor parte de su vida. Y, con eso, Osen se acurrucó en sus sábanas conflictuada, no recordaba verla tan feliz desde que entrenada tanto y eso la apenaba al no poder cumplir sus expectativas. No era su culpa tener asma imaginaria como su padre, ni parecérsele tanto en apariencia y en sus gustos.
—Te ves linda de azul —le había dicho la mamá de Benjamin a lo que ella se sonrojó y bajó la vista, ella era inteligente y buena chica, pero nunca una mujer tan preciosa como ella le había dicho eso. Ella debía ser experta en la belleza—. Ese color y el verde les favorecen a los pelirrojos como tú y tu padre.
Luego, la señora Barton la llevó por un helado, pero como ella ya no tenía permitido comer calorías vacías, Osen pidió comer un cono con tres bolas de helado bañadas en chocolate y espolvoreados con pequeñas estrellas de azucar. La mujer no le dijo nada, solo sonrió, y luego volvieron a la tienda de videojuegos donde su padre y Benjamin habían desaparecido. Fue en esos momentos en que empezó a dolerle el estómago, pero trató de ignorarlo porque se sentía feliz. Incluso Ben estaba visiblemente feliz, en sus labios había una sonrisa idéntica a la de su madre y se veía fascinado viendo a su padre con un control en las manos mientras jugaba concentrado algo en una consola de muestra. Incluso el encargado de la tienda se les había acercado. Osen asumió que su padre estaba ganando, él tenía una habilidad increíble con las pantallas de todo tipo, pero cuando ella miró hacia la señora Barton, se sorprendió al verla tan fascinada como su hijo. Un retorcijón en su estómago hizo que Osen fuera donde su padre por un poco de consuelo y fue entonces que él pausó el juego. Algo en su rostro hizo que él decidiera que fuera mejor irse y la señora Barton asintió, no muy animada.
En su cama y antes de dormirse, deseó que su mamá se relajara y disfrutara de la vida como la señora Barton, ya que quería ser tan afortunada como Benjamin Barton, un chico con mucha suerte. Quizás, si su madre y la mamá de Ben fuesen amigas, podría hacerse realidad.
Se despidió de su hijo en la escuela y condujo por la ciudad, incapaz de volver a su casa, no quería cruzarse a su marido; no después de ver a Koushiro interactuar mejor con Benji que el mismo Michael. Si el rubio le preguntara en qué estaba pensando, ella rompería a llorar y empezaría a gritarle cosas que todavía no estaba lista para decir. Benji estaba interesado en el fútbol soccer y en los videojuegos hace meses, pero su padre no había ayudado a ensamblar el arco con ellos ni hablado largos minutos con el técnico de las consolas para ayudarla a conectar los cables a la pantalla de la habitación de Benjamin. Ella había ignorado todo ese desinterés como si fuera natural, ya que era más fácil hacer eso a enojarse con el padre de su hijo.
Al estacionarse frente a un café, pensó en que Koushiro haría todas esas cosas por Osen y su esposa sin pensarlo dos veces. No podía olvidar de cómo el pelirrojo había reaccionado cuando su hija se paró a su lado y él detuvo la consola para ver qué era lo que le había sucedido. Michael no hacía eso y ya no podía ignorarlo.
No sabía cómo decírselo a Michael, ya que él había sido muy sensible con absolutamente todo en los últimos años como para pensar que no iría a descomponerse y desaparecería para ir a comprar su droga medicinal. Tampoco podía hablarlo con su hijo, pero ya no podía negar lo enfadado que estaba él con su padre.
—Quisiera que el señor Izumi fuera mi padre —había dicho su hijo enfadado. Ella pegó un grito y le preguntó por qué decía eso, pero Benji no dijo nada. Solo se mantuvo callado hasta que llegaron a casa y él fue a encerrarse en su habitación. Seguro él hablaría con Koushiro.
Mimi entró al café con el único objetivo de quedarse allí hasta que tuviese que buscar a su hijo a la escuela. No tenía que trabajar en el programa esa semana, por lo que imaginaba que estaría muriéndose de ansiedad durante días y su mente empezaría a darle vueltas a algo que no tenía sentido.
Una chica fue a tomarle el pedido y ella solo pidió un café americano, tal cual su esposo. Cuando la mesera se retiró, Mimi se quedó mirando la puerta del café y fantaseando con universos en los que Michael era atento como Koushiro y que jugaba fútbol soccer y a la consola con Benjamin.
—Mimi —la llamó una voz conocida. Cuando levantó la vista, vio a Catherine con una sonrisa—. ¿Qué te trae por aquí?
—¡Catherine! —gritó ella, al tiempo que se levantaba y la abrazaba—. Solo vine un café americano.
—También —le dijo la extranjera y con un gesto, pidió permiso para sentarse. Ella se veía contenta y tranquila—, espero a Taichi. Tiene que salir de una reunión dentro de poco. Una hora, quizás.
Claro, ambos eran embajadores y ella debió venir en plan de diplomacia cuando se reencontró con él. Mimi se preguntó si acaso Michael mejoraría su salud metal si tuviera un trabajo de oficina con el cual entretener la mente, tal vez podría intentar que manejara las finanzas de su programa o las relaciones públicas; luego pensó que era demasiado tarde como para involucrarlo, ya que su matrimonio ya casi era inexistente, él era solo el tipo que vivía con ella. Sin embargo, Mimi se preguntó cómo serían las mañanas de Taichi y su esposa Catherine, ¿acaso ocuparían el mismo espejo para calzarse sus trajes de políticos? ¿Ella se maquillaría mientras él hacía café para los dos? ¿O saldrían de la mano hacia el automóvil que compartirían para ir a la oficina? O quizás compartirían un cigarrillo en el estacionamiento, cuando la diplomacia se hiciera demasiado exasperante como para soportarlo. Sintió que su corazón se oprimió de pronto. Su vida se había vuelto monótona y solitaria, al ser ella quien despertaba primero, para luego ir a tocar la puerta de su hijo arrastrando sus pies y por último preparaba el desayuno para los dos. Michael aparecía cuando ambos iban de salida a la escuela.
—¿Cómo va Taiki? —le preguntó de pronto a la extranjera.
—Está mejor —le dijo con una sonrisa color roja—, creo que ya no me odia tanto.
—¿Sabes si fue difícil para Taichi explicarle que sus padres se divorciaban?
La francesa alzó una ceja rubia, le parecía sospechosa.
—¿Está todo bien en tu casa, Mimi?
—Claro que sí —le dijo con una sonrisa.
—No sé si fue difícil —le respondió la rubia—, sé que tuvo que hablarlo en algún momento, pero no era mi trabajo hacerlo.
—Oh…
—¿Quieres divorciarte de Michael? —Mimi negó con la cabeza, pero la rubia siguió hablando—. Está bien si quieres hacerlo, yo quería hacerlo hace años, pero estaba tan acostumbrada a él que no me daba cuenta lo infeliz que era, hasta que Taichi me trató como quería que me trataran —explicó la mujer, dio un sorbo a su taza de café antes de recordar algo que parecía importante—. Nunca fuimos infieles con nuestros esposos, si te interesa saberlo.
Mimi asintió tímida y sonrió como pudo, y no hablaron más del tema. Cuando la francesa se fue de vuelta a la oficina, Mimi se permitió fantasear un poco. Una mañana mejor acompañada, Koushiro despertaría antes que ella, entraría a la ducha mientras ella se desperezaría en la cama y luego ella se le uniría, quizás empezaría a hacer el desayuno mientras él despertaría a los niños. Comerían juntos hasta que el reloj obligara al pelirrojo llevar a los niños a la escuela antes de irse a la oficina.
El problema era que, si bien ella estaba aceptando que lo suyo con Michael estaba muerto, Koushiro ya estaba casado y su familia parecía ir bien. Era el momento del pelirrojo de decirle que se habría casado con ella al salir de la secundaria, pero que ella ya no era la clase de mujer que él necesitaba.
Koushiro estaba por irse de la oficina cuando una llamada entró en su celular, era Taichi Yagami.
—Toma un taxi y ver a celebrar conmigo —gritó el moreno desde la otra línea, en el fondo se escuchaban risas y bullicio—, se aprobó un proyecto en el que llevo trabajando desde que Taiki nació. Dile a Mina que también está invitada.
—Debo ir por Osen.
—¿No puede ir alguien más por ella? No siempre me aprueban proyectos.
—Supongo que podría pedírselo a Miyako.
—¡Te envío la dirección por texto!
Llamó a Mina al colgar con Taichi, pero su esposa no contestó. Pensando que estaba en medio de un entrenamiento con un cliente, decantó por enviarle un mensaje explicándole lo de la celebración de Taichi junto a la dirección del bar. Camino a la salida del edificio, llamó a Miyako quien estuvo contenta de recoger a Osen junto a sus hijos, ya que ella y su hija mayor Kurumi eran buenas amigas.
Tomó un taxi en la calle y texteó a su hija, avisándole del cambio de planes. Durante todo el viaje al bar, esperó que alguna de las dos respondiera, pero ninguna lo hizo. No sabía por qué se molestaba en estar tan pendiente, al Osen seguir en clases y Mina debía estar trotando por el estadio olímpico. Al entrar al lugar, inmediatamente vio a un pequeño grupo conocido en una mesa.
—¡Qué bueno que pudiste venir! —dijo Taichi apenas él se sentó—. ¿Y Mina?
—Está trabajando aún.
—Lástima.
Mina había terminado el entrenamiento hace horas, pero Michael la había hecho reír a pesar de no tener ganas de reír ese día. La entrenadora quería preguntarse al rubio si creía que alguna vez su esposa le sería infiel con un exnovio, pero nunca se armó de valor. Michael parecía totalmente ignorante de lo que, al parecer, había ocurrido entre sus esposos en la secundaria. Tampoco es que creyera que Koushiro le sería infiel, no era de ese tipo de hombre, pero desde que él ya no intentaba complacerla, quizás era porque quería hacerlo con otra. Quizás era Mimi Barton. Y no lo pensó, cuando Michael la invitó a tomarse un café en vez de pasarse la tarde en el césped del estadio, ella se le acercó y juntó sus labios con los de él y Michael no se resistió.
En ese mismo instante, Miyako le hizo señas a Osen a un lado del enorme automóvil familiar de los Ichijouji y la chica corrió hacia la mujer con una sonrisa. Kurumi la abrazó una vez subida y Miyako cerró la puerta.
—Osen, cariño, estaba pensando en ir al cine esta tarde, ¿quieres venir con nosotros?
—Puede ser, aunque depende de la película porque fui ayer con papá, Ben Barton y su mamá.
Miyako casi se atragantó.
—¿Ah sí? —preguntó Miyako como quien preguntara del clima, aunque no entendiera lo que estaba sucediendo.
—Sí —dijo Catherine en el bar, había vuelto de fumar y recién había pedido una nueva pinta de cerveza—, la vi hoy antes de que salieras de la reunión. No sabía si debía invitarla al bar porque no sabía si se iba a aprobar el proyecto de Taichi. Si no se aprobaba, nos habríamos ido a casa.
—Podríamos decirle —animó su esposo.
Koushiro frunció la boca y se llevó la cerveza a la boca.
—Escríbele —respondió Catherine con un tono coqueto—, tengo la impresión de que se divorciará pronto. Necesita volver a conectarse con este tipo de ambiente.
—¿Ella y Michael divorciándose? —preguntó Taichi incrédulo—. Eso no pasará ni en un millón de años.
—Si tú lo dices, es tu amiga, no la mía. Mon Dieu.
