Remiel y ella entran. Ya está Miguel ahí dentro, tratando de llamarle a Gabriel. Uriel se acerca a ella.

—¡Hola! ¿Cómo vas? —saluda Miguel.

—Hola. Bien... bueno, ya... sabes

—¿Has hablado con él?

—No... Me ha dicho que me esperaría en mi despacho después de la junta.

—Ohhh... ¿y qué vas a decirle?

—Pues ya le he dicho que me espere en su celda y... no quiere.

—Pues claro que no quiere.

—Hasta se ha peleado con Raguel, ¡es un problema! Gabriel tiene que devolverle al infierno.

—¿Peleado con Raguel? ¿Por?

—No estoy segura, pero discutían cuando he llegado.

—¿¡Con RAGUEL?!

—Pues les he oído. Y con Remiel.

—Cielos... pero si nunca...

—Pregúntale si no me crees.

—No, no, claro que te creo. Ahora le preguntamos qué ha pasado.

Raguel carraspea igualmente

—Yo no consigo hablar con Gabriel. Empieza a preocuparme —sigue Miguel.

—Estaba con Azrael, ¿no? —pregunta Uriel—. Tal vez él sabe a dónde fue.

Azrael entra tan feliz.

Mira a quien se le ha pasado en mal humor.

Muy enfadado.

Naaaah. De buenas.

Hello.

—Hey, ¿tú sabes dónde está Gabriel?

—Estaba en una celda, poseído por Belcebú.

—Gabriel tiene que dejar de traer demonios al cielo.

—Y lo traía dentro, Raguel. DENTRO. Y estaba consciente.

—Y también trajo él a Asmodeo que no deja de merodear por todos lados —añade Uriel asintiendo—. Y Aamón, que trajo a Miguel DESNUDA y tuve que echarlo.

—Ugh... deja de decir que me trajo desnuda —protesta un poco Miguel.

—Pues es que me parece increíble que se estén aprovechando así.

—Y que Gabriel lo esté dejando —asiente Azrael—. Cuídate de ellos, Uri.

Sariel llega a la sala de juntas corriendo.

—No, es que algo hay que hacer, no podemos seguir así —asiente a Azrael y saluda a Sariel con la cabeza.

—Perdón, perdón... estaba ocupada.

—¿Qué pasó? —le pregunta Remiel.

—No, es que a mí me dejaron en el desierto... —protesta Azrael a la vez y mira a Sariel.

—Ah, sí, ¡además eso! —sigue Uriel tan indignada. (Gabriel estaría poniéndoos los ojos en blanco a los dos si estuviera aquí)

—¿¡En el desierto?! —pregunta Miguel levantando las cejas.

—Oh, sí, sin poder hacer milagros. El más asqueroso de los demonios.

(La pobre princesa víctima de las circunstancias)

(¡No estás aquí!)

—Yo he tenido que curar al... demonio Asmodeo. Y a Miguel la han VIOLADO —añade Uriel.

Vale, Uriel, vale. TODOS se callan.

—Y hasta a Gabriel lo han poseído, ¡estamos todos en los peores tiempos desde hace mucho!

—No, no, no... ¿¡Qué?! Miguel, ¿¡te violaron?!

—¿Pues por qué os creéis que Aamón la trajo desnuda? ¡Le robaron la armadura y la violaron!

—No me violaron —Miguel se sonroja.

—No dirás que fue de mutuo acuerdo... —sigue Uriel.

—¿¡QUIÉN te violó?! Voy a ir y voy a matarle YO con mis propias manos... ¿¡Fue Lucifer?! ¡FUE LUCIFER! —Azrael está GRITANDO como un loco.

Remiel es que está con las manos en la boca, la verdad entrando en pánico. Si quería hacer lo que Dios dice y Gabriel les explica, ahora agradece no haber hecho nada.

—Nadie me violó, yo... accedí —sentencia Miguel y el silencio es tres veces más pronunciado.

Sariel creo que se desmayaría si eso fuera posible.

—¡Pero solo porque ella quiere seguir los designios divinos y no tenía más remedio! —asegura Uriel, tragando saliva.

—¿¡A-Acce... Accediste?! —pregunta Azrael tan en shock como... el resto, pero a gritos.

—S-Sí. Sí. Quiero seguir los designios divinos y no tenía más remedio, en efecto. Ahora... —sigue Miguel, sonrojándose un poco más, pero con esa cara de mujer negocios.

—¿Con... Lucifer? —pregunta Remiel en un susurrito.

—¿¡Por qué no le has matado?! —pregunta Azrael.

—Porque uno no... Va matando demonios así de fácil, o ya estarían todos muertos —responde Uriel defendiéndola.

Raguel desea que venga Gabriel porque es difícil defender esto.

Gabriel está... esperando que le pongan sus compras en un millón de bolsas.

—Nadie tiene que matar a nadie —protesta Raguel.

—Pero sí hay que echarles.

—Solo está Asmodeo aquí arriba... y si Gabriel le prometió asilo...

—¡Pues se acabó ya el asilo! —chilla Uriel.

—Uriel, no seas dura...

—No puede solo... venir y esperar... ¡instalarse aquí como si hubiera... dejado de ser un demonio! ¡Hay que poner límites!

—¿Por qué le dio asilo Gabriel? ¿Alguien sabe?

—Algo sobre que Belcebú quería... matarlo o algo así.

—Gabriel peleo con Belcebú y estaba buscando con quien casarse —agrega Miguel.

—Sí, eso, eligió a Asmodeo porque Belcebú prefería a Azrael y Asmodeo dijo que ella iba a querer matarlo por ser el elegido.

—Pero Asmodeo te eligió a ti, Uri —apunta Raguel mirándole y ella se sonroja y siente un poco de afecto sin poder evitarlo. Sí, frente a todos. Maldita sea.

Raguel le sonríe, sintiéndolo. Remiel levanta las cejas sintiéndolo también.

Miguel la mira de reojo sin esperarse eso y Azrael abre la boca.

Uriel aparta la cara y se sienta. Brazos cruzados

—¿Qué está pasando aquí, que les pasa a todos? —protesta Azrael.

—Yo ya he dicho lo que pienso —responde Uriel sin mirar a nadie.

—¡No lo que sientes! ¿Se han vuelto todos locos?

—Venga, venga, siéntate... —intenta calmar Raguel a Azrael.

—¡No estoy sintiendo nada! —chilla Uriel.

—Sieeeeentense todos, que quiero hablar con ustedes y están un poco nerviosos. Azrael, por favor... —pide Raguel moviendo las manos

Uriel intenta respirar, pensando que tiene que consagrar su despacho. Y los lugares donde no quiere que Asmodeo entre. Como... ejem... sanación.

¿Sa... nación? ¿Para que nadie más que ella le cure?

Bueno, para que no lo maten con la máquina, pero... bueno, sí, vale, tal vez eso también. E inmolaciones, ya que estamos. Va a hacer una lista de lugares. Abre la tablet para apuntarlos.

Azrael mueve una silla y se lanza a ella cruzándose de brazos taaaan enfadado. Raguel se aclara la garganta.

—¿Aún no sabemos nada de Gabriel?

Está llegando, está llegando.

—No me contesta... de hecho está fuera del todo de cobertura.

(Ah, claro, por eso no se está apresurando, debe estar en su despacho guardando lo que ha comprado y vistiéndose.)

(O sea Daniel, ¡ya le puedes decir que se apure!)

—Igual podemos empezar con algún tema que no... Le ataña a Gabriel —propone Remiel

—En realidad, esto ya lo hablé con Gabriel... verán... —Raguel saca su libro y lo pone encima de la mesa, pone una mano encima de él—. Voy a contarles una cosa que, hmm... creo que puede ayudarles a aclararse un poco el designio de nuestra señora.

—¿Ese es el libro? —A Remiel siempre le impresiona.

Raguel asiente y le sonríe un poquito. Uriel le mira medio de reojo sin dejar de apuntar lugares.

—Estuve... pensando en el mensaje que entregó nuestra señora a Gabriel —explica—. Y al revisar el libro, encontré qué hay cierta correlación especial entre cada uno de nosotros y un... demonio en concreto.

—¿Qué demonio? —pregunta Uriel.

—Cada uno de nosotros tiene una hoja en mi libro y en cada hoja yo anoto los pecados que por iluminación divina, Nuestra Señora me indican que han cometido.

Remiel aprieta los ojos porque esto de los pecados no le gusta nada.

—Cada uno de nosotros comete una serie de pecados todos los días... ya sea de pensamiento, palabra, obra u omisión, y estos están anotados en una lista...

—¿Nos los vas a leer? —pregunta Remiel temeroso. Raguel niega con la cabeza.

—Lo que puedo decir es que cada uno tenemos un pecado... dominante.

—Nosotros casi no pecamos, somos Arcángeles, Raguel —Uriel frunce el ceño.

Y ahí es que Gabriel llega, golpeando la puerta, en plan holiiii. Además en el momento más...

—Ah, llegó el defensor de esto. ¿Sabes que violaron a Miguel por tu culpa? —pregunta Azrael levantándose al ver llegar a Gabriel.

—¿Eh? —parpadea con eso el recién llegado.

—Nadie me violó —protesta Miguel sonrojándose—. ¿Estás bien?

—¡Miguel! —sonríe yendo hacia ella a abrazarla.

Ella le sonríe también, y abre los brazos apretándole contra ella en cuanto le abraza.

—¿Estás bien? No pude venir por ti.

—¿Estas bien? No te localizaba —pregunta ella a la vez.

—Belcebú ha... desaparecido mi teléfono.

—Ohh... cielos con esta mujer. Ahora hablo para que te traigan uno nuevo. A mi me han robado la armadura.

—Y la han violado.

—¿Quién te la ha robado? —parpadea.

—Subí sin ella del infierno, no sé si Leviatán o... a-alguien más.

—Aamón iba a ir por ti... —se gira a mirar a Raguel—. ¿No la trajo?

—Estaban pasando demasiadas cosas a la vez... la olvide —Raguel se muerde el labio.

—¿Y quién se la quedó? Podemos bajar a recuperarla.

—Se quedó afuera de la celda, puede tenerla cualquiera. De hecho... quien tiene que bajar es Azrael.

—¿Por? —Gabriel parpadea con eso.

—La tiene Leviatán, me ha pedido que le dé un mensaje.

Todos miran a Azrael.

—¿¡QUÉ?! ¡Ugh! Yo no voy a... ¡No voy a!

—Tal vez deberíamos bajar nosotros si Azrael teme que le encadenen de nuevo.

—¡No temo eso!

—¿Entonces?

—No TEMO nada, Gabriel.

—Pues no parece. Porque no quieres bajar ahora, a ver... ¿Y cuál es el mensaje?

—¡No quiero bajar porque él es un idiota!

Raguel vacila porque el mensaje... no es muy alentador.

—¿Quién?

—¡Leviatán!

Gabriel parpadea un poco.

—Es un imbécil. ¡Ya te conté lo que me hizo en el desierto! ¿Qué mensaje me mandó?

—Por eso te digo de bajar contigo.

—Pues... no sé si quieras ese mensaje aquí.

—¿Por qué no? —pregunta Uriel con curiosidad.

—Bueno, es que parecen tener una... discusión a medias. Yo no sabía que te había dejado en medio del desierto, ¿cómo fue eso?

—¿Discusión a medias? —pregunta Remiel y Gabriel pone los ojos en blancos porque ahí viene el draaaaaaama.

—No tengo ninguna discusión a medias, ¡tengo una discusión completa!

—¿Entonces cuál es el mensaje? —pregunta Uriel.

—Ha dicho que él cree que aparte de la inteligencia no tienes nada que envidiarle a nadie.

Remiel parpadea sin entender eso.

—¿A quién le tienes envidia?

—¡A nadie!

Gabriel hace una risita y Azrael le fulmina con la mirada.

—Está bien que tengas aliados que piensen esas cosas de ti...

—No es mi aliado, es mi ENEMIGO.

—Pues es que no parece un enemigo si te manda ese mensaje.

—Cómo no va a parecer un enemigo si me llama idiota, ¡No soy idiota!

—Oh... —responde Remiel—. No lo había entendido así.

—¿Cómo lo entendiste?

—Pues como que... no tienes que envidiarle nada a nadie en todo lo demás. Que eres... no sé, amable, guapo, agradable y cariñoso... que lo eres, vamos.

Azrael levanta las cejas porque... no había pensado en eso en esos términos en lo absoluto.

—Oh... No creo que él piense que yo soy todas esas cosas

—No lo sé... tal vez somos muy inocentes.

—Yo creo que... era un medio cumplido. A mí me pareció que estaba interesado en ti —señala Raguel—. Ha pedido específicamente que seas tú el que vaya por la armadura de Miguel.

—Uuuuh —canturrea un poco Gabriel

—¿¡Yo?! Pero... ¡No! ¡Que vaya otro! Si voy yo, lo advierto, voy a... voy a matarle.

—Bajaré yo, si queréis —propone Gabriel.

—No, no... No vas a bajar tú. Bajaré yo. ¡Pero el resultado no será el que quieres!

—Hombre, si vas a ponerte así de nervioso...

—¡No estoy nervioso!

—Estás chillando y amenazando que vas a matar a alguien.

—¡Es que tú no le viste! ¡No es por nada!

—Insisto lo mismo que dije para el resto. Cuídate y nada de sexo desordenado por los rincones —le señala Gabriel, levantando una ceja.

What the... ¡nada de sexo!

—Eso mismo, me alegra que lo tengas claro.

—¿Tú lo tienes claro?

—Sí —igualmente se sonroja un poco porque de nuevo no ha podido evitarlo y bien que lo ha disfrutado.

—¿Oíste lo que te dije de Miguel? Y Uriel tiene al invitaducho ese detrás todo el tiempo. ¡El cielo se ha vuelto loco! ¡Y Raguel está diciendo no sé qué tonterías de su libro!

—Ah, sí, Uriel, lo mismo para ti —asegura Gabriel para ella, que se sonroja.

—¿Q-Qué?

—Gabriel, ¡obviamente Uri no sería capaz de eso! —protesta Azrael.

Miguel no sabe si agradecer que Gabriel no le haya dicho que ella también o no.

—Ni siquiera les has visto juntos, Azrael.

—¡Gabriel! —protesta Uriel.

—¡Pues no necesito verles juntos para saber que Uri no quiere nada de todo esto y lo que quiere es echar al demonio ese de aquí y no verle nunca jamás!

—Exacto —replica Uriel.

—Mmm... A mí no me dio esa impresión —asegura Raguel—. Aun así, no los veo tan interesados en saber cada uno cuál es su pecado.

—Ese asunto otra vez —Gabriel pone los ojos en blanco.

—Para eso convoque a esa junta... y para dar un anuncio —Raguel suspira, cruzándose de brazos.

—¿Qué pasa con los pecados? —pregunta Sariel mirando a Gabriel.

—No sé si yo quiero saber el mío, Raguel —Remiel se revuelve.

—El mío es la ira —le confiesa Raguel a Remiel a ver si eso le tranquiliza un poco, sonrojándose levemente y pensando en... Aamón. Y lo mucho que ha pasado en los últimos días con Aamón. Y en qué no puede esperar a que sean las ocho para volver.

Remiel parpadea.

—¿Q-Qué? ¿La... Ira? Pero si nunca te enfadas

—Sí que lo hago. Trato de controlarlo y ocultarlo, pero... secretamente sé que me enfado. Y ese es el pecado del demonio al que... —se humedece los labios—. Amo.

—¿A-Amas?

—Lo hago —sonríe un poco, y se sonroja. Es que... debes sentirlo, Remiel.

—Sigue sin tener sentido —protesta Gabriel—. Hasta lo he hablado con Belcebú.

—¿Y qué dice ella?

—Ha intentado tentarme. Varias veces. Ni hambre me ha dado.

—Puedo explicártelo, precisamente... he estado pensando y hablando con un demonio sobre ello.

—¿Hambre es Belcebú? —pregunta Remiel.

—Gula —explica Raguel —. Que no necesariamente es comida… En tu caso, Gabriel... la gula no es propiamente necesidad de comer, sino de consumir. Puede aplicarse a cualquier cosa, no solo a comer, sino a consumir...

—Eso me parece estar doblando las normas y las explicaciones.

—Quizás... pero casualmente, cada uno de nosotros tiene cierta atracción con el demonio que corresponde a nuestro mayor pecado.

—¿L-La tenemos? —pregunta Remiel—. ¿Crees que nos corresponde uno concreto en respecto a eso?

—No creo que nos corresponde, es... que ese en concreto nos atrae.

—Es solo una teoría —insiste Gabriel.

—Bueno, pero podría ser cierta... tal vez deberías decirnos, Raguel... cuáles son nuestros pecados entonces —propone Remiel no muy seguro.

—Sinceramente yo creo que podría ayudarles.

—¡NO! —grita Uriel dando un golpe en la mesa, porque si cada uno tiene uno... ella... sabe cuál es el suyo. Especialmente si solo es de pensamiento. Y aún más confirmado si Asmodeo está... rondándola así.

—Uriel... todos pecamos de todo —asegura Raguel intentando calmarla.

—Igualmente. Esto es... esto es la privacidad de cada uno. Dios no nos dio ese libro a todos, te lo dio solo a ti por algo. Y tú eres el que siempre dice que no debemos leerlo —insiste, porque una cosa es que todos sepan que hay alguien que... quizás peca más de una cosa que de otra y otra es que todo sepan QUIÉN y de QUÉ concretamente.

—Es cierto, puedo no decirte el tuyo en voz alta.

—¡No va a servir de nada no decir el mío si se hace obvio por eliminación! ¡Y esto no es solo por mí!

Raguel suspira.

—Uriel, esto es algo que vamos a saber cuándo elijas una pareja.

—¡No voy a elegir una pareja, eso ya lo dije! —Anda ya, pero si tienes hasta una cita.

—Creo que la pareja ya te eligió a ti... —Eso mismo piensa Miguel...

—¡Eso es absurdo!

—¿Lo dices por Asmodeo? —pregunta Remiel—. Espera... Asmodeo es el de...

Uriel se sonroja solo con eso.

—Pues la lujuria. No tiene ningún sentido con ella —insiste Gabriel—. Igual que no lo tiene conmigo.

—Como también parece que no lo tiene conmigo, Gabriel.

Uriel se tapa la cara con las manos porque sigue pensando que a pesar de todo, ese es el peor pecado y más vergonzoso.

—Igualmente insisto al decir que todos pecamos de todo, incluyendo de lo tuyo, Uri.

—Precisamente —sigue Gabriel—. ¿Cuántos más ejemplos necesitas? Con nadie que hayas dicho tiene sentido.

—Porque no parece una teoría absurda. Miguel con Lucifer, Uriel con Asmodeo, tú con Belcebú, yo con Aamón, Azrael con Leviatán... ¡Coincide con todos!

Gabriel mira a Miguel y Azrael esperando las protestas. Extrañamente, Miguel no protesta esta vez, cruzándose de brazos y levantando la nariz

—WHAT THE HELL! Raguel, ¡estás diciendo, con todo respeto, tonterías! —chilla Azrael.

Raguel suspira.

—¿Lo ves? —Gabriel insiste.

—Está bien... no se los digo y ya está —Raguel se encoge de hombros.

—Es que nunca. NUNCA jamás voy a tener NADA con Leviatán —asegura Azrael. LA pasión.

—Mira, eso no te lo creo y además puede que disfrute viendo cómo te comes tus palabras, pero no es lo que discutimos aquí —sigue Gabriel.

—Es que... como vas a decirle que no le crees y decirme a mí que la teoría no funciona —Raguel suspira otra vez.

—Porque una cosa es el rollo que se traiga y otra es que sea debido a ello. ¿O que dices? ¿Que el pecado de Azrael es... la envidia?

—¡Oh! Vale, ahora pillo la ironía con lo de no envidiarle nada a nadie... —Gracias por tu aportación, Remiel.

—Lo es.

—¿Envidia de qué? —pregunta Gabriel mientras Remiel se ríe un poquito porque le ha hecho gracia el chiste. A lo mejor deberías ir tú con Leviatán.

—De nada, ¡yo no envidio nada a nadie! —protesta Azrael y Raguel suspira una vez más.

—Voy a decir los tres restantes... es lo que dice el libro. Lo he escrito por seis mil años. Si no les parece apropiado, por favor, les pido que llenen un formato y presenten su queja a Dios directamente.

—No, pues solo falta ahora que también nos diga con qué cometemos los pecados! —chilla Uriel con esa pregunta de Gabriel.

—Y-Yo si quiero saber con quién me tocaría... —susurra Sariel a Raguel.

—Pereza, Sari. El tuyo es la pereza —le susurra Raguel. Sariel se sonroja y abre la boca, incluso cómicamente.

—¿P-Pereza? —pregunta Remiel sin esperarse eso.

—Estoy seguro de que todos hacen esfuerzos para no pecar de ello. El tuyo es la avaricia.

Remiel levanta las cejas.

—Ava...ricia —repite.

—Eso dice el libro.

—Es que... suena un poco... yo no me siento avaricioso.

—Y no lo eres, como yo tampoco estoy enfadado todo el tiempo. Pero sé qué hay momentos en los que la ira se apodera de mí.

—No recuerdo que... la avaricia se haya apoderado de mí.

Raguel le mira y sonríe un poco, suspirando otra vez.

—Ni de mi la pereza.

—Seguramente no, pero ahora saben de dónde vendrán las tentaciones.

—Nadie recuerda haber hecho nada de lo que nos acusas, Raguel —replica Gabriel.

—Yo no los estoy acusando... —Raguel suspira otra vez.

—Desde luego que eso haces.

—Pues si suena a una acusación, Raguel —asiente Miguel frunciendo el ceño porque tampoco le hace gracia este asunto de, además ser pecadora.

—No, no estoy acusando a nadie. ¿Saben? ustedes saben que pecamos, todos, y no sé qué de qué pensaban que pecan.

—No de esto que nos acusas —replica Uriel.

Raguel suspira otra vez, mirando el libro y odiándolo un poco, como cada vez que ocurre esto. Como cada vez que alguien lo lee o sabe que tiene.

—Bueno... está bien. Pensé que les parecería interesante saber, mi error —se levanta.

—No... pero Raguel... —Remiel le mira, preocupado, notando que se siente mal.

—Es que a quien acusan es ustedes a mi... pues vale. Si creen que miento, que pena.

—No es que creamos que mientas—Gabriel pone los ojos en blanco—. Pero es que es absurdo.

—¿Así de perfectos se sienten todos?

—Pues no es que nos sintamos perfectos... —responde Remiel bajando la cabeza.

—Yo también lo hago... —se guarda el libro

—Es que... sigue siendo...

—Una mala teoría. Discúlpenme por compartirla.

Remiel le mira, porque no, tampoco eso eso.

—Es que, Raguel... vienes aquí a decirnos que pecamos de cosas disparatadas... —explica Miguel—, y que por eso hay que liarnos con alguien en específico.

—A lo mejor si nos dejas digerirlo un poco y entrar en comunión con la idea —propone Remiel.

—Está bien.

—No parece estar tan bien, pareces tú ofendido —protesta un poco Azrael.

—¡Es que no puede venir, acusarnos de esas cosas y esperar que nos dé igual! —protesta Uriel.

—No estoy acusando a nadie de nada... —insiste Raguel.

—¡Pues nos estás acusando de pecar de cosas muy serias!

—Estoy diciendo que todos pecamos, Uriel. Todos. Todos pecamos de todos estos pecados, serios y no serios.

—Somos ARCÁNGELES, Raguel, si pecamos, ¡lo hacemos poco! —insiste Azrael —. Quizás tú estás exagerando.

—Azrael, esto es como si yo te acusara a ti de exagerar los muertos.

—No, no es lo mismo. Tú lo que anotas ahí lo anotas subjetivamente de acuerdo a lo que crees. Puedes ver a Uriel y pensar que está teniendo no sé qué pensamientos, cuando en realidad quizás está pensando en otra cosa... por ejemplo.

Remiel mira a uno y otro nervioso porque no quiere admitir que peca pero es que no cree que sea así.

—No, eso no es así. Yo no anoto lo que creo que estás haciendo, anoto lo que obtengo por inspiración divina —explica Raguel con paciencia—. Y antes de que me lo preguntes, no, ella no me habla y me dice al oído lo que tengo que anotar. Anoto lo que tengo que anotar.

—Es que... como puede ser que ella diga que pecamos, trabajamos mucho, todo el día —replica Uriel.

—Por supuesto, tenemos la vida dedicada a ella, y ella sabe que somos nosotros y somos Arcángeles y nos hizo casi perfectos. Tú casi estás insinuando que somos humanos. Raguel —insiste Azrael asintiendo a lo que ha dicho Uriel.

—Exacto. Tú mismo estas diciendo que no eres perfecto, a lo mejor eres tú el que se está equivocando al escribir —añade Gabriel.

Raguel suspira otra vez.

—¿Alguno de ustedes considera que se ha equivocado en algún momento al hacer uno de sus trabajos? ¿Tú has entregado incorrectamente un mensaje? ¿Tú te has traído al cielo a alguien que lo debí hacerlo? ¿Uriel tú has consagrado algún suelo que no debía?

—No, pero nuestro trabajo es distinto, no es subjetivo y no es contra nosotros mismos.

—A lo mejor... —empieza Remiel, pensando. Raguel le mira de reojo, aún de pie—. A lo mejor nuestra señora está magnificando algunas de nuestras acciones a oídos de Raguel expresamente para guiarnos en su plan, como le manifestó a Gabriel. Si ella quiere indicarnos qué demonio nos corresponde, no veo qué mejor manera... y no es realmente que pequemos MUCHO, si no solo es... la guía.

Raguel sonríe un poco con eso, porque eso pensaba. Al final... esto sólo sería como ayuda.

—¿U-Una... guía? —vacila Gabriel—. Pero es que igual es un poco violento acusarnos de cosas tan serias de este modo.

—Gabriel, nadie te está acusando de nada... —Raguel insiste, pellizcándose el puente de la nariz.

—Para ti es muy fácil decirlo porque tu pecado es hasta... hasta se puede entender en ciertos casos —replica Uriel.

—Uriel, todos los que tenemos o hemos tenido una pareja pecamos de tu pecado con bastante frecuencia y se puede entender perfectamente bien.

—Yo no tengo una pareja —es que vuelve a sonrojarse porque por lo visto ella peca a pesar de ello.

—Los que no tienen una pareja no pecan de ello porque aún no se han dado cuenta de que existe... están sintiéndose todos especialmente mal por cosas innecesarias. Sí, somos Arcángeles y si lo hacemos bien... créanme, cuando ella sabe que alguien lo hace mal, deja de estar sentado aquí ¡Esto solo es para ayudarles!

—¿Cómo puedes acusarme entonces de algo así sin tener una pareja?

Raguel vuelve a suspirar. Ella le mira con el ceño muy fruncido.

—Quizás te deberías preguntar eso a ti misma.

Uriel le fulmina, toma sus cosas y se va a la puerta.

—Uri... —Azrael se levanta también, frunciendo el ceño hacia Raguel y yendo tras ella.

—No me sigas. He oído suficiente —le grita para que Raguel lo oiga también.

—Raguel... —le riñe Gabriel porque mira lo que ha logrado.

Raguel se humedece los labios, odiando este trabajo, sinceramente.

—Quizás TODOS deberían buscar en su corazón.

—Aun así... mira lo que has logrado —sigue Gabriel.

—Todo esto es un maldito DESASTRE —Azrael mira a Raguel desde la puerta, sin haber salido tras Uriel pero sin haber vuelto a sentarse.

—¿Porque no mejor hablamos de otra cosa? —propone Remiel intentando mediar el conflicto.

—Cada vez que hago algo como esto, ocurre exactamente lo mismo. Pero... no aprendo —se lamenta Raguel, suspirando una vez más.

Remiel le pone una mano a la espalda o le toca un poco la mano si está de pie y tocan a la puerta

—¿¡Quién?! —pregunta a Miguel mirando.

Daniel mete la cabeza y le sonríe un poco a Azrael que está ahí delante.

—Ehm... Raguel, son las siete.

Azrael... desfrunce un poco el ceño, vale, pasándose una mano por el pelo. Raguel, que tenía sonrisa triste para Remiel... mira a Daniel y sonríe mucho más feliz con ese recordatorio.

—Ah, gracias, Daniel. Ehm... tengo un anuncio que hacer.

Daniel asiente y sale de ahí discretamente igual que ha entrado.

—¿Ahora qué locura vas a decir? —pregunta Azrael cruzándose de brazos.

—Me voy a vivir a la Tierra —determina recogiendo un par de cosas más que había sacado—. Así que si alguien necesita algo de mí, por favor, llámenme al teléfono y con gusto nos ponemos de acuerdo.

—¿Qué? —pregunta Gabriel parpadeando.

—Voy a bajar a vivir a la tierra —repite.

—¿Por? —pregunta Miguel descolocada—. ¿Es por esta discusión que acabamos de tener?

—Venga, Raguel, no tienes por qué ponerte así —añade Gabriel.

—¿Pero a la tierra a dónde? —pregunta Sariel.

—Ya, claro, seguro desde la tierra puedes inventarte mejor nuestros pecados. Sin siquiera vernos —sigue bastante duramente Azrael.

Raguel mira a Azrael y se humedece los labios.

—Además en la tierra... ¿y si va alguien a intentar hacerte daño?—pregunta Gabriel preocupado.

—Nadie va a hacerme nada. No voy a estar solo. Y... no voy a inventarme los pecados de nadie.

—¿No vas a estar... solo?

—Voy a irme a vivir con Aamón.

—¿Qué? No.

—No te estoy preguntando.

—No me importa si me estás preguntando o no, no vas a irte a vivir en pecado con un demonio, Raguel.

—¿Qué vas a hacer? ¿Encerrarme aquí para impedírmelo? —Raguel frunce el ceño.

—Espero que seas lo bastante sensato para no necesitar que te hagamos eso.

Raguel suspira una vez más, yendo hacia la puerta.

—Una cosa que es bajes un rato y te relaciones y tengas una cita y otra es que vayas ahí a acostarte con él y a vivir todo el tiempo.

—Gabriel... Voy a bajar a la Tierra y a vivir ahí ¿Vale?

—No. Vas a bajar, estar un rato y luego vas a volver a aquí —frunce el ceño.

—Volveré cuando me requieran... sinceramente, por lo que estoy viendo, no es muy a menudo. Todo mundo cree que estoy inventándome lo todo, ¿no? Pues...

—Raguel, ¡no funciona así!

—¿No puedes irte a vivir a la tierra así! —asiente Azrael, de acuerdo con Gabriel, acercándosele.

Raguel suspira profundamente, porque está empezando a enfadarse y lo sabe.

—Esto solo hace que dividirnos, Raguel... —insiste Gabriel.

—Precisamente, el que me digan que soy un verdadero inútil en mi trabajo, nos divide. El que me acusen de algo tan serio como es inventar cosas de ustedes que les perjudicarán el día del juicio final... nos divide. Créeme, Gabriel, que yo pase tiempo aquí o en la Tierra es irrelevante.

—No lo es, Raguel... mira lo que ha pasado con Uriel. Y ahora esto... ¡esto es la influencia de ese demonio!

Raguel se humedece los labios otra vez y toma aire profundamente de nuevo.

—Gabriel... —pide Remiel y niega con la cabeza—. Dejemos que se marche, tal vez estás imaginando esto peor de lo que es. No ha dicho que vaya a dejar de subir.

—¿Se dan cuenta todos de lo que ha ocurrido con nosotros en los últimos días? —pregunta Azrael—. VIOLARON a Miguel, Gabriel poseído y desapareció por días, yo abandonado a medio desierto sin poder volver, Uriel no quiere ni hablarnos. Raguel a punto de caer, confesando que nos ha mentido por milenios y ahora largándose en pecado con el demonio, inventando mentiras en su libro.

Remiel traga saliva y se acerca a Azrael.

—Démosle... démosle un poco de espacio a Raguel. Decirnos esto del libro y de los pecados no debe haber sido fácil y que Uriel se haya enfadado... Yo bajaré a la tierra, a ver que implica eso de que viva con el demonio y asegurarme que esté bien, ¿vale? Os contaré como es y si es seguro.

—Es que ese no es el asunto, Remiel... —protesta un poco Gabriel pero suspira, porque qué remedio.

—Propongo que bajéis al infierno a recuperar la armadura de Miguel y luego volvamos a enfocarnos en este tema —insiste Remiel—. Solo para darle un poco de beneficio de la duda.

Tal vez Sariel podría ir a ver si Uriel está bien —añade mirándola.

Azrael mira a Gabriel de reojo y Sariel asiente, levantándose.

—¿Quieres bajar solo? —Gabriel mira a Azrael.

Es que... no crean que no le da temor. Pero ya sabe, porque lo sabe, que si va Gabriel... Gabriel es quien va a hacerse el muy listillo.

—Por qué no bajas a ver a Belcebú... y yo busco a Leviatán y si algo sale mal pues...

—¿Bajamos los tres? —Gabriel mira a Miguel

De verdad que... el infierno no puede decir que la estrategia de atraer ángeles no les esté funcionando, hemos de decirlo...

Miguel asiente, o sea ¿es que no acaban de salir los dos de estar ENCERRADOS y ahí van de nuevo?

Pues a por tu armadura, querida.

Ya, ya... ¡Si ha dicho que sí!

Bueno, de todos modos...

De hecho seguro va a sacar alguna otra armadura que tiene un rayoncito y por tanto está vieja... y no se pone desde Esparta...

Ojos en blanco.