Gabriel mira a Raguel de reojo, que se sonroja terriblemente y carraspea.

—Me enteré por María Magdalena, como decíamos.

—De todas las opciones...

—Fue accidental.

—Ya... ya.

—Igualmente... seguí haciéndolo por un tiempo después de eso —asegura inspirando profundamente.

—O sea, a pesar de saber que estaba mal y de haberlo escrito en tu libro.

Traga saliva y asiente, sin mirarle.

—¿Y qué escribiste?

—A-Al principio... escribí cosas que no eran del todo completas.

Gabriel levanta las cejas.

—Ya... ya lo sé. Créeme, he recibido mis castigos por mentir.

—¿Lo has hecho? ¿Cómo?

—Créeme que dos mil años sin ningún tipo de comunicación ha sido... un castigo ejemplar.

—Pero... ¿y... Dios? ¿Qué dijo ella?

—¿De... ese pecado? Nada. Nunca ha dicho nada... y créeme que lo he puesto todo en la libreta con el paso del tiempo.

—¿No fuiste a preguntarle?

—Cuando esto ocurrió, estaba muy ocupada con las cosas de Jesús.

—Sí, a eso me refiero, esto fue con Jesús, podrías haberle preguntado a él.

—¿A Jesús? El... sabes cómo era. El amor...

—Precisamente.

—Lo que te quiero decir, Gabriel, es que... a Nuestra Señora nunca le molestó lo bastante como para hacerme caer. De hecho... he pensado por años si no... Debí haberlo hecho distinto. Debí haber bajado, debí haberle buscado... no debí hacer lo que hice.

—¿Qué hiciste?

—Esconderme demasiado bien.

—Pero si no fue por mentirte con eso... ¿por qué fue?

—Mi... temor por el cielo fue en aumento —Se humedece los labios.

—¿Por?

—Tenía terror de que se enteraran. He guardado celosamente este secreto por décadas.

—Mmm... Ya, eso hacía peor todo el asunto de la mentira. Ni siquiera recuerdo qué decías que ibas a hacer.

—¿A hacer?

—Pues cuando ibas con él, si nos mentías a nosotros diciendo que ibas a... no lo recuerdo.

—No podía decir que iba con él, ¡no entonces! ¡No eran estos tiempos donde tú si puedes decirlo!

—Eso no lo hace menos mentira.

—No, no lo hace menos mentira. Todo está en El Libro... y ya seré juzgado y quizás condenado debido a ello.

—Pero entonces... dejaste de ir por... temor.

—Mi paranoia, mi miedo, y el horror de tener una vida en la mentira no dejaron nunca de crecer y un día... El pidió directamente a Miguel que la cambiaran y fuera que yo quien dirigiera la comunicación con el infierno y... ya sabes cómo es Miguel.

Gabriel levanta una ceja.

—No habíamos acordado eso y yo entré en... pánico con la reacción de Miguel. Me escondí y decidí no volver a bajar.

—¿Qué te dijo Miguel?

Raguel se mira las manos.

—Ella no sabía realmente lo que ocurría, claro, pero me hizo ver lo que ocurriría si todos lo supieran. Fue cruel sin saberlo. Extremadamente dura. Yo tampoco sabía entonces la tarea que tenía por delante... de haber sabido seguramente hubiera pensado mejor las cosas.

—¿Tarea?

—Fue una tarea monumental no volver, Gabriel. Aún hoy, siento que perdí la mitad de mi mismo al hacerlo —se hace pequeñito en su asiento y parpadea un poco más rápido de lo habitual—. Y tampoco recuperé nada en el cielo, siempre fui... diferente a ustedes después de él. Y cuando al fin pude admitirme a mí mismo que esconderme había sido un error, era demasiado tarde.

—Mmmm...

—No seas muy duro conmigo...

—¿Duro?

—¿Qué piensas? —se revuelve.

—Yo le... pregunté —resume. Raguel le mira—. A ella. Le... pedí que me guiara.

—Y...

—Y me mandó a Belcebú.

—¿Le pediste que te guiara antes de todo este suceso y lo que te mando fue a Belcebú?

—Fue después de lo de navidad—suspira.

—Ella te... mandó a Belcebú.

—Sí.

—Te la mandó después de pedirle que te guiara...

—Sí... —le explica la historia de la iglesia y como le pidió a Dios y Belcebú entró a pedirle matrimonio.

Raguel la escucha levantando las cejas y, para ser francos, con cierta envidia.

—Tal vez... sea así con todos.

—Tal vez Dios quiera exactamente lo que tú y yo deseamos...

—¿Eh?

—¿Es lo que me estás diciendo? ¿Qué tal vez Dios lo que quiera es justamente lo que tú y yo deseamos más que nada?

—Creo que ella quiere que hagamos esto

—Yo he llegado a la conclusión de que lo tolera... pero de ahí a pensar que lo quiere...

—No me habría mandado a Belcebú con un diamante.

—Pero eso querría decir que... tú. A-A ti te lo ha pedido.

—Tal vez quiere que tú lo hagas también.

—A mí no me lo pidió... hace dos mil años que...

—¿Qué?

—Pues que estoy aquí, así, Aamón nunca llegó con algo semejante.

—Ah... Y... ¿Crees que...?

—Quizás debí llegar yo si hubiera entendido eso a tiempo —mira tú que conveniente análisis.

—¿A pedirle matrimonio a un demonio?

—A... no hacer lo que hice. Eso en definitiva —le mira un poco ansioso—. Si de verdad Dios quiere que hagamos ESTO.

—Tal vez deberías.

Raguel traga saliva otra vez. Porque eso... eso. ESO. Una cosa era ser tolerado y otra era que, por designio divino, debiera.

—No creo que él me haya perdonado.

—Tal vez debas lograr eso primero.

—No sé nada de él. No sé nada de... nada —se revuelve en su asiento.

—¿Quieres que le pregunte a Belcebú?

—¿Crees que te diga la verdad?

—¿Por qué iba a mentirme? No creo que le importe demasiado ese... demonio tuyo.

—Ese... demonio mío —repite Raguel, sonriendo de lado

—Quiero decir... ¿Cómo me has dicho que se llamaba?

—Aamón.

—Él.

—Creo que preferiría no llamar la atención de Belcebú sobre esto —Raguel se humedece los labios.

—¿Por?

—Ya sabes cómo son en el infierno. SI saben que nos interesa...

—¿Aja?

—Es capaz de encerrarle o impedirle subir. Tu demonio porque ahora mismo es quien manda ahí abajo...

—Mmmm...

—Voy a intentar... arreglarlo de otra forma —le mira de reojo—. Antes que eso...

—¿Cómo?

—Voy a... pedirle a Miguel un teléfono de esos que ustedes usan tanto.

—¿Y él tiene uno?

—No lo sé —la verdad, pretendía llamar al número de Aziraphale en la tierra.

—¿Entonces?

—Quizás… algún otro demonio de menor categoría...

Gabriel entrecierra los ojos.

—Admite que Belcebú... es un poco voluble.

—¿En qué sentido?

Raguel levanta una ceja. En todos.

—Por lo que me han contado, ha descorporizado a ángeles solo por existir en su presencia.

—¿No es lo que hacen todos?

—No.

—Uhm... bueno, ¿qué importa eso?

—No quiero que vaya a hacerle daño —Tu novia, la loca.

—No sé por qué crees que le va a hacer daño si le pido que no lo haga.

—¿Te hace tanto caso? —se humedece los labios

—Pues no veo porque no iba hacérmelo.

—Tú eres el experto... ¿crees que debamos pedirle ayuda?

—Pues... es tu caso. Tu demonio, no lo sé.

—Voy a buscarlo por otro lado, si no... consigo contactarlo, te pediré que me ayudes. Lo que quería saber...

—Vale

—¿Estás... sigues enfadado conmigo?

—No —le sonríe.

—Gracias a Dios —le sonríe de vuelta, sinceramente.

—No, pero... sigo sorprendido.

—Sorprendido... —carraspea un poco—. ¿No pensaste que... fuera yo capaz de hacer algo así?

—No... ¡y hace tanto tiempo! ¡Ni siquiera lo sospechaba como con Miguel!

—¿Con Miguel? —levanta las cejas.

—Pues obvio que ella... o sea, siempre lo niega y seguro no ha pasado nada, pero lo sabemos todos.

—También era obvio contigo.

—¡Que va!

Raguel le mira y levanta una ceja.

—Creo que no había oído ni el nombre de ese tipo.

—Bueno, eso es porque tú no sueles prestar mucha atención a la gente que no es del tipo que te llama la atención.

Gabriel abre la boca y la cierra unas cuantas veces.

—En ningún momento nadie se dio cuenta de nada...

—Eso ya te lo he dicho yo.

—A lo que me refiero con eso es que... creo que tampoco es que yo fuera un gran actor, solo... nadie se estaba fijando con la suficiente atención.

—Mmmm...

—Al menos eso sentía yo en su momento —Raguel se encoge de hombros.

—Espera —de repente cae en la cuenta de algo.

—¿Qué?

Busca en su ropa y saca el segundo teléfono que usaba para hablar con Belcebú como demonio cuando la entrevistaba por la revuelta del infierno... y se lo tiende.

—¿Y esto? —levanta una ceja.

—¿No querías un teléfono?

—¿Pero por qué tienes uno de más? —lo toma.

—Las relaciones publicas son complicadas a veces —se encoge de hombros.

—¿Cómo se usa? —le sonríe.

—Depende, ¿qué quieres hacer?

—Llamar a un número.

—¿Sabes el numero?

—Tengo la tarjeta... ¿te lo dicto?

—Sí, claro.

Se lo dicta con cuidado. Gabriel lo marca, claro, llama y se lo tiende cuando da tono.

—Ahora te contestarán.

Raguel le sonríe imitándole

No creo que le contesten si están en el Savoy. En realidad, va a tener que esforzarse bastante para que le contesten y hablar un millón de veces.

Sí. Gabriel le enseñará como hacerlo.

Menos mal, la verdad... es que además está bastante ansioso.

—¿Estás bien? Esto es sencillo.

—Es que...—lo que está es impaciente... lo que nunca le has visto. IMPACIENTE

—¿Qué?

—Es que no puedo sentarme aquí a esperar más tiempo. Quizás debería bajar a buscarle.

—¿A buscarle... a él? ¿O al que estás llamando?

—A él.

—¿Y si no quiere verte? Eso es peligroso.

—No puedo solo quedarme aquí... —sí, desesperado e impaciente.

—No puedes simplemente meterte al infierno a por un demonio que quizás ni siquiera quiera verte.

—Tú puedes ir a buscarle —se revuelve.

—¿Quieres que vaya a decirle que le estás buscando?

—Sí. Ahora. Dile que necesito verle.

—¿Crees que no es peligroso para mí?

—Has bajado cientos de veces al infierno, Gabriel.

—Sí, ya lo sé, pero no a buscar a un demonio que no sé si va a intentar...

Raguel se humedece los labios.

—Voy a bajar yo —decide asintiendo, porque tiene razón.

—Espera, espera... déjame llamar a Belcebú.

—No va a hacerle daño, ¿verdad?

—Igualmente tendría que decírselo al bajar.

—Háblale —Hace un gesto con la mano.

(Llevas años... y ahora tienes un chingodeprisaputamadre)

(Bueno, ahora sabe que es la voluntad de dios)

Gabriel levanta las cejas

—Por favor.

Pues ahí marca Gabriel

Belcebú... Buff. Belcebú.

Has a devil put aside for me, for meee, for meeeeeeee...

Contesta el teléfono y se lo lleva al oído. Sorbe los mocos. Contiene el aliento.

—¿Bú?

Oh, venga, ¿quieres matarla tú? Solloza cuando le escucha llamarla así.

—¿Estás ahí?

—S-Sí... ¿Q-Qué es lo que... —se sorbe los mocos—. haces?

—¿Estás bien? Suenas rara.

—¡Pues como no voy a sonar rara después de lo que has hecho! —solloza dramáticamente.

—Anda ya, solo he vuelto al cielo porque Miguel me lo ha pedido.

—¡SOLO has vuelto al cielo después de terminar otra vez conmigo de manera horrible!

Gabriel parpadea un par de veces.

—¿Para qué has dicho todo lo que has dicho si no querías? ¿Eh?

—¿Decir qué? ¿Qué me iba a quedar en la tierra?

—Que era tu... bloody hell! —se limpia los ojos—. Si no querías casarte haber dicho que bloody no, no era necesario ser un bloody bastard!

—Pero si sí que quiero. ¿Qué te pasa?

—¿¡Qué que me pasa a mí?! Tú eres el que bajo al infierno solo a... ser un bloody bastard y a arruinarlo todo con tu cara de asco.

—Eh... no entiendo lo que dices. En fin. Iba a bajar con Raguel. Vamos a ir a buscar a Aamón

—¿¡Como que no entiendes lo que digo?! ¿¡Vas a... bajar?! ¿¡Al infierno?! Pero... Gabriel what the fuck!? ¡Hace una hora cortaste conmigo, me dijiste que no me hablarías más!

—Estaba con Miguel hace una hora.

—No estabas con Miguel, estabas conmigo —se limpia los ojos—. ¿De verdad no quieres terminar conmigo? Eres Gabriel, ¿verdad?

—Sabré yo dónde estaba...

Belcebú se limpia los ojos, pensando.

—Alguien vino al infierno a terminar conmigo... vamos a vernos. ¿Puedes ahora?

—Voy a bajar... con Raguel. Quiere ver a... ¿Amón? ¿Sabes quién es?

—Baja... bajaba la Tierra antes. Al cementerio donde nos vemos siempre.

Gabriel vacila unos segundos

—No voy a llevar a Raguel a ahí.

—A-Al parque e-en donde la última vez... a-a donde quierase. la Tierra. Voy ahí.

—Bú... vamos al infierno. No voy a dejar a Raguel bajar solo porque tú...

—Baja con él, a la Tierra, a dónde quieras. Please.

Gabriel mira a Raguel de reojo que le sonríe un poquito.

—No voy a llevar a Raguel a... verte a la tierra a que hagas... —susurra al teléfono dándole la espalda al otro Arcángel.

—No puedo verte en el infierno así. Baja cinco minutos tú solo. Cinco, no te pido más.

—Nunca son cinco minutos, Bú.

—Si nos vemos en el infierno va a salir mal.

—Olvídalo, entonces.

—No. Noooo! Fuck! Vale... vale. En el bloody infierno. ¿En cuánto tiempo?

—Pues ahora. ¿Sabes de qué demonio te hablo?

Belcebú se levanta como loca, porque... estaba en el suelo, hecha bolita, abrazando la camisa de Gabriel y llorando como si su prometido hubiera cortado cruelmente con ella. Ejem. Chasquea varias veces los dedos para arreglar todo y arreglarse.

—Ehhh... ¿Demonio? ¿Cuál demonio? —No te ha estado haciendo mucho caso con eso otro.

—Espera, te paso a Raguel...

—¿Qué? No! Gabriel!

Le tiende el teléfono a Raguel.

—¡No me lo pases! ¡No quiero hablar con noséquién! ¡Gabriel! —sigue chillando al teléfono. Raguel traga saliva y lo toma.

—Dile, ella lo sabrá.

—B-Belcebú... Ehm... hola.

De hecho, creo que pone el manos libres.

—Uuuugh.

Raguel mira a Gabriel y sube el tono de voz

—No protestes, ¿vas a ayudar o no?

—¿BELCEBÚ?

—Ugh, sí, vale... ¿a quién buscan?

—Aamón —Raguel traga saliva.

—Estaba liado con él hace dos mil años, ¿puedes creerlo?

—¡Gabriel! —protesta Raguel FULMINÁNDOLE.

—Pues es que es tremendo.

—¡No se lo digas a nadie!

—Ooooh... wait, wait... ¡buscas a Aamón! ¡Un... ángel! Ohhhh!

—Por lo visto esto pasó cuando Jesús. ¿Tú lo sabías?

Raguel odia a Gabriel, la verdad, porque podrían cotillear cuando él no esté, pero bueno. Sonrojándose hasta la medula porque lleva dos mil años guardando este secreto y protegiéndolo con su vida... como para que Gabriel chismosee de él ASÍ.

—Espera, espera... me... he enterado de esto hace poco. ¡No sabía que tú lo sabías! ¡Si es súper fuerte! Es que... ¿conoces a Aamón? —sigue Belcebú.

—¿Yo? Que va, Raguel acaba de contármelo. Por lo visto no se ven hace como dos mil años y ahora quiere bajar a verle de nuevo —explica Gabriel.

Raguel se tapa la cara con las manos.

—No está en el infierno, de hecho... ha subido a buscarle, de hecho, a la tierra. Tengo a alguien siguiéndole —explica ella.

—Ah, ¿sí? ¿Cuándo? ¿Dónde está ahora?

—Necesito hablar con el demonio. Vamos a vernos en la Tierra.

—¿Pero no tienes su teléfono? Si está en la tierra le llamamos y ya está.

—Tengo el teléfono de quien le está siguiendo. Gabriel... baja —resume Belcebú.

—Sí, sí, ahora bajamos... dame el teléfono.

—Voy a llamarle yo.

—No, no, venga.

—Si hablas con él no vas a bajar. Baja y te lo doy.

—Sí que bajaré, quiero enterarme de esto.

—Conmigo.

—Siií, después.

—¿Después de que? Mira, yo busco a Aamón y tú traes al... ángel.

—Pues después de ver que hacen.

—¡No vas a ver que hacemos! —protesta Raguel en pánico

—¡Claro que sí!

—¡No! Vas a dejarnos solos que es una situación... ¡delicada!

—Te veo en el parque, Gabriel —sentencia Belcebú.

—No voy a dejarte solo con un demonio que podría estar enfadado y resentido, Raguel, es peligroso.

—Yo puedo manejarlo.

—Tú PODIAS manejarlo, pero ahora... no voy a arriesgarme. Ya descorporizaron a Miguel y casi matan a Uriel.

—¡No vas a quedarte ahí a escuchar, que quizás a quien descoporice es a ti!

—Entonces no vas a bajar.

Raguel levanta las cejas y Gabriel se cruza de brazos.

—Es increíble que vayas a hacerme esto tú a mi...

—¿Hacerte qué? ¿Protegerte?

Raguel suspira, porque lo que está haciendo es tratarle como a un crío...

—Está bien... —concede levantando las manos y pensando que, una vez que le vea, seguramente podrá hacer algún otro arreglo.

—Sabes que tengo que hacerlo, tengo que asegurarme.

—Tal como debí haberme asegurado yo también... —entrecierra los ojos.

—¿Quieres bajar o no?

—Sí, sí quiero bajar.

—Bú —se vuelve al teléfono—. Tienes que darnos el teléfono.

—Te llevo el número de teléfono al cielo.

—¿Pero no íbamos a vernos en la tierra?

Belcebú aprieta los ojos porque ahora le ha dado miedo que le dé el teléfono y luego le llame para decirle que siempre si cortan y ya no la quiere volver a ver.

—Sí. Te lo doy en la Tierra

—En serio, necesitamos llamar para saber dónde de la tierra ir.

—No sé si te lo van a decir a ti y a mi seguro me lo dicen.

Ojos en blanco.

—No me pongas esa cara... —aprieta los ojos, porque bien que le conoce—. Prométeme que nos veremos luego en la tierra y que luego no vas a salirme con que... siempre... lo que me dijiste hace un rato sí era verdad

—Ni siquiera he hablado contigo de nada hace un rato.

—Es Crowley...

—¿Crowley?

—Llama a Crowley y pregúntale

—Has mandado a Crowley a... Eso no nos sirve.

—¿Qué es lo que no te sirve?

—Pues que Crowley no estará haciendo lo que dices.

—Crowley si va a estar haciendo lo que digo...

—Crowley nunca hace lo que dices.

—Lo hará...

—Llámale a ver, verás que no.

—Voy a llamarle y... nos vemos en la Tierra.

—No le vamos a encontrar... —mira a Raguel.

—¿Por? ¿No crees que sepa dónde está?

—No creo que Crowley le haya seguido.

Raguel se humedece los labios.

—Igualmente... ha subido a la tierra. Debe haber alguna forma de... es que no creo que nada de lo que existía antes aún exista.

—¿Y? ¿por qué lo dices?

—Porque yo le buscaría en el último lugar donde nos vimos... pero no es uno de los lugares que frecuentas últimamente.

—¿Y cuál es?

—Pues... sabes... en Judea.

Gabriel parpadea.

—En mis tiempos, era... el lugar de moda. El centro del huracán.

—Ya... ya, bueno.

—Creo que podría buscarle... ahí.

—Vamos, si quieres.

Raguel le sonríe, Gabriel le tiende el brazo y él se lo toma y debes sentir que tiembla un poco.

Le pone una mano sobre la de él y luego... desaparece con el rayo.