INUYASHA NO ME PERTENECE, SALVO LA HISTORIA QUE SI ES MÍA.
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El contrato
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Capítulo 3
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No había cambiado en absolutamente nada.
Seguía teniendo esos aspavientos que la aterrorizaron cuando era una adolescente.
Cuando se conocieron luego del incidente de la patineta, él parecía ser un chico normal, de ciudad y con modales estrafalarios, pero en absoluto malvado. Incluso la invitó a tomar algo en su casa con su particular estilo.
―Hay naranjas en la casa y se van a desperdiciar y estuve pensando que es mejor invitarte un zumo que echarlas al cubo de basura.
―Debo decirle al abuelo…
―Puedo asegurarte que nadie te hará nada y puedes estar tranquila que no eres mi tipo ―el chico estaba decidido en llevarla.
El interior de la casa principal del rancho Followstone era enorme y lujoso. Kagome quedó con la boca abierta con tanta ostentación siendo una chiquilla que vivió en Great Falls toda su vida.
―Tiene como cuatro televisores…
― ¿Cuatro? Por supuesto que hay más ―le decía él sirviéndole el zumo―. Toma esto como pago por ayudarme cuando caí de la patineta y también para advertirte que no debes decirle a nadie que lo viste.
El particular estilo del muchacho encandilaba a Kagome.
Fue la primera vez de tantas veces que Kagome cruzaba la cerca y entraba a Followstone para encontrarse con su nuevo amigo, que era un bocazas, pero era muy divertido.
Una tarde mientras él le enseñaba la biblioteca del rancho, fue que Kagome se topó por primera vez con un enorme libro de recetas de cocina.
La muchachita lo ojeó con placer imaginando los sabores que podrían prepararse.
―Ni sueñes que te preste ese.
― ¿Por qué?
―Era de mi madre ―la voz del muchacho bajó de tono―. No sabía cocinar, pero ese libro era de su biblioteca y alcanzó a salvarse. Creo que le gustaba leerlo.
― ¿Crees? ―preguntó la chiquilla curiosa.
―No la conocí mucho porque murió cuando era niño ―el muchacho se puso melancólico, pero se recompuso enseguida―. Te puedo comprar una revista de moda por suscripción así quizás aprendas a vestirte, niñata.
Pero extrañamente esas bonitas semanas de verano de preciosa amistad tuvieron un antes y después.
Fue una mañana cuando Kagome cruzó hacia el rancho llevando una canasta de muffins para compartirlas con su amigo mientras veían un programa de videojuegos que se topó con que Bankotsu estaba en la orilla de la pileta conversando con un hombre mayor que parecía ser su padre.
El adulto la miró ferozmente como si se tratase de una intrusa a la que debía aplastarse así que la joven miró hacia Bankotsu buscando refugio.
― ¿Qué haces aquí? Nadie te ha dicho que entraras ―la retó Bankotsu
Kagome pensó que bromeaba.
― ¿Quién es…esta muchachita? ―preguntó el adulto
―Es la vecina que siempre viene a pedir limosnas…
Kagome quedó estática al ser negada de esa forma.
― ¿Seguro que no es una amiguita tuya…?
― ¿Amiguita, padre? ¿Qué no la has visto? Soy el heredero de Followstone y un Anderson ¿acaso me fijaría yo en una chiquilla fea, bizca y sin gracia?
Kagome creyó estar en una pesadilla y corrió antes de seguir oyendo las cosas horribles que también le dijo el padre de Bankotsu.
Lloró toda la noche pensando en alguna explicación al comportamiento de Bankotsu.
Las cosas se pusieron peores durante el resto del verano. Le quedaban pocos días a los Antes de volverse a la gran ciudad de dónde venían, pero para Kagome fueron largos y duros.
Great Falls era un pueblo pequeño y era difícil de esconderse de las personas.
Si se topaba con Bankotsu en algún lugar público y si estaba en compañía de alguien más, siempre le escupía una frase dolorosa.
― ¡Pero si es la Bizcachuela!
Y todo reían.
Kagome no tenía más remedio que huir y llorar en silencio para no preocupar a su abuelo. Terminaba el verano y Followstone se cerraba.
Y aunque Kagome fue insultada por el joven matón de esa familia, lo cierto es que los sentimientos no se podían controlar y menos con la fuerza con la que emerge en la adolescencia.
Kagome se había enamorado de aquel rufián.
Recordaba su gentileza y no se explicaba el cambio.
En el verano siguiente, el rancho volvió a reabrirse y la familia Anderson regresó a tomar unas vacaciones. Kagome estuvo esperando todos esos meses mirando el calendario, aguardando el regreso de él.
Las cosas no fueron diferentes, en público se comportaba bastante grosero gracias a la impunidad que le generaba ser el rico heredero de un hombre poderoso.
Fue uno de esos días cuando uno de los empleados del rancho apareció sigilosamente en la granja donde Kagome estaba limpiando unas setas.
El empleado le dijo que su patrón, el joven Anderson quería verla.
Kagome accedió a ir, pero casi a regañadientes, en parte porque deseaba oír una explicación para tanta crueldad. La hicieron pasar hacia la habitación del chico que ella conocía muy bien.
Él estaba de espaldas mirando fijamente una especie de manta colgada en la pared.
A Kagome le dio un acceso de lastima, pero no quería ser humillada de vuelta.
―Dime pronto lo que quieres que no tengo tiempo para perderlo contigo…
Él siguió sin voltearse.
―Mi padre volverá a casarse…―dijo de repente
Kagome esperaba cualquier cosa menos eso, pero notaba al chico impotente. La chiquilla no sabía cómo lidiar con eso, pero sentía su dolor y lamento.
― ¿Y qué puedo hacer por ti…?
―Ese pedazo de tela no es cualquiera, es un tartán escoces ―dijo sin despegar sus ojos de la tela―. Eso y el libro de recetas es lo único que conservo de ella.
Kagome estaba impactada y no sabía cómo reaccionar ante la información.
―Sé que te gustó el libro así que te lo daré porque no quiero que la nueva esposa de mi padre arrase con el.
―No lo quiero y tampoco lo he pedido ―respondió Kagome ciertamente abrumada por la responsabilidad.
Él volteó y le entregó el libro que estaba bajo una almohada obligándola a cogerlo.
―Estará mejor contigo…―insistió él―. Además, tiene recetas con grasa que serán de tu gusto.
Por un ligero instante a Kagome le pareció que su viejo amigo cómplice amante de los libros y las patinetas regresaba, pero cuando oyeron que ruido de la camioneta del señor Anderson cruzaba el rancho, Bankotsu se incorporó enseguida.
―Vete ahora mismo y llévate el libro.
A la jovencita le hubiera gustado quedarse y entregarle algún tipo de consuelo, pero no podía. Cogió el libro y se marchó hacia la granja a toda prisa a toda prisa.
Para Kagome aquella corta escena nocturna fue definitiva ya que además de compartir la complicidad de compartir la pena de Bankotsu ante la inminencia de una madrastra y la añoranza ante la madre que casi no conocía también la llevó a enamorarse completamente de la cocina.
Siempre le gustó, pero tener aquel libro maximizaba sus anhelos. Preparó todas las recetas posibles y aunque quiso compartir un poco con Bankotsu no se atrevió a llevarlos.
Pero su abuelo los recibió con todo gusto encantado de la nueva faceta de su nieta que comenzaba a explorar más profundamente el gusto que siempre tuvo por la comida.
Aunque la jovencita cogió una ocupación, ciertamente su corazón seguía siendo el mismo del verano anterior que bebía los vientos por Bankotsu Anderson, el muchacho que se portaba bravucón y malvado con ella pero que ella consideraba aún tenía alguna bondad en su interior.
Su abuelo le contó que los vecinos del rancho se marcharon y según oyó decir era porque el propietario se iba casar y quería hacerlo por todo lo alto en la ciudad. Bankotsu se marchó con ellos.
Y de nueva cuenta comenzaban otros meses muy tristes para Kagome sin noticias y además con nuevas preocupaciones varias porque en esa época su abuelo comenzó a enfermar.
Tenía hipertensión arterial y los problemas económicos de la granja lo atosigaban.
El verano llegó y con la familia Anderson regresó a Followstone y según lo que Kagome pudo espiarlos, ya con ellos venía la madrastra de Bankotsu, una mujer bellísima como salida de las revistas de tienda.
Estaba segura que Bankotsu vino con el grupo y quería hablarle para agradecerle por el libro.
Gracias al impulso que le dio a su natural vocación ahora era capaz de hacer bandejas de postres para vender como pasteles y muffins que vendía en las ferias.
Una tarde Kagome regresaba de la escuela y se topó con que su abuelo conversaba con ese hombre de aspecto temible: el padre de Bankotsu.
Aquel imponente millonario se retiró al verla llegar no sin antes dedicarle una mirada despectiva.
Esa noche su abuelo tuvo un ataque cardiaco y murió.
Kagome quedó hecha trizas y totalmente desamparada. Los vecinos se unieron en torno a ella y se encargaron de organizarlo todo e hicieron colectas para costear el funeral.
Kagome simplemente se dejó llevar porque no era capaz de creer lo que le ocurría.
La noche del día que sepultaron a su abuelo, Kagome quedó en el porche de la granja llorando y haciendo que sus lágrimas se confundieran con las gotas de lluvia que caían y que ella no percibía.
Cerraba sus ojos e internamente deseaba coger una neumonía que la llevara con su abuelo.
Sola en el mundo.
¿De que valía vivir en un mundo donde no estuviera su abuelo?
Y fue en ese instante que advirtió que algo caía sobre ella cubriéndole la espalda y los hombros dándole un alivio a la fresca brisa que traía la lluvia.
Cuando miró, vio a Bankotsu Anderson con rostro parado junto a ella.
Le había echado encima aquella manta escocesa la que miraba tanto aquella tarde cuando le expresó sus sentimientos ante el nuevo matrimonio de su padre.
No dijeron ninguna palabra y tampoco se movieron, simplemente permanecieron en vigilia con ella dando rienda suelta a su dolor y él dándole compasiva compañía.
Kagome nunca olvidaría esa noche.
Dos días después, los Anderson regresaron a la ciudad y nunca más volvieron.
Las noticias que vinieron luego es que vendieron el rancho dejando desconcertada a Kagome.
Igual los problemas de ella no eran pocos y no tuvo tiempo de ocuparse en llorar que Bankotsu Anderson desapareciera de su vida ya que tuvo que enfrentar el desalojo por parte del banco quien hizo valer la garantía hipotecaria que tenía sobre la granja.
Kagome sobrevivió gracias a la caridad de los vecinos y al pequeño ahorro que le dejó su abuelo.
Fueron años muy duros para Kagome y se refugió en su gran pasión por la cocina. Tanto que sin estudiar puso ganarse un puesto en las cocinas del hotel más grande en Great Falls.
La mujer se limpió las lágrimas.
Recordar aquellos momentos de su vida que tenía sepultados la ponían muy triste además que volver a ver a Bankotsu Anderson fue un recordatorio de aquella parte de su vida.
Lo conoció tan poco pero tan mucho a la vez.
Intentó recostarse en el camastro cuando la puerta se abrió intempestivamente asustándola.
No era nadie más que Tsubaki.
― ¿No pediste el adelanto?
Que ella le pidiera dinero y en momentos tan difíciles donde se jugaban el trabajo no era gracioso.
―Es que en las circunstancias en la que ambos estamos es difícil predecir nuestro futuro en el hotel ―recordaba la cara de Bankotsu―. No puedo pedir un adelanto cuando ni siquiera sé si conservaré el trabajo.
Eso activó el gen nervioso de Tsubaki.
―Lo del adelanto del depósito no es una opción si quieres permanecer aquí.
Kagome meneó la cabeza.
― ¿No sois capaces de un mínimo de consideración? Ya que, si soy despedida, de todas formas, me iré.
― ¿Qué clase de inquilina eres tú? ¿del tipo estafador de caseras? ―Tsubaki está realmente indignada.
Kagome se sentó sobre la cama.
No tenía animo de pelear con Tsubaki, quien continuó gritándole improperios, pero la joven ya no la oía.
Su mente estaba perdida en aquel antiguo recuerdo de cuando lloraba en aquel porche y él la cubría protector con aquella manta. Tanto era así que era capaz de percibir el aroma que emanaba del tartán: una mezcla de bergamota y limón con toque de la lavanda, quizá del jabón que se utilizó para lavarlo.
Tsubaki se marchó sumamente airada, pero Kagome no la escuchaba en absoluto.
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Al día siguiente, Kagome se preparó para ir al trabajo lo más temprano posible para no cruzarse con Kagura o Tsubaki.
Era miércoles y tendrían mucho trabajo o al menos eso esperaba ya que era día donde las mesas se llenaban.
Su móvil sonó cuando ya estaba a bordo del metro.
Y sólo de la única persona que la llamaba sino era una urgencia del restaurante.
Sango Jackson, su amiga de la infancia que aún vivía en Great Falls y que era camarera en el restaurante del hotel donde trabajó Kagome.
La muchacha se alegró de oír una voz amigable y genuina en medio de todo el caos en la cual vivía actualmente.
―Es que no llamo sólo a saludarte.
― ¿Qué ocurre, Sango? ―Kagome preguntó algo asustada
―Algo que he visto y es muy extraño… ―comenzó a decir Sango―. Me dijiste que alcanzaste a salvar el monolito de tu familia, pero ¿Cómo se explica que lo haya visto en la playa de remate de cosas muebles del Banco?
Kagome quedó helada al saber eso.
Por supuesto debía ser una equivocación ya que ella consiguió un trato con Koga para mantener la titularidad sobre ella.
―No es posible…
― ¡Claro que lo es! Y es más ya hablé con los encargados de la playa y me dijeron que son lotes que aún no pudieron venderse por eso el Banco los trasladó a la playa con el fin de encontrar interesados y específicamente el monolito sigue en puja ¡no hay ningún arreglo sobre ella!
Del otro lado de la línea, silencio sepulcral.
Kagome había pagado miles de dólares, prácticamente la totalidad de su propio salario para destinar al acuerdo que Koga le prometió.
― ¿Kagome, sigues ahí?
Kagome volvió en sí.
―Disculpa Sango, estoy camino al trabajo…y me cuesta hilar dos ideas ―respondió con dificultad ―. ¿Podrías preguntar y confirmar esta información? En específico si Koga hizo validar un trato… ¿podrías hacer eso por mí?
Sango ya había percibido el tono derrotado de su amiga.
―No volveré a llamarte hasta saberlo con exactitud…lo prometo.
Kagome colgó y apenas se liberó un asiento en el metro, prácticamente se echó a el.
Quería creer que todo era un malentendido.
Koga era un buen chico e incluso estuvieron saliendo los últimos meses que vivió en Great Falls.
La hacía reír porque él tenía un increíble talento para esgrimir argumentos y la divertía mucho.
Se llevó las manos en la cabeza.
Bajó del metro presa de una desolación difícil de describir y prácticamente ni siquiera saludó al entrar al trabajo como siempre hacía, sino que se dirigió directamente al casillero a cambiarse.
Revisó las reservaciones para el servicio de almuerzos, pero a nadie le fue indiferente que la usualmente amable cocinera estuviera tan huraña.
Estaba revisando las alacenas cuando sintió arrastrar los tacos que Tsubaki usaba y de otro más. No venía sola.
Kagome cerró los compartimientos y salió a su encuentro.
Era el señor Donald quien venía con Tsubaki.
Y ambos con el rostro muy serio.
―Señorita Smith, trayendo a colación todo lo que ocurrió ayer no me queda más que dar por terminada sus funciones así que puede recoger sus cosas y marcharse.
Kagome esperaba cualquier regaño menos eso.
― ¿Qué…?
― ¿Acaso es sorda? Ya sabemos que es bizca y no quiero adivinar otra discapacidad suya ¡que se largue he dicho!
El hombrecillo se marchó no sin antes darle una profunda mirada de desprecio y hasta de asco.
Pero Tsubaki si se quedó y parecía disfrutar de ver a Kagome a punto del desmayo.
―Ya te dije que conmigo no vas a jugar, perra pueblerina ―reía la bella mujer ―. Convencí al señor Donald que te echara y sabes que es por tu rebeldía que no pienso tolerar. Espero esto te enseñe una lección.
―Pero…pero aun debo cocinar…
―Puede cocinar una de las ayudantes y no es difícil conseguir cocineros en esta ciudad ¿acaso crees que esto es un hoyo parecido a de dónde vienes?
Kagome era un alma noble e inocente y nunca sospechó que Tsubaki fuera tan malvada. Sí la veía codiciosa pero no como una vil artera.
Lo cierto es que acababa de ser despedida el mismo día que se enteró que su amante Koga probablemente también la estafó.
CONTINUARÁ
Hola hermanitas, perdón por los errores, seguimos aquí con nuestro fic.
BESIÑO A PAULITA, BENANI0125, LUCYP0411, ANNIE PEREZ Y bienvenida EARANEL, que gusto que vuelvas a FF.
Gracias por la paciencia.
Paola.
