Ranma 1/2 no me pertenece. Este fic está creado para la iniciativa Rankane Week 2023 de "Mundo Fanfics de Inuyasha y Ranma".
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【Rankane Week 2023】
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―7―
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CANTO CAUTIVO
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—¡No, padre! ¡Por favor! —suplicó con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Déjame salir!
—Es por tu propio bien.
—Padre, no hice nada malo —dijo tomando los barrotes entre las manos, su padre la miró furioso.
—¿Todavía piensas eso? ¡Te pusiste en peligro! ¿Qué hubiera pasado si te llega a capturar alguno de esos asquerosos humanos?
Ella le miró con el ceño fruncido.
—No me vieron, nunca me ven.
—Eso no… ¿Qué has dicho?
Se llevó la mano a la boca, sabiendo que se le acababa de escapar uno de sus mayores secretos.
—¿Es que acaso has salido más veces a la superficie? —dijo su padre, el rey, dejando escapar en sus gestos todo el enfado.
—No, yo…
—¡No volverás a salir a la superficie, no volverás a cruzar las puertas de este palacio! —declaró mientras se marchaba con un furioso aleteo.
La pequeña sirena se dejó caer en su celda sobre un esponjoso asiento de coral.
—¡Eso es tan injusto! —gimoteó sabiendo que no tenía nada que hacer, que si el mismísimo rey del mar había tomado esa decisión ella no podría oponerse a sus designios.
Entre los barrotes de su lujoso encierro apareció su mejor amigo. El pequeño pez negro con listones amarillos nadó hasta ella abriendo y cerrando la boca, expulsando pequeñas burbujitas.
—Oh, Pezchan, viniste a buscarme —dijo mientras su mascota revoloteaba feliz por haberla encontrado—. Ayúdame a salir de aquí —susurró con complicidad, el pez asintió, pestañeando disparejo. Volvió a salir entre los barrotes, y para el gusto de la pequeña sirena tardó como media vida en regresar, pero lo hizo con las llaves de su prisión caladas en su cola.
—¡Sí! ¿Quién es el pez más listo de todo el océano? —dijo acariciándolo cariñosa, el pequeño pez agitó las aletas.
Ella tomó las llaves y giró con sigilo la cerradura. Lo cierto es que sabía que a pesar de sus duras palabras su padre era bastante blando con ella, era la menor de sus hijas y su favorita. No tardaría en mandar a alguien a buscarla, quizás estaría libre antes del siguiente amanecer, pero la pequeña sirena no podía permitirse perder más tiempo. Tenía algo que hacer, algo importante.
Se escabulló por estrechas grutas, con cuidado de no ser vista, esquivó las habitaciones de sus hermanas, también las de todos los trabajadores del palacio. Cuando la oscuridad abisal de la profundidad se tornaba más y más espesa, nada más se hubo alejado lo suficiente del palacio, comenzó a ascender.
Al sentir la suave brisa golpearle la cara cerró los ojos y suspiró de alivio, el enorme barco podía estar ya muy lejos de allí. Nadó con todas sus fuerzas, hacia tierra firme, sabía que no le quedaban muchas millas para alcanzar la costa, apenas un día más de viaje, por tanto aquella era su última oportunidad de volver a verle.
Más de una hora después encontró una familia de delfines que le contaron que habían estado siguiendo a un barco, un poco más hacia el norte. Ella les dio las gracias y continuó a toda velocidad, hasta que finalmente la popa de la gigantesca fragata apareció ante sus asombrados ojos.
Los humanos eran increíbles, ¿cómo podían ser capaces de construir semejante artilugio? Era todo un portento. Trepó usando sus brazos por la escalinata formada por tablones tachonados al casco, la noche la amparaba, así que, de nuevo, nadie tenía por qué verla. Y se quedó muy quieta, asomándose por apenas una rejilla de achicar agua, con el corazón martilleando nervioso en su pecho.
Buscó a ese humano interesante, y sus ojos no tardaron en encontrarlo sentado en la baranda de cubierta. Era tan extraño, con sus ojos de color del mar y sus cabellos negros como las algas de las profundidades. Miraba meditabundo hacia la lejanía, pero no tardó en ir a charlar con otros marineros.
—Míralo Pezchan, ¿no es guapísimo? —preguntó, pero su pequeño pez la esperaba en el agua, observándola con aburrimiento, su cola chapoteó impaciente—. Ya sé, solo espera que haga eso —dijo ella agarrándose con fuerza, su cola de sirena apoyada en un saliente de madera que se clavaba entre sus gruesas escamas—. Está a punto de hacerlo.
Y entonces el humano, sonriente, sacó un extraño instrumento de entre los pliegues de su camisa, la sirena le miró codiciosa, conteniendo la respiración.
—Bien, bien. La tocaré —dijo a la multitud de hombres que se amontonaban a su alrededor. Apoyó aquella especie de junco sobre sus labios y de él comenzó a salir una preciosa melodía, aquella encantadora tonada que la había atraído en primer lugar, desde que el barco zarpó de puerto. La sirena cerró los ojos, dejándose encandilar, y de forma inaudible comenzó a acompañarla con su voz, cerrando los ojos, absorta.
La música se extendió a través de las olas y los vientos, la voz de la sirena se hizo una con la melodía. Los seres como ella no podían impedir sentirse atraídos por las canciones y la música, ellas eran pura creación, pero sus voces sonaban muy diferentes bajo el agua.
Sabía de las historias que contaban sus hermanas mayores, acerca de malvados marineros que atraían a las sirenas hasta sus barcos con hermosas canciones, y después las pescaban, se comían su carne y arrancaban sus cabellos. Secaban sus escamas como regalo para sus mujeres, les arrancaban las uñas y los dientes para hacer collares. Las aletas las usaban como finos paños iridiscentes. Pero a la pequeña Akane no le daban miedo esas tontas historias, ella había estado observando a aquel humano y a su instrumento mágico, y sabía que era bueno. Si podía hacer sonar una melodía tan hermosa, debía serlo por fuerza.
—¿Habéis oído eso? —dijo la voz de uno de los hombres, Akane se llevó una mano a la boca y se pegó a la cubierta del barco—. Era la voz de una mujer.
—¿Una mujer en alta mar? ¿Es que te has vuelto loco?
—Podría ser… una sirena —apuntó otro de los hombres, el humano de la canción se echó a reír.
—No seas estúpido, las sirenas no existen.
—Sí que existen —Se excusó el hombre—, atraen a los marineros con sus canciones, y cuando se asoman a la borda del barco les arrastran con ellas hasta el fondo del mar para ahogarlos.
Eso no era del todo cierto. Una vez una de las hermanas de Akane había llevado un marinero a casa, pero lo hizo sin mala intención, para enseñarle el reino. ¡Fue un accidente! Una lástima que no supiera que los humanos no respiraban bajo el agua. El hombre murió, y desde entonces su padre se había vuelto un tanto paranoico.
—Vaya tonte… —El barco se sacudió, aunque lo correcto sería decir que se paró.
Los hombres en cubierta se quedaron muy quietos mientras un crujido desolador se extendía como un lamento por todo el casco.
Los gritos de pánico se extendieron mientras la embarcación zozobraba hacia la derecha, Akane saltó al agua con agilidad, y vio con pánico creciente como el gigantesco portento de madera comenzaba a ser tragado por las aguas negras de forma inexplicable.
Pezchan chapoteó nervioso.
—¡Debo salvarle! —dijo con lágrimas en los ojos—. Está muy lejos de la costa, ¡morirá! —dijo zambulléndose , los hombres caían por todas partes y salían a la superficie, se agarraban a barricas y partes del casco. Akane se hundió más profundo, el barco pronto sería un recuerdo engullido por las aguas. En su base, un enorme agujero delataba el motivo del hundimiento.
La sirena vio como una ballena se alejaba del lugar.
¿Dónde se había metido su humano? No le había visto salir a la superficie, y por más que daba vueltas no había rastro de él, con temor se dirigió hacia el barco en caída hacia el fondo marino y se abrió paso con fuertes empujones de su cola hasta el último lugar en el que le había visto. Descubrió aterrada que se le había quedado una pierna enganchada en una gruesa cuerda.
—Pezchan, ayúdame a liberarlo —pidió a su pez, que al verla tan apurada intentó cortar a mordisquitos la cuerda, ella también tiró, hasta que finalmente le arrancó una bota, y vio que esas cosas que ellos llamaban pies se deslizaba con facilidad fuera de su prisión. Le sujetó de las axilas y tiró hacia la superficie con todas sus fuerzas.
Y nadó y nadó.
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—¿Crees que se encuentra bien? —dijo mientras el sol se alzaba sobre la playa y ella examinaba al humano. Se mantenía muy quieto. Pezchan burbujeó desde el agua.
Akane apartó algunos de sus cabellos negros de su rostro, era la primera vez que tocaba un humano, la primera vez que veía uno de tan cerca, y era maravilloso. Tenía el cabello largo, aunque no tanto como ella, y se lo amarraba en una trenza que ahora se encontraba deshecha. Sus cejas eran gruesas y su rostro anguloso, de ancha y varonil barbilla. No se contuvo y acarició aquel perfil con lento deleite.
—Ojalá… ojalá hubiera nacido humana, Pezchan —dijo con un suspiro mirando resentida hacia su hermosa cola de pez, de color azul con muescas verdes—. Ojalá pudiera cantar a su lado —susurró, y entonces comenzó a tararear la tonada de su flauta, la melodía que la había llevado a él. El humano abrió los ojos, apenas dos rendijas mientras ella sonreía y continuaba con su canción.
—¿Quién… eres? —preguntó débil.
—¡Príncipe Ranma! —exclamó a lo lejos una potente voz de varón.
Sólo entonces Akane comprendió la gravedad de sus actos, se arrastró asustada de nuevo hacia el mar, y nadó hasta sumergirse por completo, huyendo de él. Pezchan la miró con reprobación, ella contuvo las lágrimas.
—No voy a volver a verle, no seas tan duro conmigo —contestó mientras aleteaba tristemente, de regreso a su prisión, sin poder evitar echar varios vistazos fugaces hacia la superficie.
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Aún le quedaban varias millas hasta el palacio cuando delante de ella vio la inmensa ballena que había derribado la fragata de su humano. Las ballenas solían nadar en manadas, no en solitario, y tampoco solían ensañarse con los barcos. Akane se apresuró a su altura, intentando recordar sus clases de balleno.
—¿Por qué hundiste el barco? —preguntó con el ceño fruncido, el cetáceo habló lento.
—Bueno… Para… Océano —dijo, Akane la observó suspicaz.
—Dime la verdad, ¿lo ordenó mi padre?
—Pedir… Rey… —contestó sin alterarse, Akane gimió de frustración.
—¡Lo sabía! ¡Intentó matarlo! —exclamó tirando de sus cabello negros y mirando a su pequeño pez—. No puedo regresar al palacio Pezchan, esta vez si me encerrará para siempre. Debo huir.
Pezchan emitió alarmadas burbujas.
—Escondámonos en las grutas del oeste. Allí estaremos a salvo —concluyó mientras tomaba al pececito entre sus brazos y cambiaba de rumbo.
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Las grutas del oeste eran un lugar frío y extraño. Un páramo desolado en el que no crecían los corales y apenas llegaba la luz. La sirenita se acurrucó en una cueva, rodeada de huevas de pulpo. Oh, cómo deseaba escapar, nadar a otro lugar con aguas diferentes y mareas refrescantes. Ella era una princesa, sabía que no podría sobrevivir mucho tiempo por sí misma. Tarde o temprano tendría que regresar al palacio y aceptar su castigo por desobedecer.
—¿Qué haces ahí dentro, niña? —preguntó una voz cascada desde la entrada de la cueva, Akane se retorció del susto y se asomó con miedo.
—¿Quién eres tú? —preguntó.
Ante ella había una vieja sirena, de cola escuálida y transparente, casi una raspa, cabello largo y canoso y manos con larguísimas uñas que parecían garras.
—Soy la bruja del oeste , y tú eres una de las perlas del reino, ¿me equivoco? —El sonido de sus palabras era como un crujido, algo chirriante, antinatural.
Akane salió tímidamente de la cueva.
—¿Me conoces?
—¿Sabe el soberano del océano que te escondes en mis dominios? No, qué tontería, claro que no lo sabe. Ven conmigo, niña. Estarás cansada —dijo sin esperar respuesta, alejándose a buen ritmo, aunque no tan rápido como para que Akane no pudiera seguirla.
Nadaron poco rato, hasta que se adentraron en una profunda gruta con algas que la pequeña sirena nunca antes había visto. En ella flotaban luminosas medusas rosadas y azules, que iluminaban tenuemente el interior.
—Pasa, pasa. Bienvenida. ¿Quieres conocer tu futuro?
Akane contempló un objeto que nunca antes había visto. Su superficie era plateada como el lomo de un atún, pero emitía luz. Se asomó tímidamente y vio su propio rostro reflejado, se alejó asustada.
—No temas, solo es un espejo, los humanos tienen cosas aún más sorprendentes que esta, allá en la superficie.
—¿Cómo lo sabes?
—Soy vieja y sabia —dijo de forma misteriosa, vertiendo un líquido espeso y verde sobre la superficie del espejo—. Veo un reino gris, dirigido por una mano de hierro. Veo sirenas y tritones infelices, dominados por el miedo a su soberana. Te veo con una corona, malvada y resentida. Un futuro interesante —reflexionó mirando a la pequeña sirenita, la cual se retorcía la punta de sus negros y largos cabellos.
—¿Yo? —preguntó compungida—. No es posible.
—¿Acaso no guardas rencor por tu destino en el fondo de tu corazón? Ese rencor crecerá y con los años se convertirá en odio. Te convertirás en la reina del mar, y serás terriblemente desdichada con esa corona.
—¡Pero yo no quiero ser reina! Yo solo… ¡Lo único que quiero es ser humana para poder cantar a su lado!
—¿Humana? —dijo la bruja con su voz chirriante—. Ya veo, estás enamorada, pero si estás dispuesta a pagar el precio yo puedo hacer realidad tus sueños —sonrió con una fila de dientes puntiagudos. Parecían una ristra de arpones.
Pezchan se movió inquieto e intentó ponerse delante de Akane para llamar su atención, todo eso le daba mala espina.
—¿En serio puedes convertirme en humana? —preguntó ella apartando a su amigo de un manotazo.
—Soy una bruja, niña. Te concederé tu deseo. Escucha atentamente, este es el trato: Serás humana por tres días completos y en ese tiempo debes conseguir que ese hombre confiese que te ama, de no hacerlo te convertirás en espuma de mar. A cambio sólo te pido tu canción.
—¿Mi canción? —preguntó llevándose una mano a la garganta.
—La voz de una perla, la más hermosa y brillante de todas las que habitan el océano. Yo soy vieja y seca, tú eres joven y hermosa. No necesitas cantar para que él te ame.
—P-pero…
—¿Hay trato o no hay trato? —dijo acercándose a ella, Akane la miró con todas las dudas golpeando fuerte contra su pecho, pero la perspectiva de ser humana, aunque fuera durante tres míseros días era mucho mejor que una vida en la oscuridad.
Asintió, la bruja rio con su ristra de dientes en forma de aguja. Agarró a la sirena y la llevó frente un enorme caldero en el que comenzó a echar todo tipo de mejunjes y algas, después enredó su mano ganchuda en los largos y negros cabellos de Akane.
—Esto también lo necesito —dijo mientras deslizaba un afilado pedernal sobre el pelo de la sirena, y después de cortarlo de una estocada lo añadía también al caldero.
La sirenita se llevó las manos a la cabeza en inmediatamente sintió que algo tiraba de su lengua, algo fuerte y antinatural. Su canción salió de ella, blanca y brillante, y la bruja se la comió.
—Ve —dijo con su propia voz mientras le tendía un cuenco de aquel mejunje—. Corre.
Akane tomó la bebida con manos temblorosas y se la tragó de una, después sintió el ahogo del agua como nunca antes lo había experimentado. Pezchan la mordió y comenzó a tirar de ella hacia la superficie.
—Huye princesita, antes de que te atrape —dijo la bruja llenando una botella con la poción y colocándola con cuidado en un estante, a la espera.
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Akane tomó aire, y le dolió. Sentía la cola extraña y los brazos pesados. Se arrastró hacia la orilla y la invadió un irracional alivio cuando sintió el calor de la arena entre sus manos, en contacto con su piel.
Se giró y poco a poco sacó las piernas del agua. Piernas, tenía piernas.
"¡Tengo piernas, Pezchan!" —quiso decir, pero no salió ni un murmullo de su garganta. Se palpó con pesar el cuello y después sus dedos rozaron la punta de sus ahora cortos cabellos.
Sacudió la cabeza, no tenía tiempo para lamentarse. Trató de ponerse en pie, pero aquellas dos columnas que emergían de su cintura parecían estar hechas de algas. Cayó sobre su trasero y se lo palpó con dolor. No iba a ser fácil. Miró a su alrededor y a escasos metros encontró lo que parecía un cubo, se arrastró hacia él y después regresó al mar. Lo llenó con agua y metió dentro a Pezchan, suspiró de alivio y consiguió quedarse sentada, abrazando a su mejor amigo.
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—¡Te digo que había una chica! —dijo el príncipe lanzando una estocada con su sable, su segundo lo bloqueó y respondió de inmediato.
—Cuando te encontramos estabas solo, fue un milagro que consiguieras llegar a nado hasta la costa. Y no había ninguna chica.
—Era preciosa, y su voz… Nunca he escuchado nada igual, parecía un ángel —dijo soñador, dejando de luchar, su amigo suspiró.
—Quizás lo era, porque casi te vas con el altísimo.
—Ella me rescató, estoy seguro.
—Lo que tienes que hacer es encontrar una buena muchacha, una real, y casarte de una vez.
Ranma le miró resentido. Ryoga era tan pragmático que rozaba lo pedante. Bueno, también era un poco pedante.
—Voy a dar un paseo —dijo dándole su sable y saliendo del jardín del pequeño palacete.
El príncipe suspiró, después aspiró lentamente el aire marino. Tomó un par de piedrecitas y las lanzó contra las olas. Sabía que no lo había soñado, ella era real. Continuó su paseo mientras el sol se ponía en el horizonte, y entonces, al volver unas rocas que daban acceso a una pequeña cala se detuvo.
Allí, sentada en la orilla estaba aquella chica.
El corazón se le aceleró mientras se acercaba, ella estaba quieta, increíblemente callada, y miraba taciturna hacia el mar. Estaba desnuda y sostenía de forma extraña un cubo contra su pecho.
Ranma corrió, ella alzó la mirada.
—¿Eres tú? —preguntó atormentado, ella pestañeó abriendo los ojos, sus pupilas se dilataron en sus enormes ojos marrones y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.
Ranma se sonrojó y se dio prisa en desabrochar su camisa, se la puso sobre los hombros agachándose con reverencia a su lado.
—¿Qué te ha ocurrido? ¿Estás herida?
Akane negó rápidamente, intentó ponerse en pie, con el cubo contra su pecho y la camisa bailando en sus hombros, aquello no salió bien.
El cubo voló, Pezchan brincó en el aire, Ranma intentó sostenerla, ella se estrelló contra él. El cubo cayó en la arena, milagrosamente quedó en pie y Pezchan aterrizó dentro de él.
La sirena, gloriosamente humana y desnuda miró a su rescatador con algo parecido a la vergüenza, no estaba muy segura si no llevar ropa era adecuado, por lo que había observado juraría que no. Él apartó la mirada, cohibido.
—Está claro que no puedes caminar —dijo recuperando la camisa de la arena y volviéndosela a tender, Akane asintió con pesar y metió las manos en aquella tela humana, advirtió maravillada los botones y cómo encajaban en los ojales—. ¿Cómo llegaste aquí?
Y ella intentó decírselo, pero de su boca no salió nada.
—¿No tienes… voz? —preguntó dubitativo, ella negó. El príncipe arrugó el ceño—. Ya veo, entonces no eras tú…
El batir de las olas arrastró con pesar las palabras no pronunciadas.
—No importa, necesitas ayuda —dijo reponiéndose, la tomó en brazos y ella hizo amago de pegar un grito, se agarró fuerte a su cuello, él tomó aire y comenzó a caminar de regreso a su palacete. Akane le dio un par de golpes en el hombro, señaló con intensidad el cubo.
Ranma lo miró con extrañeza, aún así obedeció.
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—No tiene explicación posible —decía Ryoga caminando nervioso por la habitación de Ranma. El príncipe seguía sin camisa y parecía tan confundido como él—. ¿Una chica sin voz y desnuda en mitad de la playa?
El príncipe de la trenza se encogió de hombros.
—Puede que haya sufrido un naufragio. Quizás está conmocionada —reflexionó él.
—¿En todo caso, qué piensas hacer con ella?
—¿Qué quieres que haga con ella?
—¡Tendrás que responsabilizarte!
—¿Quieres que le pida matrimonio? —respondió confundido.
—No, no. Pero deberíamos buscar a su familia, ayudarla hasta que consiga a alguien.
—Quizás… —dijo Ranma dirigiéndose a su armario tomando una nueva camisa.
—¿Piensas que podría ser tu chica misteriosa? —preguntó Ryoga con sospecha.
—No, ella no puede cantar.
Pero demonios si no se le parecía, aunque su salvadora tenía el cabello largo. Ah, pero la sonrisa, la sonrisa era exactamente la misma.
—De lo que sí deberías deshacerte es de ese bicho —dijo su amigo señalando hacia la pecera, en la que ahora nadaba el extraño pez negro con rayas amarillas.
—Creo que es su mascota, o algo así.
Pezchan burbujeó irritado. Al príncipe le dio la impresión de que debía de tratarse de una especie venenosa. En todo caso la noche cayó pesada sobre el reino, y el chico de la trenza se fue a dormir, suponiendo que sus criadas sabrían bien qué hacer con la chica.
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—¡Señor, es un desastre! —chilló su ama de llaves entrando como una estampida en el salón, interrumpiendo su desayuno.
Ryoga también se encontraba desayunando junto al príncipe y miró a la mujer con disgusto.
El ama de llaves arrastró tras de sí a Akane, quien miraba maravillada a su alrededor, mucho más acostumbrada a sus piernas que el día anterior.
Ranma se levantó de la silla impresionado, la muchacha que había encontrado desnuda llevaba ahora un vestido humilde, de lino blanco y ajustado con un corpiño negro, la típica indumentaria de las criadas, pero a ella le quedaba simplemente perfecto.
—Señor —continuó la mujer tomando aliento—. No consiente en ponerse zapatos, no deja de quedarse embobada mirando hasta los cepillos de fregar, apenas sabe hacer nada y cuando esta mañana entró a la cocina y le dije que cociera unos cangrejos… señor, ¡los secuestró y devolvió al mar!
Los ojos de Akane se fijaron en el príncipe, se quedó quieta un instante antes de avanzar hacia él, alzando un dedo firme y comenzando a gesticular ansiosa.
—¿Q-qué pasa?¿Qué es lo que quieres? —preguntó mirando aquellos ojos refulgentes, llenos de ansiedad. Sus manos se movían en un aleteo intenso y sus labios parecían querer pronunciar palabras que no llegaban a materializarse.
—Eso es lo peor señor, no para de hacerlo. Oh, es un desastre de muchacha. Mire sus manos, no son manos de criada, y los pies… Le aseguro que esos pies no tienen marcas, ni una uña torcida, ni un callo. Señor, esto de aquí es una atolondrada señorita de la cual no pienso seguir ocupándome —concluyó cerrando la puerta y dejando el problema a cargo de la persona que la había encontrado.
Ranma apretó los dientes ante el portazo, la muchacha se había acercado más, parecía a punto de echarse a llorar.
—Ya, calma, calma —dijo agarrando sus agitadas manos, ella frunció el ceño y volvió a apuntarle con un dedo acusador.
—¿Será que tienes algo que le pertenece? —preguntó Ryoga, quien había atendido a la escena con creciente interés.
—¡El pez! —concluyó Ranma, ella asintió enérgica.
Ryoga suspiró y fue a buscar la mascota de la chica. Cuando Akane vio a Pezchan abrazó con fuerza la pecera, con auténtico alivio.
—Hora de asumir responsabilidades, amigo mío —dijo Ryoga abandonando el salón y dando por concluido su desayuno.
Ranma tragó duro, miró a la muchacha quien parecía estar hablando con el pez, moviendo la boca.
—Supongo… que necesitas ropa —dijo con un atisbo de sonrisa.
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Akane miraba asombrada el paisaje desde la carreta.
El pueblo estaba un poco distante y Ranma solía ir a caballo de forma habitual, pero ese día había decidido que lo mejor era, sin duda, la carreta.
De haber podido la misteriosa desconocida se habría quedado el día entero mirando a los caballos. Nada más verlos le entregó su pecera (llevaba al condenado pez a todas partes) y se lanzó a acariciar su pelaje, a meterse entre sus patas de forma temeraria, a abrirles el hocico y examinar con absoluta fascinación sus dientes. Y ahora, después de mirar durante mucho rato las ruedas y los herrajes, por fin se había subido y sentado de forma recatada. Eso sí sabía hacerlo, qué curioso.
Ella miraba los árboles como si fuera la primera vez en su vida que los veía, y cuando una rama baja estuvo a su alcance se colgó de ella sin dudarlo, como un maldito gato. Ranma tuvo que frenar la carrera, e incrédulo tratar de bajarla agarrando uno de sus pies. Ella le miró como si le estuviera arruinando la diversión.
—Estás loca —jadeó cuando finalmente la chica consintió bajar de la rama, con las manos llenas de frutos y una sonrisa increíble en su rostro.
Corrió a enseñárselos a su pez. Después se metió unos cuantos en la boca y los masticó mientras le ofrecía a Ranma. El príncipe los aceptó impresionado, ¿pero de dónde había salido esa chica?
Cuando llegaron al pueblo su expresión no podía ser más atónita. Dejaron la carreta y la ayudó a bajar, miró hacia sus pies muy serio.
—Tienes que ponerte zapatos —dijo—, en los pies —señaló hacia el suelo, ella negó con la cabeza—. Buscaremos unos que te gusten, si no te harás daño.
La chica reflexionó y asintió a regañadientes, Ranma la guió hacia una tienda local, donde con ese extraño pez mirando desde la pecera, consintió en ponerse unos zapatos cómodos de tacón bajo.
Hicieron lo mismo en la tienda de vestidos, y el príncipe no pudo evitar sonreír cuando la vio vestida como toda una señorita, con un vestido sencillo en colores verdes y blancos, largo hasta mitad de la rodilla y con los hombros al descubierto. La muchacha dio varias vueltas sobre sí misma, maravillada con el vuelo de la tela, él asintió y pagó de forma generosa por más vestidos, tantos como ella quiso.
Agotados entraron a comer en un restaurante, del cual tuvieron que salir corriendo en cuanto ella vio un plato de pescado. Se puso blanca y su pez, el cual llevaba dentro de la pecera, empezó a burbujear y a nadar de forma histérica, golpeándose con los cristales.
Finalmente terminaron regresando al palacete al atardecer, mientras compartían fruta, queso y jamón durante el agradable camino.
—Eres rara —dijo él—. Y necesitas un nombre, tengo que llamarte de alguna forma.
Detuvo la carrera frente a los establos y la ayudó a bajar, ella volvió a cargar al pez entre sus brazos.
—¿En serio no puedes soltarlo? Creo que no es feliz en esa casa de cristal —dijo, ella le miró, después intercambió miradas con el pez.
Caminaron hasta la playa y ella se metió en el mar hasta las rodillas, sin importarle mojar su vestido. Vació la pecera con mucho cuidado y después se quedó largo rato ahí, mirando a la inmensidad, hasta que regresó junto al príncipe.
—¿Estás bien? —Se interesó al ver las lágrimas en sus ojos—. Quizás deberías descansar.
Ella asintió y se dejó guiar de regreso a las comodidades humanas.
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—Es como si estuviera viva por primera vez, todo le sorprende, todo es nuevo para ella —reflexionó Ranma mientras le daba un mordisco a una tostada.
Ryoga asintió pensativo.
—Puede que sea una noble de un país exótico. Quizás uno en el que veneran los peces.
—Ya he prohibido que le sirvan pescado —dijo el chico de la trenza muy serio.
—Y has conseguido que se ponga zapatos.
—Ahora solo tengo que averiguar su nombre.
—Y… ¿qué hay de esa chica? Hablo de tu hermosa cantante —preguntó su amigo, provocador. Eso hizo que el rostro de Ranma se ensombreciera.
—Seguiré buscándola, aún no me he rendido.
—Ya veo.
Las puertas del salón se abrieron y ella entró. Llevaba un hermoso vestido de los que Ranma le había comprado, de factura impecable en colores malvas y azules. Se mantenía mucho más erguida que el día anterior y sonrió tímida mientras ambos caballeros se levantaban y la acompañaban a su lugar en la mesa.
Ranma la miraba sin pestañear, obnubilado con sus ojos curiosos y su sonrisa fácil. Para Ryoga era más que obvio lo que estaba ocurriendo allí.
—Deberíais dar un paseo —propuso—, enséñale la isla, los senderos y las cascadas. Apuesto a que le encantará ver las aves rapaces del camino a la montaña.
Ella asintió muchas veces, el chico de la trenza sonrió satisfecho con la propuesta.
Tomaron una cesta llena de frutas, pan, mermelada y queso. Ranma la guió por caminos ocultos a la sombra de los árboles ancestrales que poblaban la isla. Ella tocaba la corteza de los abedules, aspiraba el aire fresco y metía los pies en los pequeños riachuelos.
Pararon a comer, contemplaron las aves y siguieron ascendiendo por la ladera, hasta que llegaron a una de las cascadas, que con un salto de agua de más de una decena de metros era uno de los lugares más hermosos de la isla. Akane miró a las alturas, asombrada, y después comenzó a quitarse los zapatos y el vestido, hasta quedarse en enaguas. Ranma la observó sonrojado y apartó la mirada.
—¿Qué pretendes?
Pero no llegó a vislumbrar sus intenciones cuando ella ya se había metido de lleno en la cascada y alzaba las manos maravillada. El príncipe sonrió, se quitó las botas y la camisa y caminó tras ella, quien reía sin emitir un solo sonido. Reía a carcajadas mudas. Era extraño.
La alcanzó debajo del agua helada, con la fina tela blanca transparentando y pegada a su cuerpo de forma reveladora. Él también rio, la tomó de la mano para captar su atención y apartó los cortos cabellos de su rostro, hechizado.
—Tengo que saber tu nombre —dijo sumergiéndose en sus enormes ojos—, dímelo.
Ella se palpó la garganta de forma inútil.
—Dímelo, yo trataré de entender —insistió, ella movió los labios lentamente mientras él no dejaba de mirarlos.
—A… —adivinó mientras ella deletreaba de forma exagerada— …la… —ella negó— ¿ka?
Sus ojos se iluminaron.
—¿A-ka… ne? —Akane aplaudió y casi pega un brinco cuando su nombre asomó de entre sus labios—. ¿Akane? ¿Es así cómo te llamas?
Asintió con una sonrisa inmensa, la más brillante que el príncipe había visto jamás. La miró y dejó escapar un suspiro de puro alivio. Sus manos se asieron a su estrecha cintura, los labios de Akane se curvaron de manera diferente, de sorpresa. Sus blancas mejillas se tiñeron de carmín mientras el príncipe se inclinaba sobre ella.
—Es un nombre precioso —dijo sobre su boca, ella jadeó sin ruido, mirándolo intensamente.
Y entonces él pareció recaer en sus actos, se aclaró la garganta y se alejó, saliendo de la cascada.
—Vamos, cogerás frío —dijo llegando de regreso a la ropa. Akane se quedó unos instantes más, quieta bajo la fría corriente, con la decepción en su rostro.
Regresaron por el camino y para cuando llegaron al palacio era casi la hora de la cena. Las criadas montaron un pequeño escándalo al ver las ropas mojadas de la señorita, pero Ranma las ignoró. Se despidió de ella como todo un caballero, con un pequeño beso en los nudillos de su mano, y después tomó una de sus flautas favoritas y salió a pasear por la playa.
No tenía sentido perseguir un sueño en contra de sus propios deseos. No podía seguir buscando a una muchacha que no existía, haciendo de lado a una de carne y hueso. Se pasó la mano por los cabellos, frustrado. Se llevó la flauta a los labios, entonando aquella melodía que tan presente seguía en su cabeza.
Tocó apenas unos minutos, mientras la luna se alzaba menguante y las olas rompían contra el acantilado cercano, y entonces la oyó. ¡Su voz, era su voz! Corrió por la playa hasta que se topó con la figura de una muchacha que emergió del mismísimo mar, rodeada de sombras.
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Akane terminó de peinar sus cortos cabellos frente al espejo, después se pellizcó las mejillas. Para ese día había elegido un vestido de color rosado, aunque tenía muchos más, todos los que le había comprado Ranma.
Hoy tenía que ser el día en el que finalmente terminara por conquistar su corazón, no podía ser de otra forma. Se puso aquellos molestos zapatos y caminó hacia el lugar en el que solían servir la comida, ansiosa por verle. Pero cuando llegó a los salones solo encontró a ese otro humano, el que solía acompañarlo en el palacio.
—Ah, eres tú —dijo sorbiendo de una taza, Akane tomó asiento a su lado y metió la cuchara en aquello que los humanos llamaban mermelada, su nueva comida favorita para siempre—. Tenemos que hablar. El príncipe celebrará su boda esta misma tarde.
Akane se detuvo con la boca llena de mermelada, sus cejas se alzaron de sorpresa. Se puso en pie, recogió su falda, miró ansiosa alrededor.
—Espera, ¡escucha! —Pero Akane estaba demasiado nerviosa para seguir sentada, sus piernas se movieron hacia las habitaciones del príncipe y abrió las puertas con el corazón latiendo rápido en su pecho y las manos temblorosas.
¡Él le iba a pedir matrimonio! ¡La amaba!
Sonrió plena mientras entraba en los aposentos de Ranma, solo para encontrarse una escena insólita. Una mujer que nunca antes había visto se probaba un vestido blanco, mientras varias criadas tomaban el bajo con alfileres y ajustaban el corpiño.
Akane se quedó muy quieta, la mujer se giró para mirarla. Y sonrió.
—¿Y esta quién es? —dijo con su propia voz, ¡era su voz!
Akane se llevó una mano a la garganta y la miró compungida. La mujer era hermosa, de largos cabellos de color morado y ojos rojos como la sangre. Rostro de muñeca y sonrisa malvada.
"Bruja" —pronunciaron sus labios sin palabras, la arpía pareció relamerse.
—No es nadie —contestó un hombre a su espalda. Akane se giró para ver a Ranma, pero él no le devolvió el gesto. Los ojos del príncipe habían perdido su luz, y miraban embelesados a su futura esposa—. No te preocupes, me ocuparé de ella —dijo tomando a Akane como un bruto de uno de sus brazos, y arrastrándola fuera de allí.
La sirenita protestó sin voz, intentó resistirse y golpearle con sus puños cerrados, pero fue inutil y él terminó lanzándola sin ningún cuidado dentro de su habitación.
—No molestes —dijo de forma monótona, las pupilas sin brillo, su rostro sin un ápice de sentimiento o piedad.
Los ojos de Akane se llenaron de lágrimas, pero apenas pudo ponerse en pie para exigirle una explicación cuando su puerta se cerró y el príncipe echó la llave. La sirena intentó mover el pomo de forma desesperada. Después se dejó caer sobre la cama, hecha un mar de lágrimas.
¿Cómo podía haber sido tan ingenua? Había llegado a pensar que él la amaba.
La bruja había hecho trampas, era obvio que la quería muerta. Quizás para hacerse con el trono de su padre, y finalmente ser la soberana del mar. Akane no pensaba permitirlo. Miró con rencor la puerta y se deshizo de su hermoso vestido quedando en ropa interior, se quitó los zapatos y abrió la ventana. Miró hacia abajo. El palacete se encontraba en lo alto de una loma cuyo lateral, apoyado en la roca, dejaba una nada halagüeña caída de varias decenas de metros hasta las salvajes aguas que rompían contra el acantilado.
La sirenita apretó los dientes y saltó.
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La boda tendría lugar junto al mar, así sería por expreso deseo de la novia. Apenas restaban unas horas para el atardecer y Ryoga miraba a su amigo, nervioso.
—Ranma, ¿estás seguro de esto? —preguntó una vez más, el príncipe asintió.
Ranma no había vuelto a ser él mismo desde el día anterior. Había mostrado total desinterés hacia la muchacha de la playa, y ahora sólo tenía ojos para esa nueva chica, la que afirmaba que le había rescatado del naufragio con su hermosa voz.
—Es que no la conoces —razonó Ryoga.
—La amo —dijo terminando de ajustarse el chaqué y mirándose al espejo.
—No deberías precipitarte en esta decisión, ¿y qué pasa con la otra muchacha? Estaba devastada.
Las manos del chico de la trenza se quedaron quietas un instante, apenas unos segundos antes de retomar lo que estaba haciendo.
—¿Quién? —dijo al cabo de un rato, a su amigo no le quedó más que suspirar frustrado.
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Akane intentaba respirar. Jamás se había planteado la idea de morir ahogada.
Milagrosamente la descomunal caída no la había matado, pero ahora, los metros de agua por encima de su cabeza tenían muchas posibilidades de hacerlo.
Las piernas simplemente no funcionaban igual de bien que su cola, y aunque intentaba moverlas de igual manera, el desplazamiento era limitado.
Necesitaba llegar a la superficie, abrió la boca tal y como hacía cuando era sirena, el agua penetró inmisericorde en sus pulmones humanos.
Movió las manos hacia la superficie, era inútil. Miró con añoranza los escasos rayos de sol que penetraban hasta las profundidades, y entonces sintió algo que le hacía cosquillas nadando alrededor de ella.
"¡Pezchan!" —articuló, su pez-mascota se movió a toda velocidad y ayudado por otros tantos peces de diferentes especies sacaron a Akane hasta la superficie. La sirena tosió agarrada a una roca, con las uñas en carne viva y los dientes apretados.
Esa maldita bruja se había quedado con su voz y con su príncipe, y las sirenas no se caracterizaban precisamente por ser comprensivas.
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La apresurada boda había atraído a confusos invitados. Entre ellos se rumoreaba que la novia era una auténtica belleza, que el príncipe había quedado enamorado a primera vista y que la boda no era más que la excusa para no avergonzar a la familia de la chica con su infausta e impúdica unión.
A los pies de la orilla habían situado un altar, que las pobres criadas habían decorado como buenamente habían podido: con telas, flores silvestres y conchas marinas.
También había sillas colocadas en filas paralelas, sacadas de cada rincón del palacete, de formas y alturas dispares.
El párroco del pueblo contemplaba la estampa con el ceño profundamente fruncido, con los brazos en jarras y hondos suspiros. Su pequeña iglesia era mucho mejor lugar para una unión, pero los jóvenes y sus extrenticidades modernas eran difíciles de entender.
El sol caía inexorable cuando al fin el príncipe hizo acto de presencia en la pequeña cala. Caminaba recto y con la vista al frente, como un soldado. A su lado su hombre de confianza parecía mucho más nervioso, de hecho, estaba sudando.
—Esa chica es rarísima, Ranma. En serio, no me gusta. He ido a hablar con ella sobre sus obligaciones con el reino y de pronto me he encontrado dando vueltas por los jardines. ¡Habían pasado tres horas! —susurraba rápidamente a su oído—. Y está el tema de la chica muda, la del cabello corto. Ha desaparecido de sus habitaciones, y la ventana estaba abierta. Ranma, nadie puede sobrevivir a esa caída. Deberíamos mandar a los guardias de palacio a…
Pero su amigo no contestaba a argumento alguno. Tenía la mirada perdida, anormalmente determinado en sus acciones.
Se detuvieron frente al altar, con el párroco observando la muy esforzada decoración improvisada y moviendo la cabeza en negativa. Y entonces apareció la novia.
Todos los presentes contuvieron el aliento, asombrados de su espectacular belleza. Sus cabellos violetas estaban sueltos y adornados con conchas y perlas engarzadas. Como ramo llevaba estrellas de mar y caracolas. Su vestido era hermoso y de un blanco azucarado, de la más fina seda, recogido con un corpiño con lazos. El príncipe no dijo ni una sola palabra, ni una respiración entrecortada, ni una sonrisa nerviosa. Nada.
Ryoga se removió inquieto mientras ella llegaba al altar y ambos novios unían sus manos. El párroco suspiró, queriendo acabar con aquello lo antes posible.
El mejor amigo del príncipe fijó la vista en el horizonte, sentía que algo iba terriblemente mal. Y entonces, allá a lo lejos le pareció ver algo. Algo bastante inverosímil. Se le embotaron los oídos ante una especie de chirrido, un grito que le taladraba el cerebro.
Él y todos los presentes se llevaron las manos a las orejas, a excepción de la novia, quien miraba hacia el mar con furia.
Y a escasos metros de la orilla se detuvo una inmensa ballena.
Su grito de guerra marino resonó por toda la playa, al tiempo que expulsaba una inmensa bocanada de aire por su espiráculo. Los invitados se levantaron de sus sillas y comenzaron a huir mientras huestes de cangrejos emergían de la arena. Las morenas llegaron hasta la costa con sus dientes afilados, y hasta tiburones se dejaron ver merodeando las aguas bajas. La marea comenzó a subir de forma paranormal, y en lo alto del enorme cachalote se elevó la figura de una muchacha, que con un grito mudo apuntó hacia la novia.
Ryoga intentó llevarse a Ranma, pero el príncipe se resistía a dejar a su futura esposa, la cual se había recogido el vestido hasta los muslos y comenzaba a caminar hacia el mar, sin importarle los picotazos de los cangrejos ni los mordiscos de los peces.
—Deberías haber sido una buena niña y morir al atardecer —dijo apretando los dientes—. Apenas te quedan unos minutos para convertirte en espuma, ¡aprovecha tus piernas y camina por la hierba por última vez!
Pero la chica sobre la ballena estaba fúrica, y desde luego no parecía a punto de morir. Ryoga miró la escena intentando entender, tiró del chaqué a su amigo y Ranma se desprendió de él, se retiró los zapatos con sus ojos opacos.
—Debo ir con ella —dijo caminando embobado—. La amo.
—¡Despierta de una vez! —exclamó golpeándolo en la mejilla con todas sus fuerzas, haciendo que el príncipe perdiera el equilibrio y se estrellara contra la primera fila de sillas.
Pero ni eso pareció parar el ímpetu del joven por llegar junto a su novia, quien comenzó a arrastrarse por la arena hasta volver a ponerse en pie.
Akane seguía sobre la ballena vestida de algas, lapas y corales, vio la escena entrecerrando los ojos, sabiendo que se le acababa el tiempo. Resbaló sobre el animal hasta llegar al mar, donde la recibieron tortugas y delfines formando un camino, solo para ella. La muchacha pareció caminar sobre las aguas con pasos firmes, con sus dos piernas surcando las olas en una visión poderosa e insana.
La bruja gruñó.
—Es tarde, hija del océano. Hiciste un trato, ¡ahora eres humana!
La sirenita alzó un dedo acusador, apuntando directamente al príncipe. La bruja dejó caer su vestido hasta que la tela se empapó y los cangrejos comenzaron a treparla, amenazadores.
—Debes morir con el corazón roto, hecha espuma de mar para que el soberano de las aguas arda de rabia contra el mundo humano. No lo veis porque sois débiles, pero los humanos nos quieren muertos, en sus platos y en sus sopas. No quedan opciones, niña, debemos sobrevivir, y para ello el océano debe engullir la tierra. Y tú me lo pusiste en bandeja. El corazón de los humanos es fácil de corromper, tu príncipe no es una excepción.
Akane continuó caminando de forma peligrosa, como si pudiera estrangular a la bruja con sus propias manos. Cuando estuvo a escasos metros se palpó la garganta, la bruja rio.
—No, no te la pienso devolver, ahora es mía. ¡Muere de una vez!
La sirenita, hija del rey del mar, futura señora de las aguas y los seres que en ella habitaban la fulminó con la mirada. Y comenzó a cantar, alzó su boca sin voz mientras los peces se revolvían a su alrededor, retorcidos en saltos imposibles, las olas se alzaron y rompieron a sus pies mientras seguía avanzando hacia la orilla.
Pero no caminó hacia la bruja, se detuvo delante del príncipe. Ranma la miró neblinoso, Ryoga se mantenía al margen, con los ojos desorbitados y escondido detrás de una fila de sillas que aún aguantaban en pie.
Pareció desgañitarse ahogada en silencio, gritó mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y extendía una mano hacia él. La mano de Ranma se alzó en un impulso, tocó su fría y blanquecina piel, sus pupilas parecieron enfocarse, pestañeó intentando librarse de la bruma en su pensamiento.
El sol apenas se asomaba ya en el horizonte.
—¡Es inútil! ¡No te recuerda! —dijo la bruja empezando a caminar hacia ellos, pero varias serpientes marinas se enrollaron en sus tobillos, y los tiburones se interpusieron a su paso—. Todo ha terminado, ¡asume las consecuencias de tu amor maldito!
Y entonces algo en el fondo de su garganta comenzó a brillar, la bruja se atragantó mientras la luminosa voz salía de su interior y revoloteaba varios metros hasta regresar a su dueña. Akane aspiró hondo mientras su canto barría como un vendaval, su voz potente gritó de dicha en ella haciendo que la arena volara en remolinos, que las olas rompieran al revés, que Ranma terminara de abrir los ojos y la mirara anonadado, despierto al fin.
—¿Akane? —dijo agarrando sus dos manos, entrelazando sus dedos, uniendo su frente a la suya con un jadeo—. ¿Eres tú? ¿Fuiste tú todo el tiempo?
Ella asintió derramando lágrimas de alivio.
—Soy yo, Ranma. Siempre fui yo, quería decírtelo.
—¿Pero cómo…?
—Has roto el trato —dijo una voz que era como arañar cristal. Ambos giraron para ver a la hermosa novia rodeada de seres marinos que aún intentaban detenerla—. Aún así morirás.
Akane se retorció de dolor, Ranma se apresuró a estrecharla entre sus brazos mientras ella caía al suelo.
—¡No! ¡Akane! —chilló mientras ella clavaba las uñas en sus brazos.
El príncipe miró hacia abajo, solo para ver sus piernas transformadas en una larga y hermosa cola de pez. Ranma jadeó y la cogió en brazos, ella se agarró fuerte a su cuello mientras el último rayo de sol desaparecía en el horizonte.
—Te quiero —dijo la sirenita con una sonrisa, con lágrimas en sus ojos—. Gracias por todo, gracias por tu canción.
Él la apretó contra sí intentando asimilar lo que veía, y cuando quiso mirarla al rostro, cuando encontró el valor para enfrentar lo imposible sintió su cuerpo deshacerse como la bruma.
De pronto se encontró con los brazos vacíos, sosteniendo la nada. Se giró histérico.
—¡Akane! —gritó adentrándose en el mar—. ¡Akane!
La risa de la bruja parecía una carraca vieja y oxidada, el príncipe se volvió hacia ella.
—¡DEVUÉLVEMELA! —estalló sintiendo las lágrimas en el borde de sus ojos—¡DEVUÉLVEME A AKANE!
—No te puedo devolver lo que ha reclamado el mar —dijo mientras sus cabellos se volvían blancos y sus brazos huesudos, sus manos se transformaron en garras y sus labios se volvieron finos y agrietados, entre los cuales se adivinaban dos docenas de dientes como filos.
Ranma agarró una de las sillas y la estrelló contra el altar convirtiéndola en pedazos, se quedó con una de las patas, rota de forma afilada, y se dirigió hacia el ser que se retorcía en la costa, transformándose poco a poco. Alcanzó a mirarla a los ojos cuando caía en el agua, con sus piernas fusionándose en una cola transparente bajo la cual se adivinaba la raspa. La sirena alzó las manos, Ranma le atravesó el pecho sin compasión.
De la herida brotó espuma blanca y la sonrisa se esfumó de su rostro.
—Las sirenas, las hadas, los duendes y las brujas… Somos cuentos, somos pesadillas, estamos hechos de brisa y bruma, de canciones y noches sin estrellas. Humano, no me has matado, los cuentos solo mueren cuando se olvidan —dijo con su voz chirriante, victoriosa.
Los peces se marcharon, los cangrejos se enterraron en la arena, las olas volvieron a romper pacíficas en la orilla. Ranma se encontró jadeando y con los ojos llenos de lágrimas. En sus manos sostenía su arma improvisada, a cuya superficie se había adherido una capa de sal de color verde.
Todo quedó en silencio, y en la oscuridad el príncipe cayó de rodillas, solo y derrotado.
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Caminaba por la orilla, por el mismo lugar donde la había estrechado entre sus brazos, donde la había perdido.
Los días nunca habían sido tan sombríos, la comida menos apetitosa ni el clima tan frío. Sin su sonrisa todo parecía haber perdido el color.
Una sirena, ¡era una sirena! Ella había sido su rescatadora, ella había vuelto a buscarle y él, como un estupido no había entendido nada.
Se sentó sobre una roca, mirando anhelante el mar.
"Devuélvemela" —pensó, y sintió dolor en el pecho, ganas de echarse a llorar.
—Akane, vuelve —dijo a la bruna marina—. No pude decirte algo importante. No pude decirte que yo también te quiero —confesó triste y sin sonrojo, después sacó su flauta y comenzó a tocar la melodía que ella le cantó, pero esta vez no sonaba alegre, si no llena de pesar. Tocó durante largo rato, repitiendo la tonada hasta que le dolieron los dedos.
Entonces se interrumpió abruptamente y tomó la flauta con rabia, la tiró con todas sus fuerzas hacia las olas en un arrebato. Y se quedó firme, desafiante ante el océano, con los dientes apretados y los pies hundidos en la arena.
El mar se tragó el sol y el viento arrasó la costa. Ranma cerró los ojos.
Las olas batieron contra el acantilado, y se alzaron enormes. El príncipe no pudo huir, una enorme masa de agua se alzó sobre su cabeza y cayó contra él arrastrándolo mar adentro.
Ranma nadó y alcanzó la orilla después de numerosas brazadas, salió del agua salada jadeante y sin zapatos, una carcajada histérica asomó de su boca.
—¿¡Eso es lo mejor que tienes!? —inquirió pegando una patada a una ola—. ¿Es lo mejor que puedes hacer? ¡No te temo, rey del mar!
Se secó la barbilla con la manga empapada de su camisa, apartó sus cabellos hacia atrás y tomó aire dispuesto a dirigirle otra buena arenga de insultos, pero entonces la vio.
Al final de la playa, tirada en la arena, había una chica.
Su corazón dio un vuelco, las pulsaciones comenzaron a latir dentro de su cabeza. Echó a correr.
Prácticamente se tiró encima suya y volvió su rostro para poder verla. Parecía ilesa y lucía un vestido confeccionado de tela iridiscente, como las algas nocturnas.
—¡Akane! —gritó compungido, ella abrió los ojos muy despacio, despertando de un largo sueño.
—¿Ranma? —preguntó enfocándole—, ¿qué ha pasado?
Él la abrazó, rodeó su cuerpo con sus brazos y hundió la cabeza en el arco de su hombro, respirando en su agitación.
—Gracias, gracias, gracias por devolvérmela. La cuidaré bien, prometo que voy a cuidarla mientras viva —murmuró contra su piel, enterrando una mano en sus cabellos.
Akane jadeó.
—¡Vuelvo a tener piernas! —dijo moviéndolas—. ¡Y voz! ¡Ranma, puedo…!
Pero sus palabras fueron acalladas por los sedientos labios del príncipe, quien no pensaba seguir perdiendo el tiempo. Se besaron en la arena hasta perder el aliento, hasta que la noche se hizo profunda y Ryoga salió preocupado en busca de su amigo, encontrándolo felizmente en compañía.
Regresaron los tres caminando, con la luna en lo más alto en una noche extrañamente sin estrellas.
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Hemos llegado al final,
el final de esta aventura de una semana con tantísimas preciosas historias y fanarts, ha sido maravilloso y ahora tengo un montón de lectura pendiente 333.
Gracias a todas por leer y por participar, ¡viva el fandom de Ranma 1/2 y que nos hagan un remake del anime de una maldita vez! ¡Nos lo merecemos!
Sobre este fic lo cierto es que tampoco entiendo muy bien cómo se me ocurrió hacer un retelling de una película de Disney. La sirenita me gusta pero no es de mis favoritas, supongo que tengo ganas de ver la película nueva XD. En todo caso espero que paseis por alto el absurdo OOC, que Ranma no tenga personalidad y todas las licencias creativas, ya sabéis, es por diversión.
Gracias a SakuraSaotome que además me ha prestado muy amablemente un precioso fanart de sirenita para ilustrar esta historia (muaaaaaak) y a Lucita-chan por sus consejos y correcciones, ahora sí, vuelvo a mi fic regular que tengo intención de terminar antes de fin de año.
De nuevo muchísimas gracias a todas.
Siempre vuestra.
LUM
