Va a venir alguien otra vez y va a encontrárselos con las... manos en... bueno. ¡Que no les separe!

Les va a separar Gabriel cuando se dé cuenta.

Ugh, no!

Sip. Así... chasquido. Ropa. Chasquido. Mesa. Chasquido. Belcebú sale volando a la otra silla.

¡Pero aún no se da cuenta! Belcebú está aún puesta en su... sitio.

Eh? Sí ha oído a alguien.

Ughh! Belcebú... es que GRUÑE, moviendo un poco las caderas aún, en su silla.

—Bloody hell!

—Ehm... —Gabriel mira a la puerta—. ¿Sí?

Y Remiel, que es el que está ahí fuera, le mira un poco con la boca abierta.

Belcebú es que aún... respira agitadamente sintiendo todo ARDER... mirando a Gabriel como si se lo fuera a comer.

—¿E-Estabas...?

—Un poco ocupado, sí. ¿Qué quieres, Remiel?

—¡¿Estábamos JUSTO haciendo eso y tenías que interrumpir!?

—Sí, exacto, hablando de los planes del infierno en nuestra reunión. Eso hacíamos—sigue Gabriel.

Remiel parece más perturbado a cada intervención tanto de uno como del otro.

—¿¡Por qué NADIE toca la puerta?!

—P-Perdón —sale y toca la puerta.

Gabriel facepalm.

—¡ESTAMOS OCUPADOS!

Remiel vacila y Gabriel fulmina un poco a Belcebú.

—¡Pues lo estábamos! Al bloody fin! —protesta ella, susurrando.

—Adelante.

—Ugh!

Remiel vuelve a entrar, mirando al suelo.

—¿¡Qué es lo que quieres?! —chilla la demonio.

—Ehm... Daniel me ha dicho que estaba aquí Belcebú y es que quisiera hablar con ella —le explica a Gabriel, sin mirarla.

—¿¡Conmigo?!

Asiente.

What the hell... ¿de qué?

Gabriel vacila porque quisiera aliviarse un poco a sí mismo y arreglar el desastre, pero es que lo va a notar Remiel, va a ser demasiado obvio.

—Bueno, es que Gabriel dijo que teníamos que... empezar una misión con el infierno y...

—Ajá...

—Pensé que tú, que eres un demonio bastante... accesible, porque eres así como más dulce y estás enamorada de Gabriel, pues tal vez podrías ayudarme.

—Pffff —Gabriel no puede evitarlo.

WHAT THE HELL!?

—Pues es que... ¿quién iba a conocer mejor a los demonios que otro demonio? —se sonroja un poco, nervioso.

Belcebú FULMINA a Gabriel con esa risa, que sigue, por cierto tapándose la boca.

—Yo NO soy dulce y NO estoy enamorada de... WHAT THE HELL ES LO QUE LES CUENTAS, GABRIEL?!

El nombrado levanta las manos lo más inocente que puede, aun muerto de la risa.

—¿Entonces por qué quieres casarte con él? —pregunta Remiel frunciendo el ceño.

—No es... yo... ¿¡QUÉ LES CUENTAS?!, ¡EN SERIO!

—La verdad...

—¿C-Cuál verdad?, no les ... Ugh! ¡Eres idiota! No les cuentes... ¡nada!

—¿Entonces quieres o no quieres? —pregunta Remiel.

Bloody hell, sí, ¡sí quiero!

La sonrisa de Gabriel y el sonrojo de Belcebú.

—¿Y por qué? —sigue Remiel.

—Porque me sale de los huevos, por eso —responde agresiva, cruzándose de brazos y sonrojándose más.

Remiel frunce más el ceño.

—Gabriel, no creo que esta boda te convenga.

—Ughhh... —Belcebú se masajea las sienes.

—¿Por qué no?

—Pues claramente ella no es sincera, debe tener motivos ocultos.

—Es probable que deba anularla, entonces —asiente.

—No! Bloody hell! ¡No la anules! ¡Es la bloody voluntad de Dios! —levanta la cara y mira a Gabriel y debe poderse sentir una oleadita de afecto angustioso.

—Ah, es verdad... está la voluntad de Dios...

—Pero si la voluntad de Dios es la comunión con el infierno, querrá que te cases con un demonio que te quiera, Gabriel. Tal vez deberías buscar otro.

—Bueno, es cierto que hay más demonios... —Gabriel se lo piensa. Belcebú mira a Remiel y luego de nuevo a Gabriel, con fiereza.

—¡Lo estás haciendo a propósito solo para que lo admita! —protesta.

—Tal vez... Lucifer no tuvo problemas en invitarme a una cita. O Leviatán... ¿O que hay de Asmodeo? Aun pienso que podría escribirme, dijo en Halloween que lo haría.

WHAT?!

Remiel parpadea con todo eso porque él hablaba en serio.

—¿No que Miguel estaba haciendo esto con Lucifer?

—Bueno, olvida a Lucifer entonces —Gabriel se encoge de hombros.

—No vas a salir con alguien más, ¡Y PUNTO!

Los dos la miran.

—Sí que le quiero.

—Lo dices solo porque te estás viendo obligada.

—¡Desde bloody luego que lo digo porque me están chantajeando los bloody dos! ¡Pero eso no hace que no sea cierto!

—Pero hace que no te creamos—explica Gabriel, sonriendo.

Gabriel es fulminado por Belcebú con la mirada de absoluto "muérete" que le pone... Puede que hasta le dé una punzadita el corazón solo con eso. Buena reacción, gracias.

—¡Tú no puedes no creerme!

—¿Por qué no?

—¡Porque has dicho que lo SIENTES!

—Haz que lo sintamos, entonces.

Belcebú traga saliva, nerviosa y ya desde que la traga, lo siente un poquito, sin darse cuenta.

—Y-Yo no puedo hacerlo como ustedes.

—Esfuérzate.

—¿Por qué me haces hacer esto? —protesta un poco, cerrando los ojos y cruzándose de brazos, tratando de pensar en cuando Gabriel la abraza... sonrojándose—. Es estúpido y yo realmente no creo tener que demostrar n-nada —piensa cuando se acurruca contra él... y la llama Bú. Y al recordar el Bú suelta una oleadita de afecto.

Gabriel mira a Remiel que no acaba de...

—Es muy poco.

—¿¡Tú quién eres para decir que es muy bloody poco?! —chillonea Belcebú en protesta.

—El Arcángel Remiel.

—Es poco, Bú, tendrás que hacer algo más —sentencia Gabriel encogiéndose de hombros.

—Arcángel Remiel mis fucking hue... —se calla cuando le llama Bu y sube sola la intensidad, mira a Gabriel que le sonríe.

—¿Bú? —pregunta Remiel.

—Como eches eso a perder, te arranco los ojos —le amenaza Belcebú.

—A ella le gusta —Gabriel se ríe con esa respuesta.

Shut up! —Belcebú se sonroja y aprieta los ojos.

—Y a mí también —añade. Ahí va otra oleada de afecto sin notarlo—. ¿Lo ves? —se vuelve a Remiel.

—Sí, bueno, pero...

—No somos ángeles, ¿vale? No hacemos así como ustedes todas las ondas expansivas de bloody love como si de soplar se tratara.

Gabriel se humedece los labios vacilando, porque está pensando en hacer algo que no ha hecho nunca antes.

—Es que... ¿Entonces con esto hay suficiente? —pregunta Remiel

—No. Espera —se levanta.

Belcebú levanta las cejas, mira a Gabriel y, la verdad... le busca la entrepierna con la mirada casi en automático

Ya se le ha bajado un poco bastante, la verdad.

Igualmente, es que creo que lo hace en automático.

Gabriel se humedece los labios mirando a Belcebú, porque... aunque ya es... obvio, tampoco es TAN FÁCIL

Belcebú le mira a la cara después de unos segundos. Gracias.

Remiel parpadea sin entender qué tiene que esperar y Gabriel se echa adelante a besar a Belcebú. Libremente y sin coerción. Frente a otro Arcángel.

Belcebú se paraliza un instante, sin esperarse eso PARA NADA, con una, ahem, pequeña explosión en el corazón. Porque esto... es que vamos a empezar por el principio, es ella la que suele besarle a él y no al revés... incluso dejando de lado al hecho de que hay otro Arcángel ahí. Ya le gusta la idea de... que Gabriel sea el de la iniciativa.

Remiel parpadea porque... no se esperaba... o sea... Gabriel dijo que...

Belcebú le abraza del cuello, cierra los ojos, le aprieta contra ella y le responde el beso. Ni siquiera de manera especialmente sexual. Es... un beso de amor

Exacto. Gabriel deja salir el afecto como cada vez que se besan así. Belcebú le quiere de vuelta con intensidad.

Remiel ahora sí que levanta las cejas, sin saber si esto es... él o ella. O los dos. Son los dos, darling... aunque no puedas diferenciarlos.

Gabriel se mueve un poco, acariciándole la cara, porque esta agachado en una posición un poco incomoda y es que es esto lo que, maldita sea, hace que todo lo demás valga la pena.

Belcebú baja un poco las manos de su cuello a su pecho, acariciándole la camisa y haciendo un sonidito de satisfacción.

Y el problema es que se le está volviendo a levantar... el ánimo, así que se separa.

Belcebú lloriquea un poquito.

Él carraspea sin mirar a ninguno de los dos, yendo a sentarse a su silla de nuevo. Belcebú traga saliva y se limpia la boca con el dorso de la mano, relamiéndose un poco.

—Ehm —vacila Remiel.

—Hum...

—Así, esto es lo suficiente —explica Gabriel.

Belcebú ha perdido la capacidad de habla y Remiel traga saliva.

—V-vale

—M-M-M...

Remiel mira a Belcebú

—¿M-Me... me decías?

—Q-Quería... saber sobre los... demonios.

—A-Ajá...

—Estaba pensando si... podías aconsejarme.

—¿A-Aconsejarte a qué? —he de decir que el flujo continuo de amor no se ha detenido.

—Pues... qué demonio debería yo...

—¿Quieres saber que demonio debería seducirte a ti?

—Ehm... Bueno, o sea... sí.

—Hmmm... No sé —le mira de arriba a abajo—. Tienes una apariencia terrible de santurrón.

Remiel se sonroja sin saber si eso es bueno o malo.

—Pareces casi imposible de seducir

—Bueno, yo le... yo... a... él.

—¿Tú vas a seducirle a él?

—N-No sé si sabré —se sonroja.

—Yo sí sé que no sabrás, no tienes ni idea.

Remiel baja la cabeza un poco desconsolado.

—Buuuu —la riñe Gabriel. Belcebú le mira de reojo y se sonroja.

—A lo mejor tú podrías ayudarme —propone Remiel. Ojos en blanco, pero solo porque Gabriel lo ha pedido...

—Vale.

Sonríe.

—Puedo tocarte y que veas que se siente —propone ella.

—¿Eh?

—Acércate.

Y lo creas o no el TENSO es Gabriel

La verdad... no me cuesta creerlo tanto.

Pero ahí va Remiel y Gabriel se revuelve.

Belcebú levanta una mano hacia... él.

—¡Para!

Belcebú levanta las cejas y mira a también y Gabriel carraspea, sonrojándose.

—¿Qué?

—Esa parte no es... necesaria, Belcebú

—¿Por? Es algo que va a acabar por sentir, más temprano que tarde

—Es mejor si lo siente directamente del... interfecto. Explícale otras cosas.

—¿Otras cosas como cuáles?

—Como qué tiene que hacer él.

—Dejarte hacer. No salir huyendo a la primera oportunidad.

—¿Pero cómo sé que... el demonio no va a hacerme algo malo?

Belcebú se humedece los labios.

—Hmm... —se sonroja, porque si hay una solución a eso, una bastante... simple. Pero no quiere decírsela.

Remiel la mira con sus grandes, inocentes, redonditos y oscuros ojos de ángel. Tan mono.

—I-Intenta... m-mostrar un poco de afecto. Ayuda un poco a la buena voluntad...

—¿Afecto? Ah, amor. ¿Un poco como cuánto?

—N-No mucho —Belcebú vacila, sonrojándose más.

—¿Por?

—Con mucho... ehm... puede lastimarte.

Gabriel mira a Belcebú con una ceja levantada y Remiel mira a Gabriel porque no es eso lo que él les ha dicho.

Shut up —protesta Belcebú.

—No les mientas a mis chicos, demonio —replica Gabriel sonriendo de ladito.

—Ugh! Es que... bastante me parece ya que...

—Nadie te va a hacer nada, Remiel.

—Mmm... Bueno, ¿qué demonio debo elegir entonces?

Se lo dicen al chico descorporizado por Belcebú hace unos meses...

—Uno de los príncipes del infierno, claro... quizás... —le mira, inclinando la cabeza y pensando que TODOS se lo van a comer vivo—. Buff... quizás a Belfegor.

—¿B-Belfegor? —saca su tablet.

—Creo que le daría pereza intentar hacerte algo.

Remiel vacila porque ese no es el que... él había visto con Raguel, pero si Belcebú dice que mejor ella, tal vez debería hacerle caso. Belcebú se encoge de hombros.

—¿No te gusta?

—No. O sea, sí. No menos que los otros quiero decir.

—Por favor no seas insoportable con ella ni te pongas en este plan de "todo en el cielo es mejor"

Remiel parpadea con eso y Gabriel pone los ojos en blanco.

—No hagas caso, es que le da rabia porque SABE que el cielo es mejor.

—¡Lo que me da rabia es oírlo tooooodo el puto tiempo!

—No vamos a negar la verdad solo porque haya oídos sensibles.

—No es necesario que lo digas, bloody hell. El infierno tiene otras ventajas —protesta apretando los ojos.

—Uy, sí, dónde vas a parar...

Shut up.

—Fui a sanación. ¿Sabes cuantas enfermedades me contagias cada vez? ¿Cómo es eso posible si yo te curo a ti CADA VEZ?

Ella levanta las cejas y le mira.

—T-Te contagias porque eres débil.

—Me contagias porque tú estás enferma.

—A mi nada de lo que te contagio me hace nada...

—A mí tampoco, pero eso no significa que no sea contagioso.

—Es parte de mis propias armas, Gabrielito —hace los ojos en blanco.

—Será eso.

—Lo es, infectar, contagiar, atraer... a santurrones inocentes —bromea.

—Otra cosa a la lista de cosas que se te dan mal, entonces.

Remiel mira a uno y otro.

What?! No se me dan mal, ¡mírate! —chillonea.

—¿Y qué tengo que ver?

—¡Tú no te me das mal!

—Bueeeno.

Belcebú le saca la lengua y se gira a Remiel, que les mira como en un partido de tenis.

—Prepárate para satisfacer las necesidades de tu demonio... no como otros.

—¿Eh? ¿Qué necesidades?

Ojos en blanco de Gabriel.

—Físicas.

—Lo hará cuando no sea pecado. Como todos.

—Deja de llamarlo pecado. ¿Dónde dice que lo es? —empieza y luego se detiene a si misma—. No, ni me digas dónde dice que lo es —aprieta los ojos.

Gabriel, que ya estaba sacando la biblia del cajón de su escritorio, vuelve a guardarla.

—¡Pero no te pasa nada si no lo cumples! —le asegura a Remiel.

—Sí que pasa. Pero ese es otro asunto. ¿Qué tal si vas a estudiar tu estrategia ahora?

Remiel vacila pero... vale, asiente.

—No te ha pasado nada a ti.

—Eso lo dices tú.

—¿Que te ha pasado?

—A ti te lo voy a contar

—¿Por qué no? Voy a ser tu esposa —en cuanto lo dice se sonroja, abriendo un poco la boca, azorada. Gabriel la mira mientras acompaña a Remiel a la puerta, sonriendo. Belcebú carraspea un poco.

—Mi... Esposa —repite después de cerrar la puerta.

Belcebú se sonroja, porque nunca lo había dicho, ni siquiera para sí.

—Devota y adnegada.

—What the hell! No!

—¿No?

—¡No voy a ser abnegada par nada!

—Vaya... Ha sido divertido mientras ha durado.

What?! —Abre la boca cómicamente.

—Si no hay abnegación...

—Sí hay abnegación.

—Has dicho que no.

—Ugh, joder! Hay... estoy queriendo decir que la abnegación es... ¿tú también vas a ser abnegado conmigo?

—Yo soy un ángel.

—¿Y eso qué?

—Es una característica intrínseca.

—¿Eres abnegado?

—Pues claro.

—¿Y qué es ser abnegado exactamente? —pregunta sonrojándose un poco porque en realidad sabe o cree que es algo ñoño y tonto, pero no está segura de que es. Gabriel sonríe con esa pregunta.

—Significa poner por delante los intereses de otros a los tuyos.

Belcebú se humedece los labios.

—¿Por delante tus intereses a los míos?

—En tu caso, los míos.

Belcebú se sonroja pensando que... va a casarse y quizás termine hasta perdiendo el infierno con ello. Gira la cara.

—Por no hablar de la devoción.

—¿¡Devoción a Dios?! No.

—¿Te casas con Dios? No.

—¿A... A-A ti?

—Exacto.

—¿Eso que implica?

—Admiración, respeto... veneración.

—¿Tú vas a... tenerme devoción a... mi? —Belcebú se humedece los labios.

—No más que a Dios, lo siento.

—¿Pero solo... un poco menos?

Se encoge de hombros y ella sonríe igual.

—Me gusta esto. ¿Qué otra cosa vas a hacer?

—¿De qué?

—¿Que más vas a hacer además de ser devoto y venerarme?

—Esto iba de lo que hacías tú.

—También, también, ¿qué otra cosa tengo que hacer?

Ojos en blanco, pero sonríe

—Es importante saber qué esperas...

—Espero... cosas que no debería esperar de ti.

—¿Cuáles?

—Que seas buena.

—C-contigo lo soy todo el tiempo...

—No solo conmigo.

—¡Es como si yo esperara que fueras malo!

—Ya lo sé —suspira porque... su casita bucólica de tejado rojo y flores en las ventanas implicaba las paredes interiores rosas y doseles de telas satinadas y apasteladas en las camas. No paredes granates y negras con pinchos y calaveras en las camas y velas negras borboteantes por doquier.

—Hace tiempo dijiste que nunca sería la novia que querrías que fuera.

Se la imagina con el pelo rubio, en un peinado tipo hairspray de los cincuenta, atado con una cinta de un color apastelado y con un estampado florar a conjunto con el vestido, que llevaría una graaan falda, el cuello y las mangas punteadas de blanco y un delantal impoluto. Con zapatitos de un tacón coqueto, pero cómodo. Ni siquiera es un pin-up del todo. Suspira.

Belcebú hace una mueca.

—¿Aún crees que soy lo peor que te ha pasado?

—Sí.

Suspira, internamente decepcionada de esa respuesta, pero sonríe, aunque no le sale del todo una sonrisa sincera.

—Bien, es bueno saber que aún tienes esa idea. Tú tampoco eres el novio que querría que fueras

—En fin... ¿Ah, no?

Ella me mira y es que... se revuelve un poco.

—¿Por qué soy lo peor que te ha pasado? ¡Ni siquiera pareces triste cuando estás conmigo!

Se ríe y ella se sonroja, cruzándose de brazos.

—¡De verdad! Es una pregunta... seria.

—¿Cómo tendría que ser yo?

—Menos mojigato.

—Ya, claro —ojos en blanco.

—¡Desde luego!

—Sí te creo.

—Y más... más... —le mira, como analizándole... y piensa, ¿guapo? Imposible. Listo... en realidad, tampoco. ¿Divertido? Ya es divertido y la hace reír. ¿Galante? Sí lo es y es muy mono ni cuenta se da. ¿Malévolo? Buff… cuando quiere bien que lo es. Debe de sentir Gabriel una estúpida oleada de amor bastante interesante ir hacia él.

Sonríe. Ella frunce el ceño porque... no ha dicho nada!

—¡M-Mucho más... más... más... p-perfecto! —Ay, Belcebú.

Se ríe.

—Shut up!

—Eres muy mona.

—What?! ¡No soy mona!

Sonríe más porque sí que lo es.

—Estoy diciendo que... serías distinto para ser...mejor.

—¿Distinto?

—Exacto —asiente toda sonrojada.

—¿Cómo?

—D-Distinto como en... el estado en el que la gente no es igual a como es ahora. Distinto tendrías que ser.

—O sea, no sabes como, solo te quejas de vicio.

—¡Tú tampoco has dicho cómo!

—Porque no te gustará.

—¿Crees que soy débil y no puedo soportarlo? —ojos en blanco.

—Sí. Y además no te gustara.

—¿Por qué no va a gustarme?

—Implica ropa femenina en tonos pastel y maquillaje.

—¿Insinúas que no puedo ponerme ropa en tonos pastel? —le mira a los ojos.

—No es una cuestión de capacidad.

—Podría... ¿sabes esos juegos que juegan los humanos?

—No.

—Si te... excitan los colores pastel puedo...

—¿Excitarme?

—Sí.

—¡Esta no es una cuestión de excitación!

—¿No?

—¡No! Nada es una cuestión de excitación.

—¿Seducción te gusta más?

—¡No!

—¿Quieres o no que me vista en colores pastel?

—Pero no tiene que ver con eso.

—¿Con qué tiene que ver? ¿Cuándo quieres que la use?

—Pues es más bien algo... no sé, idílico.

—¿Quisieras que todo el día estuviera vestida como uno de los tontos ángeles con los que estás todo el día? —chasquea los dedos y se viste como Miguel.

—No, no es eso —se sonroja.

Belcebú se sonroja en espejo, la verdad, mirándole impertérrita, fuera de eso. Levanta la nariz.

—¿Entonces qué es?

—Pues no es... de hecho Miguel ni siquiera es demasiado...

Ojos en blanco. Chasquea los dedos otra vez, se viste como ella misma, pero en colores pastel.

—Olvídalo —aprieta los ojos.

—Ugh, ahora no te gusta.

—Es... Olvídalo, de verdad.

Hace los ojos en blanco otra vez y chasquea los dedos.

Le sonríe y ahí está ella otra vez como es.