REY DE LOS DEMONIOS

¡Hola! Nuevamente aquí con otra actualización.

- Lin Lu Lo Li: Ya vamos viendo cómo se va desarrollando la historia. Ahora solo queda saber quién fue el responsable y qué es lo que busca de los Higurashi. ¡Gracias por seguir leyendo! Y espero que te guste este nuevo cap. :3

- Faby Sama: Hola! Me alegra que la historia te haya gustado y perdón :C creo que debí especificar mejor el ship, pero de igual forma te invito a que sigas leyendo la historia. :3

¡Muchas gracias por el apoyo! No saben lo feliz que me hace poder escribir un nuevo capítulo y compartirlo con ustedes. Y sin más que decir ¡Disfruten de esta nueva actualización!

Atte. XideVill


Disclaimer: Los personajes de esta historia son de Rumiko Takahashi.


CAPÍTULO 6.

INUYASHA

Mi reacción era totalmente ilógica. ¿Por qué esa mujer me importaba tanto? Apenas la había conocido y no tenía sentido sentir este dolor punzante en el pecho cada vez que la imaginaba cubierta en sangre.

– ¡Busquen por todos los lugares! – demandé a una ventena de hombres montados a caballo tras de mí.

– ¡Sí majestad!

Bajé de un salto del mío y me dirigí hacia lo que pude ver era la figura ensombrecida de Sesshomaru.

– ¿Qué haces aquí? – cuestionó apenas me vio.

– Al parecer el trabajo que tú no eres capaz de hacer – solté arisco.

Este me lanzó una mirada llena de odio.

– No encontrarás nada más que cuerpos sin vida y sangre por todos lados.

– ¿Cuán grave es?

Soltó un suspiro pesado antes de erguir la espalda y mirar hacia la imagen de aquel Reino en llamas y oscurecido por aquella noche sangrienta.

– No tuvieron piedad ni con los recién nacidos. No hay ni una sola vida en este lugar – afirmó lo que mi padre ya suponía.

– ¿Y ella? – exclamé con desesperación – ¿La encontraron?

Negó y entonces sentí una nueva estocada en el pecho. Aquello era el cumplimiento de un presagio, desde la muerte del abuelo de Kagome era más que evidente que atacarían un Reino sin Rey. Se veía venir y yo no fui capaz de hacer nada.

–¡Majestad! – Ambos volteamos a ver al soldado que venía agitado – Encontramos algo…

Aquello fue suficiente para captar toda nuestra atención.

Nos adentramos a una de las carpas improvisadas que había mandado a hacer mi hermano y entonces el cuerpo casi inconsciente de una mujer extremadamente joven me heló la sangré.

Probablemente aquella muchacha no sobreviviría la noche, pero era necesario obtener toda la información posible.

– ¿Cómo te llamas? – cuestionó Sesshomaru con aquel tono frío que lo caracterizaba.

– Rin… – musitó casi inaudible.

– Bien Rin, cuéntanos ¿Qué pasó?

Vi cómo la muchacha se contraía desde su posición. Estaba aterrada y eso era algo natural después de todo lo que tuvo de pasar.

– ¿Cuántos años tienes? – pregunté para calmarla un poco.

– Quince…

– ¿A qué te dedicas?

Por su apariencia supuse que vivía en el pueblo, no era una dama de la Princesa ni mucho menos trabajaba en el palacio.

– Trabajaba con hierbas medicinales… – susurró – No tengo padres, ellos murieron hace mucho… Así que no habrá nadie que llore mi muerte – dijo con un atisbo de tranquilidad en su voz – Pero ella sí… Ella sí tiene quien le llore…

– ¿Quien? – soltó Sesshomaru – ¿De quién hablas?

La vimos apuntar hacia un punto fuera de la carpa y sin más que decir salí en busca de ese alguien de quien hablaba, tal vez con la esperanza de encontrarla. Pero más allá de la carpa solo existía oscuridad y escombros.

– ¡Inuyasha! Por acá – llamó Sesshomaru.

Cuando llegué hasta él me di con la sorpresa de que no se encontraba solo. Rápidamente me uní a él y me puse de rodillas al confirmar de quién se trataba.

– Majestad… – Fue lo primero que dijo la mujer al verme – Por favor… encuentre a mi Kagome.

Aquello me estremeció y más aún al verla en esta situación, ya nada quedaba de aquella mujer segura y hermosa que habíamos conocido en el gran salón. Ahora no era más que una triste imitación de aquello, aún llevaba puesta su corona, pero su peinado había desaparecido por completo.

Vi a mi hermano llevar una de sus manos al abdomen de aquella mujer y ejercer presión como si su vida dependiera de ello, y es que no era para menos, sus heridas eran mortales.

– Por favor…

– No siga, por favor no se esfuerce – Le dije tratando de calmar su ansiedad.

– Sé lo que me espera – dijo en su lugar – Yo ya estoy vieja… Ya viví lo suficiente…

– Señora…

– Tarde o temprano esto pasaría… Pero mi hija… Mi kagome… Ella aún tiene mucho por delante… Por favor…

La vimos hacer un esfuerzo por sonreír y aquello no hizo más que romper mi corazón. Fue inevitable para mí no recordar a mi propia madre en una situación similar a esta.

– Cuídela por mí Majestad… Se lo ruego…

Luego de eso su cuerpo empezó a temblar sin control. Miré a Sesshomaru en busca de alguna solución y este solo negó en silencio.

– Se lo prometo – dije sujetando una de sus manos ahora bañadas en sangre – Cuidaré de Kagome como si se tratara de mi propia vida.

La mujer sonrió, pero entre aquellos ojos marrones solo pude ver tristeza, y eso fue lo último que pude ver antes de que los cerrara definitivamente.

– ¿Por qué lo hiciste? – La voz de Sesshomaru inundó todo el silencioso lugar – Ni siquiera sabes si ella está viva. Lo más probable es que no…

– ¡Me culparás por intentar darle consuelo a una mujer moribunda! – exclamé hastiado – ¡¿Qué más podía hacer?! ¿Es que acaso no conoces la misericordia?

– ¿Y desde cuándo tú la tienes? – respondió agrio.

Me puse de pie, no sin antes dejar las manos de la mujer sobre su pecho y tomar su corona.

– La seguiré buscando – sentencié – Si deseas puedes regresar a Lothar e informar que todos murieron si eso te facilita la existencia.

Monté mi caballo y me adentré a las profundidades del bosque. ¿Qué buscaba? Probablemente esperanza.


KAGOME

– No podemos seguir así – dijo Sango, con claro cansancio en su voz.

Limpié mi rostro lleno de sudor y entonces la miré.

– ¿Desde cuándo tan débil?

– Hemos caminado por más de un día entero – reclamó.

Miré hacia el calmado rio frente a nosotras y entonces solté un suspiro mientras negaba.

– Bien, descansemos aquí…

– Gracias.

La vi dejarse caer despreocupada sobre el pasto.

– Pero no será por mucho – advertí – Aún no sabemos si estamos del todo seguras.

– ¿Quieres que vea tu herida?

Negué.

– Estoy bien, solo fue un rasguño.

– Por muy buena que seas con el arco no significa que seas inmune a una espada.

– Ya te dije que solo es un rasguño – insistí mientras me sentaba junto a ella, intentando disimular el dolor – ¿Alguna vez lo imaginaste?

– No – negó de inmediato – Creí que los demonios solo existían en los cuentos, ¿recuerdas? – Me miró – De esos que te contaba tu abuelo…

Su voz se fue apagando.

– Lo siento – dijo entonces.

– No hace falta que te disculpes, me alegra que el abuelo no haya tenido que ver todo esto.

Dejamos que el silencio y el sonido de los grillos acompañaran nuestros pensamientos. De alguna forma ver a toda mi gente morir sin poder defenderse fue aterrador y más aún al ver a aquellos seres que sólo podían existir en las pesadillas hacerse realidad frente a mis ojos.

Las últimas palabras que había escuchado de mi madre fueron "Huye, yo estaré bien" Pero qué mentira más patética, por supuesto que no le creí y entonces la vi usar algo en mí, fue como si una luz cálida me envolviera e hiciera que perdiera la conciencia. Luego de eso desperté en medio del bosque, quise regresar, pero para mi mala suerte me encontré con un hombre vestido de negro y con impresionante armadura quien a pesar de mis habilidades con el arco logró herirme con su espada.

¡Maldita escoria! ¿Pero quién era ese hombre de cabellera larga y oscura como su presencia? ¿Quién?

Naraku…

– ¿Dijiste algo? – preguntó Sango.

Había escuchado que alguien lo llamó así desde lejos, de seguro ese era su nombre. Pero ¿Por qué hizo aquello? ¿Qué quería del Reino? Probablemente las respuestas a aquellas preguntas nunca las sabría, pero de algo estaba segura, todos los demonios le obedecían. Como si fuera su maldito Rey, el Rey de los demonios.

– ¿Qué haremos ahora?

Bajé la cabeza hasta ver los ojos de mi amiga e intenté sonreírle.

– No tengo idea. No tenemos hogar a dónde regresar, no tenemos nada.

– ¿Y si vamos a Lothar?

– Sería lo último que haría – advertí.

– Pero…

– No volveré a ese lugar Sango. Lo más probable es que piensen que estamos muertas.

– Pero Kagome.

– Es lo mejor – dije segura – Así podré vengar la muerte de todos sin que nadie se entrometa.

– ¿Entonces cuál es el plan? Tú misma lo dijiste, no tenemos nada.

– Por lo pronto viviremos de lo que mejor sabemos hacer.

Sango me miró dudosa pero luego asintió.

– Entonces encontremos una aldea. No podemos quedarnos aquí.

Asentí.


No fue fácil, tuvimos que pasar hambre en un montón de oportunidades y todo por no dar mi brazo a torcer. En estos dos meses mi mente no había dejado de revivir la matanza a la que había sido sometida mi gente aquella noche sangrienta como lo habían llamado los aldeanos de este lugar.

Según los rumores nadie había sobrevivido aquella noche y así fue como la sangre de los Higurashi se había extinguido sin reparo alguno.

– Prince… Kagome – Miré a sango con reprobación y esta solo sonrió – Lo siento, pero nos quedamos sin hierbas.

– ¿Otra vez?

Dejé lo que estaba haciendo y me concentré en ella.

– Cada vez hay más enfermos y te recuerdo que tú fuiste la de la idea de curarlos a todos si nos dejaban ocupar su templo.

Suspiré agotada. En las últimas semanas sentía que el cansancio aumentaba cada vez que terminaba un cuenco de medicina.

– Bien, iré a la aldea, mientras tanto trata de bajarle la fiebre a aquel niño – ordené.

– De acuerdo. No tardes demasiado.

– No lo haré.

Comprar hierbas era cada vez más difícil y más aun sabiendo que el mayor exportador de aquello era mi Reino. Y ahora prácticamente se había reducido a nada.

A lo lejos pude ver que algo se celebraba en el pueblo, algo que para mí se me hacía ajeno.

– ¡Kagome! ¡Kagome!

– Qué bueno que viniste.

– ¿Quieres jugar con nosotras?

Miré a las niñas que me rodeaban y no pude evitar regalarles una sonrisa. Definitivamente las niñas eran mi debilidad.

– ¡Oh, por lo que veo la fiebre en ustedes desapareció!

– ¡Sí! – dijeron al mismo tiempo.

– Mi mamá dice que fue un milagro.

Sonreí.

– ¡Niñas vengan aquí, dejen a la señorita Kagome en paz! De seguro tiene muchas cosas que hacer – dijo una mujer sentada a unos metros de mí.

– Vayan, les prometo que les traeré algo de regreso.

– ¡Sí!

– ¡Es usted tan buena!

La mujer me sonrió y yo me despedí de la misma forma.

– ¡Acérquense! ¡Vengan a ver el objeto más caro de todos los Reinos! – llamó un hombre – Señorita venga, le aseguro que esta preciosa joya es digna de una mujer tan bella como usted.

No pude evitar sonrojarme al escuchar aquel halago. No sé si fue por eso, pero al final me vi en frente de aquel mercader y no tardó en mostrarme la joya.

Un latido doloroso me oprimió el pecho al ver que se trataba de una de las joyas que usaba mi madre, lo supe porque solo podía existir una Perla de Shikon en el mundo.

– ¿De dónde la sacó? – solté con pesar mientras la tomaba entre mis manos.

– Fue todo cuestión de suerte. ¡Sí, se podría decir que soy el hombre más afortunado del mundo! – exclamó victorioso – Un día me perdí por un bosque y al final terminé dando con un Reino en ruinas y escombros – sonrió – Fue ahí donde la vi.

– ¿Qué vio?

– La joya claro, brillaba tanto que casi me ciega por completo.

Oprimí la perla entre mis manos y contuve un sollozo.

– ¿Cuánto?

– ¿Cómo dice?

– ¿Cuánto por la joya? – aclaré.

– No pido mucho…

– ¡Cuanto! – insistí.

– Oro.

Y entonces lo recordé. Yo no tenía nada que ofrecer, a Sango y a mí apenas nos alcanzaba para las hierbas y las comidas del día. Sería egoísta de mi parte darle todo lo que teníamos a este hombre y aun así no sería suficiente.

Puse la perla de mi madre en su lugar, dispuesta a renunciar a ella, pero de pronto una mano audaz me detuvo.

– La compro – demandó.

Aquella voz me sobresaltó, rápidamente lo miré y aquellos ojos dorados hicieron estragos en mí.

– Inu.. Inuyasha…

Continuará...