No lo vas a encontrar y van a aparecer unas cuantas putas muertas después de esto. No la correcta, pero sí unas cuantas otras.
Ugh. Raguel lo pasa mal los días subsecuentes... en todos los aspectos. Aislado, aterrorizado, sin tener a quien recurrir ni con quien hablar y teniendo que poner buena cara.
Mientras siguen apareciendo putas muertas en casa del profeta.
Lo que termina por obligarle a bajar de nuevo al infierno esta vez, a buscarle si acaso no lo encuentra en la tierra y es que hacer enfurecer al demonio de la ira no es cualquier cosa.
No, no le va a encontrar en la tierra.
Pues ahí está... bajando las escaleras del infierno.
Como si alguien fuera a hacerle algún caso.
Como si no fuera esto lo que querías, matando a todas esas mujeres inocentes. Se ha vestido de oscuro y además mira a su alrededor pensando que... este es su futuro. Estar aquí. Tiembla como una hoja porque además no le ha dicho a nadie esta vez que viene... de hecho ha hablado bastante poco con el cielo en general, solo lo mínimo indispensable, encerrado por horas solo mirando el libro y pensando en lo que tiene que escribir en él. LO QUE TIENE QUE ESCRIBIR EN ÉL. Y aun así, el corazón le duele cada vez que piensa en Aamón...
De todos modos, como es habitual, nadie le recibe ni nada ahí abajo. Así que ahí está, con el pretexto de salvarle la vida a las mujeres inocentes... tratando de encontrarle algún sentido al infierno y tardándose un rato excesivamente largo en llegar a la sala del trono o como le llamen en estos tiempos.
Aamón está GRITANDOLE A TODOS.
De algún lugar aprendió Belcebú por lo visto. Pues en general Aamón grita a todo el mundo pero ahora está siendo bastante peor de lo habitual.
Raguel se abre paso entre los demonios y debe ser el único que está yendo HACIA Aamón y no al revés, que está sacudiendo a alguien tomándole del pecho.
Raguel intenta acercarse lo bastante para tocarle.
—¿¡QUÉ?! —le ladra sin ni mirar quien es.
Amor. Todo el que puede, por la mano. Deseando que no le mate en cuanto lo sienta.
Se mete un susto porque no esperaba eso
—Soy yo... —traga saliva, mirándole a los ojos.
Es que... el señor de la ira balbucea, ni siquiera sabe cómo reaccionar
—Necesitamos hablar.
—No tengo nada que hablar contigo —aun frunce más el ceño.
—Tienes todo que hablar conmigo, Aamón. Please.
Mira alrededor porque además no es este el lugar. Raguel se humedece los labios.
—En una hora —susurra.
—No.
—Entonces aquí y ahora. Esto es un malentendido.
—¡ARRESTADLE!
Raguel levanta las cejas sin esperar eso.
—¡Al calabozo! ¡AHORA!
Raguel da dos pasos atrás, mirándole a los ojos aún y lo atrapan por supuesto.
No opone la más mínima resistencia y se lo llevan a una celda ¿Va a ir a visitarle?
Sí, como... HORAS luego. Raguel va a estar rezando.
No ayudas.
¿Pues qué va a estar haciendo mientras si no? ¿Masturbándose?
Quién sabe.
Está rezando en silencio...
Pensando en la fea puta María. Ah, no que Aamón no sabe que es fea
¡Paren con eso!
Ahí va Aamón
¿Raguel está solo en la celda? ¿Hay dónde sentarse?
Sí, está solo. No, no hay donde sentarse pero las celdas colindantes están llenas de gente porque estamos de un humor... especialito hoy.
¿Así que llevan todas estas horas insultándole de lo lindo?
Sí e intentado agarrarle. Así que no puede acercarse a ninguna pared.
Se ha hincado en el centro de la celda entonces.
Aamón le mira desde la puerta y pone las manos entre los barrotes.
¿Raguel siente amor? Es solo una pregunta.
Ahora mismo no.
Entonces no levanta la cara ni nota inmediatamente que está ahí.
Aamón se humedece los labios y chasquea los dedos haciendo que las paredes se vuelvan sólidas y los demonios de al lado dejan de oírse y de meter las manos.
Vale, eso si hace que levante la cabeza hacia él.
Le mira.
—Hola
—Habla —ordena el demonio con frialdad.
—No he tenido relaciones sexuales con ningún otro... ser celestial o demoníaco o persona, nunca, más que contigo, ¿vale? Me han mandado a buscar a Jesús y me han dicho que le encontraría en casa de una mujer... de esas que han estado matando últimamente y ella me ha confundido con un... cliente.
Aamón le mira fijamente.
—Y, es verdad, que... no... tenía idea de que esas mujeres existían, así que...
—¿Cómo podría creer eso?
—Porque no tengo ninguna buena razón para que lo que te digo no sea verdad, Aamón.
—Bueno, a mi si se me ocurren algunas buenas razones para mentirme.
—Dudo mucho que puedas ejemplificar aquí al menos una vez en la que te he mentido en mi vida. Ni siquiera sabía que estábamos... TÚ me has dicho que eran besos, ¡nunca mencionaste el sexo en ningún momento!
El demonio se humedece los labios mirándole porque hizo eso con bastante conocimiento de causa.
—Puedes decir lo que quieras, pero TÚ has estado ahí, conmigo y deberías haberte dado cuenta de que hasta ese día no tenía —aprieta los labios—, la más mínima idea... del terrible PECADO que estábamos cometiendo, cada vez.
—¿Y?
—No busco excusas, Dios sabe que... Dios sabe que lo he hecho mal y estoy consciente de que ahora debo afrontar las consecuencias. ¿Pero qué te hace pensar que ahora sabiéndolo iba a ir además con una humana?
—Así que te fuiste con una humana para cortar conmigo.
—No, no me fui con una humana. Punto. La humana lo único que hizo fue abrirme los ojos y decirme que, lo que estamos haciendo, es... lo que estamos haciendo.
—¿Y qué vas a hacer ahora?
—Seguramente... caer.
—Bien, sigue con ello entonces —saca las manos, dispuesto a irse.
—¡Aamón, espera! —se levanta del suelo y se acerca a la reja—. El que está terminando conmigo eres tú.
—Sí.
—¿Solo porque has malentendido que yo fui con alguien más?
—Por adultero, sí.
—¿Ni siquiera vas a plantearte la posibilidad de que te esté diciendo la verdad? Llevamos haciendo esto demasiados años y me conoces demasiado bien como para que al menos te lo plantees.
—No —se marcha.
Raguel suspira, frunciendo el ceño, sorprendentemente, la única cosa injusta que podía pasarle en este momento, con las cosas como estaban, era esta. Caer habría sido justo. Tener al cielo en su contra, habría sido justo. Que Aamón dejara de quererle por adúltero era injusto y para ser adúltero, tenían que... ser pareja. Que la eran. Suspira, sentándose en el suelo, sintiéndose totalmente perdido.
Quizás precisamente en esto consistía caer. Había dejado de ser merecedor del amor de Dios, por pecador, igual que de sus compañeros celestiales. Y es que por primera vez casi desde el principio, no era capaz de sentir ni una sola gota de amor venir de Aamón.
Vas a tener un rato para reflexionar sobre eso antes de que vuelva, pero no uno muy largo, porque no es el demonio de la paciencia.
Va a encontrarle sentado en el suelo, abrazándose las piernas, con los ojos cerrados y de espaldas a la reja.
—¡Es que no puedo creer que tengas el morro de intentar hacerme creer que no pasó nada!
—¿Tú te crees, Aamón, que yo voy por ahí haciendo ALGO de lo que hago contigo con alguien más? Empiezo a pensar que si me crees capaz, es porque tú lo hubieras sido.
—No me vengas con esas, yo ni siquiera he ido con una de ellas. Y para que lo sepas. Soy yo quien las está matando.
—Lo imagino... y no creas que no me siento culpable por ello. Están muriendo personas inocentes por un malentendido —se gira a mirarle—. Estás ciego de celos, como para no ver la evidencia más obvia. El problema, el problema de verdad, es que llevo años obteniendo placer carnal CONTIGO. ESE es el problema GORDO que tengo. No ser adultero. Pero si quieres dar tres mil vueltas y sentirte mal con mi adulterio, adelante.
—Que puto problema vas a tener por sentir amor carnal. Llevas decenas de años haciéndolo ¿y de repente el conocimiento del concepto es lo que te preocupa? Ni hablar.
Raguel suspira.
—Puedes optar por no creerme... y nos harás a todos el camino más largo pero la verdad es la verdad, y no es que podamos cambiarla.
—¡Pues consíguete una verdad menos estúpida!
—Aamón... entra a la celda, venga... por favor.
—Ni hablar —se da la vuelta dispuesto a irse otra vez.
—Quiero mostrarte una cosa.
—Muéstramela desde ahí.
—No puedo. Necesito que vengas porque no es algo que veas con los ojos.
—¿Sabes? Puedes ir a mostrárselo a tu putita.
—No quiero ir a mostrarle nada a... nadie más que a ti. Aamón, ¡estás actuando irracionalmente!
—Ah, sí, perdona. Se me olvidaba que hablo con un... TEMPANO DE HIELO.
—¿Yo? ¡Tú eres el que no quiere ni acercarse a mí!
—¡Y tú el que me llama a mi irracional!
—¡Porque solo estás pensando con tu enojo y no con el corazón! —grita... un poco enfadado, la verdad.
—Mira, ni siquiera voy a aguantar esto cuando tú no has usado tu corazón ¡EN TU VIDA!
—LLEVO QUERIÉNDOTE DÉCADAS, ¿¡QUÉ ME RECLAMAS?!
Sale de ahí sin siquiera mirarle y si no había una puerta ahora la hay. Aunque sea solo por el efecto dramático de darle un portazo
—AAAASRGH!
—Uuuuuh —susurra una silueta saliendo de entre las sombras
Haciéndole pegar un buen salto a Raguel.
—¿Qué has hecho para cabrear así al príncipe del infierno? —le sonríe.
—Pregúntale a él —Raguel da un paso atrás, sin saber quién es.
—Él... no me lo va a decir, desde luego.
—¿Y qué te hace pensar que te lo diré yo?
—¿Cómo te llamas? No me suenas nada —Se encoge de hombros.
—¿Para qué quieres mi nombre? —Raguel se cubre la cabeza con la túnica, tragando saliva.
—No eres de por aquí, ¿verdad? —Entrecierra los ojos.
—¿Qué te hace pensar eso? —da un par de pasos atrás.
—Cómo... hueles. Como te mueves... y hablas. Dicen que has estado rezando.
El sudor frío que recorre a Raguel, de los pies a la cabeza y con un escalofrío
—No, no he estado rezando.
—Te han oído. ¿Insinúas que mienten?
—Es el infierno, aquí todos mienten.
—Tú incluido, entonces.
Raguel traga saliva.
—¿C-Cuál es tu nombre? —pregunta sin contestar a eso.
—Lucifer...
—¿Y qué haces aquí, Lucifer? —pregunta deseando que Aamón vuelva, mirando hacia la puerta.
—Me han dicho que pasaban cosas interesantes en el calabozo y he bajado a ver.
—No hay nada interesante pasando en el calabozo —le da la espalda y se sienta en el suelo otra vez, abrazándose las piernas.
—Alguien rezando es algo interesante en el calabozo.
Raguel no contesta, deseando pensar que quizás Lucifer se vaya si solamente le ignora. O quizás no lo haga pero vuelva Aamón. Aprieta los ojos rezando en silencio.
Quizás Lucifer entre ahí, a su celda, con el... y le mate. Traga saliva peleando conra la urgencia de sacar las alas.
—¡Y lo haces de nuevo aquí! ¡Después de intentar hacerme creer que es mentira!
Demonios, no sabía que ellos se dieran cuenta de que estaba rezando. Raguel deja de hacerlo de golpe, vale.
—¿Sabes? Nadie aquí... reza.
—¿Te pone nervioso?
—Nop. Pero me confirma que no eres un... demonio.
—Quizás sea un demonio que reza.
Lucifer se muere de risa.
—Si no soy un demonio, ¿qué soy? —le mira de reojo.
—Un humano. Un ángel tal vez...
—No sabía yo que les causaran curiosidad los humanos. Hay un montón ahí arriba.
—Ninguno de los de ahí arriba parece lo bastante interesante para cabrear al príncipe del infierno... y amarle por décadas.
—Has escuchado mal —Raguel aprieta los ojos.
—Acabas de gritarlo. Puedo preguntarle a unos cuantos más a ver si lo han oído también...
—E-Estaba enfadado, es obvio que intentaba atacarle.
—¿Diciéndole que le quieres? Que curiosa forma...
—No creo que debamos hablar más.
—Que mal que el encerrado seas tú, entonces.
—Puedo no responderte.
—Eso me dice bastante más de lo que crees, si quien calla otorga. Así que... amor. Al príncipe del infierno.
Raguel traga saliva otra vez.
—Debes estar loco. Ni siquiera se le da bien seducir a nadie. Además, ¿no era un pederasta o algo así dijo Asmodeo en una época?
—Si soy un ángel es lo que hacemos... ¿pederasta?
—¡Un ANGEL!
—¡D-De eso me acusabas tú! —Otra vez esa horrible necesidad de sacar las alas.
—Eso acabas de admitir, oh, joder. ¿En serio?
—¡Te acusé a ti de acusarme de ello!
—Que va... se te ha escapado. Un ángel...
—No, ¡no es lo que crees! —de revuelve, agobiado—. Si siento amor es porque lo siento por todas las criaturas de Dios.
—Vaya, vaya, vaya... un ángel que además... se siente culpable. ¿Adultero ha dicho?
—¡No he dicho que me sienta culpable! Y... está en un error
—Error, claro.
—¿Sabes siquiera qué es el adulterio?
—Bueno, no es mi fuerte todo el tema de las relaciones de pareja pero sé que hay que estar... casado.
—¿Y tú crees, demonio, que algo de eso es posible entre un ángel y el príncipe del infierno?
—No... pero la intensidad con la que lo niegas me hace dudarlo.
—Quiero salir de aquí y no he sido un adúltero en mi vida, ¡así que claro que lo niego!
—Ya, ya... buena suerte para poner de buen humor a tu maridito.
—¡No es mi maridito! —Se gira a mirarle con el ceño fruncido y sonrojado.
—Ya... veo —Levanta las cejas con el sonrojo.
—No, no veas nada. Te equivocas —vuelve a ponerse de espaldas.
—Claro. Se nota...
Raguel se humedece los labios.
—Si lo que estás intentando es intimidarme es una mala idea.
—No, no... todo lo contrario.
—Vaya —se abraza más la piernas y cierra los ojos, volviendo a rezar en automático y deteniéndose a sí mismo de golpe.
La risita.
—No tiene nada de malo rezar para mí, aun estando en el infierno.
—Lo que demuestra, es que eres un ángel.
—Los humanos también rezan.
—No así.
—¿Ahora eres un experto en rezos humanos?
—Nah, pero los tuyos dejan ese... olorcito.
—Bueno, y si fuera un ángel... ¿qué? No es como que no hayas visto uno en tu vida.
—No he visto uno... aquí encerrado.
—¿Nunca?
—Mmmmm... no a menudo. ¿Qué eres? ¿Un serafín? ¿Un trono?
—Soy... u-un ángel.
—¿Cómo te llamas? Ni de coña Aamón está con un ángel de bajo rango. No me lo creo.
—Realmente te estás creyendo que "está" conmigo, ¿verdad? ¿Tú le conoces bien? —pregunta volviendo a evitar la pregunta del nombre.
—Uno no habla de adulterio así de... fácil.
—U-Un demonio no hace estas cosas con un ángel a-así de fácil tampoco...
—Eso... ESO, justamente, ya lo sé.
—Oh... ¿Lo sabes? —vuelve a girarse—. ¿Hay algún ángel que te interese?
Se sonroja y da un paso atrás antes de sonreír de lado
—¿Q-Qué? Claro que... no.
—¿Quién? —Raguel levanta las cejas, vale, has llamado su atención.
—O más bien, me interesan todos.
Raguel entrecierra los ojos. Sonrisita de Lucifer.
—¿A qué ángel puedes conocer tu... que aún sea un ángel?
—Oh, me halagas. No convencí a todos los ángeles que conocía.
—Claramente, solo convenciste a los que merecían estar aquí. Dios se apiade de ellos.
—A los que tenían... inquietudes. Y de algún modo estamos mejor.
—Ya, ya sé que lo piensan. Difiero —vuelve a girarse.
—Claro, que vas a decir tú.
—Lo mismo digo, qué vas a decir tú... El organizador de la rebelión, lo mínimo que puede hacer es defenderla. Aun cuando se arrepienta.
—Pero no me arrepiento.
—Bueno...
—Entonces... ¿nombre?
—¿Para qué quieres saberlo? —Raguel se humedece los labios.
—Para poder hablar con propiedad con tu maridito.
—No es mi maridito —vuelve a protestar—. Y quizás sea mejor que no hables de esto con él si no quieres que te... castigue.
—¿Y por qué me iba a castigar?
—Por estar inventando cosas.
—Mmmm... no creo que me esté inventando.
—Estas suponiendo cosas incorrectas.
—Tampoco creo eso.
—Para ser un demonio tienes mucha fe —trata de responder algo que parezca útil.
—En las cosas que quiero, sí.
—Bueno, pues no, estás asumiendo cosas —insiste refiriéndose a lo del maridito.
—Cuéntame la verdad, entonces.
—No creo que vayas a usarla para nada bueno.
—Bueno, probablemente no crees que absolutamente nada vaya a usarlo para algo bueno.
—De nuevo, estás presuponiendo cosas.
—Pues quítame del error.
—No creo que vayas a usar todo para algo malo.
—¿Entonces qué voy a usar?
—Las cosas que te convengan, contra mí o contra él.
—Aja...
—Estás buscando armas para ello.
—Que va... es curiosidad.
—No dudo que además la tengas... pero te conozco, Lucifer.
—Que vas a conocerme, no sé ni tu nombre
Aprieta los labios y le da la espalda de nuevo.
—Pero eso puede cambiar, sigo interesado
—Va a volver en algún punto.
—¿Y? ¿Vas a pedirle que te proteja?
—No, de hecho... con lo enfadado que está probablemente ocurra lo contrario.
—Entonces no deberías desear que eso pase.
—¡N-No deseo que pase! —aprieta los ojos porque sí que lo hace, aunque Lucifer no parece querer matarle... al menos aún.
—Tsk tsk tsk, un ángel mintiendo...
—Vale, vale, ¡sí deseo que pase!
—Ja.
—Aunque no me parece que el príncipe del infierno enfadado esté muy por la labor.
—¿De protegerte? Podemos intentarlo.
—¿Tú? ¿De quién?
—No, pero puedo ir por él.
—Haz... lo que consideres —Traga saliva.
—Nah, prefiero que me cuentes... como os conocisteis
—¡No voy a contarte nada!
—Oh, es una confesión.
—¿Cuál confesión? —protesta—. No he confesado nada.
—No vas a contarme nada porque hay algo que esconder.
—No voy a contarte nada porque todo lo que diga será usado en mi contra.
—Eso ya me lo has dicho.
—Entonces esta conversación no tiene ningún sentido.
—Tal vez para ti.
—Nos conocimos en el infierno.
—Qué romántico.
—No lo es.
—Era sarcasmo.
—Ohh... bueno, en efecto. No lo es. Nada de esto lo es.
—Mmmmm...
—¡Ya te he respondido! ¿¡Qué más quieres?!
—Detalles
—No voy a contarte ningún detalle así por las buenas.
—¿Y si te suelto?
—No —Asegura, otra vez, toda una declaración. ¿No que querías salir?
—Así que... estás a gusto aquí, encerrado en una celda en el infierno.
Raguel se sonroja, porque aquí... está bien, está solo, no tiene que rendir cuentas al cielo y es Aamón el que viene a buscarle cada cierto tiempo. ¡El inconveniente es este demonio que no le deja en paz!
—Supongo que el régimen de visitas maritales no está mal cuando el alcaide...
—¡Ningún... régimen de visitas maritales! —chilla un poco histérico, mira que... ponerle histérico es difícil, pero... la insinuación...
—Aunque si te consideran adultero...
—Estás acusándome de... de... —cosas ciertas, además. De que te acuestas con él. De eso te está acusando. Da lo mismo el adulterio, igualmente eres un PECADOR.
—Lo mismo que él.
—No he tenido sexo con... —se humedece los labios—. No tengo que responder a nada de esto, esto no es un juicio.
—Podría serlo. De hecho... no fuiste tú justamente el que...
¡No sabe quién es! A Raguel se le detiene el corazón, menos mal que no lo necesita... Tragando saliva y quedándose petrificado porque sí que es él el que... pero no tiene ni idea de cómo lo ha sabido Lucifer, pero está seguro de que si alguien tiene enemigos en el infierno... es él.
La verdad, al nombrar el juicio, le ha venido a la mente como un flash de donde le suena su cara.
—¡El que qué? —se cubre más la cara y la cabeza con la túnica, en pa ni co.
—El... fiscal.
Traga saliva. Solo requeriría llamarles y abrir la celda para que, está seguro, le hicieran una cantidad de cosas INNOMBRABLES.
—¡Estoy casi seguro que lo fuiste! Tú nos condenaste a todos.
Se condenaron solos, piensa él sin responder, temblando un poco.
—Oh, chaval... se te van a comer con patatas.
Raguel aprieta los ojos sabiéndolo demasiado bien como para estar cómodo. Quizás era lo que merecía
Lucifer se ríe un poquito mirando alrededor.
—¿Y cómo? ¿Se lo mantuviste e secreto a tu maridito, eso?
Raguel se levanta con calma.
—¿O no le importó?
—Dedúcelo, chaval... —responde cerrando los ojos y poniéndose a rezar, de espaldas a él.
—Mmmm...
Seguramente esto era el plan de Dios. Lo que le había enviado, por pecador. Lo merecía. ¡Merecía todo esto!
—Vuelves a rezar, así que estoy acertando.
Ni siquiera se atreve a pedirle clemencia o piedad.
Mejor.
Es que no puede negarlo, está acertando mucho mejor de lo que podría haber imaginado que acertaría.
—Todo lo que ocurra es su voluntad, y estoy en sus manos...—susurra taaaan agobiado.
—No tiene mucha misericordia con los que estamos aquí, lamento decirte.
—Solo ella sabe por qué hace las cosas.
—Probablemente te está castigando por adultero, entonces.
—No me está castigando por adúltero —aprieta los ojos pensando que, sí. Así, tiene motivos súper serios para castigarle
—¡Es que sigue sin caberme en la cabeza como... —se oye a Aamón volver y Lucifer se vuelve una pequeña luciernaguita, escondiéndose entre las sombras.
Raguel se gira a la reja, un poco aliviado pero ahora con cierto temor distinto.
—¡... se te puede, maldita sea, ocurrir algo como eso!
Raguel camina los tres pasos qué hay hasta la reja.
—Cuidado.
—¿Cuidado de qué? ¿A caso planeas hacerlo de nuevo aquí?
—No he hecho nada. Pero nos miran —baja más el tono.
—¿Qué?
—Cuidado... —susurra—. Lucifer, estaba aquí.
Aamón frunce el ceño y mira alrededor.
—Ten cuidado —insiste.
—Así que ahora vas a hacer esto con Lucifer
—¡¿Pero qué estás diciendo?! —Raguel le mira incrédulo.
—Pues tú.
—¿Eso crees que va a pasar? No que va a matarte a ti o que va a abrir esa puerta y a hacer que me maten, no, ¡sino que hoy a acostarme con él!
—Nadie excepto yo puede abrir esta puerta, no soy idiota.
—¡Pues ya podrías haberlo dicho!
—¿Te preocupa no poder meter a alguien dentro? —Ojos en blanco.
—Me preocupa que nos espíen y luego ocupen la información en entrar y matarme. O en matarme desde fuera. ¡Perdóname por tener miedo en el infierno! ¡Tú no estás ayudando en nada!
—Mira, ¿sabes qué? A la mierda —hace un movimiento raro y abre un agujero en el techo de la celda hasta el exterior.
—Yo soy el castigado. Yo. No él... yo. Claro —se cruza de brazos y se sienta en el suelo, de espaldas a él, tan indignado.
—Eso es un estúpido agujero para que te vayas si es lo que quieres. ¿En qué bloody mundo eso es un castigo?
—Lo que quiero es que TÚ entres a la celda.
—¿Para qué?
Para besarte, piensa
—Para hacer que me quieras otra vez... —susurra apretándose las piernas.
—No voy a acostarme contigo aquí y menos después de lo que has hecho.
—Por el amor de Dios —susurra y es que no crean que no le agobia también no sentir amor venir de él.
—Ni siquiera por eso.
—No soy un adúltero, te diría que le preguntaras a ella... pero viendo lo que haces, vas a matarla —se gira a mirarle otra vez—. ¿De verdad me crees capaz de querer así a una desconocida?
—A lo mejor lo que hago es tirármela yo.
Raguel parpadea.
—Es que mira de qué manera la defiendes.
Y, buenas tardes. Celos, te presento a Raguel. Raguel, te presento a Celos.
—O a ella o a cualquier otro. Puedo buscar a cualquier humano sin mucho pelo como tú y unos ojitos rasgados como los tuyos y embaucarle hasta quitarle la curiosidad que tú tienes. Sería yo mucho más feliz.
Esa última frase le... llega. Traga saliva.
—No hagas eso...
—¿Y qué me lo impide?
—Nada te lo impide, pero yo no he hecho nada... —se levanta y se acerca a la reja—, si lo haces, algún día notarás que tú hiciste algo horrible que va a lastimarnos, por un error.
—Puedo venir aquí luego y decirte que no lo he hecho.
—Y yo dejaré de confiar en tí.
—Bien, ahora ya entiendes porque no te creo.
—Te lo he contado todo, TODO lo que pasó. Exactamente como pasó. Estás siendo del todo injusto conmigo. Tú sabías lo que hacíamos y sabías que era un pecado mortal y sabías que yo no sabía... y me dejaste seguir sin que te importara que el destino final de ello fuera mi caída. Y ahora me acusas a mí de serte infiel, dejas de sentir amor y... —se cubre la cara con una mano, derrotado—. No sé qué más decirte, Aamón. Ve con ella si quieres, te diré a ti quién es... cuando Lucifer no esté escuchando.
—No vas a caer por esto, estúpido, no después de DÉCADAS deja de ser melodramático con eso.
—¡No estoy siendo melodramático!
Ojos en blanco.
—No puedo subir al cielo y ser un ángel como los demás, ¡no después de saber lo que realmente soy que es un pecador! Y a ti no te importa, ¡solo te importa una locura extraña que te has inventado!
—Llevas decenas de años en eso, ¿crees que la ignorancia te exime de pecado? Será que no lo es.
—Tengo miedo.
—¿Miedo de qué?
—De caer. De... lo que pase contigo. De ser un paria en el cielo, de tener que mentir. De ella.
—Ya sabes lo que pienso de ella.
—Tú sabes también lo que pienso yo de ella... —aprieta los ojos—. Estoy solo, Aamón. Y tu estás decidido a dejarme también, así que...
—Pues tú te lo has buscado.
Raguel traga saliva con esa respuesta, poniéndole ojitos desconsolados.
—Y no estás más solo de lo que estamos todos.
Tan solo como el resto de demonios, piensa Raguel para si. Esto... era caer. Estar solo, sin amor y perdido. Quizás para Aamón era normal, pero él lo estaba encontrando inexplicablemente duro y violento en este momento.
—Es... verdad —responde, regañado, bajando la cabeza—. Aunque yo no... te he sido infiel ni he dejado de quererte. Aunque te empeñes en creer lo incorrecto. Así que no, tú no estás tan solo como yo.
—Ya, sí, claro —da la vuelta para irse.
—Aamón!
Le mira de reojo.
—Please, entra!
El demonio se vuelve a girar y a ir.
—Es María Magdalena. Ve con ella.
Chasquea los dedos y se le sella completamente la celda.
La reja, el techo... Todo. Completamente.
Raguel traga saliva, arrepintiéndose de haberle dicho hincándose y poniéndose a rezar.
Pasaran unas cuantas horas antes que alguien vuelva.
Pasarán más de mil años, muchos máaaaaas.
