Capítulo 3. El refugio
Zelda y Saharasala tardaron casi medio día en llegar al campamento de refugiados. Al aterrizar, lo hicieron en una montaña alejada de Términa, y tuvieron que caminar campo a través para llegar. Menos mal que Zelda llevaba con ella la brújula y que conocía muy bien donde estaba el refugio que habían estado construyendo esos meses. Lamentaba, eso sí, no llevar encima nada más que la espada, el escudo espejo y la brújula. No tenía vendas para las heridas de Saharasala. Tenía una fea brecha en la cabeza, y el brazo en una extraña posición. Improvisó lo que pudo, un trozo de la túnica de Saharasala, un emplaste que hizo con hierbas y barro, y también le fabricó un cayado que usar para apoyarse.
Mientras iban camino del campamento, Zelda preguntó a Saharasala cómo había sido capaz de encender la alabarda con fuego.
– Se parecía a las flechas que era capaz de conjurar Link en el Mundo Oscuro…
Saharala le pidió que se metiera la mano en el bolsillo de la capa de la chica. Zelda así lo hizo, y encontró que tenía un collar: un cordel de tela con cuentas y una escama roja al final. Zelda lo supo nada más verla.
– Lord Valú…
– Medli te la puso cuando se acercó a ti, no quiso perder el tiempo con explicaciones – Saharasala caminaba despacio, pero decidido –. Hace mucho, querida Zelda, antes de ser monje del templo del tiempo, ya conocía a los watarara. Me encontré con uno, malherido y a punto de ser devorado por fieras, y le ayudé. En aquellos tiempos, era un pastor. Ese watarara, en recompensa por ayudarle, me dio una escama de Lord Valú y aprendí, gracias a esa escama, a convertirme yo mismo en búho. Viví algunas aventuras, luché, antes de que descubriera mi vocación.
– Te hiciste monje…
– Escuché la llamada de las tres diosas – Saharasala, con sus ojos glaucos de persona ciega, era capaz de mirar a Zelda. Esta tenía a veces sus dudas sobre el sacerdote y su vista, pero no decía nada. En esa ocasión, le dio la sensación de que hablaba con cautela, pero enseguida añadió –: Perdí la vista estando en el monasterio, una enfermedad rara, pero a cambio, pude desarrollar la magia, y por eso puedo seguir transformándome en Kaepora Gaebora, sin necesidad de la escama. Cuando he visitado a los watarara en este viaje, me he reencontrado con mi amigo: resulta que es el padre de Medli. Ella me ha llevado a conocer a Lord Valú, y él en persona me ha dado esta escama para que pudiera ayudarte. No tiene el mismo poder que lo lleves tú que un orni, pero vamos a necesitar toda la ayuda posible, para el futuro…
Zelda aceptó el regalo, y se lo colgó en el cuello, justo encima del medallón de plata de su madre. Tenía la sensación de que la escama era poderosa, pero débil en comparación con la máscara de orni que poseyó una vez, y que el orbe de Din. "Si el enemigo es capaz de tener máquinas voladoras y atacarnos con cañones de luz, no puedo rechazar esta ayuda… Aunque ojalá no tuviera que hacerlo".
Y no pudo evitar mirarse la mano derecha, sin la cicatriz, vacía de poder.
Antes de llegar, Zelda vio a los ornis, haciendo guardia. Uno de ellos aterrizó a su lado, preguntó si estaban bien, y ella les pidió que se llevaran a Saharasala de inmediato para que recibiera ayuda. Kaepora había usado su cuerpo para llevarse todo el golpe, y la caminata había dejado exhausto al monje.
– La ciudad ha sobrevivido, pero el fuego ha destruido varios edificios. Ya se han extinguido – informó el orni. Zelda le miró, pestañeó y dijo:
– Ul–kele, disculpa… Esas pinturas de guerra que os ponéis os hacen irreconocibles. – Zelda se permitió sonreír.
– Soy uno de los capitanes de la guardia, y nuestra líder Medli me ha pedido en persona que os buscara, Zelda Esparaván, antes Shana – los watarara no tenían labios para sonreír, pero no lo necesitaban. Zelda vio que sus ojos chispeaban de alegría. Ul–kele ayudó a Saharasala a subirse a su lomo, de la misma manera que se echó a Zelda cuando se conocieron subiendo a la montaña de fuego.
Otro watarara se agachó frente a Zelda y ella también se subió sobre él. Llegaron así al refugio, un campamento montado aprovechando unas cuevas en la falda de la montaña más cercana a la ciudad. Había un pequeño calvero, y allí estaban la mayoría de las tiendas. Zelda dijo a Saharasala que iría a verle, que primero quería ver cómo estaba Link, y el sabio de la Luz dijo:
– Intentaré ir, hay mucho de lo que debemos hablar…
"Que te has guardado, para contarlo cuando estemos todos ¿verdad, Saharasala?" se dijo Zelda. Mientras se dirigía hacia la tienda principal, fue recibiendo miradas de los habitantes de Términa. La mayoría la observaba con curiosidad, con admiración, con respeto… pero también captó miradas llenas de recelo, de odio, de rencor. Aunque la ciudad había aguantado, habían perdido vidas, y hogares, y puede que la ciudad nunca se recuperaría de la destrucción. Zelda recordó cómo se quedó Lynn tras el ataque del ejército, y todos los fallecidos que habían sido vecinos y amigos suyos.
Se encontró con uno de los chicos que había entrenado. Se cuadró al verla, como le habían enseñado que hay que hacer ante un superior, aunque Zelda nunca se lo había exigido.
– Capitán, el rey se encuentra a salvo. Llevamos a cabo la misión.
– Me alegro, enhorabuena, soldado – Zelda le observó. No tenía más que algunos rasguños –. ¿Ha habido bajas? ¿Cuántas?
– No sé cuántos civiles, pero muchos. De nosotros, solo hay heridos – el soldado volvió a cuadrarse. Zelda notó que estaba nervioso.
– Ha sido vuestra primera batalla. Habéis actuado bien – Zelda se acercó. El chico había hecho un gesto con los ojos, como si estuviera controlando las ganas de pestañear o mirarla directamente –. Ha pasado algo más, ¿verdad? ¿Qué ha sido?
– Capitán, nos costó mucho reducir al rey. No quería abandonar la ciudad, tuvimos que recurrir a la fuerza… – y el chico se detuvo. Se echó a temblar, y no era para menos. Zelda tenía los ojos muy abiertos, fijos en él, la boca tensa, hasta los cabellos parecieron volverse aún más rizados.
– ¿Qué tipo de fuerza? – preguntó, pero no esperó a la respuesta.
"Tenía yo razón, son muy jóvenes e imberbes, la guerra… No debimos reclutarles" pensó, avanzando hacia el interior del campamento.
Había cuatro watararas alrededor de la tienda que ocupaba el centro del campamento. No era la más grande, ni la mejor, pero Zelda sabía, por la posición y por el número de guardias, quien la ocupaba. "Mira que les dije que fueran discretos, que no debía saberse dónde estaba… Pero sospecho que hay un motivo".
Y no se equivocaba. Nada más llegar, uno de los ornis la reconoció como Zelda, la heroína de Hyrule que salvó a Lord Valú, y le franqueó la entrada. Antes de cruzarla, le dijo:
– El rey está de mal humor…
Zelda no se lo podía reprochar. Al entrar, tardó un poco a que sus ojos se habituaran a la oscuridad. Pudo ver que había más de una persona allí. Reconoció la silueta alta y fornida de Kafei, una más pequeña a su lado, con plumas y pico, y, por último, alguien sentado en un rincón, bebiendo de una jarra. En mitad, de espaldas y levantando las manos, soltando un discurso, estaba Link.
– ¿Qué es lo que me estáis diciendo? Cada vez que haya una contienda, ¿debo huir, como un cobarde, y dejar que los demás luchen? – Link estaba de espaldas, no había visto aún a Zelda. Kafei, Medli y Leclas sí, pero siguieron atendiendo al rey –. Es vergonzoso, ser sacado a rastras, mientras arriba el alcalde…
Y se detuvo. Entonces algo vio en los rostros de los demás, porque se giró para mirar a la puerta. Zelda entonces tuvo que contenerse. Link tenía un ojo morado, y un vendaje en la sien derecha. Imaginó que a eso se refería el soldado. Aunque también ella debió haberlo previsto. Link no era un niño, ya era bastante alto, y no iba a dejarse llevar como en el pasado. Por unos segundos, vio alivio en el rostro de Link, pero al instante frunció el ceño.
– Tienes razón – reconoció Zelda –. Asumo la responsabilidad, fue idea mía hacer un protocolo de acción para que, si nos atacaban, primero te pusieran a salvo.
– Y tomaste esa decisión sin consultarme, sin decirme nada. ¡Pero yo soy el rey! Debo estar en el campo de batalla. ¿Cómo queréis que sea rey, si mi pueblo lucha y muere en mi nombre, mientras yo estoy refugiado?
– Un rey vivo – Zelda dio un paso al frente –. Nada de esto tiene sentido, si tú mueres. ¿A quién íbamos a coronar, si no? ¿A un muñeco?
– Con huidas como la de hoy, no veo diferencia – Link cruzó los brazos. Le recordó a cuando se enfurruñaba, entonces siendo el príncipe. Esto, más que irritar a Zelda, le produjo una punzada de nostalgia. Entonces, era más sencillo convencerlo –. Yo no soy tan importante. Si no estoy, el pueblo de Hyrule debe continuar la lucha y verse libre del fantasma que Vaati ha puesto, no porque sea un rey falso, sino porque está dirigiendo este reino con maldad, malgastando el dinero, sin pensar en el pueblo. No es lo que yo quería…
Después de esta última frase, Link se sentó y se llevó las manos al rostro. Siguió un silencio incómodo. Kafei le puso una mano en el hombro a Link, y Medli se limitó a observar la escena con sus ojos redondos de pájaro, evaluando. Se fijó en Zelda y en el collar que llevaba, y solo pestañeó un poco.
– ¿Cómo está Saharasala? – preguntó Leclas. Dejó la jarra, sobre la mesa más cercana, y se puso en pie un poco vacilante. Debía de llevar unas cuantas cervezas, pensó.
– Se ha roto el brazo, por la caída, y tiene algunos rasguños, pero se pondrá bien – Zelda se acercó a Link –. Le dije a los soldados que hicieran lo necesario para traerte a ti y a todos los civiles posibles a este refugio, pero no les ordené que te hicieran daño. Lo siento mucho – y tomó de la mesa un paño que olía a hierbas, sin duda el remedio que Sapón habría dado a Link, y, con cuidado, le pidió que la mirara, para después aplicárselo con delicadeza en el rostro. Al principio, pareció que Link la rehuía, pero no, se quedó quieto. La miró desde abajo, con esos ojos azules tan expresivos que tenía. "Siempre ha sido y siempre será un señor emotivo" se dijo Zelda, mientras le colocaba el paño justo en el punto más morado e hinchado del rostro.
– Creo que deberíamos ir a ver a Saharasala, y también a ayudar con los víveres, ¿verdad? – dijo Kafei. Medli dijo que podría esperar a que el sabio estuviera bien para hablar de lo siguiente que iban a hacer, y Leclas se quejó de que aún no se había terminado la cerveza, pero el Sabio de la Sombra le cogió el brazo, le obligó a caminar y lo empujó fuera de la tienda.
Ni Zelda ni Link les dijeron nada, ni siquiera los miraron. Ahora, se estaban observando mutuamente. Link contuvo un gesto de dolor cuando el frío le traspasó la piel.
– Tú también estás herida…
– Solo tengo unos rasguñitos. Ahora me doy un poco de pomada milagrosa de Hederick Sapón, aunque escuece como mil demonios – Zelda sabía que no era momento de bromas, pero en ese momento lo necesitaba –. Tienes mucha razón, Link, debí decírtelo. Sabría que no querrías abandonar la lucha, pero no nos podemos arriesgar… No me puedo arriesgar a perderte.
El suspiro que siguió a esta frase le dio a entender que, por el momento, Link parecía haber aceptado sus disculpas. Le cogió la mano, le indicó cómo debía sostener el emplaste sobre el ojo morado y se apartó. Tomó un frasco y procedió ella misma a ponerse un poco en el rostro.
– Ahora sí que nos vendría bien la canción de la curación, ¿verdad? – dijo.
– A nosotros, y a todo el mundo… – dijo Link –. Debimos salir de la ciudad. Sabíamos que, cuanto más tiempo pasáramos en Términa, más probabilidades había de que nos atacaran… – Link había mirado a un sitio sobre la mesa. Allí estaba la flauta de la familia real, de la que nunca se separaba y que solía llevar en un estuche en la espalda. También sabía que, bajo las ropas, tenía la Lente de la Verdad. El resto de sus cosas habían volado.
Zelda se dio la vuelta para aplicarse un poco de pomada en el pecho. Al hacerlo, escuchó una exclamación de Link.
– Tienes la espalda llena de manchas de sangre, Zelda…
– Sí, caí dando vueltas… Nos comimos unas cuantas ramas – no se había dado cuenta, porque no le dolían, pero ahora que lo decía Link, sí que se notaba algo molesta.
– No te duele, por lo que no tienes un hueso roto, pero hay que desinfectar eso… – Link se puso en pie.
– Estoy bien… Puedo…
– No, no puedes. A menos que puedas doblar los brazos y estirarlos. Vamos – Link le hizo un gesto para que se sentara –. Yo puedo hacerte una cura, pero si es muy grave, tendremos que llamar al doctor Sapón…
Zelda, medio en serio medio en broma, dijo que estaba estupendamente. Aun así, obedeció. Se quitó las hombreras de metal, la túnica (y comprobó que Link tenía razón, había una gran mancha de sangre en el centro de la espalda), y después la cota de mallas y la camisa, en peor estado. Lo hizo de espaldas a Link, para que no le viera el rostro. Con la túnica se cubrió el pecho y esperó.
– ¿Es grave?
– No, tienes muchas heridas, pero ya no sangran. Voy a… Voy a darte un poco de desinfectante y después la po… poma… pomada…
Puede que hubieran entrado en una guerra que hacía tiempo que esperaban, pero a Zelda se le escapó una risotada al escuchar el tartamudeo de Link. Le miró de reojo, por encima de su hombro, y le dijo:
– Ah, ¿pongo nervioso a su alteza? No será la primera vez que me ves la espalda… – y movió un hombro lleno de pecas.
No escuchó la réplica de Link, porque solo susurró. Al cabo de unos segundos, empezó a sentir el escozor del desinfectante y se quejó. Link se disculpó, y dijo:
– Te va a doler un poco, seré rápido – susurró lo siguiente –. Y yo me quejaba de mi ojo morado…
Tras un rato de dolorosa cura, cuando por fin sintió el frescor de la pomada, Zelda preguntó:
– ¿Qué piensas tú de esa cosa? KG lo llamó "arca".
– Lo mismo que tú. Ya me lo ha dicho Kafei: en algún momento, Vaati debió de tener acceso a la tecnología de los Hijos del Viento, y el rey Lonk ha podido construirla. Espero que solo tenga esa arca, no sé cómo podríamos luchar contra más de esas.
– Es muy obvio – Zelda le miró por encima del hombro –. Vamos a mangarla. Y así, no nos importará no tener el ejército de Gadia ni la ayuda de los gorons, podemos ir al palacio y darles una buena paliza…
Link dijo que no podría ser tan sencillo, que seguro que el enemigo tendría una forma de inutilizar la nave o que estaría bien custodiada. Medli y sus hombres habían intentado aterrizar en ella y no habían tenido oportunidad. Dijo que, viendo como tenía ella la espalda y que Saharasala estaba en la enfermería, sería muy arriesgado.
– De hecho, hay muchas bajas entre los watarara. No quiero acciones tan arriesgadas.
– Los valientes ganan las guerras – Zelda sintió que Link se apartaba. Iba a volver a vestirse, cuando el rey le dijo que no, que tenía que vendar la espalda.
– Las guerras no las gana nadie, solo traen muerte y dolor – fue su réplica. Puso el vendaje sobre la espalda y empezó a desenrollarlo, pero se detuvo al llegar al costado, paralizado de repente. Zelda levantó el brazo y con el otro, tras soltar la túnica con la que se cubría, se ocupó de llevar el rollo cruzando su pecho hasta el otro lado. Link lo tomó. Repitieron la operación varias veces, Zelda soltando bromas con que como la mirara le iba a poner el otro ojo morado. Link respondió, con una risa nerviosa, que él era, ante todo, un caballero.
Cuando ya habían terminado, en el momento justo en que Zelda aceptaba una camisa de Link, porque la suya estaba hecha polvo, entró en la tienda, sin avisar ni llamar, Saharasala. El Sabio de la Luz se detuvo, un instante, y luego dijo:
– Lamento interrumpiros…
– No, claro que no – Link se limpió las manos con un trapo –. Zelda nos ha dicho que estás herido, por favor, siéntate aquí – y el rey le ayudó a acercarse a una silla. Saharasala no replicó. Zelda se preguntó si habría visto algo, pero era difícil con Saharasala. Era ciego, y al mismo tiempo, veía más que los demás.
Detrás de Saharasala estaban de nuevo Kafei, que traía pan envuelto en paño, Leclas, Medli y Ul–kele. Zelda terminó de colocarse la túnica, sin importar lo manchada y rota que estaba, pero no se colocó las hombreras ni la espada ni el escudo espejo, que dejó en la misma mesa donde estaba también la flauta.
– Ahora que estamos todos, tengo que informaros, alteza, de la situación en la que estamos – empezó a decir Saharasala. Hizo una pausa, como si supiera que no todos le estaban prestando atención. Leclas se había servido otra jarra de cerveza, y, al sentir la mirada del abad preguntó si quería un trago. El sacerdote negó con la cabeza y Leclas sorbió la bebida –. Mi misión para contar con la ayuda de los watarara, como podéis ver, ha tenido sus frutos. Medli, su princesa, nos acompaña, junto con su ejército. Han sido ellos quiénes me informaron que el rey falso tenía en su poder un arca, y que estaba ya dirigiéndose a Términa. Lamento haber llegado con retraso y no haber prevenido a la población a tiempo…
– Habéis llegado justo a tiempo para ayudarnos – Link se sentó frente a Saharasala –. ¿Tienen más arcas? ¿Se sabe cómo la han obtenido, o cómo la han fabricado?
– No, no tenemos tanta información – fue la respuesta del sabio de la Luz.
– Gracias a que nos desplazamos rápido por el aire – intervino Medli – mis soldados han podido establecer contacto con otros emisarios de los que no tenéis noticias. Los gorons están divididos, no quieren un enfrentamiento que les pueda exterminar, después de lo sucedido con Volvagia y la muerte del rey Darmanian. Ya se han enfrentado al impostor, y en esa batalla en la que liberaron a ciudadanos de Kakariko sufrieron muchas bajas. Su rey actual, Link VIII, está tratando de convencerles, empezando por los ancianos. El reino de Gadia se encuentra ahora mismo bajo asedio.
– ¿Se sabe algo de la princesa Altea y de su acompañante, Reizar de Beele? – preguntó Link, con el ceño fruncido.
– Llegaron, pero con mucha dificultad. Están a salvo – fue la respuesta de Medli –. El reino de Gadia va a tratar de avanzar, pero el ejército del falso rey Link se lo impide. En cuanto a los zoras, no hemos sido capaces de contactar con ellos, porque están en un lugar inaccesible para nosotros. Las gerudos no son muy amigas de nuestro pueblo, y, aunque hemos enviado emisarias, no hemos obtenido información – Medli agachó la mirada –. Lord Valu nos ha pedido que estemos del lado de los elegidos de la Trifuerza, pero también los ornis somos un pueblo diezmado, no somos una gran fuerza…
– Habéis acudido en nuestra ayuda y muchos ciudadanos de Términa estarán agradecidos – Link sonrió a Medli –. Siento que nuestra presentación haya sido tan brusca, ya estoy menos enfadado.
La orni levantó la mirada, pestañeó y pareció más animada.
– Lord Valú envía sus mejores deseos. Él le ha prestado a Zelda una de sus escamas para que pueda ayudarla.
Zelda enseñó el collar. Le había sorprendido que Link no le dijera nada, pero por la mirada de este supo que ya se había supuesto algo así.
– Bien, parece que, de momento, nosotros somos el ejército de Hyrule – dijo Zelda –. ¿Qué pasos debemos dar? Yo propongo intentar alcanzar esa arca y hacerla nuestra. Si el falso rey tiene juguetes nuevos, que los comparta con nosotros.
– Ya te he dicho mi opinión – Link buscó en un lugar de la tienda. Entre las muchas cosas que Zelda había dispuesto en el refugio, además de víveres, había ropas de cambio, vendas, y también mapas. Link tenía varios en la tienda que era la del líder. Tomó uno de ellos, lo desplegó sobre una mesa, y, usando todo lo que tenía a su alcance (la brújula de Zelda, una de sus hombreras, un frasco del doctor Sapón y la jarra de cerveza de Leclas), lo mantuvo desplegado –. Es una acción muy arriesgada. Prefiero que nos concentremos en ir a ayudar a nuestros aliados – señaló varios lugares: la Montaña de Fuego, el gran lago Hylia, el desierto de las gerudos, y por último Gadia –. Están en problemas.
– Será más efectivo hacernos con el arca… Si la usan para atacar esos reinos, estarán acabados – dijo Zelda.
Link miró alrededor, y notó que no era la única que pensaba así. Leclas parecía emocionado, o quizá era el efecto de todas las cervezas que llevaba encima. Kafei asentía, pensativo, y Medli dijo entonces que podían intentar una maniobra menos invasiva, sino de infiltración.
– ¿Infiltración? – preguntó Zelda, con una ceja levantada. Se había sentado a la mesa, pero tenía un pie sobre la silla, con la rodilla doblada, donde apoyó la barbilla –. Eso es meterse sin hacer ruido, ¿no? No me uséis palabrejos de esos, que parecéis viejos generales.
– Pero en ese caso solo iría una persona, a lo sumo dos. ¿Cómo va a hacerse con el arca una única persona? – dijo Kafei, tras la risotada que soltaron Leclas y el mismo Link.
– Esa persona puede ayudar a los demás a invadir el arca. Una vez lo tenga, manda una señal, y los demás entran y terminan el trabajo – dijo Zelda.
– Y, por supuesto, vas a ser tú ¿cierto? – dijo Leclas.
– Para eso soy primer caballero de Hyrule, gruñón – replicó.
– No me gusta, es muy peligroso. No solo para ti, Zelda, sino para todos los que intervengan.
– Todas las otras acciones serán igual de arriesgadas, Link. Volver a mandar a los ornis para tratar de hablar con las gerudos, los gorons, los zoras o el reino de Gadia puede hacer que los maten por el camino. Quedarnos aquí quietos es una acción inútil – Zelda se incorporó un poco y dijo, apoyando su mano en la de Link, sobre la mesa –. Con el arca en nuestro poder, podremos ir a Kakariko, y enfrentarnos al rey falso directamente. Acabaríamos con la guerra.
Link respondió con un suspiro, y solo pidió que tuvieran cuidado. Medli pidió a Ul–kele que reuniera a algunos ornis, para que empezaran a batir el cielo para intentar localizar el arca cuanto antes.
– Es de noche y estamos cansados. Saharasala y Zelda están heridos. Propongo que mañana por la mañana nos reunamos otra vez y pensemos en los detalles.
– Haremos patrullas nocturnas en el aire, y ya se han organizado las terrestres – anunció Medli. Antes de salir, dijo –: Es un enorme placer conocer por fin al rey de Hyrule y al elegido por la Sabiduría. Estamos muy honrados de unirnos a esta causa.
Kafei ayudó a Saharasala a levantarse, y el abad, tras quejarse solo un poco por el dolor del brazo, dijo:
– Espero que tengáis en cuenta nuestra conversación antes de marcharme – y al decir esto, sus ojos claucos atravesaron a Zelda y a Link. Los dos se pusieron aún más colorados cuando Leclas soltó un "vamos, que es mejor que no os pillen sin camisa otra vez". Se llevó por esto un capón de Zelda. Antes de marcharse, el shariano tomó la jarra y el mapa se enrolló por la esquina.
– Será mejor que vaya a dormir a la enfermería – dijo Zelda, cuando se quedaron de nuevo a solas.
– No – Link le cogió de la mano –. Si mañana vas a ir a una batalla sin mí, quiero estar contigo todo el tiempo posible.
El apretón que sintió Zelda en la mano fue caliente y firme.
No, ella tampoco quería pasar tanto tiempo separados.
