Juro ante los dioses que soy un buen hijo, por favor créeme.
Hay un hombre encima mío, me tiene los brazos malamente apretujados contra la espalda, doblados tan malamente que creo que está a punto de rompérmelos como dos ramitas de un árbol chamuscado y tan delgado que el viento podría destrozarlo con una simple brisa, me sujeta con apenas unos dedos, usa ambas manos, pero puedo notar a la perfección que si se me llegara a ocurrir hacer alguna tontería sería capaz de romperme el cuello con una sola mano. Puedo sentir su calor corporal y su peste, ese hedor nauseabundo que reconozco a la perfección de todas las veces que en el Campamento Mestizo me veía obligada junto a otros campistas a entrenar con armaduras encima, el sol veraniego y el metal que nos poníamos encima siempre funcionaba a la perfección para darle un toque repulsivo al sudor del resto del los campistas que no tuvieran relación alguna con Afrodita. Tengo encima mío a un soldado, a alguien armado y bien protegido por una armadura y quisiera poder quitármelo de encima pero todo lo que puedo hacer es llorar.
Me duele todo, desde los pies hasta la cabeza, pasando por cada centímetro sin olvidarse de ni uno solo, me arde la garganta como si me la hubiera raspado yo misma con algo oxidado, la espalda me quema como si estuviera prendida en fuego, la cabeza me da vueltas y la peste que rodea mi rostro me deja muy claro que tengo la cabeza recostada en un charco de sangre y mi propio vomito.
No puedo ver nuevamente, no puedo hacer absolutamente nada en mi estado, tan solo llorar, retorcerme de dolor y lamentar mi existencia. Tengo las mejillas empapadas y algo me dice que no es solo por lágrimas. Algo me dice que aquello que por mi mejillas se desliza es sangre, la mía propia que se desliza monstruosamente desde mis ojos. Y aunque se que debería intentar pelear, a pesar de que quiero huir y jamás mirar atrás, todo lo que puedo hacer es sufrir.
Y escuchar esos gritos, esos malditos gritos.
Los gritos más horribles que jamás he oído.
Es la voz de un niño, un niño pequeño, no debería de tener más de doce años, la voz de un niño que está cerca, de un niño que no puedo ver pero que sé a la perfección que lo quiero con mi alma entera, que elegiría su felicidad por sobre la mía mil veces, que elegiría mi sufrimiento sobre el suyo infinidad de veces
–¡No! ¡No, por favor, no! ¡No! ¡No! ¡No!
Siento la bilis en la boca con ese último grito pues rompe por completo su pobre voz y porque se extiende tanto como su destrozada garganta se lo permite. Es solo un niño, un niño al que le están haciendo demasiado daño, eso solo un niño que no puede defenderse, un niño al que amo y que no puedo proteger de aquella manera en la que prometí protegerlo.
–¡Por favor! ¡PADRE POR FAVOR! ¡No! ¡No me lastime! ¡No!
Sus sollozos es todo lo que se escucha, no escucho al soldado encima de mí, no escucho a la persona que lo lastima forcejeando en lo absoluto, insultándolo o tan siquiera intentando convencerse en voz alta de que no es ningún monstruo a pesar de que definitivamente lo es. Solo están esos gritos, solo está el niño.
–¡Soy un buen hijo! ¡Soy un buen hijo! ¡Soy un buen hijo! –repite una y mil veces como si eso fuera a salvarlo, lo repite una y mil veces porque ese maldito monstruo le ha convencido que aquello es un castigo, le ha convencido que se merece aquella tortura cuando no aquello no era cierto en lo absoluto. Aquel acto era crueldad pura, producto repulsivo de una mente enferma y podrida en maldad. Aquel niño no se merecía castigo alguno, aquel niño era bueno, aquel niño era un buen hijo–. ¡Por favor padre! ¡Soy un buen hijo! ¡Soy un buen hijo, padre! ¡SOY UN BUEN HIJO!
Intento avanzar de forma patética, retorciendo las piernas para intentar arrastrarme hacia adelante, pero el soldado me toma del cabello, siento que a los propios Fobos y Deimos burlándose de mí por todo el horror y temor que me rodean. No puedo ni rogar por piedad porque de inmediato él me estampa contra el suelo.
No tengo fuerzas para gritar o sentir dolor, solo puedo sentir como la sangre y el vomito se pegan a mi piel.
–Soy bueno –ahora solo queda un rastro doloroso y destrozado de su inocente voz, solo quedan restos de lo que él era antes–, soy bueno, padre, un buen hijo. No hice nada malo, padre, no hice nada malo.
Logro extender una mano hacia la voz, hacia el niño que no he podido proteger. –Plexipo –pronuncio sin fuerza alguna, solo puedo estirarme un poco hacia él porque el soldado me deja, porque le parece aburrido detenerme o porque honestamente le parezco una molestia tan insignificante que sabe que no represento amenaza ninguna–, Plexipo, hermano mío.
–Mamá –solloza Plexipo, destrozándome por completo el corazón–. Pandión, ¿dónde está mamá?
Me tiembla el labio y sollozo con fuerza cuando me veo incapaz de responderle, araño el suelo de piedra rasposa por no haber podido defenderle, por haber permitido que le hicieran a él, un pobre niño inocente y ajeno a cualquier crueldad o crimen, lo mismo que me hicieron a mí.
Es solo un niño, mi pequeño hermanito, y he permitido que ese monstruo lo lastimara sin motivo alguno.
Me arrancan un grito de la garganta cuando vuelven levantarme la cabeza al tirar de mi cabello.
–Esto es lo que pasa cuando osáis a desear la mujer de otro, pequeños trozos de mierda –me dice mi padre, con esa rabia que solo puede salir de un hombre que está tan equivocado que se ha convencido con sus propias farsas y excusas–. Soy vuestro rey, repugnantes gusanos, y cómo solo sabéis respetarme de una forma, como solo sabéis respetarme cuando imparto violencia, pues de vuestra forma se harán las cosas.
Respirando pesadamente, sabiendo que nuevamente estoy a punto de vomitar, le digo. –Os juro ante los dioses que somos buenos hijos.
Me vuelve a estampar el rostro contra el suelo, no duele eso sino el pie que me rompe los dedos. No se contenta con pisarme, no, restriega su pie como si estuviera matando a un insecto. Sé a la perfección que es así como me ve, como un simple insecto.
Grito y grito sin parar, me retuerzo y todo lo que logro es que el soldado me tome del brazo izquierdo con gran brusquedad para partírmelo por completo. Se me escapa el aire y solo le ruego a los dioses que me dejen morir, solo pido que me dejen descansar de todo este dolor, solo quiero algo de piedad, solo algo de ayuda.
Soy un buen hijo. Somos buenos hijos.
¿Por qué nos han hecho esto? ¿Por qué los dioses no nos han protegido? Hemos rezado, venerado, y sacrificado en nombre del Olimpo, hemos entrenado nuestros cuerpos para algún día morir honradamente en batalla en sus nombres, alejando al enemigo o conquistando tierras en sus nombres.
¿Por qué nuestro abuelo paterno ha permitido que su propio hijo nos hiciera esto? ¿Dónde está nuestro abuelo materno para protegernos?
¿Dónde están los omnipotentes y omnipresentes dioses cuando los inocentes los necesitan?
Me despierto casi saltando de la cama, con el corazón a punto de salir disparado lejos de mi cuerpo y bañada completamente en sudor, siento la bilis acumulándose en mi garganta a la vez que se me va por completo la respiración, no puedo parar de llorar y la cabeza me da vueltas. Quiero limpiarme las lágrimas pero sencillamente no sirve de nada, sigo llorando y mis mejillas siguen mojadas.
Plexipo y Pandión.
¿Quiénes son Plexipo y Pandión?
Salto lejos de la cama y me acerco desesperada a todos los libros que traje, congelando la habitación completa, dejando todo bajo capas y capas de hielo y nieve. Plexipo y Pandión, hijos de un rey griego, nietos de Poseidón, torturados por su padre. No recuerdo haber leído jamás algo sobre esos dos pero debe de estar por algún lado, debe de estar, necesito encontrarlos y saber quienes son en verdad, necesito saber por qué he estado en el cuerpo de Pandión, por qué estoy viendo esa parte de su vida, qué tiene que ver todo eso con el destino que me espera si no cumplo la misión que los dioses me han encomendando.
El abrir repentino de la puerta hace que pegue un brinco y que sin pensármelo ni un solo segundo haga crecer púas de hielo afiladas como espadas hacia la puerta.
–¡Elsa! –la voz de Hiccup está entrecortada, no por la amenaza del hielo, las púas las ha desviado con facilidad gracias a su control sobre el agua–, ¿estás bien? –pregunta apresurado, ignorando el hielo y la nieve, avanzando sin miedo hacía mí–. ¿Qué has visto?
–Plexipo y Pandión –respondo con la voz temblorosa–. Plexipo y Pandión –repito, aprovechando que se ha arrodillado a mi lado para tomar con fuerza sus hombros, congelando por accidente un poco su ropa–. ¡Plexipo y Pandión! ¿¡Quiénes son Plexipo y Pandión!?
–¿Qué? No... no lo sé –es todo lo que logra responderme.
–¡Son tus sobrinos! –le reclamo como si algo de lo que había ocurrido en el sueño fuera de alguna manera culpa suya–. ¡Su padre es uno de tus hermanos! –no puedo evitar enojarme como nunca–. ¿¡Cómo no puedes saber quiénes son!? ¡Tu hermano los torturó!
No puedo parar de llorar mientras lo observo confundirse más y más.
–¡No conozco a todos mis hermanos! –se defiende con obviedad, frunciendo un poco el ceño, tengo ganas de empujarlo lejos de mí para que me deje buscar en paz por algo de información sobre esos dos niños, pero él rápidamente me acuna el rostro y me aleja de los libros–. Eh, eh, para, te estás haciendo daño, lo estás congelando todo y estás fatal. Toma aire, relájate.
Aprieto la mandíbula con fuerza mientras niego. –Tengo que saber quiénes son.
–Y te ayudaré a buscar en todos los libros que haga falta –promete firmemente–, pero primero necesito que respires profundamente, ¿de acuerdo?
Es un mentiroso, justo como sus hermanos, primos, tíos y su propio padre.
Ahí están de nuevo esas voces, martilleando mi cabeza con crueldad.
Todo hijo de Poseidón es un monstruo, todo nieto de Poseidón es un monstruo, todo sobrino de Poseidón es un monstruo. Porque Poseidón mismo es un monstruo.
No... no, no, Hiccup no es como ellos.
Su sangre está maldita, sus tronos malditos, su descendencia podrida por todos sus pecados y sus locuras.
Él no es como los demás.
Monstruos todos, sin excepción. Infelices todos ellos, infelicidad reparten para no ser los únicos.
No. Hiccup no es como ellos.
Solo en el momento en el que se detiene por completo me doy cuenta de que estaba causando una nevada en mi habitación. No puedo evitar romperme a llorar, no puedo contenerme más el dolor de todo mi cuerpo, no puedo seguir con todo el cansancio, me dejo caer bruscamente en el pecho de Hiccup para llorar. Él me rodea con fuerza, me apretuja sin ninguna duda contra su cuerpo y a pesar de la fina capa de hielo que todavía está en su ropa él me besa la cabeza y la frente con todo el cariño y el cuidado del mundo.
–Lo hice a propósito –le confieso sollozando, incapaz de seguir manteniendo absolutamente todo con candado en mi cabeza–, quería seguir viendo que había pasado con esa familia, quería saber más, necesitaba respuestas.
Lo escucho suspirar pesadamente, como si él también estuviera a punto de confesar algo. –Lo sé, copito, lo sé, lo entiendo.
Entre hipos sigo hablando. –Lo siento, lo siento, te estoy ocultando tantas cosas. No te lo puedo contar, lo intento, pero no te lo puedo contar.
Sus manos me apretujan y yo me aferro con fuerza a su ropa. –Me lo contarás cuando estés lista, no pasa nada, copito, no pasa nada.
–Eran solo niños –mascullo destrozada–. Eran solo niños y les hicieron tanto daño, su propio padre, su propio padre les hizo tanto daño.
Siento como besa con delicadeza mi frente. –Siento tanto que hayas que tenido que ver todo eso, que estés pasando por tanto por tu cuenta –estar un poco más tranquila que hace unos segundos ayuda a que me dé cuenta de que Hiccup duda un poco antes de hablar–. Elsa... tienes que dejar de intentar tener estos sueños, ¿me puedes prometer eso, copito? ¿puedes prometerme de que no seguirás buscándolos?
Aprieto con fuerza los labios antes de ocultar el rostro en su cuello. No podía asegurarle absolutamente nada, prometer algo en estos momentos sería mentir descaradamente. –Yo... –intento empezar a hablar, él de inmediato vuelve a hablar.
–Solo por un tiempo, por favor, solo por unos días.
Tomo aire, solo unos días, necesito alejarme de esto solo por unos días, son solo unos días.
–Está bien, lo prometo.
Me acunó el rostro con delicadeza para dejar un suave beso sobre su frente, no puedo dejar de llorar, no puedo parar en ningún momento, sencillamente no puedo, me duele todo, el cuerpo me pesa y tengo el corazón completamente destrozado.
¿Quiénes son Plexipo y Pandión? ¿Qué les hicieron exactamente? ¿Por qué les hicieron eso?
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Un capítulo intensito, ¿eh? Algo un poquito, solo un poco, violento para saber más sobre la familia que aparecía en los sueños de Elsa, ahora tienen nombres, pero siempre es bueno recordaros que con personajes tan poco importantes de la mitología los nombres tienden a variar demasiado, no es fácil encontrar información de ellos y mucho menos si en lugar de tener algo de Internet tienes que rebuscar información mediante todo tipo de libros de antiguos mitos y dinastías.
Tal y como he dicho antes, por mucho que esas voces sigan en la cabeza de Elsa, realmente no quiero que ella en verdad empiece a desconfiar ni nada parecido, ella confía plenamente en Hiccup.
Me pregunto si ya sabéis por qué Elsa no puede ver nada durante sus sueños.
