Ranma 1/2 no me pertenece. Este fic está creado para la iniciativa Rankane Week 2023 de "Mundo Fanfics de Inuyasha y Ranma".
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【Rankane Week 2023】
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―6―
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NOCHE DE INVIERNO EN BRUMAFRIA
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El invierno había tardado en llegar al pueblo de Brumafria. Nadie esperaba que ese año las cosechas fueran buenas y todo aquello afectaba de mala manera al ánimo de los aldeanos.
La hija del herrero tampoco se encontraba de buen humor. Era esa maldita niebla, esa enfermiza capa cegadora que lo emponzoña todo. En los meses más fríos siempre ocurría igual. El pueblo se encontraba a los pies de la montaña helada, ligeramente metido en un pequeño valle, por lo que las densas nubes se agarraban a las casas como si fueran una capa de pegajosa neblina, y así podían pasar meses.
El sol apenas y les llegaba, inmersos como estaban en su paraguas gris de densa humedad. Tampoco lo hacían los viajeros.
Los días transcurrían terriblemente lentos, y más desde que sus hermanas se habían ido de casa, bien casadas ambas con hombres que podrían mantenerlas. Pero ella no tenía intención de que ningún hombre la mantuviera.
Veía envejecer a su padre, que cada vez se ocupaba menos del negocio. La muerte prematura de su madre había quebrado su alegría y espíritu. Los clientes acudían a él en busca de utensilios de forja para labrar, para la casa, y sobre todo, en busca de espadas.
Su padre había sido un brillante hacedor de katanas, las más afiladas, las más letales y exquisitas. Pero ante su desinterés por el negocio, su hija menor había tenido que tomar las riendas para seguir manteniéndose.
A ella aún le faltaban años de práctica, pero había conseguido alcanzar un nivel que no tenía nada que envidiar al de su padre. No en vano, llevaba observándolo desde que era una niña.
Para forjar katanas no se precisaba de fuerza, sólo de habilidad. Pero trabajar el hierro la había dotado de un excelente estado físico; No era una jovencita escuálida incapaz de levantar un cubo, era una mujer joven con brazos fibrosos y cuerpo esculpido en el calor y el golpe. Todo ello bien disimulado dentro de sus humildes kimonos.
Porque nadie debía saber que, en secreto, la hija del herrero hacía todo el trabajo. Las gentes del pueblo dejarían de comprarles, sería un escándalo, ¡una herrería manejada por una mujer! Hasta el momento no les había ido mal, pero no sabía cuánto tiempo más conseguiría mantener en pie aquella mentira.
La herrería se encontraba alejada de las casas del pueblo y ella acostumbraba a trabajar por la noche, cuando todos dormían. Adelantaba el trabajo y fundía las valiosas aleaciones, que después moldeaba y daba forma. Para las horas tempranas de la tarde solía dejar trabajos más aceptables para una señorita, como atender las ventas, sacar brillo a las piezas o retirar impurezas con finas lijas.
Todo aquello la mantenía lo suficientemente cansada y ocupada para no pensar. Porque si pensaba demasiado… Entonces la dominaba la sensación de descontrol, de no ser la protagonista de su propia vida. Hubo un tiempo en el que quiso viajar, unirse a una carreta de comerciantes y ver el mundo, aprender nuevos idiomas, probar nuevos y exóticos platillos, descubrir un paisaje mucho más allá de Brumafría.
Pero todo aquello había resultado ser un sueño imposible, un deseo al que sólo podía asomarse en las madrugadas, después de abandonar la forja y sumirse en su pesado descanso. Había renunciado a sí misma para poder cuidar de su familia, esa era la verdad. Permanecería en aquel pueblo hasta que sus viejos y osteoporosos huesos fueran enterrados en el túmulo de sus antepasados.
Pero aquella noche, mientras la forja ardía y ella soltaba el martillo tras trabajar un buen pedazo de aleación que se convertiría en una preciosa y cara katana, los goznes de su puerta chirriaron al abrirse.
La chica dio un respingo, soltó el metal dentro de la pileta con agua para enfriado y se apresuró en limpiarse las manos.
Y entonces entró un viajero.
Conocía todas y cada una de las caras de las gentes de ese maldito pueblo, por lo que en el mismo instante en el que el viajero alzó la vista supo que no era, ni remotamente, de cerca de por allí.
—Está cerrado —dijo acercándose a toda prisa hacia la puerta, el hombre miró alrededor, parecía perdido.
—Busco al herrero, he escuchado golpes en la forja.
—Como he dicho, está cerrado. Vete —insistió ella, pero él parecía llevar recorrido un muy largo camino. Su gruesa capa de viaje estaba empapada por la lluvia y la bruma, y se frotaba las manos intentando entrar en calor.
—Solo será un momento, vengo de muy lejos en busca del forjador de la katana Destructora de espíritus.
—¿Destructora de espíritus? —dijo ella quitándose los gruesos guantes de piel, llevaba también un mandil de cuero pulido que la protegía de las esquirlas que saltaban durante el modelado de las piezas.
Reconoció al momento el nombre de la katana. Su padre la había forjado hacía años, antes de caer en el ostracismo. Se suponía que su filo era tan afilado que obtuvo la fama de poder segar la vida de los mismos demonios.
—La conoces —afirmó él.
—No, bueno… En todo caso quien la hizo ya no se dedica a eso.
—¿Qué?
—Vete, es de noche y estás en mi casa.
—Yo… he viajado por más de veinte días a pie, no tengo donde dormir —dijo frunciendo el ceño—. Esperaba que el herrero me diera cobijo, aunque fuera una noche.
—El herrero está durmiendo —insistió ella.
—Pero yo escuché… —guardó silencio, la miró de arriba a abajo y en su expresión se atisbo la comprensión acompañada de un deje de horror—. ¡Tú eres el herrero!
Ella dio un salto en el sitio y trató de empujarlo hacia afuera.
—Vete, oh, vete, por favor, vete. Alguien del pueblo podría oírte y venir a averiguar.
—Pero eres demasiado joven para haber forjado a Destructora de espíritus —razonó él retirándose la capa de viaje y dejándola en una esquina, ignorando por completo sus esfuerzos por expulsarlo y dando un amplio vistazo al lugar—. Déjame adivinar, lo hizo tu padre.
—Mi padre ya no forja nada —contestó ella entre dientes—. Y si alguien más lo descubre, entonces yo tampoco lo haré.
El viajero la observó apreciativo. Frunció los labios en un gesto que ella no supo identificar.
—Necesito hablar con él, debe volver a forjar esa espada.
—Estás hablando con la única persona de Brumafria, quizás de todo el valle de la montaña helada que sabe forjar katanas. Y no me interesan tus problemas.
—Pagaré bien —insistió el muchacho, porque ahora que lo miraba, se trataba de un muchacho. No mucho mayor que ella, aunque sí mucho más alto, de anchas espaldas y con un rostro de ángulos rectos, tremendamente masculino—. Solo déjame pasar aquí la noche y mañana hablaré con tu padre, ¡por favor!
—¡Por supuesto que no! —exclamó ella.
—Cien ryos —dijo él sacando de dentro de sus ropas toda una ristra de monedas doradas, relucientes y encargazas en una cuerda. Era toda una fortuna.
La muchacha miró el dinero y tragó saliva, con todo aquello podrían mantenerse varios años. Regresó la vista al viajero quien parecía muy serio en su petición, apretó los dientes y extendió la mano hacia las monedas.
—Bien —dijo a su pesar—, supongo que puedes dormir en una de las habitaciones de mis hermanas.
—Perfecto —sonrió dejando su petate de viaje y acercándose a la forja para entrar en calor.
—Te traeré algo de comer —dijo ella con un suspiro, salió de la herrería y entró en la casa que estaba aledaña, también se llevó la ristra de monedas que dejó a buen seguro en su habitación. Tomó algunos tentempiés fríos de la cocina, apenas algo de arroz que había sobrado de la cena, un par de huevos cocidos y pescado seco. Regresó con el viajero, ya sin su grueso mandil y dejando que las mangas de su kimono le taparan los brazos.
Cuando entró en la forja lo encontró admirando uno de sus últimos trabajos. Era una katana corta, de filo estrecho y aún sin pulir, pero la aleación de carbono era de la más alta calidad. Era una pieza de la que estaba segura, se iba a sentir muy orgullosa.
—Eres buena para ser una mujer —murmuró.
—Oh —dijo ella obviamente ofendida, dejando la comida con un fuerte golpe sobre una mesa de madera—. Gracias, supongo.
—Quiero decir… —pareció reparar en sus palabras demasiado tarde, se rascó la nuca con nerviosismo.
—Sé exactamente lo que has querido decir —contestó con violencia, por desgracia estaba acostumbrada a los desprecios, aunque solía regocijarse al entregar sus piezas y recibir halagos… aunque nunca fueran dirigidos a ella—. No crees que las mujeres seamos tan habilidosas como los hombres.
Si las miradas mataran, el viajero habría muerto allí mismo. Dos veces.
—¡No es eso! Es que… bueno, nunca había conocido una herrera de katanas.
—Tan acostumbrado estás a empuñarla y nunca te has dado cuenta de que el alma de tu katana es de mujer —dijo la herrera con soberbia cruzándose de brazos—. Muéstramela, enseñame la monstruosidad que le has hecho a Destructora de espíritus.
Él tragó saliva, ligeramente intimidado por sus ojos oscuros y refulgentes a la luz de las llamas. El viajero rebuscó en su petate y sacó con reverencia un paquete de tela oscura, lo depositó con muchísimo cuidado sobre la mesa de madera donde estaba su escueta cena. La herrera alzó una ceja y comenzó a retirar capas de tela. Soltó un gemido ahogado cuando vio la katana con restos de óxido, con el filo mellado de forma imposible y partida en cuatro piedras.
—¿Cómo es posible? —preguntó anonadada, tomando uno de los pedazos con manos temblorosas.
—Fue un demonio —dijo él—. Uno especialmente poderoso, arrasó mi pueblo, algunos hombres y yo conseguimos acorralarlo hace dos lunas nuevas… todos murieron —susurró con pesar—. Yo casi muero también, la katana se sacrificó por mí —Y dicho esto se retiró sin pudor la parte de arriba de su kimono, mostrando su pecho vendado en el abdomen, lleno de cicatrices recientes, ella contuvo el aliento.
—Eres un cazador de demonios —murmuró asombrada mirándolo de arriba a abajo, de repente le parecía mucho más alto, más musculoso y apuesto. Él asintió volviendo a colocarse el kimono con un gesto de dolor, dejando el cuello mal colocado y abierto. Tomó la comida y comenzó a comer mientras se apoyaba en la mesa con un suspiro satisfecho.
—¿Puedes arreglarla?
—No —dijo ella—. Es imposible, su espíritu ha ascendido.
—¿Qué? ¿No puedes hacer nada?
—No he dicho eso —dijo mirándolo de reojo—. Puedo reforjarla, pero no será la misma, solo un pedazo de ella.
—Necesito mi espada —insistió—. Ella y yo…
—Entiendo el vínculo de un guerrero con su espada —cortó ella—, entiendo lo que significaba para tí. Era más que una amiga, algo más íntimo. Era tu compañera. Debes rendirle honores, y después yo… Te forjaré una nueva.
—¡No! —exclamó dejando la comida y acercándose a la herrera, colocó sus grandes manos encima de los pedazos de metal, como si con aquel gesto quisiera protegerla, indicar que seguía allí—. Debes resucitarla, si no lo haces tú buscaré alguien que sepa hacerlo.
—¡Es imposible! Entiéndelo, guerrero. Murió de forma honorable en la lucha, ese es el destino de las katanas. Debemos rendirle honores.
El hombre la miró de forma ardiente, y entonces, de repente, sus ojos se llenaron de lágrimas. Apretó los dientes y se giró de forma abrupta para impedir que ella viera la debilidad, la emoción desbordada.
La chica contuvo el aliento, dejó el pedazo de espada que aún sostenía con los demás y avanzó apenas un paso hacia él, tendiendo una temblorosa mano. ¿De donde salía la necesidad de consolar a aquel desconocido?
—Yo te ayudaré —dijo a su espalda, sin atreverse a tocarlo—. Conozco los rituales y las palabras. No tiene que ser ahora, podemos empezar mañana.
Él asintió sólo una vez, tomó aire.
—Necesito una espada, tengo que vengarla a ella y a toda mi gente.
Las manos de la herrera temblaron de emoción y preocupación, no sabiendo si sería capaz de tal encargo, de superar a su padre y forjar una espada más poderosa que la legendaria Destructora de espíritus.
—Lo haré —Las palabras escaparon de su boca como una verdad tan inamovible como el cielo y la tierra.
—¿Cuánto tardarás?
Ella dudó.
—Mínimo un mes.
—¿Tanto?
—Aunque quisiera, el forjado debe enfriar por días para conseguir un hierro firme, no puedo recortar más los tiempos, o la espada será débil y se quebrará.
—Bien, aunque debes saber… Que ese demonio me está siguiendo.
—¿Qué?
El hombre se giró mortalmente serio, su cabello negro y ligeramente largo le tapó parte del rostro.
—Debes apresurarte, se acaba el tiempo.
La herrera tragó saliva y se acordó de respirar. La emoción la embargó, y eso era raro porque debería haber tenido miedo. Pero en su lugar el corazón en su pecho pegó un extraño salto, como si aquel desafío, aquel peligro fuera lo que había estado aguardando toda su vida. Allí estaban las riendas, solo tenía que encontrar el valor de tomarlas.
—Lo intentaré —se encontró diciendo con voz susurrante, tenía una sensación de caída imparable, acunada por el calor de las cada vez más extintas llamas de la forja, y por los ojos del desconocido, brillantes y fijos en ella. Era un hombre roto y desconsolado, pero ella urgía de emoción. Con el corazón salvaje y descontrolado no pudo evitar mirar de nuevo sus vendajes por debajo del descolocado kimono—. Y si viene el demonio, lo enfrentaremos.
—Tú no sabes luchar —gruñó frunciendo el ceño.
—Enséñame entonces.
—No tenemos tiempo.
—Puedes hacerlo mientras el metal reposa o fragua, no todo es golpear con un martillo.
Él pareció pensarlo.
—Pero…
—Soy fuerte —se apresuró dando un paso hacia él—. Y no tengo miedo.
El guerrero inspiró de forma audible.
—No hagas eso.
—El que.
—No te acerques a un hombre que ya no tiene nada que perder.
La herrera le miró feroz y avanzó aún más, sus cuerpos a escasos milímetros con su rostro alzado, desafiante, ¿es que se había vuelto completamente loca? ¿Qué tan desesperada estaba por saberse dueña de sus actos y de su vida por una maldita vez? Sí, lo estaba. Deliciosamente loca.
—He dicho que no tengo miedo —repitió, él gimió de pura contención.
Sus fuertes y encallecidas manos asieron su cintura y la atrajo contra sí, besándola con desespero. No era simple atracción, no era el fuego de la fragua alentando sus corazones. Eran dos almas desconocidas, dos extraños en una noche oscura cuyos caminos acababan de cruzarse. Él con el dolor de la pérdida en busca del consuelo de unos brazos. Ella con la emoción de la aventura, con el vértigo del peligro palpitando en sus arterias.
El beso fue salvaje y abrasador, caliente como el hierro, sus lenguas buscándose en un baile angustioso sin dejarles tomar aire. Sus labios se unían y soltaban para volver a tomarse. Las manos de ella se agarraron a las solapas de su kimono, atrayéndolo más, y él alzó las manos envolviendo su rostro, como si fuera lo más valioso, lo más exquisito que había probado después de una agonía de hambre y sed.
La arrinconó contra una de las mesas de forjado y para su sorpresa la alzó hasta sentarla en ella, apretándose entre sus muslos de forma osada. La herrera se descubrió gimiendo de placer al sentirle duro y erecto. Desconsolada en el placer de tener a un guerrero reclamando por su piel. Las manos de él comenzaron a pelearse con el grueso obi, maldijo un par de veces entre dientes mientras terminaba de aflojarlo y después sonrió victorioso cuando lo apartó por completo y metió las manos entre sus ropas. Sintió la calidez de aquellas manos sobre sus pechos mientras él no dejaba de besarla, y sus labios se deslizaban poco a poco hasta su oreja, tomando el lóbulo con pequeños mordiscos.
Quería más.
Ella se agarró a su espalda y apretó el nudo de sus piernas a su alrededor, él bajó una mano y la deslizó hacia abajo, hasta que la muchacha dio un virginal grito de sorpresa al sentir sus dedos acariciando su centro. Echó la cabeza hacia atrás mientras el guerrero besaba su cuello con pasión enfermiza, moviendo los dedos cada vez más fuerte, hasta que ella comenzó a gemir de forma rítmica, moviendo la cadera anhelante en busca de aquel placer prohibido. Él bufó con el sudor perlando su rostro, echó las manos a su propio obi y dejó caer todas sus ropas de una, quedando frente a ella tal y como le habían traído al mundo.
La chica contuvo el aliento, pues no sólo era la primera vez que veía a un hombre desnudo. Era la primera vez que veía el porte de un auténtico guerrero.
Él la volvió a besar, esta vez de forma dulce, contenida, mientras imparable guiaba su miembro hasta sumergirse por completo en su interior de terciopelo. Ella se asió temblando a su espalda, enterró el rostro en su pecho queriendo estallar de dolor y placer. Él se movió en su interior con sus propios gemidos, reclamándola furioso y compungido al mismo tiempo. No parecía estar creyendo lo que le estaba ocurriendo, aquella unión carnal desprovista de sentido. Solo había deseo, un fuego imparable como la propia forja.
Se adentró de nuevo en ella con más vigor, mirándola a los ojos con fervor radiante. Ella era fuerte, acostumbrada al acero y al fuego. Los golpes que descargaba en su interior la mecían y balanceaban en jadeos maravillosos, su boca abierta, sus ojos enormes y profundos despertaron algo nuevo en él. Una sensación de comprensión y triunfo, una fuerza que creía olvidada después de su terrible derrota.
La besó agónico mientras ella acompañaba sus embates con su cadera, sollozando, agarrando sus cabellos mientras se dejaba ir en su gloria, y el guerrero no tardó en seguirla, fuerte, clavando los dedos en su trasero con apenas unas pocas e histéricas estocadas que acompañó con un gruñido victorioso.
Había sido alucinante. Los dos cuerpos desnudos, resbaladizos y jadeantes. Abrazados de aquella forma íntima, demasiado para dos desconocidos.
Y de pronto unas pisadas, se escuchó un tenue ruido en la puerta y por segunda vez en esa fría noche, la puerta de la herrería volvió a abrirse.
—¡Padre! —chilló la muchacha sin lugar al que escapar, con el cuerpo del guerrero aún calado entre sus piernas.
—¿Se puede saber qué estás leyendo?
Akane gritó y se pegó tal susto que se le cayó la novela al suelo. Pensaba que estaba sola en casa, toda la familia había salido e iban a pasar la noche fuera. Miró al estúpido de Ranma con demasiada frustración, ¿es que ese idiota no tenía peor momento para llegar e interrumpirla? ¿En la mejor maldita parte?
—¿¡No puedes respetar mi intimidad!? —gritó enfadada levantándose de la cama e intentando recuperarla del suelo, pero obvio ese estúpido era demasiado rápido.
Tomó el libro tal y como había caído, abierto y boca abajo por la página que Akane estaba terminando. Justo en esa página.
Ranma sonrió mientras le echaba un vistazo, su prometida pegó un grito intentando recuperarlo de forma inútil.
—Uh… waoh… —dijo sin aliento, Akane, roja como la grana, le arrebató el maldito libro y lo apretó contra su pecho.
—¡Lárgate!
—¿Lees esas… cosas? —dijo confundido, es más, parecía completamente descolocado.
—Es número uno en ventas entre mujeres, para que lo sepas —se defendió sin mirarlo, él se rascó la nuca.
—Pero…
—A las mujeres nos gustan las novelas, nos gustan las palabras. No somos tan burdas como vosotros y vuestras revistas pornográficas, no te hagas el inocente. He visto las revistas que ojeaís cuando no os ven los profesores.
Eso hizo que el chico de la trenza se envarada, sus mejillas también adquirieron un tono encendido.
—¡Yo no lo hago!
—Ya, claro…
—Si quiero ver una mujer desnuda me basta con agua fría —dijo cruzándose de brazos.
—Eso es asqueroso, y raro —prosiguió Akane.
—No más asqueroso que lo que haces tú, pervertida.
—¡Es literatura! —se defendió ella—. No tengo la culpa de estar leyendo justamente esa parte. Y ahora lárgate de una maldita vez.
—Oh, perdón por interrumpirte mientras enriqueces tu intelecto —dijo con tono irónico—. No quisiera que te quedaras sin saber si el padre de ella les obliga a casarse, comienzan una relación de amor/odio y después forja dos espadas y van juntos a derrotar al demonio.
—¿Qué… has… dicho? —preguntó lentamente.
—Había unas chicas hablando de ese libro en clase, creo que termina así.
—¡Aaaaahhh! —gritó ella llevándose las manos a los oídos—. ¡Voy a matarte! ¡Juro que te mataré!
—¿Por qué? Te he ahorrado un montón de horas de descripciones sexuales, no te quejes.
Akane agarró su boken, soltó la novela sobre la cama y comenzó a correr por la casa, mientras Ranma huía de ella entre risas y saltos. Lo que iba a ser una agradable noche con un buen libro a solas volvía a arruinarse por culpa de aquel imbécil que le había reventado toda la historia.
—Aunque quizás —aventuró él entre salto y salto, esquivando el rápido boken—, lo que tienes es curiosidad.
—¿Cómo dices?
—¿Quieres probar a hacer lo que pone ahí?
Akane detuvo en seco el abanicar de su espada de madera, él tenía esa sonrisa socarrona que indicaba que le seguía tomando el pelo.
—Puede, solo necesito un candidato —dijo retomando el golpe que tenía a medias, Ranma frunció el ceño.
—Nadie va a querer hacer eso con una mala bestia como tú —Lo esquivó con las manos en los bolsillos, su discusión había continuado a lo largo de la casa hasta llegar al jardín.
—¿De veras? Pues a mí se me ocurren al menos cinco chicos solo en nuestra clase —dijo apoyándose la espada en el hombro y una mano en la cintura, el artista marcial desorbitó los ojos.
—¡Eh! ¿En quién demonios has pensado? No puedes hacer eso.
—¿Hacer qué? —dijo extrañada.
—¡Imaginarte haciendo NADA con ningún tipo!
Akane se carcajeó como si lo que acabara de decir tuviera muchísima gracia.
—¿Estás celoso de mis pensamientos? ¿De un libro?
El artista marcial la miró como si acabara de tragarse un sapo, sus labios fruncidos de forma desagradable.
—El único con el estómago suficiente para hacer eso contigo soy yo.
Ella le observó ofendida e impresionada al mismo tiempo.
—Eres un imbécil —rezongó dándose la vuelta y regresando a su habitación, era imposible aguantarlo, mucho menos comprenderlo cuando se ponía así.
—¡Pero no imagines cosas raras! —gritó siguiéndola—. No es que yo tenga curiosidad.
—Métete tu curiosidad por donde te quepa —dijo subiendo las escaleras—. Y olvídame una temporada.
—¡Que he dicho que yo no…!
—Mira —dijo Akane suspirando ya en el quicio de su puerta—. Decir que hay que tener estómago para tener sexo conmigo es muy ofensivo. Si quiero hacer eso con algún tipo será mi problema, y en todo caso buscaré alguno al que le guste, así que deja de compadecerte de mí. Estaré bien siempre que te mantengas alejado.
Ranma jadeaba acalorado, frustrado y enredado en sus propios insultos.
—No quería decir eso.
—¿Y entonces qué querías decir?
—Sólo… solo tu no… pienses en otro —murmuró para el cuello de su camisa.
Ella arrugó las cejas antes de comprender lo que quería ese idiota.
—¿Otro… que no seas tú?
Sintió como le dolían las mejillas, Ranma apartó la mirada pero no se movió del lugar.
—¿Tú piensas en mí de esa forma? —volvió a preguntar Akane, él pareció escandalizado.
—¡Claro que no! E-es decir —El chico se pasó el peso de una pierna a otra, se llevó las manos a la cara—, a veces.
Akane casi se cae al suelo de la impresión. Él seguía allí plantado, absolutamente abochornado sin querer mirarla.
—Ah, entiendo —dijo, mientras que el artista marcial parecía estar haciendo esfuerzos por no entrar en auto-combustión. Esa noche estaban a solas, y lo cierto era que se moría de curiosidad. Akane suspiró y abrió un poco más la puerta de su habitación—. ¿Quieres que lo hablemos como personas civilizadas?
—No —negó él—. Se me da fatal hablar —concluyó avanzando un paso hacia ella y atacando torpemente sus labios. A Akane se le escurrió el boken de la mano, golpeando en suelo con un chasquido.
Era un beso tembloroso e inexperto, rudo. Ella suspiró agarrándose a sus antebrazos, él la acorraló en el marco de la puerta. Sus labios se unieron en una respiración profunda y compartida, un perfecto instante de comprensión mutua en el que hablaban el mismo idioma. Sus lenguas se buscaron con un ardor en ascenso, propagándose como fuego por pasto seco.
Dejaron de respirar, comenzaron a tocarse sobre la ropa, a mesar los cabellos del otro mientras sus cuerpos se pegaban, mientras los jadeos y el mareo por la falta de oxígeno jugaba con sus pensamientos.
Ranma se alejó apenas unos centímetros de su boca, tomando aire con ansiedad.
—Akane —pronunció su nombre con voz profunda, completamente sumergido en el deseo.
—Palabras —dijo ella con las manos enredadas en su trenza—, más te vale darme una buena disculpa, y después una compensación por estropearme el libro.
Él la miró con ojos de cachorrillo abandonado, acorralado.
—Quiero esto —confesó tomando con ímpetu su cintura—, pienso en ti a todas horas, a veces te pienso enfadada, otras sonriente… otras… otras… —jadeó cuando ella le empujó hacia dentro de su habitación.
—¿Tanto te costaba? —preguntó impaciente, cerrando la puerta con un golpe seco. Y Ranma no tuvo que decir nada más, sus actos pusieron en hechos las palabras que siempre le costaba pronunciar, hasta que estuvo absolutamente seguro que ocupaba la totalidad de los pensamientos pervertidos de Akane, sobre todo mientras ella gritaba su nombre.
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Sexto día de nuestra semana especial,
ya casi hemos terminado con esta maravillosa locura. Personalmente este fic me gusta mucho. Es algo así como un falso UA, con mucha trampa jajaja.
El tema de hoy era "Noche a solas", y creo que van a aprovecharla bastante bien.
Gracias a todas por vuestros maravillosos comentarios y leo y releo sin parar, y gracias a mis betas Lucita-chan y SakuraSaotome por sus muchos comentarios y anotaciones.
Mañana es el último día de la Rankane Week 2023, así que mañana publicaré el último fic de esta dinámica y regresaré con mi trabajo actual "Cero".
¡Muchos besos!
LUM
