¿Lucifer qué tal lo lleva?

Probablemente está cerca de las mazmorras porque le tensa un poco que Miguel esté ahí.

—Aamón! — Dagón lo detiene en cuanto le ve.

Aamón aprieta los ojos sin esperar tan pronto tener que estar lidiando con alguien.

—Estoy ocupado.

—Ya, pero Belcebú necesita saber YA cuando podemos contactar con tu ángel.

—¿Contactar... c-con mi ángel? ¿Para qué?

—Dijiste que estabas acostándote con un ángel como ella decretó, pero hay que comprobar la certeza de ello. Si no podemos contactar con el ángel pronto, habrá que secuestrarle como a Miguel.

Los parpadeos variados y múltiples.

—E-Estoy... Claro que estoy acostándome con él. Puedes corroborarlo en cualquier momento.

—Bien, ¿entonces cuando vas a traerlo?

—¿T-Tengo que traerle? ¿Aquí?

—¿Pues qué esperas?

—¿Para qué podría querer venir?

—Para evitar tu castigo por mentir.

—Vale, vale... y una vez aquí ¿cuál es el plan?

—Interrogarle.

—¿Qué es lo que quieren saber? ¿Si he tenido relaciones sexuales? ¿Que él se los diga?

—Sí. Y Belcebú le hará unas preguntas.

—¿Unas preguntas de qué tipo?

—No lo sé, no me las ha dado.

—Vale, le traeré —asiente suspirando—. Ahora, tengo que ir a las mazmorras.

—¿Por?

—Tengo un asunto ahí que... —la mira —. No te importa.

—Estoy autorizada a pedir explicaciones a todo el mundo en el infierno y como me mientas...

—Bueno pues es esa la explicación, tengo asuntos en las mazmorras. ¿Quieres venir a verlo?

—Ah... sí. Vale.

—¿Sí quieres venir? ¿De verdad? —parpadea—. Ehm... bueno.

—Pues sí, vamos —levanta la barbilla.

—Ugh... bueno.

Dagón aprieta su carpeta contra sí y le mira.

—Ve tú delante

—¿Por?

—Vale, ve detrás.

—Qué te traes entre manos —Frunce el ceño sin entender.

—¡No me traigo nada entre manos! ¡Me da igual si vienes o no, si vas delante o no! —protesta.

—No parece.

—Bueno, yo voy a ir. Haz lo que consideres apropiado —ojos en blanco.

—Voy a ver qué es lo que haces.

—Muy bien... —se humedece los labios y busca las escaleras para las mazmorras. Dios mío con este sitio complejo y laberíntico.

—¿Por qué estás tan cooperador últimamente?

—Para que dejes de hacerme preguntas... y no funciona por lo visto.

—Es sospechoso.

—Todo lo es, por lo visto.

—Sí cuando haces cosas raras.

Aamón suspira profundamente y piensa en este asunto de gritarle... aprieta los ojos.

—Mira... niña.

—Eh, Belfegor!

—Dios... —susurra entre dientes, porque ¡hay más gente conocida por aquí!. Acelera el paso a ver si se escapa.

—Eh, eh, Aamón, no te vayas. Belfegor! Ven aquí!

—Tengo prisa —protesta, pero no se va porque siempre son tan... obedientes.

—Belfegor, mira, Aamón ya se está acostando con un ángel como Belcebú quiere. Dile como lo ha de hacer —la empuja un poco acercándola a él. Belfegor parpadea un poco y bosteza.

—¿Que yo le diga a... —arruga la nariz porque se ve sucia y... despeinada. Nada atractiva como Aamón—. Ella como hay que hacer?

—Sí. Y nada de engañarla.

—Bañarte sería lo primero... —chasquea los dedos y la limpia completa.

Belfegor levanta las cejas y hace un grito desgarrado con ello. De hecho es un grito bastante ultrasonico que se clava en el cerebro

—U-Ugh! —protesta Aamón sin entender lo que ha pasado, llevándose las manos a los oídos.

Dagón también se cae hasta de rodillas

—¡Cielos!

—¡Vuelve a ponérselo! —chilla Dagón entre el sonido.

—¿Queeeeé?

—¡La mugre!

—Ugh, no!

Dagón aprieta los ojos y se la pone ella solo para que calle. El alivio de todo mundo... inmediato.

—¿¡Pero qué ha sido eso?!

—¿Estás tonto o qué? —riñe Dagón a Aamón

—No, he hecho lo que me has pedido. ¿¡Por qué grita?!

—¡Porque le has quitado la mugre!

—¿¡Y por eso ha de chillar?!

—¡Pues yo qué sé!

—¿¡Pero a qué vienen esos gritos!? —Aamón se gira con Belfegor.

—Hola —sonríe ella

—Hola. ¿Te... he lastimado o algo?

Belfegor le toma una mano, Aamón parpadea y trata de soltarse, la verdad pero ella le da un lametazo en ella y luego le suelta.

—Ugh! —se la limpia en la ropa. ¡Cielos con la chica rara!—. Tengo que ir a las mazmorras...

—Sabes a ángel.

Aamón se detiene... y se gira, nerviosito.

—Claro que tengo sabor de ángel. He estado con uno. Tú hueles a... mal.

—Belfegor, basta, Belcebú dice que tienes que ir con un ángel también —la riñe Dagón.

—Y para ello necesitas limpiarte —asegura Aamón.

—Asmodeo me ayuda.

—¿¡Asmodeo?!—qué pasaba con Asmodeo últimamente que estaba en todos lados!

—¿Y dónde está ahora? —pregunta Dagón. Belfegor se encoge de hombros.

—No puedes perder a tu compañero, Belfegor, voy a tener que reportarlo a Belcebú.

—Belcebú no está.

—Claro que está, Belfegor, ¿dónde va a estar si no?

Ella se encoge de hombros otra vez. Aamón parpadea pensando en Gabriel... y Belcebú.

—Bueno, necesitas otro compañero. Vas a ir con Aamón ahora.

Belfegor se le cuelga del brazo a Aamón ahora. Ugh.

—No, no... ¡ella no puede venir conmigo! —intenta sacudírsela como puede, la verdad, pero no le suelta—. Bueno... Ehm... vamos a las mazmorras —ahora se ira con unos rezos, piensa para sí, susurrando una bendición en cuanto empieza a caminar.

Y Belfegor pega un salto como si le hubiera pasado la corriente.

Good... mission accomplished. Aamón carraspea.

—Bueno, nos vemos —camina rápidamente.

—¿Qué? No! —Dagón corre detrás y Belfegor se queda mirándose donde le ha dolido.

Aamón camina más rápido, intentando deshacerse de ambas, encontrando unas escaleras... que bajan. Desea pensar que por ahí se va... por el amor de dios.

Y te vas a chocar de cara con Leviatán por ir mirando a ver si te siguen.

Ese idiota.

Azraeeeeel...

—Eh! —protesta el demonio.

—Ohh... perdona.

Leviatán parpadea porque una disculpa era como lo último que esperaba.

—Estoy yendo a... las mazmorras. ¿Sí es por aquí?

—Sí, claro. ¿A qué la prisa?

—Ehhh... ya sabes... un favor. Viene Dagón atrás de mí, puedes decirle que Belcebú la llama, ¿por favor?

—¿Y qué gano yo?

—Ya lo verás —responde intentando ser críptico y... corre escaleras abajo.

—¡Eh! ¡Ni hablar! DAGÓN, ¡ESTÁ AQUÍ ABAJO! —se va detrás.

¡Ojos en blanco con todo mundo!

Haberle ofrecido algo.

Pues... ¿¡qué podría querer?! Bueno... pues ahí va, pensando que no tiene idea de dónde está Miguel.

Quién sabe. Algo bueno. ¿Qué tal que le quite las cadenas de mierda?

Ah, esa podría ser una opción, ¡si supiera que las tiene!

Pues lleva una al cuello, ¿no?

Ya... ya. ¿Qué va a saber el si no es la moda entre demonios?

Bueno, tampoco él sabe que es un ángel disfrazado y puede quitárselas.

Esperaba... encontrar a alguien por ahí cuidando las mazmorras. ¿Hay un "jefe de las mazmorras" al que preguntarle por el Arcángel Miguel?

Excepto porque no sé si realmente estén ahí las mazmorras.

La verdad, Aamón empieza a pensar que debió traer al Aamón de verdad.

Leviatán y Dagón llegan con él.

—¿Estas... son las mazmorras?

—No...

—¿Y dónde están las estúpidas mazmorras?, ¡tengo algo urgente que hacer ahí!

—¿El qué?

—Hay aquí encerrado un Arcángel.

—¿Y?

Ahí llega Dagón.

—He venido a liberarlo.

—¿Por?

—Porque el Arcángel que está aquí es el comandante del ejército celestial, y necesito intercambiarla.

—¿Intercambiarla por qué?

—¿¡Pues por qué va a ser?!

Leviatán se encoge de hombros.

—Por qué no venga todo el ejército celeste, lo primero y porque... Belcebú ha ordenado cosas. Que no sirven si está ella aquí.

—¿Cómo cuáles? —pregunta Dagón frunciendo el ceño.

—Liarnos con un ángel, ¿no lo has dicho tú? El cielo está... amenazando con cancelarlo todo si Miguel sigue encerrada aquí.

—¿Y? —insiste Leviatán—. ¿No que tu ángel estaba TAAAAN enamorado de ti?

—Mi ángel está enamorado de mí, nadie ha dicho que no —se sonroja un poco—. No tengo porque pedirle permiso a ninguno de ustedes para sacar a Miguel de ahí adentro. Belcebú sabe que lo voy a hacer...

—Entonces qué te importa que lo cancelen. Seguirá enamorado, ¿no?

—Sí, sí seguirá enamorado. ¿¡Dónde están las estúpidas mazmorras?! —protesta girando a ver si ve algún letrero en algún sitio.

—Belcebú no ha autorizado a nadie sacar a Miguel —asegura Dagón.

—Hace rato hablé con ella y habló el ángel. Belcebú sabe que hay que sacarla de inmediato... ¿quieres no hacerlo y ver él lo que se te hace después?

—Nadie tiene prisa por sacar a Miguel del infierno y aún menos Belcebú —comenta Leviatán.

—Bueno, en esta ocasión YO tengo prisa por sacar a Miguel del infierno.

—Aun no entiendo porque... —insiste Leviatán.

—Yo voy a llamar a Belcebú —suelta Dagón, yéndose a ello.

—Bueno, ¿¡qué es lo que a ti te importa la causa?! —protesta caminando hacia... cualquier sitio.

—¿Qué?

—Es igual si entiendes o no.

—Te lo ha pedido el ángel, ¿no es así?

—Quizás lo he intercambiado por algo —Aamón le mira de arriba a abajo.

—¿Cómo qué?

—Información del cielo para Belcebú. ¿Y esas cadenas?

—¿Qué me vas a contar? —hace un gesto para mostrárselas.

—¿Te las ha puesto alguien? ¿O es parte de la moda del infierno?

—Sí. A ambas.

—¿No son incómodas entonces?

—Pues uno se acostumbra. ¿Por? ¿Quieres unas?

—No, quiero que me lleves a las mazmorras.

—Cuéntame la información del cielo y te llevaré.

—Tengo información sobre el libro de Raguel —Aamón se humedece los labios.

—¿Y cuál es esa información?

—Hay ciertos... pecados. Ciertas tendencias. Que el cielo está analizando.

—¿Cómo cuáles?

—Pecados relacionados con los demonios. O tendencias demoniacas a ser más... suaves en ciertas áreas relacionadas con ciertas virtudes.

—¿Vas a seguir divagando o me lo vas a decir, abuelo?

—¿Vas a llevarme a las mazmorras, o vas a seguir mirándome con cara de tonto, niño?

Hace un gesto para que vaya delante, hacia arriba.

Aamón levanta una ceja y hace los ojos en blanco, en una interpretación bastante buena, pero ahí va.

—Así que te han contado de qué pecan los ángeles... ¿de qué peca el tuyo? Además de un gusto horrible...

—Ira.

—Oh, que romántico, sois tal para cual.

—Absolutamente. ¿Tú tienes un ángel?

—Yo tengo tres, uno solo me parecía un desperdicio de capacidades.

—Vaya, ¿quiénes son? —pregunta frunciendo un poco el ceño

—Eso tiene su precio.

—¿Cuál es el precio?

—No lo sé, ¿qué más sabes?

—Quizás sería más fácil si preguntaras cosas específicas.

—Bueno, para ti, seguro.

—Probablemente, sí...

—¿De qué pecan los demás?

—Quién en particular, tenemos... tienen muchos ángeles en el cielo.

—¿Cuál es el envidioso?

—Te diré eso cuando me muestres dónde está Miguel —Aamón se humedece los labios.

—Pensaba que ya sabías donde estaba.

—Yo pensaba que me estabas llevando hacia ella.

—¿Y a dónde crees que vamos si no?

—Confío en que vamos al lugar correcto.

—Probablemente no deberías.

—Probablemente no, pero aun así... Estamos hablando, creo que sería más útil que me mostraras dónde está a que no lo hicieras. Tanto para ti como para mí.

—¿Por?

—Bueno, si me enfado voy a dejar de contarte esto... y tú tienes curiosidad.

—Debo decirte que aun así... me necesitas tú a mi más que yo a ti —se ríe.

—Entonces tienes certeza absoluta de donde está Miguel —le mira de reojo.

—La tengo.

—Y yo tengo información de quien es el envidioso.

—Crees que me interesa más de lo que me interesa.

—Bueno, si no te interesa, quizás pueda ofrecerte otras cosas que si lo hagan.

—Veamos —se humedece los labios.

—Esas cadenas... Parecen benditas.

—Me las pusieron los ángeles.

—¿Y te interesa que te las quiten?

—¿A cambio de enseñarte donde están las mazmorras?

—No, a cambio de localizar a Miguel y sacarla de la mazmorra.

—Mmmm... No me molestan tanto.

—Bueno, ni tú ni yo, señálame exactamente dónde está Miguel, aunque no la saques.

—¿Y a cambio?

—Te quito esas cadenas.

—Y me cuentas.

—Hmm...

—¿Es que crees que soy idiota o qué? No puedes quitarme unas cadenas benditas. No te voy a decir a cambio de nada y que me digas, ups, pues resulta que no puedo sacártelas, que mal.

—Detente un segundo.

Leviatán lo hace.

—Raguel me ha... enseñado uno o dos trucos angelicales —le mira a los ojos. Chasquea los dedos, desaparecen.

Leviatán levanta las cejas y la verdad, se masajea las muñecas

—Ahora llévame con Miguel.

—Enséñame —Se humedece los labios.

—Llévame con Miguel, a cambio de quitarte las cadenas. Ese era el acuerdo.

—Ya estamos con Miguel, enséñame y te diré dónde.

Aamón frunce el ceño y mira a su alrededor. Leviatán sonríe de ladito.

—Pruebas

Chasquea los dedos y hace aparecer la armadura de Miguel ahí. Se oye a Lucifer a lo lejos gritar WHAT THE FUCK!?

Las cejas de Aamón casi van a la tierra... Voy a asumir que Miguel grita, no sé si la oyen.

No creo o tal vez sí.

Vamos, no es un grito desgarrador pero sí que la ha asustado un montón. Está su... e-espada también ahí.

—Ya, bueno, no requería pruebas de que la tuviéramos en el infierno. Ya sé que está aquí... lo que quiero es saber dónde.

—Enséñame.

—Te digo cómo se hace, si la sacas.

—Bien.

—Muy bien...

—Entonces...

—Pues... sácala.

—Primero enséñame.

—No es ese el trato. Hemos dicho que te digo como se hace si la sacas de ahí...

—Pero no la voy a sacar y luego vas a marcharte con ella y no mostrarme, así que tú primero.

—Necesitas un ángel para hacerlo...

—Tú acabas de hacerlo sin un ángel aquí —se le acerca.

—Porque vengo de con el ángel —no se echa atrás, tratando de no aparentar ningún temor.

—Bien, yo también vengo de estar con un ángel.

—¿Un ángel que te transfirió amor y confianza?

—Sí, claro.

Aamón sonríe un poco, pensando que es mentira.

—Bien, si no ha sido así no va a funcionar, lo advierto... pero puedes entender la teoría y hacerlo tú en alguna ocasión. Probablemente no te guste la idea, Ehm... duele. Tienes que rezar...

Leviatán se humedece los labios.

—Profundamente y con convicción

—Ya...

—Esto... funciona también para ponerlas, de hecho... Rezas, le pides a Dios que bendiga las cadenas... las bendices tú y... —chasquea los dedos apareciendo una cadena en el aire, bendita

—Mmmm...

—Si yo puedo hacerlo, debes poder hacerlo tú. Oh, pero lo importante... el ángel tiene que interceder por ti.

—A mí me parece que el ángel tiene que estar presente.

—A mí me parece que tienes que cumplir tu parte del trato —frunce el ceño

Chasquea los dedos y le pone un grillete maldito al cuello, que cualquier demonio podría quitarse.

Aamón hace los ojos en blanco, chasquea los dedos y le pone un grillete bendito uniéndole los pies, uno con otro.

—Eres un ángel. ¡Lo sabía! —sonríe.

Aamón frunce más el ceño, produce con un chasquido dos bolas de hierro en el aire, tamaño de una toronja. Chasquea los dedos y se las pega en las palmas de las manos. Te presento los guanteletes del cielo.

Leviatán suspira con eso.

—Sois toooodos tan densos —sonríe un poco igualmente.

—Probablemente, sí...

—En fin —se encoge de hombros

—¿Estás listo para negociar?

—Estábamos haciéndolo.

—Estabas engañándome... y poniéndome grilletes.

—Era una prueba. Si fueras un demonio podrías habértelo quitado fácilmente.

—El problema de hacer pruebas atacando a los demás, es que nos hace terminar así. Yo aparecí una cadena en el aire.

—No ibas a aceptarlo si no era directamente sobre tí, pero está bien, sigue, sigue.

—Aún quiero a Miguel afuera. ¿Tú qué es lo que quieres?

—Buena suerte con eso mientras me tengas así —le muestra las manos.

—Eso te lo puedo quitar tan fácil como te lo puse.

—Ya me imagino —le guiña un ojo.

—Oh... encanto demoniaco —le sonríe—. No creas que no estoy acostumbrado a él, pero me parece bien que lo intentes conmigo.

—Es... algo que hago sin pensar, ¿Raguel, entonces? —busca donde sentarse sin preocuparse demasiado, así sea en el suelo.

—¿Vas a ayudarme o no?

—Ya me dirás cómo.

—Negociando.

—Ya teníamos un trato.

—Y yo cumplí todas mis partes

—Uy, creí que las mentiras eran un pecado también.

—¿Cuáles mentiras? Te he dicho cómo se hace...

—Dijiste que podía hacerlo y no es cierto. Dijiste que eres un demonio y no lo eres. Estás aquí de incognito para salvar a tu compañera...

—Puedes hacerlo como Aamón puede hacerlo, te dije que necesitabas un ángel.

—Y aun así tu decisión ha sido imposibilitarme y encadenarme. No sé qué quieres ahora.

—Te imposibilite y encadené porque lo hiciste tú primero. Ahora, podríamos volver a la civilidad

—Yo no te imposibilite, hice una prueba.

—Y me asustaste.

—Estás en el infierno, ¿qué esperabas?

—No menos —suspira—. ¿Tenemos un acuerdo entonces?

—Tú dirás.

Toma la cadena bendita que ha aparecido hace un rato y se envuelve una mano con ella. Chasquea los dedos de la otra mano y le desaparece todas las cadenas que le ha puesto. Incluyendo las bolas de fierro.

—¿Tienes miedo? —Levanta una ceja y sonríe de ladito.

—Soy precavido.

Leviatán levanta una mano enseñándole los dedos a punto de chasquearlos, pero no lo hace

Aamón le mira, sin moverse, aun sosteniendo su cadena bendita. Sonríe, cuando no lo hace.

Le sostiene la mirada a ver qué respuesta tiene

Suelta afecto, sincero, hacia él... Porque a pesar de todo no le ha lastimado aún.

Leviatán parpadea y da un paso atrás con eso.

—Gracias... de antemano. Por cumplir tu parte del trato.

—No hagas eso —frunce el ceño por primera vez considerando algo una agresión directa, nervioso.

—Entendido —Aamón se humedece los labios.

—No, lo digo en serio —le señala incluso, en tensión.

—Vale, de verdad... solo lo he... hecho sin pensar. No lo vuelvo a hacer si no te gusta —Aamón levanta las manos.

—No... no sé del todo que ha sido, pero no me gusta —chasquea los dedos y le quita la cadena del cuello que le ha puesto antes, sin pensar.

—¿Por qué no te gusta? —pregunta, agradeciendo ese movimiento, levantando una mano y tocándose el cuello.

—No lo sé. No lo repitas.

—¿No te da curiosidad saber qué era? —pregunta, y es que... si algo sabe, es que los demonios, en general y por naturaleza, son curiosos.

—¿Qué... qué era?

—¿Estás... seguro de estar preparado para la respuesta?

—Ehm... ¿Por qué no?

—La respuesta es más compleja de lo que parece...

—No soy uno de esos demonios idiotas —frunce el ceño parpadeando unas cuantas veces.

—Esto no tiene que ver con idiotez o no... es afecto. Lo que sentiste es afecto.

—¿A-Afecto? ¿Por qué ibas a hacerme sentir afecto?

—Porque... lo sentí. Me gustó que no me hicieras daño inmediatamente.

—No estoy haciendo solo eso. Vosotros tendéis a pensar muy mal de nosotros por las buenas —ojos en blanco.

—No es porque seas un demonio...

—Ya, claro.

—Llevo más de dos mil años teniendo una relación íntima con uno de ustedes...

—¿Entonces?

—Es que no te conozco... y te estoy conociendo ahora y me ha parecido que podrías haberme atacado y... estás hablando. Es difícil no sentir afecto en esos casos

—Es muy halagador por tu parte pero no eres mi tipo —aprieta los ojos.

—Tú tampoco el mío.

—Pues no parece.

—Bueno, volviendo al asunto... necesito sacar a Miguel. Pero... —Aamón se ríe un poco.

—¿Pero? —Le mira.

—Podrías... hmmm ¿Vas a sacarla?

—Tal vez.

—Necesito... Ehm... que la encadenes.

Leviatán levanta una ceja.

—Todos sabemos lo... agresiva que es Miguel, especialmente estando enfadada. Va a estar enfadada y si sale va a atacarte... y a atacarme.

—Ya... veo.

—No creo que tengas el más mínimo problema en encadenar a Miguel...

—No, no, pero... va a... tener un precio.

—Vale... ¿cuál precio?

—Algo tendrás que darme, qué tal que me explicas bien eso que decías antes.

—¿Lo de las bendiciones?

—Sí, también.

—Qué quieres que te explico, puedo explicarte... cosas.

—Veamos.

—Hmm... ¿Algo específico?

—No sé, empieza y te diré lo que me llama la atención.

—¿Que empiece a contarte... en general? Uy... Bueno, ehm... pues de las bendiciones será. No sé si pueden hacer ustedes bendiciones o no, no me he encontrado aún a un demonio con la convicción necesaria.

—No, no podemos, olvídalo.

—Bueno, imagino que... vale, no. ¿Qué querías que te contara de las bendiciones? ¿O del libro? En sí... creo que quieres saber cualquier cosa. Ah, vale... te digo quien es el ángel...

—Del libro.

—¿Qué pasa con él? Aún existe, sí.

—Creía que vosotros no pecabais.

—Anda, ¿quién es el de las concepciones específicas "solo porque somos ángeles" ahora?

—Pues... —se encoge de hombros.

—Pecamos.

—¿Que os diferencia de nosotros entonces?

—Nosotros al menos intentamos no hacerlo, peleamos contra ello y nos sentimos culpables.

—Os sentís culpables... vaya... y supongo que tú sigues... apuntándolo todo.

—Sí —Aamón suspira.

—Haciendo amigos...

—Admito que no es el trabajo más... agradable. Apunto lo mío también.

—Bien, todo eso parece un buen cotilleo.

—Pues... quizás puedas llamarle un buen cotilleo o como quieras llamarle. Pensé que querías eso, cotilleo.

—Exacto.

—¿De alguien en específico? Esto es mucho más fácil cuando hacen mil preguntas —admite, riéndose un poco.

—Estabas diciendo que tú pecabas de Ira. ¿De qué pecan Gabriel y Miguel?

—Te lo diré... pero después de eso al menos sacarás a Miguel de ahí dentro.

—Sí, sí... igualmente hay mucho camino hasta la superficie.

—Gabriel... gula.

—¿Gula? ¿Gabriel come? —levanta las cejas.

—No.

—¿Entonces? ¿Bebe?

—Por lo visto... no —Aamón le mira de reojo.

—¿Cómo se puede pecar de gula sin comer ni beber? —LA pregunta.

—Eso habría que consultarlo con Gabriel... o con Dios...

—Mmm... ¿Qué dice Gabriel?

—Creo que alguien con imaginación de demonio podría concluir fácilmente lo que dice Gabriel. ¿Puedes sacar a Miguel, por favor?

—Me intriga un poco esto.

—No lo dudo... pero has dicho que la sacarías... encadenada.

—Supongo que... tal vez Belcebú lo sepa, pero no voy a ir a preguntarle, aunque podríamos hacer alguna conjetura.

—¿Conjetura... de cómo se puede pecar de gula sin comer?

—Sí, exacto —sigue, sin hacer caso del asunto de sacar a Miguel.

—Bueno, quizás sí que podríamos...y con gusto la haremos cuando saques a Miguel.

—Noooo, nonono, pero mira, piénsalo —empieza, sin hacerle caso, con una mano en la barbilla—. Hay dos tipos de pecados capitales. Los físicos y los mentales.

La Gula, la lujuria, la avaricia, son los físicos, porque tienen que ver con el deseo por cosas físicas propiamente y la soberbia, la ira, la pereza y la envidia son mentales, porque no dependen tanto de entes físicos externos si no que tienen que mucho que ver con uno mismo... y con conceptos. Aunque pueden tener que ver con conceptos físicos también.

Aamón de humedece los labios y le escucha, en realidad bastante más interesado de lo que parecería que podría estar. (Miguel les odia a todos)

—Parece muy claro, sexo... lujuria, comida... gula, dinero... avaricia. Pero... pero no en fondo todos los pecados son mentales. El pecado no depende del factor físico externo, si no de la reacción personal del pecador. Por ejemplo en la envidia. La envidia la genera algo que alguien tiene y nosotros queremos. Pero no importa que sea ese algo, si no que nosotros lo queremos.

—¿Podrías transpolar a todos de la misma forma? —pregunta Aamón, mirándole y sonriendo un poco.

—En algún punto podría entremezclarse con la avaricia, pero es distinto, porque... lo que manda es... es el porqué. El para qué quieren o ansían eso que no tienen. Uno puede tener envidia de un vecino rico y no ser avaricioso. ¿Entiendes? La envidia tiene que ver con querer que ser como esa persona generalmente por cuestiones de éxito. La avaricia tiene que ver con tener más que los demás, probablemente por una cuestión de poder o seguridad. Pero... la envidia tiene que ver con que esa persona NO lo tenga. La avaricia en cambio no tiene tanta relación con lo que el otro tenga o no —explica y se humedece los labios, pensando.

Aamón piensa... en el sentir de la situación y no en sí en los motivos.

—La gula podría, entonces... ser el pecado de comer aun estando saciado... o beber aun estando saciado... o algo que no fuera comer o beber... Si extrapolamos eso... la avaricia no tiene tanto que ver con el dinero, como con la necesidad de acumular cosas. No tiene por qué ser dinero. Puede ser... comida. Ropa. Incluso parejas sexuales. O cualquier otra cosa que el pecador necesite... acumular. La gula sería la necesidad de consumir. Igualmente aplicable a cualquier cosa. Consumir recursos, consumir dinero, consumir comida... comprar cosas sin sentido, no por tenerlas si no por... comprarlas, por ejemplo.

—Ropa —Aamón se muerde el labio.

—Parejas. Dicen que Gabriel está intentando ir a por otros demonios ahora que ya... ha pasado por Belcebú. Tal vez ella sea quien le provoca eso. No por la necesidad de acostarse con todo el mundo, si no por... consumir relaciones nuevas. Diferentes.

—Ohh... ya, bueno... —Aamón levanta las cejas.

—¿No?

—No veo a Gabriel como un enorme consumidor de parejas, pero... entiendo tu punto. Es el consumir, en general. Cualquier cosa que lo implique... es un pecado que le... atrae.

—Bueno, no tengo ni idea de que sea lo que consume, yo te digo lo que se oye aquí —se encoge de hombros.

—Me... parece una buena teoría, en realidad. Bastante explicativa, buenas deducciones —admite, sonriendo.

—¿Qué hay del resto?

—No has preguntado por el resto, has preguntado por Miguel.

—Y te he regalado mis deducciones.

—La ira. Yo... peco de ira —se ríe.

—¿Vas a enfadarte conmigo... otra vez?

—No, no me he enfadado contigo. Me he asustado.

—Lo que quiero decir es que eso ya me lo has dicho.

—Sé que no vas a creerme, pero no... Recuerdo a todos.

—Qué mala suerte para Miguel.

—Miguel es Soberbia.

—Oh... así que... también casa con Lucifer. Qué curioso, ¿no?

—Pues...

—¿Quién es el de la envidia?

—Azrael...

Leviatán levanta las cejas y le mira.

—¿Sabes quién es?

—Sí, se quién es. ¿Lo sabe él? —Se humedece los labios y sonríe...

—Esa respuesta vale que saques a Miguel, Leviatán.

—¿Sabe que su pecado es la envidia?

—Saca a Miguel.

—Ibas a decirme a todo el mundo pero no, te acuerdas, así que respóndeme este asunto y no te pediré nada más.

—No sabe aún.

—¿Y se lo vas a decir?

—Pues... sí.

Se humedece los labios porque quisiera ver eso.

—Vale... ¿le... puedes dar un mensaje cuando se lo digas? De mi parte. Y te prometo que saco a Miguel y te escolto a la superficie.

—Escucho —le sonríe

—Dile que... Leviatán cree que aparte de la inteligencia, no tiene nada que envidiarle a nadie.

—Un mensaje... poco amable —Aamón levanta una ceja.

—Puedes leerlo como quieras —se encoge de hombros.

—Está bien, se lo diré si salimos de aquí.

Leviatán se acerca a la pared adecuada donde está Lucifer. Aamón levanta las cejas también porque desde donde estaban antes no le veían.

Lucifer carraspea un poco con cara de... yo solo pasaba por aquí que terrible coincidencia

—Vaya...

—¿Qué haces aquí rondando? —pregunta Leviatán.

—Bueno, ya sabéis... —se encoge de hombros.

—Miguel —responde Aamón. Ambos le miran—. Por lo que veo, atrae a... toda clase de demonios.

—Pues vosotros también estáis aquí —protesta Lucifer a eso.

—Por razones distintas... no le has hecho nada, ¿verdad? —Aamón frunce el ceño.

—Quien se pica ajos come, chaval —responde Leviatán.

—¿Qué significa eso? —Lucifer frunce el ceño.

—Nada, nada —levanta las manos, sonriendo

—Bueno, Lucifer... ¿te vas?

—No. ¿Y tú?

—No.

—Pues... nada, que bien nos lo vamos a pasar todos aquí —comenta Leviatán cambiando el peso de puntas a talones.

—Bueno, tú a lo que has dicho que harías —le apremia Aamón.

—¿No te preocupa que esté él aquí?

—Sí, sí que me preocupa. ¿Alguna idea para que se vaya?

—¿Por qué os preocupa?

—Estamos haciendo algo que no te incluye —Aamón suspira.

—Estabais —replica y Leviatán se mete a la celda de un chasquido.

—Ohhh...

—EH! —Lucifer se vuelve a la pared.

Aamón suspira... pensando que Lucifer no le gusta. Lucifer bufa un poco y se gira. Aamón le mira de reojo.

—Ehm... bueno...

—¿Qué?

—Así que... Miguel —Aamón intenta hacer conversación.

—Está ahí dentro, sí —replica Lucifer, nervioso.

—¿Y qué haces precisamente tú aquí afuera?

—¿Qué crees que hago?

—Espiarla... a ella.

—Más bien estaba... negociando —se sonroja un poco, atrapado.

—¿Y qué has negociado?

—Pareces muy preocupado. ¿Temes que la haya convencido de revelarse y tengamos que aguantarla ahora?

—No, sé que no la has convencido de rebelarse —Aamón... de ríe de golpe.

—¿Cómo no? Sabes lo persuasivo que soy.

—Recuerdas como es que Miguel nos metió aquí, ¿verdad? No, no vas a convencerla. Pero... Me llama la atención que estés aquí.

—La he... convencido de otras cosas.

—¿De cuáles?

—Ya sabes lo que nos ha pedido Belcebú —se encoge de hombros.

—¿Y... Miguel es la elegida?

—¡Cómo si no lo dijerais todos desde siempre! —ojos en blanco.

—Y a ti te gusta —sonríe de lado.

—No —se sonroja un poco.

—¿Por?

—Es una histérica —ojos en blanco.

—Bueno... es la comandante del ejército celestial. Debe ser firme... y dura. Y tener carácter.

—Eso no justifica la histeria.

—¿A qué te refieres con histérica?

—Pues a los gritos.

—¿Te grita?

—¿A ti no?

—No... Hablo mucho con ella. ¿Tú sí?

—No —se encoge de hombros y yo no le creería mucho.

—¿Entonces no te aguantas los gritos una vez cada mucho tiempo?

—No suficiente tiempo.

—Pero bien que estabas aquí rondándola —le acusa y se le acerca—. Mira, la verdad...

—¡No estaba rondándola!

—Estabas parado afuera de su celda...

—¿Y eso qué? Pasaba por aquí.

—No seas absurdo, uno no "pasa por aquí". Igualmente... me has dicho que estabas negociando lo que Belcebú nos ha pedido a todos... ¿qué has negociado?

—Uno sí pasa por aquí, tal vez tú no lo hagas.

—Especialmente para negociar...

Ojos en blanco de Lucifer.

—Bueno, cuéntame que has negociado.

—Pregúntale... —de repente la pared vuelve a convertirse en una puerta haciendo que Aamón se gire a ella y Lucifer también, acercándose.

—¿¡Leviatán?!

La puerta se abre y él sale con ella encadenada que casi no puede ni andar. Y con la boca tapada. No sé si llevaba ropa bajo la armadura, si no, va desnuda

Yo... desde hace rato estoy deseando pensar que sí que llevaba ropa debajo de la armadura.

Aamón se muerde el labio y da un pasito a ella, solo de verla, con el corazón acelerado, queriendo abrazarla y protegerla, lamentando haberse tardado tanto en bajar.

Leviatán tira de ella y Lucifer frunce el ceño deteniéndola.

—¿Qué haces?

Miguel tiene una mirada de FURIA y... sinceramente cierto temor, porque... sabe bien que esto es terreno hostil y a Lucifer podía manejarle, pero estos dos...

Lo que si siente, casualmente en cuanto ve a Lucifer, es una oleada de enorme afecto viniendo hacia ella.

Lucifer no la mira.

La verdad, ella piensa que viene de él, quedándose sorprendida unos cuantos segundos, antes de... tratar de ir detrás de Leviatán. Se medio cae.

Leviatán tira de la cadena hasta tendérsela a Aamón. Miguel pelea, porque siempre pelea y grita a pesar de que tiene cubierta la boca. Tira de la cadena aun cuando se vuelve a medio caer.

Leviatán y Lucifer la miran. Aamón también, agobiado, no crean que no, porque además no hay mucho que pueda hacer para facilitar su vida.

—Vamos —pide a Leviatán

—No os la podéis llevar. Es mi rehén —Lucifer frunce el ceño.

—Quien la encerré fui yo, Lucifer —replica Leviatán. Miguel vuelve a caerse, parece Jesús.

Cielos. Aamón chasquea los dedos, pensando que ya, basta, dejándola inconsciente y levantándola del suelo.

—¡Joder! —protesta Lucifer sin poder evitarlo.

—¿¡Qué?! ¿Quieres que camine y se rompa la cabeza? —protesta un poco Aamón mirando a Lucifer sin saber si es por el nuevo estado flotante de Miguel que se queja.

—Pues... ehm... sí, claro.

—Ya, claro, claro... ¿Cuándo la has tenido así tan dispuesta? —pregunta levantando una ceja.

Lucifer se sonroja de nuevo.

—Ya, ya lo sé. Pero claramente no es una situación para que aproveches.

—Eso lo dices tú

—¿Vas a aprovecharte? —pregunta frunciendo el ceño.

—Podría si quisiera.

—Y no quieres.

—Pues claro que no quiero.

—¿Y eso por?

—Ya lo hice antes.

—¿Q-Qué? —Aamón levanta las cejas y Lucifer se encoge de hombros—. ¿¡La has... te... te has... aprovechado de ella estando ahí dentro?!

—De hecho ella accedió.

—¿¡Accedió?! —el absoluto impacto—. ¿Ahí? ¿Así? Hi-hicieron... ohhhhh

—Pues que te lo diga ella.

—Ella... l-le preguntaré —replica frunciendo más el ceño, queriendo tirar a Lucifer de cabeza por las escaleras.

¿Porque le da tanta rabia?

Porque Lucifer... creo que era su favorito. Como el de todos. Y cayó y... le da miedo que se lleve a los otros. Pues... si no su favorito era uno de los favoritillos. Le tiene tirria

—Claro, en la increíblemente profunda conversación que vas a tener con ella amordazada. ¿Dónde os la lleváis?

—Al cielo de vuelta.

—¿Por?

—¡Porque no pueden... podemos retener al Arcángel Miguel así como así sin consecuencias!

—Lo que quiere decir Aamón... —interviene Leviatán interrumpiéndole—. Es que le van a dar una recompensa.

—Exactamente —Gracias. Son tan malos los ángeles para esto.

—¿Qué te van a dar?

—Ehhh... Pff... —Aamón abre la boca y vacila. Leviatán le mira y pone los ojos un poco en blanco.

—Probablemente Raguel se lo tire o algo así, Lucifer, ¿qué van a darle si no?

—Me darán derechos sobre Raguel... hasta la eternidad.

—¿Qué derechos?

—Todos los que se pueden tener. La boda, que está proponiendo Belcebú. Es como eso, pero de verdad. Ehm... me refiero a la parte práctica. Derechos sobre un Arcángel... milagros angelicales cuando los requiera, ese tipo de cosas.

Lucifer levanta una ceja y muere de la risa. Ojos en blanco de Aamón.

—Sexo, vale. Todo el que quiera. ¡Cosa que ya quisieras poder tener tú con ella!

—No le digas eso a Belcebú —interviene Leviatán.

—¿Q-Qué? ¿Por?

—Ella no los tiene, así que va a obligarte a demostrarlo frente a todos, como con Crowley

—Es... verdad. No quisiéramos vernos en la necesidad de hacer algo así frente a... nadie —Aamón se sonroja.

—Y a interrogarte —asiente Lucifer.

—Ya quiere interrogarme... a Raguel. Quiere saber si DE VERDAD ha ocurrido lo cual digo que ha ocurrido.

—Supongo que no tendrás problemas con eso... ni tampoco con darnos una charla a todos, ya que tienes tanta experiencia y confianza.

—¿Quieres algún consejo?

—No, quiero que Belcebú te haga dárnoslos a todos —sigue Lucifer.

—¿Para? ¿Que sea ridículo? ¿No crees que pueda hablar de ello todo lo necesario?

—Veremos... —de hecho ya se está yendo a buscarla.

—Necesito salir de aquí —pide a Leviatán, sin saber cuánto falta.

—Ya... ya.

—¿No exageraste un poco con las cadenas?

—Tú me diste permiso.

—Te pedí que la encadenaras, no pensé que fueras a devolverme una masa de cadenas —no se lo está diciendo como reclamo, la verdad...

—Si quieres se las quito.

—No... no. No creo que sea... no. Yo me encargaré en el cielo, gracias.

Leviatán se encoge de hombros y sonríe.

—Necesito... un último favor

—Uy...

—Te daré algo a cambio.

—Veamos.

—La... armadura de Miguel. No la he traído.

—¿A cambio de qué?

—Espero no arrepentirme de esto... de... una especie de solución a las cadenas —Se humedece los labios.

—Mmm... He visto lo que has hecho tú.

—Oh... hmmm... no sé qué más puedas querer —Aamón suspira, porque es lo que iba a decirle.

—Entonces puedes bajar tú mismo a por la armadura de nuevo —sonríe encogiéndose de hombros

Aamón aprieta los ojos.

—Quizás Azrael pueda volver por ella...

Leviatán se encoge de hombros.

—Para ello tendrías que tenerla tú.

—¿Por? ¿No es capaz Azrael de pedírsela a alguien más?

—Pensé que te interesaría que te la pidiera a ti.

—La verdad, es bastante tonto, pero si viene con una actitud más cooperadora...

—No es tonto, es... poco delicado y algo impulsivo.

—Sí, eso también... si viene dispuesto a pedir perdón, tal vez le atienda.

—¿Perdón? ¿Por?

—Por su comportamiento

—¿Qué comportamiento?

—Él ya lo sabe —sonríe de lado—. Seguro podrá explicártelo.

—Le preguntaré

Le sonríe, dejándole en la base de las escaleras.

—¿Subo y salgo, entonces?

—Todo recto, no hay perdida.

—Bien. Gracias, Leviatán —le sonríe extendiéndole una mano, él de la encaja, sonriendo—. Nos volveremos a ver.

Se encoge de hombros y le hace un gesto de saludo con los dedos en la frente, soltándole la mano y dándose la vuelta para irse

—Le daré a Azrael tu mensaje —asegura mientras sube, lo más rápido que puede.

Leviatán se va pensando que DOS mensajes son demasiados mensajes para un solo Ángel al que ha visto cinco minutos, pero qué se le va a hacer.

Ya, ya... no pareces casi obsesionado.

Nah.

No como Azrael, eso seguro.

Es otra... clase de obsesión.

En cuanto llegan a la superficie, Aamón abraza a Miguel, chasquea los dedos y sube al cielo con un rayo.